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El amparo de los hombres es una comedia destinada a exaltar la devoción mariana. Esta obra de Antonio Mira de Amescua escenifica una leyenda piadosa que ya en el siglo XIII recoge Cesáreo de Heisterbach entre sus narraciones milagrosas. Federico es un soldado napolitano que ha combatido valientemente en la batalla de Pavía, al lado del Emperador. Sin embargo, a su llegada a Génova, se encuentra desamparado, pobre y sin amigos. Para ganar su sustento entra al servicio de un rico caballero, Carlos, jugador y disoluto, pero gran devoto de la Virgen María. Al principio, Federico desempeña de buen grado el oficio de criado. Más tarde su situación se le hace insoportable y humillante cuando conoce a Julia, la prometida de su señor, y se enamora perdidamente de ella. En estas circunstancias aparece ante él el demonio y le ofrece riquezas para poder ganar a Julia. Al mismo tiempo, le promete arruinar a su rival. Hacia el final de esta obra el diablo se declara incapaz de complacerle, pues Carlos cuenta con la especial protección de la Virgen María.
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Seitenzahl: 78
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Antonio Mira de Amescua
El amparo de los hombresEdición de Vern Williamson
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El amparo de los hombres.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-076-5.
ISBN ebook: 978-84-9897-552-9.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 93
Libros a la carta 131
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
Carlos, caballero
Federico, soldado
Marín, gracioso, su criado
Horacio, caballero viejo
Fabricio
Jorge
Octavio
Garavís, paje
El Demonio
Julia, hija de Horacio
Laura, su criada
Un Criado
Un Paje
(Salen Federico y Marín, de soldados muy pobres.)
Federico ¡Ésta es Génova!
Marín ¡Por Dios,
conforme nuestra pobreza,
que ha menester su riqueza,
si nos remedia a los dos!
Federico ¡Bellos edificios!
Marín ¡Bellos!
Los lienzos de Flandes son
cifra, sombra e ilusión
si se comparan con ellos.
¿Pero tenemos de andar
viendo casas todo el día,
sin buscar una hostería
donde podamos manjar?
Volvámonos, si te agradas,
a ver si en los bodegones
a trueco de macarrones
reciben estas espadas,
pues no nos sirven de más
que de traerlas liadas,
que aquí se riñe a puñadas.
Federico Hambriento y prolijo estás.
¿No causa extraña alegría
después de varias tristezas,
las infinitas grandezas
de esta noble señoría,
ver tan hermosas pinturas
en las casas, el Senado,
que a Roma atrás ha dejado,
heredando sus venturas?
¿Ver...?
Marín El verte con dineros,
Federico, es mi deseo;
que ya de hambre no veo,
y mi cuenta es todos ceros.
Cuando contigo salí
de la Pulla a ser soldado,
no pensé verme quebrado
como me veo por ti.
Servimos al de Pescara
sobre el Parque de Pavía;
y con papeles te envía
y sin blanca...
Federico Cosa es clara,
ésa es la paga mejor
con que voy a pretender,
que el César me puede hacer
capitán.
Marín ¡Gracioso humor!
¿Con qué carga de moneda
vas a pretender a España?
Que con nación tan extraña,
no hay Scipión que más pueda.
¿Qué presente le has de dar
al secretario? ¿Qué joya
al que tus hechos apoya
para poder negociar?
Federico Filósofo estás, Marín.
Marín Como en ayunas estoy,
estoy agudo.
Federico Ya voy
viendo de mi intento el fin.
Necio he sido en procurar
papeles.
Marín La duda es llana.
¡Qué esperanza tan liviana!
¿Qué provecho puede dar?
Federico A la Pulla me volviera,
dejando mi pretensión,
si la pasada cuestión,
Marín, no me lo impidiera.
No sé qué tengo de hacer.
Marín Pide limosna.
Federico Eso no.
A dar estoy hecho yo;
y pedir es padecer.
Marín Mas no comiendo, padeces
este trabajo y crisol;
y pidiendo a lo español,
pienso que no desmereces.
Federico El español, ¿cómo pide?
Marín Llega arrogante y severo,
y, de la espada al sombrero,
primero los tiempos mide;
y dice: «Déle vuesé
su caridad a un soldado
pobre, desnudo y honrado».
Y el bergamaza que ve
el aspecto con que avisa
del daño que le previene,
si parpallonas no tiene,
se quitará la camisa.
Federico Yo soy, Marín, caballero,
y no tengo de pedir.
Marín Pues, dejémonos morir.
¡Qué pobre tan majadero!
Yo pediré.
Federico ¡Enhorabuena!
Pide tú para los dos.
Marín De esta suerte dará Dios
para la comida y cena.
Aquesta casa parece
de algún rico ciudadano.
Federico Pide con estilo llano,
pues la vergüenza enmudece.
La portada y patio son
del dueño bastante abono.
Marín Ahora bien, la voz entono
para causar compasión.
Federico Caballeros salen.
Marín ¿Quieres
huir?
Federico Apartarme quiero.
Marín Muy corta limosna espero
de poltrones mercaderes.
(Salen Carlos, Fabricio, Octavio, Jorge y criados, y Carlos sale dando barato.)
Jorge ¿Cuánto perdéis?
Carlos No lo sé.
Esto se queda, tomad
de barato.
Octavio Es necedad
que deis barato.
Carlos ¿Por qué?
Octavio Porque cien doblas perdéis.
Carlos Si ganara y no perdiera,
poco en dar barato hiciera.
Criado Largos años os gocéis.
Marín (Aparte.) (¡Oh, beatísimos escudos!
Sin ver a quien los reparte
yo quiero entrar en la parte.
¡Oh, si hubiera pajes mudos!
¡Ciégale tú, Santantón!
