ÉTICA, Las voces de la universidad y la empresa - VVAA - E-Book

ÉTICA, Las voces de la universidad y la empresa E-Book

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Desde hace muchos años se ha defendido que en una sociedad en cambio, la cultura es el horizonte colectivo de la moral y, por ende, el único contexto donde la ética tiene cabida. En ese nuevo horizonte, progresivamente plural y globalizado, el intelectual adoctrinado y la política no deben tener en absoluto un protagonismo exclusivo en la toma de decisiones, y menos todavía en la valoración de contenidos de cara a la gestión pública del conocimiento. Las cuestiones éticas deben dar entrada al debate, al conocimiento y la reflexión profunda; de lo contrario pueden convertirse en una catástrofe de resultados imprevisibles. El presente texto, que no es un libro sobre ética sino un libro donde se opina sobre ética, se recoge un conjunto variado de opiniones de profesores, gente de empresa y catedráticos sobre el modo de actuar de las organizaciones o los problemas derivados de los comportamientos morales de las personas.

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Título original: Ética. Las voces de la Universidad y la Empresa

Primera edición: Abril 2023

© 2023 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autores: varios

Coordinadores: Juan Benavides Delgado, Javier Camacho Ibáñez

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Valeria Hernández

Maquetación: Mercedes Galán García

ISBN: 978-84-19495-39-6

Producción del ePub: booqlab

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

ÍNDICE

PRÓLOGO. LOS RELATOS DE LA ÉTICA

INTRODUCCIÓN

I. EL MARCO INTERPRETATIVO DE LA ÉTICA

1.   La ética secuestrada

2.   La moral fragmentada

3.   La búsqueda de los principios éticos

4.   La ética es una vocación, no un protocolo

5.   La ética como herramienta de cohesión social

II. LA ÉTICA EN EL CONTEXTO DE LA EMPRESA Y LA GESTIÓN CORPORATIVA

1.   Sostenibilidad y ESG. Dimensión integral y transversal de la gestión y la reputación

2.   ¿Se deben medir los intangibles para tangibilizarlos?

3.   La ética del propósito

4.   Ética del comportamiento vs. ética del cumplimiento

5.   Formar para un cumplimiento organizativo fecundo

6.   ¿Por qué no «fichar» a un filósofo y a un humanista para el equipo?

7.   Las turbulencias del capitalismo sostenible y las amenazas del capitalismo espectacular

8.   Banca con propósito y negocio sostenible: consideraciones al hilo de un premio de investigación en ética empresarial

9.   La empresa como sujeto penal y agente moral

10. Marco y contexto para 30 años de ética empresarial en España

11. ¿Está cumpliendo la Universidad con la ética implícita en los ODS?

III. LA ÉTICA EN EL CONTEXTO DIGITAL

1.   Tras la virtud en el Tecnoceno: mesura para la Cuarta Revolución industrial

2.   Metaverso: el viento premonitorio del gran tsunami tecnológico

3.   Ética en el metaverso: dos conceptos clave y una demostración práctica

4.   Posibilidades comunicativas y retos éticos de la inteligencia artificial

IV. LA ÉTICA EN LA VIDA DE LAS PERSONAS Y LAS ORGANIZACIONES

1.   La ética del cuidado en nuestros mayores

2.   Potencial ético y estético del saber mirar: organizaciones que aciertan a ver(te)

3.   Danos hoy nuestra ética empresarial de cada día

4.   Historias en torno a un aeropuerto, su ampliación y la prensa

5.   De normalizaciones y responsabilidades

6.   Sostenibilidad en tiempos de guerra

7.   Liderazgo ético, liderazgo humanista

EPÍLOGO. ORDEN Y CONCIERTO

MANIFIESTO DE LA RÁBIDA

REFERENCIAS

PRÓLOGOLOS RELATOS DE LA ÉTICA

Cuando les hemos pedido a las personas interesadas en los debates que mantenemos mensualmente en el seno de la Cátedra1, que opinaran cómo ven las cuestiones morales en el contexto de su vida de empresa, profesional o personal nos hemos encontrado con cinco principales preocupaciones: el marco interpretativo de la ética, la ética en el contexto de la empresa y la gestión corporativa, las consecuencias morales del nuevo digitalismo y la consideración del comportamiento moral en la propia vida de las personas. Si repasamos los artículos publicados a lo largo del curso 2021–2022 en Diario Responsable, que estructuran los contenidos del presente libro, encontraremos que las opiniones vertidas se centran en el conjunto de estas principales preocupaciones.

