Los áspides de Cleopatra - Francisco de Rojas Zorrilla - E-Book

Los áspides de Cleopatra E-Book

Francisco de Rojas Zorrilla

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Beschreibung

Los áspides de Cleopatra de Francisco de Rojas Zorrilla plasma la pugna trágica entre el deseo privado y personal y el deber público. La naturaleza del amor que llegó a cambiar el rumbo de Egipto es la verdadera trama de la historia. Rojas presenta en Los áspides de Cleopatra a una Cleopatra guerrera y fuerte que, tras conocer a Marco Antonio, abandona el trono para poder vivir un verdadero romance con él.

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Seitenzahl: 94

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Francisco de Rojas Zorrilla

Los áspides de Cleopatra

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Los áspides de Cleopatra.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9953-624-8.

ISBN rústica: 978-84-9816-230-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-775-2.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 59

Jornada tercera 103

Libros a la carta 145

Brevísima presentación

La vida

Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.

Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.

Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.

Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.

Personajes

Cleopatra

Lépido

Irene

Una Mujer

Marco Antonio

Lelio, viejo

Caimán, gracioso

Un Sargento

Octaviano

Octavio

Libia, criada

Músicos

Jornada primera

(Salen Irene y Lépido.)

Irene Cansado, Lépido, estás.

Lépido Irene, téngote amor.

Irene ¿No te hiela mi rigor?

Lépido Desdenes encienden más.

Irene ¿Y los desaires?

Lépido También.

Irene Confiésote que es verdad,

que a una grande voluntad

la da sazón un desdén;

si cae sobre amor, yo siento

que es el desaire donaire,

mas no si cae el desaire

sobre un aborrecimiento.

Y así, pues tu engaño ignora

que tu amor aborrecí,

lo que te encendió hasta aquí

te puede helar desde ahora.

Lépido Pues ya que saber merezco

que no me quieres...

Irene Detén;

no es que no te quiero bien.

Lépido Pues di, ¿qué es?

Irene Que te aborrezco.

Lépido ¿Ese extremo no es igual?

Irene Diferente viene a ser:

una cosa es no querer,

y es otra querer muy mal.

Lépido Y, en fin, me dices aquí...

Irene Ya tu oído lo escuchó.

Lépido Que no me has querido.

Irene No.

Lépido ¿Y que me aborreces?

Irene Sí.

Lépido Con la amorosa pasión

no pensarán mis agravios

que lo que hablaban tus labios

dictaba tu corazón.

Mas la causa he de saber

por qué aborreces mi nombre.

Irene No puedo querer yo a un hombre

a quien venció una mujer.

Lépido Aunque Cleopatra cruel

me venció, el ser vencedor

no está en manos del valor,

la fortuna da el laurel.

Venciome, y aún te asegura

esta verdad inclinada

que a no vencerme su espada

me venciera su hermosura:

que es tan bella...

Irene Ten, que espero

pedirte, si eres constante,

que te vengues como amante,

pero no como grosero;

que yo no he dicho verás

en este desdén primero

con decir que no te quiero

que a otro amante quiero más.

Y tu venganza procura

tanto encender mi tibieza,

que alabas otra belleza

galanteando mi hermosura.

Pues refrena tu osadía

como amante; que no es bien

satisfacer un desdén

con toda una grosería.

Lépido Que a ti te alabo verás

si lo miras ingeniosa,

que es hacerte más hermosa

estarte queriendo más.

¿De alabarla sin amor

qué ofensa te puedo hacer,

si esto es darte a ti a entender

que me pareces mejor?

Irene Yo aborrezco a Cleopatra, ya lo sabes;

y ni aun poco no quiero que la alabes.

Lépido Tú me aborreces.

Irene Tú me desobligas.

Lépido Pues ni aun esto no quiero que me digas:

de Marco Antonio tengo estos recelos.

Irene Tú eres el que te das a ti los celos.

