Ignacio Monges - Eduardo Gutiérrez - E-Book

Ignacio Monges E-Book

Eduardo Gutiérrez

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Beschreibung

«Ignacio Monges» (1886) es una novela de género folletinesco de Eduardo Gutiérrez que protagoniza Ignacio Monges, un veterano de la guerra de Paraguay que en la apertura del periodo legislativo en 1886 hirió de una pedrada al presidente de la nación.

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Seitenzahl: 527

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Eduardo Gutiérrez

Ignacio Monges

 

Saga

Ignacio Monges

 

Copyright © 1886, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726642186

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ESCRITO PARA “EL ORDEN”

POR

EDUARDO GUTIERREZ

Ignacio Monjes

No es nuestro ánimo entrar en apreciaciones sobre los hechos que determinaron lo que podria llamarseel drama del Congreso, ni hacer una demostracion médico, legal sobre el estado patolójico á que obedeció ó no obedeció Ignacio Mongesai herir al Presidente de la República.

La historia triste y dramática de Monges, no es en nuestras manos una arma política, tampoco, tendente á favorecer un partido Ó una aspiracion política en perjuicio ó menoscabo de otro partido.

Simples narradores, emprendemos este trabajo para ofrecer á nuestros lectores un Romance lleno de interés palpitante y hacerles conocer uno de los mas interesantes tipos de la Provincia de Corrientes de quien todos hablan y á quien todos juzgan, sin conocer siquiera la mas leve línea de su espíritu soberbio ó de su físico interesante.

¿Quién es, en efecto, Ignacio Monges, en quien unos se empeñan en mirar un sér insignificante y otros un sér monstruoso, desprovisto de todo sentimiertto elevado?

¿Cuáles son los rasgos característicos de este sér moral que todos creen conocer y todos ignoran?

Ignacio Monges es un hombre de estatura mediana, nervioso, de músculos fuertes y cuye poder puede verse bien á través de su piel morena y pálida.

El timbre de su voz es melodioso y típico: tiene ese acento, esa cadencia peculiar á los hijos de Corrientes que canta en la voz de la mujer y que acaricia en la voz varonil y abaritonada del hombre.

Esta misma cadencia cariñosa y esencialmente correntina se refleja en su mirada franca y mansa, donde alumbran por momentos y como un lámpo rojizo, todas las tempestades de que ha sido teatro aquella alma poderosa.

Pero aquel relámpago se apaga pronto y sus ojos pardos é intensos vuelven á su eterna espresion mansa y buscan en el vacío como algo donde quisieran posar la caricia que de ellos brota.

Aquella cabeza poderosa se ilumina por algo como un pensamiento recóndito, y sonrie en su espresion llena de amargura resignada.

Su cara, encuadrada con una barba negra y brillante, es bella y varonil, respondiendo en todas sus líneas á un espíritu de estraordinario temple.

La boca, cortada en una línea suave y ondulada, sonrie en su espresion habitual y se contrae ligera y brevemente cuando habla de su Provincia ó de las causas que lo han llevado á la solitaria celda que ocupa.

Porque Monges antes que nada es correntino, Corrientes condensa todos sus cariños, todas sus pasiones y todos sus dolores, y es allí donde se reasume toda su vida, feliz ó desamparada.

Su frente es espaciosa y se pierde en una lijera curva entre su cabello negro y ondulado.

Sobre el arco del ojo derecho hayuna cicatriz que se estiende de arriba abajo, y que no ha podido quebrar el conjunto interesante y vigoroso de aquella cabeza hermosa.

No es esta sola la cicatriz que puede verse en su cuerpo.

Sobre el ojo izquierdo hay otra mas pequeña y en su cuerpo nervioso pueden verse otras muchas que forman su foja de servicios á la patria y á la libertad.

Porque Monges ha consagrado su vida á las libertades de su Provincia y cada batalla ha dejado en su cuerpo la marca de su bravura y de su arrojo.

Cuando le hablan de Corrientes, su mirada espresiva se humedece y su boca se contrae en un movimiento de dolor y de pena.

Su suerte, el peligro que corre, actualmente su libertad personal, le son indiferentes por completo.

Es la suerte y la libertad de Corrientes lo que lo preocupan y lo hacen soñar en tiempos mejores para ella.

En todo lo demás, hay para él una indiferencia suprema.

