Imperios - Herfried Münkler - E-Book

Imperios E-Book

Herfried Münkler

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Beschreibung

¿Qué caracteriza a los Imperios? ¿Qué peligros esconde un orden imperial? ¿Qué oportunidades ofrece? De pronto estas preguntas dejaron de tener un interés puramente histórico. Estados Unidos ocupa entretanto una supremacía que muchos juzgan amenazadora. ¿Los políticos en Washington determinan las reglas que deben regir en el resto del mundo? ¿O existe una lógica del dominio mundial ante la que deben doblegarse? Herfried Münkler muestra cómo funciona un imperio y qué tipos de Imperios han existido en el pasado. Un espléndido paseo a través de la historia y, al mismo tiempo, un análisis brillante de un tema de actualidad.


«Este es el mejor volumen individual disponible sobre la lógica de los Imperios, tanto antiguos como modernos».
JOHN A. HALL, McGill University


«Herfried Münkler es un think-tank de un solo hombre».
DIE ZEIT


«El estratega alemán Herfried Münkler ha detallado la lógica histórica mundial de los Imperios en un ambicioso trabajo comparativo».
PERRY ANDERSON, London Review of Books


ÍNDICE


Prólogo a la edición española
Prólogo


1. ¿QUÉ ES UN IMPERIO?
Breve descripción de los atributos imperiales
Imperios mundiales e Imperios extensos
La intervención como necesidad imperial, las opciones de neutralidad y el diálogo de los melios en Tucídides


2. IMPERIO, IMPERIALISMO Y HEGEMONÍA: UNA DISTINCIÓN NECESARIA
La dinámica autodestructiva del capitalismo: las teorías económicas del imperialismo
El problema centro-periferia
Ansia de prestigio y competencia entre potencias: las teorías políticas del imperialismo
Necesidades expansivas, ventajas periféricas y soberanía temporal
La sutil distinción entre hegemonía e imperio


3. Imperios DE ESTEPA, Imperios MARÍTIMOS Y ECONOMÍAS GLOBALES:
UNA PEQUEÑA TIPOLOGÍA DEL DOMINIO IMPERIAL
Construcción imperial a través de la explotación comercial y militar
Las dos caras (como mínimo) de los Imperios
Ciclos imperiales y umbrales augusteos


4. CIVILIZACIÓN Y FRONTERA BÁRBARA: CARACTERÍSTICAS Y TAREAS DE UN ORDEN IMPERIAL
La paz como justificación del dominio imperial
Misión y sacralidad imperiales
El discurso bárbaro y la construcción del espacio imperial
La prosperidad como justificación y programa del dominio imperial


5. EL FRACASO DE LOS Imperios A CAUSA DEL PODER DE LOS DÉBILES
Diferentes formas de excesiva extensión imperial
Movilización política y asimetría militar: las estrategias de los actores antiimperiales
Luchas de identidad culturales y terrorismo como estrategia en guerras devastadoras


6. EL SORPRESIVO RETORNO DEL IMPERIO EN LA ERA POSIMPERIAL
El diagnóstico sobre el final de la era imperial y el problema de los espacios posimperiales
Estados Unidos: el nuevo imperio
¿Un imperio democrático?
El desafío imperial de Europa


Agradecimientos
Mapas
Cronología
Notas
Bibliografía

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IMPERIOS

La lógica del dominio del mundo desde la antigua Roma a Estados Unidos

Herfried Münkler

nola

editores

Herfried Münkler (1951) es profesor de Ciencias Políticas en la Humboldt-Universität de Berlín y miembro de la Academia de Ciencias de Berlín-Brandeburgo. Ha publicado diversos trabajos sobre historia de las ideas y teoría bélica, muchos de los cuales se han transformado en obras modélicas: Machiavelli(1982); Gewalt und Ordnung (1983); Die neuen Kriege(2002); Der neue Golfkrieg(2003); Die Deutschen und ihre Mythen(2008); Mitte und Maß. Der Kampf um die richtige Ordnung(2010); Der Große Krieg: Die Welt 1914 bis 1918 (2013) y Macht in der Mitte: Die neuen Aufgaben Deutschlands in Europa(2015).

Münkler es uno de los intelectuales más mediáticos en Alemaniay participa regularmente como comentarista experto en Política yRelaciones Internacionales en televisiones y prensa alemanas. Münkler también fue uno de los expertos que asesoró al Gobierno alemán y diseñó el plan a medio plazo de la política exterior alemana (Review 2014 — Außenpolitik weiter denken).

IMPERIOS

HERFRIED MÜNKLER

IMPERIOS

La lógica del dominio del mundodesde la antigua Roma a Estados Unidos

Traducción de

Luciano Elizaincín

nola

editores

Título original:Imperien. Die Logik der Weltherrschaft – vom Alten Rombiz zu den Vereigniten Staaten

Originally published under the title Imperien

©2005 Rowohlt Berlin Verlag GmbH, Berlin

©de la traducción, Luciano Elizaincín

©de la presente edición, Nola editores

Revisión de la traducción:Virginia Pita Gussoni

Diseño de cubierta:Sara Sirvent

Maquetación:Simétrica, S.L.

Primera edición:enero de 2020

Nola Editores

Apdo. de Correos 7065

c/Palos de la Frontera, 6-10

28012 Madrid (España)

<www.nolaeditores.com>

Nola Editoreses un sello editorial perteneciente

a Proyectos de Difusión de Contenido, S.L.

<www.prodiko.es>

ISBN:978-84-18164-07-1

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ÍNDICE

Pág.

Prólogo a la edición española ........................................................ 7

Prólogo .................................................................................... 17

1 ¿Qué es un imperio?........................................................ 21

Breve descripción de los atributos imperiales ........................... 26

Imperios mundiales e imperios extensos ................................. 32

La intervención como necesidad imperial, las opciones de neutra-lidad y el diálogo de los melios en Tucídides ........................... 39

2 Imperio, imperialismo y hegemonía: una distinciónnecesaria....................................................................... 45

La dinámica autodestructiva del capitalismo: las teorías económi-cas del imperialismo ......................................................... 46

El problema centro-periferia ................................................. 51

Ansia de prestigio y competencia entre potencias: las teorías polí-ticas del imperialismo ....................................................... 59

Necesidades expansivas, ventajas de la periferia y soberanía tem-poral .............................................................................. 67

La sutil distinción entre hegemonía e imperio .......................... 75

3 Imperios de estepa, imperios marítimos y economíasglobales: una pequeña tipología del dominio imperial.. 87

Construcción imperial a través de la explotación comercial y mi-litar ............................................................................... 90

Las dos caras (como mínimo) de los imperios ........................... 103

Ciclos imperiales y umbrales augusteos ................................... 111

4 Civilización y frontera bárbara: característicasy tareas del orden imperial........................................... 133

La paz como justificación del dominio imperial ......................... 134

Misión y sacralidad del imperio ............................................. 138

El discurso bárbaro y la construcción del espacio imperial .......... 155

La prosperidad como justificación y programa del dominio impe-rial ................................................................................ 162

6

imperios

5 El fracaso de los imperios a causa del poderde los débiles................................................................. 173

Diferentesformas de extensión imperial excesiva ...................... 178

Movilización política y asimetría militar: las estrategias de los actores antiimperiales ...................................................... 189

Luchas por la identidad cultural y terrorismo como estrategia en las guerras de devastación .................................................. 204

6 El sorpresivo retorno del imperio en la eraposimperial.................................................................... 217

El diagnóstico sobre el final de la era imperial y el problema de los espacios posimperiales ...................................................... 220

