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La adversa fortuna de don Álvaro de Luna, de Antonio Mira de Amescua, relata una conspiración en la que participó el marqués de Santillana contra don Álvaro de Luna, el hijo ilegítimo del copero mayor de Enrique III. Álvaro de Luna entró en la corte castellana como doncel de Juan II de Trastámara con el apoyo del Papa Benedicto XIII. Más tarde fue condestable de Castilla y representó a un poder real, aliado de la burguesía urbana, al que se enfrentaron la oligarquía castellana y los infantes de Aragón. La contienda fue larga y cruenta, el condestable sufrió el destierro dos veces (1427 y 1441). Aunque Álvaro de Luna apoyó la boda del rey Juan II con Isabel de Portugal. La nueva reina conspiró para que el rey lo detuviese. El 4 de mayo de 1453, durante la estancia de la corte en Burgos, Álvaro de Luna fue detenido por orden de la reina. Álvaro, que en estos momentos poseía uno de los ejércitos más poderosos de España, no ofreció resistencia y confió en la palabra del rey de que respetaría su vida y bienes. El 2 de junio de 1453, tras un breve juicio, fue ejecutado y su cadáver enterrado en una fosa destinada a los criminales. En 1658 el Consejo de Castilla lo declaró inocente de las acusaciones por las que había sido condenado.
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Antonio Mira de Amescua
La adversa fortuna de don Álvaro de LunaEdición de Vern Williamson
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La adversa fortuna de don Álvaro de Luna.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-527-2.
ISBN rústica: 978-84-9816-092-5.
ISBN ebook: 978-84-9897-567-3.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La historia política real 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 89
Libros a la carta 131
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
Esta obra relata una conspiración en la que participó el marqués de Santillana contra don Álvaro de Luna, el hijo ilegítimo del copero mayor de Enrique III. Álvaro de Luna entró en la corte castellana como doncel de Juan II de Trastámara con el apoyo del Papa Benedicto XIII.
Más tarde fue condestable de Castilla y representó a un poder real, aliado de la burguesía urbana, al que se enfrentaron la oligarquía castellana y los infantes de Aragón. La contienda fue larga y cruenta, el condestable sufrió destierro dos veces en 1427 y 1441.
Aunque Álvaro de Luna apoyó la boda del rey Juan II con Isabel de Portugal, la nueva Reina conspiró para que el rey lo detuviese. El 4 de mayo de 1453, durante la estancia de la corte en Burgos, Álvaro de Luna fue detenido por orden de la Reina. Álvaro, que en estos momentos poseía uno de los ejércitos más poderosos de España, no ofreció resistencia y confió en la palabra del rey de que respetaría su vida y bienes.
El 2 de junio de 1453, tras un breve juicio, fue ejecutado y su cadáver enterrado en una fosa destinada a los criminales. En 1658 el Consejo de Castilla lo declaró inocente de las acusaciones por las que había sido condenado.
Mira de Amescua escribió teatro marcado por Lope de Vega, acumulando numerosos personajes y acciones en una misma comedia. Sus argumentos son complicados y su estilo pretende la ornamentación del culteranismo.
Alcalde de Trujillo
Álvaro de Luna, privado
Catalina, Infanta de Castilla
Conde de Benavente
Criados
Embajador de Portugal
Enrique, infante de Aragón
Grandes de España
Hernando Robles
Isabel, Reina
Juan de Silva
Juana Pimentel
Linterna, gracioso
Morales
Músicos
Nuño
Rey, Juan II de Castilla
Secretario
Soldados
Vivero
Zúñiga
(Salen Robles y Nuño.)
Robles Seas, Nuño, bien venido
a los reinos de Castilla,
de los piélagos de oriente,
de aquellas fértiles islas
del Mar Tirreno. Después
que, capitán en Sicilia,
dejaste a España, no tienen
el estado que solían
las cosas. El rey es hombre;
a empresas grandes se inclina.
Niño le dejaste, ya
conocerle no podrías
a verle sin majestad,
y la diferencia misma
en don Álvaro hallarás.
