Florilegio de poesías religiosas - Jacint Verdaguer i Santaló - E-Book

Florilegio de poesías religiosas E-Book

Jacint Verdaguer i Santaló

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Beschreibung

Una antología que recoge algunas de las mejores poesías religiosas de Jacint Verdaguer. Las más de cincuenta poesías que conforman este volumen han sido seleccionadas y traducidas al castellano por Juan Laguía Lliteras. El libro está dividido en tres secciones: Jesús, La Virgen y Los Santos. Una colección de poesía sencilla, íntima y espiritual, que mejor representa la obra de Verdaguer.

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Seitenzahl: 96

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Jacint Verdaguer i Santaló

Florilegio de poesías religiosas

LAS PUSO EN RIMAS CASTELLANAS JUAN LAGUÍA LLITERAS

Saga

Florilegio de poesías religiosas

 

Copyright © 1921, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687699

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

NIHIL OBSTAT

EL CENSOR,

Esteban Monegal Nogués, Pbro.

__________

Barcelona, 8 de abril de 1921.

PÓRTICO

Hermana alma, que te asomas a los ojos por mirar el libro y te detienes con gran comedimiento en el umbral mismo del pórtico; si fué sólo por gentileza de cortesía por lo que te paraste aquí a la entrada, ya has dejado bien mostrada tu buena crianza y quedas dispensada de mayores atenciones. Mira que tienes las puertas abiertas de par en par, y las cortinas, recogidas a un lado, tienen un gesto de insinuación. Entra.

Si no te quieres aventurar, sin saber de cierto que no has de perder el tiempo con un escudriñar estéril, espera que te diga con simplicidad y llaneza lo que se me ocurre.

Este es un libro de diversas rimas que florecieron en nuestro tiempo por el milagro de una alma idílica, toda ternuras y piedades. Todo él es poesía y gracia de Dios. Poesía, poesía...

Ahora bien, alma hermana, si me preguntas qué es eso, no te lo sabré decir, porque lo que se siente mucho ¡mira si es cosa! casi siempre escapa a la definición.

Sólo puedo afirmarte que según he leído en el mayor poeta lírico de Europa, fraile él y español, «la poesía, sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres para con el movimiento y espíritu de ella levantarlos al cielo de donde procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino» ( 1 ).

He de advertirte que otros la han entendido de diverso modo, y entonces no ha podido decirse que era venida de la gloria, sino emanada más bien del agua podrida en los aljibes rotos de la concupiscencia.

Además, algunos hombres engreídos, que formaban cenáculos aparte del común de los mortales y hablaban algarabía, pusieron muy desvergonzadamente el nombre divino a sus cabalísticos malabarismos de vocablos, y con torpísima egolatría, que quiere decir adoración idolátrica de sí mismos, presentaron a la veneración de los demás, bajo aquel mismo nombre augusto, su propia personilla de ellos, ruín y enfermiza, comida de alifafes y consumida de pasiones malas. Por lo cual vino a suceder que andando la verdadera reina desterrada del mundo, y ofreciéndose impúdicamente la usurpadora a las miradas de todos, comenzaron algunos a formar falso juicio de la poesía y a extender esta prevención a otros.

A estos tuertos que padecía de antiguo la poesía se juntaba otro que le daba, si cabe, mayor pesadumbre; y era que todavía en los mismos asuntos religiosos, donde ella podía mejor que en ningunos otros campear y lucir sus primores, le tomaba su lugar una vulgarísima plebeyez, que, como criada con vestidos hurtados de su señora, se adornaba con el ropaje de los versos deshechurado por su chabacanería y rusticidad.

En nuestro tiempo, salvo rarísimas excepciones, que eran por lo general casos singulares, se publicaban antologías y florilegios de menguados poetas y pésimos versificadores que hacían gala de una bellaquería, prosaísmo, insulsez y afectación que daban grima. ¿Qué era oir en veladas «literarias» enormes tiradas de versos soporíferos, sin gracia y sin devoción, obscuros de sentido, con verdaderas enormidades e irreverencias que sólo hallaban disculpa en la buena fe de quienes los compusieron? ¡Era igual que ver profanada con zaragüelles de huertano la misma amorosa imagen de Jesús Crucificado, que había inspirado el pasmoso lienzo de Velázquez y las milagrosas tablas de Fra Angélico!