Estados Unidos: el nuevo imperio .......................................... 227

¿Un imperio democrático? ................................................... 238

El desafío imperial de Europa ................................................ 248

Mapas..................................................................................... 257

Cronología............................................................................... 279

Notas...................................................................................... 281

Bibliografía.............................................................................. 319

Agradecimientos........................................................................ 341

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PRÓLOGOA LA EDICIÓN ESPAÑOLA

El regreso de China a la escena política mundial es el acontecimiento geopolítico más relevante de las últimas dos o tres décadas. Este hecho resulta tanto más llamativo porque hasta ahora ningún otro imperio ha-bía logrado la gesta de China, que pasó de estar excluida del juego de las grandes potencias a mediados del siglo xixa volver a formar parte de ese círculo. Pero este retorno chino a la escena mundial también llama la atención porque se ha producido silenciosamente, a lo largo de un extenso periodo de tiempo y de modo discreto. Este fenómeno resulta extraño en un mundo en el que la política se encuentra someti-da a una observación mediática constante. Ciertamente, para China fue una gran ventaja que su retorno a la escena mundial pasara relativamen-te inadvertido. Ahora bien, no podrá mantener a largo plazo la política de «pata de gato» ordenada por Deng Xiaoping. Tendrá que esforzarse también por utilizar el hard powersi pretende hacer frente a Estados Unidos en cuestiones geoestratégicas y si quiere asegurar su posición en el mercado mundial.

Frente al ascenso de China se encuentra el relativo descenso de Es-tados Unidos. Durante la presidencia de Bush jr. Estados Unidos seguía creyendo que podía librar dos grandes guerras al mismo tiempo. Más

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imperios

tarde, la administración Obama se percató de que la nación se encontra-ba desbordada por un doble despliegue de poder, tanto en el Atlántico como en el Pacífico, por lo que debía decidirse por uno de estos dos espacios. Esto resultó ser un reconocimiento de debilidad para un im-perio que, después de la caída de la Unión Soviética, logró posicionarse durante dos décadas como el único poder de alcance realmente global. Sin embargo, este hecho permaneció oculto debido a la relevancia eco-nómica que Obama atribuyó al área del Pacífico, a la promesa explícita de seguir siendo fieles a «Occidente» como comunidad política de valo-res compartidos y a la esperanza, muy unida al punto anterior, de que los europeos —los estados de la Unión Europea o los miembros de la OTAN— asumirían en el Atlántico gran parte de las múltiples tareas que hasta ahora habían corrido a cargo de Estados Unidos. Pero todo esto no sucedió. No se produjo el reparto de tareas que esperaba Estados Unidos para la conservación del orden político occidental. Entretanto,Estados Unidos continuó con su retirada de una serie de tareas, tantoregionales como globales. Ahora, con el presidente Trump, ya se mani-fiesta un decidido rechazo a seguir cumpliendo el papel de «policía mun-dial». A Estados Unidos —dicho con más precisión: a buena parte de sus electores— se le ha vuelto demasiado exigente y onerosa la tarea de un imperio con pretensiones de ordenar el mundo.

El retorno de China, con su proyecto de la Ruta de la Seda, es decir, con la creación de un corredor terrestre y otro marítimo que se extien-da a lo largo del Océano Índico, ambos con dirección a Europa y África, ha puesto de relieve sus pretensiones de dominio en el Asia central ydel sur; si a ello se suma la creciente aversión de muchos norteame-ricanos a seguir cargando con la responsabilidad del orden mundial, surgen algunas cuestiones que pueden responderse en el marco de los problemas planteados en este libro. Aquí pueden incluirse también al-gunas reflexiones sobre la cuestión de si China se hará con el papel deEstados Unidos en la siguiente década o si el próximo ordenamiento mundial tendrá lugar sin un «vigilante» explícito. Las reflexiones teó-ricas sobre los imperios que formulé en 2005 para la edición alemanade este libro no han hecho más que ganar relevancia política. Contra lo

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prólogo a la edición española

que suponían algunos recensores del libro, que creyeron que se trataba sobre todo de una exploración histórica, la dedicación al ascenso y caída de los imperios ha mostrado ser un buen ejercicio para la mirada analí-tica sobre las coyunturaspolíticas de la actualidad, además de permitir realizar ciertas predicciones muy cautelosas acerca del futuro. En esta ejercitación del juicio político también desempeña un papel muy im-portante la observación de la construcción del gran Imperio Español entre finales del siglo xvy comienzos del xix.

Hasta hace relativamente poco, la ley de hierro de toda investiga-ción sobre los imperios era el carácter definitivo de la caída imperial pro-ducida a causa de la debilidad interna y de la presión de los enemigos externos, por lo que nunca se produce un renacimiento de un imperio caído en desgracia. Si bien casi todos los grandes imperios atravesaronen su historia ciclos de ascenso y descenso, el descenso se expresó a través de una relativa pérdida de poder y duró breve tiempo, para re-tornar más tarde al ascenso. Estos ciclos de ascenso-descenso-nuevoascenso pueden observarse repetidamente en la historia de los impe-rios. La historia del Imperio Romano —para europeos y norteamerica-nos siempre el punto fijo de todas las disquisiciones imperiales— está caracterizada por estos movimientos cíclicos, con sus ascensos y des-censos periódicos. Otro tanto puede afirmarse del Imperio Británico, del cual muchos observadores creyeron, a finales del siglo xviii, quehabía iniciado su curva descendente con la derrota en la Guerra de In-dependencia norteamericana y la posterior separación de Norteamérica del imperio. Mientras que para España la pérdida de las colonias ame-ricanas significó el final de su posición imperial, el Imperio Británico seguía vivo treinta años después de la independencia norteamericana, con más esplendor y poder que nunca. Estos movimientos periódicos de ascenso y descenso también pueden constatarse en la historia del Imperio de los zares o del Imperio Otomano. En algún momento de su existencia, este último llegó a extenderse desde el Marruecos actual hasta el Asia Central.

Junto a estos existe, naturalmente, una serie de imperios que han atravesado un ciclo único para luego desaparecer de la historia, al

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imperios

menos como imperios de significado global. Esto se aplica tanto a los imperios de la estepa, entre los cuales el de los mongoles fue el mayor y más importante, como a los seaborn empires, fundados exclusivamente sobre el dominio marítimo, como fueron los imperios de portugueses y holandeses, que desempeñaron un papel importante en el sudeste asiá-tico. Pero incluso el Imperio Español, del que se decía, a partir de la época de Felipe II, que en él nunca se ponía el sol, atravesó un solo ciclo imperial. Después de atravesar su cénit de poder político en la segunda mitad del siglo xvi, cuando dominaba no solo sobre América del Sur y Central, sino asimismo sobre el sudeste asiático, además de haber con-quistado una posición hegemónica en Europa, siguió un prolongado periodo de caída.

Ahora bien, ¿cuál es la relación de China con este modelo cíclico, teniendo en cuenta su posición imperial en el este asiático durante dos milenios y medio? Ya de antemano parece desacertado suponer que los chinos han atravesado un ciclo imperial único. La historia de China es demasiado extensa como para suponer algo así y presenta muchos altibajos. Pero tampoco puede clasificarse dentro de la multiplicidad de ciclos imperiales, puesto que en ocasiones —por ejemplo, en el pe-riodo de los llamados Diez Reinos— se llegó a la destrucción total del imperio. La historia imperial de China es una sucesión de ascensos y caídas que rompe con el modelo cíclico y que desemboca más bien enel fenómeno de que una gran formación imperial se repite incesante-mente dentro del mismo espacio geográfico. Por tanto, existen largos periodos intermedios en donde no se puede hablar de un gran imperio ordenador de «su mundo» y de su periferia.

