Los discípulos de Emaüs (novela de la vida intelectual) - José María Vargas Vilas - E-Book

Los discípulos de Emaüs (novela de la vida intelectual) E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«Los discípulos de Emaüs» (1917) es una novela José María Vargas Vila. Se trata de una parodia de la historia sagrada que recrea la vida de Jesucristo y sus discípulos. Un maestro reúne a un grupo de alumnos, pero uno de ellos lo traiciona, Juan Sabattini, quien se ha convertido al maltuísmo, la mayor expresión del anarquismo.-

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José María Vargas Vilas

Los discípulos de Emaüs (novela de la vida intelectual)

1917

Saga

Los discípulos de Emaüs (novela de la vida intelectual)

 

Copyright © 1917, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680423

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

LA vastitud extática de un cielo de amaranto se extiende como un manto sobre la Ciudad Eterna, llena de esa gracia tierna y, ambigua, que hace doblemente bella, toda Belleza antigua;

ha llovido y, eso ha entristecido los horizontes, haciendo melancólicos los altos montes y, los parajes románticos y, las legendarias llanuras, que parecen sumidas en la somnolencia de las aguas impuras de las lagunas del Agro;

un milagro de coloraciones pálidas presenta el cielo, hecho un velo de subtilidades;…

las vagas claridades de esa hora indecisa, que la brisa llena de una extraña fragancia, llegan hasta la estancia de Lucio Ornano, sufriente en ese momento;

es un suntuoso aposento, en un Hotel de los barrios aristocráticos de Roma;

se respira un aroma de elegancias masculinas;

a través de los cristales de la ventana, las Sabinas, diseñan sus cimas escuetas suavemente teñidas de violetas;

monte Mario, ornado de cipreses;

las esbelteces de las columnatas y, de las arboledas del Pincio, cercano;

todo el encanto del panorama romano, visto desde las cercanías de la Trinitá dei Monti;

Lucio Ornano, voluptuosamente envuelto, en una robe de chambre, de rica tela acolchonada, la cabeza tocada en terciopelo carmesí con una toca extraña, a la manera de los pintores sienescs de la época de Orcagna; yace en un sillón cercano a la ventana, como ansioso de ver morir la escasa luz lejana...

los finos dedos de las manos, cruzados con desgaire sobre la manta zamorana que le cubre las piernas;

un gran aire de laxitud en todos sus movimientos y, en sus pupilas tiernas, llenas de ensoñaciones;

Juan Sabattini, su discípulo y amigo, le hace compañía;

en la umbría del aposento, grave y severa, con una palidez de cera, la silueta de Lucio se destaca;

se diría la estatua del Pensamiento, emergente de la coloración opaca;

la intelectualidad más pura, se refleja en aquella figura, que parece arrancada a un lienzo del Tintoretto;

el respeto, la admiración, el cariño se revelan en la mirada del discípulo, en cuyo rostro, lleno aún de candores de niño hay una expresión llena de ambigüedad, una mirada de astucia velada y, de crueldad;

es el más joven del cenáculo de discípulos fervorosos que rodean a Lucio Ornano y, siguen sus huellas;

Lucio tiene cincuenta años, y, es ya glorioso entre propios y extraños;

Juan, cuenta veintitrés, y, es poeta, dandy y sportman a la vez;

viste con gran refinamiento, y, es diestro en imitar en eso a su Maestro, quien podría sin jactancia, llamarse como Petronio: Arbitro de la Elegancia;

en la calma de la estancia, la voz de Lucio suena grave, calmada y serena, diciendo:

—Era bella, como, una estrella vista en el cristal del lago de Commo;

la vi en la piazzetta, cerca a las penumbras, que proyectaba la mole del Duomo, y, a la sombra escueta del Palacio Ducal...