Lépido Que le quieres infiero.

Irene Cortés soy, no te he dicho que le quiero.

Lépido Pero tu amor su amor ha preferido.

Irene Es galán, es valiente y entendido.

Lépido Con la voz de la fama militante

tres veces Roma me aclamó triunfante.

Irene Y Cleopatra eclipsar tu luz procura.

Lépido Es hermosa, y venció con la hermosura.

Irene De grosero otra vez das testimonio.

Lépido Y tú, ¿por qué alabaste a Marco Antonio?

Irene Dices bien, ya lo veo,

resbalose la voz por el deseo.

Lépido Pues no te cause enojos

que se fuese mi lengua hacia mis ojos.

Irene No me quieras, y alaba a quien quisieres.

Lépido ¡Qué prolijas nacisteis las mujeres!

(Toquen.)

Irene Mas ¿qué clarín esparce poco atento

las raridades que concierta el viento?

(Toquen sordinas.)

Lépido Mas ¿qué sordinas, con acentos graves

divierten la capilla de las aves?

Irene Triunfante allí un ejército ha ocurrido.

Lépido Y otro ejército allí marcha vencido.

Irene ¡Oh si el cielo quisiera

que Marco Antonio el que ha vencido fuera!

que aunque es mi hermano César Octaviano,

Es mi amante primero que mi hermano

Lépido ¿Si el cielo ha permitido

que Marco Antonio sea el que ha vencido?

que aunque de su amistad tanto me obligo,

es mi dama primero que mi amigo.

Irene Marco Antonio es aquel, aquel mi hermano.

Lépido Éste que llega es César Octaviano.

Irene Pues supla a mi deseo mi recato;

llega en buen hora, honor del Triunvirato.

Lépido Llega a mis brazos, toma,

llega en buen hora, libertad de Roma.

Irene Mis lazos se prevengan a tus lazos.

Lépido El corazón traduciré en los brazos.

Irene Esta fineza en tu valor se estrene.

(Salen por dos puertas diferentes, Marco Antonio por el lado de Irene, y Octaviano por el de Lépido.)

Octaviano ¡Oh Lépido!

Lépido ¡Oh Octaviano!

Marco Antonio ¡Oh bella Irene!

Irene ¡Oh dulce dueño mío!

móvil que arrastra todo mi albedrío.

¿Cómo vienes?

Marco Antonio Vencí.

Lépido ¿Cómo te ha ido?

¿No me responderás?

Octaviano Vengo vencido.

Irene Marte lo ha permitido soberano.

Marco Antonio Déjame ver a César Octaviano.

Octaviano A Antonio quiero hablar.

Lépido A mi enemigo.

Marco Antonio ¿Lépido?

Irene ¿Hermano?

Octaviano ¿Irene? ¿amigo?

Marco Antonio ¿Amigo?

Octaviano ¿Qué tristeza a tus ojos ha ocurrido?

Marco Antonio De hallarte con insignias de vencido,

¿qué alegría se ofrece a tu semblante?

Octaviano De mirarte con señas de triunfante.

Marco Antonio Como hoy a tu valor tu ruina estrena,

se equivocó mi gloria con tu pena.

Octaviano Y como tú has logrado una victoria

se moderó mi pena con tu gloria.

Marco Antonio Agradezco la fe de tu cuidado.

Octaviano Cuéntame, Antonio, el triunfo que has gozado

Marco Antonio Cuéntame aquesa lid sangrienta y fiera.

Octaviano Fue desta suerte.

Marco Antonio Fue desta manera.

Octaviano Ya te acuerdas, Antonio, de aquel día,

que armados de ambiciosa bizarría

fuimos los tres a conquistar el mundo.

Marco Antonio Y que tocó a mi acero sin segundo

El Asia.

Octaviano A mí la Europa dilatada.

Lépido El África a los filos de mi espada.

