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El negro del mejor amo, de Antonio Mira de Amescua, recrea el mito del hombre negro que sirve en los ejércitos de Occidente. Su principal referencia es Otelo, sin embargo, la literatura española tiene numerosas variantes de este tema en obras como El santo negro Rosambuco, de Lope de Vega. Básicamente en la historia de los ejércitos de Occidente los generales negros eran un motivo de orgullo y de conflicto. El negro del mejor amo refleja este dilema de la Europa de entonces.
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Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Antonio Mira de Amescua
El negro del mejor amoEdición de Vern Williamson
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El negro del mejor amo.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-271-2.
ISBN rústica: 978-84-96290-88-4.
ISBN ebook: 978-84-9897-243-6.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La imagen del negro 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 99
Libros a la carta 143
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
En sus inicios el comercio de esclavos tenía como principal objetivo España y no las colonias americanas. Este hecho influyó en la aparición de lo que casi podría ser considerado un género literario: la vida de los negros fuera de África.
El mito del hombre negro que sirve en los ejércitos de Occidente tiene su principal referencia en Otelo. Sin embargo, la literatura en castellano tiene numerosas variantes de este tema en obras como El santo negro Rosambuco, de Lope de Vega, y El negro del mejor amo.
Asimismo la pieza El valiente negro de Flandes, de Andrés de Claramonte, es otro ejemplo de este tipo de literatura. En ella Juan de Mérida, el héroe negro, se distingue por sus servicios al duque de Alba durante las guerras de Flandes; llega a alcanzar el rango de general y adquiere títulos nobiliarios.
Catalina, criada negra
Celio, vejete
Don Pedro Portocarrero
Dos corsarios turcos
Dos criados
El conde César
Estrella, dama
Laura, dama
Mortero, gracioso
Rosambuco, turco
San Francisco de Asís
Un Alcaide de la cárcel
Un Guardián
Un Niño
Una Estatua de Benedicto Esforcia
Vilhán, gracioso
(Salen el Guardián y don Pedro.)
Guardián Famoso Portocarrero,
supuesto que en esta casa,
que siendo de San Francisco,
Jesús del Monte se llama,
adonde estáis retraído, 5
os damos de buena gana
seguridad a la vida,
¿no fuera cosa acertada,
que nos diéramos en ella
también la quietud del alma? 10
Vos tenéis enemistad,
según la razón humana,
justa con el conde César
porque violenta la espada
le dio muerte a vuestro hermano 15
riñendo. Fue la desgracia
de vuestro hermano, mas una
de aquestas noches pasadas,
vos a un primo, y a un hermano
del conde, de una trabada 20
pendencia, disteis la muerte.
Bastante es para venganza;
la pasión temple el enojo;
obre la piedad cristiana.
(Dentro Rosambuco y Mortero.)
Rosambuco ¿Por qué el bergante no va 25
a sacar dos cubos de agua?
Mortero Pues el perrazo moreno,
¿qué hace que no los saca?
Rosambuco Pues vive Alá, si me enfado...
Mortero ¿Qué ha de hacer si se enfada? 30
Pedro Los criados son, que riñen.
Guardián Ésta es del demonio traza
que nos quieren estorbar
la plática comenzada.
Pedro Padre, para interrumpirla 35
mi cólera solo basta.
El conde mató a mi hermano.
Si él con la vida no paga,
no hay satisfacción ninguna.
Y no hablemos más palabra 40
si habemos de ser amigos,
porque está tan obstinada
mi pasión que es mi contrario
el que de paces me trata.
Guardián Vuesasted, señor don Pedro, 45
temple el enojo y la saña.
Mire que hay una candela
de luz tan desengañada
allá en el fin de la vida
que pone espanto el mirarla. 50
Alumbre su ceguedad
con esta funesta llama,
y verá cómo se vuelven
en piedades las venganzas.
Pedro Padre Guardián, vive Dios, 55
que es cosa desesperada,
que me ayude a bien morir
en juventud tan lozana.
