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Aunque a lo largo de toda la obra de C. G. Jung merodean las referencias a la psicoterapia, con mayor freciencia y densidad en sus escritos clínicos, psicoanalíticos y psiquiátricos, los textos aquí recopilados se centran específicamente en el contexto, las condiciones y la dinámica de la psicoterapia tal como él la entiende. Históricamente, C. G. Jung es uno de los pioneros de la psicoterapia, nacida como ciencia en el último cuarto del siglo XIX. Esta práctica médica es una respuesta a los callejones sin salida en que se fue encontrando progresivamente la psiquiatría en su primer siglo de existencia. Considerada científicamente surge para tratar las dolencias anímicas. Estas dolencias, sean neurosis o psicosis funcionales, suponen un desequilibrio entre la consciencia y lo inconsciente de quien las padece. El objetivo de la psicoterapia es facilitar al paciente el diálogo entre su consciencia y su inconsciente de tal modo que pueda encarar el conflicto moral que padece con solidez y paciencia filosófica para soportar el dolor, lo que supone atender al desarrollo y maduración de la personalidad individual. Se trata de un asunto no médico, sino fundamentalmente moral. Jung es el primer psicoterapeuta moderno que defiende la especificidad del alma frente al cuerpo y el espíritu, evitando que esta psique quedara subsumida en el biólogo mundo del médico o el espiritual del religioso, con sus respectivas tendencias normativas. Como escribe en 1941, "la tarea más importante de la psicoterapia es ponerse al servicio del desarrollo del individuo, educando al hombre en la autonomía y la libertad moral".
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Seitenzahl: 745
Veröffentlichungsjahr: 2025
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OBRA COMPLETA
VOLUMEN 16
Contribuciones al problema de la psicoterapia y a la psicología de la transferencia
C. G. JUNG
Traducción de Jorge Navarro Pérez
EDITORIAL TROTTA
CARL GUSTAV JUNG
OBRA COMPLETA
TÍTULO ORIGINAL: PRAXIS DER PSYCHOTHERAPIE
PRIMERA EDICIÓN: 2006
SEGUNDA EDICIÓN: 2016
© EDITORIAL TROTTA, S.A., 2006, 2016, 2024WWW.TROTTA.ES
© STIFTUNG DER WERKE VON C. G. JUNG, ZÜRICH, 2007
© WALTER VERLAG, 1995
© JORGE NAVARRO PÉREZ, TRADUCCIÓN, 2006
© ENRIQUE GALÁN SANTAMARÍA, INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA, 2006
DISEÑO DE COLECCIÓN
GALLEGO & PÉREZ-ENCISO
CUALQUIER FORMA DE REPRODUCCIÓN, DISTRIBUCIÓN, COMUNICACIÓN PÚBLICA O TRANSFORMACIÓN DE ESTA OBRA SOLO PUEDE SER REALIZADA CON LA AUTORIZACIÓN DE SUS TITULARES, SALVO EXCEPCIÓN PREVISTA POR LA LEY. DIRÍJASE A CEDRO (CENTRO ESPAÑOL DE DERECHOS REPROGRÁFICOS, WWW.CEDRO.ORG) SI NECESITA UTILIZAR ALGÚN FRAGMENTO DE ESTA OBRA.
ISBN: 978-84-1364-266-6 (obra completa, edición digital e-pub)
ISBN: 978-84-1364-283-3 (volumen 16, edición digital e-pub)
Introducción a la edición española: Enrique Galán Santamaría
I.PRÓLOGO DEL AUTOR
PRIMERA PARTE:PROBLEMAS GENERALES DE LA PSICOTERAPIA
II.CONSIDERACIONES DE PRINCIPIO ACERCA DE LA PSICOTERAPIA PRÁCTICA
III.¿QUÉ ES LA PSICOTERAPIA?
IV.ALGUNOS ASPECTOS DE LA PSICOTERAPIA MODERNA
V.METAS DE LA PSICOTERAPIA
VI.LOS PROBLEMAS DE LA PSICOTERAPIA MODERNA
VII.PSICOTERAPIA Y COSMOVISIÓN
VIII.MEDICINA Y PSICOTERAPIA
IX.LA PSICOTERAPIA EN LA ACTUALIDAD
X.CUESTIONES FUNDAMENTALES DE LA PSICOTERAPIA
SEGUNDA PARTE:PROBLEMAS ESPECIALES DE LA PSICOTERAPIA
XI.EL VALOR TERAPÉUTICO DE LA ABREACCIÓN
XII.LA APLICABILIDAD PRÁCTICA DEL ANÁLISIS DE LOS SUEÑOS
XIII.LA PSICOLOGÍA DE LA TRANSFERENCIA
Prólogo
Introducción
La serie de figuras del Rosarium philosophorum como ilustración de los fenómenos transferenciales
1.La fuente mercurial
2.El rey y la reina
3.La verdad desnuda
4.La inmersión en el baño
5.La coniunctio
6.La muerte
7.El ascenso del alma
8.La purificación
9.El retorno del alma
10.El nuevo nacimiento
Epílogo
APÉNDICES
Glosario de términos latinos y griegos
Bibliografía
Índice onomástico
Índice de obras citadas
Índice de materias
Enrique Galán Santamaría
Como es sabido, la primera edición de la Obra completa de Carl Gustav Jung es su versión inglesa, Collected Works, iniciada en 1953, de la cual se publicarían diez de sus veinte volúmenes en vida de Jung1. La edición alemana, Gesammelte Werke, que comienza su andadura en 1958, se inaugura precisamente con este volumen, La práctica de la psicoterapia. El posible motivo de dicha elección nos lo brinda el mismo Jung cuando en el Prólogo a esta miscelánea de textos referidos a la psicoterapia recuerda al lector que su «contribución al conocimiento del alma se basa en la experiencia práctica con el ser humano. En efecto, el esfuerzo médico por comprender psicológicamente las dolencias anímicas es lo que me ha conducido en mis más de cincuenta años de práctica de la psicoterapia a todos mis conocimientos y conclusiones posteriores y lo que me ha llevado a examinar y modificar mis ideas a la luz de la experiencia inmediata»2. Es pues la consulta profesional origen y destino de todas las investigaciones que Jung se vería obligado a realizar, en claro contraste con una opinión muy difundida que haría de él más bien un teórico y un psicólogo filosófico que estudiaría asuntos muy alejados de la práctica clínica. Muy al contrario, tales estudios permiten objetivar los fenómenos psíquicos —emociones y representaciones ante hechos y personas— y su marco histórico en la propia consulta.
Aunque obviamente menudean las referencias a la psicoterapia a lo largo de toda la obra de C. G. Jung, con mayor frecuencia y densidad en sus escritos clínicos, psicoanalíticos y psiquiátricos, los textos aquí recopilados se centran específicamente en el contexto, las condiciones y dinámica de la psicoterapia tal como él la entiende. Su arco temporal cubre treinta años, desde 1921, cuando dicta su conferencia «El valor terapéutico de la abreacción», hasta 1951, año en el que publica en la revista Dialéctica«Cuestiones fundamentales de la psicoterapia». Treinta años de consolidación de una obra fundamentada entonces en la teoría de lo inconsciente colectivo (1912) y la tipología psicológica (1921), y que posteriormente complementaría con la descripción del proceso de individuación (1928) y la noción de sí-mismo (1929), cuya articulación de contrarios hacia un centro describirá Jung en paralelo con la alquimia a partir de la década de 1930. La investigación sobre el aspecto transpersonal del sí-mismo le conduce a la hipótesis de la sincronicidad, aludida en 1930 —«En memoria de Richard Wilhelm»3— y presentada en 19524. Si bien los escritos que componen este volumen revelan esa progresiva profundización de la obra junguiana en lo referido al ámbito clínico, también expresan la permanencia de su concepción de los aspectos centrales del acto psicoterapéutico, proceso dialéctico que tiene por objetivo «la autonomía moral del paciente», como señala Jung en 1913 a su corresponsal Loÿ.5
En su mayoría, los textos de este volumen son conferencias y ponencias preparadas con ocasión de Congresos y Asambleas profesionales, como la Sociedad Médica General de Psicoterapia, la Asamblea de Psicoterapeutas Suizos o la Sociedad de Medicina de Zúrich, como comprobará el lector en los capítulos correspondientes. El escrito más importante y extenso de este volumen es La psicología de la transferencia, publicado originalmente en 1946 como preludio de su obra magna Mysterium coniunctionis, que vería la luz diez años más tarde6.