Lo más corriente es relacionar moral y ética, porque sus contenidos se asocian con la palabra costumbre y sus relaciones con los comportamientos de las personas. Pero también es cierto que la moral amplía sus significados cuando las personas entienden la ética como la «doctrina de las finalidades en la gestión de las actividades y efectos en la vida de las personas», especialmente en las perspectivas empiristas de la tradición histórica. A mayor abundamiento, en la actualidad el digitalismo, los procesos globalizadores y la pluralidad intercultural que se experimenta han convertido la ética y la moral en un cajón de sastre, donde parece caber casi cualquier tema aunque con escaso éxito en cuestiones de transparencia y precisión.

El presente texto no es un libro sobre ética, sino un libro donde se opina sobre ética. Un tema bien diferente que el lector debe tener en cuenta. Por eso, en este prólogo me veo obligado a hacer una breve reflexión general introductoria sobre la que observo es la situación actual bajo la cual hablamos de la ética, con el fin de ayudar al lector –normalmente más ajeno a temas más filosóficos y teóricos– a enmarcar mejor los enfoques que en la actualidad se están dando sobre la ética y la moral. No es un manual, sino una perspectiva introductoria de los espacios sociales, de la naturaleza de los contextos desde donde se discute y opina sobre moral. Por eso mismo quiero atender a los aspectos contextuales y sociales bajo los cuales comentamos aspectos éticos y bajo los cuales evaluamos las acciones de los demás o las propias. Son unos comentarios muy generales que espero que ayuden en cierto modo a separar los contextos donde se producen los habituales debates sobre cuestiones éticas de aquellos otros momentos que son los determinantes en la toma de decisiones o la evaluación de la propia conducta. Dos instancias diferentes y no siempre coincidentes.

Entiendo que es importante marcar esta diferencia. Una cosa es el espacio, ámbito o contexto social desde y bajo el cual hablamos de ética y otra, bien diferente, lo que es un manual introductorio2. Es necesario diferenciar esta cuestión, porque, en efecto, la ética está en la actualidad muy de moda y todos hablamos de ética, pero lo más probable es que todos mezclemos temas y cuestiones sin atender a la naturaleza del contexto –tanto teórico como práctico –desde el cual hablamos y opinamos. Un espacio repleto de contradicciones, presiones y ambigüedades. Por eso me parece necesario hacer estos breves comentarios.

1.   Los ámbitos desde donde se plantean los debates públicos y privados sobre ética y moral

En definitiva, cuando hablamos de la vida diaria siempre hablamos un poco de ética, además del uso que se hace de las opiniones y la propia vida social por parte de los medios de comunicación, el mundo del entretenimiento, la educación y, por supuesto, del conjunto de la vida institucional y política. En ese amplísimo ámbito de actuación todos hablamos y opinamos sobre la ética, sobre lo bueno y lo malo, o sobre esta o aquella conducta personal o institucional, apropiada o inadecuada, aunque no nos afecte directa o indirectamente. Pues bien; como acabamos de comentar, este es el contexto donde se sitúa el presente libro, que expresa un conjunto variado de opiniones sobre el modo de actuar de las organizaciones o los problemas derivados de los comportamientos morales de las personas en los procesos de innovación digital y los cambios sociales. Este era y sigue siendo el objetivo de nuestro proyecto universitario y editorial3.

En esta introducción temática es importante determinar los contextos principales para la reflexión, que son ámbitos que nos introducen contenidos o temas generales de naturaleza ética o moral, pero de los que nos mantenemos ajenos en cuanto a responsabilidad moral respecto a sus contenidos y toma de decisiones. En concreto, entiendo que, en el momento presente, las cuestiones morales se desenvuelven en tres fundamentales ámbitos generales de actuación: los debates que se generan en el entorno público, la vida intelectual y corporativa, y la propia explicación sobre la vida de las personas. Me detengo un momento en estos tres aspectos con unas breves pinceladas.

La ética está en manos de la política o del mismo poder

Lo primero que hay que observar se refiere a quiénes o a través de qué se definen y determinan los conocimientos públicos que tenemos y los juicios que se proponen sobre los comportamientos de las personas e incluso las propias leyes que se formulan. Existe un magnífico trabajo de Randal Collins sobre la sociología de las filosofías4 en el que brevemente contextualiza esta cuestión. En efecto, las ideas no son en absoluto como los objetos, excepto en la medida en que las representamos mediante símbolos, escritos sobre materiales, tales como el papel o la imagen, sino que son ante todo comunicación, lo que equivale a decir que son parte de la interacción entre humanos con cuerpos físicos. Forman parte de eso que viene antes y queda después del hablar y vivir, de esos procesos que construyen y deconstruyen la realidad de uno o la de todos.

