Los estetas de Teópolis - José María Vargas Vilas - E-Book

Los estetas de Teópolis E-Book

José María Vargas Vilas

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«Los estetas de Teópolis» (1922) es una novela de José María Vargas Vila. A través de la sátira y la ironía, el autor presenta a un selecto grupo de intelectuales de América del Sur que imitan las costumbres y el gusto europeo, pero que disimulan mal su vulgaridad y torpeza, los cuales se dan cita en Teópolis, en el taller del pintor Doménico Saldini.-

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José María Vargas Vilas

Los estetas de Teópolis

Honni soit qui mal y pense

NOVELA EDICIÓN DEFINITIVA

Saga

Los estetas de Teópolis

 

Copyright © 1922, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680409

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ADVERTENCIA

Pronto hará veinte años que publiqué, en París, en casa de Ch. Bouret, y en un volumen de cerca de quinientas páginas: El Alma de los Lirios;

en 1917 la Casa Sopena, de Barcelona, publicó El Lirio Blanco y el Lirio Negro, con el título de Vuelo de Cisnes;

vino luego el contrato para la publicación de mis Obras Completas (cincuenta volúmenes), con dicha Casa, y entonces emprendí el arreglo y la corrección definitiva de todas ellas;

prologadas fueron sin excepción, arregladas de nuevo muchas, y algunas de tal manera transformadas, que casi resultaron nuevas del todo;

así el Alma de los Lirios:

el Lirio Blanco fué aumentado en algo más del doble, con capítulos absolutamente nuevos y complementarios;

el Lirio Rojo fué publicado en volumen aparte;

y, el Lirio Negro, precedido de un Diario, y absolutamente reformado;

la publicación de esos tres volúmenes, en mis Obras Completas , anula, por incompletas, la edición de París, y el Vuelo de Cisnes;

esta última se retira definitivamente de la circulación y, a llenar su puesto en el elenco y la nomenclatura de la Colección de Obras Completas , entran estos: Estetas de Teópolis, años atrás publicados en Madrid;

y como éste no es un Prólogo, sino una Advertencia, hecha ésta, nada más tengo que decir.

Vargas vila.

En marzo de 1922.

PREFACIO

PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA

La mayor desgracia de una Obra de Arte, es ser elogiada por la Incomprensión;

la Incomprensión deshonra aquello que elogia, como los labios de un leproso infestan aquello que besan;

el único homenaje de la Incomprensión a la Obra de Arte, es el Silencio;

en esa atmósfera de reverencia, la divina flor que es una Obra de Arte, abre hasta la excelsitud sus pétalos de Idealidad;

el Arte es algo introspectivo que puede ser revelado y pide a grandes gritos ser comprendido;

en la rueda silenciosa del Tiempo, el Arte hila su maravilloso hilo de luz, y, en los telares de su fantasía trabaja la opulencia de sus creaciones, que entrega luego al juicio mercenario de los otros, sin preocuparse para nada del destino de su Obra;

cierto grado de Divina Inconsciencia, es lo que constituye la esencia del Genio, y por ende de la Obra de Arte, que es la rosa de ese rosal de maravillas, que es el alma de un Artista;

el mundo de la línea, del color y del sonido es su Reino;

en él reina como Soberano;

en él esplende;

y, ese esplendor proyectado fuera, es su Obra de Arte;

para un Escritor, ese reino es el Reino de la Palabra;

el Verbo es su Esplendor;

su anto-Revelación;

porque él es el primer contemplador de su Creación;

sin ese grado de Inconsciencia Creadora, el Artista, no sería un Artista, sería un artesano;

un reproductor de cosas inánimes, de floras muertas;

el pájaro canoro de su Inspiración abriendo las alas bajo los cielos oro y azul, en horizontes bermejos, o bajo el gris opalescente de los crepúsculos, es su solo guía;

¿qué le importa el espesor lujuriante de las selvas que atraviese, el melancólico encanto de los jardines dormidos bajo el prestigio de sus alas, o la costa nostálgica y brumosa, en la cual detenga el vuelo ante la mar sonora?...