Pero China no fue el único actor imperial en el este asiático, también lo fue Japón. Con medios principalmente militares, este país trató de construir un gran imperio propio que se alzase entre el Imperio Ruso (más tarde soviético) y Estados Unidos, que dominó el Pacífico desde finales del siglo xix. Fracasó en su tentativa, al igual que Alemania, que en el correr del siglo xxlo intentó dos veces en el espacio europeo. Lo que permanece en la memoria es la violencia y la explotación. Esta es la otra cara de la construcción de los grandes imperios. Frente a la

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prólogo a la edición española

«inversión» en las áreas marginales de un imperio siempre existe, como contrapartida, la explotación más desenfrenada y la destrucción de cul-turas antiguas.

Evidentemente, las historias imperiales del Atlántico-oeste y la del Pacífico-este asiático obedecen a diferentes ritmos de desarrollo, lo cual hace que su comparación sea fructífera y estimulante. Solo comparan-do, esto es, sirviéndonos del método comparativo al considerar los pro-cesos, estaremos en condiciones de constatar diferencias para describir-las minuciosamente. Pero para poder comparar se necesitan unidades de medida lo suficientemente precisas y flexibles como para aplicarlas a fenómenos diferentes. Por lo tanto, es muy importante distinguir entre diferentes tipos de grandes imperios. Por un lado, existen aquellos que se apoyan fundamentalmente en la violencia y la opresión; por otro, hay otros que se fundan más bien en alguna forma de penetración econó-mica o en base a la atracción civilizadora; algunos se han dedicado prin-cipalmente a saquear su ámbito de dominio, mientras que otros han posibilitado un inmenso avance civilizatorio-cultural durante prolon-gados periodos de paz.

Con este fin, en adelante distinguiremos entre cuatro tipos de po-der que desempeñan un papel en la construcción de grandes imperios: poder político, económico, militar y —no menos importante— cultu-ral e ideológico. El tipo de poder dominante en cada caso no solo es decisivo para averiguar a qué tipo de imperio nos enfrentamos, sino que también permite extraer conclusiones sobre cómo es percibido por las personas afectadas, tanto en el centro como en los márgenes y la periferia. La construcción imperial no es sinónimo de opresión y explo-tación, tal como suponen casi todas las teorías sobre el imperialismoque surgieron en Europa a comienzos del siglo xxy que se referían al imperialismo contemporáneo de las grandes potencias. La tesis que sub-yace a las reflexiones de este libro afirma que también existen construc-ciones imperiales que desembocan en la creación de un orden pacífico duradero y que han posibilitado periodos de prosperidad económica y de florecimiento cultural gracias a la disponibilidad de bienes colecti-vos, como pueden ser la seguridad de las rutas comerciales, la moneda

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imperios

y las comunicaciones. La mirada sobre las prestaciones de inversión de los imperios establece la distinción entre las teorías sobre los impe-rios y las teorías imperialistas. Estas últimas se dedican a observar las dinámicas expansivas de las potencias, concentrando la mirada sobre la explotación y la opresión practicadas por los imperios. Es verdad que casi todos los imperios tienden a justificar su accionar afirmando serlos garantes de la paz y el bienestar. Sin embargo, esto no excluye que en algunos casos haya sido efectivamente así. No hablamos solamente de la pax romana, sino también de una pax Hispanica, Britannica, Ame-ricana, y lamentamos su pérdida cuando caen. La consideración com-parativa de los imperios muestra que debe distinguirse entre imperios preponderantemente explotadores y otros preponderamente civiliza-dores. Y también muestra que esta distinción no es siempre fácil ni está libre de problemas, pues en ocasiones la explotación y la civilización se mezclan como características propias del dominio imperial.

Una de las grandes diferencias entre la formación de los grandes im-perios europeos y la del este asiático estriba en la relación centro-perife-ria. Con la unificación de China en el periodo Qin se fijaron los contor-nos geográficos de un espacio político dentro del cual se desarrollaron todos los procesos de caídas y renovaciones imperiales. Desde ese en-tonces, todas las formaciones imperiales chinas se concibieron como renovación del «Reino del Medio». El acento que se pone en el conceptode «Medio» no debe entenderse meramente como un subrayado de la pretensión de centralidad en la política mundial, sino que expresa tam-bién el hecho de que el orden imperial debe estar siempre orientado hacia ese medio. En cambio, las formaciones imperiales europeas o de Asia-occidental y del Atlántico han seguido otro modelo. Aquí, los nue-vos imperios, que surgían en lugar de los imperios caídos, aparecían en la periferia del ordenamiento político-mundial existente hasta el momento. Es por eso que el filósofo alemán Hegel, en su filosofía de la historia, constataba que el movimiento espacio-temporal de los centros universales se producía siempre desde el este hacia el oeste. Este mo-vimiento se inicia con el imperio persa, al que le sigue el de Alejandro,rey de Macedonia, cuyo epicentro se encontraba más hacia el oeste.

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prólogo a la edición española

Este imperio, que no tardó mucho en desmembrarse, fue reemplazado por el Imperio Romano, que se situaba en una posición más occidental aún. Los nuevos órdenes se fundaban siempre en la periferia de los an-tiguos y solían estar asociados a la conquista del viejo espacio imperialpor parte del nuevo imperio después de un largo periodo de crecimien-to pacífico. En ese momento, la nueva potencia ocupaba definitivamente el lugar de la antigua. Así sucedió con los macedonios, y volvió a repe-tirse en el caso de los romanos.

La consecuencia de esta renovación del orden imperial originada en la periferia o en el espacio exterior del antiguo imperio es que se ob-serva una sucesión de diferentes imperios en lugar de una renovación periódica, con lo cual no solo se ve desplazado el centro, sino la totalidad del espacio imperial. De todos modos, este fenómeno no solo es válido para la historia antigua, sino también para el desarrollo de los imperios español e inglés hasta el ascenso de los Estados Unidos de América a potencia imperial. Estas tres formaciones imperiales tuvieron su origen en el espacio atlántico para luego desplazarse hacia el Pacífico, hechoque iba unido a un claro desplazamiento del centro imperial desde el sur al norte y después hacia el oeste: desde Madrid a Londres y, finalmente, hacia Washington o Nueva York. Aquí puede observarse el mismo mo-delo que determinó la historia antigua. El imperio sucesorio se constru-ye en la periferia del orden existente y ocupa su sitio tan pronto como los signos de debilidad empiezan a multiplicarse. Estos signos indicanque el viejo imperio ha entrado en una fase de decadencia. El ascenso de un nuevo orden en la periferia del antiguo despoja a este último de toda fuerza renovadora y conduce a que el otrora centro del orden an-tiguo se sitúe ahora en la periferia del nuevo. Por tanto, en los imperiossurgidos en Europa nunca se pudo imponer ni la definición ni la idea de un medio, como sí resultó típico en las formaciones imperiales del este asiático. En cambio, en Europa ha sido dominante la idea de un movimiento heliotrópico de los centros imperiales, esto es, de un des-plazamiento de los espacios políticos que emula el movimiento del sol.

El reemplazo de los viejos imperios por parte de la periferia tam-bién tiene como consecuencia que la dimensión militar y bélica posee

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imperios

una importancia central para la construcción de un gran imperio, mu-cho mayor que en los imperios donde domina un paradigma de renova-ción dentro de un espacio geográficamente idéntico. En el primer caso se lucha y se conquista, por lo que la historia imperial es, durante largos intervalos, una historia de guerra. En el segundo caso, la renovación y el restablecimiento del imperio consiste básicamente en silenciar las armas enemigas dentro del espacio imperial único. En el primer caso, la guerra es parte constitutiva de la expansión imperial y del ascenso del nuevo poder; en el segundo, la violencia puede verse como señal de hundimiento y decadencia. Quizás esta sea una de las diferencias esen-ciales entre la percepción de las historias imperiales del este asiático y del espacio occidental y Atlántico.

