Una demanda curiosa - Eduardo Gutiérrez - E-Book

Una demanda curiosa E-Book

Eduardo Gutiérrez

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Beschreibung

Un padre desesperado se presenta ante el juez Molina para solicitarle que intervenga en un desdichado drama familiar. El defensor de menores se niega a devolverle la custodia de su hija Cecilia, quien está embarazada de su hermanastro y recluida en un centro.

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Seitenzahl: 112

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Eduardo Gutiérrez

Una demanda curiosa

OBRA INEDITA

Saga

Una demanda curiosa

 

Copyright © 1899, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726642094

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

UNA DEMANDA CURIOSA

Ante el juzgado del laborioso doctor Cárlos Molina Arrotea, se presentaba hace muy poco tiempo el ciudadano Juan Suero, con la más original de las demandas, y con el peor zurcido de los escritos.

Suero reclamaba al digno juez Molina, le hiciera entregar sobre tablas su hija menor Cecilia, bella y gentil criatura, que, cediendo á los consejos de un pérfido amante, había abandonado el hogar paterno, aprovechando el momento en que todos dormían.

Planteada así la demanda, hubiera sido un simple caso policial, siendo el jefe de policía ante quien Suero debía ocurrir.

Pero es el caso que el escrito tenía una segunda parte de todos los diablos.

Hallado el paradero de la menor Cecilia, el defensor de menores, á quien ocurrió primero, la había depositado en la santa Casa de Ejercicios, y á su disposición, negándose á restituirla al hogar paterno, lo que era un acto de monstruosa inhumanidad.

El defensor de menores no puede privarme de mis derechos paternales, sino en el caso de tratamientos bárbaros, decía Suero en su escrito, y yo he tratado siempre á mi hija con un cariño excesivo y abnegado.

Una sola vez, una sola vez le dí una cachetada, pero esto fué porque ella, con una altanería insoportable, se obstinó en negarme sus relaciones ilícitas y criminales con su hermano.

El defensor de menores cree que ésta es una razón suficiente para privarme de mis derechos de padre, y sin más trámite encierra á la gentil Cecilia en los Ejercicios, bajo el pretexto de que yo la he tratado mal y de que pronto va á dar á luz el fruto de su crimen, razón que por sí sola bastaría para que se me entregara mi hija, que más que nunca necesita los cuidados de una madre cariñosa y de un padre que ha cumplido siempre para con ella con todos sus deberes, con excesivo amor y abnegación tal, que llega hasta el sacrificio de cargar con la deshonra que ella introdujo al hogar paterno.

Suero, después de esta dramática exposición de que hubiera sacado un gran partido un abogado de imaginación, pedía al Dr. Molina ordenase le fuera entregada su hija menor Cecilia, y apercibido duramente el defensor de menores que se hacía cómplice de un incesto y violaba de una manera inícua sus derechos de padre.

El escrito no tenía la firma del abogado que lo había confeccionado, pues, indudablemente, aunque era trivial y en algunos puntos macarrónico, él pertenecía á la pluma de un abogado.

Se trataba aquí de un simple caso de demencia, ó realmente se trataba de un incesto patrocinado por el defensor de menores, lo que no era admisible en manera alguna.

El doctor Molina Arrotea, jóven magistrado más penetrante que un bisturí en manos de Pirovano, y de una vista de águila para vislumbrar lo que se encierra en el fondo de un primer escrito, pensó que algo de todo esto junto había en la demanda interpuesta por Suero, y resolvió escuchar lo que decía la casuina ó el requesón, que era la parte contraria, y el requesón de Suero, en este caso, venía á ser el defensor de menores, primer acusado de cómplice y tapadera en el incesto.

El secretario que debía actuar en tan curiosa demanda, era el señor Raggio, verdadero rayo á cuyo relámpago no ha habido hasta ahora testigo falso que haya permanecido tranquilo.

El juez resolvió hacer conocer la demanda de Suero á Requesón, es decir, al defensor de menores; y el secretario Raggio, cayó como una verdadera descarga eléctrica sobre el asesor de menores, doctor Pizarro, de quien debía haberse aconsejado el defensor para proceder.

El doctor Pizarro, tenía, según parece, sus motivos especiales para no creer en el incesto; es decir, que el amante de Cecilia fuera su hermano, y otros muy poderosos para pensar que Suero era más agrio que un limón, que había dado á su hija tratamientos de soldado de línea, y, por consiguiente, que había obrado dentro de sus facultades al depositar en la casa de Ejercicios á la bella y gentil Cecilia.