Históricamente, Jung es uno de los pioneros de la psicoterapia, pues como se verá en lo que viene a continuación, esta práctica médica es una respuesta a los callejones sin salida en que se fue encontrando progresivamente la psiquiatría en su primer siglo de existencia y se consolida precisamente en la época en la que Jung inicia su vida profesional.
La primera mención del término «psicoterapia» se encuentra en el texto de W. Cooper Dendy, «Psychotherapeia, or the remedial influence of mind», aparecido en el tercer número del Journal of Psychological Medicine and Mental Pathology de 1853, para ser retomado casi veinte años después como psychotherapeutics por D. H. Tuke en su obra de 1872 sobre los ejemplos de la influencia de la mente sobre el cuerpo, y fijado su significado actual diecinueve años más tarde en la obra de H. Bernheim, Hypnotisme, suggestion, psychothérapie, que marca el inicio de su uso común en la literatura médica. Podemos situar así el nacimiento explícito de la psicoterapia moderna en el último tercio del siglo XIX en tierras inglesas, de donde irradiaría al continente para desarrollarse en los países de habla francesa y alemana hasta sufrir un salto cualitativo en la Viena de Freud.
Rastrear el origen de la psicoterapia nos lleva, sin embargo, mucho más allá. Como curación basada en los aspectos mentales, la psicoterapia forma parte del chamanismo y de toda práctica médica posterior. En cuanto explícita «medicina del alma», es tan antigua como la filosofía helenística, cuyas cuatro escuelas principales —estoicismo, epicureismo, escepticismo y cinismo— se presentan como tal. Su primera aparición en la esfera médica europea se debe a Paracelso en el siglo XVI. Mostrará su poder dos siglos más tarde con Mesmer y su «magnetismo animal». Aunque este fondo precientífico es fundamental y será operante como trasfondo de toda psicoterapia, sólo dentro de una psiquiatría ya constituida podrá encontrar esta psicoterapia el camino que ha seguido hasta hoy.
Así pues, sólo retrocederemos hasta la formación de la psiquiatría como especialidad médica un siglo antes con el concepto de «neurosis» de W. Cullen, que hace operativa médicamente la vaga «enfermedad nerviosa» que venía estudiándose en la manchesteriana Inglaterra de la segunda mitad de siglo XVIII y que cambiaría en gran parte la noción galénica de las alteraciones psíquicas, dominante hasta entonces.
Será Pinel quien siguiendo a Cullen inaugurará, en el marco de una medicina anatomopatológica, la perspectiva médica de la locura —su monografía sobre la manía marca el inicio oficial de la psiquiatría en 1800— y la puesta a punto de un «tratamiento moral», basado en la gentileza de trato con el paciente, represión de sus conductas desordenadas y destrucción de sus ideas patológicas mediante el trabajo, la reeducación y la autodisciplina. El lugar donde se llevará a cabo dicho tratamiento es el asilo, que permite el aislamiento del paciente de su entorno familiar, ocupando el médico, contra la anterior preeminencia de los religiosos, el papel dominante, con una conducta teatral y autoritaria para enfrentar la insania del loco, así como la observación de las conductas mórbidas, que da lugar a una progresiva delimitación de síntomas y rasgos que pueden ser agrupados en categorías nosológicas.
La idea de un tratamiento moral encontrará entre los médicos románticos alemanes una teorización que integra las ideas cristianas —católica y protestantes—, el mesmerismo, el vitalismo y la filosofía de la naturaleza en el paradigma de Pinel. En este caldo de cultivo surge la idea del «tratamiento psíquico» (J. Ch. Reil en 1803), que no puede ir más allá del tratamiento moral y su intento finalmente confesional y autoritario de sacar al loco de su error. Así, al optimismo ilustrado que liberó al loco de sus grilletes le siguió el pesimismo por la cronificación que experimentaban los pacientes en los asilos, triste realidad que alimentó a partir de 1850 la idea de la «degeneración hereditaria». La respuesta fue doble: por un lado se intensifica la concepción somaticista y su programa de investigación neurológica universitaria que llega hasta hoy, y por otro se redescubre el magnetismo mesmerista y el fenómeno de sonambulismo. Comienza la psiquiatría dinámica.
Son los autores en lengua francesa quienes profundizarán en la problemática de la hipnosis, privilegiando el paradigma fisiolopatológico sobre el anatomoclínico y centrando la atención sobre los fenómenos de sugestión inducidos por el médico. A partir de entonces la psicoterapia se ofrece como el tratamiento indicado para las neurosis —histeria, hipocondría, psicastenia y neurastenia— mediante sugestión o hipnosis y persuasión.
El punto de inflexión viene marcado por la obra de Freud, que utiliza en un principio la electroterapia y la hipnosis antes de ofrecer una técnica basada en el diálogo con el paciente, el psicoanálisis. Presentado en un principio como técnica psicoterapéutica que a través de la asociación libre y el análisis onírico pretendía sacar a la luz los contenidos psíquicos inconscientes originados por la represión de los deseos sexuales infantiles, dio origen a la psicología profunda o psicología de lo inconsciente. Freud conceptualizó médicamente el concepto psicológico y filosófico de inconsciente, ofreció una dinámica psíquica herbartiana de fundamento afectivo, estableció una topografía psíquica e hizo de la histeria una enfermedad de origen infantil y etiología sexual. El joven psiquiatra Jung, alentado por su director en la clínica Burgöhlzli, E. Bleuler, encontrará en Freud el camino a seguir para tratar las enfermedades mentales7.
Este leitmotiv aparece varias veces en los textos de Jung. La cita que da título a este epígrafe está tomada de «El valor terapéutico de la abreacción», el escrito más temprano de esta selección, pero también puede leerse en su libro póstumo editado por A. Jaffé, Recuerdos, sueños, pensamientos, y en La psicología de la transferencia: «En mi primer encuentro personal con Freud en 1907, tras estar hablando durante varias horas, se produjo una pausa. De repente, Freud me preguntó: “¿Y usted, qué piensa de la transferencia?”. Le contesté, completamente convencido, que la transferencia es el alfa y omega del método analítico. Freud dijo: “Entonces usted ha comprendido lo fundamental”»9.