Este primer contexto general es de naturaleza pública y mediática, y los individuos no somos más que supuestos receptores de información, aunque de acuerdo a esta realidad siempre podremos ser afectados de forma más o menos directa. Porque, en efecto, aunque las ideas se presenten en el proceso de comunicación, incluso aunque algunas casi son solo comunicación y otras aparecen más alejadas de los procesos de comunicación, siempre se pueden objetivar en normas o leyes de obligado cumplimiento para todas las personas. Incluso sucede esto en la consolidación de hábitos y costumbres que, aunque sean contradictorias con otras normas establecidas o, simplemente una estupidez, más producto de la ideología o la ocurrencia que del sentido común, se observan como argumentos sólidos y correctos.

Este primer ámbito general es amplísimo en sus contenidos y se traslada también a través de los éxitos de cualquier industria cultural o con publicaciones, que crean líneas generales de opinión o las teorías derivadas de la propia economía o de las acciones políticas y sucesos derivados de los escenarios mundiales. Porque, en efecto, cualquier actividad pública –que se reduce inevitablemente a determinados contextos y ámbitos de actuación– es una actividad social, y por ello también una actividad mental para cada uno de los individuos. Esta reducción sociológica produce esquemas, a veces poco satisfactorios –otros incluso contradictorios y equivocados–, que son reducidos al conjunto de redes o grupos de personas e instituciones, políticos o líderes sociales (que a su vez pueden expresar una generación de redes generacionales), que parecen ser los únicos que están en condiciones de comprender los significados en los debates públicos e introducir sus propio bagaje intelectual. De ahí el que la vida pública se convierta en una jungla de directrices que, cuando se institucionalizan (de alguna manera o de otra), se convierten en opiniones seguras que deben ser aceptadas y seguidas por todos. Es lo que ya, desde el siglo XVIII definían algunos como el «espíritu del tiempo». Entre estos grupos se pueden producir rivalidades ideológicas y estructurales, que afectan a su innovación, aplicación y alcance; por ello el conflicto estalla cuando la política se convierte irresponsablemente en la última y en definitiva entidad con el uso de su poder.

Esta situación produce conflictos inevitables, que es el que actualmente experimentamos en España, porque acentúa el hecho según el cual la ética vive en el azaroso mundo de la volatilidad y el cambio en manos de no se sabe qué o quién. Las consecuencias en las decisiones pueden ser más complejas y graves en el corto plazo y peores en el largo plazo de la educación, porque la ética simplemente dejará de existir al convertirse en una palabra que poco o nada expresa, porque su contenido se cambia en función de los intereses del poder político o económico que se ejerza. La volatilidad de la ética en la vida social podría llegar a justificar el todo vale y la impunidad frente a los errores cometidos por parte de los que así actúan.

Desde hace muchos años siempre se ha defendido que en una sociedad en cambio –lo que en la actualidad sucede de nuevo a nivel general–, es la cultura el horizonte colectivo de la moral y, por ende, el único contexto donde la ética tiene su cabida5. En ese nuevo horizonte, progresivamente plural y globalizado, el intelectual adoctrinado y la política no deben tener en absoluto un protagonismo exclusivo en la toma de decisiones, y menos todavía en la valoración de contenidos de cara a la gestión pública del conocimiento. Las cuestiones éticas deben dar entrada al debate, al conocimiento y la reflexión profunda; de lo contrario los resultados pueden convertirse en una catástrofe de resultados imprevisibles

Las decisiones éticas se convierten en una cuestión en duda permanente

Esta primera cuestión general deriva en una segunda, que también experimenta el ciudadano. Este segundo ámbito general se refiere a los antagonismos entre escuelas y entre los propios individuos como fuente de opinión y controversia; un contexto que se concreta en la aparición de la duda sobre quién ostenta la verdad sobre algo. Pero la duda alarma nuestros hábitos –que normalmente reducen las cuestiones importantes a temas sencillos y fáciles de manejar– a planear sobre la sutilidad y la ambivalencia.

