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En El rico avariento o la vida y muerte de san Lázaro Mira de Amescua se inspira en una parábola pronunciada por Cristo: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama". Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros".
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Seitenzahl: 83
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Antonio Mira de Amescua
El rico avariento, o la vida y muerte de san LázaroEdición de Vern Williamson
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El rico avariento, o la vida y muerte de san Lázaro.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-201-9.
ISBN rústica: 978-84-9816-087-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-562-8.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 95
Libros a la carta 129
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
Nabal, el rico
Lázaro, galán
Jordán, lacayo
Baltasar, criado
Padre de Abigaíl
José, primo de Abigaíl
Abigaíl, dama
Ana, criada,
Custodio, ángel
Demonio
Dos criados
Músicos
(Salen Nabal y Jordán, lacayo.)
Nabal Deja que blasfemias diga.
Jordán No has de decir tal blasfemia.
Nabal Si Dios con trabajos premia,
¿qué dará cuando castiga?
Jordán Consolémonos los dos
que hambres pasamos iguales,
y en los bienes y en los males
gracias le demos a Dios.
Nabal ¡Que dé gracias me aconsejas
a Dios de ser pobre! ¡Bueno!
De rabia y de afrenta lleno
le daré voces y quejas.
El rico soberbio y vano
se las dé; que yo afligido
solamente he recibido
pesadumbres de su mano.
Gracias dé el favorecido;
que yo, que no soy dichoso,
si le doy gracias quejoso,
¿qué le daré agradecido?
En vano intentas, Jordán
importuno, aconsejarme;
que para desesperarme
tus consejos servirán.
Tales efectos se ven
de ardor que en mi pecho lidia;
muero rabiando de envidia
si miro el ajeno bien.
¡Qué en pesar tan riguroso
para aumentar mi desvelo
conmigo es avaro el cielo
y con los demás piadoso!
Pues su mano —¡pena rara!—
para hacer mayor mi mal
es con todos liberal,
y solo conmigo avara.
Todo me falta, ¡ay de mí!
Ninguna hacienda poseo.
Pobre y mísero me veo.
Jordán Eso es peor para mí.
Que me admire, señor, deja,
de oírte este sentimiento.
¿En vez de agradecimiento,
del cielo previenes queja?
Tan pobre como tú estoy
pues sin esperanza alguna
sigo tu misma fortuna;
y al cielo gracias le doy.
Repara alabanzas tantas
que a su criador dan leales
sensitivos animales
y vegetativas plantas.
Todos en su estado viven
conformemente contentos,
porque en agradecimientos
retornan lo que reciben.
Y así es justo que me asombre
que en instinto natural
agradezca un animal
y llegue a ignorar un hombre.
Nabal Ya persuadirme no es bien
cuando estoy desesperado.
Yo solo soy desdichado;
todos dichosos se ven.
Nace una fuente, y apenas
brota la líquida plata
cuando arroyo se desata
entre doradas arenas,
y aunque en humildes raudales
antes corrió bullicioso,
río le forman undoso
los adquiridos cristales.
Y después que llega a estar
rico de inmensa corriente,
el que nació pobre fuente
muere caudaloso mar.
Nace en el verde botón
aprisionada la rosa
y después con pompa hermosa
es del prado ostentación.
En suave fragrancia crece,
y, de las perlas que llora,
liberal, la aurora
rico tesoro le ofrece.
Sale el Sol con brilladores
rayos de la blanca espuma
para dar belleza suma
a las plantas y a las flores;
pues con el claro arrebol
que pródigo se acredita,
cuánto la noche marchita,
tanto reverdece el Sol.
¿Y yo en pena rigurosa?
Tal pobreza me fastidia
que llego a tener envidia
del Sol, la fuente y la rosa.
Jordán Ten, señor, más confianza
aunque el hado te persigue,
porque todo lo consigue
la paciencia y la esperanza;
que aunque tu pena importuna
durar se ve de este modo,
el tiempo lo muda todo
y lo acaba la Fortuna.
No hagas extremos tales,
y estos trabajos que tienes
recíbelos tú por bienes
y dejarán de ser males.
Nabal Enigmas me estás diciendo.
Yo no entiendo esos amores,
que no quiero esos favores
del cielo. No los pretendo.
Soy hombre muy liberal:
a ningún mal quiero bien,
el bien admito por bien
y el mal recibo por mal.
¿Regalos de Dios se llaman
los males que desestiman,
las miserias que lastiman,
las desventuras que infaman?
Si Dios tiene tanta cuenta
con el pobre, ¿para qué,
adventurando su fe,
le da por vida una afrenta?
Jordán El que es bueno, ¿no está lleno
de bien?
Nabal Sí.
Jordán Luego la queja
ya es injusta, pues le deja
Dios poder para ser bueno.
Nabal Yo estoy de pobreza loco.
Solo conozco, y me fundo
en que yo soy en el mundo
quien debe al cielo más poco.
Jordán Tus discursos son ajenos
de hombre. Si eres desdichado,
yo que nací tu criado,
seré quien le debe menos.
No has hecho tanto por mí.
Mira cual somos los dos:
que tú no sufres a Dios,
y yo te he sufrido a ti.
Dale, pese a Bercebú,
gracias de que no eres yo;
que ya mi amor se las dio
de que no soy como tú.
Nabal Eres tú muy virtuoso.