Antes de presentar la concepción junguiana de la transferencia conviene conocer en términos generales sus planteamientos acerca de la psicoterapia, que en sus notas esenciales permanece constante a lo largo de su obra. Para calibrar hasta qué punto es eso cierto, podemos partir de su correspondencia con Loÿ10, mantenida durante el primer trimestre de 1913, donde puede leerse que «tras la maraña desconcertante y engañosa de las fantasías neuróticas se encuentra un conflicto que puede calificarse de moral»11, de ahí que «la verdadera solución del conflicto es sólo de carácter interno, pues consiste en llevar al paciente a otra actitud»12. Para ello, «mi única regla del oficio es considerar el psicoanálisis como una conversación completamente normal y razonable, evitando asimismo cualquier apariencia de conjuro médico»13, pues «el objetivo es educar al paciente de tal modo que cure por sí mismo y por su propia determinación, [según] los principios del tratamiento analítico, que quiere evitar cualquier violencia y dejar que todo salga del propio paciente»14, en «el camino hacia la libertad que el médico debiera indicar a su enfermo»15.
Respecto a la transferencia, Jung responde a su corresponsal, director médico del Sanatorio L’Abri, de Montreux-Territet, que «es también actualmente el problema central del análisis»16. La transferencia toca a la «relación del paciente con la autoridad»17 y «ha de valorarse muy diferentemente según el tipo de casos»18, pues «no es un mero transferir fantasías erótico-infantiles (…) sino un proceso de empatía y adaptación»19 por el cual «la libido del paciente se apodera de la personalidad del médico en forma de expectativa, esperanza, interés, confianza, amistad y amor»20. De ahí que Jung señale que «no trabajamos con la “transferencia hacia el médico” sino contra ella y a pesar de ella. Por eso precisamente contamos no con la fe del enfermo, sino con su crítica»21. Eso exige al médico una determinada actitud, bastante más humilde, y arriesgada, que la del autoritario médico que impartía su «tratamiento moral», fuera el teatral psicoterapeuta sugestivo o el paternal psicoterapeuta persuasivo, eso sí, sin olvidar que «el médico actúa, nolens volens, mediante su personalidad, esto es, sugestivamente»22. En consecuencia, surge la necesidad del «análisis didáctico», por el cual el médico «se someta primero a un proceso analítico, pues su personalidad es uno de los factores de curación»23.
Baste este condensado digest para percibir las notas principales de la psicoterapia junguiana: el conflicto es fundamentalmente moral y no una enfermedad en sentido estricto, la relación terapéutica debe ser lo más simétrica posible y dirigida al acrecentamiento de la libertad y autonomía moral del paciente, considerando la transferencia según el modelo de la relación infantil, «inmediatez humana más allá de los meros valores sexuales»24. Frente a cualquier idea de superioridad por parte del analista, Jung señala, como volverá a hacerlo innumerables veces, que «el analista llega siempre con su tratamiento justo hasta donde ha llegado su propio desarrollo moral»25. El intercambio epistolar que Jung mantiene con su colega en el año de su ruptura con Freud presenta así las grandes líneas del pensamiento clínico que elaborará a lo largo de los textos que componen este volumen.
Jung tiene muy clara la historia de la psicoterapia como práctica médica, aunque sabe que excede el campo de la Medicina. En su artículo de 1951 traza una pequeña historia desde Paracelso a Freud, quien inaugura y da nombre a la psicoterapia moderna. Como recuerda en su «¿Qué es la psicoterapia?, de 1935, «el punto de vista freudiano (…) se ha convertido en el motivo director o en el presupuesto fundamental de todas las formas de psicoterapia»26. Formas que precisamente han ido ampliando o equilibrando ese punto de vista. Jung es muy explícito en la justificación y aceptación de los diversos medios de ejercer psicoterapia y no deja de aplaudir tal diversidad, en parte porque «siempre he sentido la necesidad de contemplar a la vez muchas opiniones»27, pero también porque «nunca ha habido una ciencia viva sin puntos de vista divergentes»28 y «hacen falta muchos puntos de vista teóricos para crear una imagen aproximada de la diversidad anímica»29. Las diferencias de los puntos de vista se explican a varios niveles. Desde los presupuestos psicológicos del investigador debido a su tipología (introversión/extraversión, por ejemplo) que determina su «ecuación personal», a sus presupuestos intelectuales (materialismo/espiritualismo, por ejemplo) que delimitan el ámbito de estudio y la finalidad de las investigaciones. A ello hay que sumar el carácter pionero que por entonces tienen todas las investigaciones en psicología profunda, con el aspecto tentativo de muchas de sus afirmaciones o incluso descripciones. No digamos las explicaciones.
En su clarificador artículo de 1929 «Los problemas de la psicoterapia moderna» ofrece una delimitación de niveles en la psicoterapia a los que denomina «confesión, esclarecimiento, educación y transformación», donde rigen respectivamente el «método catártico» de Breuer, el «método interpretativo» de Freud, el «método educativo» de Adler y su propio «método dialéctico». Se trata de los diversos aspectos de un mismo problema, por lo que Jung entiende que cada uno de estos pioneros «lleva la antorcha del conocimiento sólo un tramo, hasta entregársela a otro»30. En este progreso histórico de la profesión se ha partido de los presupuestos médicos, de las ciencias naturales y la biología, presentes «en la terminología y en la formación de teorías»31, para llegar a un «método de autoeducación», con lo que «la psicología analítica rompe las cadenas que hasta ahora le habían atado a la consulta del médico»32. Ahora bien, Jung tiene muy claro que «como la psicoterapia forma parte del arte de curar, no debería escaparse de las manos del médico»33
Son varias las diferencias entre psicoterapia y medicina, como analiza en «Medicina y psicoterapia», de 1945. Recordando los tres pilares del acto médico, diagnóstico, pronóstico y tratamiento, señala que en la psicoterapia no sólo la «valoración de los datos de la anamnesis puede ser muy diferente a una valoración puramente médica»34, sino que «el diagnóstico es un asunto completamente irrelevante [y…] el pronóstico es independiente del diagnóstico en un grado muy alto»35. En cuanto al tratamiento, «el médico es un componente del proceso anímico del tratamiento igual que el paciente, por lo que también está expuesto a las influencias transformadoras»36, de ahí que «la personalidad del médico (y del paciente) es infinitamente más importante para el resultado de un tratamiento psíquico que lo que el médico diga y opine»37.
La razón estriba en el carácter de las neurosis, «más un fenómeno psicosocial que una enfermedad sensu estrictori (…) La neurosis nos obliga a ampliar el concepto de “enfermedad” más allá de la noción de un cuerpo trastornado en sus funciones y a ver en la persona neurótica un sistema social de relación que ha enfermado»38. En la consulta aparece «toda la problemática de nuestra época, todas las cuestiones filosóficas y religiosas de nuestros días»39, y «los psicoterapeutas deberíamos ser propiamente filósofos o médicos filosóficos, o incluso ya lo somos sin querer reconocerlo»40. Así, ese «especialista por excelencia» que es el psicoterapeuta se ve obligado a una perspectiva universal que obliga a «tener en cuenta puntos de vista de las ciencias del espíritu —pedagogía y filosofía—, (…) un saber psiquiátrico profundo [y…] conocimiento simbólico —psicología primitiva, mitologías y religiones»41. De ese modo, «proviniendo de la ciencia natural, nuestra psicoterapia traslada su método empírico objetivo a la fenomenología del espíritu. Aunque se quede en un intento, este paso tiene un significado enorme»42.
La psicoterapia considerada científica surge para tratar las dolencias anímicas. Estas dolencias, sean neurosis o psicosis funcionales (no orgánicas), suponen un desequilibrio entre la consciencia y lo inconsciente de quien las padece. El objetivo de la psicoterapia es pues facilitar al paciente el diálogo entre su consciencia y su inconsciente de tal modo que el conflicto moral que hay en la base de tales trastornos pueda encararse con la nueva actitud resultante de contar conscientemente con los contenidos inconscientes. De ese modo, la psicoterapia no se fija la meta de «trasladar al paciente a un estado imposible de felicidad, sino posibilitarle la solidez y la paciencia filosófica para soportar el dolor»43, lo que supone atender al «desarrollo y maduración de la personalidad individual»44 con el objetivo lejano de «la realización total del ser humano completo, la individuación»45.