En efecto, la ética se mueve en contextos que muchas veces generan dudas, y las dudas son útiles, pero también nos acercan a la indecisión y la incertidumbre. Tiene mucha razón V. Camps6 cuando nos dice que la ética nos sitúa muchas veces en un contexto dual en la toma de decisiones. La dicotomía (bien/mal, derecha/izquierda, bello/feo, rico/pobre, propio/ajeno...) produce conflictos y es la expresión más pura de una probable nueva racionalidad, que durante años se ha ido asentando en las sociedades europeas. Por eso –nos dice–, que «la duda inquieta, pero es una aguafiestas»7.

Frente a este segundo problema caben dos opciones para la reflexión: el consenso político o público –si se consigue–, o la propia noción de virtud. Porque, en efecto, las grandes palabras como justicia, dignidad, solidaridad, respeto, verdad…, suscitan solamente consensos teóricos, pero no reales. Cuando hay que descender a los hechos y preguntarse cómo se hacen realidad los valores, empezamos nuevamente a dudar de que signifiquen algo claro e igualmente convincente para todos. El término medio de la virtud se desvanece ante las preguntas ¿cuál es el término medio? ¿quién lo determina? ¿con qué criterios? ¿qué es lo más correcto?... la experiencia se da de bruces con la duda. Nos enfrenta a nosotros mismos, como sujetos que dudan porque piensan8.

Al final de algunas de estas reflexiones, Camps9 recurre a la reflexión de Montaigne sobre el fundamento de la experiencia: cuando la razón nos falla empleamos la experiencia. Sin embargo, teniendo en cuenta la opinión de Montaigne, dudar puede significar dar un paso atrás, distanciarse de uno mismo y ceder a la espontaneidad del primer impulso normalmente más cercano al error y la equivocación.

La vida diaria expresa un panorama de enorme atomización y volatilidad sobre lo que es la ética y la moral

Por último, podemos hablar de un tercer ámbito de actuación de la ética, que es, precisamente, con el que se encuentra el ciudadano es su propia vida. La vida diaria se desarrolla inmersa en un universo público repleto de dudas y contradicciones provocadas por la gestión corporativa y mediática o los aprovechamientos doctrinales, jurídicos y políticos. Es normal que este contexto se le presente al ciudadano como un haz de opiniones, algunas complejas y otras –la mayoría– desconocidas en sus contenidos y efectos. Por eso mismo, para muchos el actual contexto social sobre la moral está lleno de opacidad y, lo que es más importante, de graves contradicciones y rectificaciones por una constante e inadecuada utilización del propio lenguaje10.

Nos permitimos un rápido ejemplo, narrado por el escritor E. Mendoza11 en una de sus novelas de trama policial. El argumento es una excusa para construir unos personajes que expresan con mucha certeza la realidad cotidiana que envuelve al ciudadano español medio: escasa cultura, estatus económico incierto, individualismo extremo, comportamientos ajenos a cualquier patrón moral, volatilidad en las opiniones y convicciones e instantaneidad en la búsqueda del disfrute. «Las grandes ideas son catastróficas y las pequeñas pasan pronto de moda, porque lo banal cansa y empacha»12. Por eso, debemos añadir que en el juicio moral un primer momento es dar por hechos los hechos mismos y dejar para mejor momento las reflexiones más profundas. La realidad es más importante si esa definición cabe trasladarla a los medios de comunicación o al propio funcionamiento de las instituciones sociales. En ese caso, el problema es que los hechos, o los datos, que son algo peor, se ponen siempre por delante. Con todo ello, la ética se cuestiona o no, pero la autoridad de la misma se queda sin contenidos, que son los que deben dar razón de lo que sucede; esto es lo que normalmente sucede en las informaciones de los medios, el propio entretenimiento y el contexto experiencial donde vive el individuo. La ética y el propio comportamiento moral no son susceptibles de asumir hechos convertidos en datos porque desaparecen los contenidos, y con ello desaparece cualquier argumento moral. Poco más.

La verdad de esta volatilidad es que lleva convirtiéndose con los años en una especie de modelo interpretativo de la realidad. Esto de la volatilidad reducida a dos o tres frases, que enjuician comportamientos cargados de emociones –pero de muy corto espacio de tiempo porque ¡qué pronto se sustituyen por otros!–, se ha convertido en una especie de nueva racionalidad, que –continuando con el autor ya citado– pueden expresar muy bien ciertos grupos de personas que desde o sobre un simple y genérico concepto que desconocen en profundidad desarrollan expectativas y teorías: «A los jóvenes les dices una palabra y ellos solos se montan la película»13. Es una racionalidad, que en otros momentos se ha definido, como racionalidad publicitaria14, y que no es otra cosa que un lenguaje utilizado por muchas personas, e incluso responsables institucionales y corporativos. Un problema que, además, se ha ido trasladando al mundo del entretenimiento y al de los propios medios de comunicación y líderes sociales a la hora de comprender e interpretar el entorno de la vida cotidiana de las personas. En esto, las RRSS han ayudado exponencialmente15.

