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Peligrar en los remedios es un drama de honor que Rojas Zorrilla escribió para Roque de Figueroa en diciembre de 1634, con el objeto de que la representara el año siguiente. Como dato curioso cabe destacar que dicho manuscrito, de puño y letra del poeta que estampa también su firma al final, contiene unas interesantes indicaciones dirigidas al cómico, en las que le da instrucciones sobre la representación de la obra y la importancia de los papeles que se dan en ella.
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Seitenzahl: 91
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Francisco de Rojas Zorrilla
Peligrar en los remedios
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Peligrar en los remedios.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-628-6.
ISBN rústica: 978-84-9816-234-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-779-0.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 47
Jornada tercera 89
Libros a la carta 133
Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.
Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.
Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.
Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.
El Rey
Carlos, su hermano
El conde Federico
El marqués Roberto
El duque Conrado, padre de Violante
El almirante de Sicilia
La infanta de Sicilia
Bofetón, lacayo
La duquesa Violante
Celia, criada
(Salen Violante y Celia.)
Celia Deja ese llanto, Violante,
y mira que no es razón
quitársele al corazón
para dársele al semblante.
No te convenza el dolor,
y guarda en estos desvelos
el sentir para los celos,
pero no para el amor.
Mira que es acción errada
poner a riesgo tu vida;
¿Qué has de hacer aborrecida
si estás llorando adorada?
Violante Aunque tu celo procura
atajarme esta pasión,
tienen muy antigua unión
la desdicha y la hermosura.
Mas solo porque no ignores
lo que en mi dolor previenes,
yo estoy deseando desdenes
como otras damas favores.
Nadie me ve, oh Celia bella,
que en mi fuego no se apura,
o ya lo haga mi hermosura
o lo disponga mi estrella.
De cuatro a un tiempo querida
y de uno solo pagada,
traigo la pasión turbada
y temerosa la vida.
Difícil asalto emprenden
al muro del corazón;
oye, y te diré quién son
los cuatro que me pretenden.
El Rey mi favor desea
con más cauteloso ardor,
y a su batalla de amor
es mi recato trinchea.
Carlos, su hermano, el Infante,
es a quien adoro yo,
no solo obligada, no,
sino rendida y amante,
roca a la fuerza del hado,
pues óyeme lo que digo:
Carlos tiene un grande amigo
y el Rey tiene mi gran privado.
El privado, poco atento
a las órdenes del Rey,
hace de su afecto ley
y amor de su pensamiento,
como inadvertido ignora
que el Rey me adora y estima,
y el Rey su esperanza anima
y el vasallo su amor llora;
y sin ser comunicado
entre los dos este amor,
ni es el vasallo traidor
ni el Rey tampoco injuriado.
Pues el Infante en rigor,
Carlos, que es mi amante digo,
aun a su mayor amigo
no le ha contado su amor.
Y el amigo, como ignora
a quien adora el Infante
firme, obligado y amante
me pretende y enamora.
Y así, en competencia tal,
aspirando a mis favores,
siendo a sus dueños traidores
no hay ninguno desleal.
Celia Sola una cosa he dudado
desa llama o dese ardor,
cuando siendo grande amor
no ha sido comunicado.
¡Oh como se encubre, digo,
pues de tus razones hallo,
que el Rey le calla al vasallo
cuando el infante a su amigo!
Mas cánsame tu desdén;
¿ves? tus cuatro enamorados,
tienen a treinta criados,
y a todos los quiero bien.
(Sale Bofetón.)
Bofetón ¿Señora?
Violante ¿Qué hay, Bofetón?
Bofetón Con el conde Federico
se ha entrado el infante Carlos,
muy confuso y divertido
hasta este cuarto primero,
y por cosas que le he dicho
no le he podido atajar.
Violante Bofetón, no te he entendido;
que si a visitarme viene,
siempre viene solo.
Bofetón Digo,
que se acoge acá, que llueve.
Violante Esperarle aquí es preciso.
(Sale el Conde y Carlos, triste.)
Conde ¿Adónde, Infante y señor,
turbado, triste y remiso,
sin queja para el dolor
y sin voz para el alivio
te llevan tus propios pasos
hecho estatua de ti mismo?
Carlos Déjame, Conde, llorar,
supuesto que eres mi amigo,
una pena que no es mía
y un mal tan introducido
que no quiere que la lengua
o de piedad o de oficio
le comunique al consejo
lo que recela advertido,
que llegara a ser menor
si yo te lo comunico.
Conde En la calle te he encontrado;
viéndote a solas contigo
quise saber lo que tienes;
¿Qué traes, qué te ha sucedido?
Suelta la pena al consejo,
la voz presta a mis oídos,
no te aconsejes tu propio,
porque errarás el destino
si para el acierto buscas
las pasiones por amigos.
Carlos Ya te dije, Conde, ahora,
que los males que publico
con la lengua de mis ojos,
con la voz de mis suspiros,
ni son venganzas ni ofensas,
sino unos afectos vivos
tan buenos para callados,
tan malos para decirlos,
que para sentirlos menos
o los guardo o los reprimo.