—Maestro, interrumpe Juan, en son de broma; comenzáis mal, muy mal;

¿cómo un hombre tan diestro como vos en cosas del decir, principia hablando de Venecia?

el archipiélago poético, es un tropo antipático a todo verdadero intelectual;

Venecia, es la Meca de los snobs y de los rastacueros, de todos los filibusteros del Ideal, que van allí a fusilar la Retórica;

maestro: dejad la Ciudad adriática a los gacetilleros nómades de Europa y de América, deseosos de cubrir su vergonzosa estolidez, con los despojos de las prosas de d’Annunzzio y, de Barrés, escribiendo un libro de viajes;

no igualéis vuestras prosas magistrales a esas prosas salvajes;

describidme otros paisajes, dignos de vuestro genio;

Sin turbarse ante la irreverencia, ni alterar la cadencia de su voz, Lucio, continuó:

—Eres injusto y, procaz;

olvidas además, que yo he escrito páginas de orfebre, sobre ese manojo de lises insulares, y, sobre la divina fiebre de inspiración y, de pasión, que se escapa de la mentida calma de sus lagunas seculares y se apodera del alma y, la domina;

la divina actitud de ese grupo de cisnes milenarios, inmóviles en sus estuarios, bajo el ala furente de los siglos, me enamora;

no hay otra visión evocadora de más altos ideales de Arte;

en ninguna otra parte, como allí, siente el alma vivir cien vidas, porque allí vibran unidas el alma de Bizancio y, la de Grecia;

Venecia será siempre el Fénix de la Belleza, renaciente y audaz;

y, si la tristeza de su horizonte fué la que sirvió de marco a nuestro encuentro; ¿cómo quieres que la describa en otro centro?

decía:

que la vi aquella noche en la Piazzetta, oyendo la retreta polifónica y brutal, que tocaba una banda marcial;

tú sabes, que yo, no amo la música;

m’agace, como dicen los franceses;

la hora, era romántica;

la Noche, taciturna, caía en los canales, como un beso en una urna llena de cenizas inmortales;

yo, romantizaba mis enojos, deleitando los ojos en la contemplación de tantas cosas bellas, que la escena me ofrecía, desde las lejanas estrellas, hasta la cercana columnata de la Procuraduría;

y, miraba el león alado de San Marco, diseñando el arco violento de sus alas, bajo ese firmamento de feria;

la periferia de mi visión era muy limitada, pero, llena de un exotismo policromo encantador;

el snobismo cosmopolita, estaba allí en todo su álgido esplendor;

ingleses maniacos y, originales, yankis ostentosos y, brutales, alemanes gambrinescos y plácidos, italianos gesticulantes, rusos taciturnos, tipos levantinos, y, algunos rostros divinos de mujeres;

yo, recogía visiones y, sensaciones, para un libro mío: El Albedrío, ¿lo recuerdas?

—Sí, dijo Juan, en un tono sombrío, no carente de un lejano horror;

¡biblia funesta contra el Amor, y, contra la Paternidad!

fué esta una de vuestras obras, que más hondo surco hicieron en mi ánimo;

en un átomo estuvo que no envenenara yo, a Grazziella Ripolli, la modelo que tenía entonces de querida, con nu bebedizo que le di, para hacerla abortar;

¿por qué ese milagroso poder de sugestión, que se escapa de todos vuestros libros como un flúido?

yo, he ido hasta las fronteras del Crimen, guiado por vuestra mano, siguiendo las huellas de vuestra Verdad, y eso cándidamente intoxicado por vuestras doctrinas de odio ciego a la Paternidad;

felizmente Grazziella, tuvo la suerte de escapar de la Muerte, y, asustada, escapó también de mí;

la he perdido de vista;

ahora creo que está en Rimini;

cuando leí vuestro primer libro, sentí por vos, una mezcla de Odio y de Amor, que no pude explicarme;

era, la atracción y, el miedo del Abismo;