2.   Las reducciones de la ética en la evaluación personal de los comportamientos y la toma de decisiones corporativa

Estas tres grandes reflexiones que acabamos de comentar se refieren a tres ámbitos o contextos generales donde se moviliza la ética: los procesos públicos de institucionalización de las cuestiones, las dudas que se confrontan y la falta de contenidos y realidad en los lenguajes utilizados. Sin duda puede haber alguno más, pero es ahí donde muchas veces se sitúan los debates públicos sobre ética, sean estos de la naturaleza que sean. En efecto, el control partidista, ideológico o el que se plantea desde diferentes grupos de poder en la persecución de los objetivos perseguidos, las dudas derivadas de las propias acciones de las organizaciones y, todo ello, en un contexto de extrema volatilidad de los contenidos utilizados con un lenguaje inadecuado, etc., parecen determinar la antesala que cualquier ciudadano con una mínima cultura y conciencia puede tener delante de un conflicto moral.

Por eso mismo, cuando surgen dudas la primera consecuencia es dudar de la autoridad moral de la persona que habla o de la institución que dice aplicar una ley. Pues bien; dudar de la autoridad moral sobre algo tiene unas importantes consecuencias, porque no significa que sea legal o ilegal lo que se dice, sino que simplemente no tiene legitimidad alguna de actuar como actúa. Con ello queda absolutamente invalidado para la persona el comportamiento de que se trate.

En efecto, creemos que esta situación es la que está detrás de lo que sucede en la actualidad con el debate ético en su conjunto, tanto en el ámbito de la política como en el de las organizaciones en general. Los políticos o las empresas «dicen una cosa y hacen otra», es una frase que resumen con dureza y claridad muchas de las convicciones ciudadanas. Cuando en el contexto público se carece de autoridad moral se carece de todo, y esta difícil situación es la que está viviendo la ciudadanía en España y probablemente en el mundo. Se habla mucho de reputación corporativa, pero lo que aumenta es la desconfianza y la credibilidad social.

Esta ausencia exige, en primer lugar, la necesidad de hablar sobre la ética, pero, al mismo tiempo, la dificultad de poder hacerlo con criterios mínimamente universales que nos permitan asentar principios que estructuren racionalmente los comportamientos corporativos y humanos. En realidad, esta nueva situación, que ha venido gestándose desde los postulados de la Ilustración europea, y en no menor medida desde el Renacimiento con los postulados de Occam en su búsqueda de la observación y la experiencia16, han conducido al desmantelamiento de los grandes principios de la metafísica –los que en su momento tomaron el nombre de principium essendi y cognoscendi–, y los propios de la religión por parte de las grandes corrientes del pensamiento moderno17.

Este proceso de reducir la ética al cuestionamiento de los contextos de experiencia donde se producen y operan los problemas es lo que de hecho ha sucedido y donde, de forma probablemente imposible de evitar, se sitúan en la actualidad las personas y las propias instituciones a la hora de hablar de ética y justificar o criticar un determinado comportamiento o una determinada decisión personal o corporativa. Esta realidad ya parecía evidente un 26 de marzo de 1929 cuando unos jóvenes filósofos reunidos en Davos manifestaron el grave problema que se le estaba presentando en aquel momento al ser humano y a la propia sociedad: «la pérdida del sentido de ser»,18 y, por ende, la pérdida del hecho mismo de confiar en principios generales que han dejado de ser inamovibles para lo que significa la persona humana.

Esta situación, después de dos monstruosas guerras mundiales y sus terribles flecos y consecuencias, hace que la reflexión sobre la ética haya optado por su propia reducción en contenidos y contextos de actuación. Incluso la propia Declaración Universal de los Derechos humanos de 1948 se ha ido convirtiendo más en una cuestión de interpretación cultural de principios, y desde esa perspectiva casi todo es posible. Sin duda, una reducción que vino a producir una cierta simplificación de los derechos del hombre, reducidos al que promovieron en su momento los países vencedores en la Segunda Guerra Mundial, ha conducido a constreñir los problemas éticos, dándoles en cada caso un supuesto contexto más fácil para su aplicación. Con ello, parecía resuelta cualquier cuestión ética que pudiera producirse. Pero, sin embargo, estas reducciones éticas quedan casi exclusivamente de la mano de cuestiones técnicas de naturaleza lingüística, política o jurídica.

