La sembradora del mal: novela inédita - José María Vargas Vilas - E-Book

La sembradora del mal: novela inédita E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«La sembradora del mal» (1920) es una novela de José María Vargas Vila que narra la historia de una arpista polaca que seduce a los hombres para después abandonarlos. El poeta Gastón Frenillet y el pintor Gaetano Spoletto descubren que han sido víctimas de la misma mujer: Fidelia Witowska.-

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José María Vargas Vilas

La sembradora del mal: novela inédita

 

Saga

La sembradora del mal: novela inédita

 

Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680546

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Cielos mirobolantes;

de cadmio y de cobalto fulgente lejanía;

en lánguidos celajes de amaranto, el crepúsculo gris palidecía;

como una perla enferma se moría: el Sol;

engarzado en el oro mórbido del Poniente, como en un broche puesto sobre el cándido seno de la Noche;

la playa coruscante;

se diría sembrada de miriopodos lucientes;

reverberaba;

los bañantes extendidos sobre la arena semejaban innúmeros cetáceos con escamas de vívidos colores;

los nadadores lejanos, se hacían diminutos en la turquesa líquida del mar, y, sus brazos, levantados a veces, hacían un amplio gesto de vuelo hacia los cielos diáfanos;

en la terraza del Casino, y, los corredores adyacentes, el público hormigueaba y, rumoreaba, con un rumor de río;

mujeres en toílettes de estío se dirían flores vivas que anduviesen y parlasen; la caricia del Sol hacía transparentes las gasas, y, la ligereza de las telas las mostraba casi desnudas, a los ojos de los hombres, que las contemplaban con una avidez bestial;

un largo aliento de lujuria, pasaba por aquellos cuerpos que se creían vestidos, y, era el mismo que agitaba las desnudeces de los bañantes extendidos sobre la arena en actitudes turbadoras, o flotando sobre el agua, en posturas provocativas de una desbordante sensualidad;

la multitud heteróclita de las grandes playas de mar en plena season pululaba allí con los especímenes más característicos de su fauna;

se charlaba, es decir, se murmuraba;

y, detrás de los abanicos que en vuelos lentos y suaves, marcaban ritmos candentes las palabras volaban, como avispas venenosas, alzadas de entre las hojas de un rosal;

una mujer apareció entonces en el extremo de la terraza, saliendo del Bar, y, avanzó por entre sillas y, veladores hacia la gradería que del peristilo, bajaba hacia el mar;

todos volvieron a mirarla, y, un nombre circuló de boca en boca:

—La Witowska, la Witowska...

ni alta, ni baja, cenceña y musculada al mismo tiempo, con una proporción de líneas y de contornos, y, tal euritmia de formas, que era como un poema de armonía plástica, la grande arpista avanzó por entre aquel cortejo de miradas, que eran como flechas de envidia, de admiración, de hostilidad, y de deseo;

en aquel desconcierto de telas claras, vaporosas, multicolores, de tonos tan vivos que hacían aparecer a las mujeres como flores de un prado versicolor y abigarrado, su toilette oscura, de una refinada elegancia arrojaba una nota grave y aristocrática de distinción señorial;

llevaba como adherida al cuerpo, modelando sus formas, cual si saliese del baño, una túnica de color violeta oscuro, con dibujos de argento que semejaban grandes lises acuáticos ajados; el cinabrio denso de la falda interior, hacía resaltar aquella flora exótica como si flotase lenta y cadenciosa;

no llevaba sombrero; se tocaba con una banda de tul, del mismo color del traje, atada en forma extraña, para protejer sus cabellos de los embates del viento, y sujeta a uno de los lados del rostro, por un broche en esmaltes representando un pájaro-mosca, el tornasol de cuyas alas brillaba al sol como si fuese vivo;

ese tocado dejaba en descubierto su rostro;