El asesor pedía al juez se sirviera decretar un juicio verbal, á lo que accedió el doctor Molina Arrotea, preparándose, sin duda, á pasar un momento risueño; pues creemos que la gravedad y rectitud de un magistrado, no están reñidas con las cosquillas que cada mortal aloja en sus matambres.

El juez debía presidir el juicio verbal, como un verdadero Júpiter; pues no le faltaba ni el rayo, que en la persona de su laborioso secretario Raggio, lanzaría sobre el que apareciera culpable.

La causa debía despertar, por otra parte, todo el interés que en sí encerraba, en un jóven de la labor y el estudio de Molina Arrotea; así es que Suero, podía estar seguro que, si tenía razón, la Casuina sería condenada con costas, pasándose entónces la causa al juez del crimen, que era el llamado á resolver el grave delito de que se acusaba al hermano de Cecilia y á su cómplice el defensor de menores.

Era el día señalado por el juez para que tuviera lugar el juicio verbal. Comparecieron Suero y Casimiro, es decir, el padre de Cecilia y el asesor de menores, á quienes esperaba el juez poderlos reducir á su primitivo é inofensivo estado de leche.

Y fué en este juicio verbal donde empezó á desarrollarse este drama amoroso judicial, que hemos considerado digno de ocupar con él algunos mometos al lector, por la infinidad de episodios cómicos de que está lleno, y su in esperado desenlace.

II

Suero, expuso que su hija Cecilia había sido seducida por el individuo Lucio Baldovino, que pretendía casarse con ella, á lo que él se había opuesto redondamente, porque el tal Lucio Baldovino, era hijo de su consorte, en su primer matrimonio con el señor Baldovino; y, por consiguiente, hermano de su hija Cecilia, fruto de su unión con la viuda del referido padre de Lucio.

Lucio sabía que era hermano de Cecilia, como lo sabía ésta; pero la seducción se había consumado, al extremo de que su desventurada hija se hallaba próxima á ser madre.

En vez de arrepentirse de su crimen, aquel criminal miserable, persistiendo en sus infames intenciones, había hecho huir á Cecilia de su casa para casarse con ella.

Yo me presenté al defensor de menores, agregaba Suero, para que me ayudara á salvar á mi hija de un crimen odioso, volviéndola al hogar que había abandonado.

Pero, el defensor de menores, desoyendo mis súplicas y las lágrimas de una pobre madre desolada, depositó á mi hija en los Ejercicios, y se convierte así en padrino del criminal, pretendiendo que debo dejar consumar un crimen penado por las leyes humanas y divinas.

Mi hija es hermana de su amante, señor juez; y yo, como mi esposa, debemos impedir la realización de esta monstruosidad, á costa de los mayores sacrificios.

Y el hombre, conmovido de una manera profunda, enjugaba las lágrimas que el dolor hacía afluir á sus ojos,

Lo risueño que podía tener la demanda, desaparecía ante la tragedia conmovedora sencillamente expuesta por aquel padre desventurado.

¿Qué móvil podía llevarlo á hacer exposición tan tremenda, si ella no era rigurosamente exacta?

¿Cómo la madre de ambos jóvenes no había de estar perfectamente segura de que los dos jóvenes amantes eran sus propios hijos?

La demanda tomaba un giro gravísimo y el interés del magistrado crecía á medida que Suero hablaba.

Cuando yo me apercibí de los amores de los hermanos, gimió Suero, mi hija los negó.

Pero habiendo insistido, por la seguridad que yo tenía, mi desventurada hija los confesó al fin, agregando que se quería casar con Lucio, que era su único amor sobre la tierra.

No tuve más remedio que revelarla la verdad para hacela desistir de su empeño criminal, y se la revelé sin vacilar.

¡Amarga fué la desventura de aquella pobre niña cuando supo que Lucio era su hermano!

Llorando con inmensa amargura é inclinando su bello semblante hasta ocultarlo en el pecho de su madre, reveló entónces todo lo terrible de su situación tremenda; ¡era la amante de su hermano y llevaba ya en su seno el fruto de aquel crimen abominable!