En favor de la brevedad, tan solo comento de forma muy esquemática tres reducciones éticas –llamémoslas así a pesar de mis propias reservas–, que se están produciendo en la vida real de las personas y organizaciones, y que normalmente se aplican en la evaluación ética que estamos en condiciones de aplicar en las circunstancias de diversa naturaleza que aparecen en la vida diaria tanto colectiva e individual. Estas reducciones permiten la aplicación de un sistema jurídico y de opinión más funcional y adaptable a los cambios, lo que no significa necesariamente más cercano a la justicia, la equidad o incluso a las propias exigencias de unos derechos o principios intrínsecos a la vida y a lo que parece que debe ser la persona. Concreto tres principales reducciones que afectan directamente a las reflexiones éticas: la aparición y el uso del valor, la reducción deontológica y la narrativa.

La reducción del valor

Sin duda, fue Nietzsche el filósofo que de forma más clara determinó el cambio de los valores que debía producirse en el nacimiento de su superhombre. En sus diversos libros lo específica de forma clara y rotunda19: hay que sustituir el valor de lo bueno y lo malo, cambiando las categorías que se adscribieron a dichos valores desde la caída del Imperio Romano y el triunfo del cristianismo. El contenido del valor se debe convertir en otra cosa y los nuevos valores deberán imponerse en el futuro. Este complejo planteamiento no solo acentuará el cambio necesario –en opinión de Nietzsche– de unos valores viejos por otros nuevos, sino que cambiará y acentuará el planteamiento moral propio del pensamiento moderno ya iniciado desde la Ilustración y de modo definitivo a lo largo del siglo XX. Desde aquí, después de los primeros resultados con las conceptualizaciones de Kant y las propias de la Ilustración y el empirismo británico, se referenciaron los principales planteamientos de la modernidad respecto a la ética.

Pero más allá de la filosofía20, la cuestión se centra nuevamente en el lenguaje. Porque, en efecto, desde la aplicación de los valores en la evaluación de los comportamientos –tanto institucionales como personales–, casi todo ha quedado reducido al uso único de la propia categoría –valor que se utiliza y no tanto al desarrollo de sus contenidos, aplicación y consecuencias21. Este error, tan utilizado por los medios de comunicación, ha sido progresivo en España y sus consecuencias ya hemos podemos observarlas en los últimos años.

Por ejemplo en las propias organizaciones, desde que comenzó con el uso inicial de la Responsabilidad Social o las formulaciones políticas y legislativas; en todo ese conjunto de temas donde se utilizan los significados de las palabras con tal libertad e imprecisión que ya empezamos a ver las erradas consecuencias de la aplicación legislativa en la vida real de las personas. Es una paradoja, pero la realidad es que la palabra utilizada como valor ha venido a sustituir realmente al propio argumento y correcto desarrollo del lenguaje. La palabra suprime el lenguaje, porque es suficiente el uso del valor, cuyo contenido se da por supuesto, aunque realmente se ignore su alcance y aplicación. No debemos olvidar que, en su origen, el valor es una noción ligada a preferencias estimativas y subjetivas de los individuos, nada más. Solamente cuando se relaciona el valor con un sentido moral y un comportamiento concreto, como es el caso que nos ocupa, es cuando necesitamos precisar correctamente su significado más allá de su simple formulación; pero en ausencia de este argumento es preferible utilizar la ideología con su secuencia de palabras hechas, que solamente ofrecen redundancia pero no sentido.

Los valores se han utilizado en los juicios morales desde la antigüedad clásica, incluso equiparando el no–ser con la ausencia de valor y, por ende, de ética, pero lo que realmente importa22 es cuando se relaciona el valor con los compromisos o resultados morales de lo que propone y hace una institución o se ejemplifica en la conducta de una persona; este salto de lo subjetivo o apreciativo al hecho moral es lo que realmente importa. Pero normalmente esto no se produce. El resultado inmediato de estos errores puede llegar a afectar a la propia credibilidad de las instituciones e incluso en importantes vacíos en la formulación de los propios sistemas regulativos o auto-regulativos, que puedan derivarse.