Al responder a la pregunta de si China será la sucesora de Estados Unidos en el papel de «vigilante» del orden global, siempre hay que tener en cuenta la historia de las fundaciones imperiales chinas, cuyo centro siempre fue terrestre y que se mantuvieron permanentemente alejadas de la dominación de los océanos, a pesar de tener posibilida-des de hacerlo. Así pues, el «mundo» dominado por el Imperio Chino nunca adoptó dimensiones globales, ni siquiera de forma germinal, por lo que siempre permaneció limitado al este asiático. Por tanto, China nocuenta con una tradición de expansión global, a diferencia de Españay Portugal, Holanda y Gran Bretaña, así como especialmente Estados Unidos, y esto ya nos indica que es más bien dudoso que los dirigen-tes chinos se embarquen en un proyecto de este calibre. Pero otras poderosas razones en contra serían los costes y cargas que conlleva toda proyección de poder global, ya que China, a pesar del descomu-nal desarrollo económico de las tres últimas décadas, sigue siendo unanación emergente, y difícilmente podría cargar con ellos. Además, estos costes asociados implicarían recortes para la población local, lo cual amenazaría la estabilidad interna del país.

Ahora bien, esto no significa que China limite su despliegue de po-der a su territorio interno en el sentido de un estado clásico. China estácondicionada por su necesidad de materias primas y de mercados con-trolables y confiables que las suministren. Por eso mismo, intentará

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prólogo a la edición española

controlar espacios situados más allá de sus fronteras y no vacilará en emplear los medios de despliegue del poder imperial cuando sea nece-sario y haya probabilidades de éxito. Y esta no será una política de pro-visión de bienes comunes, de cuyo uso nadie queda excluido, ni tampoco una política para aquellos que solo consumen los bienes pero no apor-tan nada para crearlos, es decir, que nada invierten en ellos. El imperio norteamericano se ha caracterizado (entre otras cosas) por ofrecer estos commongoods. Lo más probable es que China lleve adelante una polí-tica de bienes para un club, a los que solo tendrán acceso quienes obe-dezcan a los altos mandos chinos y se sometan a sus deseos y exigencias. La exclusión de la utilización de estos bienes —puertos y oleoductos, garantías de seguridad y compromisos de apoyo, acceso a tecnología e información, seguridad monetaria— es un medio de disciplinamiento imperial del que prescinden aquellos que suministran bienes comunes. Como conclusión, se puede decir que China no aceptará el papel de «vi-gilante» del orden global y que tampoco recurrirá a valores y normas universales para legitimar la misión de su despliegue de poder.

Haciendo una retrospectiva, podemos concluir que incluso los ricos Estados Unidos de América han resultado desbordados por la combi-nación de una disposición de bienes comunes con la autoexigencia, más o menos fuerte, de imponer valores y normas universales. Cuando to-das estas cargas empezaron a oprimir con más fuerza el bienestar de la población local, de los ciudadanos que viven en el centro del espacio imperial, gran parte de ellos no vaciló en seguir el proyecto de Donald Trump con el lema America first, a fin de sustraerse a todas estas obliga-ciones y dejar de ocupar el papel de «policía del mundo». Al abandonarel papel de «vigilante» del orden o al desatenderlo sistemáticamente para concentrarse en explotar sin miramientos las ventajas del sistema global desde la posición de actor más poderoso, no se está renunciando de manera fundamental a la posición de actor imperial, sino que se está modificando la distribución de cargas entre la utilidad general y los intereses propios claramente a favor de estos últimos. Las ganancias correspondientes pueden embolsarse durante cierto tiempo, pero unavez que pase el tiempo desaparecerá la buena disposición de los favo-

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imperios

recidos por el orden imperial actual. También ellos empezarán a fijarse más en las ventajas propias que en los requisitos para que perdure el orden general. A largo plazo, esta actitud lleva a la ruina.

¿Cómo podríamos imaginar un ordenamiento del mundo sin un «vigilante» implicado en su conservación y continuidad? También para esto pueden resultar útiles las reflexiones teóricas sobre los imperios correctamente entendidas. Estas reflexiones giran en torno a la contra-posición entre aquello que en el libro se ha designado como misión im-perialy razón imperial, esto es, entre un régimen de legitimación que hace hincapié sobre todo en las prioridades propias y que se orienta a la expansión del espacio imperial y, por otro lado, la mirada más preo-cupada por la finitud de los propios recursos que se inclina más bien por limitar la expansión imperial. Esto significa, en concreto, que existirá una serie de espacios ordenados en círculos concéntricos y elipses deacuerdo con un patrón imperial. El problema político de la paz en un orden compuesto de varios espacios imperiales entre las zonas de con-tacto, esto es, en el conflicto entre las grandes potencias por el influjo en sus periferias. Actualmente estamos presenciando un preludio de esta situación en el conflicto entre Rusia y Ucrania en torno a Crimea, la cuenca del Donets, la Ruta de Kerch y el Mar de Asov. En el veranode 1914, el orden político europeo fracasó con un conflicto periférico deeste tipo, pues no se pudo evitar el estallido de una gran guerra, la Pri-mera Guerra Mundial, a partir de un conflicto que se originó en los már-genes. Hasta hace bien poco, en Europa se vivía con la convicción de que esos tiempos estaban definitivamente superados. Pero, desde que Estados Unidos ha comenzado a retirarse de su papel de «vigilante» glo-bal, ya no podemos estar tan seguros. Por eso mismo es tan importante ocuparse de la historia de los imperios, de sus ascensos y descensos, de sus logros y fracasos.

Herfried Münkler

Berlín, enero de 2019

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PRÓLOGO

Desde mediados del siglo xxningún académico alemán se ha interesa-do demasiado por la teoría y la historia de los imperios. La caída de la Unión Soviética suscitó un efímero interés por estos temas, alentado ciertamente por la constatación tranquilizadora de que la historia de los imperios, que se remonta hasta la época de las tempranas civiliza-ciones, había llegado definitivamente a su fin. En los últimos años, este estado de cosas cambió repentinamente al volverse visible el nuevo pa-pel de Estados Unidos en la política mundial. De pronto se empezó ahablar del imperio americano y, desde entonces, la crítica a la actua-ción internacional de Estados Unidos muestra rasgos marcadamente antiimperialistas. Es verdad que ya se había acusado muchas veces a Estados Unidos de imperialismo: durante la guerra de Vietnam, a pro-pósito de las intervenciones militares en América Latina o en el Golfo Pérsico. Por cierto, todas estas acusaciones se dirigían contra ciertas decisiones y acciones puntuales del gobierno norteamericano. En cam-bio, el estado de ánimo antiimperialista se orienta más bien contra la preponderancia y las pretensiones de dominio de Estados Unidos como tal. Y esto va bastante más allá.

¿Está la comunidad internacional destinada a una hegemonía impe-rial si quiere protegerse a sí misma? ¿O esta hegemonía imperial repre-senta más bien un trastorno grave en el orden mundial, por lo que sería

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imperios

mejor que no existiese? En torno a esta pregunta gira en principio el debate que se desató en los preludios de la última Guerra del Golfo. De hecho, en estos últimos años la comunidad de naciones reunida en la ONU ha recurrido una y otra vez a las capacidades de una hegemonía imperial. Pero no se quiso admitir que esta prerrogativa no era altruis-ta y que Estados Unidos exigiría a cambio derechos especiales. Las irritaciones ocasionadas por esta situación también son fruto de no haber pensado durante mucho tiempo en las funciones y pretensiones de un imperio.