Recibe la galleta que por la ventanilla de la celda le alcanza el carcelero, como el millonario que recibe y tira al fondo del cajon la renta que le lleva el cobrador y que ni siquiera le merece la pena de contarla, y pone aquella galleta miserable en la maleta de lona colgada de la pared desnuda y vuelve á la conversacion que le ha interrumpido aquella realidad de su miseria.

No es la miseria lo que ha contraido su boca espresiva en una sonrisa amarga.

El ha sufrido miserias mayores en sus penosas campañas, en que aquella galleta habría sido un signo de riqueza y abundancia.

Es que aquella galleta dada por aquella mano y al través de aquella ventanilla, es el hecho latente que le muestra cada dia su libertad perdida y le amenaza de una condena eterna.

Un relámpago brilla entonces en el fondo de su pupila parda, pero como si tratara de sacudir aquella impresion penosa, levanta los hombros y vuelve á su interrumpida conversacion sobre Corrientes ó sobre el cúmulo de desventuras que lo han llevado á aquella celda.

En un lenguaje vivo y un ademan soberbio á veces, narra este nltimo episodio de su vida con los amargos detalles que conocerá el lector mas adelante.

Y no se arrepiente, resignado á sufrir la suerte que le deparen el destino y sus jueces.

Entonces, al pensar en el porvenir tal vez triste que le espera, su fisonomia franca se contrae en un movimiento de dolor supremo, y sus ojos se empañan, bajándose para ocultar el enternecimiento que siente, mas fuerte que su voluntad.

Es que la silueta de su hijo ha cruzado su espíritu y aquel hombre sereno y bravo ha temblado por el porvenir de aquel jóven que reasume para él todos los afectos de la vida.

—Allá está en Corrientes, nos dijo, acompañado de mi anciana madre: es un corazon de oro que mi desgracia vá á conmover de la manera mas amarga.

—Y no pensó tal vez en él en aquel momento fatal? su recuerdo no detuvo su mano?

—Pensé yo en algo acaso en ese instante? aquello fué mas poderoso que mi voluntad, añadió levantando sus ojos altivos y húmedos, y nos narró en sus mas leves detalles el drama del Congreso y los tocantes episodios que se siguieron.

Monges no es un hombre vulgar, como lo cree la generalidad, ni un espíritu inculto.

Aprecia los hechos y las personas con criterio elevado, habla con inteligencia y escribe con soltura.

Se dá cuenta exacta de su posicion y acepta con magnífica resignacion todo aquello que pueda sucederle: lo único que lo aflije es que las desgracias de su vida vengan á herir de rechazo á su hijo y á su anciana madre.

En la misma miseria de su celda se adivinan sus costumbres correctas y distinguidas.

Su barba y su cabello brillan por el cuidado prolijo y toda su persona respira el aseo mas minucioso.

Parece siempre un hombre que acaba de salir del baño y que vá á cambiarse ropa.

El piso de su celda, donde no se vé ni un fósforo ni una cola de cigarro, tiene siempre el aspecto de haberse limpiado en aquel momento, y aquel aspecto general de limpieza se estiende á todas las cosas que lo rodean.

El mismo calentador donde ceba mate, brilla como recien bruñido y la bombilla de este parece que sale de manos del joyero.

Su vida de procesado la pasa solitariamente, leyendo los diarios ó algun libro que le ha facilitado algun compañero de infortunio.

Tranquilo, y resignado en su soledad, no tiene mas placer ni mas consuelo que aquel momento de las cuatro de la tarde en que abren la celda y le permiten pasear y respirar en aquel largo pabellon sesto en que está situada esta.

Entonces en un movimiento soberbio y altivo, mira los elevados muros y respira con fuerza el aire puro que pasa por entre los gruesos barrotes.

Y como el Cóndor prisionero que plega las alas que no pueden ya alzarlo en su vuelo, agovia sobre el pecho la juvenil cabeza y se abisma en sus pensamientos.

Monges cuenta solo treinta y seis años, de los cuales ha pasado veinte y dos sirviendo á la pátria y á la libertad.

Y está tan orgulloso de los sacrificios que por ambas ha hecho, que no cambiaría su título de Sargento Mayor del Ejército por un título de nobleza.

Manso, de una bondad infinita y de un carácter suave y dócil, su vida está sembrada de episodios interesantes.