Lo más grave de todo se centra en su extremo: esta reducción convierte a la propia ética en un diccionario de palabras sin significado y, por ende, en una falta de contenido y sentido sin una posible aplicación clara y transparente de normas y dictámenes. En efecto, ¿qué significa democracia, verdad, justicia o equidad… si no se acompaña con la debida referencialidad del lenguaje y sus debidos argumentos de contenido y posibilidad de aplicación? Cuando esta reducción impide que se cumpla, es cuando convierte el valor en un contravalor o en una palabra que nada expresa.

La reducción deontológica

Casi como una consecuencia de lo que acabamos de comentar deriva el segundo tipo de reducción ética, que es de carácter más jurídico. En efecto, parece cada vez más claro que las obligaciones éticas en una organización –como, por ejemplo, las dirigidas a la esencia de lo que es la persona humana, o la obligación de los medios de perseguir la verdad de lo que se dice–, siempre se ponen por debajo de los intereses financieros o ideológicos, cuando lo adecuado sería situar a la moral al menos en el mismo nivel de aquellos intereses. Es una situación similar a lo ya ocurrido, por ejemplo, con la RS en la gestión de las grandes empresas, donde los sistemas de regulación y la propia deontología asumida han reducido la ética a un sistema exclusivamente instrumental en el uso de los valores. Los objetivos del negocio han determinado la finalidad de las actividades corporativas y han derivado en una visión de la ética estrictamente centrada en los objetivos prácticos más inmediatos que propone el corto plazo y el retorno financiero, la acción política e incluso el voto. En el fondo, de aquí se derivan muchas de las dudas y los cuestionamientos que se han venido produciendo en los últimos años, donde los procesos del uso del valor han dado todo el protagonismo a la norma como eje central y prioritario en la evaluación ética de la actividad corporativa e institucional y no menos en la evaluación personal de los comportamientos.

Lo mismo sucede en otros contextos disciplinares y en los propios contenidos de los nuevos conocimientos importados por el digitalismo23 y las innovaciones tecno–científicas: la norma será la que determine la formulación del principio y este se convertirá en la aplicación técnica de aquella. En última instancia, los principios de regulación y auto–regulación serán los que determinen realmente la aplicación de las normas establecidas. Pero esta segunda reducción tiene también sus propias limitaciones que se relacionan con el olvido de la naturaleza del problema que se estudia.

En efecto, como ya he tenido ocasión de comentar en otro lugar24 la frase «no hay regla sin excepción» puede llevar a otra afirmación, según la cual, no hay reglas sino solamente excepciones, y aquellas –las reglas–, se pueden considerar como una impostura que ignora la relación real de fuerzas, que nos impediría el conocimiento de una ética real de la situación. En efecto, la regla y su aplicación como excepción se convierte en la propia funcionalidad de la actividad humana; es una cuestión que, en el fondo, legitima la moral instrumental dirigida exclusivamente a la finalidad práctica de las acciones humanas y de las propias instituciones, pero vaciadas estas de principios éticos más trascendentes que les den su fundamento en el tiempo. Algo que ya el mismo L. Wittgenstein planteó en su momento, cuando afirmó que «una regla no podía determinar ningún curso de acción porque todo curso de acción puede hacerse concordar con la regla; en el fondo es la práctica social el único determinante final de la autoridad moral». La realidad de esta última afirmación conduce al relativismo moral que observamos en la actualidad.

Pero en este contexto que estamos comentando hay que resaltar la importancia y los propios extremos de la llamada Cuarta Revolución industrial. Nos referimos al propio digitalismo, que incluso da un paso más en esto de la ética; por ejemplo, el hecho, según el cual, parecen haberse transferido a la tecnociencia los sentimientos que se reservaban antes a la religión. Sin duda este es un paso más y no menos importante, que debemos subrayar dada la vaguedad de conocimiento y el «buenismo sin nervio» que es el que parece tener sobre la ética el ciudadano medio25.

La reducción narrativa

A lo largo del siglo XX los crecientes postulados positivistas sobre la ética26 (los derechos y valores deben ser regulados como tales por las constituciones políticas de los Estados nacionales o las declaraciones de los organismos internacionales) han ido rompiendo las posiciones naturalistas (el ser humano tiene una esencia corpórea, espiritual y social) y aumentando esta quiebra, con la progresiva aparición de posiciones intermedias. Además, la crisis profunda de los sistemas metafísicos ha dado origen a muchas reflexiones morales donde queda absolutamente ausente cualquier ética con expectativas trascendentes. Se han multiplicado las perspectivas nihilistas, escépticas, relativistas, situacionistas, constructivistas…, y se ha consolidado una moral en todo lo que afecta fundamentalmente a los retornos instrumentales y contextuales del comportamiento humano y corporativo. Asimismo, los progresos científicos han acentuado el pragmatismo de la experiencia investigadora con el desarrollo de nuevas tecnologías que han perfeccionado de forma muy rápida e innovadora los saberes experimentales.

