Cuatro milagros de amor - Antonio Mira de Amescua - E-Book

Cuatro milagros de amor E-Book

Antonio Mira de Amescua

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Beschreibung

Cuatro milagros de amor es una comedia teatral de Antonio Mira de Amescua. Aunque existe una comedia homónima del dramaturgo español Pedro Francisco Lanini no hay dudas respecto a la autoría de Mira de Amescua de la presente obra. Cuatro milagros de amor fue escrita entre los años 1629 y 1631.

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Seitenzahl: 75

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Antonio Mira de Amescua

Cuatro milagros de amorEdición de Vern Williamson

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Cuatro milagros de amor.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-183-8.

ISBN rústica: 978-84-9816-075-8.

ISBN ebook: 978-84-9897-551-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 43

Jornada tercera 87

Libros a la carta 125

Brevísima presentación

La vida

Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.

De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.

Personajes

Alberto, tío de Lucrecia

Don Sancho de Mendoza

Don Juan

Don Fernando de Moncada

Capitán Alvarado

Gómez, escudero

Doña Ana de Meneses

Doña Lucrecia de Castro

Inés

Aldonza

Un Comendador, padre de Sancho

Jornada primera

(Salen Lucrecia, Gómez y Aldonza.)

Lucrecia Gómez, salga a recibir

a doña Ana; que ya ha entrado.

Gómez Mucho el alba ha madrugado.

Lucrecia ¿Siempre está para decir

impertinencias?

Gómez Señora,

¿cuándo ha sido impertinente

hablar poéticamente?

Lucrecia Siempre lo fue, y más agora.

Gómez Venga en buen hora el valor

que esta casa estima y precia.

(Salen doña Ana e Inés por otra puerta.)

Ana ¿Siempre está, doña Lucrecia,

vuestro escudero de humor?

Lucrecia No le puedo ir a la mano.

Gómez (Aparte.) (A la lengua ha de decir.)

Lucrecia ¿Me venís a persuadir

lo que otras veces?

Ana Si es sano

mi consejo, ¿no queréis,

amiga, que os persuada?

Mejor estaréis casada.

Hacienda y sangre tenéis,

juventud y gallardía.

Lucrecia, tomad estado.

Vuestro tío me ha enviado.

Lucrecia Doña Ana, en vano porfía

el consejo de mi tío.

Propóneme un caballero

a quien me incliné primero,

y usando de mi albedrío

le aborrecí y olvidé,

venciendo la inclinación

con la luz de la razón.

Ana Decid, ¿cómo?

Lucrecia Sí, diré.

Antes que el Sol madrugase

en las auroras de mayo,

cuidando de mi salud

muchas veces salí al campo,

y como suelen decir

que alienta sobre el blanco

cualquier color fácilmente.

aunque sea extraordinario,

yo llevaba en blanco el pecho,

sin amoroso cuidados;

y dispuesto a que el Amor

hiciese en él algún rasgo.

En Término de pintores,

llevaba el pecho imprimado

para que el Amor hiciese

algún dibujo gallardo.

Una, pues, de estas mañanas

entre las fuentes del Prado,

donde trepan los cristales

por columnas de alabastro,

airoso vi a un caballero

haciendo mal a un caballo,

tan fogoso que a no ser

repetido en los teatros,

dijera que era cometa,

o relámpago animado,

o que fue aborto del Betis,

ni bien bruto, ni bien rayo.

Pero esto es ya muy común.

Al dueño del bruto paso

y digo que era pintura

del joven Adonis cuando

fatigaba monte y fieras,

siendo también un retrato

del celoso Marte, al fin,

como de fuerza o de grado,

quiere Amor tener imperio

en los afectos humanos,

a mirarle me inclinó

curiosamente y despacio;

mas viendo que en el camino

nuestros ojos se encontraron,

discurrí; que el caballero

también estaba inclinado,

o que creyó que encubría

beldad rara el sutil manto.

Con unos mismos deseos

al Prado salimos ambos

otras mañanas, y en fin,

como a los ojos un sabio

llamó retóricas lenguas

porque mudos revelaron

al corazón los secretos

a que no se atrevió el labio,

en los suyos conocí

el regocijo y aplauso

con que miraba, diciendo:

«Mi dueño está enamorado.»

Viendo, pues, que mis antojos,

o ya ciegos o ya vanos,

me despeñaban, no quise

que amor creciese, triunfando

de mi albedrío, y aquí

se ofreció, doña Ana, un caso

que de mi pecho barrió

las amenazas y amagos

de amor, que aun no fueron flechas.

Vergüenza me da contarlo.

Para la huerta del Duque

traían seis toros bravos

por San Blas; y el alboroto

de la plebe iba causando

más temores que las fieras.

Hallábame yo en el paso.

Vi a mi amante, consoléme,

y creyendo que don Sancho

de Mendoza —éste es su nombre—

con el sombrero calado,

como dicen, y terciada

la capa, puesta la mano

en la espada, con valor

se me plantara a mi lado,

pálido le vi, y corriendo

se fue a tomar el caballo

que dejo para seguirme,

en quien subiendo turbado,

huyó del tropel confuso

de aquellos brutos que mansos

por ir juntos y con vacas

sin ofenderse pasaron.