nada...

crear es su deber;

crear en Belleza...

según sus leyes de Belleza Interior;

según su propia Estética...

y, en ausencia completa de toda Ética;

que en Arte huelga;

teorizar sobre Ética y sobre Estética, como formas escolásticas inmutables, es un vano juego de vocablos;

nunca podremos ir en ello más allá de nuestras propias sensaciones, porque esas fuentes de la Emoción y de la Contemplación interiores tienen su misterioso álveo en lo más profundo e inextricable de nuestro Yo, en los yacimientos vírgenes de nuestra Psiquis;

los fundamentos de la Ética y los de la Estética están dentro de nosotros mismos, y, es de allí que irradian hacia afuera; focos vivos de nuestra dinámica en acción;

fenómenos psíquicos y fisiológicos no tienen otro origen, ni otra razón de ser que nuestro temperamento, del cual son modalidades;

todo y más que todo la Etnología, concurre a desvertebrar este viejo dragón de la Unidad Estética, y, a derruir este viejo dogma de la Inmutable Etica;

el primer deber de todo artista, tal vez su único deber, es ser personal;

reflejarse y reproducirse en su Obra;

¿puede ser eso posible en un Arte de por sí tan abstruso y objetivo, como este de novelizar?

sí que lo es;

al mismo título que el de la pintura;

pinta un pintor su propia alma en las tonalidades de su cuadro y en las actitudes de candor, de mansedumbre o de violencia que suele dar a sus creaciones;

así el novelador;

se exterioriza;

no que los personajes de sus novelas sean él;

sino que él da a los personajes de sus novelas partículas de su idiosincrasia, el caudal de sus ideas, y, pone en la estructura de sus dramas la belleza de sus paisajes mentales, y toda la armonía de las gamas de su estilo;

pero, de ahí a la autobiografía, hay un abismo;

yo sé bien que hay novelas en las cuales más que el alma del autor, el autor mismo se reproduce, como la imagen de un hombre en las aguas de un estanque: Werther, René, Rafael, Stelo... tal vez Oberman;

lo sé;

ésas son monografías pasionales bastantes para hacer amar la orgullosa soledad de ciertas almas;

en ninguno de sus libros — que fueron tan pocos—, puso Gustave Flaubert, mayor cantidad de belleza y de profundidad psicológica que en Madame Bovary, y a nadie que yo sepa, se le ha ocurrido decir que él se reprodujo bajo las facciones de la exasperada histérica, ni que él corrompió el mundo por haber hecho nacer en los jardines de su ensueño aquella extraña flor de pálida neurosis...

el preciosismo exquisito, y el manerismo alambicado de los Goncourt, pusieron todo su doloroso encanto en trazar esas figuras de lividinosa desolación a las cuales dieron por nombres: Germinie Lacerteux, y, la Fille Elisa; y, a ninguno de los hombres de su tiempo ocurriósele el decir que ellos habían dado las características de su Yo a aquellas sus creaciones, ni habían corrompido el mundo revelándole el misterio de aquellas almas parasitarias, sacudidas tan rudamente por las ráfagas del Vicio;

toda la forma arquitectural y grandiosa de las construcciones artísticas de Zola, está en Nana; y, a nadie, ni a los dreyfusistas más apasionados se les ocurrió decir que el gran novelista había inficionado al mundo soltando aquella deliciosa pantera blonda sobre los bulevares de París;

ese argumento de crítica, estaba reservado a mis críticos de allende el mar...

y, eso porque mis críticos son moralistas...