Los imperios son algo más que grandes Estados. Se mueven en un mundo propio. Los Estados están unidos a un orden que han construido en colaboración con otros Estados y del que, por tanto, no pueden dis-poner en solitario. Los imperios, en cambio, se entienden a sí mismos como creadores y garantes de un orden que depende en última instan-cia de ellos mismos y que deben defender de la irrupción del caos, que representa una amenaza constante. Una mirada a la historia, no solo de Estados Unidos, sino también de otros imperios, muestra que giros lingüísticos como «eje del mal» o «puesto avanzado de la tiranía» no son nada nuevo ni especial. Antes bien, jalonan la historia de los imperios como hilo conductor.

La pareja formada por el temor a la irrupción del caos y el papel autoimpuesto de defensor del orden frente al desorden, del bien frente al mal, en el que se ve reflejado el imperio y a través del cual se legitima, es la misión imperial, la cual representa además una justificación fun-damental de la construcción del orden mundial. En algunos casos debe extenderse la civilización, o bien se trata del avance mundial del orde-namiento socialista, en otros de la protección de los derechos humanos o de fomentar la democracia. Mientras que los Estados se detienen ante las fronteras de otros Estados para dejar que el vecino disponga comomejor le convenga sus asuntos internos, los imperios se mezclan en los asuntos ajenos para hacer honor a su misión. Por eso mismo los imperios pueden poner en marcha procesos de cambios mucho más intensos, mientras que el ordenamiento estatal se caracteriza por ser estructuralmente conservador.

19

prólogo

Si observamos las cosas desde esta perspectiva, no podemos conside-rar en absoluto concluyente algo que se ha convertido en una obviedad por influjo de las teorías imperialistas: que un orden global de Estados legítimos sin actor imperial es el modelo más deseable y a lo que debe-mos aspirar. Después de la caída del Imperio Romano, el orden políticodel espacio europeo se ha desarrollado de tal manera que no ha existi-do un poder imperial duradero ni capaz de actuar, aunque sí ha existidouna serie de aspirantes a desempeñar ese papel que, sin embargo, ha fracasado pronto en el intento. Esto no ha sucedido en otras latitudes, dejando aparte el hecho de que los europeos han establecido grandes imperios en otros continentes. Ha sido sobre todo en Asia donde se ha impuesto un orden político en el que los imperios se han rodeadode toda una corona de estados clientelares. En consecuencia, el orden de estos espacios ha estado muy centralizado, mientras que en Europa sur-gió un policentrismo muy diverso.

Nuestra concepción de los imperios está teñida por la idea de que la periferia es exprimida y explotada por ellos. La periferia se empobrece y el centro se enriquece cada vez más. Es cierto que han existido impe-rios de este tipo, pero no han sido duraderos. Después de cierto tiem-po, la resistencia contra el centro aumenta excesivamente y los costes del dominio superan las ganancias extraídas de la periferia. En cambio, han durado mucho más los imperios que invirtieron en sus márgenes asegurándose de que la periferia estuviera tan interesada como el mis-mo centro en la continuidad imperial.

De eso trata este libro: de los tipos de dominio imperial, de las formas de expansión y de los medios a través de los cuales se han construidoimperios. Lo que interesa aquí no se limita a diferenciar entre imperios marítimos y terrestres, comerciales y militares, o entre órdenes im-periales que se desarrollan a través del control de espacios y aquellos que se dedican sustancialmente al control de flujos (seres humanos, mercancías, capitales), sino que va más allá para observar la raciona-lidad de los actores, incluso la lógica del dominio mundial. Tambiénse trata de hacer pronósticos sobre la duración y estabilidad del impe-rio norteamericano y de reflexionar sobre la cuestión de cómo debería

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estar constituida una Europa que, por un lado, pueda afirmarse como fuerza política independiente frente a Estados Unidos y que, por otro, esté en posición de reforzar sus márgenes inestables y desbordados, y de influir positivamente sobre sus vecinos. Una Europa de este tipo no tardará en adoptar características imperiales y en desarrollar capaci-dades imperiales. Si se mira con atención, ya ha empezado a hacerlo. Ciertamente, para ello es requisito que la acción imperial no se perci-ba de antemano como mala y reprobable, sino que sea vista como una forma de afrontar los problemas más allá del Estado y otras formas de organización política.

Esto no debe confundirse con una rehabilitación de los viejos impe-rios coloniales. El mito fundante de Estados Unidos es haber superado su condición de imperio colonial europeo a través de una guerra de in-dependencia. Para los europeos, un modo actual de comprenderse a símismos consiste en haber ejercido en el pasado una forma de domina-ción de este tipo en espacios extraeuropeos para luego dejarla atrás. Ahora bien, es bastante dudoso que el modelo estatal fundado sobre la igualdad y la reciprocidad sea capaz de superar los desafíos que se plan-tean en las próximas décadas. El fracaso estatal, especialmente la caída de Estados, provoca la intervención o el surgimiento de imperios.

Frente a esta postura, muchos objetarán que la confrontación entre Estado e imperio no es una alternativa que agote todas las posibilida-des; acto seguido, enumerarán sus ideales sobre lo que debería ser un buen orden político. Y al hacerlo, se alejarán cada vez más de los hechos. Una mirada a la historia muestra en última instancia que el Estado y el imperio han agotado los modelos de orden político (siem-pre que se comprendan ambas cosas de modo amplio y generoso y no se invente un concepto general para cada caso especial de Estado o deimperio). Aquí calibraremos la eficacia del concepto de imperio. Expon-dremos los fundamentos sobre los que han surgido los imperios y cómo han caído. De este modo transitaremos científicamente por un campo largo tiempo abandonado.

Berlín, febrero de 2005

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¿QUÉ ES UN IMPERIO?

Los debates sobre la última guerra de Irak, sobre el posible trasfondo y los fines ocultos de la nueva intervención militar de Estados Unidos en la región rica en petróleo del Golfo Pérsico, incluso sobre el papel ge-neral de Estados Unidos en el Golfo y en Asia Central, además de las pro-fundas desavenencias en las relaciones transatlánticas, han concentrado la mirada en Europa sobre el surgimiento de un nuevo ordenamiento mundial una vez finalizado el conflicto este-oeste. Con las resistencias evidentes de Estados Unidos a participar en acuerdos internacionales, desde el Protocolo de Kioto hasta el Tribunal Internacional de La Haya, comenzó a perfilarse una redefinición de la posición norteamericana en el ordenamiento político mundial. A esto se suma que las relaciones entre Estados Unidos y la ONU, muy problemáticas en las últimas dé-cadas, se encuentran casi a nivel cero después de que el presidente es-tadounidense, George W. Bush, en una inquietante comparecencia ante la Asamblea General de la ONU el 12 de septiembre de 2002, amenazaracon que Estados Unidos solucionaría por su cuenta algunos de los gra-ves problemas de política de seguridad si la organización mundial se mostraba incapaz de hacerlo.

En la primavera de 2003, con la tercera Guerra del Golfo, se vio bien claro que no se trataba de amenazas vanas. Existían dos posi-

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bles interpretaciones de la nueva relación de Estados Unidos con el Consejo de Seguridad de la ONU: o bien Estados Unidos intentó ins-trumentalizar el Consejo como legitimador de la estrategia norteame-ricana o comenzó a emanciparse de la notoria exigencia de obrar como brazo militar de la organización mundial. Así, dejaron de poner suaparato militar, caro y altamente desarrollado, al servicio de la orga-nización para utilizarlo de acuerdo con sus propios fines e intereses. Los conflictos en la antesala de la guerra de Irak también fueron en-tre otras cosas una controversia sobre la cuestión de quién podía uti-lizar como instrumento al otro: Estados Unidos a la ONU o la ONU a Estados Unidos1.