Otro es ya; mas tanto priva
con el rey como merece.
Consérvele Dios la dicha.
Y pues la Naturaleza
se mostró pródiga y rica
en sus partes, la Fortuna
a sus pies esté rendida.
Muchos títulos no quiso,
muchos cargos, que podían
hacerle rico, no acepta.
¿Qué varón hay que resista
su mismo aumento? Éste solo
se niega al bien y porfía
con acciones militares;
venciendo huestes moriscas
las honras quiere ganar
a que el amor le convida,
y aunque resistió gallardo
al rey de Navarra, el día
que a Castilla pasar quiso
sus banderas enemigas,
merced ninguna ha aceptado
hasta verse en la conquista
de Granada, donde piensa
dilatar la Andalucía.
Viudo está, ya lo sabrás,
porque murió doña Elvira
Portocarrero, que fue
del señor de Moguer hija.
El rey, al fin, como sabes,
casó con doña María,
hija del rey de Aragón,
y las bodas en Medina
se celebraron; y agora
esa grandeza que miras,
ese pasmo de los hombres,
esa pompa y bizarría,
ese concurso que ves
en San Pablo, es que bautizan
al príncipe don Enrique,
que en las amenas orillas
de Pisuerga le ha nacido
de este matrimonio. Digan
los críticos las señales
con que los cielos avisan
revoluciones o aumentos
de esta feliz monarquía.
Tres padrinos, tres señores,
han de sacarle de pila.
Don Alonso Enríquez es
uno de ellos, sangre altiva
del mismo rey, gran señor
y almirante de Castilla.
El adelantado es otro;
ya sabes que se apellida
Sandoval, y Diego Gómez
ordinariamente firma.
Es don Álvaro de Luna
el tercero; no imaginan
a este propósito mal
políticos estadistas.
Dicen que los dos oficios
a don Enrique apadrinan,
y falta el de condestable
que quedó de las rüinas
de Ruy López, y que agora
querrá el rey que se lo pida
don Álvaro, porque así
en este bautismo sirvan
los tres oficios, que son
ya, Nuño, tienes noticias:
almirante, condestable
y adelantado. La grita
y aclamaciones del vulgo
parece que nos avisan
que salen ya de la iglesia.
De este lado te retira
o acompañemos también
la soberana familia
del rey, para ver despacio
lo que tanto nos admira.
(Salen todos del bautismo: don Álvaro con un ropón y el niño, a sus lados almirante y adelantado, y el rey por otra puerta para recibir al niño. Tocan chirimías.)
Rey ¿Cómo traéis al príncipe?
Álvaro Cristiano
del gremio de la Iglesia, y con la risa,
como el alma es aliento soberano,
su oculto regocijo nos avisa;
tal, en florido abril, clavel temprano
muestra, rascando la sutil camisa,
en las hojas, que son esfera breve,
unas listas de sangre, otras de nieve.
Cuando desnudo infante se miraba,
con un ceño arrugó la hermosa frente,
de lágrimas los ojos coronaba,
mayorazgo de Adán inobediente;
y apenas del primer borrón se lava
cuando, puesto el capillo transparente,
alado serafín nos parecía
que del trono de Dios se desasía.
El mismo, ya su rostro serenado,
a la vela se asió con tal denuedo,
que apenas de su mano la ha quitado
confuso el Arzobispo de Toledo.
Acuérdome que un ángel vi pintado
alumbrando, al hacer la cruz de Oviedo,
al artífice; hoy vi su semejante
en este cielo de quien soy Atlante.
Por edades se cuente, y no por años,
su dichoso vivir y tú le veas
conquistando los reinos más extraños,
gallardo Anquises de este nuevo Eneas.
No atienda a los mortales desengaños,
entre las garras pálidas y feas
de la muerte, hasta ver cómo desata
la prudente vejez hebras de plata.
Alégreste de ver que excede y pasa
su edad a la del Fénix matizado
que, en árabes aromas hechas brasa,
su cuna y su sepulcro ha fabricado.
