El rescate - José María Vargas Vilas - E-Book

El rescate E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«El rescate» (1920) es una novela corta de José María Vargas Vila ambientada en Roma. La condesa Stolcky sufre el cortejo asiduo del conde Ornano, sin embargo, la joven se siente irremediablemente atraída por el joven seminarista Conrado. -

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José María Vargas Vilas

El rescate

NOVELA INÉDITA

Saga

El rescate

 

Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680713

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

En la ojiva de los cielos, transparencias de cristal;

mil esmaltes y arabescos caprichosos multiformes, en perpétua evanescencia de mirajes;

pirográficos paisajes

gerifaltes de metal;

vagas torres de fayenza lentamente diluídos en las suaves lejanías de un color de rosa-té;

orifreses gualda y lila

gallardetes de oro y grana con cenefas de amaranto,

fingiendo van las nubes en lánguida derrota por los cielos hechos tristes a a los besos de la Tarde;

cambiantes, fugitivas perezosas, como en un capricho delicuescente de Omorya Hokkei pintado sobre el violeta trasparente de una tela Avají;

no hay belleza comparable a la belleza de los cielos romanos, cuando declina el día;

cielos de Transfiguración;

y, uno de esos crepúsculos de fin de primavera, envolvía la Ciudad Eterna, en uno como peplo flotante de azul profundo y, de blancuras liliales;

En el Píncio, ya el follaje arborescente hacía sombras prematuras, verde claro, de oricalco;

un rumor de cardúmen bajando por un río perdido en la montaña

un vuelo de abejas azoradas en torno a los rosales florecidos;

tal se diría el rumor de tantas hablas;

eran saludos ceremoniosos, cuasi monosilábicos;

diálogos breves;

de coche a coche en aquella como inmóvil banda de carruajes, que llenaban los viales adyacentes a la terraza donde la música deiCaccíatori, dejaba oir sus notas vibradoras, que pasaban desgarrando el aire con sus polifónicas, violencias, y, sonaban, huian, volaban y parecían extinguirse entre los macizos de árboles o sobre el candor de las clemátidas dormidas;

Las novelas «inéditas» que publica esta Revista, son consideradas como tales bajo la exclusiva responsabilidad de sus autores.

ligero rumor de risas discretas, tiembla en el aire, con vibraciones musicales;

las plumas de los sombreros de las damas hacían oleajes multicolores, obedeciendo al ritmo de las cabezas orgullosas que los llevaban semejando el lento vuelo de una bandada de punjiles;

toda la aristocracia romana, la blanca y la negra, la del Rey y la del Papa, se hallaba congregada allí, como de costumbre, para ver desde aquel collis hortorum, morir el día espléndido sobre la Ciudad Divina, escuchando los acordes de la banda marcial y, engarzando crónicas sociales, en ese salón al aire libre, antes de desbandarse y diseminarse por playas y balnearios huyendo de los calores del estío, ya muy cercano;

se percibían fragmentos de diálogos, frases breves, palabras sueltas, que volaban y vibraban, ligeros y armoniosos como un trinar de pájaros disputándose el grano en una era;

el obelisco, perfilaba su silueta roja, en el oro mórbido de las arenas, y, el gris negro de los asfaltados vecinos, como la sombra de un César, puesto en pie para morir;

la atmósfera, era tibia, acariciadora, con ese hálito de voluptuosidad que flotaba perenemente en Roma, como un morbus escapado a las aguas infestadas de las lagunas Pontinas, y, que todo lo impregna de una vaga languidez febricitante;

en la fila de coches que llenaba el viale cercano al murallón más allá del cual, extienden el cortinaje de sus frágiles siluetas los tilos de la Villa Borghèse, el de la Baronesa Stolcky, se diría una corbeillefleuríe tal era la belleza y la opulencia de los ramos de rosas blancas y rojas con los cuales el Conde Ornano, acababa de obsequiarlas a ella y, a su hija;

con un pie apoyado en el estribo, y los codos en los dos lados de la portezuela, el Conde conversaba, y su alta silueta se dibujaba elegante y magra, en su traje de «ecuyer», pues acababa de dejar su cabalgadura, que un lacayo guardaba a pocos metros de allí;

la Baronesa, muy delgada, alta, blanca, supremamente elegante en los últimos esplendores de una belleza, que aún conservaba lineamientos clásicos, tenía actitudes de estatua; sus ojos grises, de un gris de pizarra sin pulir, estriados de velas negras que los hacían a veces de un color bituminoso, parecían inmóviles, entre los párpados a medio cerrar, en un gesto que le era habitual, cuando no ponía lentamente ante ellos sus impertinentes de oro;

en su madurez arrogante, tenía ese aire de soberbia tristeza de las mujeres que han sido muy bellas y, sienten fenecer su belleza en las proximidades de un ocaso sin esperanza;

el arte y los masajes conservaban admirablemente la pureza de sus facciones, y, el delicado perfil de su rostro perfectamente clásico, como nacida en Atenas, y griega como era de varias generaciones aunque su nariz halconada acusase una ligera mezcla de sangre semita que le venía sin duda de su padre, rico banquero de Patrás; sabía la elegancia de su talle y orgullosa de ella, se mantenía erecta, en una actitud de cariátide, sonriendo vagamente a los saludos de unos, a las palabras de otros, al Silencio mismo que a veces se hacía en sus oídos y, parecía decir a su corazón cosas amables.

Sixtina Stolcky, su hija, se le parecía extrañamente, doblando su belleza con el prestigio de su juventud;

alta, delgada, de formas apenas visibles, en una perfecta euritmia de líneas, «slanciatta», como dicen los italianos, su busto aparecía tal vez demasiado largo, a causa de esa falta de morbideces, pero eso daba mayor distinción a su figura y, hacía más aristocrático el conjunto de su belleza exquisita y delicada;

pálida, como su madre, pero, de una palídez menos láctea, suave, como la de una camelia vista a los rayos de la luna;

su cabellera rubia era tan clara, que tenía reflejos de argento y, para opacarla la peinaba con mixturas azoadas, que le daba un rubio adorable, como el de los estambres de un lirio;