¡ah! los moralistas...

los conozco...

nos conocemos...

son deliciosos en su coribantismo estipendiado;

yo, no tengo el honor de creer en la Moral;

pero, la respeto, por respetar a los que creen en ella;

no me sucede lo mismo con los moralistas;

estos monaguillos lividinosos de la Ética, tienen el monopolio de mi desprecio;

en el mismo grado que los de la Crítica;

pero, tengo el privilegio de conservar ante unos y otros mi serenidad espiritual: no me inquietan;

y, permanezco tranquilo ante sus inútiles nerviosidades;

no sucede así con ellos;

cada libro mío los exaspera hasta la procacidad;

hasta esta novela de pura divagación espiritual;

novela de Arte y para artistas;

novela intelectual y para intelectuales;

ella pedía juicios de Arte y de Intelectualidad muy refinados;

y, los tuvo;

pero exasperó terriblemente a los acerebrados;

¿por qué?

¿chi lo sá?

ni ellos mismos lo sabrán tal vez...

de todos modos es bello ver las miradas que otros arrojan sobre una Obra ya tan vasta como la mía;

para un Solitario Inabordable, como yo, esas miradas son como rayos de un sol oblicuo, entrando por bajo los pórticos de su Soledad para iluminarla melancólica y desmesuradamente...

oigo las voces amigas;

y, las voces enemigas;

que llenan con un igual rumor el corazón de mi Soledad.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

no intento defender este libro;

como no he defendido y no defenderé ningún otro libro mío;

y, precedido de sus críticos, esos maceros de su renombre y alabarderos de su celebridad, lo orno de este prefacio como de un nuevo laurel, y, lo incorporo a la Edición Definitiva de mis Obras Completas , que la Casa Sopena edita;

sin una palabra más;

con un reverente amor.

VARGAS VILA.

1922.

PRÓLOGO

En Arte, ensayar ser frívolo, es peligroso, porque se llega fácilmente a serlo;

y, tal vez más de lo que se desea;

aparentar una Virtud, es cómodo, porque no se llega nunca a caer en ella;

aparentar un Vicio, es peligroso, porque se termina casi siempre por caer en él;

y, la Frivolidad, es así: tiene el encanto lánguido y delicioso de un bello Vicio;

La Frivolidad es una gran fuerza en la Mujer; y es una debilidad, la más grande debilidad mental en el hombre;

por eso, la Frivolidad es un encanto sujestivo en la Mujer, y no llega a ser nunca un atractivo en el Hombre;

una mujer frívola es tomada casi siempre en serio... por los hombres;

así como un hombre serio, es tomado siempre como un objeto frívolo... entre las mujeres;

la Frivolidad, es la única forma de Talento con la cual triunfan las mujeres que escriben;

las que ensayan escribir con Talento, no logran ni alzarse siquiera hasta la Frivolidad;

un hombre de Talento, puede ensayar la Frivolidad; pero, si llega a profesarla, no es ya un hombre de Talento;

la Frivolidad, es una bella diversión mental, como la Mentira; en ambas se necesita un tacto exquisito para no deshonrar el talento exagerándolas;

cierto grado de Frivolidad, es en ciertos momentos, una Elegancia del Espíritu que pide como los perfumes una suprema discreción al ser usada;

hay momentos en que un Hombres de Talento, necesita hacer derroche de Frivolidad, y es cuando se halla en Sociedad;

la Frivolidad, es una gracia flébil que se pierde si cae en el gracejo;

la Frivolidad y la Vulgaridad se excluyen;

la Frivolidad, hace sonreír; si llega a hacer reír, no es ya la Frivolidad, es la Vulgaridad;

es el Chiste;

y, el Chiste, es la antípoda de toda Gracia Intelectual;

la Frivolidad, es una bella flor de Juventud;

un hombre de edad que se respete, puede permitirse por un momento el lujo de ser frívolo; pero no puede sin deshonrarse, permitirse la Vulgaridad de ser gracioso;

una boca joven, que sonríe, puede ser augusta en su sonrisa, como según Sócrates, es más amable en el beso, el labio anciano que tiembla;

una boca anciana que ríe, es horrible, es una profanación; es como una tumba que se abre dejando ver un cadáver: el Cadáver de la Vida;

la Risa es el pájaro de la Aurora, hecho para gorjear en las selvas matinales de la Existencia, y no está bien voloteando en los largos silencios vespertinos, en la Hora Crepuscular tan vecina de la Eterna Noche;

en Arte, la Frivolidad tiene su lenguaje: la Paradoja;

la Paradoja, es toda la Filosofía de la Frivolidad;

las paradojas, son las únicas flores posibles en la colina encantadora de la Frivolidad;

la Frivolidad, como el Vicio, tienen el privilegio de ser eternamente bellos y eternamente jóvenes;

escribir cosas frívolas, rejuvenece;

se puede aún vivir, puesto que se puede sonreír;

