Hormiga negra - Eduardo Gutiérrez - E-Book

Hormiga negra E-Book

Eduardo Gutiérrez

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Beschreibung

«Hormiga negra» (1881) es una novela de género folletinesco de Eduardo Gutiérrez que narra la particular historia de Hormiga Negra, un presidiario argentino con una historia a sus espaldas de robos, peleas, traiciones y guerra.

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Seitenzahl: 477

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Eduardo Gutiérrez

Hormiga negra

 

Saga

Hormiga negra

 

Copyright © 1881, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726642285

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

HORMIGA NEGRA

Toca hoy su turno al alegre viviente del pabellon número cuatro de la Penitenciaría, cuyo álias curioso es conocidísimo en los pueblos del Norte, especialmente en San Nicolás de los Arroyos, pueblo de su nacimiento y de sus mas famosos hechos.

Hormíga Negra es un ser pequeñito, delgado de náriz aguda y de mirada mucho mas aguda todavía.

Su pelo rubio y de grandes rizos, no ha sido cortado como el del resto de los condenados, en atencion á una dolencia física.

Es que Hormiga tiene una profonda cicatriz en el cráneo que lo hace sufrir horriblemente cuando el tiempo es frio, y el señor O’ Gorman, atendiendo esa razon, le ha concedido el derecho de usar el pelo largo, por lo que Hormiga Negra está profundamente agradecido.

Allí vive en su estrecho calabozo, que abandona en el dia para ir á los talleres y á donde vuelve solo para entregarse al reposo.

Su conducta en el presidio es la de un hombre bueno y humilde.

Obedece sin replicar á la menor observacion y tiene siempre una mirada llena de bondad para el que le dirije la palabra.

Siempre alegro y risueño, siempre ágil y sin pereza, en las horas de paseo por los jardines del presidio se le vé saltar como un cabrito, ó silbar alegremente alguna cancion criolla mientras pita un cigarrillo negro cuyo pucho hace dormitar sobre la oreja derecha.

Sobre esa misma oreja reposa eternamente su bonete típico de presidario, donde está pintado el número que ha sustituido á su nombre de pila, y á su mismo nombre de guerra de Hormiga Negra.

Come con un apetito descomunal y duerme como un justo.

Cuando algun visitante le dirije la palabra, contesta siempre de una manera alegre y comedida.

Recibe lo que le dan, haciendo un ademan picaresco como quien dice «algun dia se ha de acabar esto», y si no le dán nada, sonrie y salta sobre sus pequeñas piernas como un muchacho travieso.

Con su bonete numerado, que reposa eternamente sobre su oreja y ojo derecho, Hormiga Negra parece una sátira hiriente.

Hay algo de basilisco y de sátiro en aquella carita afilada y bondadosa!

Hay momentos en que la mirada de sus ojos azules oscuros pierde su limpidez habitual, el iris se concentra y entonces la mirada de aquellos dos ojos se vuelve pinchante y dura.

Su bella boca, adornada de blanquísimos dientes, borra tambien su sonrisa suavemente bondadosa y se convierte en una contorsion diabólica.

Si Hormiga riera, se escucharia algo semejante á la risa de Mefistófeles al rematar su infernal serenata.

Pero esto es como un simple movimiento nervioso que se borra muy pronto, pues la sonrisa bondadosa vuelve á dibujarse al instante sobre sus lábios, como recobra la limpidez y melancolía de su mirada.

Algunas veces Hormiga Negra ha recibido tambien la visita de una criolla de enormes ojos negros y de arrogante porte.

Cuando esto ha sucedido, Hormiga ha andado por espacio de una semana, tan alegre y jugueton como cualquier presidario que recibe la noticia de su proxima libertad.

Los cigarros que Ruperta le ha llevado, los ha pitado con delicia hasta quemarse los dedos.

Parece que en cada bocanada de humo estuviera impresa la fisonomía hermosa de su amiga, por la especie de éstasis con que veía perderse su último vestijio en el escaso límite de su celda.

—Por qué está preso un hombre tan alegre y tan bondadoso al parecer? solia preguntarle algun curioso.

—Qué quiere amigo respondia, acariciando su pucho entre, los lábios—no todos han de ser confites en esto pícaro mundo.

—Pero algo habrá hecho usted, así no mas no se condena á una criatura humana á vestir el uniforme de presidario.

—Ahi vera usted, amigo. Lo que he hecho es meterme á hombre bueno y honrado y parece que esto no puede ser en este mundo.

No á todos les gusta los hombres buenos y mi cara no le gustaria al juez de mi causa.

Era inútil, completamente inútil insistir en obtener otra respuesta.

Hormiga Negra despues de dar un par de saltitos y mirar su pucho, aseguraba que aquello era todo lo que sabia sobre su prision y condena.

Tanto el Gobernador como los empleados de la Penitenciaria, trataban á Hormiga con mucha consideracion, en atencion á lo bondadoso de su carácter y á la docilidad con que acataba todas las observaciones ú órdenes que se le transmitian.

De su pasado no se sabia nada allí.

Habia sido remitido por el Juez de Crímen de San Nicolás, condenado á seis años de presidio, y no se sabia mas.

Nada mas sombrío, sin embargo, que aquel pasado que tanto trataba de ocultar.

Hormiga Negra habia sido el terror de los pueblos del Norte, cuyos habitantes no podian oirlo nombrar sin sentir un miedo invencible.

El habia sido peleador, hombre guapo y de mentas, calavera sin reposo y últimamente un bandido feroz.

Solia pasarse dos ó tres años en su vivienda, á márgenes del Arroyo del Medio, sin que nadie tuviera que dar de él la menor queja.

Durante este tiempo, Hormiga Negra se dedicaba esclusivamente al cuidado de sus ovejas y á la atencion de su familia.

No se le veia andar por las casas de negocio, ni asomar la nariz por la mas interesante fiesta de carreras.

Pero un dia Hormiga Negra abandonaba su vivienda del Arroyo del Medio y se iba á la pulpería.

Pocas horas despues repercutia en todas las estancias y puestos, la noticia que Hormiga Negra habia peleado con esto ó con aquel gaucho, á quien habia muerto de una manera leal y valerosa.

A esta muerte, se seguian entónces otras muchas.

Parecia que el olor de la sangre influyera de alguna manera en su espíritu, dominándolo y atrayéndolo á pesar suyo, pues lo acometia un furor creciente de matar y de pelear.

Despues de esa primer muerte, se hacia ínfaltable concurrente á las pulperías y á todos los bailes y reuniones de que tenía noticia.

Y era raro que en uno solo de estos parajes, no dejara la traza de su paso, señalada con algun cadáver ó con algun hecho notable.

Esta fiebre de pelear y de matar le duraba dos ó tres meses al cabo de los cuales volvia á su rancho del Arroyo del Medio, donde paraba otro par de años entregado á cuidar sus intereses y siendo la persona mas comedida y servícial de aquellos alrededores.

A qué obedecian esas ráfagas de muerte y de sangre?

El mismo talvez noblo sabia.

