Sin honra no hay amistad - Francisco de Rojas Zorrilla - E-Book

Sin honra no hay amistad E-Book

Francisco de Rojas Zorrilla

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Beschreibung

Sin honra no hay amistad es una comedia de honor de Francisco de Rojas Zorrilla. Esta obra se articula alrededor de dos caballeros afectados por la deshonra de sus hermanas: - don Antonio, cuya hermana Inés fue raptada de su casa tiempo atrás por seis desconocidos que actuaban por encargo de un amante oculto. - Y Don Bernardo, cuyo honor está en entredicho por la conducta indecorosa de doña Juana, quien permitió la entrada en la casa de dos admiradores a los que ocultó en sendos cuartos.Entre los enredos de Sin honra no hay amistad se deja entrever lo que don Antonio ignora: don Bernardo es el galán que hizo raptar a doña Inés, a quien trata con desdén pues ya ha conseguido sus favores. Así Inés, se ve impedida de ir a buscar a su hermano, por temor a que mate a su amante y a ella misma.

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Seitenzahl: 109

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Francisco de Rojas Zorrilla

Sin honra no hay amistad

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Sin honra no hay amistad.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-238-7.

ISBN ebook: 978-84-9897-783-7.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 63

Jornada tercera 115

Libros a la carta 171

Brevísima presentación

La vida

Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.

Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.

Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.

Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.

Personajes

Don Melchor, soldado

Don Antonio, estudiante

Sabañón, gracioso, estudiante

Don Bernardo

Doña Juana, primera dama

Doña Inés, segunda dama

Águeda, criada

Músicos

Jornada primera

(Sale don Antonio, de estudiante.)

Don Antonio Fuente clara, imagen fría

de mi triste elevación,

cristalina imitación

de toda la pena mía,

templa, vence la osadía

con que te vas a perder,

no se quiera parecer

tu raudal a mi sentir,

pues ya empiezas a morir

y no acabas de nacer.

Ese tu curso violento

no es conforme a mi rigor,

pues naciendo mi dolor,

nunca muere mi tormento

fuente, este mal que yo siento

tanto se apresta inmortal

en mi deshonor, y tal

me ayudaba a vivir esquivo,

que todo el tiempo que vivo

es porque vive mi mal.

Cuando hay ponzoña admitida

en un infeliz amor,

la violencia del dolor

es triaca de la vida,

y a tu corriente perdida

la vuelves a reducir,

tú y mi mal he de argüir

que no os podéis parecer,

pues mueres para nacer

y él nace para vivir.

(Sale don Melchor, de soldado.)

Don Melchor Sol hermoso, luz mejor

desos orbes celestiales,

comparación de mis males,

enigma de mi dolor,

corrige el paso mayor

del curso tuyo violento,

mira que este mal que siento,

por hacerte adulación

aprendió la duración

de tu propio movimiento.

Mas ¡ay, Sol, que tú no eres

quien imitarle apercibes,

siempre te he visto que vives,

mas siempre he visto que mueres.

¿Luego tú a mi mal prefieres

con ser tu luz inmortal?

¿Luego no es tu luz igual

al mal que mis ansias crece?

Pues mientras tu luz fallece

se está encendiendo mi mal.

Sol, no puede parecer

tu curso a las ansias mías,

pues lo que anoche morías

descuentas hoy con nacer.

Don Antonio Fuente, tú no puedes ser

semejante a mi accidente,

fénix de cristal luciente

falleces a tu albedrío,

pues si mueres de ser río,

siempre vives de ser fuente.

Don Melchor ¡Mi dolor tan inmortal

que al Sol igualar se intente!

Don Antonio ¡Que en el curso de una fuente

halle eternidad mi mal!

Don Melchor ¡Oh, Sol, muera al natural

curso de tu ciclo airado!

Sol, responde a mi cuidado...

Don Antonio Fuente, di a mi mal incierto...

Don Melchor ¿Cómo vives, si ya has muerto?

Don Antonio ¿Cómo corres, si has parado?

(Sale Sabañón, de estudiante gorrón.)

Sabañón ¿Qué es aquesto, don Melchor?

Don Antonio, ¿qué es aquesto?

¿Tú levantado tan presto,

y tú tan Presto, Señor?

¿A qué intento no diréis,

a qué ocasión, a qué fin

habéis salido al jardín?

¿Calláis? ¿no me respondéis?

Ah, don Melchor, ¿qué te ha dado?

Esta suspensión no entiendo.

¿Acaso andáis discurriendo

a quién pidiereis prestado?

¿No dirás lo que te pasa,

don Antonio? habla primero,

¿vino a pedirte el casero

el alquiler de la casa?