En éste, ya del Sol célebre casa,
de tus nietos te mires rodeado,
que con esto, señor, parecerías
al año con sus meses y sus días.
En tus armas coloque la Granada
más hermosa del mundo; Enrique sea
quien aquella república cerrada
con flor de nácar en tu escudo vea;
que agora de turbantes coronada
su pálida corteza abrir desea,
mostrando por rubís y hermosos granos
racimos de valientes castellanos.
Este pimpollo de tu ilustre copa
a Castilla dilate los extremos;
piélagos surque en atrevida popa
cuantos ocultos a los mapas vemos;
y revienten los límites de Europa
hasta que en Asia la Mayor llamemos,
a pesar de los bárbaros alfanges,
Guadalquivir al Tigris, Tajo al Ganges.
Rey Denle el cielo y la Fortuna
esa edad y ese trofeo,
que yo lo mismo deseo
a don Álvaro de Luna.
Si el gran Filipo decía
cuando Alejandro nació,
que el cielo dicha le dio
porque en el tiempo nacía
de Aristóteles, y diestro
en la virtud peregrina
bebería la doctrina
de tan divino maestro,
lo mismo digo, que un rayo
será el príncipe temido,
pues en el tiempo ha nacido
que os podrá tener por ayo;
y aprenderá cada día
con ejemplos singulares
las acciones militares
y cristiana policía.
Álvaro A tanta satisfacción
el alma se rinde ya.
Rey Condestable, bueno está.
Álvaro Esas palabras no son
señor, las que os he pedido.
¿Nuestro concierto, qué fue?
¡Condestable yo! ¿Por qué,
si a los moros no he vencido?
Rey Esa modestia es bizarra,
como lo fue esa cuchilla
que retiró de Castilla
las banderas de Navarra.
Mayor victoria es vencer
un rey cristiano que un moro.
Vuestros méritos no ignoro.
Si bautizó el chanciller
a don Enrique. es razón
que le hayan apadrinado
almirante, adelantado
y condestable, que son
los cuatro oficios supremos
de Castilla. Condestable,
vuestra modestia no hable
y porque os cansáis, andemos.
(Sale Linterna de capigorrón.)
Robles Andar.
Linterna No andar, gran señor,
deténgase, que no es río.
Atrevimiento es el mío,
pero discúlpalo amor.
Los sabios debemos ser
audaces con cortesía.
Yo soy de la astrología
el primero hombre, el primer
conocedor de los cielos;
un signo soy desatado
del zodíaco, he vagado
por trópicos, paralelos,
rumbos, climas, epiciclos,
polos, astros, horoscopos,
garamantos y galopos,
horizontes y horiciclos.
Mi fama ha de ser eterna;
luz y guía soy del hombre,
y por aquesto es mi nombre
el licenciado Linterna.
He sido levantador
de este admirable portento
al dichoso nacimiento
del príncipe, mi señor.
(Saca un papel muy grande. Dáselo al rey.)
Veráse en esta figura
cuanto le ha de suceder.
Rey Émulo no debe ser
de su criador la criatura.
Lo que Dios ha reservado
para sí, no ha de inquirir
el hombre, ni debe oír
el próvido y recatado
los sucesos que revela
la judiciaria. Si son
adversos, dan aflicción,
su noticia desconsuela;
si son prósperos nos dan
vanagloria y confianza,
y si después hay mudanza
en los casos y no van
sucediendo de ese modo,
más nos afligen, y así
nunca estas figuras vi.
Solo Dios lo sabe todo.
[Rómpele el papel.] Suya es la muerte y la vida;
Él alcanza lo futuro.
Ni esto es cierto ni seguro.
La ciencia humana es fallida.
Ningún prognóstico leo,
ni tengo crédito de él,
pero aunque rompí el papel,
tomad por el buen deseo.
(Dale una cadena.)
Linterna Vivas más que el que no muere,
Fénix raro; mas no es justo
adivinar sin tu gusto,