Mataba la primer vez peleando en buena ley, pero en seguida seguia peleando y matando arrastrado por un vértigo de sangre que el mismo no acertaba á esplicarse.

Durante aquellas temporadas, su fisonomía cambiaba por completo, adquiriendo una espresion de ferocidad indescriptible.

Sus ojos parecian inyectados de sangre.

Su nariz aguda y sarcástica, se dilataba como si quisiera aspirar mas fuertemente el olor de la sangre.

Y peleaba y mataba entonces, hasta que se sentía libre de aquel vértigo horrible.

Hormiga Negra asistió á Cepeda con los federales, atraido sin duda por las promesas de saqueo á Buenos Aires.

Pero á Pavon asistió con los porteños contra los federales, bajo las órdenes de su capitan el distinguido compatriota D. Juan Bautista Martinez.

Entonces pudo dar rienda suelta á su carácter batallador, combatiendo contra la jente roja con el mismo ardor que antes habia combatido á su favor.

Hormiga Negra no fué un bandido en el primer tercio de su vida.

Tal vez la costumbre de matar y de hacer correr sangre, le hizo perder poco á poco todas las nobles prendas de su corazon, hasta quedar convertido en el curioso habitante del pabellon 4, cuya vida llena de episodios estraños unos, bellos otros y repugnantes el resto, nos proponemos narrar con la minuciosidad que hemos empleado en nuestros trabajos anteriores, que han sido tan bien recibidos por el público.

Un hormiguero humano.

Así como existe entre nosotros la familia de los Cuervos, habia en San Nicolás de los Arroyos, allá por el año 58, la familia de los Hormiga, que alcanzó más tarde una celebridad curiosa.

Hormiga negra era el nombre de guerra del jefe de ella, alcanzando por su negruzca catadura y la bravura de su daga que, segun el decir de los paisanos, picaba pior que una hormiga.

La rubia hormiga, fiel compañera de su consorte, era la reina de aquel hormiguero que no hubiera podido destruirse ni con una pipa de bisulfuro de carbono.

De este enlace hormiguezco, habian salido varios vástagos que, con más ó ménos bizarria y crédito, llevaban el pendon del hormiguero.

Estós grupos se dividian en sus correspondientes categorías, segun su género.

Habia hormigas coloradas, hormigas rúbias, hormigas negras y hormiguitas.

Siendo Hoyo el apellido del padre, algunos paisanos, en vez de hormiguero, llamaban al puesto de Hormiga Negra, «el hoyo de las hormigas».

El tal hormiguero era con frecuencia el campo de las más intrincadas camorras y meriendas de negros.

Pero parece que el nudoso tala en que apoyaba sus años Hormiga Negra padre, ponia en órden y silencio aquel endiablado laberinto.

La batuta infernal, ó el baston de aquel infierno, era llevado por los hermanos Guillermo y Zoilo Hoyo, el primero de los cuales habia heredado el glorioso título de Hormiga Negra, mientras que Zoilo era simplemente conocido por el Rúbio Hormiga.

Hormiga Negra hijo, solia disputarse con Hormiga Negra padre, el gobierno del hormiguero; pero pronto el tala del segundo demostraba su enorme superioridad á los matambres del primero.

En el año que empieza nuestro relato, Hormiga Negra hijo contaba trece años, y ya varias veves, garrote en mano, habia querido demostrar á su padre que él era tan hormiga como el mejor, pero el maldito tala, paseando sus nudos inflexibles por sus costillas, le demostraba que no habia competencia posible.

Despues de estos encuentros más ó ménos contundentes, quedaba restablecida la paz entre los dos hormigas, y establecida la superioridad del tala del padre sobre la daga del hijo, á que este habia sabido apelar como último recurso.

—Eres un pillo, decia el primero, á quien un dia voy á tener que destripar!

—No me haga caso mi padre, que su garrote me ha de hacer entrar en vereda, decia el segundo y esto será para mi bien.

Y el viejo Hormiga Negra contaba al otro dia á sus relaciones de trastienda, muy complacido, la sublime gracia de Guillermo, que habia querido pelearlo con cuchillo.

—Y noten, agregaba, que he tenido que andar listo para que no me baje las tripas.

Es muy muchacho el mio, cuando sea hombre me vá á dar rayas y me vá á cortar.

Los amigos festejaban la gracia de hormiguita, y como por broma, le pagaban la copa, que él bebia con la mayor seriedad de este mundo.

—No solo á mi padre que es hombre guapo, decia entre trago y trago.

Al mismo Cristo padre, si baja del cielo, soy capaz de bajarle el sebo antes que pueda cocear!

Los amigos del padre volvian á festejar esta nueva gracia de hormiguita y visteaban con él para ponerle los ojos más prácticos, enseñandoles este ó aquel tiro de reserva, para las grandes ocasiones.

Hormiga Negra padre, en sus buenos tiempos y antes de formar hormiguero, habia sido hombre de avería campeador de fruta pintona y viviente inseparable de un morrudo alfajor que parecia un sable.

En esos sus buenos tiempos, no habia en diez leguas á la redonda, quien le hubiera disputado el corazon de una moza ni el triunfo de una payada.

Hormiga Negra habia sido peleador como el que más, pero siempre se habia mantenido en un terreno digno á su modo, pues nadie podia acusarlo de una puñalada alevosa ni de haber causado una muerte de otra manera que esponiendo su vida y con todas las reglas de la lucha leal.

Su honesta consorte daba cátedra de valor á sus hijos refiriendo las hazañas del padre, hazañas que entusiasmaban al pequeño hormiguita, que se desmayaba de admiracion y deseaba ardientemente ser hombre, para superar á su augusto padre.

Cuando algun talazo del padre exasperaba al hijo hasta hacerle desnudar la daga, la rubia hormiga mediaba en la contienda tratando de ponerlos en paz.

Pero entonces Hormiga Negra padre la apartaba bondadosamente y le decía:

—Déjalo mujer y no te aflijas.

Tiene sangre de mi sangre, pero no tiene mi tala y este lo pondrá en órden.

Y efectivamente, pocos momentos despues, Hormiga Negra, vencida por la verbosidad del tala de su padre, soltaba la daga y ganaba el campo buscando un poco de sebo para untar en las mataduras que este habia inferido sobre sus soberanos matambres.

Zoilo Hoyo, ó sea el Rúbio Hormiga, era tan bravo como su hermano, pero respetaba á su padre hasta el estremo de no haberle dado jamás motivo para enarbolar sobre él su formidable tala.

A las primeras de cambio acataba la autoridad paternal y se retiraba humildemente, sin creer por esto ajado su amor proprio.

Entre Guillermo y Zoilo existia una amistad profunda y un cariño entrañable.

Ambos se comunicaban sus más recónditos proyectos y cuando alguno de ellos se hallaba en el menor peligro, acudia el otro á prestarle su proteccion y su ayuda.

Zoilo era un año menor que Guillermo, rúbio como su hermano, pero mucho más hermoso.

La espresion de su semblante era atrayente por la mansedumbre de que estaba bañado.

Y su carácter más noble y desprendido, lo hacian superior á su hermano.