Dios ponga tiento en tu mano.)
Carlos Tomad.
Criado Apartaos, hermano.
Marín (Aparte.) (Ganóme la bendición.)
Carlos Quiero ver si quedan más.
Tomad.
Marín (Aparte.) (¡Oh, caso importuno!
Aun no me ha cabido uno
de los que da[n] por detrás.)
Criado ¿Queréis quitaros, hermano?
¡Quitaos!
Octavio ¿Qué picarón
es ése?
Marín ¡Paso, pajón!
Que aunque roto, soy cristiano.
No soy moro ni judío.
Barato quiero alcanzar.
Criado Dadle, Fabio.
Marín ¿Cómo dar?
¡Juri a Cristi, si deslío...!
Federico (Aparte.) (Sin duda ha hecho Marín
de las suyas. Llegar quiero.)
Carlos Para la gloria que espero,
aguardo felice fin.
Federico ¿Qué es eso?
Marín ¡Estos pajarotes,
que maltratan los honrados!
Federico ¡Paso, señores soldados!
Marín Espera; no te alborotes,
señor, hasta que deslíe.
Federico Sosiégate, majadero.
Por ser pobre y forastero,
nadie a ofenderle porfíe;
que habrá quien vuelva por él.
Octavio ¿Y defenderéisle vos?
Jorge ¡Buena arrogancia, por Dios!
Marín El lance ha sido cruel.
Fabricio Muy maltratado venís
para ser tan atrevido.
Federico Jamás miréis al vestido
si de sabio presumís;
que quizá este traje encubre
más valor de que pensáis.
Marín Deslío...
Carlos Bien lo mostráis,
que el proceder los descubre.
¿Quién sois?
Federico Un soldado soy,
por mala paga perdido.
Carlos Antigua querella ha sido.
Federico A España a pretender voy.
Carlos Reportaos.
Federico De vos me fío,
si el traje al ser corresponde.
Carlos Decid quién sois y de dónde.
Marín Pues hay amistad, deslío.
Federico En la Pulla, que es provincia
del noble reino de Nápoles,
nací, para tantas penas,
de nobles y ricos padres.
Con regalo me crié,
aunque no sin mil desastres,
que el que ha de ser desdichado
muere en el día que nace.
Fue mi infancia prodigiosa,
hasta que en edad bastante,
al peso del sentimiento,
fueron creciendo mis males.
Faltaron mis padres luego,
para que mozo heredase;
que riqueza y pocos años
no hay leyes que no traspasen.
Amor, que mejor sujeta
los pechos más arrogantes,
se mostró, siendo tan niño,
para mi ofensa gigante.
De una doncella hermosa,
de tan excelentes partes
que a verla primero Apolo
no siguiera tanto a Dafne,
me cautivaron los ojos;
que no hay alma que no abrasen
tan divinos soles negros,
que miren libres y graves.
Solicité muchos días
su favor sin que alcanzase,
si no esperanzas inciertas,
preeminencias de casarme.
Tuve por competidor
un mancebo cuya sangre,
hirviendo de puro noble,
fue lumbre en que se quemase.
Entrando en el Domo a misa,
para mi desdicha un martes,
nuestra dama, la seguimos
los solícitos amantes.
Al tomar agua bendita
se cayó al descuido un guante;
y a un mismo tiempo llegamos
entrambos a levantarle.
Fue la porfía de suerte,
que, dividido en dos partes,
quedó partido el favor,
y los celos más pujantes.
Desafióme atrevido,
y sin que a ver aguardase
la misa, el mancebo loco
al campo se fue a esperarme.
Salí yo, y a un mismo tiempo
vio los aceros el aire
de nuestras espadas nobles,
donde el Sol pudo mirarse.
Apenas del primer tercio
pude los filos tentarle,
cuando por ellos camino,
sin que pudiese librarme.
Rompe el animoso pecho,
por donde, envuelta en granates,
salió el alma y dejó el cuerpo
para difunto cadáver.
Viendo el desastrado caso,
por entre secretos valles
huyo con este criado,
que fue mi querido Acates.
Vine al fin a Lombardía
adonde los generales
del ilustre Carlos Quinto
sus ejércitos reparten:
Próspero, Borbón y Leiva
y el de Pescara, pilares
adonde estriba el imperio
y a quien Roma estatuas hace.
El invencible Francisco
de Angulema, a quien levante
la fama, de cuyos lirios
temblaron tantos alarbes,
para ocupar a Pavía,
que es una fuerza importante,
entra con furia francesa
a mirar del Po la margen.
El ejército imperial
le espera en medio del parque,
adonde Francisco llega
a levantar su estandarte.
La batalla le presenta,
pensando a muy pocos lances
ver de Milán el castillo,
besar sus plantas reales.
Llegado el amargo día
el estrépito de Marte
suena en los vecinos bosques,
temerosos de escucharle.
Trabóse al fin la batalla;
aquí mueren, y allí salen
contra bridones franceses
los españoles infantes.
Al fin, los franceses rotos,
el de Pescara al alcance
sigue; y el francés furioso
no quería retirarse.
El valeroso francés,
sin que el peligro le espante,
desea morir valiente,
para no vivir cobarde.
Yo, después de haber ganado
una bandera, bastante
indicio de valor, vi
al rey, que teñido en sangre,
en un caballo español
de los que al Betis le pacen
la verde juncia y le beben
los fugitivos cristales,
con el estoque sangriento
furioso procura entrarse
en el paso de una puente,
donde los suyos le amparen.
Llego entonces, y al bridón
que espuma mascando esparce,
de un revés corto las corbas,
para que Francisco salte
desde la silla a la arena,
adonde no quiso darse,
sin que cortés y amoroso
el de Pescara llegase.