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El esclavo del demonio, es una de las más célebres obras de Antonio Mira de Amescua. Tal vez sea, además, la mejor comedia religiosa de la España del Siglo de oro. Lo obra se inspira en la leyenda faústica de un monje portugués, frey Gil de Santarem (llamado también Egidio). Relata que éste, harto de la vida ascética, se entregó a una frenética vida licenciosa y, para dominar los secretos de la nigromancia, hizo un pacto con el Diablo, vendiéndole su alma. La obra se adelanta a Goethe. Aunque el tema del pacto con el Diablo viene del siglo VI. El esclavo del demonio es una versión barroca del mismo conflicto.
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Seitenzahl: 95
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Antonio Mira de Amescua
El esclavo del demonio
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El esclavo del demonio.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-285-9.
ISBN rústica: 978-84-9816-083-3.
ISBN ebook: 978-84-9897-224-5.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La leyenda 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 51
Jornada tercera 101
Libros a la carta 147
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
El esclavo del demonio es una de las más célebres obras de Mira de Amescua, y tal vez la mejor comedia religiosa de la España del siglo de oro. Inspirada en la leyenda faústica de un monje portugués, frey Gil de Santarem (llamado también Egidio), relata que éste, harto de la vida ascética, se entregó a una frenética existencia licenciosa y, para dominar los secretos de la nigromancia, hizo un pacto con el Diablo, vendiéndole su alma.
Esta trama, recurrente en el teatro de la época, fue usada por Pedro Calderón de la Barca en El mágico prodigioso y por Alarcón en Quien mal anda mal acaba.
Marcelo de Noroña, viejo
Don Diego de Meneses
Domingo, lacayo
Don Gil Núñez de Atoguía
Don Sancho
Fabio, criado de don Sancho
Florino
Angelio, demonio
Constancio, labrador viejo
Don Sancho, príncipe de Portugal
Don Rodrigo
Arsino, labrador
Riselo
Lisarda, hija de Marcelo
Leonor, hija de Marcelo
Beatriz, criada de Lisarda
Lísida, pastora
Un Escudero
Dos esclavos
Un Músico
Un Ángel
(Salen Marcelo, viejo, y Lisarda y Leonor, hijas suyas.)
Marcelo Padre soy, hago mi oficio;
tomad consejo esta vez,
y sed por tal beneficio,
báculos de esta vejez,
columnas de este edificio.
Si las acciones humanas
con igual amor de hermanas
dirigís a la virtud,
a la fuerte juventud
no envidiarán estas canas.
Un año fue el curso mío,
mayo la niñez inquieta,
la juventud fue el estío,
otoño la edad perfeta,
la vejez invierno frío.
Mi cuerpo apenas se mueve,
que la edad mayor es breve,
como el hombre no es eterno,
y por estar en mi invierno
me cubre el tiempo de nieve.
Sirviendo a mi rey gasté
la flor de mi edad dorada
que en sus límites se ve,
y así he dejado aumentada
la nobleza que heredé.
Ésta quiero conservar
y así te pretendo dar,
Lisarda, el estado que amas;
pues que las dos sois las ramas
en que el fruto he de mostrar.
Cásate, estado recibe;
hágame Dios tal merced
antes que el tiempo derribe
aquesta baja pared,
que agora temblando vive.
Don Sancho de Portugal,
que de la sangre real
gotas en sus venas tiene,
a ser tu marido viene
mañana.
Lisarda (Aparte.) (¡Yo estoy mortal!)
Marcelo Tú, Leonor, que el pensamiento
a Dios eterno ofreciste,
de que yo vivo contento,
ya que el estado elegiste,
sabe elegir el convento.
Tus intentos son divinos,
que en esta vida en que estamos
todos somos peregrinos
del cielo, aunque caminamos
por diferentes caminos.
Cada estado ya se sabe
que es camino, cuál es grave,
cuál es fácil; la casada
lleva su cruz más pesada
y la monja menos grave.
Al Cordero, que inocencia,
siguen con gran reverencia
diferentes monarquías,
y quiero que con las mías
gocen de esta diferencia.
Brazos míos sois las dos,
estados son en que fundo
poder abrazaros Dios;
con el uno a vos y al mundo,
con el otro solo a vos.