Octaviano Y que los tres con amigable trato

hicimos este heroico Triunvirato.

Júpiter quiera que felice goce.

La tierra austral que el rumbo desconoce.

Lépido Ya sabes que por suerte o por estrella

me venció por el mar Cleopatra bella.

Marco Antonio Y que sabiendo tu infelice suerte

volví del Asia solo a socorrerte.

Octaviano Que echamos los dos suertes.

Marco Antonio Ya lo digo.

Octaviano Que le tocó a mi brazo este castigo,

que por la mar con ira y osadía

fui a rendir a Cleopatra a Alejandría.

Marco Antonio Que al Asia me volví.

Lépido Que yo corrido

en Roma entonces me quedé vencido.

Marco Antonio ¿Es esto ansí?

Lépido Mi indignación lo llora.

Marco Antonio Pues oye agora.

Octaviano Pues escucha agora:

cuando el alba y aurora, entonces bellas,

salen a reconocer a las estrellas;

cuando el tardo lucero, sin decoro,

murmurando está el Sol bostezos de oro,

y el pájaro de verdes plumas rico

afila al tronco el argentado pico,

retoza el can, y la que ruge fiera

muestra la presa con que al tigre espera;

chupa el clavel el líquido rocío

azota el pez las márgenes del río,

y en repetido tálamo dichoso

la tórtola se pica con su esposo,

y la culebra sola

hondeando la arena con su cola,

y al asomar del Sol temprano el coche

muda la piel con que esperó la noche;

partí cortando al mar la verde bruma

en trescientos centauros de la espuma,

pues volar y correr cada cual sabe,

medio cuerpo cristal y medio nave.

Marco Antonio La reina, entre las flores peregrinas,

encargó su custodia a las espinas,

y Clicie, que por Febo se desvela,

era del campo fija centinela;

roció el viento con agua destilada

a la Luna, hasta entonces desmayada,

y ella con animosa cobardía

del desmayo volvió que la dio el día;

y a una estrella se sale desunido,

por acecharle al Sol dónde se ha ido,

y porque vuelen graves

les dio la sombra luz a tardes aves,

cuando marché con treinta mil soldados,

seguros todos, porque son pagados.

Octaviano Y apenas con descuido diligente

encargamos las velas al Poniente

cuando vapores del cristal sediento

tramaron nubes que vistiese el viento,

el día oscureció, bramó el Siroco,

tejiose el Sol de nieblas poco a poco

erizósele al mar la estéril bruma,

que es el verde caballo de la espuma,

variaron descontentos a bramidos

todos cuatro elementos desunidos;

solo la vista a solo el riesgo vía,

de mucho armada el oído no oía;

ya no acierta el gobierno el timonero,

no encuentra con la escolta el marinero;

el más hallado es el que más se ofusca,

da en el fogón el que la bomba busca;

el padre allí del hijo es enemigo,

no se acuerda el amigo del amigo;

cual hubo que a la sombra agradecía,

por no ver todo el mal que se entendía;

cual hubo que el relámpago deseaba,

por ver aquel espacio que duraba;

toda mi hueste en una voz se queja,

pero a ninguno aprovechó la queja;

y cuál hubo, que al ver no bien mirados,

cubierto el mar de árboles troncados;

tan ciego acierta, y tan despierto yerra,

que al mar saltó pensando que era tierra.

Marco Antonio A mí me ayudó tanto la fortuna,

que el imán de las aguas, que es la Luna,

influyendo por todas las estrellas,

me señaló serenidades bellas.

A la sed que fatiga a mis soldados

arroyos se desangran por los prados;

ardiente estío me ofreció a racimos

ociosa fruta en árboles opimos,

árbol allí más grato

ofreció calambucos al olfato,

y con sonoro y ajustado ruido

las aves consonancias al oído,

selva y prados en líquidos despojos

dieron amenidades a los ojos;

y como estrella nos influye amiga,