Desenvolviéndose en otros medios y sin las desventuras eon que ha luchado desde sus primeros años, Ignacio Monges habria descollado en las armas y en las artes, que ha cultivado por necesidad y por pasion.

Terminada esta digresion que puede dar una lijera idea del hombre, tomemos la narracion de su vida, empezando por un episodio que puede pintar vigorosamente su intrepidez y su audacia en la guerra.

_______

Los siete bravos

Habian terminado los tristes sucesos del año 8oy ta República se preparaba á entrar en un periodo de paz y de tranquilidad.

La guerra civil habia terminado con los arreglos de Julio y loscontingentes salidos de las Provincias volvian á sus hogares con la satisfaccion del descanso próximo y el deseo de abrazar á los séres queridos.

La Provincia de Corrientes, la mas heróica y brava de todas sus hermanas, habia levantado un ejército de catorce mil hombres que habia salido de la capital para organizarse y prepararse á la lucha.

Aquel ejército debía caer primero sobre Entre-Rios y en seguida sobre Santa-Fé, para unirse luego al ejército de Buenos Aires.

Muerto Plácido Martinez, el valiente y querido Plácido Martinez, aquel ejército numeroso no tenia una cabeza que lo dirigiera ni el armamento necesario para lanzarse á la lucha.

Ambas cosas las esperaba de Buenos Aires, cuyo original gobierno les habia ofrecido un gefe aguerrido que los mandara y todos los elementos bélicos que pudieran necesitar.

Ninguna de aquellas dos promesas se cumplia, pero no por esto se abatía el ánimo de aquel ejército entusiasta y ávido de combate.

Así es el correntino; no hay contratiempo capaz de abatir su ánimo, ni revés que pueda apagar su soberbia.

Contento y activo en campaña, en medio de la miseria y las penurias, todo lo sufre y lo tolera pensando en el dia de la batalla que es para él el dia del triunfo.

Y entonces todo lo olvida, no pesando nunca los sacriacios que ha hecho, puesto que con ellos ha obtenido por resultado el triunfo de la buena causa.

Patriota y bravo sobre toda exageracion, pelea con buenas armas si las tiene, y sinó pelea con sus lanzas improvisadas, sus rebenques y hasta á mano limpia, soberbiamente convencido que al buen correntino no lo hacen las armas con que combate, sinó su arrojo y un patriotismo jamás desmentido.

Siempre alegre, siempre risueño y siempre activo, desafiando la inclemencia del tiempo con su traje liviano, lo mismo salta en un caballo en pelo para desempeñar una comisión de chasque por entre el enemigo, que pasa un riacho á nado burlándolo en una larga zambullida, que se lanza á pié por entre los esteros y los montes, desempeñando la comisión mas peluda y delicada.

Porque para el soldado correntino, así como nunca hay peligros, nunca hay obstáculos, y así se le vé que marcha á la muerte con la misma sonrisa que salta sobre un yacaré que ha de domar en medio del rio y la misma sonrisa plácida con que recibe su racion de galleta y sobre todo su racion de yerba.

Porque lo único que el correntino no puede mirar con indiferencia, es que le falte la yerba.

Asi es que aunque de Buenos Aires no llegaban nunca ni el gefe ni el armamento prometidos, aquel ejército estaba contento y animoso esperando siempre la llegada de ambos, y dispuesto en último caso á marchar y combatir sin ninguna de las dos cosas.

En su entusiasmo y en la confianza de su número, creian cpsa fácil poder pasar á la Provincia de Entre Rios y someterla solo con su presencia y el prestigio de la causa que sostenian.

Asi como escaseaban las armas escaseaban los víveres, apenas tenian una mala cebadura de yerba, sin azúcar, carneaban los caballos menos servibles, á falta de reses, pero en aquellas circunstancias una picana de potro es un manjar esquisito y un matambre de yegua no tiene comparacion posible con el mejor bocado.

La caballeria era numeroísima y armada de chuzas á falta de otra cosa mejor, pero si venian armas en la cantidad prometida, seria lo de menos improvisar infanterias, pues el soldado correntino, general en su servicio, es tan buen ginete como exelente marino y sobérbio infante.

Los gefes estaban al frente de sus respectivas divisiones, esperando que llegara la cabeza que habia de organizar aquella inmensa masa de hombres y llevarla al campo de accion inmediata.

