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Lo que son las mujeres es un auto sacramental de Francisco de Rojas Zorrilla. Fragmento de la obra Jornada primera (Salen Serafina y Rafaela.) Serafina: Llévenla luego a un convento, no ha de estar en casa una hora. Rafaela: Yo te confieso, Señora, que es justo tu sentimiento; pero aunque es doña Matea con los hombres tan humana, es, en efecto, tu hermana. Serafina: ¿Enamoradita y fea? ¿Qué es esto? Rafaela: Templanza ten. Serafina; ¿No quieres tú que me asombre si en la vida ha visto hombre, que no le parezca bien? el chico, por lo donoso; el grande, por lo entallado; el puerco, por descuidado; el limpio, por cuidadoso; porque guarda, el miserable; por arrojado, al valiente; al que habla, por elocuente; al que calla, por loable: al cobarde, por templado; al hablador, por chistoso al tibio, por vergonzoso; por discreto, al mesurado; al vano, por presunción; por constante, al importuno; Jamás ha visto hombre alguno que no le cobre afición. Pues en un convento vea su humanidad reprimida. Rafaela: Señora… Serafina: No vi en mi vida mas malas gracias de fea; lindas partes de adorada tiene mi tal hermanita; segundita, pobrecita, feita y enamorada; en un convento, es notorio que templará este deseo.
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Seitenzahl: 87
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Francisco de Rojas Zorrilla
Lo que son las mujeres
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Lo que son las mujeres.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-623-1.
ISBN rústica: 978-84-9816-229-5.
ISBN ebook: 978-84-9897-774-5.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 61
Jornada tercera 109
Libros a la carta 151
Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.
Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.
Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.
Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.
Serafina
Rafaela
Don Roque
Gibaja, gracioso
Inesica
Don Pablo
Doña Matea
Don Marcos
Don Gonzalo
Esteban, criado
Jacobo, criado
(Salen Serafina y Rafaela.)
Serafina Llévenla luego a un convento,
no ha de estar en casa una hora.
Rafaela Yo te confieso, Señora,
que es justo tu sentimiento;
pero aunque es doña Matea
con los hombres tan humana,
es, en efecto, tu hermana.
Serafina ¿Enamoradita y fea?
¿Qué es esto?
Rafaela Templanza ten.
Serafina ¿No quieres tú que me asombre
si en la vida ha visto hombre,
que no le parezca bien?
el chico, por lo donoso;
el grande, por lo entallado;
el puerco, por descuidado;
el limpio, por cuidadoso;
porque guarda, el miserable;
por arrojado, al valiente;
al que habla, por elocuente;
al que calla, por loable:
al cobarde, por templado;
al hablador, por chistoso
al tibio, por vergonzoso;
por discreto, al mesurado;
al vano, por presunción;
por constante, al importuno;
Jamás ha visto hombre alguno
que no le cobre afición.
Pues en un convento vea
su humanidad reprimida.
Rafaela Señora...
Serafina No vi en mi vida
mas malas gracias de fea;
lindas partes de adorada
tiene mi tal hermanita;
segundita, pobrecita,
feita y enamorada;
en un convento, es notorio
que templará este deseo.
Rafaela Señora, yo no la veo
con hambre de refitorio;
cásala con un garzón
casero, y lo mismo has hecho,
que tiene un marido estrecho
mil cosas de religión.
Serafina No hay que replicarme en nada;
convento, quiera o no quiera.
Rafaela Advierte...
Serafina Echadme acá fuera
esa bienaventurada.
Rafaela No te quiero replicar,
pero no se ha levantado.
(Llaman.)
Serafina ¿Quién es?
Rafaela Un hombre que ha dado
todo hoy en quererte hablar.
Serafina No entre hombre a hablarme.
Rafaela Yo creo
que te agrade si le ves.
Serafina ¿Parécete a ti que es
sujeto de galanteo?
Rafaela Cada pié de a media vara,
las piernas de a caña y media;
pues la cara lo remedia
que es semicapon de cara
el hombre desmadejado.
Serafina Nadie hombre entero me nombre.
Rafaela Señora no entre por hombre
entre por acaponado;
mira que ser tan cruel
con los hombres es error.
Serafina Ahora estoy de buen humor,
entre por reírnos dél
(Sale Gibaja.)
Gibaja El cielo guarde, Señora,
ese traslado del mismo:
ese espacio, donde atento
con rasgos negros ha escrito,
de que sois su hermosa copia,
la perfección tan al vivo,
que porque todos la atiendan
a la margen poner quiso
dos ojos, como quien dice,
ojo a sus labios divinos,
donde el sangriento coral
le viene como nacido.
También ojo a sus mejillas
de nácar, no por advitrio
de la beldad, que están rojas
de vergüenza de haber visto
vuestros dientes tan iguales,
tan perfectos, tan unidos,
que os están todos de perlas
que viendo igualmente fino,
ya el nácar, y ya el jazmín
de dientes y labios limpios,
cuanto corren a encenderse
dicen lo que se han corrido.
También ojo a las pestañas,
que en blanco raso, aunque liso,
al canto de sus dos cejas
el párpado han guarnecido.
Y ojo también a esos ojos
que dan muerte. ¿Quién ha visto
que aquello mismo que mata
sea lo que dé el aviso?
Serafina Al caso, por vida mía,
que tengo ya los oídos
cansados de estar oyendo
de jazmín mil desvaríos,
mil vergüenzas de coral,
de nácar dos mil delirios,
y de aljófares y perlas
mil sartas de desatinos.