Jung considera que el análisis es un procedimiento dialéctico, una «actitud que evita todos los métodos»46 y cuya regla suprema reza que «la individualidad del enfermo tiene la misma dignidad y el mismo derecho a la vida que la individualidad del médico, (…) quien debe abandonar todo su instrumental de métodos y teorías y confiar en que su personalidad sea lo suficientemente sólida para servir al paciente de orientación»47. En ese sentido, lo fundamental es que el paciente cuente lo antes posible con los instrumentos para su propia comprensión de los contenidos inconscientes. El principal de ellos es la «imaginación activa», basada en que «la configuración material de la imagen obliga a observarla con detenimiento en todas su partes, gracias a lo cual la imagen puede desplegar por completo su efecto», y así el paciente «ya no depende de sus sueños ni del saber de su médico»48, «aprende a caminar por sí mismo en vez de pegarse al médico»49.
Jung diferencia entre psicoterapia «menor», donde valen la sugestión, un buen consejo o una explicación somera, y una psicoterapia «mayor», que pone en juego la personalidad total tanto del analista como del analizando, más allá de la consciencia de ambos. Es la temática de la transferencia, «the crucial experience de todo análisis más o menos completo»50.
«La transferencia es el intento del paciente de establecer un rapport psíquico con el médico. El paciente necesita esta relación para superar la disociación»51. Una «relación de confianza de la que depende en última instancia el éxito de la terapia. El paciente puede llegar a conquistar su propia seguridad interior sólo a partir de la seguridad en su relación con la persona del médico»52. Dar una idea de la complejidad de esta relación es el objetivo de La psicología de la transferencia, «un mero intento al que no atribuyo en absoluto un significado definitivo, [con…] la esperanza de que al lector no se le ocurra pensar que el curso descrito es el esquema de lo que suele suceder»53. Publicado en 1946, estaba listo desde 1943 y, como se ha dicho, es el primer paso en la investigación que culminaría en Mysterium coniunctionis.
En su introducción, Jung presenta la transferencia fundamentada en el arquetipo de la coniunctio, sea cristiana (Cristo y su Iglesia) o pagana (hierogamia), sin olvidar la propia combinación química que transforma a los elementos en juego. En la práctica clínica, se trata de la compleja relación, con frecuente fenomenología erótica, entre los aspectos conscientes e inconscientes de analista y analizando, en un cuaternio matrimonial, pues ahí se mueve la «libido de parentesco», el incesto: «unión de lo homogéneo [que…] simboliza la unión con el propio ser, la individuación»54. La relación analítica se entiende así como un juego de proyecciones cuya retirada permite comprender la dinámica entre el yo y el sí-mismo de cada participante.
Jung se sirve de una serie de imágenes tomadas de la obra alquímica del siglo XIVRosarium philosophorum, «uno de los primeros si no el primero de los textos sinópticos que abarcan en su conjunto el campo de la alquimia»55 y establece un paralelismo entre los fenómenos transferenciales y los símbolos que aparecen en las diversas descripciones de las fases del opus alquímico. La primera figura, «La fuente mercurial», muestra a los elementos en conflicto, separados, que surgen de la fuente y volverán a ella tras el proceso. En la segunda figura, «El rey y la reina», se personalizan esos elementos, movidos por la «naturaleza afectiva de la relación, y en concreto su carácter problemático, pues se trata de una mezcla de amor “celestial” y amor “terrenal”»56. Es la entrada en la transferencia, que muestra con claridad su «núcleo indestructible»: «La relación con el sí-mismo es al mismo tiempo relación con el prójimo»57. Esa relación, a través de «La verdad desnuda» y «La inmersión en el baño», conduce a la coniunctio, una unio mystica que «no tiene lugar con el compañero personal, sino que representa un “juego del rey” entre lo activo masculino en la mujer y lo pasivo femenino en el hombre»58. Esa unión de opuestos hace desaparecer la energía que correspondía a su desnivel: «La muerte». De ese combinado común se desprende un alma, como vemos en la siguiente figura, «El ascenso del alma». En la práctica, se trata de una «época, a menudo larga, de disolución [y…] desorientación de la consciencia [que…] a veces ponen a prueba la paciencia, el coraje y la confianza en Dios del médico y del paciente»59. En ese tiempo de dolor, de retirada de proyecciones se produce «La purificación», «un proceso de diferenciación entre el yo y lo inconsciente»60. Así, llega al fin «El retorno del alma» y tiene lugar «El nuevo nacimiento», donde el yo no está en conflicto con el sí-mismo.
Con ello, Jung añade a la concepción freudiana de la transferencia su contenido arquetípico, bajo cuya aparente complejidad también brilla la sencillez de lo puesto en juego. No se trata de un intento de repetir en el presente las fantasías incestuosas infantiles del pasado, correspondiente a la movilización de los complejos, sino de acceder por la vía simbólica a la experiencia del sí-mismo, del hombre total en el que los opuestos psíquicos conviven, una complexio oppositorum.
La expresión que titula este epígrafe se debe a Th. Szasz, quien en El mito de la psicoterapia, no deja de celebrar que Jung asumiera que la psicoterapia no era un asunto médico sino fundamentalmente moral. Y por ello, que frente a un método basado en la autoridad nosológica y terapéutica del médico propusiera la búsqueda individual del propio sentido, ajeno a las confesiones religiosas, las prescripciones médicas y las utopías políticas totalitarias. Coherente con su propio principio de libertad y autonomía individuales, Jung espera que su trabajo brinde al analizando la oportunidad de seguir su propio camino, de desplegar su específica individuación en un diálogo con el propio inconsciente.
En la Segunda Conferencia anual de la UNESCO, que tuvo lugar entre noviembre y diciembre de 1947, ante la devastación material y moral de la Segunda Guerra Mundial se decidió promover una «investigación de los modernos métodos desarrollados en la educación, la ciencia política, la filosofía y la psicología para cambiar las actitudes mentales, y de las circunstancias sociales y políticas que favorecen el empleo de técnicas particulares»61. A tal fin se pidieron informes a la Asociación Psicoanalítica Internacional (Freud), al Instituto Tavistock de Relaciones Humanas (Klein) y al Instituto C.G.Jung como representantes institucionales de la psicología profunda. Jung preparó un memorando que al final no fue incluido en la agenda de la Conferencia Royaumont de octubre de 1948. En ese escrito expone con sencillez cuál es la psicoterapia propia de su escuela: «una técnica para cambiar la actitud mental que sirve para tratar no sólo las neurosis y psicosis funcionales sino toda suerte de conflictos mentales y morales de la gente normal. Consiste primordialmente en la integración de los contenidos inconscientes en la consciencia»62. «La actitud a la que se refiere nuestro método no es sólo un fenómeno mental sino moral. Una actitud está gobernada y sostenida por una idea consciente dominante acompañada de un valor emocional que le da eficacia; (…) la cualidad emocional desempeña el papel de valor ético»63. Jung señala alarmado la «inmadurez psicológica de la sociedad» y cómo «el mayor peligro es el egoísmo (…) que va contra el amor cristiano, la humanidad y la ayuda mutua (…) El egoísmo siempre tiene el carácter de la codicia —deseo de poder, de placer, pereza moral suplementados con un cuarto que es el peor de todos: la estupidez»64. Una situación que no ha hecho sino agravarse durante el medio siglo largo que nos separa de estas palabras.