El Coronel Reyna, uno de los correntinos mas valientes y patriotas, estaba al frente de la division formada por las fuerzas dfc los Libres y departamentos vecinos.

Jefe prestigioso y sumamente querido, á su lado se habian aglomerado elementos valiosísimos, pues aquellos bravos correntinos estaban habituados á marchar con él á la victoria.

Viejo soldado de las libertades correntinas y espada decisiva en los combates donde se habia hallado, que eran todos los librados hasta entonces, de veinte años atras, las tropas correntinas tenian ciega confianza en sus aptitudes militares y en su golpe de vista claro y rápída

Por eso es que la division que habia levantado era la mas numerosa y la mas entusiasta.

Todo era motivo de chacota entre aquella gente alegre y risueña.

La demora del jefe y las armas era un motivo de alegria y de las pullas mas traviesas. Si habia galleta y carne, se reian por el placer de que aquel dia comerian, y si no la habia la diversion se hacia mas bulliciosa, dándose cada cual el mas risueño consejo para sacar la tripa de mal año.

Pero los dias pasaban esperando inútilmente, y ya la gente no contaba con mas armas que la que cada uno pudiera improvisarse ó conseguir.

Los gefes de aquellas divisiones que miraban todo aquello como un presagio de descalabro, se alarmaban por aquella tardanza inesplicable, comunicándose por medio de chasques con el gobierno de la heroica Provincia, para que éste activara la remision de las armas sobre todo, elemento indispensable para ejecutar el plan tan habilmente trazado.

Ya los soldados empezaban á salirse de la vaina y á mirar con estrañeza y desconfianza el silencio y la inaccion del gobierno de Buenos Aires que tanto les habia prometido y que nada cumplia.

Las noticias vagas y exageradas de los choques habidos en Buenos Aires, llegaban á ellos alteradas en todo sentido.

En el litoral el Gobierne levantaba un ejército poderoso no solo ya para venir sobre Buenos Aires, sinó sobre Corrientes, y la situacion de aquel ejército comenzaba á hacerse difícil y diversa.

Ya no Solo tenian que pensar en caer sobre Entre Rios, sinó en defenderse de la agtesion que de aquella provincia podrian traerles, agresion que podia ser muy bien de muerte, dados los elementos de que disponia aquella Provincia, hostil á la causa de Corrientes.

Si Entre Rios llegaba á reunír sus elementos antes que Corrientes, Corrientes estaba perdida.

Aquel ejército desarmado y desorganizado no podria resistir un ataque serio y tendría que elejir entre ser prisionero ó desbandarse.

Y los elementos del Gobierno en el litoral seguian concentrándose en Entre Rios, y observando atentamente los movimientos que pudieran producirse en su heroica vecina.

Ya los gefes empezaban á perder toda esperanza de recibir los elementos prometidos y el desaliento empezaba á ganarlos porque veian el sacrificio inútil de aquellos patriotas que habian acudido al primer llamado sin mirar el cúmulo de sacrificios que tendrian que hacer.

En esta situacion desesperante llegó el rumor de las últimas batallas de Junio, con alarmantes contradicciones.

Se decia que la causa de Buenos Aires estaba perdida, y perdida ésta, la de Corrientes no tenia salvacion posible.

Sin embargo aquella gente no se desanimó, sin que los gefes y oficiales tuvieran que hacer el menor esfuerzo para conservar el espíritu.

Casi simultáneamente con la noticia de los últimos combates, les llegó la notieia de la capitulacion de los Gobiernos.

El sacrificio se hacia estéril y era necesario evitar sus peores consecuencias.

El mismo Gobierno de Corrientes tratando de ahorrar mayores sacrificios, dió orden de que cada gefe regresara á sus departamentos y disolviera sus divisiones.

Aquella noticia causó penosa espresion en la espléndida tropa.

Despues de tanto esperar y de tanto mortificarse era doloroso tener que retirarse sin haber combatido.

Pero no habia otro remedio.

Además de la orden terminante del Gobernador que asi lo disponia, la prudencia lo aconsejaba claramente.

Entre-Rios podia venirse encima, y hacer de ellos desarmados y desorganizados, una verdadera carniceria.

Las divisiones formaron en aquel vasto campamento, y cada una de ellas tomó el camino de sus departamentos.

