La traición busca el castigo - Francisco de Rojas Zorrilla - E-Book

La traición busca el castigo E-Book

Francisco de Rojas Zorrilla

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Beschreibung

La traición busca el castigo es una obra de Francisco de Rojas Zorrilla. Se encuentra a medio camino entre comedia de capa y espada y drama de honor, fruto del afán por experimentar que caracteriza al dramaturgo toledano. En La traición busca el castigo el desenlace es sorprendente: en la oscuridad don Juan apuñala erróneamente a don Andrés, pero éste confiesa al final ser el culpable y así la misma traición busca su castigo.

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Seitenzahl: 103

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Francisco de Rojas Zorrilla

La traición busca el castigo

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La traición busca el castigo.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9953-495-4.

ISBN rústica: 978-84-9816-227-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-772-1.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 63

Jornada tercera 111

Libros a la carta 159

Brevísima presentación

La vida

Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.

Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.

Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.

Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.

Personajes

Don Andrés de Alvarado

Don Juan Osorio

Don García de Torrellas

Don Félix

Doña Leonor de Cabrera

Doña Juana Torrellas

Inés, criada

Mojicón

Músicos

Jornada primera

(Sale Mojicón huyendo de don Andrés, vestidos de soldados.)

Don Andrés O me tenéis por menguado,

o os parezco muy sufrido,

hermano, ¿os he recibido

por consejero o criado?

Mojicón Que agradezcas es razón

que te he aconsejado bien.

Don Andrés ¿Por qué ha de querer también

discurrir un berganton?

Mojicón Si moralicé leal

ya te dejo tu albedrío.

Don Andrés ¿Moral me sois, hijo mío?

A Granada a ser moral.

Mojicón Conmigo eres un Nerón.

Don Andrés Idos.

Mojicón ¿Que aquesto has de hacer?

Don Andrés ¿Por ser Nerón queréis ser

mi Séneca, picarón?

¿No os vais?

Mojicón No estés temerario.

Don Andrés Esto he de elegir por medio.

Mojicón ¿No hay remedio?

Don Andrés No hay remedio.

Mojicón Pues cuenta, y venga el salario.

Don Andrés Pues que siempre obedecí

cuanto habéis aconsejado,

yo he sido vuestro criado,

pagádmelo vos a mí.

Mojicón Pues si airado y temerario

dices que no has de pagar,

vive Dios que he de cobrar

en consejos mi salario.

Don Andrés Pues yo no me he de burlar

si más consejos dais vos,

y os juro también a Dios

que no os tengo de pagar.

Mojicón No importa.

Don Andrés Pues empezad.

Mojicón Mi naturaleza obre.

Aconseje yo y no cobre.

Don Andrés No pague y aconsejad.

Mojicón Darle consejos intento.

Don Andrés No pagarle determino.

Mojicón Esto quiero.

Don Andrés Esto imagino.

Mojicón Adiós salario; oye atento.

Don Andrés Tente, que el intento dejo.

Mojicón ¿Es porque no te reprehenda?

Don Andrés Llévate toda mi hacienda

y no me des un consejo.

Mojicón Pues determinado estás,

perdona esta impertinencia,

solo te pido licencia

de preguntarte no más

lo que deseo saber,

que es raro tu nuevo modo.

Don Andrés Pues pregúntame, que a todo

te quiero satisfacer.

Mojicón Cuanto a lo primero es

lo que quiero preguntar,

¿por qué has de galantear

a cuantas mujeres ves?

¿Para qué pretende errada

tu llama desvanecida

desde la más conocida

hasta la menos ajada?

Tú por tema peregrina,

que no puede ser pasión,

de las damas del balcón

eres el galán de esquina;

cuando huye de ti tirana

dama con desdén bizarro,

la enamoras de catarro

tosiéndole a la ventana,

y enhebra tu idolatría

tal suspiro por despojo,

que le metes por el ojo

de cualquiera celosía;

dama que en terrado viva

de ti no se ha de escapar,

porque la has de enamorar

también de tejas arriba;

y para que tu pasión

se conozca en su porfía,

haces la figutería

de tentarte el corazón;

deste estado a otro más bajo

mil veces te vengo a ver,

porque sueles descender

desde el moño al estropajo.