¿no es eso un álveo de la Esperanza?

las últimas sonrisas tienen la belleza y el encanto de las últimas rosas; el prestigio augusto de lo que va a morir;

son como un perfume sutil, que impregna las alas de los últimos crepúsculos;

es necesario aspirarlas apasionadamente; en un último gesto de Elegancia.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Los personajes de esta novela ensayaron ser frívolos y vivir la Vida por el lado paradojal, de ella: la Realidad los despertó de su sueño, y cayeron fatalmente en la Tragedia;

¿de quién la culpa si el cielo se hizo rojo y estalló el rayo sobre este lindo jardín de paradojas, donde se abrían en profusión los blancos jazmines de la Frivolidad?

de la Vida, árida y brutal;

de la Vida, que pone la Tragedia en todo, hasta en el corazón de las flores, algunas de las cuales envenenan las abejas enamoradas que vienen a libar en su cáliz de ambrosía;

el alma de la Vida, es la Tragedia.

VARGAS VILA.

LOS ESTETAS DE TEOPOLIS

Él más incipiente helenista, comprende sin esfuerzo, que Teo-Polis, quiere decir Ciudad de Dios;

pero, esta Ciudad de Dios, aquí descrita, no es la Ciudad Retórica de San Agustín;

es una Ciudad Práctica, situada en un confín de América;

hoy, todas las cosas prácticas están en América; todas, hasta los americanos.

Teópolis, es la Capital de un Reino de América;

¿que no hay reinos en América?

pero, los habrá;

por eso, Teópolis, es una Ciudad Futurista, per teneciente al vasto Imperio de Marinetti;

y, sin embargo, Teópolis es vetusta, más allá de toda vetustez;

su nombre mismo lo indica: Ciudad de Dios;

y, Dios, principia a hacerse un poco vetusto;

en esta Ciudad de Dios, todo tiende a ser divino;

por eso, es divinamente pintoresca;

de un pintoresco arcaico, que recuerda los viejos ghettos hebreos, donde el hombre se pudre al Sol como una larva.

Teópolis, no es como Jerusalén, una Ciudad Santa, pero aspira a ser una Ciudad de Santos;

allí, el que no es un Sabio, es un Santo;

y, casi todos, son ambas cosas;

hay también muchos hombres honrados y muchas gentes de talento;

y, como es natural, éstos no son ni Santos ni Sabios;

todo en Teópolis, es arcaico, hasta los vicios;

tan arcaicos que resultan primitivos, colindando por todos lados con los de la Biblia;

de un lado, tienen el sabor de la manzana edénica, y del otro, el de las manzanas de cenizas que crecen cerca a los lagos asfálticos;

como toda ciudad muy viciosa, Teópolis, es una ciudad muy religiosa;

la Religión, es como la hoja de parra de las estatuas, que cubre el sexo sin destruirlo, y lo hace más sugestivo a causa de su ocultación.

Teópolis es una ciudad clásica y católica, y por ende una ciudad en petrificación; una ciudad antiartística;

el odio al Arte, es una divisa de la mitad de la gente de Teópolis; y, el olvido del Arte, es la divisa de la otra mitad;

sin embargo, Teópolis, fué antaño, patria de grandes pintores religiosos, cuyo genio estuvo en su religiosidad más que en su Arte;

¿por qué a pesar de ese odio al Arte que caracteriza a Teópolis, Doménico Saldini, pintor italiano, había venido a establecerse allí?

porque a semejanza de los grandes pintores del Renacimiento, él era un pintor y un escultor a la vez, y amaba el arte bárbaro y retrospectivo de Teópolis;

su Arte de maceración, color de sangre y de Muerte;

y, además...

porque era romántico;

y, traía el corazón herido;

y, era trovero;

y, amaba el sol;

y, en Teópolis, hay sol, mucho sol;

un sol casi italiano;

y, mujeres bellas, tan bellas como las mujeres de Italia;

y, Amor, mucho amor en las mujeres y en los hombres.

