Don Diego de noche - Francisco de Rojas Zorrilla - E-Book

Don Diego de noche E-Book

Francisco de Rojas Zorrilla

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Beschreibung

Don Diego de noche. Francisco de Rojas Zorrilla Fragmento de la obra Jornada primera (Salen el Conde y don Bernardo.) Don Bernardo: Cuando hay segura amistad justamente se confía. Conde: Con este engaño querría conquistar la voluntad. Don Bernardo: Si sabes la que te tiene el príncipe de Aragón, vanos los engaños son. Conde: Aumentarla me conviene, y si ambición te parece querer agora aumentalla, por lo menos conservalla justa disculpa merece; no da al capitán la gloria don Bernardo, el conquistar, sino es saber conservar la gloria de la victoria; quiéreme el Príncipe bien, pero con esta ocasión conservaré la opinión y la esperanza también; de la industria no te espantes, que el amor, donde hay poder, como el mal, suele tener sus crecientes y menguantes; él quiere perdidamente a Lucinda de Aragón; no es casamiento, aunque son deudos; porque no es decente que dentro del reino case, que en lo demás le igualara; ella, que en su honor repara, de que se hiele o se abrase tiene muy poco cuidado, y así el Príncipe, celoso, ronda esta calle, animoso de que ha de hallar confiado la causa por qué la deja.

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Seitenzahl: 86

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Francisco de Rojas Zorrilla

Don Diego de noche

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Don Diego de noche.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9897-326-6.

ISBN rústica: 978-84-9816-217-2.

ISBN ebook: 978-84-9897-181-1.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 51

Jornada tercera 95

Libros a la carta 141

Brevísima presentación

La vida

Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 1607-Madrid, 1648). España.

Hijo de un militar toledano de origen judío, nació el 4 de octubre de 1607. Estudió en Salamanca y luego se trasladó a Madrid, donde vivió el resto de su vida. Fue uno de los poetas más encumbrados de la corte de Felipe IV. Y en 1645 obtuvo, por intervención del rey, el hábito de Santiago.

Empezó a escribir en 1632, junto a Pérez Montalbán y Calderón de la Barca, la tragedia El monstruo de la fortuna. Más tarde colaboró también con Vélez de Guevara, Mira de Amescua y otros autores.

Felipe IV protegió a Rojas y pronto las comedias de éste fueron a palacio; su sátira contra sus colegas fue tan dura al parecer que alguno de los ofendidos o algún matón a sueldo le dio varias cuchilladas que casi lo matan. En 1640, y para el estreno de un nuevo teatro construido con todo lujo, compuso por encargo la comedia Los bandos de Verona. El monarca, satisfecho con el dramaturgo, se empeñó en concederle el hábito de Santiago: las primeras informaciones no probaron ni su hidalguía ni su limpieza de sangre, antes bien, la empañaron; pero una segunda investigación que tuvo por escribano a Quevedo, mereció el placer y fue confirmado en el hábito (1643). En 1644, desolado el monarca por la muerte de su esposa Isabel de Borbón y poco más tarde por la de su hijo, ordenó clausurar los teatros, que no se abrirían ya en vida de Rojas Zorrilla, muerto en Madrid el 23 de enero de 1648.

Personajes

El príncipe de Aragón

El conde de Urgel

Leonora, su hermana

Don Fernando

Don Carlos, su hijo

Lucinda, su hermana

Don Bernardo

Don Diego de Mendoza

Lope, su criado

Febo, criado

Ramiro, criado

Celio, criado

Liseo, criado

Lucrecio, criado

Flora, criada

Jornada primera

(Salen el Conde y don Bernardo.)

Don Bernardo Cuando hay segura amistad

justamente se confía.

Conde Con este engaño querría

conquistar la voluntad.

Don Bernardo Si sabes la que te tiene

el príncipe de Aragón,

vanos los engaños son.