La arquitectura de seguridad europea, en la que hasta el momento confiaba Alemania, también parecía resquebrajarse. En los años no-venta, la OTAN fue transformándose silenciosamente, pasando de ser una alianza basada sobre una estructura consultiva a convertirse en un instrumento de Estados Unidos para controlar a Europa. Y, cuando esto resultó demasiado complejo para la política americana, fue sustituido sin vacilar por una coalition of the willing. En comparación con los tiem-pos de la Guerra Fría, la dependencia fáctica de los europeos respecto a Estados Unidos más bien ha aumentado en lugar de disminuir. Quien no esté dispuesto a acatar las reglas de Estados Unidos debe contar con sufrir presiones políticas, económicas, o ser aplastado con comentarios sarcásticos. En cambio, quien desee comprometerse del lado estado-unidense, puede hacerlo cuando guste, aunque siempre bajo las condi-ciones de Estados Unidos y sin influencia alguna sobre las decisiones políticas básicas, algo que incluso Gran Bretaña, principal aliado de Es-tados Unidos, tuvo que experimentar más de una vez. Los problemas en los que se enredó Estados Unidos en Irak no cambiaron esta situa-ción en lo fundamental. La era de las consultas recíprocas vinculantes en la alianza del Atlántico Norte ha quedado atrás, y la ampliación de la OTAN hacia el este se ha revelado en retrospectiva como un paso que claramente ha mermado la influencia de los aliados de los tiempos de la confrontación este-oeste2.

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Ante esta situación, se multiplicaron los llamamientos a Estados Unidos para que se contentara con asumir el papel de hegemonía be-névola, que había ostentado hasta el momento, y que no pretendiera convertirse en una potencia imperial. Para reforzar estas advertencias, se señalaron los riesgos incontrolables de los imperios, el peligro de su expansión y, finalmente, la ruina inevitable de todos los imperios exis-tentes hasta el momento. Michael Mann, un británico que enseña en Estados Unidos, lo expresaba así: «Mientras que en el pasado el poder de Norteamérica fue hegemónico, es decir, que era aceptado en general en el extranjero y a menudo se consideraba legítimo, ahora emana de los cañones. Esto hecha por tierra toda hegemonía y la pretensión de ser un “imperio benévolo”»3. El que intenta cambiar una posición hegemónicapor otra imperial, no arriesga solamente el fracaso de este proyecto, sino que también corre el peligro de perder la hegemonía. Tanto la hege-monía como el imperio han interactuado en numerosas variantes, casi siempre con la advertencia de que es mejor seguir siendo hegemónico que tender hacia el dominio imperial.

De pronto, el debate que había comenzado como una discusión so-bre los intereses e intenciones de Estados Unidos en la región del Golfo, se planteó con una plétora de argumentos y comparaciones históricas que sirvieron para evidenciar la irritante novedad de la política norte-americana, así como para comparar las coyunturas de la política mun-dial con analogías del pasado. La historia del Imperium Romanumse convirtió en la instantánea desde la que se juzgaron las posibilidades y los riesgos de la política norteamericana. La estructura del BritishEmpiresirvió como modelo según el cual se midieron los desafíos im-periales americanos y su capacidad para superarlos. Por otro lado, la caída de la Unión Soviética, diez años antes, se tomó como ejemplo de las consecuencias de la extensión imperial, algo que también estaría amenazando a Estados Unidos en caso de continuar por el mismo cami-no4. Pero las referencias y los ejemplos históricos se utilizaron de una manera más asociativa que sistemática, y en la mayoría de los casosrespaldaban posiciones adaptadas mucho antes. En realidad, sirvieron

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más bien para ilustrar históricamente las argumentaciones y no tanto para demostrar empíricamente lo que podríamos aprender de las cons-trucciones imperiales del pasado.

Ahora bien, el paralelismo entre la historia romana y la norteameri-cana resulta obvio por el hecho evidente de que Estados Unidos, desde su misma fundación, apeló a la república romana e intentó emular su tradición5. Aquí se trataría, por tanto, de analizar críticamente un pa-ralelismo que ocupó siempre un lugar central en la conciencia y en la autopercepción de la élite política norteamericana. Asimismo, es obvia la comparación con el Imperio Británico, pues allí donde se retiraron los ingleses después de la Segunda Guerra Mundial, los norteameri-canos tomaron su lugar, haciéndose cargo de las antiguas posesiones inglesas. Entre ellas se cuenta, no en último lugar, Oriente Medio, queúltimamente ha movilizado gran parte de la atención política norteame-ricana y de su potencial militar. Para terminar, la comparación con la Unión Soviética es inevitable porque Estados Unidos y la URSS compi-tieron por la hegemonía mundial durante algo más de cuatro décadas hasta que los rusos, bajo Gorbachov, quedaron eliminados de la com-petencia, agotados por la carrera armamentística y debilitados por los costes que suponía mantener en pie su imperio6.

Sin embargo, la base comparativa de estos tres imperios es dema-siado estrecha para realizar un análisis sólidamente fundado de las opor-tunidades y los riesgos del imperio norteamericano. El Imperio de los zares rusos, el Imperio Otomano y el Chino —con diferencia el poder imperial de mayor duración— deberían incluirse en cualquier caso en una visión comparativa. En una investigación sobre lógicas e imperati-vos imperiales tampoco debería obviarse la construcción imperial de los mongoles en el siglo xiii. Es cierto que se derrumbó prontamente, perosu extensión territorial fue una de las mayores de la historia: con una superficie de 25 millones de kilómetros cuadrados, el Imperio Mongol solo fue superado por el Británico, que en su cúspide alcanzó una ex-tensión de 38 millones de kilómetros cuadrados, aunque repartidos a lo largo de cinco continentes, mientras que el Imperio Mongol se extendía

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como unidad territorial cerrada a través de casi toda Eurasia. En la cima de su despliegue imperial abarcaba desde el Mar Amarillo en el este has-ta los márgenes del Mar Báltico en el oeste; solo Indochina, India, así como Europa occidental, central y del sur se libraron de la ocupación de los mongoles7. Si nos centramos en la antigüedad, junto al Imperio Romano habría que considerar también los grandes reinos helenísticos de oriente y, entre los seabornempires, además del británico y del espa-ñol, habría que echar un vistazo al portugués, teniendo en cuenta que fue el primer imperio colonial europeo y el último en desaparecer del mapa mundial (desde el siglo xviiifue más bien un protegédel Imperio Británico antes que una potencia imperial autónoma)8.

Esta enumeración revela un problema sustancial de las investigacio-nes comparativas cuando intentan exponer la lógica del accionar im-perial. El primer paso sería responder a la pregunta de qué se entiende por imperio. Podríamos afinar el planteamiento diciendo que se trata de establecer la diferencia entre imperios extensosy mundiales. Probable-mente sería más fácil dar con una respuesta si en las décadas pasadas hubiésemos contado con una investigación social sobre los imperios que hubiese expuesto criterios fiables de la esencia del fenómeno. Pero este no es el caso. Si bien ha surgido una inabarcable serie de exposi-ciones históricas sobre algunos imperios en concreto, así como algunos trabajos comparativos muy reseñables sobre imperialismo9, la cuestiónacerca de qué es un imperio y en qué se diferencia del orden político del estado territorial creado en Europa continúa sin respuesta. Esto explica también por qué, en el reciente debate sobre la política norteamericana el concepto de imperio ha adoptado un significado más bien arbitrario y con frecuencia meramente denunciatorio. Las ciencias políticas no han delimitado el objeto de estudio estableciendo una definición y llenán-dola de contenido, sino que lo han dejado abandonado al capricho del periodismo cotidiano.