Una monja, otra casada,
quedará mi casa honrada,
y yo con ánimo fuerte
en el umbral de la muerte
lloraré mi edad pasada.
Lisarda (Aparte.) (Mi lengua perpetuamente
se atreve a decir de no;
rabio Amor, muero impaciente.)
Leonor Tu esclava he de ser.
Lisarda Y yo
una hija inobediente.
La venganza y la afición
efecto de ánimo son
que suelen torcer el curso
a la costumbre, el discurso
al honor y a la razón.
Son estas pasiones
que unos tiranos se hacen
de nuestras inclinaciones,
y de no vencerlas nacen
extrañas resoluciones.
De las dos vencida fui;
que a don Sancho aborrecí,
y a don Diego de Meneses
tu enemigo, ha cuatro meses
que mi voluntad rendí.
Ésta es fuerte inclinación
y no la puedo vencer,
hace en el alma impresión,
no discierno, soy mujer,
y tomo resolución.
Si con él me has de casar
yo obedezco.
Marcelo (Aparte.) (¡Que escuchar
pueda un padre tal rigor!
Ciega la tiene el amor
y quiérome reportar.)
Lisarda Mudar, Leonor, no pretendo
mi propósito ofendido.
Marcelo Angel, mira que me ofendo.
Lisarda Angel soy, y así no olvido
lo que una vez aprehendo.
Marcelo Tu aprehensión te condena.
Lisarda Fuerza de estrellas me inclina.
Marcelo No se fuerza lo que es buena.
Lisarda A quien amor determina
ninguna razón refrena.
Marcelo ¿A un traidor, a un homicida
que priva de dulce vida
a un hijo que yo engendré
tienes amor, tienes fe?
¿No es tu sangre la vertida?
¿Qué fiera, qué irracional,
qué bárbaro hiciera tal?
Hoy parece mujer mala
que quiere más y regala
aquél que la trata mal.
Plega a Dios, inobediente,
que casada no te veas,
que vivas infamemente,
que mueres pobre y que seas
aborrecible a la gente.
Plega a Dios que destruida
como una mujer perdida,
te llamen fascinerosa,
y en el mundo no haya cosa
tan mala como tu vida.
Leonor Templa tu enojo, señor,
que espantan tus maldiciones.
Marcelo Descubro en esto el valor.
Lisarda Y yo las inclinaciones.
Marcelo ¿De quién, falsa?
Lisarda De mi amor.
(Vase Lisarda.)
Marcelo Quien ve tanta desvergüenza
también verá mi deshonra,
porque en la mujer comienza
a morir crédito y honra
cuando pierde la vergüenza.
Hija que al padre desprecia,
viva y muera con infamia,
siga como loca y necia
a la antigua Flora y Lamia,
no a Penélope y Lucrecia.
Leonor Señor, mal dije «señor»,
que en este nombre hay rigor
por la sucesión del hombre,
padre digo, porque es nombre
de más dulzura y amor.
Templa, templa tus enojos,
que con esas maldiciones
podrán mirarlas tus ojos
divertidas las acciones
entre sus vanos antojos.
Muéstrale el semblante amigo,
porque si está porfiando
una mujer, yo te digo
que es mejor consejo blando
que colérico castigo.
Yo la rogaré y en tanto
habla tú a don Gil, el santo
que Coímbra reverencia
por su ayuno y penitencia,
oración y tierno llanto,
para que a don Diego pida
se contente del rigor
con que fue nuestro homicida,
sin pretender el honor
que es de los nobles la vida.
Marcelo Eres el cielo que ordenas
las cosas con igualdad
eres arco que serenas
mi rostro en la tempestad
de mis lágrimas y penas.
Mi cólera es bien detenga
y que por ti a pensar venga,
que en este mundo pesado
no hay hombre tan desdichado
que algún consuelo no tenga.
Plega a Dios que desigual
tu vida a tu hermana sea,
y este viejo ya mortal
tan venturoso te vea
que reines en Portugal.
(Vanse. Sale don Diego de Meneses.)
Diego Amor, si tus pasos sigo
no sé qué camino elija,
pues vengo a adorar la hija
de un hombre que es mi enemigo;
temo, resisto y prosigo.