Y, en fin, tan mal te aconsejas

de tu tema satisfecho,

que haces lo que nadie ha hecho,

que es enamorar a viejas.

De noche, yo he de decillo,

de celos libre y desdén,

vas a repasar también

las damas del baratillo;

las niñas y viejas, loco

procuras, según te escucho,

unas porque saben mucho,

y otras porque saben poco;

tanto a todas te provocas

que te he visto muy severo

enamorar a un toquero

solo porque traía tocas;

y así yo soy de opinión,

viendo tu perpetuo arrobo,

que eres grandísimo bobo

o muy grande socarrón.

Don Andrés Mira, Mojicón.

Mojicón Señor.

Don Andrés Yo, aunque ves que peno y muero,

a todas pienso que quiero

y a ninguna tengo amor;

cuando a una y otra mujer

doy una alma en sacrificio,

es que tengo este mal vicio

de enamorar sin querer;

cuando finge mi rigor

celos con justos desvelos,

no me han pasado los celos

por la puerta del amor;

y pues de mi saber quieres

cómo a todas se enamora,

oye esta cartilla agora

para todas las mujeres.

Llamo a la hermosa deidad,

y digo con gran mesura

que no alabo su hermosura

sino aquella honestidad;

cuando en otras ocasiones

rendirá a una fea intento,

digo que su entendimiento

rendirá los corazones;

cuando a una vieja a hablar llego,

que esta es la mayor pensión,

la digo muy socarrón

que cautiva aquel sosiego;

cuando con tranquilidad

llego de una gorda al puerto,

la aseguro que soy muerto

por damas de gravedad;

si a una flaca llego a ver,

la digo muy admirado,

fingiéndome enamorado,

¡qué espíritu de mujer!

Fingiendo amorosa llama

si una puerca se me ofrece,

la digo: ¡Qué bien parece

el descuido en una dama!

A las que van por la calle

les dice mi desvarío,

a la pequeña: ¡qué brío!

a la Giralda: ¡qué talle!

Y fingiendo que me muero,

engañando aquí y allí,

unas me quieren a mí

y otras piensan que las quiero;

y así sin queja y desdén,

muy señor de mi albedrío,

de las que me aman, me río,

y de las que no, también.

Mojicón Tú has tomado un ejercicio

en que no te has de perder,

alégrome de saber

que enamorabas de vicio;

mas sabe que me consumo

que tan poco amor te cueste,

aunque mejor vicio es este

que tomar tabaco en humo;

mas dime, Señor, agora,

pues lo puedo preguntar,

di, ¿por qué has de enamorar

a mujer que otro enamora?

Si hay otro que ame primero

que tú a otra dama, al instante,

si él es religioso amante,

tú su hermano compañero;

sácame de esta duda,

de aquel que está enamorado.

¿Qué demonio te ha tentado

a ser su amante de ayuda?

¿De una vez no me dirás,

pues tú no te satisfaces

de su dama, por qué lo haces?

Don Andrés Por darle celos no más;

¿Hay cosa que mejor sea,

ni la puede haber mejor

como ver mudar color

a un amante de jalea?

¿Hay gusto como saber,

cuando yo empiezo a fingir

que él por mi la ha de reñir

y ella ha de satisfacer?

Y así tú te desengaña

sin que te venza el temor,

que ya que haya mal amor

ha de haber linda cizaña.

Mojicón ¿Y si hallas en tus desvelos,

cuando en estas cosas das,

uno que supiese más

de estocadas que de celos,

y cuando a fingir empieza

tu amor con muy linda maña,

a cuenta de la cizaña

te rompiese la cabeza?

Don Andrés Dos cosas hay olvidadas,

que son, si saberlas quieres,

el reñir por las mujeres

y las calzas atacadas;

que están ya, por vida mía

todos con muy lindo seso;

Allá en tiempo de don Bueso

era cuando se reñía;

que el que con feliz estrella

logrará su dama intente,

con ella ha de ser valiente,

mas no ha de reñir por ella.