Tras la II Guerra Mundial se dispara la investigación sobre la psique y su aplicación práctica. En el campo de la psicología académica se entra en la primera madurez de esta joven ciencia nacida en el último cuarto del siglo XIX. La psiquiatría dinámica que fundamenta la psicoterapia es dominante en los Estados Unidos, que a partir de entonces se enseñorea del escenario psiquiátrico y en donde se extiende igualmente la visión psicosomática de la enfermedad. Por otro lado, observaciones precisas dan lugar a los hallazgos casuales que están en el origen de la psicofarmacología, verdadera revolución psiquiátrica.
Dentro de esta explosión, la psicología analítica, plenamente instalada desde la constitución del Instituto Jung de Zúrich (1948) y la Asociación Internacional de Psicología Analítica (1955), mantiene un diálogo incesante con muy diversas prácticas psicoterapéuticas, a las que ilumina tanto como aprende de ellas para aprehender el infinitamente poliédrico fenómeno psíquico. Pueden rastrearse entonces sus huellas en planteamientos y escuelas incluso muy alejadas, desde el psicoanálisis a la psiquiatría biológica. Una rápida ojeada permitirá verificarlo.
El psicoanálisis clásico se arboriza en varias escuelas que profundizan en las fases biográficas y en la estructura de la psique en un arco que puede trazarse desde las concepciones del psicoanálisis de las relaciones objetales, pasando por el psicoanálisis del yo y el neo-análisis o psicoanálisis neo-freudiano hasta llegar a la psicosomática. Los psicoterapeutas formados en las concepciones de la psicología analítica no sólo desarrollan y profundizan desde el principio los postulados de Jung (M. L. von Franz, B. Hannah, G. Adler) sino que articulan estos resultados con otras escuelas de psicología profunda (M. Fordham con el psicoanálisis kleiniano, E. Neumann con desarrollos freudianos). En su desarrollo posterior a partir de la década de 1950, las concordancias entre la psicología analítica y el psicoanálisis clásico serán cada vez mayores, como revela el psicoanálisis del sí-mismo.
Más evidente es la influencia de los planteamientos junguianos basados en la individuación sobre las psicoterapias agrupadas bajo la denominación general de psicología humanista, que integran los desarrollos de la psicología profunda y existencial con otras tendencias psicológicas, incluidos la psicología holista de la Gestalt, el conductismo y el pragmatismo hasta incluir la disciplinas espirituales occidentales y orientales, como en la psicología transpersonal, que tiene a Jung por una de sus fuentes principales. También resulta claro el carácter junguiano del núcleo de las terapias sistémicas, en cuanto atienden a la patología de la comunicación en la red social.
En lo que se refiere a la psiquiatría y el punto de inflexión psicofarmacológico, que ha cambiado radicalmente la asistencia psiquiátrica, los planteamientos junguianos han permitido profundizar en la psicosis. Por otro lado, las investigaciones con LSD han verificado la hipótesis de lo inconsciente colectivo y la nueva neurología ha localizado la fisiología del complejo. En cuanto a esa saludable autocrítica llamada antipsiquiatría, pueden rastrearse las ideas junguianas tanto en su historiografía psiquiátrica como en sus planteamientos clínicos.
Pero Jung es el primer psicoterapeuta moderno no sólo por esta influencia descrita en los párrafos anteriores, sino porque ha sabido defender la especificidad del alma frente al cuerpo y el espíritu, evitando en su propia psicología que esta psique quedara subsumida en el biológico mundo del médico o el espiritual del religioso, con sus respectivas tendencias normativas. Del mismo modo, como escribe en 1941, frente a un «Estado que reclama hoy el derecho absoluto a la totalidad exclusiva»65, «la psicoterapia proclama su intención de educar al hombre en la autonomía y la libertad moral»66. De ahí que «en nuestros días la tarea más importante de la psicoterapia es ponerse al servicio del desarrollo del individuo»67.
1. Los volúmenes publicados en CW por año y número: 1953 (12 y 7), 1954 (16 y 17), 1956 (5), 1957 (1), 1958 (11), 1960 (8 y 3) y 1961 (4).
2.Prólogo, p. 1.
3. Cf. OC 15, cap. 5.
4. Cf. OC 8, caps. 18 y 19.
5. Cf. OC 4, § 657.
6. OC 14.
7. Cf. las introducciones a la edición española de los volúmenes 1 y 4 de la Obra completa para ampliar la información de este apartado.
8.§ 276 (de no indicarse lo contrario, los números de párrafo corresponden a este volumen).
9.§ 358.
10. OC4, cap. 12.
11.Ibid., § 583.
12.Ibid., § 606.
13.Ibid., § 624.
14.Ibid., § 639.
15.Ibid., § 663.
16.Ibid., § 656.
17.Ibid., § 657.
18.Ibid., § 660.
19.Ibid., § 662.
20.Ibid., § 663.
21.Ibid., § 601.
22.Ibid., § 584.
23.Ibid., § 586.
24.Ibid., § 662.
25.Ibid., § 586.
26.§ 31.
27.§ 66.
28.§ 244.
29.§ 198.
30.§ 157.
31.§ 120.
32.§ 174.
33.§ 210.
34.§ 194.
35.§ 195.
36.§ 166.
37.§ 163.
38.§ 37.
39.§ 178.
40.§ 181.
41.§ 44.
42.§ 191.
43.§ 185.
44.§ 229.
45.§ 352.
46.§ 6.
47.§ 11.
48.§ 106.
49.§ 26.
50.Prólogo, p. 2.
51.§ 276.
52.§ 239.
53.§ 538.
54.§ 419.
55. OC 18, § 1780.
56.§ 410.
57.§ 445.
58.§ 469.
59.§ 476.
60.§ 503.
61. Cf. OC 18, §§ 1388ss.
62.Ibid., § 1388.
63.Ibid., § 1390.
64.Ibid. § 1398.
65.§ 222.
66.§ 223.
67.§ 229.
El presente volumen 16 de mi Obra Completa es el primero que sale a la luz en alemán. Contiene trabajos antiguos y recientes sobre cuestiones relativas a la práctica de la psicoterapia. Estoy muy agradecido a los editores no sólo por la cuidadosa revisión de los textos, sino en especial por haberlos elegido. Demuestran así que han comprendido que mi contribución al conocimiento del alma se basa en la experiencia práctica con el ser humano. En efecto, el esfuerzo médico por comprender psicológicamente las dolencias anímicas es lo que me ha conducido en mis más de cincuenta años de práctica de la psicoterapia a todos mis conocimientos y conclusiones posteriores y lo que me ha llevado a examinar y modificar mis ideas a la luz de la experiencia inmediata. Si, por ejemplo, de la serie de mis escritos de los últimos tiempos se entresaca la investigación histórica, al lector desprevenido le resultará muy difícil encontrar su conexión con el concepto que él tenga de la psicoterapia. La práctica y el estudio histórico son para él dos cosas en apariencia inconmensurables. Pero esto no es así en la realidad psicológica, pues en ella nos tropezamos continuamente con fenómenos que revelan su carácter histórico en cuanto investigamos con precisión su causalidad. El comportamiento psíquico es incluso de naturaleza eminentemente histórica. El psicoterapeuta tiene que conocer no sólo la biografía personal de su paciente, sino también los presupuestos espirituales de su entorno espiritual próximo y remoto, donde las influencias tradicionales y cosmovisivas desempeñan una función muy importante y a menudo decisiva. Ningún psicoterapeuta que intente en serio comprender al hombre como un todo podrá librarse de estudiar el simbolismo del lenguaje de los sueños. Al igual que sucede con los demás lenguajes, también la explicación del lenguaje de los sueños requiere conocimientos históricos, en especial porque no es un lenguaje para conversar, sino un lenguaje cifrado y simbólico que se sirve, junto a formas recientes, de modos de expresión antiquísimos. El conocimiento de éstos permite al médico sacar a su paciente de la angostura de una comprensión de sí mismo meramente personalista y de la prisión egocéntrica que no le dejaba ver los amplios horizontes de su desarrollo social, moral y espiritual.
