¡Mocedades! - Manuel Bretón de los Herreros - E-Book

¡Mocedades! E-Book

Manuel Bretón de los Herreros

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Beschreibung

Divertido texto teatral de Manuel Bretón de los Herreros en lo que el dramaturgo vuelve a abordar sus temas estrella: el enredo amoroso, las segundas oportunidades del amor, el humor absurdo y la representación costumbrista de la España de su época. Don Aniceto, un acaudalado viudo, ya está pensando en volver a casarse, en esta ocasión con una joven mucho menor que él que se ha criado a su lado. Sin embargo, la irrupción en su vida de la perturbadora Casilda pondrá patas arriba todos los planes.

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Seitenzahl: 76

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Manuel Bretón de los Herreros

¡Mocedades!

COMEDIA EN TRES ACTOS.

Estrenada en el teatro de NOVEDADES el dia 29 de Octubre de 1857.

Saga

¡Mocedades!

 

Copyright © 1857, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726653571

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAS. ACTORES.

CASILDA D. a María Rodriguez. GABRIELA D. a Salvadora Cairon . JENARA D. a María Cruz. DON ANICETO D. José Calvo. DON JOAQUIN D. Antonio Zamora. TIBURCIO D. Calixto Boldun. UNACRIADA No habla.

_____________

La accion es en Madrid.

ACTO PRIMERO.

Sala en casa de D. Aniceto, lujosamente amueblada, con puerta en el foro, otra en los bastidores de la derecha y otra en los de la izquierda. Mesa con escribanía.

ESCENA PRIMERA.

D. Aniceto. Tiburcio.

 

Anic. Sí, entrado en cincuenta y seis,

es mucha verdad: los cumplo

en la próxima semana.

Tib . Dentro de poco ¡tres duros!

Anic . Y qué tenemos con eso?

Bien puede latir robusto

y jóven un corazon

en cuerpo de doce lustros.

Tib . Pero ¡pensar en amores

apénas cumplido el luto...

Anic. El luto! Si le he vestido,

es por sujetarme al uso,

que en vez de bailar de gozo

manda llorar á los viudos.

Fué mi difunta Leoncia

virtuosa hasta lo sumo,

Pero ¡qué virtud, Dios mio!

Todavía me espeluzno

de recordarlo. Celosa

y suspicaz como un turco,

y fea como un demonio,

que es lo peor del asunto,

en vida me hizo pasar

el purgatorio.

Tib. Sí; mucho

ganó usted para con Dios

si llevó tan férreo yugo

con paciencia.

Anic. No su rostro;

su dinero me sedujo.

Contratiempos mercantiles

arruinaron mi peculio,

y el capital de la novia

rendia al año un producto

de seis mil duros y pico.

Tib . Con cuyo auxilio oportuno

se convirtió en opulencia

el inminente infortunio.

Anic . Yo decia para mí

cuando apelé á ese recurso:

«Con su oro hace tolerable

la fealdad de su busto.»

Tib. (Entre dientes.)

Ah maldecido interes!

Anic . Qué murmuras?

Tib. No murmuro.

Anic. Túdirás que me cegó

la codicia... Es verdad, hubo

algo de eso; pero el móvil

verdadero de mi absurdo

matrimonio...

Tib. Absurdo? Vaya!

no tanto, porque, si ajusto

bien la cuenta, cuando usted

se casó era ya maduro.

Cuarenta y dos años...

Anic. No.

Tib . Pues ¿cuantos?

Anic . Cuarenta y uno;

y el que más me echaba treinta;

que como era gordo y rubio

como un tudesco...

Tib. Sí.

Anic. Ahora

ya tengo en la cara surcos,

y el romadizo me hostiga,

y va flaqueando el pulso;

mas si me acicalo un poco,

todavía...

Tib. No lo dudo.

(¡Pretensiones de galan,

y tiene un pié en el sepulcro!)

Anic. Qué dices?

Tib. No digo nada.

Anic. Es que tú has dado en el flujo

de criticarme.

Tib. Notal.

Anic. ¡Citarme á cada minuto

mi partida de bautismo...

Tib . Como nos criamos juntos...

Porque nacimos los dos

en el año de...

Anic. Me pudro!

Tib . Aquella dichosa edad

recuerdo con tanto gusto...

Anic. Basta. Volviendo á mi boda,

razones de mucho bulto

me precisaron á ella.

Embarcado en un falucho

que fleté de cuenta mia

veinte años ha, tomé el rumbo

de Cartagena, y allí

á los hechizos sucumbo

de cierta niña ojinegra...

Tib . Algo de ese amor se supo...

Anic. Pero pocos han sabido

los resultados que tuvo.

Tib. Y ¿cuales?

Anic. Esa pregunta

no la haria un mameluco.

¿Qué podia resultar

de nuestro cariño mutuo?

Una niña como un sol.

Tib . Pudo ser un niño.

Anic. Justo,

pero fué niña.

Tib. ¡y callarlo

tanto tiempo al más seguro,

al más fiel de los sirvientes!

Anic. Secretos tan peliagudos

no son para confiados

á nadie.

Tib. ¿y usted—qué abuso!—

negó su mano á la víctima...

Anic. No; en mi corazon no cupo

tanta iniquidad. Apénas

hubo plausibles anuncios

de maternidad futura,

dije á mi prenda: «Soy tuyo;

legitimará el altar

á mi heredero presunto.»