Doménico Saldini, era rico y era noble;

frisaba en los cuarenta y ocho años;

era viudo;

tenía un hijo de veintidós años, recién llegado de Italia;

era un artista aristócrata y de aristócratas, que amaba dar tes y reuniones de artistas y gentes letradas;

sus five o’ clock, eran reputados como verdaderos rendez-vous de esprit y de elegancias;

mujeres de letras y damas de alto rango, políticos y letrados, frecuentaban su Atelier en esos días de moda;

y, era la hora de una de esos tes, deliciosos y abigarrados, en una de esas tardes de un Otoño maravilloso, melancólicamente opulentas, en que el cielo de Teópolis se viste de malva y de oro para fanatizar y acariciar con sus suaves colores las gentes que regresan de las playas marinas, tostadas por los soles caniculares, y hartas del resplandor de playas coruscantes;

el Ingreso, con sus dos estatuas de Hermes y de Antinoo, en mármol cándido, sobre pedestales de basalto verde, resaltando en el azul añilina de los muros, cerca al nogal pulido de los bancos conventuales, era apenas capaz para recibir la elegante concurrencia, que dos criados con librea, despojaban de los ligeros abrigos de estación;

los tres salones del Atelier, se llenaban de gentes que paseaban por ellos, o hacían grupos, saludándose con ceremonias, en un ambiente distinguido de refinadas elegancias;

había exotismos orientales, y preciosismos florentinos, en el lujo del Atelier, ornado de muebles raros y preciosos;

predominaban viejos estilos;

cincocentistas, y medicisianos de tiempos de Lorenzo el Magnífico;

eran muebles traídos por el pintor de su vieja casa solariega, cerca al Vómero en Nápoles, y salvados de su estudio de París, violentamente destruído por las circunstancias;

viejas cómodas de ébano incrustadas de madreperla, primorosamente historiadas, como si para hacerlo se hubiesen dado al trabajo las manos expertas de todos los orífices del Ponte Vecchio de Florencia;

antiguas arcas laboradas con primor, repujadas en plata maciza, con aplicaciones de carey;

sillas abaciales con leyendas religiosas incisas en los respaldos, y otras, cubiertas por grandes telas, que fueron de dalmáticas y de pluviales, en cuyos fondos rojos o violáceos abría aún sus alas el candor de la Paloma Mística;

sobre caballetes, vestidos de regios terciopelos carmesíes, pálidas acuarelas londinenses, y horizontes marinos con esfumación de brumas finlandesas, hacían una como infinita irisación de nácares;

las sanguignas, sobre caballetes ornados de azul pálido;

las pinturas militares, sobre arazzos retrospectivos;

las miniaturas, vívidas como gemas multicolores, sobre étagères de laca;

los retratos, en los muros tapizados de un verde obscuro;

biombos severos, pesados por el oro de sus bordaduras, haciendo como capillas diminutas a los grupos escultóricos, o las estatuas aisladas, a cuyas blancuras, la incertidumbre de la hora daba palideces turgentes de cristal;

anochecía;

la penumbra era discreta;

en ciertos puntos era cómplice;

en otros se diría tentadora;

las mujeres, en toilette de tarde, eran deliciosas; tenían coloraciones de flores y tonalidades de celajes;

la dulzura del clima, les permitía llevar aún trajes ligeros que delineaban admirablemente las formas gráciles de unas, y permitían a otras, lucir morbideces encantadoras;

algunas, tenían semidesnudeces perturbadoras.

