No hay ser padre siendo rey - Francisco de Rojas Zorrilla - E-Book

No hay ser padre siendo rey E-Book

Francisco de Rojas Zorrilla

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Beschreibung

No hay ser padre siendo rey, escrita por Francisco de Rojas Zorrilla, presenta el tema el cainismo. Aquí el drama es consecuencia de la envidia entre hermanos, y el conflicto entre el amor paternal y el deber social. Así a la condición de padre suele asociarse la del poderoso, y especialmente el enfrentamiento paterno.filial. En No hay ser padre siendo rey este confrontación es entre el rey de Polonia y sus hijos, Rugero y Alejandro.

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Seitenzahl: 92

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Francisco de Rojas Zorrilla

No hay ser padre siendo rey

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: No hay ser padre siendo rey.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-232-5.

ISBN ebook: 978-84-9897-778-3.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 47

Jornada tercera 89

Libros a la carta 133

Brevísima presentación

La vida

Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.

Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.

Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.

Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.

Personajes

Rey de Polonia

Rugero, príncipe

Alejandro, infante

Coscorrón

Duque Federico

Casandra, duquesa

Clavela, criada

Roberto

Dos criados y acompañamiento

Jornada primera

(Salen el Rey y acompañamiento, con memoriales, el Duque, Alejandro y Rugero, hijos del Rey.)

Rey Una silla me llegad;

la gota me trae sin mí,

Rugero La silla tienes aquí.

Alejandro Siéntese tu majestad.

Rey (Aparte.) (Para males tan prolijos,

que a mis dos brazos iguala,

dos báculos me señala

mi vejez en mis dos hijos.

Bien que impropio se desmiente

entre los dos mi retrato,

pues éste tiene de ingrato

lo que estotro de obediente.

Reñirle pienso otra vez,

pues será buena ocasión.)

Hijos, paciencia, éstas son

pensiones de la vejez.

(Siéntase.)

Rugero (Aparte.) (¡Que el Rey me estorbase así!)

Alejandro (Aparte.) (¡Que ahora el Rey me estorbase!)

Rugero (Aparte.) (¡Que esto sufra!)

Alejandro (Aparte.) (¡Que esto pase!)

Rugero (Aparte.) (Pero saldremos de aquí.)

(Llegue el Duque por un lado a hablar al Rey.)

Duque ¿Señor?

Rey ¿Qué decís?

Duque Mirad,

que han reñido en este instante

el Príncipe y el Infante.

Rey Ya lo sé, Duque, callad.

Duque Porque remediéis lo digo

la causa de tantos males.

Rey Ya os entiendo; memoriales;

no quede nadie conmigo.

(Vayan dando memoriales, y hace que se va Rugero.)

Rugero Voime, pues vengarme espero.

Alejandro La defensa es natural.

(Vase.)

Duque Yo cumplí con ser leal.

(Vase.)

Rey Esperad; no os vais, Rugero.

Rugero (Aparte.) (¡Hay tal vejez! Vive Dios...

¡Que esto consiento!, ¡esto escucho!)

¿Qué mandáis?

Rey Yo tengo mucho,

Príncipe, que hablar con vos.

Rugero Obedeceros intento.

(Aparte.) (Largo ha de ser el sermón.)

Rey (Aparte.) (Dios temple su condición.)

Estadme, Rugero, atento.

Seis años pienso que hará

que mi esposa y madre vuestra

a ser mejor cortesana

se partió a mayor esfera,

dejando a este reino triste

la admiración más suspensa,

la imaginación con ojos,

y la emulación sin lengua;

y a mí, con ser quien la pierde,

consolado, que es violencia

culpar, siendo oficio suyo,

a la muerte lo que lleva,

puesto que nos da de gracia

todo aquello que nos deja.

Decís que estoy ya muy viejo

(decís muy bien) y que fuera

razón que aquesta corona

pusiera en vuestra cabeza.

Esto ha de salir de mí,

que el gobierno y la grandeza

no consiste en procurarla,

sino solo en merecerla.

¿Sabéis a lo que se expone

el que un imperio gobierna?

No hay cosa bien hecha en él

que a los suyos lo parezca:

Si es justo, cruel le llaman;

si es piadoso, le desprecian;

pródigo, si es liberal;

avaro, si se refrena;

si es pacífico, es cobarde;

disoluto, si se alegra;

hipócrita, si es modesto;

es fácil, si se aconseja.

Pues si la virtud no basta

al que la virtud conserva

vos, todo entregado al ocio,

al apetito y torpeza,

mal podréis vivir buen rey

si aun ser bueno no aprovecha.

¿Y cómo es posible, cómo

(si ya el cielo no lo trueca),

que gobierne tanto imperio

quien a sí no se gobierna?

Yo, pues, ahora me quejo,

que vos, rompiendo obediencias,

preceptos atropellando,

al Duque, que me sustenta

la carga de mis cuidados,

con rigor y con soberbia

le queréis quitar la vida,

porque yo le quiero, y ésta,

contra mi bien declarada

viene a ser precisa ofensa.

¿El Duque en qué os ofendió,

que con la espada sangrienta

le buscáis puertas al alma

y a vuestras venganzas puertas?

Y ahora con vuestro hermano

habéis tenido allá fuera

un enojo. Ea, rapaz,

prended el labio a la lengua,

pues él os da más discreto

la respuesta sin respuesta.

Noramala para vos,

en las alarbes fronteras

gastad esas altiveces,

y de la gola a las grevas

sobre el andaluz armado

el rey Otomano os vea.

