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En La mesonera del cielo Mira de Amescua dramatiza la leyenda del ermitaño Abraham visitado por tres ángeles, en una encarnizada contienda entre el ascetismo y el amor. Fragmento de la obra Jornada primera (La escena es en Alejandría.) (Salen Abrahán, de galán, y Pantoja, de lacayo.) Abrahán: Esto ha de ser. Pantoja: ¿Es posible que en el día de tus bodas des en este disparate? Abrahán: No me repliques, Pantoja, que el casarme es desacierto. Pantoja: ¡Por Dios, señor! Que la novia puede armarse de paciencia, pues para verter aljófar no ha menester este día tratar ajos ni cebollas, porque a verter margaritas tu desaire la ocasiona. ¿Qué has visto en ella que así, cuando está hecha la costa, la gente junta, amasado el pan blanco de las tortas, guisado el carnero verde, sazonadas las albóndigas, rellenos los pavos reales, asada la tierna corza, las perdices y conejos, los francolines y tórtolas, y todo tan en su punto que a la más cartuja monja despertara el apetito a que sin melindre coma, tú, necio, dejarla intentas? De que así te hable perdona, que la locura en que has dado obliga a que se haga tonta la mayor cordura. Dime ya que a aquesto te acomodas, ¿por qué quieres que yo pague sin haber pecado en cosa tu disparate y locura?
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Antonio Mira de Amescua
La mesonera del cielo y ermitaño galánEdición de Vern Williamsen
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La mesonera del cielo y ermitaño galán.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-097-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-574-1.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 45
Jornada tercera 89
Libros a la carta 145
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
Abrahán, galán
Pantoja, gracioso
María, dama, sobrina de Artemio y de Abrahán
Alejandro, galán
Lucrecia, esposa de Abrahán y cuñada de Artemio
Artemio, viejo, hermano de Abrahán
Leonato, caballero
Mardonio, caballero
Demonio
Álvarez, vejete
(La escena es en Alejandría.)
(Salen Abrahán, de galán, y Pantoja, de lacayo.)
Abrahán Esto ha de ser.
Pantoja ¿Es posible
que en el día de tus bodas
des en este disparate?
Abrahán No me repliques, Pantoja,
que el casarme es desacierto.
Pantoja ¡Por Dios, señor! Que la novia
puede armarse de paciencia,
pues para verter aljófar
no ha menester este día
tratar ajos ni cebollas,
porque a verter margaritas
tu desaire la ocasiona.
¿Qué has visto en ella que así,
cuando está hecha la costa,
la gente junta, amasado
el pan blanco de las tortas,
guisado el carnero verde,
sazonadas las albóndigas,
rellenos los pavos reales,
asada la tierna corza,
las perdices y conejos,
los francolines y tórtolas,
y todo tan en su punto
que a la más cartuja monja
despertara el apetito
a que sin melindre coma,
tú, necio, dejarla intentas?
De que así te hable perdona,
que la locura en que has dado
obliga a que se haga tonta
la mayor cordura. Dime
ya que a aquesto te acomodas,
¿por qué quieres que yo pague
sin haber pecado en cosa
tu disparate y locura?
Abrahán Pésame que así te opongas
a mis intentos. ¿En qué
se marchitan y malogran
los tuyos?
Pantoja ¿En qué, preguntas?
La respuesta no es muy honra:
El tiempo que te he servido,
años, meses, días y horas,
con esperanza he pasado,
si bien con hambres famosas,
de verme harto este día.
Y agora que era forzosa
la ocasión de ver cumplido
mi deseo, te alborotas
y das en esta locura.
Déjame, señor, que coma,
y que salgan de mal año
las tripas y las alforjas
del cuajo, y partamos luego
a las indias más remotas,
a los senos más incultos,
a las más tristes mazmorras,
a las más secretas cuevas,
a las más hondas alcobas,
a los sótanos más fríos,
a la más cálida zona,
a la Escitia más helada,
a la ribera más sorda
del Nilo, a Chipre, a Cantabria,
a Jerusalén, a Roma,
y adonde quisieres vamos
en comiendo; mas agora
has de saber que a las tripas
he soltado las alforzas,
y están, sin mentir en nada,
con una hambre canóniga,
pues canónigos parecen
en la hambre y en la cola.
Abrahán ¡Qué gustes de disparates,
cuando yo a mayores cosas
me dispongo! Si pretendes
seguirme, no te hagas roca
a mi intento, que esta hartura
se acabará en horas cortas,
y te hallarás más hambriento
cuando se acabe la boda.
Si quieres seguir mis pasos
ven conmigo y no interpongas
razones disparatadas,
porque con ellas malogras
el tiempo que estoy perdiendo,
que el tiempo es cosa preciosa,
y el tiempo una vez perdido
es tiempo y nunca se cobra.