Tan bravo uno como el otro, habia en el valor de Zoilo una magestad tan serena y una decision tan firme, que imponia más con su apostura tranquila, que Guillermo con todo el ardor de su primer arranque, siempre violento.

Hormiga Negra comprendia la superioridad que sobre él tenia su hermano, pero léjos de manifestarse por ello celoso ó resentido, parecia que aquella superioridad hacia crecer el cariño que por él sentia.

Muchas veces Zoilo daba á Hormiga Negra sérios y sanos consejos sobre la conducta que debia tener con su padre.

Pero aunque este prometia enmíenda, no podia contenerse y al menor contratiempo que de su padre recibiera, ya estaba con la injuria en los lábios y el facon en la mano.

Tal vez Hormiga Negra se hubiera correjido de este defecto y hubiera entrado en el buen camino.

Pero como veía que su padre referia á los amigos como una gracia digna de premio, sus agresiones á mano armada, se habia habituado á mirarlas como la cosa más natural, llegando hasta decirle un dia:

—Ah viejo puerco! no me he de considerar feliz, hasta que no le saque los caracuces á puñaladas!

Hormiga Negra festejó aquel dicho de su hijo por espacio de un mes, prodigándole sus más amorosos cariños.

—Mire, amigo, solia decirle un viejo paisano vecino suyo, y que lo conocia desde, pequeño.

Su conducta para con su hijo vá á tener alguna consecuencia fatal.

El muchacho se vá á habituar á amenazarlo, hasta que llegue un dia en que quiera hacer efectivas sus amenazas y entonces vá á ser tarde para correjirlo.

Mándelo á trabajar á otro pago, para que renazca en él el respeto que le ha perdido, sinó el dia menos pensado lo vá á clavar de una puñalada antes que usted pueda maliciarlo.

—No crea amigo, respondia Hormiga Negra, con su más buena fé.

Guillermo es malo y soberbio, pero tiene lindas prendas de corazon.

Yo le conozco más que á su misma madre.

El muchacho es muy capaz de tirarme un viaje con fé cuando me le voy al humo con el tala, pero nunca será capaz de pegarme por la espalda.

Me saca armas porque yo se lo consiento pero de esto á hacer un mal uso de ellas, no lo crea amigo, es demasiado bravo para que se pueda so pechar en él una cobardía.

Entre tanto, Hormiga Negra hijo, perdido el respeto que su padre le merecia, no respetaba á nada ni á nadie.

Toda su consideracion y cariño lo reservaba para su hermano Zoilo, de quien no se separaba un momento.

Atrevido y audaz, se trepada sobre el potro más bravo, porque decia que era vergonzoso que un potro pudiese más que un hombre.

Muchas veces habia caido causándose heridas de consideracion, pero no por esto cedia un átomo de su propósito.

Volvia á ensillar al potro y lo montaba hasta que conseguia domarlo.

De esta manera se habia hecho un gínete consumado para quien no habia animal respetable.

El habia oido referir á viejos paisanos que habian hecho el servicio de frontera, lo terrible que era en manos de un indio la bola perdida, admirando la ventaja de esta arma peligrosa.

Se habia hecho esplicar su manejo de una manera minuciosa, ejercitándose en él hasta el estremo que la bola perdida le era tan familiar como al indio mas baqueano.

Nunca faltaba de su cintura, con preferencia á la misma daga, que era luz en sus manos.

Y fué esta su arma favorita, de la que se sirvió en sus mas serias pellejerías.

Hormiga Negra, acompañado de su hermano Zoilo, concurria á las pulperías ó reuniones de baíle, donde no toleraba superioridad en el mas pintado.

A dos por tres desafiaba á pelear á los hombres de mejor reputacion, despues de insultarlos á su antojo.

Algunos de ellos, por consideraciones de amistad al padre, no le decian nada.

Otros festejaban la gracia de verse amenazados por una criatura y Hormiga Negra quedaba siempre triunfante.

Y era cosa graciosa en realidad, ver á una criatura de trece años, que apenas demostraba diez, por su pequeña estatura, armado de una daga tan grande como él mismo, desafiando á pelear á hombres de fama, entre cuyas manos se hubiera perdido como una verdadera hormiga.

Los provocados de esta manera hacian el cuento á Hormiga Negra padre, que festejaba el suceso, asombrándose del valor de su hijo.

Durante estas disputas, Zoilo permanecia impasible y silenciso esperando el momento de terciar daga en mano, pero el momento nunca llegaba y no despegaba sus labios para hacer la menor observacion.

De trece años, Hormiga Negra hacia los bajos á la hija de una vecina viuda, mas mala que un ají cumbarí y mas fea «que un susto á media noche».

—Antes de dejarte enredar con semejante dichon de bandido, decia la vieja á su honesto vástago, quiero verte enterrada y comida por lo gusanos.

—No se apure la vieja maldita, habia respondido Hormiga Negra.

Yo me he de llevar á Marta en las ancas de mi overo, delante de su nariz de facon y á la vista de sus ojos de picana.

Deje que tenga yo un agujero donde ponerla y verá si me la llevo despues de haber bailado un malambo en sus costillas de fogon.

—Te has de quedar lambiendo, bandido! habia respondido aquella especie de arpía campestre.

Gracias á Dios tengo bastantes agallas para bajarte las tripas.

Y Hormiga Negra habia emplazado á la vieja para el dia en que tuviera un agujero donde llevarse á Marta.

Parece que la tal vieja infernal tenia alguna relacion con Hormiga Negra padre, á quien llevó la queja de las amenazas que Guillermo le habia hecho.

—Son travesuras de muchacho, habia contestado este.

Si Marta no tiene que temer mas que un robo de mi hijo, puede dormir tranquila.

—Es que tu hijo es un peine fino, capaz de la mas gruesa y morruda avería.

—Mi tala lo hará entrar en vereda, pierde cuidado.

Yo te prometo darle un par de consejo y un par de garrotazos.

La vieja se retiró no muy tranquila que digamos.

Sabia que Hormiga Negra cumplia la palabra empeñada, pero sabia tambien que Guillermo cumpliria la suya, más ó menos tarde.

Hormiga Negra refirió aquella tarde en las pulperias, la nueva hazaña en que andaba metido su hijo.

—Es cierto que no tiene mas que trece años, pero es cierto tambien que es muy capaz de cumplir lo prometido.

Seria curioso que una noche cayese á casa mi hijo con moza, á que yo le diera alojamiento!

Y cuidado que si se lo niego es capaz de echarme al campo con mujer y todo!

Los amigos festejaron aquel graciosísimo incidente y mandaron buscar á Hormiga Negra hijo, para pagarle la copa.

Era cosa de ver aquel chíquilin, que apenas levantaba una vara del suelo, ofreciendo sacar á Marta en ancas de su caballo y llevarse á la vieja á la cincha!

Aquello fué una milonga interminable!

—La muchacha anda muriéndose por mí, decia Hormiguita, y ustedes comprenden que por el capricho de una vieja, yo no voy á dejar que se muera la mejor moza del pago.

Como he dicho, la monto en ancas y que la vieja reviente, si es que antes no se me ocurre sacarle los riñones para hacer un champurriau.