Que si al riesgo de la voz
valeroso lo suplico,
vendré a ser como el que está
de acero mal defendido:
le aqueja más el remedio
que la ejecución del filo.
Y así, pues que ya me dejas
en esta casa, te pido,
que el paso de tu cuidado
restaure el tiempo perdido.
Al duque Conrado busco
para un negocio preciso,
hablaré en su casa ahora;
y así, Conde, te suplico
me dejes en ella, y vete,
que aunque es oficio de amigo
porfiar en ocasiones,
no es de amigos entendidos.
Conde Digo, que yo te obedezco;
(Aparte.) (Una cosa he presumido,
que añade mayor materia
al fuego de mis sentidos.
¿Si Carlos quiere a Violante
a quien adoro y estimo,
y sin decirme su amor
confusamente indeciso,
arde errada mariposa
en sus rayos encendidos?
Pero esto no puede ser,
pues cuando ¡ay afectos míos!
la adorara, yo supiera
su inclinación por su amigo.
Pero ya Carlos la adore
o ya los cielos benignos
permitan que no la quiera,
a un tiempo me determino
a atajar y reprimir
este volcán en que vivo;
porque yo le quiero tanto,
que al riesgo de mil peligros
antepondré mi lealtad;
que él que adora inadvertido
dama que su amigo quiere,
es traidor y no es amigo.)
(Vase.)
Bofetón Ea, señor, ¿no te llegas?
Violante está aquí, y yo he visto
que te está acechando el alma
por la vista, que es resquicio
por donde mira el amor
rayo a rayo y viso a viso.
Celia Llégate a hablarle, por Dios,
que bien mirado es delito
que disimulen las obras
lo que los ojos han dicho.
Y si engañas al amor,
repara bien que es preciso
que castigue como Dios
lo que calla como niño.
Bofetón Ea, llégate, ¿qué esperas?
¿No parece en lo remiso
que quiere pedir prestado
a hombre poco conocido?
Celia Habla al Infante, ¿qué aguardas?
¿Piensas que es ya tu marido?
No ensombreres el semblante
ni encapotes el hocico.
Carlos Yo me llego.
Violante Yo le hablo.
Carlos ¡Dulce prenda!
Violante ¿Dueño mío?
En buen hora, Infante, vengas
con tu vista a dar alivio
a este raudal de mis ojos,
que desangrando hilo a hilo
por dos fuentes que eligió,
riega el sentimiento mío
para que crezca el dolor
como si en el pecho mismo
no estuviese el corazón,
que es un arroyo nativo
que en el término del alma
por líneas y caminos
tiene a las penas en flor
y en el fruto los suspiros.
Carlos Guárdete el cielo, Violante.
Violante ¿Cómo tan necio y tan tibio,
con sola una voz pagáis
un discurso que, repito,
en las palabras también,
como en las obras remiso?
¿Qué es esto? Señor Infante,
¿Qué se hizo aquel cariño?
¿Qué se hizo vuestra fineza?
¿Y vuestro amor, qué se hizo?
¿Vos los ojos sin objeto?
¿Las razones sin aliño?
¿Sin voz la lengua en el labio
y sin obras los sentidos?
¿Hablando a solas con vos,
y a que os vea habéis venido?
Disculpaos, señor Infante,
cumplid siquiera conmigo,
fingid de lo que soléis,
pues no os cuesta lo fingido;
mirad, que os he dicho a solas
que os adoro y que os estimo,
y que me echéis a perder
un amor tan bien nacido
por no fingirme siquiera.
Y así, señor, os suplico,
pues no pagáis lo que os amo,
que me igualéis lo que os digo.
Carlos ¡Ay Duquesa de mis ojos!
¡Oh, nunca te hubiera visto!
¡Oh, siempre tu rostro hermoso
se me hubiera resistido
con sus rayos! Aunque en ellos
la luz viera en que respiro;
bien así como sucede
a ese planeta divino
que con lo mismo que ofende
da luz a prados y a riscos.
Yo no te puedo decir,
señora, los males míos;
no adelantes la sentencia,
porque entiendo que, al decirlos
no he de poder refrenarlos;
ya presumo que habrás visto
foso de nieve cuajado
el que era corriente río,
que porque le heló el invierno
densamente entumecido,
de hueco espejo del prado
se trocó monte macizo;
y siendo cielo en la selva
sustituye al cristalino,
siendo trinchera de nieve,
cristal de roca castizo,
helada leche que el tiempo
presenta al prado florido,
y si le derrite el Sol
empieza por el abismo
con lento paso a correr,
hasta que del ejercicio
polilla de plata limpia
roe su propio vestido;
y abriendo puertas al mar,
corre alado y vuela frío,
atropellando las flores
y haciendo penachos rizos,
lleva las peñas a saco,
porque el Sol, su juez altivo,
mandó al tiempo, alcaide suyo,
que le quitase los grillos;
así mis males corrían
hechos caudalosos ríos
por el alma, que es el prado
más espacioso y florido.
Pero helándolas el riesgo,
las trocó en nuevo granizo,
adonde el Sol de tus ojos,
mejor juez y más activo,
de su helada cárcel manda
que se arrojen derretidos