No hay burlas con las mujeres - Antonio Mira de Amescua - E-Book

No hay burlas con las mujeres E-Book

Antonio Mira de Amescua

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Beschreibung

No hay burlas con las mujeres es una divertida comedia de Antonio Mira de Amescua donde el tema central es la defensa del honor por parte de la mujer. En No hay burlas con las mujeres, la protagonista, doña Arminda, se venga de Lope —su antiguo amante, que la ha engañado hablando de amor con otra— matándolo de un disparo.

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Antonio Mira de Amescua

No hay burlas con las mujeresEdición de Vern Williamsen

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: No hay burlas con las mujeres.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9953-546-3.

ISBN rústica: 978-84-96428-88-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-588-8.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 45

Jornada tercera 89

Libros a la carta 127

Brevísima presentación

La vida

Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.

De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.

Personajes

Don Jacinto, galán

Don Diego, galán

Don Lope, galán

Don García, galán

Arminda, dama

Laura, dama

Lucía, criada

Don Pedro, viejo

Moscón, lacayo gracioso

Jornada primera

(Salen don Lope y don Jacinto.)

Lope Ni a mi amor ni a mi lealtad

debes tan cauto retiro,

cuando en tu semblante miro

indicios de novedad;

que no es amigo perfeto

quien de su amigo recela

con ardid y con cautela

el alma de algún secreto.

Esta tristeza me admira,

pues si a la pena te dejas

los labios callan las quejas

y el corazón las suspira.

¿Tienes amor?

Jacinto No es amor

esta congoja que siento.

Lope Pues, ¿qué tienes?

Jacinto Un tormento

que me toca en el honor.

Por eso, de mi cuidado

no te doy parte; que ha sido

malo para referido

y bueno para callado.

Y tanto más el pesar,

y la congoja, atormenta,

cuanto es forzoso que sienta

sin poderse declarar;

que en alma de dolor llena,

por más que su mal se aumente,

no es pena la que se siente,

la que no se dice es pena.

Lope No sé que de tanto amor

como profesamos crea

que haya recato, aunque sea

en las materias de honor.

Pues, si un alma habemos sido,

en un alma es vano intento,

dejándola el sentimiento,

querer quitarla el sentido.

Hoy, si bien se considera,

me parece más suave

una pena que se sabe

que una pena que se espera,

porque viene a padecer,

quien su mal ha conocido,

la pena sola que ha sido

y no cuantas pueden ser.

Y así juzgo más agravio,

y más causa a mis enojos,

que lo que dicen tus ojos

me esté negando tu labio.

Jacinto Tanto, don Lope, me aprieta

tu razón y tu amistad

que fiaré de tu lealtad

toda mi pena secreta.

Ya sabes, don Lope, amigo,

que de Madrid partí a Flandes

trocando ocios de la corte

por estruendos militares.

Llegué contento a Bruselas,

besé la mano al Infante

—bizarra envidia de Adonis,

fuerte emulación de Marte—

que correrán sus hazañas

escritas por las edades

con las plumas de la Fama

en limpio bronce y diamante,

sin que borran las memorias

de sus hechos inmortales

la envidia para ofenderle

ni el tiempo para olvidarle.

Señalóme en la campaña

los gloriosos estandartes

en que militamos juntos

los dos, y en que profesaste

conmigo tanta amistad

que eran las dos voluntades

un solo gusto, una vida,

un aliento y una sangre;

porque un alma nos regía

dividida en dos mitades,

y nos juntaba una estrella

con unión inseparable.

Allí vivimos tres años

tan sin conocer pesares

entre las balas y picas,

entre las trompas y el parche,

que solo era nuestra guerra

el descanso de las paces,

y nuestro divertimiento

los ejercicios marciales,

cuando me vinieron nuevas

de la muerte de mi padre

y fue forzoso que a España

me partiese y te dejase

para acudir brevemente

a negocios importantes

de mi herencia y dar estado

a Arminda mi hermana, al áspid,

a la muerte que me ahoga

y el veneno que me trae

sin vida; que es gran desdicha

que a un bien nacido no baste

guardar el honor en sí,

siendo malo de guardarse,

sino que leyes injustas

le obliguen a conservarle

en una hermosura libre,

en un depósito frágil,

en una hermana, cristal

que se empaña al primer aire.

Llegué a Madrid. Recibióme

con apacible semblante

mezclando risas y llanto,

alegrías y pesares

de mi gustosa venida

y memorias de su padre;

que aun en los más duros pechos

es forzoso, al acordarse

sentimientos que se fundan

en causas tan naturales,

humedecerse los ojos

y el corazón ablandarse.

Vivíamos de esta suerte

no hermanos ya sino amantes;

que crece mucho el amor

con el lazo de la sangre,

cuando en la serenidad

se levantan huracanes

de recelos a mi honor,

borrascas que me combaten,

peligros que me amenazan

con furiosas tempestades,

que en los golfos de la honra

zozobra toda la nave.

Lope (Aparte.) (¡Cielos! ¿Qué es esto? ¿Si acaso

don Jacinto entiende o sabe

que a Arminda, su hermana, adoro,

y que con su fuego arde

en gustoso sacrificio

sobre sus limpios altares

mi corazón amoroso,

mi pecho siempre constante?)

Jacinto En sus dos ojos leía

alguna viveza fácil,

algún cuidado que nunca

sabe bien disimularse,

sin que el recelo y cautela

pudiese bien informarme

de esta llama que sentía,

de este incendio tan cobarde

que por más que le malicio

pude menos apurarle.

Hasta que advirtiendo atento

con más cuidadoso examen

he visto que don García...

(Aparte.) (No sé cómo declararme

sin que las voces del labio

el rostro en colores pague...)