Pantoja Pues, no perdamos el tiempo;
sino gocemos agora
el tiempo de la comida,
y prevendremos la alforja
con vino y pan, y entre el pan
llevaremos unas lonjas
con que pasemos el tiempo;
porque caminar sin bota
y sin pan, y más a pie,
es la cosa más penosa
que «Alivio de caminantes»
escribe en todas sus hojas.
Abrahán Quédate, pues, que ya está
muy cansada tu persona.
Pantoja Oye un poco, por tu vida.
Abrahán ¿Qué quieres?
Pantoja ¿No es muy hermosa
la señora novia?
Abrahán Sí.
Pantoja ¿No es muy discreta?
Abrahán Es Belona.
Pantoja ¿No es compuesta?
Abrahán Y muy compuesta.
Pantoja ¿No es santa? ¿No es virtuosa?
¿No es recogida? ¿No es noble?
¿No es más que Lucrecia y Porcia?
¿No es un jardín de virtudes,
y otras trescientas mil cosas?
Abrahán Más es de lo que encareces.
Pantoja Pues si es más, ¿por qué remontas
el juicio y das en ser loco?
Abrahán Antes soy cuerdo.
Pantoja No abonas
tu disparate con eso,
que siendo novia de novias,
siendo de honradas la honrada,
siendo de hermosas la hermosa,
siendo de nobles la noble,
y siendo, al fin, entre todas
la más cuerda (aunque de lana
son las mujeres de agora).
Dejarla de aquesta suerte
son ocasiones forzosas,
con cabes tan de a paleta,
a que diga la más boba...
o el más bobo de estos tiempos,
si es que ya bobos se forjan;
mas ya no hay que buscar bobos,
que el más tonto se transforma
en lince y en basilisco
en esto de quitar honras...
y así dirá, como digo,
el que no tuviere boca,
que has entrado en el jardín
a cobrar las olorosas
flores que respiran ámbar,
y que en vez de coger rosas,
azucenas y claveles,
maravillas y amapolas,
hallaste violetas solo;
porque alguna vez entre otras,
por llegar otro primero
deshojó la flor hermosa,
y cuando llegaste tú
hallaste el tronco sin hojas.
Abrahán Calla, ignorante, no digas,
aunque sea de burlas, cosa
tan loca y disparatada,
con infamia tan notoria;
que presumir de Lucrecia
lo que pronuncia tu loca
lengua, necia y maldiciente,
será decir que las zonas,
círculos y paralelos
por donde gira el antorcha
que con sus rayos alumbra
las más ocultas alcobas,
siendo de zafir brillante
son de materia arenosa;
que el monte rígido es valle;
que el valle es monte, que toca
con sus empinadas puntas
a la célebre corona
de Ariadna; que es el fuego
cristal puro, y que en sus ovas
se esconde el plateado pece;
y que las aguas que brotan
de fuentecillas humildes
son fragua en que se acrisola
el oro puro de Arabia;
que la enfermedad engorda;
que el Sol hiela; que calienta
el hielo; que nunca brotan
las plantas con el verano,
y que el estío no agosta
los pimpollos que el abril
vistió de lozana pompa.
Y así deja necedades,
que quien desenvuelto toca
en el honor de Lucrecia,
a mí me agravia y deshonra.
Pantoja Pues, ¿por qué quieres dejarla?
Abrahán Porque una belleza estorba
servir a Dios, y que suba
al monte, donde se gozan
las contemplaciones altas
que el pensamiento remonta
a la eternidad de Dios
y a la esencia de su gloria.
Que tengo por imposible
que quien sirve a dos personas
pueda acudir a un tiempo
a la una y a la otra.
Este mar del matrimonio
tiene al principio las olas
lisonjeras y apacibles.
Suave el céfiro sopla.
La nave, que es la mujer,
ostenta las jarcias todas
compuestas y pertrechadas,
mesana, trinquete y popa.
Toca el clarín amoroso,
con gusto se zarpa y boga,
todo es placer y alegría.
Pero si el mar se alborota,
si hay borrasca y vendavales,
si hay viento y maretas sordas,
si hay huracán descompuesto,
no hay piloto que componga
las velas ya maltratadas,
ni las demás jarcias rotas.
Ya en esta sirte se encalla,
ya topa en aquella roca,
ya no hay áncora que aferre,
porque no alcanza la sonda
de la paciencia aunque tenga
brazas muchas; ya amontonan
rigores contra el piloto
las espumas caudalosas
del cuidado de los hijos
y de las galas y joyas
de la mujer; y atendiendo
a éstas y otras muchas cosas,
es imposible acudir
a la obligación forzosa
de servir a Dios; y así
pretendo que la memoria
se ocupe en cosas eternas
y olvide las transitorias.