Hasta que llegue la muerte
me faltan muchas jornadas, 60
y una de ellas es matar
a este conde, que me agravia.
Rosambuco Limpia, pícaro, el cabello.
Mortero Oiga el galgo como manda.
Rosambuco Pues si esta estaca levanto... 65
Mortero ¿Qué ha de hacer con esa estaca?
Rosambuco ¿Qué? Romperle la cabeza.
(Dale.)
Mortero ¡Ay!
Rosambuco Ponte una telaraña.
Pedro ¿Qué ruido es aquéste? ¡Hola!
¡Ah, Mortero!
(Sale Mortero herido.)
Mortero ¿Qué me mandas? 70
Pedro ¿Quién te ha puesto de esa suerte?
Mortero Esa morcilla quemada,
aquel esclavo de requiem
que el demonio trajo a casa.
Esa tumba racional, 75
ese cordobán con habla,
que se le ha teñido donde
zurra el diablo la badana.
Pedro Pues, ¿sobre qué habéis reñido?
Mortero Porque el galgazo se ensancha 80
de ver que priva contigo
y le quieres y agasajas.
Porque al fin en la ocasión
sabe sacar una espada
y ser tu perro de ayuda. 85
Y, como él dice, se traga
hombres como caperuzas,
y del empeño te saca.
Y, con eso está tan vano
que sin comedirse a nada 90
como testamento tuyo,
cuanto hay que hacer me la manda.
Con lo cual, entre los dos
la suerte está barajada,
pues trabajo como un negro 95
y él como blanco descansa.
Pedro ¡Ah, Rosambuco!
(Sale Rosambuco.)
Rosambuco ¿Señor?
Pedro ¿De aqueste modo se tratan
tan cerca de mi presencia
los criados de mi casa? 100
¿Quién atrevimiento os dio
para desvergüenza tanta?
Rosambuco Si no hubiera mirado
que es tu criado esa mandria,
¿ya no la hubiera arrojado 105
por una de esas ventanas?
Piensa el pícaro gallina
que la comida se gana
con huir de la ocasión
y traer una embajada. 110
Pues, que no es hombre de prendas,
trabaje, pesa su alma.
Mortero Señor mío, aquéstas son
las que llaman «gratis datas».
Vuesarced peca de crudo, 115
a mí el miedo me salva.
Usted vive de su culpa,
y yo como de mi gracia.
Pedro Pues, ¿no es razón que el trabajo
de conformidad se parta 120
entre los dos?
Rosambuco Dices bien,
nunca mi respeto falta
a lo justo; y así yo,
en las acciones honradas,
que piden hombres de pecho, 125
o de vergüenza en la cara,
sirvo con tanto valor
como la experiencia clara
os lo ha mostrado las veces
que os ha sacado mi espada 130
de mil honrosos peligros
con opinión tan bizarra.
Pero en oficios humildes,
donde cualquier hombre basta,
ocúpese ese lacayo 135
que no sirve para nada;
porque yo, señor don Pedro,
vive Alá, que soy alhaja
digna de un emperador
y el tenerme en vuestra casa, 140
aunque esclavo, no ha de ser
para ninguna acción baja;
que habéis de tenerme en ella
como el que a un león regala
o un tigre, que solo sirve 145
de engrandecerla o guardarla.
Guardián Discreto es el señor negro,
la comparación no es mala.
Muestras da de bien nacido
en el talle y en el habla. 150
Pedro Pues, decidme, ¿quién sois vos?
Rosambuco Las ocasiones pasadas
juzgué yo que lo habían dicho;
pero, pues ellas no hablan,
yo os lo diré claramente. 155
Haced todos se vayan.
Pedro Vuestra caridad perdone
que ha días que traigo gana
de averiguar de este negro
muchas enigmas que guarda. 160
Proseguiremos después
la plática comenzada.
Guardián Yo me voy con condición
de que cumpláis la palabra.
(Vase.)
Pedro Vete, Mortero, a curar. 165
Mortero Señor, si no nos iguala
aquí tengo que quedarme
a ser motilón. ¡Mal haya
quien no lo hiciere, y adiós!
