Impresiones y paisajes - Federico García Lorca - E-Book

Impresiones y paisajes E-Book

Federico García Lorca

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Beschreibung

Federico García Lorca, un joven estudiante de la Universidad de Granada, recorre con su maestro y compañeros diversos rincones de la geografía española. Sus impresiones y experiencias de aquel viaje dieron pie a un libro mágico y primerizo en el que podemos encontrar las claves de lo que sería su obra posterior. "Impresiones y paisajes" regresa a las librerías en el centenario de su publicación con ilustraciones de Alfonso Zapico y la documentación original usada por el poeta.

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FEDERICO GARCÍA LORCA

IMPRESIONES Y PAISAJES

Edición de Jesús Ortega y Víctor Fernández

Ilustraciones de Alfonso Zapico

BIBLIOTECA NUEVA

INTRODUCCIÓN

EL NACIMIENTO DE UN ESCRITOR

Libre, feliz, al lado del corazón salvaje de la vida.

Retrato del artista adolescente, james joyce, 1916

I

LA VIDA

Víctor Fernández

El 28 de mayo de 1932 Federico García Lorca llegó a Salamanca para impartir una conferencia sobre el cante jondo. La charla era también una excusa para regresar a una ciudad a la que no había vuelto desde que paseó por sus calles en compañía de Martín Domínguez Berrueta, uno de sus maestros en la Universidad de Granada. La relación con Berrueta no había acabado muy bien a raíz de la publicación en 1918 de Impresiones y paisajes, el primer libro de García Lorca, donde se describían sus viajes de estudios con el profesor. Precisamente entre el público de aquella velada literaria se encontraba Luis Domínguez-Guilarte, hijo de don Martín, quien no había vuelto a saber nada de Lorca desde que este rompiera con su padre. Hablaron. «No puedes figurarte cuánto me he acordado esta noche […] del pobre don Martín. Le recuerdo con mucha frecuencia».1 El encuentro afectuoso con el hijo de Berrueta fue el modo que encontró Federico, tantos años después, de reparar el dolor causado al profesor por la publicación de un libro que entonces pasaría casi desapercibido y que hoy, cien años después, es el fascinante punto de partida de una de las trayectorias más extraordinarias de las letras universales del siglo XX.

Encontramos en unas páginas de José Mora Guarnido, escritas mucho después, en el exilio tras la Guerra Civil, un buen retrato de cómo era el joven poeta alrededor de 1918:

[…] me parece estarlo viendo aún con su pálido rostro moreno, las espesas cejas y los ojos brillantes, la negra corbata de lazo agudizado hacia el mentón como de niño de vidriera bizantina y un femenino lunar sobre el labio —sello de herencia materna—, una sonrisa impregnada de simpatía… Le apretaba el cabello negro y lustroso, tolerable melena de «artista», un negro sombrerito de ala tan flexible que se estremecía al viento como un ala de mariposa enorme, y vestía de oscuro, con corrección de estudiante de buena familia.2

El joven Lorca vivía en una Granada que rara vez se ponía del lado de la modernidad. La ciudad seguía estancada en la contemplación de un lejano esplendor cultural que con el tiempo había envejecido demasiado. El espíritu de renovación residía en un grupo de jóvenes que solían reunirse en tertulia en el café Alameda. Entre sus miembros se encontraban artistas plásticos como Hermenegildo Lanz o Manuel Ángeles Ortiz, y letraheridos como Francisco Soriano Lapresa, Miguel Pizarro, Melchor Fernández Almagro, Antonio Gallego Burín, los hermanos José y Manuel Fernández-Montesinos y Constantino Ruiz Carnero. Junto con su hermano Francisco, Federico García Lorca formó parte activa del Rinconcillo, pues así se dio en llamar a aquel grupo.