Y Marta andaba, efectivamente, que se bebia los vientos, no sabemos si por los amores de Hormiga Negra ó por verse libre de la tiranía espantosa que con ella usaba aquella vieja condenada.

Todas las tardes montaba á caballo y se largaba á pelar la pava con su Marta.

Generalmente la vieja, que tenia buenas agallas, ponia término á la amorosa entrevista con un par de cogotazos aplicados á Marta y una ristra de denuestos dirijidos á Hormiga.

—Mire vieja cara de bacarai, le decia este—no me tantee mucho la sangre, no sea el diablo que una tarde me le agache á corcobear y la tire de espaldas como para que no vuelva á pararse en su vida!

—Anda perro gaucho! que se lo avisaré á tu padre para que te tantee las costillas.

Hormiga Negra llamó á su hijo un dia y le notificó que era necesario dejase en paz á Marta, porque aquello no convenia ya.

—Doña Ramona se me ha quejado de veras, es una vecina que estimo mucho y le he prometido que te dejarás de esas calaveradas.

—Pues mire mi padre, respondió Hormiga terminantemente si usted, ha prometido eso, ha prometido un imposible.

Marta me quiere á mí con todas sus entrañitas y yo quiero á Marta porque sí y porque se me dá la gana.

Aunque doña Ramona reviente como un escuerzo, aunque usted haya prometido lo que se le ha antojado y aunque me rompa las tabas á palos, á Marta la monto yo en ancas y me llevo por esas tierras de Dios.

—Es que yo no quiero que eso suceda, porque doña Ramona es mi amiga.

—Pues padre, aunque usted no quiera, lo dicho y no hay remedio.

Yo me la llevo á Marta y abur Perico.

Hormiga Negra se apoderó de su tala y punteó en las costillas de su hijo tan formidable hueya que este quedó por muerto.

Aquella paliza exasperó á Hormiguita á tal estremo que juró que se habia de llevar á Marta, pasando por los chinchulines de doña Ramona y aun por los de su propio padre, si este le estorbaba el camino.

Aquella misma noche mandó á Marta, con su hermano Zoilo, un recado enternecedor.

—Dice mi hermano que esta tarde ha recibido de manos de mi padre, tan feroz paliza que no puede moverse—por eso no viene él mismo.

La paliza la recibió porque no quiere renunciar á tu cariño.

Me encarga te diga que ahora te quiere mas que nunca y que las palizas que por la misma causa reciba en adelante, solo servirán para afirmar su cariño.

Dios deje seca á doña Ramona una madrugada, concluyó, que yo no quiero nada en el mundo mas que el amor de mi Marta.

Marta lloró mucho al recibir el recado y la noticia.

Se cortó un pedazo de trenza con el cuchillo de Zoilo, se secó con él las lágrimas y se lo entregó diciéndole:

—Eso es para Hormiga Negra y se lo mando como prenda de cariño á falta de otra que valga mas.

Dígamele que lo quiero mas que nunca y que ya sabe que no tiene sinó mandar para ser obedecido en el acto.

Quiero mucho á mí madre y le tengo mucho miedo, pero á él lo quiero mucho mas y por seguirlo no hay miedo que me detenga.

No tengo mas que decir.

Zoilo partió con aquella contestacion que comunicó á su hermano sin alterar una palabra.

Hormiga ató cuidadosamente aquel pedazo de trenza en el cabo de su daga, en forma de cruz, y sobre esta juró que antes de renunciar al amor de Marta, se dejaria arrancar las tripas y sacar hasta la última gota de sangre.

—En cuanto á doña Ramona, concluyó, que Dios le proteja el gañote, aunque me parece que protejido ó no protejido se lo voy á partir de un tajo.

Y estas amenazas da Hormiga eran indudablemente hijas de la resolucion mas firme y sombría.

Marta, por su parte, seguía siendo víctima de la mas brutal tiranía por parte de doña Ramona.

—Sos una maldita mal entrañada, le decia, que me vas á matar de una sofocon.

Si no hicieras caso de las habladurías de ese vago inservible, no me veria yo espuesta á que un dia se limpiara en mí las manos.

—Hormiga Negra no es un vago ni un inservible, señora, contestaba Marta humildemente.

Si él me quiere con toda su alma ¿por qué no he de quererlo yo tambien?

Si él la amenaza, es porque usted lo echa de aquí con malos modos y lo amenaza peor.

En su mano está tenerlo de amigo y hacerlo mas dócil que un cordero.

—Con qué eso es lo que le contestas á tu madre, perra indigna?

Pues toma, toma, para que aprendas á contestar mejor.

Y aquí los cogotazos se repetian de tal modo que á la pobre Marta le iba disminuyendo de una manera notable el cabello de su hermosas trenzas.

—Pierde cuidado, que si él es un bandido de entrañas, concluia, más entrañas tengo yo, y no he de tener mas placer que darle una vuelta de azotes delante de todo el vecindario.

Estos malos tratos no hacian mas que exasperar el apacible carácter de Marta y acrecentar el amor que sentia por su Hormiga.

El resultado era, pues, tan negativo, que despues de cada tunda de estas, se sentia mas decidida que nunca á huir de aquel ser diabólico.

Hormiga Negra sanó de la paliza que le dió su padre y su primer operacion fué ir á visitar á su Marta y entregarse por completo al goce de su amor.

—Mi padre me ha roto el alma porque te quiero, le díjo, pero yo te quiero mas que nunca por eso mismo.

—Cada dia que ha pasado sin verte, respondió Marta dulcemente, le recibido de mi madre una paliza, porque palos son sus puñetazos, que no sé como estoy viva.

Si esto sigue así, yo me voy á morir, Guilermo

—Pues no te mueras como no me he de morir yo que en esto no haríamos mas que hacer el gusto á ese par de bandidos.

Déjame encontrar un agujero donde meterte, y si todavia estás dispuesta á seguirme, bien pronto acabarán nuestros males.

—Yo estoy mas dispuesta que nunca.

No tienes mas que decir una palabra y salto á tus ancas como quien salta al cielo.

Aquí llegaban de su conversacion nuestros gauchos, cuando se apareció á espaldas de Hormiga Negra doña Ramona, armada de un arreador descomunal.

Su voz de alarma fué un feroz chaguarazo aplicado á las espaldas de Marta, que jimió dolorosamente y se cubrió la cara con las manos.

—Por todos los diablos del infierno y los que andan por el mundo en traje de vieja! ahulló Hormiga Negra jurando como un condenado.

Ahora le voy á enseñar á la vieja maldida como se tratan á las prendas de mi corazon.

Y parándose de pronto, se echó atrás desnudando la daga.

Por mas agalluda que fuera la vieja, era tal la actitud de Hormiga y tan siniestro el brillo de sus ojos, que sin esperar la agresion, echó á correr dando gritos desesperados.

Hormiga se lanzó tras ella, decidido á echarle las tripas afuera.

Pero era tal el miedo de la vieja y tal la rapidez que habian desarrollado sus piernas, que cuando llegó él al rancho, ya la vieja estaba adentro encerrada á piedra y lodo.

