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En esta obra de teatro, Lorca aborda la vida de una de las figuras emblemáticas de la desamortización absolutista del S. XIX: Mariana Pineda, mujer granadina de 26 años acusada y condenada a muerte por defender la causa liberal, al haber sido encontrada en su casa una bandera con las palabras bordadas: Libertad, Igualdad y Ley.
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Seitenzahl: 66
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Federico García Lorca
Saga
Mariana Pineda
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1927, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726479669
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Telón representando el desaparecido arco árabe de las Cucharas y perspectiva de la plaza Bibarrambla. La escena estará encuadrada en un margen amarillento, como una vieja estampa, iluminada en azul, verde, amarillo, rosa y celeste. Una de las casas que se vean estará pintada con escenas marinas y guirnaldas de frutas. Luz de luna. Al fondo, las Niñas cantarán, con acompañamiento, el romance popular:
¡Oh! Qué día tan triste en Granada,
que a las piedras hacía llorar
al ver que Marianita se muere
en cadalso por no declarar.
Marianita, sentada en su cuarto,
no paraba de considerar:
«Si Pedrosa me viera bordando
la bandera de la Libertad».
(De una ventana saldrá una Mujer con un velón encendido. Cesa el Coro).
MUJER.
¡Niña! ¿No me oyes?
NIÑA.
(Desde lejos). ¡Ya voy!
(Por debajo del arco aparece una Niña vestida según la moda del año 1850, que canta).
Como lirio cortaron el lirio,
como rosa cortaron la flor,
como lirio cortaron el lirio,
mas hermosa su alma quedó.
(Lentamente, entra en su casa. Al fondo, el Coro continúa).
¡Oh! Qué día tan triste en Granada,
que a las piedras hacía llorar.
Telón lento
Casa de Mariana. Paredes blancas. Sobre una mesa, un frutero de cristal lleno de membrillos. Todo el techo estará lleno de la misma fruta, colgada. Encima de la cómoda, grandes ramos de rosas de seda. Tarde de otoño. Al levantarse el telón, aparece doña Angustias, madre adoptiva de Mariana, sentada, leyendo. Viste de oscuro. Tiene un aire frío, pero es maternal al mismo tiempo. Isabel la Clavela viste de maja. Tiene treinta y siete años.
CLAVELA.
(Entrando). ¿Y la niña?
ANGUSTIAS.
Borda y borda lentamente. Yo la he visto por el ojo de la llave. Parecía el hilo rojo, entre sus dedos, una herida de cuchillo sobre el aire.
CLAVELA.
¡Tengo un miedo!
ANGUSTIAS.
¡No me digas!
CLAVELA.
(Intrigada). ¿Se sabrá?
ANGUSTIAS.
Desde luego, por Granada no se sabe.
CLAVELA.
¿Por qué borda esa bandera?
ANGUSTIAS.
Ella me dice que la obligan sus amigos liberales. (Con intención). Don Pedro, sobre todos; y por ellos se expone... a lo que no quiero acordarme.
CLAVELA.
Si pensara como antigua, le diría… embrujada.
ANGUSTIAS.
(Rápida). Enamorada.
CLAVELA.
(Rápida). ¿Sí?
ANGUSTIAS.
(Vaga). ¡Quién sabe! (Lírica). Se le ha puesto la sonrisa casi blanca, como vieja flor abierta en un encaje. Ella debe dejar esas intrigas. ¡Qué le importan las cosas de la calle! Y si borda, que borde unos vestidos para su niña, cuando sea grande. Que si el Rey no es buen Rey, que no lo sea; las mujeres no deben preocuparse.
CLAVELA.
Esta noche pasada no durmió.
ANGUSTIAS.
¡Si no vive! ¿Recuerdas?... Ayer tarde… (Suena una campanilla alegremente). Son las hijas del Oidor. Guarda silencio. (Sale Clavela, rápida. Angustias se dirige a la puerta de la derecha y llama). Marianita, sal que vienen a buscarte.
Entran dando carcajadas las Hijas del Oidor de la Chancillería. Vienen vestidas a la moda de la época, con mantillas y un clavel rojo en cada sien. Lucía es rubia tostada, y Amparo, morenísima, de ojos profundos y movimientos rápidos.
ANGUSTIAS.
(Dirigiéndose a besarlas, con los brazos abiertos). ¡Las dos bellas del Campillo por esta casa!
AMPARO.
(Besa a doña Angustias y dice a Clavela). ¡Clavela! ¿Qué tal tu esposo el clavel?
CLAVELA.
(Marchándose, disgustada, como temiendo más bromas). ¡Marchito!
LUCÍA.