Lope ¿Qué dices?

Jacinto Que don García

de Meneses por la calle

alrededor de mi casa

y aun en mis propios umbrales,

como loca mariposa

la llama ronda agradable,

la luz festeja apacible,

la antorcha mira suave,

dando tornos al peligro

en que llegará a quemarse,

si mis recelos apuro

y si a luz mi verdad sale;

porque a uno y otro alevoso,

a uno y otro loco amante,

seré rayo que consuma,

seré veneno que acabe,

seré relámpago ardiente,

seré furia, seré áspid,

seré flecha que derribe,

y seré incendio que abrase.

Quédate con Dios, don Lope,

que yo quiero, vigilante,

en la fuerza de mi honor

asistir atento alcaide.

(Vase don Jacinto.)

Lope ¿Qué es esto que escuché? ¡Cielos!

¿Son sueños o son verdades,

son engaños del sentido

o son desengaños? Males,

¿Para qué venís tan juntos

si no pretendéis matarme,

si no queréis consumirme

con tan rigurosos lances?

¿Arminda ingrata me ofende?

¿Y don García es su amante?

Su hermano mismo lo dice;

yo lo escucho, y él lo sabe.

¿A dos engañas a un tiempo

¡Oh, mal hayan las beldades

que buscan a su belleza

un apoyo en cada amante!

¡Y mal haya la hermosura

que nació para ser fácil!

¡Mal haya quien su amor pone

en bellezas tan mudables;

que más que el fuego ligeras,

que más que el aire inconstantes,

que más que el agua engañosas

vencen agua, fuego y aire!

¿Estas son tantas caricias?

¿Estos son tan agradables

favores como me dijo

aquel basilisco ángel?

¿Estos seis meses de amor

en que escuché voces tales,

promesas de fe tan pura,

ternuras de amor tan grandes,

mentiras tan aparentes,

tan gustosas falsedades,

que a pesar de mis desvelos

pudieron asegurarme?

Pero yo haré, bella ingrata,

que tantas ofensas pagues,

que tantos engaños sientas,

que tus mentiras se aclaren,

que tus memorias se borren,

que se admiren mis verdades,

que se sosieguen mis penas,

si es que pueden sosegarse.

Y sepa el mundo que he sido

el más desdichado amante

que en las memorias del tiempo

han escrito sus anales,

para que los hombres todos

en mi amor se desengañen

que no hay fe correspondida,

y que no hay lealtad constante.

(Vase. Salen Arminda, dama, con un papel en la mano y Lucía, criada.)

Arminda ¿Qué intenta don García

con tan loca porfía,

pues los atrevimientos

desbaratan y no ayudan sus intentos?

Que pensar ser amado

a pura diligencia del cuidado,

si la estrella no inclina,

es violentar la parte más divina

que en nuestros pechos generosos mora.

Si a don Lope gallardo mi alma adora,

si un alma a los dos rige, y un aliento,

si somos una vida, un sentimiento,

¿cómo quiere atrevido

dejar vida faltándole el sentido?

¿Y cómo sus razones

podrán dejar un alma sin acciones?

Lucía Señora, no te ofende

quien su amor puro descubrir pretende;

que cuando no se mire bien querido,

es halago a la pena ser oído,

y ninguno en sus males se condena

a negarse el alivio de su pena;

pues cuando sus intentos no adelante,

se alienta con que sepan que es amante.

Arminda Antes de tus razones bien infiero

que no es amante fino y verdadero

el que por el alivio que desea

pone a riesgo el honor que galantea;

pues de su mismo estilo cierto arguyo

que atropella mi gusto por el suyo

y viene a ser delito

venderme por fineza su apetito.

Este papel arrojo, que excusado,

estuviera el ser necio y porfiado.

(Arroja el papel sobre un bufete.)

Don Lope es mi amor todo

y llégole a querer yo de tal modo

que si mayores prendas encontrara,

que no las puede haber es cosa clara.

Solo por estimar su amor constante

las burlara más firme que el diamante,

y con lealtad no poca

venciera las durezas de la roca.

Lucía ¿Tanto le amas, señora?

Arminda Lucía, de tal como me enamora

su trato, sus respetos y su agrado,

que solo vivo de lo que le he amado,

y esto de tal manera

que, a no amarle tan fina, me muriera;

pues si es verdad sabida

que el amor es el alma de la vida,

tengo por cosa clara

que a no amarle la vida me faltara

y para más tormento,

solo quedara vida al sentimiento.

Lucía Bien lo has encarecido.

Arminda Pues, aún no mide el labio lo sentido;

que en mi amor fuera mengua

caber en los espacios de la lengua.

Y así a decirlo todo no se atreve,

que es para tanto amor cárcel muy breve.

Lucía ¡Tu hermano viene! Ese papel recoge.

Arminda ¡Ay, Dios, si podré ya!

Lucía Él te le coge,

con que somos perdidas.

(Va a coger el papel del bufete y entra don Jacinto.)

Jacinto ¡Qué turbadas están y qué rendidas

a nuevos sustos! ¡Oh, rigor tirano!

Dime, Arminda, ¿qué tienes en la mano?

Arminda Hermano, don Jacinto, señor... era...

Jacinto Acaba de decirlo.

Lucía (Aparte.) (¿Qué quimera

podrá inventar que no se aclara luego?)

Jacinto Enseña este papel.

(Quítaselo de la mano.)

Arminda Oye, te ruego.

Jacinto Dámele o, ¡vive el cielo!...

Arminda (Aparte.) (El corazón se me ha trocado en hielo;

que a la desdicha mía

hubo de dar principio don García.)

Jacinto