Doménico Saldini, hacía los honores de su Atelier, con una gracia exquisita y cierto matiz de impertinencia que lo hacía delicioso;

tipo meridional;

alto y erecto; cetrino y arrogante; bigotes mosqueteros; luengas melenas, que empezaban a blanquear hacia los témpanos; ojos árabes, negros, soñadores; manos largas y pálidas, agobiadas de sortijas, milagros de orfebrería;

vestía traje de tarde;

pantalón a rayas, chaleco de fantasía, jaquette negro, con una gardenia en el ojal;

recibía sus visitantes;

un apretón de manos;

una frase cariñosa;

y, libre circulación;

la concurrencia se reunía por grupos, al azar, o por afinidades electivas, que diría Goethe.

* * *

En un grupo Nuncio Paoli, revistero ameritado, instruye en crónicas de Teópolis, a Luis de Sousa, periodista extranjero, muy deseoso de saber cosas de la ciudad caballeresca y creyente que ya empezaba a aparecérsele como un monje exclaustrado, ocultando el sayal bajo el smoking:

—Vea usted — le dice señalando un grupo en medio del cual, con rostro de Mefistófeles y gestos de una araña que ensaya sus tentáculos, doctoriza un hombre diminuto y espectral—. Ese es Pablo Rivera.

—El Gran Dramaturgo...

—No; el Gran Comediógrafo;

en Teópolis no hay dramaturgos;

ninguno de nuestros escritores de Teatro, rebasa el bajo nivel de la Comedia;

hemos olvidado el Drama;

y, a fuerza de haber agotado la Tragedia viviéndola, no somos ya capaces de escribirla;

todo fermento heroico ha muerto en nosotros;

no sabemos sino reír y hacer reír;

a Pablo Rivera, debemos el privilegio de la comedia seria, la comedia intelectual;

sin él, nuestro Teatro sería un Teatro de farsantes y de pulchinelas;

el Teatro de los Gemelos de Siam;

¿sabe usted quiénes son los Gemelos de Siam?

—No.

—Pues vale más que no lo sepa;

nada ganaría con saberlo, si no tiene usted una alma de campesino enamorado o de carretero sentimental;

todo eso está fuera del Arte y de la Literatura.

—Teatro de ventorrillo.

—Exacto.

—Pero Pablo Rivera es otra cosa.

—¡Ah! Pablo Rivera, es genial en su Arte.

—¿Y es original?

le pregunto a usted eso, porque muchos aseguran que es por odio a la originalidad, que no ha cometido aún el pecado original...

—¡Bah!... en el Mundo, tal vez, no ha habido verdaderamente original, sino ese primer pecado, lo demás todo ha sido imitación de vagos gestos ancestrales; y, nosotros mismos hemos nacido de esa imitación, como los monos.

—Y, ¿Pablo Rivera, tiene muchos discípulos?

— Sí; todos esos jóvenes que lo rodean, reciben sus lecciones y practican sus teorías;

lo siguen a todas partes:

—Yo, sería voluntariamente de ellos.

—¿Se siente usted con afición?

—¿A qué?

—Al teatro.

—A verlo, no a escribirlo;

por eso siento una gran admiración por Pablo Rivera.

—Hace usted muy bien.

Pablo Rivera, es una de esas inteligencias que valen la pena de ser admiradas;

él, y nuestro admirable prosista don Ramiro Valdés, son los únicos escritores que ha producido su generación, dignos de pasar a la Posteridad;

ellos solos bastan a honrar y a salvar nuestra Literatura.

—Una Epoca Intelectual, o mejor dicho, la Literatura de una Epoca, no la forman sino dos o tres nombres...

los demás son el pedestal de esos nombres y de esa Epoca.

—Pues Pablo Rivera, es uno de esos hombres.

—Y, lo calumnian tanto...

En Teópolis, cuando no pueden negar el Talento de un Hombre, le suponen un Vicio, igual o superior a su Talento.

—¿Para igualarse a él?