Para los compañeros del Rinconcillo, Federico era el músico, un apasionado pianista con dotes para poder desplegar un brillante futuro profesional. En este sentido fue inestimable el apoyo de su maestro de piano Antonio Segura Mesa. Autor de olvidadas óperas y zarzuelas, Segura Mesa fue uno de los primeros en ver el talento de Federico como compositor e intérprete. Eso lo convirtió en un apoyo imprescindible para un joven artista que veía en la música el mejor vehículo con el que expresarse artísticamente. Sin embargo, la muerte en 1916 de Segura Mesa acabó con los sueños del muchacho. En una nota autobiográfica redactada años más tarde para un compañero de estancia en Nueva York, encontramos estas palabras en tercera persona: «Como sus padres no permitieron que se trasladase a París para continuar sus estudios iniciales, y su maestro de música murió, García Lorca dirigió su (dramático) patético afán creativo a la poesía».

Pero sería injusto cargar en la muerte de Segura Mesa, sucedida el 29 de mayo de 1916, toda la responsabilidad del cambio de orientación artística de Federico García Lorca. Los viajes de estudios con su profesor Martín Domínguez Berrueta, a quien le gustaba que sus discípulos salieran del aula, fueron igualmente decisivos. Don Martín había nacido en Salamanca en 1869 y fue en Granada donde se convirtió en uno de los actores principales en la vida del primer Federico. Su método educativo, hasta cierto punto deudor de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, invitaba al alumno a tener una participación activa en su educación universitaria. Cuando Lorca se convirtió en alumno de Letras y Derecho durante el curso 1914-1915, don Martín ya era profesor de Teoría de la Literatura y de las Artes. Para este viejo maestro, el alumno debía enfrentarse directamente con la obra de arte, debía visitar cuando fuera posible la pequeña iglesia románica o el gran templo gótico para poder conocer de primera mano todo su esplendor, toda la belleza que se escapa en las descripciones de caducos libros de texto.

Y eso es lo que ocurrió el 6 de junio de 1916 cuando Berrueta se llevó de viaje a un pequeño grupo de alumnos, entre los que se encontraba el poeta, con destino a unas pocas y señaladas localidades andaluzas. En Baeza hará dos buenos amigos: Lorenzo Martínez Fuset y María del Reposo Urquía. Con ambos mantendrá una relación epistolar, aunque en el primer caso no conocemos las cartas escritas por Lorca sino las que recibió. Por ellas podemos intuir las impresiones de un viaje que se extendió por Úbeda, Córdoba y Ronda. Sobre la penúltima ciudad, uno de los escenarios fundamentales de algunas de las más celebradas composiciones lorquianas, sabemos algo más por esta carta de Fuset enviada a Lorca desde Baeza el 13 de junio de 1916:

Mi muy apreciable amigo Federico: Aunque no empiezo la carta como si fuera un pareado, sin embargo la empiezo y esto es lo principal. Ante todo te encargo que me dispenses el escribirte a máquina pues esto es debido a que de esta forma soy menos lacónico y cabe más, siendo esto lo que a ti te gusta de una gran manera y entre que me digas lacónico o que me digas que te escribo a máquina, prefiero esto último. Me extraña que te guste esto más que Córdoba pues yo creo que Córdoba es más bonito que esta ciudad de sabor antiguo.3

Del paso de los jóvenes viajeros con su profesor hay rastros en algunos periódicos de la época sorprendidos del pedagógico ejercicio de Berrueta. Lorca es, a lo largo de estas visitas, el músico, el que sorprende al auditorio con su talento ante el piano, además de como compositor. Sabemos que durante esas excursiones interpretó incluso temas propios que promete entregar a sus nuevos amigos. En este sentido, Martínez Fuset le reclama en otra carta:

mi hermana espera con verdadera impaciencia las composiciones musicales acerca de lo de «Murmullos en la Alhambra». Sepan que el propietario soy yo y que tengo muchos compromisos contraídos para tocarlo y no digo nada del tango cuando lo tarareo. Lo de «La sonata de la nostalgia» desde ahora te digo que es una cosa admirable, pues tú sabes que nuestros gustos coinciden y basta que a ti te guste para que a mí me sea lo mismo. Mora se puede quedar con sus letras, a pesar de que estas son buenas pues no se puede esperar menos de tan afamado periodista.4