El lector encontrará en los artículos de este volumen no sólo referencias a los fundamentos y a los principios de mi actitud práctica, sino también un ejemplo de la comprensión histórica de ese fenómeno que representa la crux o, al menos, the crucial experience de todo análisis más o menos completo, a saber: el problema de la transferencia, del que ya Freud dijo que es central. Esta cuestión es tan vasta y exigente que hay que estudiar a fondo sus antecedentes históricos.
A pesar de, o precisamente debido a, su composición heterogénea, este volumen tal vez pueda ofrecer al lector una buena imagen de la complejidad de la cuestión psicoterapéutica y de sus bases empíricas.
Agosto de 1957 C. G. JUNG
[1] La psicoterapia es un sector del arte de curar que sólo en los últimos cincuenta años se ha desarrollado y ha obtenido cierta autonomía. En este sector, las ideas han cambiado y se han matizado de muchas maneras, y además se han acumulado experiencias que dan pie a las interpretaciones más diversas. Esto se debe a que la psicoterapia no es un método sencillo y unívoco, como se pensó en un primer momento, sino que poco a poco ha ido quedando claro que en cierto sentido es un procedimiento dialéctico, es decir, una conversación o una confrontación entre dos personas. Al principio, la dialéctica fue el arte del diálogo de las filosofías de la Antigüedad, pero pronto se convirtió en la denominación del procedimiento para generar nuevas síntesis. Una persona es un sistema psíquico que, en caso de ejercer influencia sobre otra persona, entra en interacción con otro sistema psíquico. Es evidente que esta formulación, tal vez la más moderna, de la relación terapéutica entre el médico y el paciente se ha alejado mucho de la opinión inicial de que la psicoterapia es un método que cualquiera puede aplicar de manera estereotipada para producir cierto efecto. Lo que ha conducido a esta ampliación inesperada y, me atrevo a decir, indeseada del horizonte no son necesidades especulativas, sino los duros hechos de la realidad. El primero de esos hechos es que hubo que admitir la posibilidad de interpretaciones diferentes del material empírico. Se desarrollaron diversas escuelas con ideas diametralmente opuestas; por no citar más que los métodos más conocidos, recuerdo el método francés de la terapia de la sugestión de Liébeault-Bernheim, de la rééducation de la volonté, la «persuasión» de Babinski, la «ortopedia psíquica racional» de Dubois, el «psicoanálisis» de Freud con su énfasis en la sexualidad y en lo inconsciente, el «método educativo» de Adler con su énfasis en el afán de poder y en las ficciones conscientes, el «entrenamiento autógeno» de Schultz. Cada uno de estos métodos se basa en unos presupuestos psicológicos particulares y produce unos resultados psicológicos particulares que son difíciles de comparar entre sí y a veces simplemente incomparables. De ahí que los partidarios de cada uno de estos puntos de vista tiendan a considerar erróneas las opiniones de los demás para simplificar la situación. Pero un análisis objetivo de los hechos muestra que a cada uno de estos métodos y teorías hay que reconocerle cierta legitimidad, pues cada uno puede presentar no sólo ciertos éxitos, sino también hechos psicológicos que su respectivo presupuesto demuestra. Así pues, en la psicoterapia nos encontramos ante una situación comparable a la de la física moderna, que por ejemplo tiene dos teorías contradictorias sobre la luz. Y al igual que la física no considera insuperable esta contradicción, tampoco la existencia en la psicología de muchos puntos de vista posibles debería hacernos pensar que las contradicciones son insuperables y que los puntos de vista son completamente subjetivos y, por tanto, inconmensurables. La presencia de contradicciones en un ámbito científico sólo demuestra que el objeto de esa ciencia tiene propiedades que de momento sólo se pueden captar mediante antinomias, como por ejemplo la naturaleza ondulatoria o corpuscular de la luz. Ahora bien, la psique tiene una naturaleza infinitamente más compleja que la luz, por lo que hacen falta muchas antinomias para describir adecuadamente la esencia de lo psíquico. Una de las antinomias fundamentales es esta frase: La psique depende del cuerpo, y el cuerpo depende de la psique. De ambas partes de esta antinomia hay pruebas convincentes, por lo que un juicio objetivo no puede aprobar la preponderancia de la tesis sobre la antítesis. La presencia de contradicciones válidas demuestra que el objeto de la investigación plantea a la inteligencia investigadora unas dificultades insólitas, por lo que, al menos de momento, sólo se pueden hacer afirmaciones de validez relativa. Pues una afirmación sólo es válida en la medida en que se indique a qué tipo de sistema psíquico se refiere el objeto de la investigación. Llegamos así a la formulación dialéctica, lo cual significa simplemente que la influencia psíquica es la interacción de dos sistemas psíquicos. Como la individualidad del sistema es infinitamente variable, de aquí resulta una variabilidad infinita de afirmaciones de validez relativa. Si la individualidad fuera una especificación total, es decir, si cada individuo fuera completamente diferente de todos los demás individuos, la psicología no podría ser una ciencia, sino que consistiría en un caos irresoluble de opiniones subjetivas. Pero como la individualidad sólo es relativa, es decir, complementaria a la conformidad u homogeneidad de los seres humanos, son posibles las afirmaciones de validez general, las constataciones científicas. Ahora bien, estas afirmaciones sólo pueden referirse a las partes del sistema psíquico que son conformes y, por tanto, comparables y analizables estadísticamente, pero no pueden referirse a lo que en un sistema es individual, único. La segunda antinomia fundamental de la psicología dice así: Lo individual no significa nada frente a lo general, y lo general no significa nada frente a lo individual. Como se sabe, no hay un elefante general, sino sólo elefantes individuales. Pero si no hubiera una generalidad y un sinnúmero constante de elefantes, sería extremadamente improbable un elefante único, individual.
[2] Estas reflexiones lógicas parecen estar muy lejos de nuestro tema. Pero como son confrontaciones de principio con la experiencia psicológica, de ellas se desprenden unas conclusiones prácticas de gran importancia. Si, en tanto que psicoterapeuta, me veo frente a mi paciente como una autoridad médica y me considero capaz de saber algo sobre su individualidad y de hacer afirmaciones válidas sobre la misma, doy testimonio de mi incapacidad para la crítica, pues no estoy en condiciones de enjuiciar el conjunto de la personalidad que tengo frente a mí. Sólo puedo hacer afirmaciones válidas sobre esa personalidad en la medida en que ella sea un ser humano general o, al menos, relativamente general. Pero como todo lo vivo siempre se presenta en forma individual y sobre lo individual del otro yo sólo puedo decir lo que encuentro en mi propia individualidad, corro el peligro de violentar al otro o sucumbir a su sugestión. De ahí que, si quiero tratar psíquicamente a un ser humano individual, tenga que renunciar volens nolens a mi superioridad, a mi autoridad y a mi influencia. Tendré necesariamente que iniciar un procedimiento dialéctico que consiste en una comparación de los hallazgos recíprocos. Esto será posible cuando yo le dé al otro la ocasión de exponer su material de la manera más completa posible, sin limitarlo con mis presupuestos. Mediante esta exposición, su sistema entra en relación con el mío e influye en él. Esta influencia es lo único con lo que, desde el punto de vista individual, puedo confrontar legítimamente a mi paciente.