En dos días no se puede recuperar lo que no se ha construido du-rante años con trabajo científico de fondo. Pero mientras no esté claro qué son los imperios y qué no son, lo que pueden aportar y en qué se

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diferencian de otros órdenes políticos estructurales, no podremos es-tudiar, a partir del estudio comparativo de la construcción de impe-rios mundiales, un corpus crítico considerable para analizar el nuevo orden mundial y el papel que Estados Unidos desempeña en él. La lógi-ca de la acción imperial solo podrá comprenderse cuando esté suficien-temente claro qué es lo que caracteriza a un imperio.

Breve descripción de los atributos imperiales

Para empezar, habría que definir cuidadosamente qué es un imperio en contraste con lo que probablemente no es. En primer lugar, un imperio debe diferenciarse de un Estado o, dicho con más exactitud: del Estado institucional que abarca una superficie y que obedece a imperativos y lógicas de actuación totalmente diferentes a los imperiales. Esta dife-rencia comienza con el tipo de integración poblacional en el interior y llega hasta la concepción de aquello que se considera frontera. La fron-tera típica de los Estados es nítida y marcada; establece claramente ladiferencia entre un Estado y otro. Este tipo de líneas divisorias preci-sas son casi una excepción en el caso de los imperios. Si bien es verdad que las fronteras de un imperio ya no se diluyen actualmente en ese am-plio espacio en donde las tribus y los nómadas obedecían las normas imperiales (o se rebelaban contra ellas), cabe destacar que, desde que han desaparecido los espacios libres de dominio hacia los que podían extenderse los imperios, las fronteras imperiales son claramente dife-rentes de las estatales.

Las fronteras imperiales no dividen unidades políticas con los mis-mos derechos, sino que más bien muestran gradaciones de poder e in-fluencia. Además, en contraposición a las fronteras estatales, son semi-permeables: el que quiera ingresar en el espacio imperial debe cumplir con condiciones diferentes al que lo abandona. Esto tiene que ver conel atractivo económico y cultural de los imperios; son más los que quie-ren ingresar que los que desean salir, y esto tiene consecuencias para el

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régimen fronterizo. Los estadounidenses viajan y trabajan en el mundo entero. Pero quien carezca de la ciudadanía norteamericana no puede ingresar sin más en Estados Unidos. Aquí también se manifiesta una di-ferencia de estatus: las comunidades políticas que limitan con imperios no poseen la misma dignidad que el imperio.

La permeabilidad de las fronteras imperiales coincide plenamente con condiciones de intervención radicalmente diferentes. Así, por ejem-plo, desde comienzos del siglo xixEstados Unidos intervino una y otra vez en la política de otros países del área de América Central y del Ca-ribe, sin contar, por supuesto, con que dichos Estados habrían de hacer-lo en territorio norteamericano, ni económica ni políticamente, por no mencionar lo militar. Esta asimetría es la que distingue principalmente las fronteras imperiales de las estatales. Los imperios no reconocen asus vecinos como iguales (vale decir: con iguales derechos). En el caso de los Estados, en cambio, esta suele ser la regla. Dicho de otra manera: los Estados pueden conjugarse en plural, mientras que los imperios se conjugan generalmente en singular. Esta especificidad de los imperios, que existe de hecho o que meramente se afirma, implica consecuenciaspara el tipo de integración interna. Así, mientras que los Estados inte-gran a su población (en gran parte a causa de la competencia con Esta-dos vecinos) —y ello significa que les conceden los mismos derechos, tanto si habitan en el mismo núcleo del Estado como en sus regiones marginales—, no sucede lo mismo en los imperios. Aquí existe casi siem-pre una pendiente de integración que discurre desde el centro a la peri-feria, y a la que corresponde una ligazón jurídica decreciente y menos posibilidades de participar en la política de los centros. En el caso de Estados Unidos esto se observa en todos aquellos territorios que se en-cuentran bajo influjo norteamericano, pero que no tuvieron la posibi-lidad de ser admitidos como Estados de la Unión. En el Caribe pueden encontrarse algunos ejemplos.

Las fronteras imperiales pueden ser alternativas a las de los Esta-dos. Los imperios coloniales europeos estaban separados por fronterasestatales dentro de Europa, mientras que en África o en Asia estaban

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separados de sus vecinos por fronteras imperiales (en la mayoría de los casos se trataba de zonas de dominio con fronteras flexibles). Ambos tipos de frontera se diferencian claramente, y ellas hacen visible lo que hay al otro lado: un Estado o un imperio. Las fronteras imperiales tam-bién pueden superponerse a las estatales y fortalecerlas: entre la Repú-blica Federal de Alemania y la República Democrática Alemana existió en el pasado una frontera estatal que era simultáneamente la frontera exterior del Imperio Soviético; fue esta suma de significados la que le concedió ese carácter único con el que ingresó en la historia. Desde que la totalidad de la superficie terrestre habitable se encuentra ordenada bajo la forma de Estados, ya no existe una relación alternativa, sino solo complementaria, entre ambos tipos de fronteras. Las estructuras impe-riales se superponen al orden estatal, pero ya no ocupan su lugar. Estoes lo que en ocasiones hace tan difícil identificar a los imperios. Quien piense en el imperialismo exclusivamente como una alternativa a lo esta-tal, llegará a la conclusión de que ya no existen imperios. Por el contra-rio, si partimos de una superposición de las estructuras imperiales con las de los Estados, nos toparemos con entramados de poder e influen-cia que no son idénticos al orden estatal. Que las estructuras imperiales solo puedan distinguirse en un ámbito más bien informal es también consecuencia de la particular situación fronteriza de los imperios. Las fronteras estatales representan frecuentemente un conjunto de fron-teras políticas y económicas, lingüísticas y culturales. Esto las dota de fuerza y, al mismo tiempo, las hace rígidas e inflexibles. Las fronteras imperiales, en cambio, pueden describirse como una red en donde las fronteras políticas y económicas están separadas, donde se jerarquizan las diferencias culturales y las lingüísticas son irrelevantes. Esto resta formalidad a las fronteras imperiales y aumenta su flexibilidad.

En segundo lugar,el imperio debe distinguirse de las estructuras de dominio de las hegemonías, si bien hay que señalar que las transicio-nes entre dominio hegemónico e imperial son muy fluidas. Sin embargo, conviene diferenciar estas dos estructuras. Así pues, la hegemonía es el predominio dentro de un grupo de actores que poseen formalmente los

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mismos derechos; el imperio, en cambio, disuelve esta igualdad —que es al menos formal— y reduce a los sometidos al estatus de Estados clientelares o satélites, por lo que se encuentran en una dependencia más o menos reconocible respecto del centro.

En las décadas pasadas se ha descrito la posición de la Unión Sovié-tica en el Pacto de Varsovia y la de Estados Unidos en la OTAN a travésde la contraposición entre imperio y hegemonía. La Unión Soviética estaba rodeada de Estados satélites cuyos movimientos eran dictados desde el centro10; la OTAN, por el contrario, se presentaba como un siste-ma de aliados en principio iguales, dentro del cual Estados Unidos tenía una relevancia especial por ser el integrante de mayor tamaño y más fuerte; esto se ponía de manifiesto al ser Estados Unidos el que impo-nía los comandantes en jefe de las fuerzas militares, mientras que los otros Estados podían ocupar el puesto de la secretaría general. En el con-traste entre la OTAN y el Pacto de Varsovia también se muestra cómo se cargó política e ideológicamente la distinción hegemonía-imperio en el marco de la confrontación este-oeste.