La pobre madre creyó enloquecer de dolor, al escuchar la narración que yo le hacía y resolvimos poner todo nuestro esfuerzo para consolar la desventura de la pobre y amable niña, que, desde que supo que Lucio era su hermano, cayó en un estado de melancolía profunda que concluyó por aterrarnos.

Un día Cecilia amaneció tan alegre como antes de los sucesos que he narrado.

Su semblante marchito y pálido había recobrado sus bellos colores.

Bajo la piel fina y purísima se veía círcular la sangre en toda la fuerza de su verdosa juventud.

Cecilia cantaba, reía y se mostraba completamente feliz.

Aquel cambio no podía haberse producido si no en virtud de alguna entrevista tenida con Lucio, en la cual éste hubiera destruído todo cuanto nosotros le habíamos dicho, volviendo la felicidad y la esperanza á su alma apasionada y dolorida.

Los amantes se habían visto, siguieron viéndose, fuera de toda duda, y era preciso impedir que aquellas entrevistas se realizaran de nuevo para evitar serios y graves disgustos en lo sucesivo.

De acuerdo con mi desolada esposa, resolví dar cuenta á la autoridad de lo que sucedía, para que impidiera á Lucio acercarse á mi casa; pero estaba de Dios que habíamos de apurar el martirio hasta su último trance.

Al día siguiente me levanté con ánimo de hacer aquella diligencia urgente á primera hora, pero era ya demasiado tarde.

Indudablemente la desventurada niña había huido de casa siguiendo á su amante, á su hermano criminal é infame, cuyo indudable propósito era unirse á ésta en matrimonio.

Tratando entónces de ganar todo el tiempo que me fuera posible, me presenté á la autoridad policial, á la que dí los datos necesarios para la captura de mi pobre hija y restitución al hogar, viendo en seguida al defensor de menores para que la amparase en su horrible desventura.

La policía dió bien pronto con su paradero, arrancándola á la infamia que se le preparaba; pero con gran asombro mío, el defensor de menores, con quién, habían hablado los dos amantes, depositó á mi hija en los Ejercicios, diciéndome que era necesario casarlos para encubrir la deshonra de la jóven.

—Pero, ¡si son hermanos! grité horrorizado; y más horrorizado todavía, escuché esta respuesta inesperada.

—No son hermanos y es preciso que se casen.

No habiendo razón ni evidencia capaz de convencer á este funcionario y aterrado ante el crimen que este quiere apadrinar, me presenté á pedir justicia para que se impida este acto monstruoso y se castigue severamente á su autor y á su cómplice aquí presente.

III

Suero no estaba loco; sobre esto no había duda, por consiguiente, su exposición tenía toda la fuerza de verdad que le daba su condición de padre de la jóven y padrastro del amante.

Allí no había más interés que el de evitar un crimen horrible, librándose él mismo de toda responsabilidad con el paso que daba.

¿Cómo es que el ministerio de menores se había mezclado en este asunto para proteger un crimen, á pesar de todos los antecedentes y datos que aquel padre había puesto en su conocimiento?

Según lo narrado por Suero, parecía indudable que Lucio era su hijastro, y entónces el ministerio de menores aparecía desempeñando un rol odioso y criminal á todas luces.

— El ministerio de menores tiene un empeño formal en no devolverme mi hija Cecilia, había dicho Suero, lanzando así su acusación terrible, y para ello el ministerio de menores no trepida en hacerse cómplice del crimen.

Era preciso ante todo levantar el último cargo, por ser el más pesado que contra el ministerio de menores se había pronunciado.

El asesor, doctor Pizarro, había escuchado con serenidad y altura todo cuanto había dicho Suero, sin interrumpirlo una sola vez.

En su semblante impasible y severo, se veía que el doctor Pizarro no creía que Suero estuviera loco, si no que era simplemente un malvado, un malvado capaz de echar mano de todas las mentiras para lograr un propósito.

Y así lo manifestó al doctor Molina desde sus primeras palabras.

Ese hombre no es loco, como á primera vista parece, si no un bribón, que para impedir el matrimonio de su hija, por razones que la defensoría de menores no ha creído del caso averiguar, ha supuesto un crimen infame y se ha valido de la más torpe calumnia, calumnia que va á ser destruida con la misma facilidad que ella ha sido fraguada.

Por las mismas denuncias que Suero ha hecho aquí, cuando su hija Cecilia huyó de su hogar, el defensor de menores se mezcló en el asunto llamando á su presencia á la jóven, una vez que la autoridad policial la redujo á prisión.