Conde Aumentarla me conviene,

y si ambición te parece

querer agora aumentalla,

por lo menos conservalla

justa disculpa merece;

no da al capitán la gloria

don Bernardo, el conquistar,

sino es saber conservar

la gloria de la victoria;

quiéreme el Príncipe bien,

pero con esta ocasión

conservaré la opinión

y la esperanza también;

de la industria no te espantes,

que el amor, donde hay poder,

como el mal, suele tener

sus crecientes y menguantes;

él quiere perdidamente

a Lucinda de Aragón;

no es casamiento, aunque son

deudos; porque no es decente

que dentro del reino case,

que en lo demás le igualara;

ella, que en su honor repara,

de que se hiele o se abrase

tiene muy poco cuidado,

y así el Príncipe, celoso,

ronda esta calle, animoso

de que ha de hallar confiado

la causa por qué la deja.

Don Bernardo ¿Y hay causa?

Conde De ajeno amor

ninguna, solo su honor

este desdén le aconseja;

con esto, tengo pensado

fingir que hay causa, por quien

le deja, y hacer también

que fueses tú disfrazado

quien le salga a acuchillar

con dos criados leales,

pues que tú los tendrás tales,

que esto les puedas fiar;

yo, que escondido estaré,

saldré a ponerme a su lado;

huiréis todos, con cuidado

de que el Príncipe me dé

por autor de aquella hazaña,

y por cuya valentía

en la confianza mía,

pues en esto a nadie engaña,

ponga su amor y secreto,

y llegue yo a tal lugar,

que venga Aragón a estar

a mis intentos sujeto;

que el que tuviere con él,

ese tendrás tú conmigo.

Don Bernardo Tú sabes que soy tu amigo,

y que te he sido fiel;

de tu intento, Conde, estoy

advertido; dos criados

tengo leales y honrados

de quien deudo y dueño soy,

a quien daré de esto parte.

Conde Pues parte y diles mi intento,

y como es mi pensamiento,

Bernardo, alcanzar por arte

lo que niega la fortuna.

Don Bernardo ¿A qué hora viene aquí?

Conde Él suele decirme a mí

que entre las doce y la una.

Don Bernardo Yo voy.

Conde El cielo te guíe.

Don Bernardo Tu dicha el cielo previene.

Conde ¡Dichoso el hombre que tiene

un hombre de quien se fíe!

(Salen el Conde, el Príncipe y Celio.)

Príncipe Vete, Celio, que se enoja

Lucinda de que a su puerta

venga con gente.

Celio Ella acierta;

porque lo que más despoja

a una dama de su fama,

es publicar sus amores

el galán.

Príncipe Pocos favores

publicaré de mi dama.

Celio No estaré lejos de aquí,

por si llama vuestra Alteza.

(Vase.)

Príncipe Desdén con tanta belleza,

¿Qué quieres hacer de mí?

¡Ay ventanas! cuando os veis

del Sol puertas de zafiros,

si de mil dulces suspiros

las rejas enternecéis,

¿Por qué no decís que veis

mis ojos hechos aurora?

Pues ella por verle llora,

y ellos, al contrario, al cielo

hasta que rompiendo el velo,

los pies de la noche dora;

huya de mi Sol Lucinda

esta noche artificial,

que la noche natural

no quiero que se le rinda

que su luz hermosa y linda

no saldrá, si coronado

de luz sale el Sol prestado

al cielo desde sus ojos,

donde yace por despojos

la noche de mi cuidado.

¿De qué me sirve el poder,

si no puedo lo que quiero,

y en lo que quiero no espero

que pueda más de querer?

Mas si querer es hacer

lo más que puede el valor,

yo quiero que tu rigor

pueda en mí lo que quisiere,

pues harto puede quien quiere

sufrir cuanto puede amor.

Conde (Aparte.) (Notables quejas, suaves

suspiros, lástima es ver

que tenga amor tal poder

hasta en los hombres más graves;

Lucinda sale, yo quiero

esconderme hasta que venga

don Bernardo, porque tenga

principio el favor que espero;

que al ingenio muchas veces

se ha rendido la fortuna.)

Príncipe Los marcos dan luz alguna.

¡Ay dulce Sol, si amaneces!

(Salen el Príncipe y Lucinda.)

Lucinda ¿Es vuestra Alteza?

Príncipe Yo soy,

y no me llames así,

que ya no hay alteza en mí

después que a tus pies estoy.