Jordán Yo que a ser pobre he llegado,
estoy de mí lastimado
mas no del cielo quejoso.
Nabal Yo no diera sentimientos
al cielo en cosa ninguna
si con mi baja fortuna
midiera mis pensamientos.
Ya que pobre nací yo,
sin gusto y amor naciera
porque pobre me sufriera,
¡mas pobre y amante, no!
¿Qué concierto, qué armonía
harán, de apetitos llenos,
bienes que son tan ajenos
y desdicha que es tan mía?
Si a la hermosa Abigaíl
quiero ver, en mis enojos,
se oponen luego a mis ojos
nubes de pobreza vil.
Si en pasión tan ciega y loca
quiero pedir su belleza,
luego pone mi pobreza
lazos de miedo a mi boca.
Aquí del templo, a la puerta,
triste aguardo su hermosura
con una muerte segura
y una vida muy incierta.
Sentiré, de verme, enojos;
que en la mujer ¿qué rigor
tiene crédito mayor?
¡La ignorancia de los ojos!
¡Qué interesable y terrible!
Piensa con villano modo
que para los pobres todo
lo hizo Dios imposible.
Jordán ¿Cómo sabes que ha de ser
mujer tan noble y amable,
y tan bella, interesable?
Nabal ¡Ay, Jordán, como es mujer!
(Salen Lázaro muy galán y Baltasar, su criado.)
Lázaro ¡Qué honesta, qué virtuosa
es Abigaíl! Que fuera,
si honestidad no tuviera,
una culpa el ser hermosa.
Su belleza y su cordura
me agrada con igualdad,
que a faltar la honestidad
me ofendiera su hermosura.
Baltasar Tiene fama generosa
en todo Jerusalén.
Lázaro Es el vivir y obrar bien
más beldad que el ser hermosa.
Nabal Ya ha venido este enfadoso.
Éste puede a Dios muy bien
dar gracias. ¡Miren en quien
pone el cielo el ser dichoso!
¡Qué tanto a Lázaro sobre
y tanto me falte a mí!
Jordán ¿Lázaro se llama?
Nabal Sí.
Jordán ¡Lindo nombre para pobre!
Don Lázaro suena mal.
¿Y es muy rico?
Nabal Cosa es clara,
si es necio.
Jordán Yo le llamara
el Caballero Hospital.
El será muy virtuoso
pues tanto llega a tener.
Nabal ¿Quién dice que es menester
virtud para ser dichoso?
Antes sigue la desdicha
a la virtud, que si fuera
tal que méritos pidiera,
¡qué pocos tuvieron dicha!
(Sale Abigaíl con manto y Ana, su criada.)
Abigaíl ¡Hermosas damas!
Ana Entre ellas
en el templo has parecido
la hermosa.
Abigaíl Dirás que he sido
un Sol en tantas estrellas.
A lisonjas te acomodas.
Eso no me lisonjea.
No quiero tener de fea
que me lo parezcan todas.
Quien tiene mayor beldad
hable con menos mentira,
y quien sin envidia mira
juzga con mayor piedad.
Tuya la censura sea,
porque en juzgar de lo hermoso
es siempre el más riguroso
el tribunal de una fea.
Nada miro con desdén;
no hay en mí soberbia alguna.
Como no envidio a ninguna
todas me parecen bien.
Lázaro Si es tan bella una criatura
y merece tanto amor,
¿cuál será de su criador
la celestial hermosura?
Bien parece imagen suya
su divina cara hermosa.
¡Oh, mil veces tú dichosa!,
si es tan bella el alma tuya;
mas beldad tan peregrina
santa será. Es cosa llana.
Si es la caja más que humana
la joya será divina.
Nabal ¿No es hermosa Abigaíl?
¿Qué dices? ¡Por vida mía!
Jordán Digo que con ser judía
me ha parecido gentil.
¿Qué te suspendes?
Nabal Repara
en tan bella gentileza,
que el cielo armó de belleza
los peligros de su cara.
¡Qué tiernos, qué dulces brazos,
para amistades posibles!
¡Qué blandas y qué apacibles
las prisiones de sus lazos!
¡Qué presto ardiente y robusto
robara, a tener ventura,
el campo de su hermosura
con ejércitos de gusto!
Jordán Pías consideraciones
has hecho.
Nabal Todos me crean,
que solo mientras desean
son fuego los corazones.
(Acompáñala Lázaro.) Mira como la acompaña
y ella admite su locura;
que de la hacienda y ventura
aún la sombra solo engaña.
Abigaíl No habéis de pasar de aquí.
¡Por mi vida! No paséis
que para que vos me honréis
no hallo méritos en mí.
Lázaro No dejaros determino,
que voy respetando en vos
de las fábricas de Dios
un edificio divino.
Nabal Siempre seguirla procura.
Abigaíl Como noble sois cortés.
Nabal Mal haya tanto interés.
Lázaro Bien haya tanta hermosura.
(Vanse Abigaíl, Lázaro, Ana y Baltasar.)
Nabal ¡Cuánto la riqueza engaña!
¡Oh, qué de afrentas que paso!
¡Qué de mí no hicieron caso!
¡Soberbia y locura extraña!
¡Qué cosa más desvalida!
Y lo que pobre se vive
no sé yo quien lo recibe
para en cuenta de la vida.
¡Ah, mujeres codiciosas!
¡Ah, ricos locos y altivos!
¡Los más viles más esquivos,