En el otoño de ese mismo 1916, Berrueta volverá a contar con sus alumnos para continuar viajando, en esta ocasión por El Escorial, Ávila, Medina del Campo, Salamanca —donde podrán conocer a Miguel de Unamuno—, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo, León, Burgos, Segovia y Madrid. A sus padres les informa en cartas puntualmente de estas rutas estudiantiles con gran entusiasmo:

Queridísimos padres: Estoy ya en Burgos y muy contento porque nos han recibido espléndidamente y estamos ya de banquetes hasta los pelos. Que vamos a la Diputación, pues un banquete; que al Ayuntamiento, pues banquete, y así por todas partes. D. Martín es aquí el amo, no sabéis lo que lo quieren todos los señores estos. Hemos comido como marqueses, con diputados y el alcalde en sus casas con su familia… en fin, lo grande.5

A su regreso a Granada, en el equipaje de Federico hay numerosas cuartillas de sus notas sobre esos paseos con Berrueta. Un testigo de excepción de esos días, José Mora Guarnido, recordaría tiempo después que «el tierno temperamento del artista sintió la necesidad de expresar sus emociones, y el instrumento que por el momento manejaba con mayor comodidad era la palabra».6

Y en este terreno surgen muchas dudas sobre qué hacer con esos materiales de los que una pequeña, muy pequeña parte, se colará en los diarios que han sido testigos de los viajes de estudios. Un buen momento para despejar las dudas será a lo largo de 1917 cuando Berrueta organice dos nuevos viajes: uno solamente a Baeza —lo que supone el reencuentro con Antonio Machado— y otro por Madrid, Burgos y Palencia. Algunos periódicos, como Diario de Burgos, acogen en sus páginas los artículos que serán la base de Impresiones y paisajes. También sabemos que el naciente escritor comparte algunos de sus textos con su círculo más íntimo, buscando consejo y comentario sobre su nueva labor artística. El grupo rinconcillista será el primero en conocer esos textos, además de su hermano Francisco.

El giro artístico literario preocupa especialmente a don Federico, el padre del poeta, quien ya se ha encargado generosamente de sufragar los gastos ocasionados por los viajes de estudio de su hijo. Así que este «agricultor, hombre rico, emprendedor, buen caballista» será el encargado de hacerse cargo también de los gastos de edición del primer libro de Federico García Lorca, aunque antes quiere estar seguro de que la inversión vale la pena. Una noche, ante la puerta del Casino de Granada, punto de encuentro de amigos y conocidos del poeta, detuvo a José Mora Guarnido para hablar sobre esos manuscritos y sobre si valía la pena publicarlos. Habla don Federico:

Como tú comprenderás, a mí no se [sic] me importa tirar mil o dos mil pesetas en darle el gusto de que haga ese libro; más me costaría que me pidiera un automóvil o que gastara el dinero en cosas peores. Pero no quiero que por culpa del libro se rían de él todos los idiotas de Granada. ¿Has leído el libro?

Mora Guarnido le contestó que lo había leído, que lo consideraba merecedor de ser editado y que «yo mismo, si tuviera una obra de ese carácter, trataría igualmente de publicarla sin ningún escrúpulo, y que probablemente los niños del Casino —incapaces de hacer nada de provecho— harían algún chistecito, lo que me traería sin cuidado». Don Federico quedó convencido.7 Mora Guarnido no fue el único en ser consultado por el padre del poeta. Luis Seco de Lucena, Miguel Cerón y Andrés Segovia fueron también interrogados a este respecto.8

Caminatas románticas por la España vieja, su título inicial, pasó a llamarse Impresiones y paisajes y fue a imprenta con una portada de Ismael González de la Serna. La granadina casa de Paulino Traveset, dedicada a la litografía y tipografía, fue la editora escogida por don Federico. Era abril de 1918. El poeta envió como regalo muchos ejemplares a sus amigos, todos ellos acompañados de una dedicatoria manuscrita e individualizada en la que con pocas palabras trazaba un certero y romántico retrato del receptor del libro. Por ejemplo, de Emilia Llanos, «tesoro espiritual entre las mujeres de Granada; divina tanagra del siglo XX», de Fernando Vílchez, «gran talento artístico, espíritu hondamente granadino que tiene el corazón lleno de dulzura infantil» o de Adriano del Valle, «el poeta que en las Dafnéforas modernas lleva su rama de laurel, y mira apasionadamente a Rubén el maravilloso que con la corona de oro y el soberbio manto hace de Dafnéforo».