Ver a uno y otro mortal

me confunde, sí, por Dios,

siendo tan finos los dos,

¿Cómo calláis vuestro mal?

Señor, de hablar claro trata,

tu suspensión ¿a qué espera?

¿Que no hay blanca en faltriquera

para poner la piñata?

Criado soy de pundonor,

yo sabré disimular,

mil hambres puedo pasar,

que ya he servido a un señor;

que digáis de dónde nace

vuestra tristeza os protesto;

amigos monas, ¿qué es esto?

¿Uno hace lo que otro hace?

¡Ah de tu voz, ah Señor!

En responderme imagina.

¿Te hizo alguna alicantina

dama, tahura de amor?

mal pasiones tan halladas

vuestro silencio remedia.

¿Hacéis alguna comedia

entre los dos por jornadas?

Hasta oír vuestra pasión

os tengo de preguntar.

Don Melchor Sabañón, ¿quieres callar?

Don Antonio ¿No callarás, Sabañón?

Sabañón Con menos resoluciones

es justo que me tratéis;

mil remedios hallaréis

para atajar sabañones;

por comer no es menester

usar desa indignación,

no os comerá el Sabañón,

pues no tiene qué comer.

Don Melchor Si mi mal templar atiendes.

Don Antonio Pues alivio me aseguras...

Don Melchor Di lo que saber procuras.

Don Antonio Di lo que saber pretendes.

Sabañón Digo, pues hacemos tregua,

Que en vuestra comparación

Pilades y Orestes son,

amiguillos de la lengua;

y a vosotros comparados,

aunque tan finos vivieron,

Pólux y Cástor no fueron

hermanos, sino cuñados.

Don Melchor Nuestra amistad es igual.

Don Antonio Un alma asiste en los dos.

Sabañón Pues hablad, cuerpo de Dios,

comunicad vuestro mal;

aunque llegue a ser agravio

pronunciadle sin temor,

porque se gasta el dolor

entre la lengua y el labio.

Don Antonio Dices bien.

Don Melchor No dice, y piensa

que ese no es discurso sabio,

pues referir el agravio

es nueva especie de ofensa;

callado el mal reprimido

se templa el fuego veloz,

mas si le sabe la voz

se le parlará al oído;

pues para tantos despojos

haya en la vena templanza,

que si el oído lo alcanza,

lo pueden saber los ojos;

y ansí el que quiere advertido

dar a su mal recompensa,

no ha de poner una ofensa

a los riesgos de un sentido.

Don Antonio Pues ¿qué importa que en la calma

de mis crueles enojos

quieran pronunciar los ojos

los sentimientos del alma?

¿Qué importa que dolor tanto

se hable en lágrimas también

si no hay quien entienda bien

la retórica del llanto?

Y haz evidente reparo

que aunque expliquen sus enojos,

como son niños los ojos

aún no saben hablar claro.

¿Y qué importa que veloz

la voz usurpe un sentido,

si viene a ser el oído

secretario de la voz?

¿Luego no puedes culpar

lo que tu labio articula,

supuesto que él disimula

y ellos no saben hablar?

Don Melchor Sea la razón igual

para los dos.

Don Antonio Dices bien.

Don Melchor ¿No lloras un mal también?

Don Antonio También yo siento otro mal.

Don Melchor ¿Pues cómo tu error ordena,

viéndome poner mortal,

que yo te diga mi mal

si tú me callas tu pena?

Don Antonio Es porque tanto te quiero,

que por si acaso mi amor

puede aliviar tu dolor,

le quiero escuchar primero.

Don Melchor Don Antonio, no es ansí.

Don Antonio ¿Cómo, si viéndolo estás?

Don Melchor Porque ese quererme más

es quererte más a ti.

Don Antonio Di, ¿por qué?

Don Melchor Porque recelo,

si es tan grande tu cuidado,

que si no estás consolado

estés para dar consuelo;

y ansí conjeturo yo

que en esta desconfianza

bien puedes darme templanza,

pero darme alivio, no.

Si yo te digo el desvelo

que saber has intentado,

ya estando mi mal templado

dar podré a tu mal consuelo;

pero de ti no lo alcanza

la pena a que me provoco,

pues yo sé que no harás poco

en poder darme templanza;

luego conociendo estás

que a tus finezas excedo,

pues darte consuelos puedo,

y tú templanza no más;

luego me estará mejor,

aunque tu amistad lo ordena,

que en sabiendo yo tu pena

te declare mi dolor.

Don Antonio Confieso que me concluyo,

sea, pues, el consuelo igual,

como te cuente mi mal

me ve refiriendo el tuyo.

Don Melchor Pues escucha mi pasión.