—Abrí bruja maldita! abrí perra vieja! gritaba Hormiga, golpeando la puerta con el cabo de su daga.

Pero la vieja no abria ni por un queso y se habia reducido á un silencio sepulcral.

Ya se disponia Hormiga á echar abajo la débil puerta, cosa nada difícil, cuando llegó Marta suplicándo se retirara.

—Yo no me voy de aquí Marta, hasta haberle cortado á esta vieja la lengua y la mano con que te ha pegado.

—Yo te lo pido por mi amor, insistió Marta. Ya ves que está asustada y que nada puede hacernos.

Y en medio de las mas tiernas caricias, le sacó la daga de las manos, colocándosela en la vaina.

—Bueno, me voy, porque me lo pides de ese modo, pero antes quiero decirle á doña Ramona algo que es bueno no olvide para la cuenta que le tiene.

Y metiendo la boca en uno de los agujeros de la puerta, gritó con una voz que nada tenia de Hormiga por lo formidable de su acento.

—Mire doña Ramona, le juro por el Dios que me está escuchando, que la primer vez que usted se limpie las manos ó el arreador en el cuerpo de Marta, que es cosa mia, me vengo de un galope y el pedazo mas grande de su cuerpo vá á ser como una lenteja.

No olvide esto, porque yo no sé amenazar al ñudo.

Lo que prometo lo cumplo, aunque el cielo se me ponga por delante.

La vieja, aterrada, no contestó ni una palabra.

Habia oido que Hormiga cedia á los ruegos de Marta, pero todavía tenia miedo que se arrepintiera y entrara á matarla.

—Me voy, vieja maldita, agregó, pero he de volver mañana y todos los dias y siempre. Y pobre de vos, pobre de vos vieja, si yo llego á saber que le has tocado un pelo de la ropa.

Será el último dia de tu vida!

Y dando un sonoro beso en la frente de Marta, murmuró un apasionado «hasta mañana» y saltó á caballo, alejándose al gran galope.

Cuando el rumor de su carrera se hubo perdido entre el silencio de la noche, recien la vieja se atrevió á abrir la puerta y asomar su cabeza, empalidecida por el miedo que acababa de esperimentar.

Cuando este se hubo disipado por completo, miró á Marta con los ojos brillantes por una creciente ira, y le dijo, entre un par de chicotazos:

—Esto es lo que hacen las perdidas como vos, trompeta, atizar á un gaucho para que asesine á la madre que las ha llevado en las entrañas.

Pero esto no te ha de durar, cara de piche tuerto!

Mañana mismo y en cuanto ruempa el alba te mandaré al puesto de Manuel, á ver si con él has de hacer lo que conmigo.

Y despues de sacudirle media docena de golpes, la mandó aprontar sus trapos para el viaje del dia siguiente.

Manuel era un paisano viejo, hermano de doña Ramona, que tenia un buen puesto en el Pergamino.

Allí era donde la mandaba para librarla del robo que proyectaba Hormiga y librarse ella misma de que este la cosiera á puñaladas.

Marta estuvo llorando toda la noche.

Cómo hacerle saber á Hormiga Negra el paraje donde la mandaban?

Ella no sabia escribir, ni doña Ramona le permitiria hablar con persona alguna.

Así pasó aquellas largas horas, llorando y sin poder arbitrar los medios de comunicarse con su amante.

—Pobre Guillermo! pensaba.

Cuando venga mañana y no me encuentre, va á pasar un trago bien amargo!

Para acallar su llanto y hacer cesar los prolongados suspiros que lanzaba de cuando en cuando, la vieja le sacudió un par de moquetes que dieron el mejor resultado.

Aún no se habia estendido por el campo la primera luz de la mañana, cuando doña Ramona hacia montar á caballo á Marta, y montaba ella misma, acompañada de un peoncito en quien tenia depositada toda su confianza, dirijiéndose al Pergamino.

Marta galopaba con la cabeza baja, temiendo que su verdugo fuera á sorprender una de las tantas lágrimas que derramaba y hacérsela enjugar de un sopapo.

Pero la vieja, preocupada en su situacion y contenta porla medida que habia adoptado, poco se fijaba en su hija que caminaba poco adelante.

Así marcharon unas cuantas leguas, sin tomar el menor reposo, hasta que la vieja se paró y detuvo á sus compañeros.

A esta, dijo al peoncito, me la dejas en casa de Manuel.

Decile que se la mando porque se ha echado un gaucho que pretende matarme.

Que me le aprete el corroage hasta que yo mande buscarla, que será lo más pronto posible.

En marcha y no te demorés en el camino, que ya sabés que te necesito.

Y dió vuelta las bridas para regresar á su casa, ya con el sol alto.

Marta se acercó á doña Ramona, como para despedirse de ella estirándole los brazos y los lábios.

Pero la vieja le sacudió tal cachetada, que casi la echa del caballo al suelo.

Devorándose el dolor y las lágrimas, Marta puso su caballo al galope, al lado del peoncito, pidiendo á Dios le diera fuerzas para sobrellevar tanta desgracia.

—Adios, perdida! murmuró la vieja mirándola alejarse.

Si no has de componerte, prefiero que revientes antes de volver.

Y puso su zotreta á media rienda en direccion á su puesto, pues aún tenia que soltar las ovejas, operacion que no pudo hacer antes de irse.

Veamos que ofecto hizo á Hormiga Negra, la noticia de que le habian llevado su moza á parajes desconocidos para él.

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Una tunda y un rapto.

Por más sigilosamente que se proceda, es cosa difícil poder ocultar en el campo, un acontecimiento cualquiera, por insignificante que sea.

La noticia se comenta en las pulperías, se pasa de boca en boca aumentada siempre por el que la refiere y poco despues la conoce, con sus menores detalles, medio partido.

Hormiga Negra, no tuvo, pues, necesidad de esperar la hora de su cita con Marta, para saber que esta habia sido enviada al Pergamino para que no se comunicara con él.

Yendo á la pulpería á comprar yerba y azúcar, uno de los tantos amigos de su padre, que festejaba sus travesuras, le dijo de manos á boca:

—Hola! enamorado, con que te han alzado la moza!

—Qué moza? preguntó con estrañeza.

—Cómo que moza! la Marta.

O ténes acaso más de una?

—Que me han de alzar á mi Marta! exclamó sonriendo el paisanito, mientras guiñaba el ojo de una manera picaresca.

No ha nacido todavía el gaucho capaz de hacer eso conmigo, ni Marta es capaz de hacerme tan fea porquería.

Con que basta de bromas por ese lado, que no me gustan mucho que digamos.

Adios, amigo jugueton.

—Mirá que es cierto lo que te digo, insistió riendo el paisano.

No es un gaucho quien te ha alzado la moza, sino la misma doña Ramona, que no quiere que su hija te lleve el apunte.

Parece que esta mañana la ha hecho montar á caballo y la ha mandade á paraje donde te será difícil hallarla.

—Eso es mentira, dijo Hormiga palideciendo y mirando de una manera agresiva al que le daba la noticia.

Ya le he dicho que no use esas bromas conmigo, porque no quiero, y tengamos la fiesta en paz.