Martín Domínguez Berrueta también recibe su ejemplar, con la dedicatoria siguiente:

A mi queridísimo maestro don Martín, fuerte espíritu dulce lleno de frescura y de infantilidad adorable que tiene una visión honda y primitiva de las cosas y que posee un tesoro inagotable de su enorme corazón de artista. Con toda el alma.

12 de abril de 1918

FEDERICO

Pero el ejemplar fue devuelto. A Berrueta no le gustó no figurar como protagonista de la dedicatoria impresa del libro —que fue para Segura Mesa— y solamente ser objeto de atención en una discreta nota final. Tampoco le debió de agradar cierta intervención de Mora Guarnido en la prensa, pero hasta que no aparezca el artículo donde se hablaba de Berrueta, no sabremos exactamente el motivo de la violenta ruptura, que solamente podemos adivinar por la carta que el viejo maestro envía a Federico:

Mi querido Lorca: No sé si Vd. lo creería. A mí me basta con decir la verdad.

Acabo de enterarme de eso de las «lisonjas domésticas» que venía Vd. a cantarme, sin yo advertir que así era la calidad de su afecto y de su amistosa compañía.

Lo leo en un n.º de La Publicidad que por correo interior ha remitido a Rosario algún oficioso grosero interesado en proporcionarla molestia y disgusto.

Y pensando que la dedicatoria efusiva puesta por Vd. al ejemplar de su libro, que me entregó la otra noche, pudiese ser otra, la última y más solemne de aquellas «lisonjas domésticas», aun doliéndome mucho la violencia, no me satisface retenerlo en mi poder.

A ello me obliga tan inapropiada declaración pública a la que Vd. ha dado silenciosa aquiescencia.

Suyo affmo.

MARTÍN D. BERRUETA9

La relación quedó rota para siempre. Berrueta moriría muy poco después, en 1920, en Granada. En el madrileño diario La Acción del 13 de julio de ese año se informaba de la triste noticia y se recordaba que «había creado […] un grupo de entusiastas discípulos, que sentían por él verdadera devoción». Es imposible no pensar en Lorca como uno de esos «entusiastas discípulos».

La acogida del libro fue fría. Pese al entusiasmo de sus amigos, Impresiones y paisajes quedó perdido como uno más de los muchos libros de la producción local de la época. Pero el poeta también recibió algún apoyo. De nuevo debemos volver a las cartas de Martínez Fuset, donde se nos descubre que uno de esos primeros lectores del libro fue, ni más ni menos, Antonio Machado. También podemos saber que una de las obsesiones sentimentales del joven Lorca es una muchacha granadina, María Luisa Egea, aunque esta nunca le hizo caso.

Mi queridísimo amigo Federico:

He recibido tu libro. No sabía si en el ojear de sus páginas encontraría destellos de amor. Al fin en una de sus dedicatorias lo he comprendido.

Se respira en sus distintas fases amor fraternal, el mío; amor de padre, tu maestro (ha pasado a mi memoria la presentación que me hiciste y el humilde estado de su casuca); amor sensual, tal vez raro, el de María Luisa. Acaso me equivoque, no lo desearía.

Reposo no está aquí, se halla en Ronda y su familia se muestra satisfechísima. Yo, por mí, solo puedo decirte sin títulos pomposos que te ofrezco mi más cordial enhorabuena, no con la rutina de las palabras sino con los ardores del corazón de tu hermano.

De muy pronto recibirás mi muy juicio crítico publicado y hoy te remito un cuento. Es al principio de una descripción baezana. Si no te gusta, deséchala, pero no la mires con los ojos del escritor sino con la benevolencia de la amistad. ¡No iguala a la tuya!