Teme en balde la prudencia,
y resisto con violencia,
mas es cual rayo el amor
que hiere con más rigor
donde halla resistencia.
Pasa Leandro el estrecho,
Hero en él se precipita;
Tisbe la vida se quita,
Píramo se rompe el pecho.
¿Quién lo hizo? Amor lo ha hecho,
porque vence si porfía
y la condición más fría
en amor se trueca y arde
y en el ánimo cobarde
suele engendrar osadía.
Osar tengo, y no temer
que a Lisarda he de gozar
pues bien me quiere.
(Entre Domingo, lacayo, con un billete.)
Domingo Al pasar,
éste me dio una mujer.
Diego Aun hay Sol, podré leer.
«Don Diego, el alma se abrasa
por ti, y mi padre me casa;
mas si amor te da osadía,
ven esta noche a la mía,
me llevarás a tu casa.»
Cielos, dadme el parabién,
pues que mi ventura es tal
que apenas supe mi mal
cuando encontré con mi bien.
Fortuna, no des vaivén
ya que al mismo Sol me igualas.
Trae, Domingo, unas escalas
aunque superfluos serán
donde favores me dan
que pueden servirme de alas.
Domingo Don Gil te viene buscando.
Diego Azar es esta ocasión
hallar un santo varón
que se está martirizando
al que mal está pensando,
y al que con su carne lucha.
Amistad me tiene mucha;
uno es flaco y otro fuerte.
(Sale don Gil de hábito largo.)
Gil Don Diego.
Diego ¿Qué quieres?
Gil Verte
y hablarte.
Diego Dime, ¿qué?
Gil Escucha:
Son amigos los consejos,
unas amargas lisonjas
que al alma dan dulce vida
y a las orejas ponzoña.
Son luz de nuestras acciones,
son unas piedras preciosas
con que amigos, padres, viejos
nos regalan, y nos honran.
El darlos es discreción
a quien los pide y los honra,
y es también locura el darlos
si no se estiman y toman.
Fuerza es darlos al amigo,
y la ocasión es forzosa
si al cuerpo importa la vida
y al alma importa la gloria.
Tu amigo soy, y una escuela
nos dio letras, aunque pocas;
se te cansaren consejos
buen es la intención, perdona.
Ya tú sabes la nobleza
de los antiguos Noroñas,
señores de Mora, lustre
de la nación española.
Y ya sabes que estas casas
que celas, miras y adoras
son de esta noble familia
rica, ilustre y generosa.
Tú, que dignamente igualas
cualquier majestad y pompa,
porque es bien que los Meneses
pocos iguales conozcan,
cortaste la tierna vida
con tu mano rigurosa,
al primogénito ilustre
que padres y hermanas lloran.
Accidental fue el suceso,
no quiero culparte agora;
llegó tu espada primero,
fue tu suerte venturosa.
Cumpliste un breve destierro,
que blanda misericordia
vive en los pechos hidalgos
y fácilmente perdonan.
Los nobles son como niños,
que fácil es desenojan,
si las injurias y agravios
a la nobleza no tocan.
Agravios sobre la vida
heridas son peligrosas,
mas solo incurables son
las que caen sobre la honra.
Al fin, las heridas suyas
tienen salud, aunque poca,
que al alma incita el agravio
y al agravio la memoria.
Pues si este viejo no imita
a la africana leona,
ni a la tigre remendada
en la venganza que toma,
¿cómo tú, tigre, león,
rinoceronte, áspid, onza,
no corriges y no enfrenas
tus inclinaciones locas?
«Busca el bien, huye el mal;
que es la edad corta;
y hay muerte, y hay infierno,
hay Dios y gloria.»
Si con lascivos deseos
de Lisarda te aficionas
y en ella pones los ojos,
la pasada injuria doblas.
A un agravio habrá piedad
pero a más está dudosa,
que aun a Dios muchas ofensas
rompe el amor si se enoja.
Teme siempre el ofensor
si el agravio le perdonan,
que su justicia da voces
y el rigor de Dios invoca.
Refrena, pues, tu apetito,
porque es bestia maliciosa,
y caballo que no para
si no le enfrenan la boca.
Si aspiras a casamiento
pretendan tus ojos otra,
porque no habrá paz segura
si resulta de discordia.