—Lo que te digo es tan cierto, como que te estoy hablando.

Apénas amaneció Dios, doña Ramona hizo montar á Marta á caballo, y acompañándola ella misma y el peon de su puesto, la han llevado á otra parte.

Hormiga Negra se estremeció de una manera poderosa.

Su palidez se hizo mas intensa y aproximándose al paisano, le preguntó agresivamente:

—Usted me garante que es verdad lo que me dice?

—Y como nó, si lo sabe medio partido, es verdad, amigos?

Aquellos á quienes iba dirijida la pregunta, que eran otros infaltables á la pulpería, corroboraron la noticia, agregando que no debia abrigar la mas pequeña duda.

—Pues si eso es verdad, puede doña Ramona atarse un poncho en la barriga y encomendarse á Dios ó al diablo si le parece, porque la puñalada que yo le voyá dar va á ser tal, que me vá á faltar facon y le vá á sobrar barriga.

No saben todavía quíen soy yo y creen que me pueden hacer cualquier porquería.

Veremos como se hamaca para negarme donde ha mandado á Marta.

Ah! si yo tuviera aunque fuese una ramada donde ponerla! añadió cerrando los puños y golpeándose con ellos la cabeza.

Entonces habia de ir á buscarla aunque fuera al infierno y la traeria conmigo.

Pero cómo la voy á robar así no mas, sin tener donde meterla?

—Mirá muchacho, dijo uno de los que estaban en la pulpería—si hacés esa gauchada, aunque mas no sea que por hacer rabiar á la vieja, yo te voy á prestar mi ayuda.

Ya sabes que yo soy solo en el mundo y que poco paro en mi rancho.

Si quieres, robate no mas á la muchacha y llevátela á casa donde podrás vivir sin que nadie te incomode.

Me gustan los hombres de empresa y me gusta mas ver rabiar una vieja de mal génio.

Conque, sin interés ninguno, podés disponer de mi casa y de todo lo que allí hay.

La juvenil fisonomía de Hormiga se despejó por completo al oir la oferta.

Sus ojos brillaron de una manera intensa y tendiendo su máno á aquel inesperado protector, le dijo:

—Toque esos cinco, amigo, y si alguna vez necesita de mí, no tiene mas que mandar, que será obedecido al auto.

Puede contar con mi amistad, por la vida—mire que yo no ofrezco al pepe, y cuando digo una cosa así, soy amigo hasta despues de muerto y enterrado, si es que no resucito para seguir siéndolo.

El paisano aquel, cuyos ofrecimientos venian á Hormiga tan de perilla, era un tal don Andrés, hombre viejo y sosegado, pero que en sus buenos tiempos habia sido mozo de avería y de empresa.

Vivia solo, y como él decia, prestaba á Hormiga aquel servicio por el placer de ver rabiar á una vieja.

Su rancho estaba á una legua y media del hormiguero y á un par de leguas del puesto de doña Ramona.

Por esto se estremecia de placer, al pensar la cara que pondria la vieja, al ver á Hormiga acompañado de la gentil Marta, á tan corta distancia de su casa.

—Siento mucho decirle que poco se va á divertir esclamó el paisanito, porque lo que es á doña Ramona, en cuanto me diga donde está Marta, la dejo seca á puñaladas.

—Esa es una muchachada que no harás, porque yo te lo pido y porque te puedes vengar de una manera mas chusca.

Peor que una docena de puñaladas, será para la vieja Ramona el verte al lado de Marta, sin poder evitarlo ni sacarla de tu lado.

Esa es la mejor venganza, porque la vieja de pura rabia se vá á comer á bocados, si no revienta como ternera empachada.

—Tiene razon, canejo esclamó Hormiga, comprendiendo lo fino de aquella venganza.

Renuncio á matarla, porque es mejor lo que usted me dice, pero lo que es una buena soba, ni Cristo se le apea del alma!

La voy á poner muermosa á rebencazos.

La pucha! y que cara vá á poner la condenada, cuando le caiga encima mas de golpe que tormenta en verano!

—Eso no digo que no, concluyó don Andrés.

Lo que siento es no poder verla yo, porque si voy es muy capaz de pensar que yo te he enseñado.

Pero en fin, ya haremos lo posible para verle su cara de tijera esquiladora.

Hormiga negra, preocupado con la aventura que traia entro manos, abandonó la azúcar y la yerba que habia ido á comprar y dejando que su padre se averiguase como pudiera para tomar mate, se largó á galope tendido á casa de doña Ramona.

Don Andrés y los amigos quedaron riendo á carcajadas, al pensar el amargo trago que iba á apurar la vieja.

La vieja aquella era cordialmente odiada en toda la vecindad, por su génio de basilisco y por la vijilancia feroz que tenia con su hija, á la que no permitia asistir á ninguna reunion ni baile.

Esto le habia granjeado el ódio de la gente jóven, que deseaba verla reventar cuanto antes.

Así es que todos los que supieron los propósitos con que se habia alejado Hormiga, se entregaron al mas fino refocilamiento.

La vieja Ramona no esperaba tan pronto la visita de Hormiga.

Pensaba arreglar sus cosas para ir á prevenir á su amigo Hormiga Negra padre, lo que sucedia, y esconderse para que el hijo no la hallara en casa á la hora de la cita con la hermosa Marta.

Apenas habia soltado la majada, cuando divisó á Hormiga que se dirijia á su casa á galope tendido.

Fué tal el julepe de la vieja, que no supo que temperamento tomar para evitar el encuentro que se le venia encima.

Habia cobrado un terror invencible á Hormiga Negra, que sabia era capaz de todo, así es que cuando lo vió llegar, ya se dió por degollada.

Sin embargo, ya hemos dicho que la vieja Ramona era brava, así es que pasado el primer momento y viendo que la cosa no tenia remedio, hizo de tripas corazon y esperó el tan temido encuentro.

Apenas se habia decidido á arrostrar la tormenta, cuando Hormiga Negra se dejó caer del caballo, diciendo de una manera agresiva:

—Buenos dias, lechuzon del infierno ¿cuándo revienta?

—Y á qué viene esa manera de saludar á la gente? hemos hecho tan temprano la mañana?

—Qué, es acaso gente usted? quién vá á hacer la mañana vá á ser usted vieja condenada, y no con ginebra, sinó con otra bebida más agradable.

¿Dónde está Marta?

—Y á qué viene ese afan? qué sé yo dónde está Marta?

—Vas á contarme ahora mismo dónde está Marta, ó te voy á cortar á pedacitos.

—Marta ha salido á pasear esta mañana y todavia no ha vuelto, dijo tratando de ganar tiempo.

Quiso ir á dar una vuelta y no ha de tardar en venir.

—Marta no ha salido á pasear, vieja maldita, sino que la has mandado donde yo no pueda verla, pero me vas á decir donde está antes que te haga picadillo.

La vieja se consideró perdida.

Por lo visto, Hormiga lo sabia todo y venia dispuesto á vengarse.

Sin embargo, trató todavía de ocultar la cosa y repuso:

—Yo no he mandado á Marta á ninguna parte.