¡María Luisa! Y a mi mente viene la mujer idílica por ti comprendida. Me parece verla en un cierrecillo de la Gran Vía. En fin, secretillos de todos y que todos saben.

A todos mis amigos ¡nada! como siempre. A tus padres mi más simpática felicitación, llena de futurismos que les deseo para ver tus obras honra y prez (como diría un romancero) de la intelectualidad granadina.

Prometo un viaje a esa cuando regrese de Murcia. No estoy conforme con el pensamiento de Machado. No te debes ir aún de ahí. En el discurrir de tus pensamientos me ha parecido ver que Granada es un filón, siempre lo fue. ¿Y a qué ir a las desconocidas minas de cobre si tenemos las de brillantes? No y mil veces no. Agota los tesoros granadinos y cuando la fuente comience a secarse ¡vuela! No son consejos. Observaciones solamente. En fin, queridísimo Federico, la aroma de tu libro va embriagando. Casi no puedo seguir escribiendo hasta finalizar la lectura; ella abstrae, parece decir sigue y a ella voy.

Mil gracias por el ejemplar y con todos mis beneplácitos y hasta mi próxima que ha de ser muy pronto reciba nuevamente la ofrenda de cariño de tu más fiel amigo y hermano.

LORENZO

P. D. Muy pronto te enviaré una carta ocupándome sobre el escultor Blay y una interviú que tuve con Maicas de Meer, antiguo amigo mío y que está necio como los compañeros que con él vinieron.

Adiós. ¡Inmortal! ¡¡¡Recibe los lauros de tu fama justa!!!

Veo la particular dedicatoria. Bien, pero ya sabes.

Adiós.

Impresiones y paisajes no se vendió, pese a la buena voluntad de don Federico y las ganas de su hijo por ver convertidos sus manuscritos en letras de molde. Durante décadas los muchos ejemplares que quedaron por vender se guardaron en las estanterías de la Huerta de San Vicente, el último hogar de la familia García Lorca en Granada. Un día de 1972, Eutimio Martín, uno de los mejores estudiosos del autor granadino, fue a visitar a Isabel García Lorca, la hermana menor del poeta. Cuando Martín se queja de que nunca ha podido consultar una primera edición de Impresiones y paisajes, pues no lo encuentra en venta por ningún sitio, Isabel le contesta que el libro «solo lo tienen aquellos a quienes lo hemos regalado o los que lo han robado de la Huerta de San Vicente, donde teníamos un armario con prácticamente toda la edición».10

II

LA LITERATURA

Jesús Ortega

¿Podemos recordar nuestra decisión de querer ser escritores? ¿Se dispone de un instante así en la memoria, la escena epifánica con la que dar sentido al relato propio o, por el contrario, no hubo más que azares y circunstancias, una sedimentación de materiales diversos que en un momento dado adquirieron una forma determinada?

Federico García Lorca experimentó una metamorfosis silenciosa entre los dieciocho y los diecinueve años: comenzó a sustituir la música por la literatura. Puesto que al principio era un secreto, nadie excepto su hermano Francisco lo advirtió. La metamorfosis vino acompañada, no por casualidad, de una fortísima crisis sexual y religiosa; como dice Luis García Montero, las palabras le ayudaron a situar las relaciones de su yo con el mundo y a entender la propia identidad: la escritura como espacio del conflicto.11 En la primavera de 1916, pues, el joven artista rompió a escribir, pero no fue hasta el verano de 1917, en Burgos, durante su cuarto viaje de estudios con el profesor Berrueta, cuando cristalizó en su conciencia la decisión irrevocable de ser escritor.