[3] Así pues, estas reflexiones de principio tienen como resultado una actitud del terapeuta que en todos los casos de tratamiento individual me parece imprescindible, ya que es la única admisible desde el punto de vista científico. Apartarse de esta actitud conduce a la terapia de la sugestión, cuyo principio dice así: «Lo individual no significa nada frente a lo general». Por tanto, a la terapia de la sugestión pertenecen todos los métodos que se atribuyen y aplican un conocimiento o una interpretación de otras individualidades. También pertenecen a la terapia de la sugestión todos los métodos sensu stricto técnicos, pues siempre presuponen la homogeneidad de los objetos individuales. En la medida en que la tesis de la insignificancia del individuo es una verdad, los métodos sugestivos, los procedimientos técnicos y los presupuestos teóricos son posibles en alguna forma y garantizan éxitos en el ser humano general: así sucede con la Christian Science, la Mental Healing, la Thought Cure, la pedagogía curativa, los métodos de influencia religiosa y médica y muchos ismos. Incluso algunos movimientos políticos afirman con algo de razón que son una psicoterapia a lo grande. Así como el estallido de la guerra curó neurosis obsesivas y desde antiguo los lugares milagrosos hacen desaparecer los cuadros clínicos neuróticos, también los movimientos populares grandes o pequeños influyen curativamente sobre el individuo.
[4] Este hecho se expresa con la máxima belleza y simplicidad en el modo de ver de los primitivos, en la llamada doctrina del mana. El mana es una fuerza médica o curativa diseminada por todas partes que hace fértiles a los seres humanos, a los animales y a las plantas y que vuelve mágico al cacique y al chamán. El concepto de mana es idéntico a lo extraordinariamente eficaz, como ha mostrado Lehmann, a lo impresionante. Por tanto, todo lo impresionante es «medicina» en el nivel primitivo. Y como las virtudes y los talentos son esencialmente distinciones individuales y no son propios del hombre en general, las aglomeraciones humanas tienden siempre a la psicología gregaria, a la estampida ciega y a la psicología de masas, a la brutalidad y al sentimentalismo histérico. El hombre en general tiene propiedades primitivas, por lo que hay que tratarlo con métodos técnicos. Es incluso un error tratar al hombre colectivo de otra manera que con métodos «correctos desde el punto de vista técnico», es decir, con métodos de los que se sabe y de los que se cree colectivamente que son eficaces. En este sentido, el viejo hipnotismo o el más viejo todavía magnetismo animal obtenían los mismos resultados que un análisis técnicamente impecable en nuestros días o que el tratamiento con amuletos de un chamán primitivo. La cuestión es simplemente en qué método cree cada terapeuta. Su fe en el método es determinante. Si el terapeuta cree realmente en un método, hará con seriedad y tenacidad todo lo posible para curar al enfermo, y este esfuerzo voluntario tiene consecuencias curativas (hasta donde alcanza la jurisdicción psíquica del hombre colectivo). Pero los límites están señalados claramente por la antinomia individualgeneral.
[5] Esta antinomia es un criterio no sólo filosófico, sino también psicológico, pues hay innumerables personas que no sólo son básicamente colectivas, sino que además tienen la ambición de no ser otra cosa que colectivas. Esto cuadra con todas las tendencias educativas al uso, que entienden la individualidad como sinónimo de anarquía. En este nivel, lo individual es considerado de menor valor y reprimido. Por eso, en este nivel las neurosis muestran, también en tanto que noxas psicológicas, contenidos y tendencias individuales. Como se sabe, también se da una sobrevaloración de lo individual sobre la base de esta antítesis: «Lo general no significa nada frente a lo individual». Así, desde el punto de vista psicológico, no clínico, se pueden clasificar las psiconeurosis en dos grandes grupos: uno contiene a hombres colectivos con individualidad subdesarrollada, y el otro contiene a individualistas con una adaptación atrófica a la colectividad. También la actitud terapéutica se divide de este modo, pues está claro que un individualista neurótico no puede curarse más que reconociendo al hombre colectivo que hay en él y la necesidad de adaptarse a la colectividad. Está justificado, pues, reducir a ese individualista al nivel de la verdad válida colectivamente. Por otra parte, la experiencia psicoterapéutica también conoce a esa persona adaptada a la colectividad que tiene todo y hace todo lo que se podría reclamar razonablemente como garantía de la salud y que empero está enferma. Sería un craso error, que sin embargo se comete muy a menudo, normalizar a esas personas, es decir, intentar reducirlas a un nivel general. Pues así se podría llegar a destruir todo lo individual en ellas que es capaz de desarrollarse.
[6] Como, según nuestras indicaciones introductorias, lo individual es único, imprevisible e ininterpretable, el terapeuta tiene que renunciar a todos sus presupuestos y a todas sus técnicas y limitarse a un procedimiento puramente dialéctico, es decir, a la actitud que evita todos los métodos.
[7] Como se habrá observado, al principio he presentado el procedimiento dialéctico como la fase más reciente del desarrollo de la psicoterapia. Ahora tengo que corregirme y situar este procedimiento en el lugar que le corresponde: el procedimiento dialéctico no es un mero desarrollo de teorías y prácticas anteriores, sino una renuncia total de éstas en beneficio de una actitud carente lo más posible de prejuicios. Con otras palabras: el terapeuta ya no es el sujeto agente, sino una más de las personas que participan en un proceso individual de desarrollo.
[8] No quiero dar la impresión de que estos conocimientos nos han caído directamente del cielo: tienen su historia. Aunque yo fui el primero que exigió que los analistas sean analizados, debemos básicamente a Freud el inestimable conocimiento de que también los analistas tienen complejos y, por tanto, una o varias manchas ciegas que actúan como otros tantos prejuicios. Este conocimiento lo obtiene el psicoterapeuta cuando no puede seguir interpretando o conduciendo al paciente desde las nubes o desde la cátedra, al margen de su propia personalidad, sino que se da cuenta de que su peculiaridad o su actitud especial está impidiendo que el paciente se cure. Cuando el psicoterapeuta no tiene un conocimiento claro de algo porque no quiere admitirlo, intenta impedir que el paciente se vuelva consciente de ello, lo cual, naturalmente, es muy perjudicial para el paciente. La exigencia de que el analista sea analizado culmina en la idea del procedimiento dialéctico, en el cual el terapeuta entra en relación con otro sistema psíquico tanto preguntando como respondiendo, ya no como alguien superior, como un experto, como un juez o como un asesor, sino como una persona que se encuentra en el proceso dialéctico igual que el «paciente», como se le llama ahora.