¿Quién sois?
Gibaja Señora, yo soy
hombre tan espantadizo,
que ando haciendo sacramentos
de cualquier cosa que estimo.
Serafina No os entiendo.
Gibaja Soy un hombre,
que por dar a mis amigos
un buen día con su noche
doy muy malas de continuo.
Rafaela ¿Ese oficio es cosi-cosa?
Serafina Explicaos ya.
Gibaja Ya me explico.
Yo soy...
Serafina ¿Qué?
Gibaja Casamentero.
Serafina Alcahuete a lo divino,
¿qué queréis en esta casa?
Gibaja Casaros, porque me han dicho
que tenéis sobre lo hermoso,
sobre lo airoso y lo lindo,
cuatro mil y más de renta.
Rafaela Sin joyas, sin ajuar rico,
sin más de tres mil ducados
de deudas.
Gibaja Pues yo os afirmo,
que está en manos el pandero
que los hará veinte y cinco.
Serafina ¿Y cómo os llamáis?
Gibaja Gibaja.
Serafina (Aparte.) Silla a Gibaja. (Imagino
con el tal casamentero
divertirme un rato.)
(Siéntanse.)
Gibaja Digo,
que podéis dar cuatro echadas
de blancura al mismo armiño.
¿A qué novio os he de dar?
aquí tengo treinta escritos
que los he escogido a moco,
de candil.
Serafina No escogéis limpio;
¿y este oficio es provechoso?
Gibaja Este año no se ha corrido.
Serafina ¿Cásanse agora mujeres?
Gibaja Algunos casamientillos
hay de viudas.
Rafaela ¿De doncellas
no hay también?
Gibaja Halos habido;
pero hay pocos, como hay pocas.
Serafina ¿Casáis muchos?
Gibaja De continuo.
Serafina ¿Y cómo los engañáis?
Gibaja Casándolos.
Serafina Yo no os digo
sino ¿cómo los casáis?
Gibaja Fácilmente.
Serafina ¿Cómo?
Gibaja Oildo.
Serafina ¿Mentiréis?
Gibaja No os caso agora.
Serafina Pues proseguid.
Gibaja Ya prosigo:
primeramente, yo tengo
una memoria en que escribo
cuantos en San Sebastián
son de fiesta y de domingo;
los de la comedia nueva;
los que sin pleito ni oficio
en el patio de palacio
suelen estar de continuo;
los del Prado, los de Atocha
y a cada cual en mi libro
para entenderme con ellos
les pongo por seña un signo.
Al que es valiente, a la margen
del mismo nombre te pinto
el signo León; y si es
cobarde el Piscis le pinto;
si es sufrido, el signo Tauro;
y el de Aries, si es muy sufrido;
si es de mala condición,
el Escorpión; si es bien quisto,
el Géminis; y al que no es
para hombre, el signo Virgo
si está buboso le pongo
el Cáncer; y si es muy rico
y ha venido de las Indias,
el Acuario; mas si es hijo
de algún tendero o tratante
el signo Libra le aplico;
si es muy feo o contrahecho,
el Sagitario; y si ha sido
casado con dama hermosa,
y fue pobre, pongo el signo
capricornio, que lo es
de pobres, aunque maridos.
Éntrome en cualquiera casa
de soltero, y en mi estilo
de casar propongo luego
novias como Dios las hizo.
Si es medianamente hermosa,
hermosa la significo;
de manera, que no puede
pensarse de hito en hito
que su hermosura es el dote,
y que en Madrid he sabido
que adorarla por su Sol
hallára mil novios indios.
Si es pobre, que es hijodalga,
y luego cuento que he visto
su ejecutoria con tanta
letra de oro en pergamino.
Si es rica, y no es bien nacida,
le doy con el refrancillo:
«Dineros son calidad»;
y le digo: Señor mío,
sepa usted, que don tener
es caballero castizo.
Si es muy fea, y hallo luego
mi novio un poco remiso,
digo que la mujer propia
ha de picar un poquito
en fea, que desa suerte
anda un hombre con descuido.
Si el novio dice que es gorda
de ahogar, luego le digo:
¿Ha de hacer randas con ella
que la quiere de palillos?
si le propongo una flaca
y la desecha, le riño,
que una mujer por arrobas
debe encerrar para siglos.
Si es larga, le digo luego,
muñecas para los niños;
si es chica, de la mujer
lo menos es lo más lindo.
Si la novia es algo puerca,
que el matrimonio hace limpio,
que es agua de calabobos
que la coge sobre aviso;
si entra algún señor a verla
que entra a parlar un ratillo
en buena conversación,
aunque otra cosa hayan dicho,
que es un santo el buen señor
y el mal pueblo es un maldito
y, en fin, dejando a mi novio
puesto este mal durativo,
a mentir más a la novia
que elige voy, llamo y digo:
—Ea, Señora, su remedio.
¡Oh, gracias a Dios, que quiso
que haya hallado para uced
un novio como nacido!
¡Ah qué hombre, señora mía!
quien es digo; y de camino,
misterios y más misterios
hago cuando al hombre intimo;
porque como el matrimonio
es Sacramento, es preciso
que tenga dentro de sí
mil misterios escondidos.
Si no agrada el que propongo
a su elección y a mi arbitrio,
como esto es para la mano,
le voy dando novios ripios.
Al que me culpan de viejo,
aseguro que le elijo
porque es hombre ya de hecho,
y las novias, por lo mismo
le desechan, que no quieren