—Hay heroísmo, en decir la Verdad y, en enseñarla, murmuró Lucio, abstraído, como si hablara consigo mismo;

el circuito de la Soledad, se ensancha desmesuradamente, en torno de aquel que no miente;

la Mentira, es la primera cuerda de esa lira que se llama: el Triunfo;

sólo el camino de la Mentira, lleva a la Victoria;

porque... ¿qué es la Gloria?... una Mentira;

el Sol de los mediocres y de los bandidos;

predicar la Verdad, es formar un mundo de vencidos;

pero, no filosofemos;

te decía mi encuentro con Cósima Doria, la bella escritora excéntrica;

una historia tan excéntrica como ella, que a pesar de la diferencia de nuestras edades, logró enamorarse de mí, lo cual es ya, la última de las excentricidades;

¿la había yo visto antes?

ella, dice que sí, en el hall del Hotel;

las mujeres son tan constantes en eso del fantasear y del mentir, que ni el Amor logra hacerlas sinceras;

de todas maneras, ella sostenía que yo la había visto antes y, aun le había recogido uno de sus guantes que se le cayó;

en fin, con ese pretexto al menos, me saludó;

en la calma voluptuosa de la hora, su belleza me pareció tentadora;

era, como una Venus palustre, esplendiendo en el lustre de la iluminación, cual si emergiese de una pálude incendiada de fosforescencias;

se diría, hecha de trasparencias de ópalo y, de irisaciones de cristal;

su cabellera de oro, color de un follaje otoñal parecía del fulgor del lago, cual si todos los cambiantes del archipiélago, fulgurasen en ella;

no te diré cómo era bella, pues habrás de conocerla en breve;

ella me admiraba, había leído mis libros, y, me amaba antes de conocerme, esa fué su expresión;

me sentí triste, ante aquella pasión insomne, que surgía;

pero... ¿quién resiste a la tiranía de nuestro amor por la Belleza?

¡ah! somos humanos, y, si en la senda, cegados por la divina venda, tropiezan nuestras manos con las rosas;

¿cómo no cogerlas?

¡son tan hermosas!...

fué el nuestro, un idilio sin violencias, hecho de suaves tristezas, de opacidades, de matices y, de purezas;

¿fuimos felices?

la hora, era para mí, una hora crepuscular, hora tardía para amar con el fuego que se me pedía;

los hombres de Pensamiento, no podemos dar al Sentimiento, el lugar preferente que le dan las almas pasionales;

la orgía de nuestros ideales, nos prohibe cualquiera otra orgía;

somos, o podemos llegar a ser, seres sensuales, pero, no, seres sentimentales;

en nuestro amor no hay ternuras verdaderas;

aun en nuestras caricias se percibe el brutal instinto de las fieras;

las delicadezas, son en nosotros, matices de la sensación;

por eso, vamos, casi siempre, a la depravación;

o a lo que llaman tal, los éticos del Sentimiento;

es decir: al refinamiento;

a ese exquisito tamiz de las sensaciones, tan propicio para pulverizar, desmenuzar y, hacer casi impalpable la fécula del Vicio;

la Mujer, que es un sér inferior, necesita en el Amor, la comedia de la Sentimentalidad, y, eso porque tiene necesidad del fingimiento;

para la Mujer, vivir es fingir;

ella, no respira sino en la Mentira;

es su atmósfera natural;

la Verdad, mataría a esta pobre libélula de la Fantasía;

yo, que no sé mentir—y, eso ha sido la tristeza y, el fracaso de mi vivir—no quise engañar a aquel coleóptero encantador, que soñaba con las ternuras de mi Amor, y, le ofrecí, la sola ternura, que quedaba en mi corazón en forma virginal: la ternura paternal;

una alba de ventura, muy pura, se levantó entonces en mi corazón;

yo, que había anatematizado, y, anatematizo aún, el crimen cobarde de la procreación;

yo, que había tenido y, tengo, el horror de la reproducción de mi simiente;

y, la he evitado: conscientemente;

me sentí tomado de repente, por la gran pasión de la Paternidad;

pero, de la Paternidad Espiritual, que es la forma real, de ese conmovedor quijotismo, que se llama: el Proselitismo;

el remanente más espeso de nuestra debilidad mental, es este del Apostolado, político, artístico, o lo que es más cretino aún: filosófico;

Cósima Doria, a quien yo llamo familiarmente, Dorina, es más que una mujer inteligente, es, una mujer intelectual.