Que no he de estar en tu casa 170
ni lidiar con ese perro,
cara de morcilla ahumada.
(Vase.)
Pedro Solos habemos quedado.
Háblame con confianza.
Rosambuco Señor, puesto que mis obras 175
tan mal quién soy os declaran,
escuchadlo de mis labios.
Pedro Ya mi silencio lo aguarda.
Rosambuco Portocarrero ilustre,
para ejemplo de cuantos me envidiaron 180
entre prodigios, al nacer divinos,
de un adusto carbón los abisinos
el cuerpo me formaron.
Si ya el alma los cielos no criaron
de fuego tan sañudo 185
que queriendo enlazar el vital nudo,
blancos, puros y bellos,
los miembros abrasó al entrar en ellos.
Mi sangre esclarecida
en los primeros siglos fue temida, 190
tiñendo sus estrenas
del rey primero en las primeras venas
que aquesta sombra oscura
que mi nobleza anochecer procura,
pálida, triste, ingrata, 195
el honor desmiente, que dilata
con puros arreboles
de mis claras hazañas muchos soles.
El día, pues, que fue mi nacimiento,
con curso natural o con violento, 200
entre muchos desmayos
en un eclipse los ardientes rayos
de esa antorcha luciente,
vieron al mediodía su occidente.
Quedó el cielo lastimado 205
de mirar eclipsado
entre un color tan ciego
del mayor corazón el mejor fuego.
Con este ardid astuto
quiso vestir su resplandor de luto 210
si no es que ya envidioso
le pareció lo negro más hermoso,
y por hacer mayor su bizarría,
quiso de mi color vestir el día
en mis tiernas niñeces, 215
supliendo el alma de mi edad dos veces.
Brioso avasallaba
el pueril escuadrón con quien jugaba
con altiva impaciencia
de no hallar en ninguno resistencia, 220
teniendo a poca gloria
reinar por elección, no por victoria.
El valor y el discurso de los años
de la razón y el brío tan extraños,
tan rudos y tan broncos, 225
que a nacer mudos se volvieran troncos.
Y hallándose el discurso tan despierto
mi valor determina
de buscar población de más doctrina
y en una embarcación mal aprestada 230
para Egipto enderezó mi jornada,
adonde a pocos días
fueron ilustres las hazañas mías.
Aquí, pues ofendido
de ver entre esta sombra oscurecido 235
mi corazón valiente,
un gitano, entre todos excelente
en el curioso, en el sutil desvelo
de investigarle su secreto al cielo
entre las hojas bellas 240
de su libro inmortal de las estrellas,
con mudas profecías
escrito halló el suceso de mis días.
Díjome: «Rosambuco, el cielo santo
en tu cuerpo un espíritu, un espanto, 245
fabricó milagroso,
que en tu muerte tendrás fin venturoso.
Entre varias naciones
han de causar asombro tus acciones,
y por tierras extrañas 250
el mar has de domar con tus hazañas;
y cuando más altivo
triunfar te mires, te hallarás cautivo.
Pero entre tanto, ten este consuelo
que ha de darte el rescate el mismo cielo. 255
Pero ante todas cosas te apercibo
que con tu estrella nunca estés esquivo,
que será con misterio
de introducirte a nuevo cautiverio;
mas será de tal modo 260
que el monarca mayor del orbe todo
se nombrará tu dueño.
Tú, gustoso y feliz en el empeño
de agradarle y servirle,
con fe tan inviolable has de asistirle, 265
que sin tener mudanza,
dichoso has de gozar de su privanza
y tanto se ha de honrar con tu persona,
que partirá contigo su corona.
Y el que te cautivó con celo santo, 270
bañado en tierno llanto
de hallarse en tan extraña maravilla,
doblará a tu sepulcro la rodilla».
Yo, pues, que en este anuncio misterioso
no menos asombrado que animoso, 275
en cuatro naves solas,
hermosa pesadumbre de las olas,
por sendas de cristal, rumbos de plata,
generoso pirata,