Otro ejemplo de la distinción hegemonía-imperio, que por su dis-tancia histórica es políticamente inofensiva, podría ser la transforma-ción de la alianza marítima delio-ática en la talasocracia ateniense. La alianza marítima originaria consistía en una unión contra el dominio persa en la costa occidental de Asia Menor y en el espacio del Egeo, en la que todos sus miembros poseían iguales derechos. Es cierto que desde su mismo comienzo los miembros prestaban servicios bien dife-rentes: algunos solo contribuían con dinero, otros aportaban algunos barcos, pero el contingente central de la flota de guerra provenía siem-pre de Atenas11.

La desigualdad de las contribuciones y capacidades tuvo consecuen-cias sobre la constitución interna de la alianza, que fue transformándo-se gradualmente de una hegemoníaa una arché. La preponderancia se transformó en dominio12. Atenas designaba al comandante de las fuer-zas militares y al tesorero de la alianza, fijaba el monto de los aportes,dominaba los tribunales comerciales e imponía que sus pesos y medidas

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fuesen vinculantes en todo el territorio de la alianza. Además, mantenía guarniciones en las ciudades de los aliados para de esa manera influir sobre sus asuntos internos. Finalmente, trasladó la caja de la alianzadesde Delos a Atenas, hizo que el juramento ya no se hiciese sobre «Ate-nas y sus aliados», sino sobre «el pueblo de Atenas» y trasladó la deci-sión sobre la guerra y la paz de la asamblea de la alianza a la asamblea ateniense. La hegemonía se convirtió en despotismo, tal como decla-raron los corintios cuando incitaron a los lacedemonios a alzarse en guerra contra Atenas13.

No resulta descabellado describir la nueva posición de Estados Uni-dos dentro de «occidente» bajo la luz de la transformación de la alianza delo-ática en la talasocracia ateniense. Si bien esta última no fue un verdadero imperio, ni por su expansión espacial ni tampoco por su du-ración, muchos elementos de la política imperial pueden observarse en ella como a través de un espejo ustorio. No debe olvidarse que este proceso fue descrito magistralmente por el historiador Tucídides. Por eso, en lo que sigue, hablaremos repetidamente del dominio marítimo ateniense, incluso aunque solo pueda subsumirse bajo el concepto de imperio con ciertas restricciones.

Finalmente —en tercer lugar—, el imperio debe distinguirse de lo que se ha venido llamando imperialismo desde el siglo xix. La diferen-ciación entre teorías sobre el imperio y teorías sobre el imperialismo permite antes que nada dejar atrás la perspectiva normativo-valorativa (al igual que todas las teorías sobre el imperialismo) para arrojar una mirada más descriptivo-analítica sobre el modo en que actúan los im-perios. Además, tanto el concepto de imperialismo como las correspon-dientes teorías sobre el surgimiento de los imperios tratan sistemáti-camente sus objetos como procesos que fluyen desde el centro hacialas periferias, dando por sentada la dirección de estos desarrollos, algo que presenta más bien un obstáculo al observar los imperios reales.

Imperialismo significa que existe una voluntad de imperio; da igual que esta voluntad se alimente de motivos políticos o económicos. Es la causa decisiva, si no la única, de la creación de imperios mundiales.

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A esto se opone el dictamen del historiador inglés John Robert Seeley, quien afirmó en 1883 que el Imperio Británico había surgido in a fit ofabsence of mind, en un instante de confusión14. Seeley pretendía con ello hacer un llamamiento para que existiese una política imperialista consciente, puesto que temía que el Imperio Británico fuera triturado por las nuevas grandes potencias de Estados Unidos y Rusia. Pero pre-cisamente debido a su unilateralidad estratégica, esta formulación da una idea de cómo las teorías imperialistas sobrevaloran la resolución y conciencia de aquellos actores que de algún modo estuvieron implica-dos en el surgimiento de imperios. Prácticamente nunca ha existido una grand strategyque respaldara las fundaciones de imperios. La mayoría de los imperios deben su existencia a una mezcla de casualidades y de-cisiones individuales, que además fueron tomadas por personas que no tenían legitimidad política para ello. Así considerados, todos los impe-rios se originaron in a fit of absence of mind.

La mirada a los centros que dominan las representaciones sobre el imperialismo debe completarse con una mirada a la periferia: a los va-cíos de poder que en ellas existen y a las dinámicas económicas, a las solicitudes de intervención de los sometidos en conflictos regionales y a las decisiones de los responsables locales. En la fórmula «imperio por in-vitación», acuñada recientemente para catalogar la extensión del poder norteamericano y de su esfera de influencia15, debe quedar muy explícita la función inicial de la periferia en el surgimiento de los imperios. Indu-dablemente existe una dinámica imperial que fluye desde el centro a la periferia y que expande incesantemente el ámbito de poder propio; pero junto a ello deben reseñarse los remolinos que proceden de la periferia, que contribuyen igualmente a la expansión de la esfera de dominio. Para decidir cuál de estas dos tendencias es la más fuerte es preciso observar cada caso individual. Mientras que las teorías sobre el imperialismo su-ponen que la dinámica del centro es la decisiva16, aquí partimos de la idea de que la observación detallada de la periferia no solo es signifi-cativa en relación con los imperios del pasado, sino que también es útil para analizar la política norteamericana de las últimas décadas.

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Imperios mundiales e imperios extensos

En los capítulos siguientes continuaremos intentando determinar con más precisión los contornos del fenómeno «imperio» frente a otros ór-denes políticos. Pero antes debemos fijar algunos criterios heurísticos con los que pueden delimitarse los imperios mundiales frente a los re-gionales o las formaciones imperiales de corta duración.

Antes que nada, tenemos la duración temporalde un imperio, que debe atravesar como mínimo un ciclo entero de auge y caída para ini-ciar el siguiente ciclo17. El criterio de la larga permanencia de un impe-rio depende de la capacidad institucional de reforma y regeneración que se pueda oponer a las cualidades carismáticas de su fundador (o de la generación de fundadores). Queda entonces claro que, en lo que sigue, no se dedicará mayor tiempo al constructo napoleónico, como tampoco al proyecto aún más breve del fascismo italiano o del nacional-socialismo alemán, o al intento japonés por construir una «esfera asiá-tica de bienestar».

Esta decisión es algo más compleja en el caso del imperio guiller-mino, que duró algo más que los proyectos imperiales de Mussolini y Hitler, que en lo esencial se limitaron a sus éxitos bélicos iniciales. Y esmás compleja incluso si consideramos que su política imperial no co-mienza con la fundación de 1871, en la Sala de los Espejos de Versalles, sino con el cese de Bismarck a cargo de Guillermo II. Si tomamos la po-lítica imperial guillermina y la nazi como dos ciclos sucesivos, solo sepa-rados por la derrota de la Primera Guerra Mundial, habría motivos para incluir a Alemania en la serie imperial. Además, de este modo, habríatenido lugar un cambio de élites, por lo que se cumpliría con el requisito de la regeneración. Lo mismo puede afirmarse de la construcción impe-rial japonesa, siempre que se vea su origen en la guerra ruso-japonesa de 1905. Pero también aquí habría que mencionar las características restrictivas: en ambos casos comenzó muy tardíamente la construc-ción imperial y tuvo una duración relativamente breve. Por otra parte,debido al temprano fracaso de Alemania y Japón, no puede aclararse