[9] Otra fuente de la idea del procedimiento dialéctico es la interpretabilidad múltiple de los contenidos simbólicos. Silberer1 ha establecido la distinción entre interpretación psicoanalítica e interpretación anagógica; yo, entre interpretación analítico-reductiva e interpretación sintético-hermenéutica. Voy a explicar lo que esto quiere decir mediante el ejemplo de la fijación infantil en la imago de los padres, una de las fuentes más abundantes de contenidos simbólicos. La concepción analítico-reductiva dice que el interés (la libido) refluye regresivamente al material infantil de reminiscencias, donde se fija o del que ni siquiera se ha liberado jamás. Por el contrario, la concepción sintética o anagógica dice que se trata de partes de la personalidad capaces de desarrollarse que se encuentran en el estado infantil, por decirlo así, en el seno materno. Se puede demostrar que ambas interpretaciones son correctas. Casi se podría decir que su resultado final es esencialmente el mismo. Pero en la práctica hay una diferencia enorme entre interpretar algo como regresivo o como progresivo. No es en absoluto sencillo dar en cada caso con lo correcto. Incluso solemos sentirnos algo inseguros ante esta cuestión. Por eso, la constatación de que hay contenidos esenciales que sin duda no son unívocos ha vuelto problemática la aplicación sin reparos de teorías y métodos y ha contribuido a que el procedimiento dialéctico se equipare a los métodos, más sutiles o más toscos, de sugestión.
[10] Lógicamente, la matización y profundización de la problemática psicoterapéutica que Freud inició tiene que conducir más tarde o más temprano a la conclusión de que la confrontación última entre el médico y el paciente ha de incluir a la personalidad del médico. El viejo hipnotismo y la terapia de la sugestión de Bernheim ya sabían que el efecto curativo depende, por una parte, del llamado rapport (que Freud llama «transferencia») y, por otra, de la fuerza de convicción de la personalidad del médico. En el fondo, en la relación médico-paciente se interrelacionan dos sistemas psíquicos, por lo que todo estudio profundo de la psicoterapia llegará inevitablemente a la conclusión de que en última instancia, es decir, en la medida en que la individualidad es un hecho que no se puede pasar por alto, la relación médicopaciente tiene que ser un proceso dialéctico.
[11] Es evidente que este conocimiento provoca un desplazamiento esencial de nuestro punto de vista frente a las formas anteriores de psicoterapia. Para evitar malentendidos, añado de inmediato que este cambio de nuestro punto de vista no declara en absoluto incorrectos, superfluos o superados los métodos ya existentes, pues cuanto más nos adentramos en la esencia de lo psíquico, tanto más nos convencemos de que la complejidad y diversidad de los seres humanos hace necesarios puntos de vista y métodos muy diferentes para responder a la multiplicidad de disposiciones psíquicas. Así, no tiene ningún sentido someter a un paciente sencillo, al que sólo le falta una dosis de sentido común, a un complicado análisis de su sistema de impulsos y mucho menos exponerlo a la desconcertante sutilidad de la dialéctica psicológica. Pero también es evidente que en el caso de naturalezas complejas, espiritualmente elevadas, no se va a ninguna parte con consejos benévolos, sugestiones e intentos de conversión a uno u otro sistema. Lo mejor que el médico puede hacer en estos casos es abandonar todo su instrumental de métodos y teorías y confiar en que su personalidad sea lo suficientemente sólida para servir al paciente de orientación. Y además ha de tomarse en serio la posibilidad de que la personalidad del paciente pueda superar a la suya en inteligencia, carácter, amplitud y profundidad. En todo caso, la regla suprema de un procedimiento dialéctico es que la individualidad del enfermo tiene la misma dignidad y el mismo derecho a la vida que la individualidad del médico, por lo que hay que considerar válidos todos los desarrollos individuales en el paciente, a no ser que se corrijan a sí mismos. Si una persona es meramente colectiva, podemos cambiarla mediante la sugestión, hasta el punto de que parezca haberse convertido en algo diferente de lo que era antes. Pero si una persona es individual, sólo se puede convertir en lo que ya es y siempre ha sido. En la medida en que «curar» significa transformar a una persona enferma en una persona sana, curar significa transformar. Cuando esto es posible, es decir, cuando esto no exige un sacrificio excesivo de la personalidad, hay que transformar terapéuticamente al enfermo. Pero si un paciente llega a la conclusión de que la curación mediante transformación significaría un sacrificio excesivo de su personalidad, el médico puede y debe renunciar a la transformación, a la voluntad de curar. O rechaza el tratamiento o se acomoda al procedimiento dialéctico. Este último caso sucede más a menudo de lo que se cree. En mi propia consulta siempre tengo un número considerable de personas cultas e inteligentes con una individualidad muy marcada que por razones éticas opondrían una resistencia fortísima a todo intento serio de transformarlas. En todos estos casos el médico tiene que dejar abierto el camino individual de curación, y entonces la curación no transformará la personalidad, sino que se dará un proceso denominado individuación, es decir, el paciente se convierte en lo que propiamente es. En el peor de los casos, el paciente aceptará su neurosis porque habrá comprendido el sentido de su enfermedad. Más de un enfermo me ha confesado que ha aprendido a estar agradecido a sus síntomas neuróticos, pues son el barómetro que le indica cuándo y dónde se ha apartado de su camino individual, o cuándo y dónde no ha tomado consciencia de cosas importantes.
[12] Aunque los nuevos métodos, más matizados, nos permiten aproximarnos de una manera inesperada a las infinitas complicaciones de las conexiones psíquicas estudiándolas a fondo, se limitan al punto de vista analítico-reductivo, por lo que la posibilidad de desarrollo de la naturaleza individual queda oculta mediante la reducción a un principio general, como por ejemplo la sexualidad. Ésta es la razón más próxima de que la fenomenología de la individuación sea de momento un territorio poco explorado. Esta circunstancia debería explicar por qué a continuación voy a tener que adentrarme un poco en los detalles de la investigación psicológica, pues no puedo exponer el concepto del camino de individuación más que intentando mostrar en el material empírico las apariciones de lo inconsciente. Pues lo inconsciente es lo que durante el proceso individual de desarrollo se sitúa en el primer plano del interés. La razón profunda de esto podría ser que la actitud neurótica de la consciencia es innaturalmente unilateral, siendo equilibrada mediante contenidos complementarios o compensatorios de lo inconsciente. Por eso, lo inconsciente tiene en este caso un significado especial como corrección de la unilateralidad de la consciencia, y estudiar los puntos de vista y los estímulos producidos por los sueños se vuelve necesario porque éstos tienen que ocupar el lugar donde antes había reguladores colectivos, a saber, viejas ideas, costumbres y prejuicios de naturaleza intelectual y moral. El camino individual necesita conocer las leyes propias del individuo; de lo contrario, se extravía en las opiniones arbitrarias de la consciencia y se despega del suelo materno del instinto individual.
[13] Hasta donde alcanza nuestro conocimiento actual, parece que el impulso vital que se expresa en la estructura y en la configuración individual de un ser vivo genera en lo inconsciente un proceso o es un proceso que al volverse parcialmente consciente se presenta como una serie de imágenes en forma de fuga. Las personas con aptitud introspectiva natural son capaces de percibir sin grandes dificultades al menos fragmentos de esta serie autónoma o espontánea de imágenes, por lo general en forma de impresiones visuales de la fantasía, pero suelen cometer el error de pensar que ellas mismas han creado estas fantasías, mientras que en realidad las fantasías han caído sobre ellas. La involuntariedad ya no se puede negar cuando el fragmento de fantasía adopta, cosa que no es rara, un carácter obsesivo, como por ejemplo las melodías que no se le van a uno de la cabeza, las ideas fóbicas o los llamados «tics simbólicos». Más cerca de las series inconscientes de imágenes se encuentran los sueños, que estudiados en series extensas permiten ver con una claridad a menudo sorprendente la continuidad del torrente inconsciente de imágenes. La continuidad se muestra en la repetición de los llamados motivos. Éstos pueden concernir a personas, animales, objetos o situaciones. Así pues, la continuidad de la serie de imágenes se expresa en que ese motivo reaparece una y otra vez en una serie larga de sueños.
[14]