En vano biógrafos, críticos y estudiosos han rastreado el momento de la epifanía. Si la hubo Lorca no quiso contarla, pero todo indica que aquellas tres melancólicas semanas de agosto de 1917 vividas en la ciudad castellana, a solas con su profesor, cuando los demás integrantes de la excursión ya habían regresado a Granada, terminaron de producirle el «estigma doloroso» de una transformación interior que lo colmó de «verdad y lágrimas». A ello se referiría en una carta a Melchor Fernández Almagro de 1924, la primera y única vez, donde reveló misteriosamente: «Yo estoy nutrido de Burgos». No le aclaró mucho más. Sin describir nada parecido a escenas bíblicas de zarzas ardientes, reconoció a su amigo que durante aquel verano vivió «horas inolvidables que hicieron mella profunda en mi vida de poeta»: la visión evangélica de «la puertaestrecha por donde yo había de pasar para conocerme y conocer mi alma».12

Pero dos años antes, recién ingresado en la universidad, Lorca aún quería o decía que quería ser músico. Durante el bachillerato había recibido la influencia de Antonio Segura Mesa, aquel compositor fracasado que vivía de dar clases particulares de piano y que transmitió al pupilo su fe inquebrantable en el arte. La música fue la primera tendencia artística que empezó a cuajar en el alma de mi hermano, recuerda Francisco García Lorca.13 Había estudiado con fervor el repertorio pianístico decimonónico, Beethoven, Mendelssohn, Schubert, Chopin, Liszt, y en buena lógica romántica, como leemos en uno de sus textos de metamorfosis de 1917, la música era para él el arte por naturaleza, la vía privilegiada de acceso al mundo del espíritu, el lenguaje artístico más puro, «eso que nadie conoce ni lo puede definir, pero que en todos existe».14 Entre los círculos familiares y sociales de la ciudad de provincias se abrió paso la imagen de un pianista con tanto talento como futuro, un muchacho que podría llegar a ser el nuevo Albéniz, decían, pero su padre, desconfiado de la puertaestrecha, obsesionado con darle carrera universitaria, se negó a dejarlo marchar lejos para continuar en serio sus estudios musicales, y Lorca empezó a buscar otros caminos. En abril de 1916 escribió el que se considera su texto literario más antiguo, una prosa titulada «Mi pueblo» que no enseñó a nadie. En mayo murió Antonio Segura Mesa y, con él, cualquier posibilidad de insistir seriamente en la música; en junio Federico se enrolaría en el primero de sus cuatro decisivos viajes universitarios.

Berrueta, el alma de aquellas excursiones, exigía a sus jóvenes pupilos tomar notas escritas sobre los monumentos que visitaban, a modo de trabajos de clase. Esta obligatoriedad de escribir, aunque no de publicar (los escritores oficiales del grupo eran todavía José Fernández Montesinos y Miguel Pizarro —viajes de 1915—, y Luis Mariscal —viajes de 1916 en adelante—), resultó un acicate fundamental para Lorca.

Durante los tres primeros viajes Lorca era percibido nada más que como el músico del grupo: Berrueta utilizaría a menudo su talento de performer para ofrecer veladas musicales en las ciudades que visitaban y agasajar con ellas a anfitriones y autoridades. El muchacho se prestaba encantado, mientras en su interior comenzaba a latir un innombrado deseo mimético con respecto a sus compañeros escritores. La silenciosa metamorfosis siguió produciéndose, pero no alcanzó a su conciencia hasta el 15 de octubre de 1916, al inicio del segundo viaje, esta vez hacia Castilla y Galicia. La fecha se le quedó grabada a Federico, pues un año después, en el manuscrito de «Mística en que se trata de Dios», una de sus piezas de principiante de los meses previos a la publicación de Impresiones y paisajes, escribiría: «Noche del 15 de octubre, 1917. 1 año que salí hacia el bien de la literatura». Imposible no reparar en la connotación caballeresco-quijotesca de esta salida. La identificación entre la caballería andante, la vocación del artista romántico y la defensa de la figura de Cristo es un rasgo común a este («Caballeros andantes de tu bien seremos los pocos que te amamos») y otros textos primerizos de Lorca, como ha demostrado Eutimio Martín,15 y se proyecta como una sombra sobre gran parte de su poética.