Mientras tanto, en el esplendoroso Principado catalán, remozado por un Renacimiento como tal vez no lo tuvo pueblo alguno de la tierra por lo repentino y universal, un humilde sacerdote, hoy conocido en toda Europa y América, Jacinto Verdaguer, había publicado una colección de versos de los que en Madrid, en la Real Academia de la Lengua, el polígrafo más portentoso de nuestros tiempos había hecho este elogio: «Sin hipérbole puedo decir que no se desdeñaría cualquiera de nuestros poetas del gran siglo de firmar alguna de las composiciones de este volumen: tal es el fervor cristiano, y la delicadeza de forma y de concepto que en ellas resplandece» ( 2 ).

Y en el mismo tomo, que se titulaba Idilios y Cánticos místicos, el maestro de Menéndez y Pelayo, el eximio Milá y Fontanals, el único autor de España que exportaba ideas estéticas españolas al extranjero en un tiempo en que «Africa comenzaba algo más acá del estrecho», aquel gran preceptista literario que formó tantos eminentes escritores, al hablar de las poesías de Verdaguer decía que eran «un verdadero manojo de olorosas flores que se habían abierto en el mismo jardín de los serafines».

A estos juicios se fueron añadiendo después, conforme fué creciendo la obra de Verdaguer, otras muchas críticas encomiásticas de casi todos los grandes historiadores de la literatura de Europa.

Dios me libre de la petulancia, en extremo pueril y ridícula, de querer descubrir a Jacinto Verdaguer. Lo que quiero advertir es que sus obras numerosísimas, de una altísima poesía, absolutamente popular y religiosa, permanecían casi inéditas para la mayoría del público castellano. Los más eruditos habían leído el grandioso poema de la Atlántida, y el otro no menos bello del Canigó. También se leía el tomito de Idilios. Pero poco más.

Y se daba el caso de que mientras trabajaban hoy muchos nobles varones para acudir a la penuria de poesía religiosa castellana, había en Cataluña un tesoro inmenso baldío, del que sólo se aprovechaba el público que lee catalán.

Al hablar de penuria, no me olvido ¡claro está! del tesoro que nos legaron San Juan de la Cruz, Santa Teresa en sus prodigiosas letrillas de amores, Lope de Vega en sus tiernísimos soliloquios, Valdivielso en sus familiares y espontáneos romancillos... Precisamente Verdaguer se gloriaba de haberse inspirado muchas veces en tan donosos y dulces Maestros. Me refiero a la poesía moderna, ya que la antigua tiene para la generalidad resabios arcaicos y términos ininteligibles.

Reflexionando un día sobre ello, pensando en lo acendrado de la poesía verdagueriana y en lo prodigiosamente popular y sencilla que es, hice propósito de trasladar algo de ella al castellano, para que todo el público de España y América que conoce la lengua de Cervantes la pudiese también gustar; sobre todo los no eruditos, los niños y la gente ruda, que, aun siendo tan hermanas las dos lenguas castellana y catalana, no pueden menos de hallar dificultades en la lectura e inteligencia del idioma de Ausias March.

La primera dificultad está en elegir materia para un tomo entre los veintisiete volúmenes de que constan las obras de Mosén Jacinto. La resolví pronto. No cabía elección, pues las poesías habían de ser religiosas. Entre las subjetivas, y objetivas, aunque todas líricas, tampoco había duda, y escogí las últimas. Entre un tema general y uno particular, por razón de la universalidad del público, di la preferencia a los que mejor se podía apropiar cada uno de los lectores, a pesar de la diversidad de sexo, edad y condición. Finalmente, busqué entre todas las poesías las más populares y las de procedimientos artísticos más sencillos. Entre una composición de estrofas trabajadas, de versos cortos aconsonantados, que podían ofrecer dificultad nimia en la traducción, y un romancillo que se podía trasladar con todo su sabor, ligereza y gracia, sin modificar una tilde, me decidí por el último.