—La femme à encrier, interrumpió Juan, con un rencor colérico;

el producto ridículo y, fatal, del estado mórbido actual de nuestra Civilización;

por todas partes pulula ese producto cruel de nuestra degeneración; ese anfibio amorfo y, repugnante, que no se sabe si disgusta más por lo nulo o por lo pedante, la mujer de letras, la desertora de la familia, la que disuelve el hogar en nombre de la libertad, la enemiga de la maternidad, el marimacho ambiguo, que prefiere ahogarse en tinta, a verse en cinta...

—He ahí por dónde, la mujer letrada, confina con mi doctrina, dijo Lucio;

ambos somos maltuistas;

el maltuismo, es, la expresión más alta del anarquismo;

eso que hoy se llama tal, no es sino un gesto brutal, fuera de los límites de la Ciencia, la violencia de los acerebrados;

ese cretinismo sanguinario de la plebe, esa epilepsia de los vagos, no puede tener halagos para lo porvenir, ni encanto para las almas superiores, llenas de riquezas interiores y, de audacias desmesuradas;

¿qué tratan de destruir esas doctrinas envejecidas, extraídas de las entrañas del viejo Cristianismo?

la Sociedad...

eso es imbécil y, es inútil;

nosotros tendemos a destruir la Humanidad...

eso es más alto, más trascendental, más definitivo;

y, nosotros la destruímos;

¿cómo?

suprimiéndola lentamente; agotándola en su fuente;

la higiene y el bisturí, son más destructores que las bombas;

éstas alcanzan a matar los hombres;

nosotros, aspiramos a matar: el Hombre.., ¿cómo?

matando la Especie;

nosotros tendemos a destruir ese error de la Naturaleza, llamado: la Vida;

lo homicida de nuestra doctrina, es la única defensa efectiva contra la crueldad divina;

Dios crea la Vida;

nosotros la evitamos; y, llegado el caso la suprimimos, le impedimos germinar, le impedimos vivir;

vencemos a Dios, en el vientre de las mádres;

no damos la Vida;

o la extirpamos;

nos negamos a servir de instrumento al plan divino;

poned toda la Humanidad en ese camino y, el Hombre, habrá vencido a Dios;

y, morirán los dos;

sobre la entraña inerte, donde no podrá germinar sino la Muerte.

—¡Idea soberbia! Idea trascendental, pero estéril, como todo Ensueño social, dijo Juan;

¿cuándo os convenceréis, vosotros los que predicáis la Libertad, que por más que os esforcéis, nunca libertaréis sino individualidades?

no se libertan las sociedades;

las sociedades no alcanzan a levantarse hasta la Libertad, porque la Libertad es una Virtud;

quien dice Sociedad, dice Esclavitud;

asociarse, es esclavizarse;

es decir: apriscarse; entrar en la grey; cambiar su Independencia, por la Obediencia;

no se es libre sino fuera de la Ley;

no hay hombres libres, sino los grandes solitarios, y los grandes rebeldes; los que la huyen, o los que la destruyen;

lo demás... es el rebaño sumiso.

—Es preciso destruir ese rebaño, ya que no puede mejorársele, dijo Lucio, con energía;

pero ahora, nos engolfamos en la Sociología, y, eso es muy enfadoso;

sigo la historia mía;

Cósima Doria, no tenía prevenciones contra la Maternidad;

y, en nuestro caso, ¿es preciso decírtelo? no tuvo necesidad;

(Una sonrisa maliciosa asomó en los labios de Juan)

Lucio fingió no verla y continuó:

—Mi amor, fué paternal, pero violento, como debe ser todo sentimiento que es leal;

la circuí, la aislé, la monopolicé, la insuflé de mis ideas, fué mi alter ego, femenino; la absorví, y como ella dice, marqué su destino, con mi sello fatal;

todo amor es absorvente; y ese de la Paternidad Espiritual, es, el más vehemente;

yo, no había creído que fuera tal;

acaso es así, por ser tan puro;

pero, os aseguro, que va más allá de todos los amores, en su despotismo brutal;

¡como todo amor insatisfecho!...

y, como es inevitable dar a todo sentimiento, las condiciones de nuestro temperamento, ya puedes imaginarte, qué violencia tendría esa pasión mía, y, qué vehemencia!...

la Mujer, ama ser esclavizada, sometida, dominada, y, Cósima sentía la voluptuosidad máxima de quemarse en esa llama, como un faleno; fué un noctículo de mi mentalidad, y, toda su poética de entonces, está impregnada de mi personalidad.

—Eso lo vimos y, lo digimos todos aquí, cuando leímos su admirable poema, «La Muerte de las Rosas», tiene cosas maravillosas ese libro, lleva el sello de vuestro espíritu, como una garra feral;

—Tal vez quiso pintar el paraíso de nuestra hora romántica...

más que la hora de ella, la hora mía, llena de tan real melancolía;

la hora vesperal.

—Una hora muy bella para el amor ideal.

—Todo Ideal, es funesto a aquel que lo acaricia;

no hay nada igual a la sevicia de un Ideal, a las torturas crueles a que somete las almas fieles a su amor;

la no realización, es el secreto de la inmortalidad en una pasión;

este amor, ha sido mi encanto y mi tortura; violento, obscuro y misterioso, como un acceso de locura;

—Y, os habría sido tan fácil matarlo, con sólo realizarlo...

—Verdad... pero... yo, no quería matar mi amor...

y, ese ha sido mi error;

amor que no se mata nos devora;

pero, era tan triste la hora en que él, vino a mí...

me sentía solo... tan solo, como una barca abandonada, prisionera de los hielos del Polo;

me era necesario un Amor siquiera fuese intelectual.

—Os creo en un error;

la prueba de que vuestro Amor, no es puramente intelectual, sino que priva en él, aun sin quererlo, el elemento sexual, está, eu que escogisteis para amar, entre vuestros discípulos, a una mujer.

—Cierto es;

yo, no tengo el alma socrática;

perdona si te digo, que yo, creo en el cariño del amigo, pero no creo en el amor de los discípulos;

no te ofendas, si te digo mi certidumbre sin dudas: en el fondo de todo cenáculo está Judas;

aquel que duerme sobre el hombro del Maestro, ese, lo negará más presto.

—Sois injusto conmigo;

¿olvidáis que aquel pintor enemigo, que os pintó rodeado de todos los que os amamos, en ese cuadro que tituló «Los discípulos de Emaüs», dió vuestras facciones a Jesús, y, las mías al San Juan adolescente, que duerme tiernamente, reclinado en el hombro del Maestro?

—¿Y, a quién dió el rostro siniestro de Iscariote?

—Ya sabéis que Amorotte, el pintor es muy cobarde, y, no se atrevió a poner en ninguno de nosotros, el rostro del Traidor;

yo, lo abofeteé una tarde en el café Aragno, y no se defendió.

—No es extraño: la bajeza y, el valor no andan unidos;

—¿Por qué, pues, sospecháis de traición vuestros discípulos?

sois injusto, al menos conmigo.

—Te he hablado como a un amigo, no como a un discípulo, porque no te considero como tal;

tu talla intelectual no admite ya maestros.

—¡Cómo son diestros, los dardos vuestros, y perfumados!...

¿de varas de qué rosal, fueron cortados?

—Del rosal de la Verdad;

pero, no me guardes rencor;

no he hablado para ti.

—Maestro; y, os daré siempre ese título, os probaré, que soy un discípulo que no traiciona jamás.

—La excepción confirma la regla, no la niega; y, la excepción serás;