El 8 de noviembre de 1916 el grupo ya estaba de regreso en Granada y, para entonces, el viaje exterior, el de la contemplación de las iglesias, los monumentos y los paisajes, había desencadenado en Lorca el otro viaje interior hacia el deseo y la voluntad de escribir. Tras una serie de tanteos discontinuos, recuerda su hermano Francisco, a comienzos de 1917 se lanzó definitivamente a la escritura. Fue el inicio de una producción incesante, un «llenar cuartillas sin cuento» de «disquisiciones fantástico-poéticas en prosa» a las que se entregaba sobre todo de madrugada16 y de las que, entre la cautela y la clandestinidad, no hacía partícipe a nadie.

Algunas de estas prosas estaban vinculadas con los viajes de Berrueta e irían a parar, con más o menos modificaciones, a Impresionesy paisajes. Pero la mayoría trataban de su vida íntima y eran elucubraciones no pensadas para su publicación, más bien un largo y trabajoso borrador con numerosas ideas clave de su poética romántica de entonces,17 atravesadas de atormentadores dualismos: la lucha de la carne contra el espíritu, del individuo contra la sociedad, de Cristo contra la Iglesia católica.

En febrero de 1917 se animó a publicar su primer trabajo literario, un homenaje a Zorrilla, en el Boletín del Centro Artístico. Entre abril y junio el grupo de Berrueta inició el tercero de los viajes con Lorca, y, aunque es la salida de la que menos información se dispone, sabemos que se repitieron la parada en Baeza, el encuentro con Antonio Machado, los conciertos de piano del músico del grupo. Tras el regreso a Granada, a finales de junio, Federico escribió su primer poema. El 15 de julio el grupo emprendió el que sería el cuarto y último viaje, el más fecundo de todos, el que marcaría no solo su decisión de ser escritor, sino una lúcida toma de conciencia de la poética propia, que tendría como consecuencia su separación de los modelos culturales y literarios de Berrueta.18

En esos días Lorca se sumó a la condición de escritor-cronista del grupo, y publicó cinco artículos en el Diario de Burgos: «Notas de estudio. La ornamentación sepulcral» (31 de julio); «San Pedro de Cardeña. Paisaje» (3 de agosto); «Las monjas de las Huelgas» (7 de agosto); «Divagación: las reglas de la música», primer intento de clarificación de sus ideas sobre el arte (18 de agosto); y «Mesón de Castilla» (22 de agosto). Excepto el ensayo sobre estética musical, el resto de los textos, con numerosos cambios, irían a parar a Impresiones y paisajes. La decisión de publicar un libro que apuntalase su nueva condición estaba tomada. La anunció al final del artículo del 3 de agosto: «Para el libro en preparación Caminatas románticas por la España vieja, prologado por el señor Berrueta». Lorca volvería a recordarlo al final de su artículo del 22 de agosto, pero suprimió románticas del título y toda alusión a su profesor.

¿Qué sucedió entre la publicación de uno y otro artículo? Lorca se había quedado solo en Burgos con Berrueta, como hemos dicho, pues fue el único de los alumnos que tuvo dinero para costear tres semanas más de viaje. No hay apenas información sobre aquellos días. No disponemos de cartas a su familia, excepto las de los días 1 y 17 de agosto, donde se muestra orgulloso de los artículos que ya ha publicado y que publicará, pero sí sabemos que Federico veló armas19 durante aquellas semanas como caballero andante de la literatura, es decir, decidió hacerse escritor, estableció las bases de su poética literaria, anunció la pronta conversión de sus notas de viaje en un libro y ahondó definitivamente en su proceso de autoconocimiento, con el telón de fondo de su crisis existencial. Una fotografía tomada unos días antes, a finales de julio, en el llamado compás de afuera del monasterio de las Huelgas, muestra al Federico que nos gusta imaginarnos durante las semanas siguientes, solitario, reflexivo, empequeñecido entre las imponentes arquitecturas góticas de la torre del monasterio que se alzan como emblemas de sus graves disquisiciones.

A principios de septiembre, ya en Granada, la noticia de su conversión a la literatura fue bien recibida, sobre todo entre los artistas de la tertulia del Rinconcillo. Siguió trabajando en Impresiones y paisajes