(Llamando al orden). ¡Amparo! (Besa a Angustias).
AMPARO.
(Riéndose). ¡Paciencia! ¡Pero clavel que no huele, se corta de la maceta!
LUCÍA.
Doña Angustias ¿qué os parece?
ANGUSTIAS.
(Sonriendo). ¡Siempre tan graciosa!
AMPARO.
Mientras que mi hermana lee y relee novelas y más novelas, o borda en el cañamazo rosas, pájaros y letras, yo canto y bailo el jaleo de Jerez, con castañuelas; el vito, el ole, el bolero, y ojalá siempre tuviera ganas de cantar, señora.
ANGUSTIAS.
(Riendo). ¡Qué chiquilla! (Amparo coge un membrillo y lo muerde).
LUCÍA.
(Enfadada). ¡Estáte quieta!
AMPARO.
(Habla con lo agrio de la fruta entre los dientes). ¡Buen membrillo! (Le da un calo frío por to fuerte del ácido, y guiña).
ANGUSTIAS.
(Con las manos en la cara). ¡Yo no puedo mirar!
LUCÍA.
(Un poco sofocada). ¿No te da vergüenza?
AMPARO.
Pero ¿no sale Mariana? Voy a llamar a su puerta. (Va corriendo y llama). ¡Mariana, sal pronto, hijita!
LUCÍA.
¡Perdonad, señora!
ANGUSTIAS.
(Suave). ¡Déjala!
La puerta se abre, y aparece Mariana, vestida de malva claro, con un peinado de bucles, peineta y una gran rosa roja detrás de la oreja. No tiene más que una sortija de diamantes en su mano siniestra. Aparece preocupada, y da muestras, conforme avanza el diálogo, de vivísima inquietud. Al entrar Mariana en escena, las dos muchachas corren a su encuentro.
AMPARO.
(Besándola). ¿Cómo has tardado?
MARIANA.
(Cariñosa). ¡Niñas!
LUCÍA.
(Besándola). ¡Marianita!
AMPARO.
¡A mí otro beso!
LUCÍA.
¡Y otro a mí!
MARIANA.
¡Preciosas! (A doña Angustias). ¿Trajeron una carta?
ANGUSTIAS.
¡No! (Queda pensativa).
AMPARO.
(Acariciándola). Tú, siempre joven y guapa.
MARIANA.
(Sonriendo con amargura). ¡Ya pasé los treinta!
AMPARO.
¡Pues parece que tienes quince!
(Se sientan en un amplio sofá, una a cada lado. Doña Angustias recoge su libro y arregla la cómoda).
MARIANA.
(Siempre con un dejo de melancolía). ¡Amparo! ¡Viudita y con dos niños!
LUCÍA.
¿Cómo siguen?
MARIANA.
Han llegado ahora mismo del colegio, y estarán en el patio.
ANGUSTIAS.
Voy a ver. No quiero que se mojen en la fuente. ¡Hasta luego, hijas mías!
LUCÍA.
(Fina siempre). ¡Hasta luego! (Se va doña Angustias).
MARIANA.
¿Tu hermano Fernando, cómo sigue?
LUCÍA.
Dijo que vendría a buscarnos, para saludarte. (Ríe). Se estaba poniendo su levita azul. Todo lo que tienes le parece bien. Quiere que vistamos como tú te vistes. Ayer…
AMPARO.
(Que tiene siempre que hablar, la interrumpe). Ayer mismo nos dijo que tú (Lucía queda seria). tenías en los ojos… ¿qué dijo?
LUCÍA.
(Enfadada). ¿Me dejas hablar? (Quiere hacerlo).
AMPARO.
(Rápida). ¡Ya me acuerdo! Dijo que en tus ojos, había un constante desfile de pájaros. (Le coge la cabeza por la barbilla y le mira los ojos). Un temblor divino, como de agua oscura, sorprendida siempre bajo el arrayán, o temblor de luna sobre una pecera, donde un pez de plata finge rojo sueño.
LUCÍA.
(Sacudiendo a Mariana). ¡Mira! Lo segundo son inventos de ella. (Ríe).
AMPARO.
¡Lucía, eso dijo!
MARIANA.
¡Qué bien me causáis con vuestra alegría de niñas pequeñas! La misma alegría que debe sentir el gran girasol al amanecer, cuando sobre el tallo de la noche vea abrirse el dorado girasol del cielo. (Les coge las manos).
LUCÍA.
¡Te encuentro muy triste!
AMPARO.
¿Qué tienes? (Entra Clavela).
MARIANA.
(Levantándose rápidamente). ¡Clavela! ¿Llegó? ¡Di!
CLAVELA.