Lucinda ¿Quién viene con vos?

Príncipe Señora,

el elemento del fuego,

un niño, un gigante, un ciego,

un Argos que vela agora;

una salamandra ardiente,

un áspid entre las flores,

que es sobre varias colores

camaleón trasparente;

un Fénix que muere y nace

de sí mismo, una sirena

que canta y mata, una pena

que atormenta y satisface,

un animoso temor;

pero puesto que os asombre,

si queréis saber su nombre,

sabed que se llama amor.

Lucinda Bien parecéis, gran Señor,

pues aunque os tengo avisado,

venís tan acompañado.

Príncipe Pues con todo cuanto os digo,

vengo tan solo, que sigo

la sombra de mi cuidado,

que de mi amor los efetos

son interior compañía,

aunque a tenerla de día

los reyes están sujetos.

Lucinda ¿Pues es de día?

Príncipe En secretos

rayos del Sol para mí,

que en vuestros ojos le vi.

Lucinda ¿En fin, estáis solo?

Príncipe Amor

está conmigo.

Lucinda Mi honor

me obliga que os hable así.

(Salen don Diego y Lope, de camino.)

Don Diego Las postas fue muy bien hecho

que a la puerta se quedasen.

Lope Sí, pero no que llegasen

a las horas que sospecho.

Don Diego ¿En qué lo ves?

Lope En no ver

tienda abierta en Zaragoza,

mesón de huésped ni moza.

Don Diego No sé qué habemos de hacer,

que no me está bien llegar

con alboroto.

Lope No siento

lo que es el alojamiento

pero quisiera alojar

la panza si hubiera dónde.

Don Diego Eso es imposible ya.

Lope La noche ¿qué no podrá?

Todo lo encierra y lo esconde.

Don Diego Llaman ausencia del día

a la noche.

Lope Bien dijeron,

pues sus sombras se atrevieron

a la falta que él hacía.

Don Diego El silencio y soledad

de la noche son efetos.

Lope Pasteleros recoletos

son los de aquesta ciudad;

sustento tan socorrido

no se había de esconder

hasta el alba.

Don Diego Si comer

quieres de lo que he traído,

lope, aquí en la faltriquera,

eso puedo darte.

Lope ¿Y es?

Don Diego Confites.

Lope No me los des;

¡Pesar de un pie de ternera

con un ajo castellano!

¿Yo confites? ¿Soy ardilla?

Don Diego Mira que son de Castilla.

Lope ¡Oh confitero inhumano!

Cómalos un gran señor

después de treinta capones

por quitar imperfecciones

al gusto con limpio olor.

Don Diego Lo dulce es muy alabado.

Lope Pues que lo coma el Sofí;

un capitán conocí

que no recibió soldado

que supiese que en su vida

comió confites.

Don Diego ¿Por qué?

Lope Porque se sabe que fue

siempre superflua comida,

femenil y delicada,

y un soldado ha de comer

sierpes, y a falta, morder

las manzanas de la espada.

Don Diego Hartos veo y harto honrados

que porque espadas no tienen

no las comen.

Lope Esos vienen

con servicios desdichados;

pero cuando el tiempo es tal

aunque en dichosos imperios,

que coman de monasterios

tenlo por mala señal;

algunos hombres dejaron

en testamentos que hicieron

raciones con que vivieron

a perros con quien cazaron;

soldado has sido no más,

durmamos, si hay dónde.

Don Diego Aquí

hay un portal.

Lope Yo por ti

me pesa, que en fin estás

a buena cama enseñado;

yo, medio galgo y medio hombre,

tengo diez de gentil hombre

y en pie me duermo arrimado.

(Arrimados don Diego y Lope.)

(Salen don Bernardo, Ramiro y Febo.)

Don Bernardo Cuando os hiciere señal,

los dos acometeréis;

y mirar que le apretéis,

pero con destreza tal,

que jamás le toque espada.

Ramiro Deja el cuidado a los dos.

Lope Moscónes andan por Dios.

Don Diego Duerme, y no pienses en nada.

Lope Matele.

Don Diego No hagas ruido.

Lope Es con el diablo.

Don Diego Callar.

Lope Moscónes, ir a picar