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No hay amigo para amigo es una obra teatral escrita por Francisco de Rojas Zorrilla, un prolífico dramaturgo del Siglo de Oro español. La obra está compuesta en verso y se desarrolla a lo largo de tres actos, un formato común en la época. Este drama se centra en la temática de la amistad entre los caballeros, un tema comúnmente explorado en las comedias de capa y espada de la época. Estas obras suelen estar protagonizadas por caballeros y damas, y suelen girar en torno a tramas de amor, honor, y valentía. En No hay amigo para amigo, Rojas Zorrilla profundiza en el significado de la amistad entre los caballeros, subrayando los valores de lealtad, confianza y sacrificio que son fundamentales para este tipo de relación. Además, la obra explora las tensiones que surgen cuando estos lazos de amistad se ven probados por otras obligaciones o intereses, como pueden ser las demandas del amor o del honor. La obra destaca por la habilidad de Rojas Zorrilla para representar la complejidad de las relaciones humanas y la moralidad de su época. Con una escritura aguda y un sentido dramático, No hay amigo para amigo es un ejemplo representativo de la comedia de capa y espada y del genio creativo de Rojas Zorrilla.
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Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Francisco de Rojas Zorrilla
No hay amigo para amigo
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: No hay amigo para amigo.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-626-2.
ISBN rústica: 978-84-9816-231-8.
ISBN ebook: 978-84-9897-777-6.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 51
Jornada tercera 93
Libros a la carta 141
Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.
Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.
Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.
Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.
Don Luis
Moscón
Don Lope
Fernando, criado
Don Alonso
Otáñez
Estrella
Aurora
(Salen don Luis, galán, y Fernando, su criado.)
Don Luis ¡Buena mañana!
Fernando ¡Extremada!
nunca ha salido el aurora
tan hermosa como ahora.
Don Luis ¿Por qué?
Fernando No viene afeitada:
ya se quitó el negro manto,
y ya no sale llorosa,
Don Luis Si quiere estar más hermosa
dila que no deje el llanto.
Fernando No lo entiendo.
Don Luis Fácil es
lo que en tu duda prefieres;
si experimentarlo quieres
cuando enamorado estés,
enójate con tu dama,
y si llora tu rigor,
mas que te llame su amor
su propio llanto te llama;
que en tu retiro violento
y en tu repetido afán,
cada lágrima es imán
del yerro del sentimiento.
Fernando Saber quiero en conclusión,
¿por qué en celos y amor tanto,
se cree mejor al llanto
que se cree a la razón?
Don Luis Con una evidencia admira
la respuesta en puridad;
el alma es una verdad,
y el cuerpo es una mentira.
Él se ve, y ella, invisible,
se deja amar, mas no ver,
él falible puede ser,
y ella ha de ser infalible.
De manera, que en tal calma,
aunque obligue otra pasión,
como las lágrimas son
la retórica del alma,
y en dos líneas o mitades
habla en corrientes conceptos
el alma a aquellos efectos
que es fuerza que sean verdades.
La lengua puede moverse
de amor, fingiendo el encanto,
mas no cuando quiere el llanto
puede a los ojos verterse.
Luego si distingo yo
que entre el dudar y el sentir
suele la lengua fingir,
y nunca el llanto fingió,
¿quién podrá, aunque tenga enojos,
dejar con indigna mengua
por las dudas de la lengua
las verdades de los ojos?
Fernando Ya que al Prado hemos salido,
con no ser hora de prado;
y ya que el templo has dejado
donde estabas retraído,
de San Jerónimo, quiero
saber cuál la causa es
de que tan confuso estés,
tan suspenso y tan severo.
¿Por qué andas asombrado?
don Luis, ¿qué te ha sucedido?
¿Qué censo se te ha cumplido?
¿Qué comedía te han silbado?
¿Es, dime, Estrella tu dama?
¿Estrella, digo, Señor,
la que de tu vivo amor
vuelve a habilitar la llama?
¿Acaso la has encontrado
o es que en este campo está?
¿Dime, sabe Estrella ya
que de Flandes has llegado
y que retraído esperas,
porque con valor y suerte
a don Félix diste muerte
antes que a Flandes te fueras?
dime, ¿ha de venir aquí?
un mes no ha que has venido,
y a tu tristeza rendido
vives solamente en ti.
Mas si acaso te molesta
lo que preguntado veo,
recompense mi deseo
siquiera con tu respuesta.
Don Luis Fernando, si yo te digo
ese que reprimo ardor,
el que callo como amor
me herirá como enemigo.
Que la lengua en la ocasión
que refiere algún agravio,
se está afilando en el labio
y corta en el corazón.
Fernando Esto quiero preguntarte.
¿Búscate airado, inhumano,
don Alonso, que es hermano
de don Félix, por matarte?
Don Luis No, que no llega a alcanzar
don Alonso que he venido,
y como estoy retraído
y estoy fuera del lugar,
no lo ha podido saber,
ni aquestos recelos toco,
ni ya esa Estrella tampoco
tiene en mi oculto poder.
Ya en otro accidente muero
de otra luz más pura y bella,
pues de una luciente estrella
pasé a adorar un lucero.
Y este que por nuevo elijo,
es tan fino y tan distante,
que estotra es estrella errante
y estotro es lucero fijo.
Fernando Pues cuéntame por tu vida,
¿Quién con más diestro primor
con el acero de amor
te dio en el alma la herida?