Por otro lado, la historia y sus modelos de interpretación nos han proporcionado importantes síntesis de los saberes y el alcance de nuestro propio conocimiento, que, con el desarrollo de las técnicas audiovisuales y, una vez más la propia tecnología, nos han proporcionado mejores conocimientos de la realidad que nos rodea y de los seres que somos como individuos y como sociedad. Por todo ello, parece que estamos asistiendo, en opinión de muchos autores y científicos, al fin de todo un período histórico que explica un desarrollo de más de diez mil años. Algunos, incluso, apelan al hecho de que la historia se está acabando, o al menos se ha convertido también en el instrumento para el propio desarrollo narrativo. Por eso mismo, a lo largo de la formación del pensamiento moderno se han multiplicado exponencialmente los relatos sobre la ética con nuevos argumentos y protagonistas: la ética de la vida, la biología, la naturaleza, el individuo, la humanidad, la compasión, la solidaridad, el cosmopolitismo, la piedad, la felicidad, la seguridad individual, la belleza, la salud…, etc. Estos procesos expresan lo que queremos decir con reducción narrativa.

La verdad es que mi opinión sobre todo esto no es tan absoluta. Sí pienso que estamos en una época de cambio y frente a retos importantes, pero no creo que hayamos aprendido lo suficiente de nuestra historia de esos miles de años y menos todavía de nuestros propios fracasos y retrocesos. El ser humano está hasta los topes de un conocimiento que no ha asimilado y lo que parece que estamos haciendo con la ética es dar golpes de ciego.

En 2010 un interesante trabajo de N. García Canclini27 nos acerca también a esta última y tercera reducción de la ética. Nos referimos al hecho de convertir la ética y la moral en una narración sobre algo. Porque, en efecto, para este autor el desarrollo de las industrias culturales y el de las estéticas modernas ha dejado a la sociedad sin objetos y, por ende, en una simulación expresada de distintas formas y diversos relatos. El objeto se ha contextualizado y el propio valor se ha inmaterializado. Sin embargo, han sido los estados nacionales y las comunidades académicas las que han procurado trasladar y definir la inmaterialidad del valor, cuyo fundamento viene dado por la propia complicidad social. Pero todo ese proceso no es sino una simulación. Serán otros muchos y diferentes los autores que trasladarán estas reflexiones a otros ámbitos disciplinares. En efecto, puede ser cierto que la sociedad se ha quedado en una especie de constructo simulado, pero será el individuo el único que puede seguir sosteniéndolo en una vida que se convierte en su propia prosa y esta prosa tendrá como sujeto a la propia ética.

El relato de la ética, cualquiera que sea su objetivo, se inicia en la propia vida del individuo, porque este es el agente verdaderamente protagonista. Por poner un ejemplo de otros posibles, para J. C. Mèlich28 vivimos en un mundo gramatical, pero la vida no se hereda con la gramática cultural que recibimos. Si Dios ha muerto y Platón también, y si esto es lo que ha ocurrido, ya no queda nada en lo que el hombre pueda aferrarse. Más en concreto nos dice este autor: no hay una gramática vital, esto quiere decir que, por lo que respecta a la vida, estamos a la intemperie. Vivir es estar al descubierto. Vivir es jugarse la vida. Por eso la vida y la ética es una mirada puesta exclusivamente en la vida práctica y en ese contexto la prosa es lo único que queda; porque lo humano no es algo universal e inmutable sino algo prosaico, caduco y transitorio. La ética se convierte en prosa, incluso en literatura, y esta prosa arremete o se relaciona con todas las formas filosóficas, políticas y morales propias del pensamiento metafísico y, añado, de la tradición naturalista. Esta es la constante de Mèlich, por eso, en su opinión, aunque la metafísica piensa en la muerte no es capaz de pensar en la muerte29 del otro, en la enfermedad en la ausencia y en la propia pérdida constante de algo. La metafísica es un sistema que ha dado razón de todo, pero es insensible a la compasión, la ausencia y la carencia.

El relato de este autor recoge muchos otros contenidos de pensadores30