(Llaman.)

Mojicón El diablo te entenderá,

¿han llamado?

Don Andrés Sí.

Mojicón ¿Quién es?

Don García (Dentro.) ¿Está en casa don Andrés

de Alvarado?

Mojicón En casa está:

entre quien es.

Don Andrés Ya se ha entrado.

¿Qué es lo que queréis mandar?

(Sale don García.)

Don García A solas os quiero hablar.

Don Andrés Seguro es este criado.

Don García Que es caso de honra advertid

y a determinarle vengo.

Don Andrés Yo sé el criado que tengo.

Don García Pues escuchad.

Don Andrés Pues decid.

Don García Yo me llamo don García

de Torrellas, con mi nombre

de mi fama y de mi sangre

digo las obligaciones.

Nací en mi casa el segundo,

tan bien quisto de lo noble,

que con decir que lo soy

conoceréis que soy pobre;

sea en las justas de amor,

o en la palestra de Jove,

si no es segundo mi ingenio,

es el primero mi estoque;

y si asta acerada esgrimo,

postro a la fiera bicorne,

alimentos que da el cielo

siempre a los hijos menores.

Tres lustros gozaba apenas,

cuando el Dios por ciego torpe

en el papel de mis años

quiso imprimir sus arpones.

Junto a mi casa, ¡ay de mí!

vivía una dama, ¡oh, logren

esta voz la lengua y labio

la queja y la voz conformes!

Tan hermosa, pero aquí

sobran las ponderaciones,

que siempre es mayor belleza

la que un infeliz escoge;

supo mi amor de mis ojos,

que no hay tan honestas voces

como aquellas que el recato

a la pasión interpone.

Y, al fin, como es elocuente

de amor el llanto, entendióme,

dando a mis atrevimientos

indignados suspensiones;

disculpéme en su hermosura,

y viendo su enojo entonces,

de la más airada Venus

fui el más recatado Adonis;

mas no pudiendo aguardar

de sus iras el desorden,

si obediente a sus decretos

obstinado a mis ardores,

a irritar volví su llama,

hasta que mi afecto indócil

lo que en lágrimas no pudo

quiso conseguir en voces;

díjela, en fin, mis cuidados,

porque no es razón que ahorre

miserable de mi voz

decentes adulaciones;

solicitada a mi queja

y persuadida, creyóme,

porque es muy de la hermosura

dar crédito a las pasiones.

Pedí a su padre a Leonor,

que este es de mi dama el nombre;

pero como son molestos

los agasajos de un pobre,

desatento a mis verdades

y airado a mis persuasiones,

si antes de Leonor descuida,

desde hoy a mi dueño esconde;

y viéndome fluctuar

por el mar de mis dolores,

y en el golfo de mi llanto

perdido el imán y norte,

y viendo que ya el aurora

con perezosos ardores

de su Sol erró el aviso

y de sus luces el orden,

errado y ciego llamé

a mi sufrimiento a voces,

y al puerto de mi silencio

todas mis iras se acogen;

y como solo un tabique

de nuestras dos casas pone

estorbos a nuestro amor,

amor que imposibles rompe,

por la frágil quebradura

de una pared, permitióme

tal vez su voz a mi oído

tal mi llanto a sus temores;

desta manera ha seis años

que roca a mi queja inmóvil,

de mi desengaño mismo

estoy sufriendo los golpes,

y como por el resquicio

desta pared me dispone,

o su voz, o mi desdicha,

mal declarados favores,

sufro amante, espero firme

a que enlace o que eslabone

artífice el Himeneo

yugos de dos corazones:

ya labrado en sus finezas,

purificado en sus soles

el diamante de mi fe

se mira lucir al tope;

y cuando no hay en Valencia

quien este amor no pregone

con retórico silencio

cuando no con mudas voces,

vos solo desentendido,

o mal advertido joven,

Argos hecho de su calle,

sois lince de sus balcones,

desde que luciente el alba