Te he dicho que anda de paseo y que no ha de tardar en volver.

Espérala y verás si es verdad lo que te digo.

No habia concluido la última palabra, cuando Hormiga Negra se le fué al humo y le sacudió dos rebencazos de mano maestra.

La vieja soltó un alarido de dolor y agarrando el arreador quiso responder los rebencazos de manera airosa.

Pero al ver esto, Hormiga dió vuelta su rebenque y le dió con el cabo tan golpe en la huesosa mano, que le hizo saltar el arreador á dos varas de distancia.

—Dónde está Marta? vieja maldita, preguntó volviendo á sacudir de lonja.

Dónde está Marta? vieja endiablada.

Doña Ramona vió que la cosa no tenia remedio y se decidió á cantar de plano, como único medio de sacar el cuero integro.

—No te enfurezcas hombre, no te enfurezcas, esclamó tragando bilis.

Voy á decirte donde ha ido Marta.

—Pues lijerito y con buen modo.

—Mi hermano Manuel, del Pergamino, se empeñó conmigo hace tiempo para que mandase á Marta á pasear por allí.

Anteayer mandó un peon á recordarme mi ofrecimiento y yo no tuve inconveniente en darle permiso esta madrugada para que fuera á cumplir con su tio.

—Y quién la ha acompañado hasta el Pergamino?

—Yo misma la he acompañado unas leguas, y mi peon la acompañará hasta casa de mi hermano, de donde regresará mañana.

Yo tenia intencion de hacerla volver dentro de dos ó tres dias, pero como Manuel es tan cariñoso con ella, quien sabe si la dejará venir tan pronto.

—Lo que es la vuelta, corre por cuenta mia, como que juro que mañana mismo estará aquí, á cuyo efecto voy á buscarla ahora mismo.

—Como si no hubiera más que ir á buscarla!

Si te figurarás que Manuel te la va á entregar!

—Me la entregue ó no me la entregue, yo la voy á buscar y á traerla mañana mismo.

Usted no ha querido que yo le haga el amor á lo hombre decente y la ha mandado á otra parte para alejarla de mi.

Pues yo, aunque usted se rasque con una rasqueta, la voy á haeer ahora mi gaucha, aquí, delante de sus narices de nudo potreador.

La fuerza de la ira hizo olvidar á doña Ramona el dolor de los rebencazos y encarándose con Hormiga Negra, le metió los puños por la cara, mientras le decia:

—Y con qué derecho se mete usted á deshacer lo que yo dispongo?

Pues ahora mismo me voy yo á lo de Manuel y vamos á ver si te atreves á acercarte por allá.

—Usted no vá ahora á lo de Manuel, su vieja martineta, porque á donde se vá usted es á la cama, mandada por mí.

—Yo á la cama? ja jay! no es mala cama la que yo te voy á tender si pisas al Pergamino.

—Y tan á la cama vá á ir usted, que ahora mismo empiezo mi receta.

Y sin ninguna consideracion hácia los setenta honestos carnavales que contaba la vieja doña Ramona, Hormiga Negra enarboló su rebenque y principio á sacudirle la mas espantosa tunda que hayan jamás recibido lomos humanos.

Al principio la vieja empezó á meter puño, creyendo llevarse por delante al chiquilin, pero este sacudia con un brazo y una fuerza que no estaban seguramente en relacion con su edad.

La vieja empezó á dar grandes gritos en demanda de socorro, pero nadie la sentia, pues nadie habia en la poblacion ni cerca de ella.

—No me mates, hermanito! grító jimiendo de una manera descomunal, al ver que Hormiga Negra amenazaba no concluir nunca.

—No me matés, hermanito, te lo pido por tu madrecita.

—Hermanito? repuso Hormiga, sin dejar de sacudir—y en qué chiquero nos hemos criado juntos?

—No me matés por Dios! no me matés hermanito! seguia gritando en la desesperacion del dolor.

Perdóname, que yo haré venir á Marta.

—Si no te mato maldita, decia Hormiga, cambiando el rebenque de mano para sacudir con mas descanso.

Esto no es mas que una tunda que te sacudo para mostrarte quién soy yo y lo que soy capaz de hacer.

No te aflijas entonces, que de esta no vás á morir.

En curándote las mataduras con grasa de caracú, pronto podrás dejar la cama y dedicarte á pastorear las ovejas.

Doña Ramona no pudo resistir por mas tiempos los golpes de rebenque y cayó al suelo bañada en sangre y sin fuerzas para quejarse.

Hormiga Negra se arrodilló entonces á su lado y la siguió sacudiendo hasta que se cansó y no tuvo ya fuerzas ni para levantar el rebenque.

Por lo menos aquella tunda habia durado un buen cuarto de hora.

Hormiga Negra se incorporó, viendo que la vieja no se movia ni se quejaba; y se puso á limpiar sobre el pasto, la lonja de su rebenque empapada en sangre.

—No te has de morir por esto, murmuraba, y te servirá de escarmiento para no meterte conmigo en el resto de tu vida.

Y echando una última mirada sobre el cuerpo de la vieja, montó á caballo, llevándose de tiro el de doña Ramona que esta no habia aun tenido tiempo de desensillar.

Y partió á todo lo que daba el suyo, en direccion al Pergamino, donde llegó á la madrugada siguiente.

—Por mas prevenido que esté el tal Manuel, pensaba, no me conoce ni puede maliciar que tan pronto le dén golpe.

Rondaré la casa hasta la oracion, para poder asegurar el golpe, pues así sabré cuando el tal Manuel está ausente ó presente en su rancho.

Su primer cuidado fué averiguar la casa de aquel, cosa que no le fué muy difícil, porque en los pequeños pueblos todos se conocen, y el Pergamino era en aquel tiempo, el año 57, un pueblito de los mas pobres y pequeños en la campaña norte.

Sabiendo donde quedaba el puesto de tal Manuel, Hormiga Negra se emboscó entre unos cicutales, tendiéndose de barriga, y se puso á observarlo.

Un hombre andaba por allí dando vuelta una majada, á quien Hormiga bautizó sobre tablas por don Manuel.

—No puede ser otro, pensó, su cara me lo está diciendo porque se parece á la maldita doña Ramona.

Al cabo de tres horas de paciente observacion, Hormiga Negra sintió que su corazon latia de una manera formidable.

Sus ojos se entrecerraron en una espresion de infinita agonía y se estremeció todo de una manera poderosa.

Acababa de ver cruzar por debajo el mojinete del rancho a espléndida figura de Marta.

—Ya tengo lo que buscaba, esclamó para sí—ahora no hay sino esperar la hora que este borrachon caiga á la pulpería.

Hormiga estiró la cabeza en la esperanza de que Marta lo viera, pero su empeño fué inútil.

Ella salió del rancho, cambió unas pocas palabras con el hombre que daba vuelta las ovejas y volvió á entrar, sin sospechar siquiera que á tan corta distancia estaba su Hormiga.

Con una paciencia y una inmovilidad asombrosa, estuvo todo el dia metido en el cicutal, esperando que Manuel se fuera á la pulpería, ó pelearlo hasta reventar si este lo llegaba á descubrir.