Entresacadas así de entre las más lindas algo más de un centenar, las agrupé en tres secciones: Jesús, La Virgen, Los Santos.

De las que más particularmente se referían a nuestro divino Señor y Redentor hice tres grupos: Idilios de Navidad, Pasionarias y Eucarísticas. Las primeras pueden recitarse en las veladas y asuetos que se celebran por la Pascua delante de los Belenes, o se pueden leer para la devoción de cada uno. Las pasionarias ayudarán a consolarnos en las horas de tribulación, y las podemos usar para requebrar al Señor en su lecho de muerte, donde padece por nuestro amor y por la salvación de nuestras almas.

Las eucarísticas nos enfervorizarán para antes y después del celestial Convite en que Jesús se nos da todo entero, verdadero Dios y verdadero Hombre. Las podemos imprimir en los recordatorios de primera Comunión, como se acostumbra mucho en el Principado catalán. Y se pueden leer en las veladas del mes de junio, y en las fiestas del Corpus Christi.

Las composiciones de la Virgen van también en tres grupos: Flores, Idilios, Misterios. Pueden usarse para los devotísimos ejercicios del mes de mayo, para festejar y cortejar a nuestra inocentísima Señora y Madre en las tardes de las «flores» o en sus solemnes festividades de todo el año. Algunos de los idilios que se incluyen en esta sección pueden ir también en la primera, porque las dos santas personas que intervienen en ellos son Jesús y María.

Al fin incluímos varias composiciones en honor de San José y los Santos, y aunque en esta sección no puede haber gran cantidad, la calidad suple. De todos modos Verdaguer no había escrito mucho más. Aquí están las principales.

En cuanto a la traducción, nuestro ideal habría sido pasar el alma del poeta, del cáliz de los versos catalanes a las nuevas rimas castellanas, como si se hubiera hecho por transfusión, sin mediar nosotros para nada. ¡Líbrenos Dios de cambiar ningún concepto, o de mudar el carácter de una poesía, o desfigurar algún matiz! Por lo menos a sabiendas no lo hemos hecho. Si alguna vez aparece huella de nuestra mano fué por torpeza, porque no supimos escondernos a tiempo. Es nuestro criterio que la traducción sea fidelísima, y por eso hemos procurado que el mismo metro no se alterase, que no cambiase tampoco el ritmo, y a ser posible que se conservasen las mismas asonantes en los romancillos. De lo contrario resultan a veces pesadas ciertas composiciones que tenían la gracia de la ligereza, o nimiamente pulidas y almidonadas, estrofas encantadoramente sencillas que surgieron naturalmente del alma del poeta con una amable espontaneidad.

Aunque nuestro trabajo parece fácil por la gran semejanza de los dos idiomas castellano y catalán, hemos de advertir que en verso, donde se cuenta el número de sílabas, hay una gran dificultad en la traducción del catalán al castellano, por ser idioma el segundo más caudaloso y henchido de dilatados vocablos que el primero.

Esto hace que cuando se quiere emplear el mismo metro u otro equivalente, para no quitar el carácter de la composición al traducirla, se tenga que hacer verdadero esfuerzo, sobre todo si se quiere expresar la idea de un verso en otro verso y no en dos o en más, ya que también modificarían el tipo general de la poesía, haciendo una composición larga de la que era como saetilla que el poeta quiso hincarnos en el alma sin gran golpe.

Esto he dicho, para excusar por adelantado los deslices o caídas que haya podido tener. ¿Eh? Ya sé yo que algunas composiciones quedan limpiamente y de ello estoy satisfecho, no porque esto sea mérito, sino porque deja de ser lo contrario. En fin ¿hallas interés con lo que te he dicho para entrarte en el libro?

Pues deja ya el pórtico. No se me ocurre más. Esto es lo que mi simplicidad tenía que decirte. Como ves, muy simplemente...