¡Con tu hermano! ¡Bien por Dios!

Y con el Duque, que es fuerza

que por mí el uno le sufra,

y otro por él le consienta.

¿No queréis os dé consejo?

Pues sabed que en mí es fineza

que aunque hay muchos que aconsejen,

son pocos los que aconsejan.

Bien sé que me aborrecéis;

y aunque os diga vuestra idea

que del que es aborrecido

nunca es buena la sentencia

para ser recto el consejo

es necesario que sea,

no de aquél que yo quisiere,

sino de aquél que me quiera.

Vos injuriáis los humildes;

pues temed con todas veras

más hacer ofensa al pobre

que hacer al señor afrenta,

porque el señor, cuando mucho,

si se llama a la defensa,

o con la espada se incita

o con el plomo se altera.

Pero el pobre con el llanto;

mirad, pues, la diferencia

que hay entre el llanto y la espada;

que el rico una vez se venga,

y el pobre se está vengando

todo el tiempo que se queja.

A las letras os negáis,

y puesto que es evidencia

que buena ciencia sin sangre

o se escurece o se afea,

también a una buena sangre

es menester buena ciencia.

Nunca al que os pide le dais;

pues aunque no lo merezca,

ya merece lo que os pide

siquiera por lo que os ruega

porque no hay cosa más cara

que la que cuesta vergüenza.

En estas calles y plazas,

siempre que la aurora argenta

cuando ha de dorar con rayos

el padre de las estrellas,

se hallan muertas mil personas,

y la desdicha es aquesta;

que es tal vuestra mala fama,

que aunque el vulgo las cometa,

dice, hecho una lengua todo,

que tenéis la culpa dellas.

De suerte, que vos, Rugero,

citando me llamo a clemencias,

os provocáis a rigores;

si os muestro amor, vos soberbia

si doy premio a mis vasallos,

castigáis al que se premia;

avaro sois, si yo doy;

libre, si os suelto la rienda;

si os detengo, os incitáis

los consejos os molestan,

los avisos os perturban,

los rigores os desvelan,

las venganzas os incitan,

la crueldad os atropella,

sois mal quisto con los vuestros,

y no hay vasallo que os quiera;

y tal vez puede mentir

una lengua y otra lengua

pero todas, no es posible,

pues el pueblo, es evidencia

que habla por lengua de Dios

y es imposible que mienta.

Gobernad vuestras acciones

para que Polonia vea

que os reducís a vos mismo,

y que hoy de nuevo se trueca

vuestro rigor en piedad,

y sois, con acciones nuevas,

comedido en las palabras,

justiciero en las sentencias,

piadoso en la ejecución,

disimulado en la ofensa

advertido en los peligros

y firme en las resistencias.

Si esto hiciéredes, Rugero,

mi corona, mi grandeza,

cuanto aquesta espada rige,

cuanto estas canas gobiernan,

será vuestro desde luego;

pero si no se reserva,

ni un hermano que os obliga,

ni un valido que os respeta,

ni un pueblo que os obedece,

ni un padre que os amonesta;

si soy padre, seré rey,

porque en tan graves materias,

quien no premia, no es prudente

ni el que no castiga, reina.

Rugero Ya que en cualquiera ocasión

cuanto imagino os molesta,

hoy me habéis debido en ésta

el cuidado y la atención.

Y aunque llegue a merecer

con vos nombre de importuno,

a esos cargos uno a uno

os tengo de responder.

Rey Cuando airado y ofendido

me hallo de vuestro rigor,

perderé en ser vencedor

y ganaré el ser vencido.

¡Oh, plegue al cielo, que aquí,

Rugero, me convenzáis

Rugero Sí haré, si atento me estáis,

Rey pues proseguid.

Rugero Digo así:

Cuando al despedirse triste

el estío rigoroso,

con voces de llamas muertas

iba llamando al otoño;

cuando a castigar las flores,

examinando los sotos,

salió juez de residencia

severamente el Agosto;

cuando el dorado Setiembre

de los esquilmos dichosos,

puntales pone a los cielos

de granos de fruto en oro

entonces con mis monteros

medí al monte los contornos,

ya conquistando los sauces,

ya averiguando los poyos.

Cuando viendo que no hallamos,

ni aquel animal cerdoso

que hace alfanjes los colmillos

para destroncar los chopos;

ni hallando entre tanto monte

al venado, que ganchoso,

coronista de su vida,

se la escribe en sus dos troncos;

nos apeamos los tres,

y en la margen de un arroyo

que por no tener con quien

murmuró consigo propio,

haciendo alfombras de flores

nos descansó lo frondoso,

elevó lo cristalino

y suspendió lo sonoro.

Al descanso ya entregados,

viéndonos tristes y solos,

tratamos de murmurar,

que éste es el manjar del ocio.

Gobernamos tus Estados,

dispusimos sentenciosos,

culpamos unos ministros,

diferenciamos a otros:

Materia que tantos tocan,

y que la entienden tan pocos.

ya a mormurar destinados,

yo, más entonces que todos,

a tu fama me adelanto

y a tu impiedad me provoco.

¿Cómo (les dije) mi padre

no sacude de los hombros

el peso de esta corona,

flaco Atlante a tanto globo?

¿Piensa, por ventura, piensa

mi padre, que por ser mozo

no sabré regir el cetro,

cuando a los alfanjes corvos

puso freno aqueste acero.

Y del fronterizo moro

más cabezas dio a la Parca,

que flores agosta el Noto?

Ya la política he visto,

ya tengo previsto el modo