El dia pasó así sin mas novedad que el hambre que empezaba á sentir Hormiga, que no habia tomado un solo mate desde el dia anterior.

A la tardecita, Manuel empezó á recojer las ovejas, señal infalible para Hormiga, de que se disponia á salir á la pulpería á buscar lo necesario para hacer la cena.

Así fué, efectivamente.

Apenas hubo encerrado las ovejas, degollando un cordero en el mismo corral para comer, aquella noche, llamó á Marta y le pidió algo que Hormiga no pudo oir.

Poco le importó esto, pues momentos despues volvió á salir la muchacha alcanzándole dos botellas vacías y una maleta que ató á los tientos.

—Esta es la mia, pensó Hormiga—si te soñarás lo que te espera á la vuelta!

Manuel, que indudablemente era él, se alejó al tranquito, haciendo con la mano un seña amigable á Marta antes de perderse de vista.

Hormiga Negra tuvo un movimiento de celos que dominó bien pronto, pensando que aquello era na simple seña de tio á sobrína, que por otra parte no habia merecido los honores de la respuesta.

Esperó un momento mas para dar tiempo á Manuel que se alejara otro trechito y saltando del cicutal, cayó delante de la asombrada Marta, que se echó atrás dominando un grito de espanto, pues creyó que aquello era una aparicion del otro mundo.

—No te asustes, prenda de mi alma, dijo apasionadamente, soy yo, tu Hormiga Negra que viene á buscarte.

Marta soltó entonces un grito de alegría y se prendió del cuello de Hormiga, llenándolo de caricias.

—Pronto, prenda, continuó este precipitadamente.

Por el camino te contaré lo que sucede y por qué he venido á buscarte.

Ahora no hay que perder tiempo porque puede volver el tal Manuel y tener que agarrarme con él á puñaladas, pues pensar que yo he de irme de acá sin llevarte, es pensar un desatino.

Y sin darle tiempo á reflexionar, la empujo suavemente hácia el sitio donde habia dejado los caballos, alzándose á la pasada, el cordero que pocos momentos antes habia carneado Manuel.

Marta aterrada con la idea de que su amante y su tio pudiesen tomarse á puñaladas, siguió á Hormiga, sin darse una cuenta precisa del paso que daba.

—Si me agarra mama, murmuró al oido de Hormiga, me vá á matar á palos.

Ya me lo dijo antes de echarme para acá, que si seguia en amoríos iba á concluir por matarme.

—Pues se quedará con las ganas, porque lo que es viviendo yo, no habrá quien te toque el pelo de la ropa.

Apurémonos antes que vuelva tu tio.

Sin darse cuenta todavía de lo que pasaba por ella, Marta esperó que Hormiga subiera á caballo y saltó en seguida á sus ancas con una facilidad admirable.

—Aquel debe ser el camino de la pulpería, dijo Hormiga, puesto que por allí se ha ido el amigo Manuel.

Pues larguémonos nosotros por acá para que no nos encontremos y tenga yo que hacer una herejía con individuo que no me ha hecho mal alguno.

Y puso su caballo al galope en la direccion opuesta, inclinándose siempre al camino de San Nicolás.

Las sombras de la noche, que acababan de estenderse por el campo, protejian aquella fuga orijinal.

Llevando siempre de tiro, ya al zotreta de doña Ramona, ya su propio caballo, Hormiga Negra galopó por espacio de cinco ó seis horas seguidas, lo que le dió una jornada de diez y seis ó diez y ocho leguas.

Al cruzar por delante á una pulpería donde debia haber alguna reunion, á juzgar por la cantidad de gente que se veia adentro, Hormiga Negra tuvo una idea luminosa.

—Para que no se desespere al boton tu tio, dijo á Marta, voy á dejarle dicho aquí lo que sucede.

Así sabrá á que atenerse y no andará perdiendo tiempo buscándonos.

Y sin esperar la respuesta de Marta, se apeó del caballo y entró á la pulpería, cuyos concurrentes lo miraron con alguna estrañeza.

—Buenas noches, amigos, dijo—alguno de ustedes conoce al puestero Manuel Romero, del Pergamino?

—Como nó amigo respondieron algunos; aquí habemos varios vecinos suyos.

—Pues le pueden hacer un servicio, añadió con la mayor seriedad.

Si acaso lo vén ustedes muy aflijido, buscando una sobrina que le han levantado esta noche, díganle que se tranquilice, que la moza no se ha perdido.

Se ha ido no más con un mozo arroyero, á quien llaman por mal nombre Hormiga Negra y quien se la lleva á San Nicolás.

Los paisanos se miraron sin darse cuenta exacta de lo que sucedia, aunque algunos sabían ya que á Manuel le habia llegado una sobrina el dia anterior.

—Y dígame, amiguito, el ladron de la muchacha, ó el gaucho que la ha levantado, es amígo de usted?

—Soy yo mismo, dijo Hormiga empinándose sobre las punta de los piés.

Yo soy Hormiga Negra, para lo que ustedes gusten mandar.

—Si serás hijo de una perra! dijo un paisano con catadura de borrachin.

Con que vos sos el hombre que ha levantado la sobrina á mi compadre?

Y todavia no has de saber sonarte las narices!

—Si alguno no le gusta lo que he hecho y lo que he dicho, agregó Hormiga envolviendo á todos los paisanos con una mirada de reto, puede decirlo con franqueza, que en saliendo al campo pronto se verá quien es el hijo de una perra.

Una estruendosa carcajada respondió á aquella provocacion, hecha con tan profunda arrogancia.

Ya hemos dicho que por su tamaño, Hormiga apenas representaba diez años, y creyéndose provocados por un niño, acojieron su reto con alegres carcajadas.

—Buenas noches pues, amigos, concluyó Hormiga.

Lo dicho dicho está y yo no tengo tiempo que perder, porque quiero llegar á San Nicolás lo mas pronto posible.

Si hay quien tome la parada por Manuel Romero, no hay mas que salirme al camino y envidarme la hoja de la daga.

Y dando media vuelta, salió de la pulpería y montó á caballo.

Marta que lo esperaba á las ancas, estaba aterrada, pensando en que Hormiga pudiese ser muerto por tanto hombre y quedar ella abandonada en el campo, en situacion tan estraña.

—Pronto, vamos, le dijo con voz temblorosa.

Déjate de tentar al diablo, que demasiado apurados andamos y nos puede suceder una desgracia.

Los paisanos habian salido á la puerta á contemplar aquel raptor en pañales, no pudiendo contener la risa al verlo realmente que llevaba en ancas la moza que acababa de robar á Manuel Romero, hombre poco manso y de poquísimas pulgas.

—Temprano empieza, dijeron.

Este sí que vá á ser gaucho!

Hormiga siguió marchando al tranquito, esperando que alguno le tomara la palabra.

Pero viendo que los paisanos no tenian miras de moverse, puso su caballo al galope y bien pronto se perdió de vista envuelto en la oscuridad de la noche.

—Pues amigos, dijo el pulpero, ese mocoso ha hecho una hombrada del tamaño de un rancho.