La tempestad fenecida,

se apareció, preguntando

cómo me fue; pero yo

con el silencio y el manto

que hasta el pecho derribé,

sin que de él hiciese caso,

mi sentimiento mostré.

Informéme más despacio

de sus costumbres y supe

que aunque es rico y es hidalgo

muy principal, quiere más

su vida que su honra. Espanto

me da; que siendo Mendoza,

sea cobarde. No ha sacado

el acero en ocasiones

en que debiera sacarlo

jamás, según me refieren.

¡Oh, qué noble tan villano!

Corrida y libre de amor,

aunque malévolas astros

me inclinaban, di lugar

que pretendiese un indiano

mi casamiento. Éste vino

con ochenta mil ducados

del Perú, tan cuerdo y noble

como rico y cortesano;

pero éste tiene también

otro defecto tan malo;

que es miserable en extremo.

De él me cuentan que es esclavo

de su plata, y su familia

se cifra en solo un mulato.

Hay cuentos de su miseria

y avaricia tan extraños

que me han quitado el deseo

de casarme. Un hombre avaro

y un cobarde me festejan.

¡Qué dos ánimos bizarros

para mi humor! ¿Yo mujer

de hombre que vuelva agraviado

tal vez a casa? ¿Yo esposa

de quien por ídolo vano

tiene al oro? ¡No en mis días!

Tan generoso y gallardo

mi dueño ha de ser, que sea

un César y un Alejandro.

Sin ánimo y sin valor

mal será el marido amparo

de la mujer, honra, dueño,

guarda, defensa, regalo,

vida, consejo, cabeza,

mitad, unión, pompa, fausto,

gala, estimación, lisonja,

alma, bien, gusto y descanso.

Ana ¿Valentón le quieres? Di.

Lucrecia No le quiero de ese nombre,

pero el hombre ha de ser hombre

que sepa volver por sí.

Porque siendo conveniente,

la vida se ha de arriesgar

sin recelo; que el guardar

el honor es ser valiente.

¿Y qué importa la riqueza

si no se goza la vida?

¿Yo he de vivir deslucida?

¿Yo vivir con escaseza

porque juegue mi heredero?

¡Eso no! No quiero esposo

tan bárbaro y codicioso

que idolatre en su dinero.

Ana Pues, si algo no disimulas,

no hallarás hombre perfecto.

¿Quién no tiene algún defecto?

Gómez Eso dicen de las mulas.

Lucrecia Faltas hay, tales que son

llevadas sin pesadumbre:

unas son de la costumbre

y otras de la condición.

Y aquéstas sin aspereza

pueden llevarse sin duda;

que el veloz tiempo las muda;

pero si Naturaleza

las ha dado, es imposible

que se enmienden.

Gómez ¡Bien ha dicho!

Ana Todo tu gusto es capricho.

Humor tienes invencible.

De ver que incasable seas,

aun tus criados se admiran.

Cosas hay que si se miran

de lejos parecen feas;

mas, de cerca y conocidas,

son apacibles y hermosas.

De esta suerte hay muchas cosas

que nos asombran oídas

y llegando a conocellas,

echamos de ver que son

disfamadas sin razón.

Pequeñas son las estrellas

desde lejos, y diamantes

se nos antojan, o flores,

y dicen que son mayores

que la tierra. Dos amantes

de mi dote y opinión

me sirven y yo resisto

de modo que aun no me han visto

la cara. Por relación

me pretenden y pasean,

pero siempre me he tapado

en viéndolos. Con cuidado

he andado en que no me vean.

Yo, Lucrecia, he de casarme,

pues rica aunque fea nací.

Siendo señora de mí,

nunca pienso enamorarme.

Mi casamiento he de ser

por concierto y elección.

Hasta agora estos dos son

mis amantes, y escoger

quise en ellos y he sabido

una falta en cada uno

con que no admito a ninguno.

Así es los he aborrecido.

Un don Juan es uno, amiga,

que anda sin aire y así

tan descuidado de sí

que a no estimarle me obliga.

¿A qué mujer de buen gusto

en esta corte ha agradado

marido desaliñado?

No lo puedo ver.

Lucrecia Ni es justo.

Ana Es el otro un don Fernando

de Moncada, y he sabido

que es muy necio y presumido

y que habla siempre jugando

del vocablo o por rodeos

y metáforas, de modo

que es hombre exquisito en todo,

y así he tenido deseos

de hablar con él.

Lucrecia No lo intentes.

Ana Mi Lucrecia, examinemos

la noticia que tenemos

de estos cuatro pretendientes.

Hablémosles con cuidado.

Quizá el necio es encogido,

el cobarde cuerdo ha sido,

sin arte el desaliñado,

el avariento guardoso,

y por esto los disfaman.

Gómez Eso piensan los que llaman

decidor al mentiroso,

secretario al escribano,

al ciego, corto de vista,