Don Luis Pues muy atento has de estar,
y no me eches a perder
por no saber entender
lo que le quiero contar.
Era la hora en que el Sol,
fénix del cielo divino,
si por sí mismo muriendo
volvió a nacer de sí mismo,
desvanecía las sombras
que de temor o de oficio
se amontonaron confusas
en la cárcel del abismo.
Sacudió la pluma el ave,
el pájaro afiló el pico,
desperezóse la fiera,
chupó la flor el rocío;
gorjeó el agua risueña,
abrió la rosa el capillo,
requirió el águila el prado,
dejó la tórtola el nido,
y fue enjugando la aurora
cuanto sudaron los riscos;
al tiempo que desde el templo,
a donde estoy retraído,
de este santo, que llamó
(por verlos endurecidos)
con el pedernal al pecho
y con la trompa al oído,
salí a divertir los ojos;
al prado los encamino,
doile a la vista el deseo
y el paso arrojo al destino.
Entro en aquel grande hibleo
o abreviado paraíso,
jardín de aquel regidor
que hizo al invierno florido.
Y apenas por sus estancias
cuadros de flores registro,
cuando hallo seca la rosa,
reparo al jazmín marchito,
cenicienta la azucena,
más cárdeno y mustio el lirio,
el clavel, rey de las flores,
en su botón escondido;
la rosa, reina del campo,
recelando algún peligro,
sacó espinas por archeros,
soldados suyos antiguos.
¿Cuál fue, me dije a mí propio,
la tempestad que ha corrido
en este mar de las flores?
¿Cuál fue el cierzo helado y frío
que leyes de primavera
trocó en preceptos de estío?
mas luego me respondí:
pero si son parecidos
el lucero allá en su cielo,
la flor acá en nuestro abismo,
no fuera correspondencia
que en tierra y cielo divisos
fuesen fijas esas flores
no siendo esos astros fijos.
Busco la causa, y no la hallo,
siéntola, aunque no la miro,
que el sentir mira sin ojos,
y acierta más que ellos mismos
vuelvo la vista, y hallé
(¡no sé como lo repito!)
una mujer, ¡qué grosero!
una dama, ¡estoy perdido!
tan bella; pero la voz
se hiela entre el labio mío.
¡Oh, quién pudiera contarlo
cómo he sabido sentirlo!
en fin, la vi; escucha atento,
y ya que no haya podido
intérprete de mi fuego
declarar su incendio activo,
juez hoy de mi labio, puedes
del modo con que la pinto,
para el tormento de amor
colegir por los indicios.
A un estanque divertida
aurora se contempló,
y aunque hermosa se miró,
también se admiró corrida.
Imitada y dividida
vio su imagen celestial,
pues como nunca otra igual
compitió con su luz pura,
se enojó con su hermosura
porque la halló en el cristal.
El Sol también que nacía
al estanque se miraba,
y el cristal se alborotaba,
como en dos soles ardía.
Riza el agua se movía,
ella se busca y se ignora,
pues como del Sol ahora
se equivocó el arrebol,
aurora se vio por Sol,
y el Sol se vio por Aurora.
Beber luego procuró,
y haciendo al cristal agravio,
puso por búcaro el labio,
porque búcaro faltó;
pero cuando reparó
que estaba el agua neutral,
y vio de fino coral
su labio entre el arrebol,
porque no fuese del Sol
se recató del cristal.
Dejó el estanque corrida,
midió el jardín, y escondido
me recaté de unas ramas
entre el verde laberinto;
fue a otro cuadro y no la hallé,
y buscarla solicito
por los avisos que un pié
dejaba en la arena escritos.
Sígola por las pisadas:
a este lado flores miro,
a estotro estampas y arenas,
y entonces dije a mí mismo:
no es posible, no, que sean
de Aurora aquestos indicios;
campo que pisare Aurora
es fuerza que esté florido;
y este en que están las pisadas
está agostado y marchito.
Y así para hallar la Aurora
escogí el mejor camino,
dejando lo señalado
y tomando lo florido.
Halléla cortando rosas,
y entre jazmines y lirios
a cárcel de un ramillete
aplicaba verdes grillos.
Y advertí, pero no quiero
andar contigo remiso,
y pues es pincel mi lengua
y mi ingenio color fino,
al olio escucha pintado
lo que estaba al temple vivo.
Es de calidad la rosa,
entre flores coronada,
que está, cuando está cerrada,
más fragante y olorosa.
Providencia fue dichosa
y no oculto disfavor,
ver que al arrancar la flor
entre espinas imprudentes,
no mudó los accidentes
ni de olor ni de color.
Causa mortal viene a ser
que aquella fragancia guarde
como la luz, que más arde
cuando ya no quiere arder.
O se viene a parecer,
porque este ejemplo concierte,
cuando ya arrancada vierte
fragancia, si no color,
cisne, que con voz de olor
se está cantando su muerte.
Pues ¿por qué causa diré,
que ya cortada la rosa,
no esté en su mano olorosa
y en otra mano lo esté?
y es, que allí su muerte ve,
y en espíritus partida
llora su muerte ofendida;
y como aquí es mejor suerte,
lo que fue señal de muerte
es indicio de su vida.
En fin, yo me llego a verla
amante, pero remiso;
con amor, pero con miedo;
sin vista, pero con tino;
porque a lo que al ver faltó
le encargué al otro sentido.
Escuchóme, tuve dicha;
respondióme, merecilo;
y para el fruto de amor
mis esperanzas cultivo.