—Por el Vicio que le suponen; no por el Talento que tiene.

* * *

Se oyen frases escapadas a las conversaciones de los diversos grupos;

parten como flechas y vuelan como pájaros;

llenan el ambiente de uno como calor de emoción.

* * *

En un círculo de señoras ya maduras, vestidas con telas claras y pretensiones juveniles, como una protesta contra la crueldad de la Vida.

—Y, ¿dice usted que ella, no ha engañado todavía a su marido?

—Eso dicen; pero puede ser una calumnia;

tiene una tantas envidiosas.

—No es una calumnia;

es cierto;

yo la conozco;

es completamente tonta.

—¡Ah! las tontas son las peores;

no hay nadie más feliz que el ayuda de cámara del marido de una mujer tonta.

—O el cochero...

—Pero, ella, es una tonta incapaz de distinguir el matiz de encanto que separa un marido de un chauffeur.

—¡Oh! el amor del garage.

—Si nuestra sociedad continúa así, terminará por ser un garage de amor...

Una sonrisa susurrante acoge la frase...

juegan los abanicos en una como danza de pudor, abriéndose y cerrándose ante los rostros empolvados, que el carmín del tocador empurpura...

la vieja marquesa de Sumapena, entrecierra sus ojos de ganso, abrumados de lascivias, como si viese a través del muro su blondo chauffeur, que afuera espera luciendo un abrigo de pieles riquísimas, que habría hecho la envidia de un Príncipe;

la linda Madame Vitel, inclina su blonda cabeza y las plumas de su sombrero se agitan como las de la testa de un paujil;

las formas canonicales de la Señora de Mestres Travieso y Tapajada de las Hinojosas, vieja mercera enriquecida en comercio de encajes, y ahora dada a caza de un título nobiliario por el camino ya muy trajinado de construcción de templos y represión de la trata de blancas, se agitan en un loco reír, mientras aquel huso parlante, que es doña Paz Cavernosa y de los Eriales, dama noble, Presidenta de dos Casas de Maternidad, a las cuales ha dado algo más que su dinero y sus cuidados, continúa en hablar y dudar de la fidelidad de la bella y ausente Paulina de los Cortijos, acusada entre todas ellas de tan repugnante anormalidad:

Y, el diálogo polífago continúa:

—¿Y persiste usted en creer que ella no ha engañado todavía a su marido?

—Lo aseguro.

—Entonces, es una mujer sin sensibilidad.

—Y sin gusto.

—¿Para qué se ha casado, si no es para engañar a su marido?

el matrimonio, no tiene otro placer que ése.

—Es la única sensación agradable del matrimonio;

el Matrimonio sin el Adulterio, sería insoportable;

es, su única excusa.

—Y, ¿si ellos no nos engañan?

—Entonces el placer es más completo;

es una doble emoción;

pero, ellos nos engañan siempre, y eso disminuye el placer...

ellos no tienen placer en engañarnos, porque eso no los deshonra como a nosotras;

y, un Placer que no deshonra, no es un placer.

* * *

En el grupo del Comediógrafo, donde éste continúa en gesticular con movimientos menudos, y voz atiplada de marionette;

en ese momento le presentan un mozo alto y mofletudo, que le tiende una mano de jayán de feria, como para aplastarlo, diciéndole la consabida salutación con que todos los aspirantes a escritores saludan en Teópolis a todos los que han escrito algo, aunque sea crítica de libros:

—Maestro...

Con un verdadero gesto de terror, el Comediógrafo retrocede, como un insecto que va ser pisado por un mastodonte, y dice:

—No me llame usted Maestro, hasta no saber qué profesión tiene usted;

el otro día, vino a mí uno, con las manos tendidas, diciéndome... Maestro... Maestro...

después supe que era un hojalatero...

y, lo digo sin pretensiones: yo no he ejercido nunca ese oficio...

—Maestro — le dice uno de los del grupo—. Ese hojalatero, era tal vez un exquisito Ironista.

—¿Por qué?