Don Antonio Tú oye mi cuidado.

Don Melchor Espera;

Sabañón, vete allá fuera.

Sabañón Ya obedece Sabañón.

Don Antonio Decirte mi mal intento.

Don Melchor Oye a un tiempo mi dolor

Don Antonio ¿Tú no te vas?

Sabañón Sí, Señor

(Vase.)

Don Melchor Oye atento.

Don Antonio Escucha atento.

Don Melchor Ya te acuerdas, don Antonio,

de aquel venturoso tiempo

en que nuestros verdes años

dos claveles parecieron,

que vano esparce cogollo

a persuasiones del riego,

o porfías del botón

si no del alba al requiebro

que en el vientre de una mata

los concibió verde y tierno.

Temprano embrión tan unos,

que no granjearon de exceso

ni el uno una noche más

ni el otro una aurora menos.

Don Antonio Bien me acuerdo desa edad,

y desotra edad me acuerdo

en que los dos ejercimos

los primeros rudimentos,

y cuando, como en nosotros

bozal estaba el ingenio,

la letura nos dio avisos,

la pluma infundió conceptos,

la edad despertó ignorancias,

el uso conocimientos,

y en esotra edad en que

correspondiente, discreto,

en el papel del semblante

los años escribe el tiempo,

nos apartamos los dos

siendo dos almas y un cuerpo,

tú a Flandes, yo a Salamanca;

tú a disciplinar tu aliento

en la clase de las armas,

y yo al militar manejo

de las letras; y no admires

estos nombres contrapuestos,

que como en las letras y armas

la unión tan precisa veo,

bien puedo decir que estudia

el que es soldado, y bien puedo

Decir también que pelea

el que estudia con exceso;

que para un constante estudio

es preciso un buen esfuerzo,

y para una lid también

necesario un buen ingenio.

Don Melchor Habrá un mes, que yendo un día

por las Gradas de aquel templo,

que de los soldados es

el militante colegio,

de Felipe es el que digo,

que fue muy prudente acuerdo,

que se vengan a Felipe

los soldados, que es su centro...

Don Antonio Digo, pues, que en esas Gradas,

con cuidado, muy atento,

buscándote mi porfía,

te vino a hallar mi deseo;

y como había diez años

que no nos vimos, y en ellos

sustituyó la esperanza

la ausencia de largo tiempo...

Don Melchor Tanto otra vez estrechamos

los brazos, que el tierno pecho

hechas lágrimas tenía

de atrasados sentimientos;

y al verse apurado el vaso

del corazón, de muy lleno

rebosó en llanto a los ojos,

los que alegres, como tiernos,

equivocaron las penas

con las glorias del consuelo,

pues con la risa lloraron

y con el llanto rieron.

Don Antonio Y hoy los dos en este cuarto

vivimos.

Don Melchor Los dos tenemos

para los dos un criado.

Don Antonio Y, en fin, lo que disponemos,

lo que tú mandas, es ley.

Don Melchor Lo que tú ordenas, precepto.

Don Antonio Pues vamos a mi pasión.

Don Melchor Vamos al mal que padezco,

pues con la pena del uno

la del otro interpolemos.

Don Antonio Para que con tu dolor

se divierta mi tormento.

Don Melchor Amigo, ya conociste

a don Diego de Salcedo

mi padre.

Don Antonio Sí, don Melchor.

Don Melchor Pues sabe, amigo, que es muerto.

Don Antonio ¿Cómo muerto?

Don Melchor En la campaña

Le dio muerte un caballero.

Don Antonio ¿Fue en desafío?

Don Melchor Si fue.

Don Antonio ¿Fue a traición?

Don Melchor No: cuerpo a cuerpo

Don Antonio ¿Sabes quién es?

Don Melchor No lo sé.

Don Antonio ¿Qué intentas?

Don Melchor Vengarle intento.

Don Antonio ¿Y a eso veniste de Flandes?

Don Melchor A eso de Bruselas vengo.

Don Antonio ¿Cómo, sabiendo la muerte,

no sabes el que le ha muerto?

Don Melchor Porque declaró mi padre

que sin ventaja ni exceso

le dio muerte en la campaña

el agresor, no queriendo

declarar, lo que a los nobles

no les obligan a hacerlo

ni el precepto de las leyes

ni las porfías del ruego.

Don Antonio ¿Ves ese mal que tú lloras?

Don Melchor Es grave el mal que yo tengo.

Don Antonio Pues de otro mayor suspiro,

de mayor pena adolezco.

¿Ya conociste a mi hermana

doña Inés?

Don Melchor Sí, va me acuerdo

de su hermosura.

Don Antonio Pues sabe,