se diría un camafeo pintado en dos tonos: blanco y negro; blanca la tez, de una blancura mate de cerámica, pero aterciopelada y, como oscurecida por súbitas oleadas de fuego interior; negros los ojos, grandes, lucientes, llenos de una expresión salvaje: ojos de bohemia trashumante; la cabellera enmarañada tumultuosa, a pesar de los ungüentos v,cuidados de tocador, un poco áspera, cambiante, a trechos de un tono negro-rojizo, como la piel de los chacales; las cejas se juntaban sobre la nariz, casi hasta hacer una sola línea, tupida y suave, cual si fuese un gusano sedoso, extendido sobre la frente, como una ínfula negra, adornando la cabeza de un joven coribante; circundando los ojos y agrandando éstos y, la sombra de las pestañas hasta desmesurarlos, unas ojeras, las más enormes ojeras, que hayan decorado jamás un rostro humano; azulosas como teñidas al añil, se extendian casi hasta los pómulos, haciendo brillar aun más las pupilas que se hacían lejanas y misteriosas, como las de las pitonisas; en esa palidez y, esas negruras, los labios parecían más rojos de lo que eran y los dientes brillaban en su nítida blancura; como los de una puma joven, soñando con la presa;

la inquietante figura había apenas desaparecido del peristilo, bajando hacia la playa, cuando las conversaciones tomaron de nuevo todo su vuelo, las murmuraciones batieron el campo y la maledicencia fué tras de la ausente como el tábano sagrado tras de la hija de Inacus, para clavarle el aguijón;

y, en verdad que la rara criatura merecía bien los honores de la leyenda;

su vida era misteriosa y turbadora como su belleza,

era en el verano pasado que había hecho su aparición en la Riviere, en unión de un violinista húngaro muy joven y muy bello que la acompañaba en sus conciertos de arpa;

ella se decía polaca;

pero, la maledicencia se empeñaba en hacerla bohemia, y, aun gitana, leyenda que su belleza morena y extraña favorecía;

en las bicromías que decoraban los anuncios de sus conciertos, aparecía de pie, sosteniendo el arpa con una mano, levantando el arco en la otra en una actitud triunfal, parecía un David adolescente, dispuesto a disipar con los sonidos de su instrumento las visiones del viejo rey agobiado por el remordimiento de sus crímenes;

y, a ese respecto, algunas versiones, la hacían aparecer como escapada al harem donde distraía los ocios de un Sultán;

otros la decían, recién expulsada de una corte balkánica, de la cual quiso arrebatar un príncipe casi niño, locamente enamorado de su trágica belleza;

todas esas leyendas favorecían enormemente su fama de artista, y el público acudía a oirla para contemplar de cerca, la mujer que tales decires inspiraba;

no que careciese de mérito en su arte, en el cual tenía fuego, inspiración y, maestria; era soberbia en manejar el indócil y arcaico instrumento en cuyo cordamen, sus largas manos tentaculares, parecían garras de águilas marinas, empeñadas en destrozar el cordaje de una barca;

los últimos acontecimientos, no habían hecho sino espesar la leyenda en torno de ella;

el niño músico que la acompañaba, y que se decía escapado de un Conservatorio de Budapest, había muerto en circunstancias extrañas,

una tisis galopante, surgida a raíz de una pulmonía fulmínea, lo habían arrebatado en pocas semanas;

y, cuando todos esperaban prodigios de abnegación de aquella mujer a la cual él adoraba, de la cual era celoso como un lobo, y que al decir de muchos lo maltrataba, se le vió huir a Monte Carlo con pretexto de organizar unos conciertos, y, el pobre violinista quedó en el Hospital, a donde murió solo, abandonado de aquella que lo había arrancado de su hogar;

y, no había vuelto sino para ostentar un luto insolente, que ahora declinaba en esas toilettes excéntricas, y que pronto desaparecería del todo, porque se hablaba de su próximo matrimonio, con un joven de la alta sociedad, ex-ataché de Embajada y poeta de renombre…