Demás de esto hay cosas muchas
que a los hombres apasionan,
y si al principio no huyen,
no hay dejarlas aunque corran.
Que es tal árbol la mujer
que quien se duerme a su sombra,
cuando despierta del sueño,
más penas que gustos goza.
Y si ausentarse pretende,
y lo ejecuta, no importa,
que es la memoria verdugo
que atormenta y acongoja.
Esto, Pantoja, me obliga
a no aguardar a las bodas,
que si aguardo a poner vengo
el fuego junto a la estopa;
y el soplo de la ocasión,
con ternezas amorosas,
es alquitrán poderoso
que tala, abrasa y destroza
los pensamientos más castos,
y encendido, aunque se pongan
estorbos, no hay quien apague
los incendios de esta Troya.
Amor y Ocasión son fuego;
yo soy ciega mariposa,
y tocando al fuego es fuerza
quemarse una vez u otra.
Esto me obliga a ausentarme,
esto me incita a que corra,
esto me mueve a que huya
y esto me anima a que ponga
tierra en medio; que el huir
de ocasiones amorosas
es la mayor valentía
y el vencerse gran victoria.
(Vase.)
Pantoja Aguarda, no te apresures,
detén el paso, no corras,
que pareces fiera herida
de saeta venenosa.
Él se va y acá me deja.
¡Señor! Ya voy por la alforja,
ya voy por las alpargatas,
presto vuelvo con la bota.
No te vayas tan ligero,
que si vas tan por la posta
es imposible seguirte,
porque estoy lleno de ronchas,
y es menester que un barbero
me saque cuatro mil onzas
de sangre, pues son verdugos
de venas que no están rotas.
Él se fue, ya no parece;
mejor es llamar la novia
que gente tras él envíe,
y en comiéndonos la boda,
si quiere ser ermitaño
—aunque en mí es acción impropia—
si él fuere el padre Abrahán,
seré el hermano Pantoja.
¡Lucrecia, señora mía!
¡Plegue a Dios que me respondas!
¿Oyes, Lucrecia? ¡Ah, Lucrecia!
¡Por Cristo! Que se hace sorda,
cuando es de mucha importancia
que me escuche y que me oiga
siquiera tres mil palabras.
(Sale Lucrecia.)
Lucrecia ¿Quién me llama?
Pantoja Yo, señora,
te llamo y doy estas voces.
Lucrecia ¿Para qué?
Pantoja Para que pongas
haldas en cinta, y que partas
más ligera que una onza,
más suelta que un cabritillo,
más veloz que una paloma,
más ágil que un ciervo herido,
más que fugitiva corza,
más que liebre entre los perros,
más que la acosada zorra,
más que un ladrón cuando huye
de alguaciles que lo acosan,
más que un sacre tras la garza
que a los cielos se remonta,
más que el viento...
Lucrecia ¡Calla, necio!
O di lo que te ocasiona
a llamarme y suspenderme.
Pantoja Digo, señora, que importa
que sin dilatarlo un punto
tomes yeguas, tomes postas,
y tras de Abrahán, tu esposo,
vayas luego, que la mosca
le ha picado, y por no verte
se va a vivir entre rocas.
Lucrecia ¿Qué dices?
Pantoja Lo que me escuchas,
y si te tardas una hora
será imposible alcanzarle,
que si en el monte se embosca
no ha de haber perro de muestra
que tope con su persona,
ni de la cueva sacarle
podrán cuatro mil huronas.
Esto pasa, esto te digo,
y pues la verdad no ignoras,
haz diligencia apretada
para acabar de ser novia,
que si te quedas así
dirá la Tebaida toda
que novia en jerga te quedas
sin ir al batán la ropa.
Yo voy siguiendo tus pasos,
que aunque parte sin alforjas,
para comprar pan y vino
se deshará de una joya.
(Vase Pantoja.)
Lucrecia Oye, Pantoja amigo,
no [vas] tan presuroso.
Detén el curso al paso diligente,
y pues eres testigo
de que se va mi esposo,
y permite mi suerte que se ausente
donde tenga por gente
peñascos y panteras,
mi amor me da ligeras
alas para seguirle;
y ya que vas, camina y ve a decirle
que en tan forzoso lance
alas me presta amor con que le alcance.
Arroyuelos ligeros
hinchad vuestros raudales,
no hagáis puente de plata a mi querido.
Afilad los aceros
en líquidos cristales,
y si prisión de hielo os ha oprimido,
lo que cárcel ha sido
del escarchado enero
rompa el mayor lucero,