Pero ántes era forzoso

surcar los mares cerúleos

con el nuevo cargamento,

que me prometia un lucro

considerable. Mi vuelta

cuanto es posible apresuro,

provisto ya de mi fe

bautismal para los usos

correspondientes; en alas

de mi amor vuelo al tugurio

de mi amada, y me la encu entro

en las manos de un verdugo...

Tib . Verdugo!

Anic. Sí, el comadron!

El parto venía zurdo,

segun dijo. Atroz momento!

Nació el inocente fruto,

pero su madre, ay dolor!

dejándole en el crepúsculo

de la vida... ¡Dios la tenga

en la mansion de los justos!

Tib . Amén. Yla niña? vive?

Aníc . Sí. Privada del arrullo

maternal, la pobrecilla

halló alimento y refugio

en el regazo alquilon

de una ama de cria, á cuyo

brazo seglar fué preciso

fiar el tierno capullo;

porque habiendo de volver

á Ayamonte en lo más crudo

del invierno, no la quise

exponer á los insultos

de la estacion arrostrando

los furores de Neptuno.

¿Quién me hubiera dicho entónces:

«pasarán años, y muchos,

sin que vuelvas á abrazar

á tu hija»? Yasí plugo

al cielo. Á nuevas empresas

en mal hora me aventuro;

ninguna me sale bien;

me embrollo, me empeño, lucho

contra mi estrella enemiga

un dia y otro... Al fin rae hundo,

me declaro en quiebra! Entónces,

para sacarme de apuros,

Dios me deparó la mano

de mi difunta. Apechugo

con ella, pero imponiéndome

el secreto más profundo

respecto á la parvulilla,

porque al más leve barrunto

era fijo que Leoncia,

ó me sacaba ex abrupto

los ojos, ó cuando ménos

me sentenciaba al repudio;

y aunque por amor de padre

á mi libertad renuncio,

¿cómo ver á mi chiquilla

con aquel árgos adjunto

que me contaba los pasos

y me tenía en un puño?

Hube pues de limitarme

á remitir á menudo

socorros para criar

con decencia, y áun con lujo,

á mi pimpollo, valiéndome

de reservados conductos.

En este estado infeliz

viví ¡quince años!... Por último,

quiso el diablo hace seis meses

llevarse lo que era suyo;

redondeo mis negocios;

en la corte me sitúo;

me hago en ella propietario

á expensas de clero y culto;

escribo al ama de leche

que no se ande ya en tapujos,

y con mi prenda del alma

se venga á Madrid al punto;

y aunque no me dice el dia

en que llegará, presumo

que pronto la estrecharé

entre mis brazos hercúleos.

Tib . Sea para muchos años:

lo aplaudo y me congratulo...

Pero padre de una moza

casadera, y tan machucho,

¡y andar usted todavía

á picos pardos!

Anic . Estúpido

misionero, ¿por ventura

tengo yo el alma de estuco?

La viudez rejuvenece.

¡Tantos años de importuno

cautiverio! ¡Tanto tiempo

parodiando los impulsos

de un amor que no sentia!...

Si hoy pago leal tributo

en las aras de Cupido,

quién me negará el indulto?

Que soy viejo! Cuando el oro

sirve al amor de preludio,

¿qué Vénus echa de ver

las arrugas de Saturno?—

Miento! Hay una inexorable

á mis suspiros y al unto

de Méjico con que en vano

domesticarla procuro.

Tib . Olvídela usted.

Anic. Nopuedo.

¡Soy tan sensible... Ay Tiburcio!

Yo he nacido para amar.

Tib . Para amar? ¡Pese á Nabuco–

donosor! Pues ame usted

á su hija.

Anic. Sí, mas el puro

cariño que ella me inspira

no excluye... No ha de ser único…

Mi corazon es muy ancho

y bien puede tener juntos

dos huéspedes.

Tib. Ame usted

á su sobrino.

Anic . Abrenuncio!

No me hables de ese perdido.

Me ha dado muchos disgustos...

(Suena dentro una campanilla.)

Tib . Pero...

Anic. Silencio! Han llamado.

Anda...

Tib. (Yéndose por el foro.)

(¡Lástima de chuzo...).

ESCENA II.

D . Aniceto.

 

Él me aconseja muy bien,

pero ¿qué ha de hacer un viudo...

Tengo un vacío en el alma...

Yo soy hombre; no soy buho...

Mas la prudencia, el decoro...

Soy padre! Tengo ya escrúpulos

de conciencia... No; yo debo

dar buen ejemplo... Ello es duro...,

pero habré de resignarme

á hacer vida de cartujo.

ESCENA III.

Casilda . D . Aniceto. Casilda viene de mantilla y trae cubierto el rostro con el velo.

 

Cas . Beso á usted la mano. Aquí

me han dicho que dan razon...

(Cielo! Este santo varon

es el de ayer...) Yo... Pues... Si...

Anic. Vamos, ¿qué... (Talle divino!—

Mas cuando el rostro se tapa,

no debe de ser tan guapa

como yo me la imagino.)

Cas . (Qué encuentro! Tentada estoy

por volverme...)

Anic. (Tiene miedo

de hablar...) Sepa yo en qué puedo