El Coronel Reyna seguido de sus bravos tomó la direccion de Libres.

No queria regresar á la capital sin haber cumplido el cariñoso deber de dejar en seguridad á aquellos bravos.

Ignacio Monges, por quien Reyna tenia un cariño especial nacido en las condiciones magníficas de su carácter, iba á su lado.

Cada cual, silencioso y triste tomó el camino de su casa ó de su pago, sin mirar atrás y castigando el caballo como quien trata de escapar á un peligro de muerte.

El Coronel Reyna estuvo mirando un largo rato á aquella división, tan entusiasta pocos dias antes, y que se alejaba ahora como envuelta en la verguenza de una derrota.

Y una lágrima cruzó como una brasa de fuego su semblante altivo y fué á perderse entre la sedosa barba.

Y cuando todos hubieron desaparecido, cuando solo pudo verse en el campo el polvo que levantaban los caballos, se volvió á Monges y dominando su emocion le dijo:

—Vamos nosotros tambien; todavia nos queda mucho que hacer, tenemos que acompañar hasta Libres esta última reliquia de la division, y despues será lo que Dios quiera: pasaremos al Brasil.

—Yo mé vuelvo á casa después que lo haya dejado en seguridad, respondió Monges cariñosamente y dejando ver en su semblante espresivo toda la pena en que estaba impregnado su espíritu.

Allí están los dos únicos, séres que embellecen mi vida, mi madre y mi hijo: todos saben que yo he formado en el ejército y quiero estar en posibilidad de defenderlos si por vengarse de mí algo intentaran contra ellos.

—Eso será una imprudencia, Monges.

Sabiendo que usted no está en Corrientes, nadie se preocupará de usted, porque una anciana y un niño no ofrecen el menor peligro.

Si usted se queda en Goya, vá á llamar sobre si la atencion y el deseo de vengarse, y entonces, sabiendo que es cosa que á usted puede dolerle, tal vez ejerzan algun acto de violencia sobre su señora madre y su hijo de usted.

No queda otro camino por ahora, que la emigracion, créalo Monges, y á mi lado, ésta le será siem: pre mas llevadera y mas facil.

Tal vez la situacion cambie mas pronto de lo que pensamos y entonces compensaremos estos malos ratos.

—Yo no puedo abandonar aquellos dos séres queridos, dijo Monges resueltamente: Soy lo único que tienen sobre la tierra.

—Es que precisamente quedándose les hace usted mas mal, porque atrae sobre ellos todas sus desgracias y los envuelve en la desventura Suya.

Ellos mismos, sabiendo que usted está en el estrangero y fúera del alcance de sus enemigos vivirán mucho mas tranquilos y felices.

No aumente con la pena de verlo siempre en deligro el dolor que su situacion le cause.

—Ta vez tenga usted razón, mi Coronel, respondió el jóven conmovido por el recuerdo que su gefe y amigo habiadespertado en su corazon.

Tal vez tenga usted razón y yo deba espatriarme de nuevo por su misma felilicidad.

Nosotros estamos condenados á no gozar de un momento de reposo, y lo que es peor, á no vérselo gozar á las personas que nos son queridas.

En fin, allá veremos: nada resuelvo todavia hasta no ver cómo pintan las cosas en el último momento.

Y ambos siguieron al tranquito de los caballos y hablando tranquilamente.

Pero ninguno de los dos se escuchaba.

El coronel Reyna iba absorto y preocupado en la triste situacion en que quedaba sumida su Provincia y en el modo de salvar aquel último grupo que lo acompañaba.

Monges iba abismado en un mundo de reflexiones que le habian sujerido las palabras de Reyna.

La felicidad de la madre y el porvenir del hijo lo preocupaban de una manera inmensa y no atinaba qué era lo que mas convenia á la seguridad de estos dos séres queridos, si su presencia en el hogar ó su ausencia de la Provincia.

Allá vería, en el último momento, como lo habia dicho á Reyna.

Segun pintaran las cosas tomaria una ú otra resolucion, siempre la que mas conviniera á aquellos dos séres quéridos por cuya felicidad lo hubiera sacrificado todo, sin vacilar un segundo.

Sin aquellas dos personas en el mundo, para él la existencia no valía ni siquiera la pena de vivirla.

Así conversando sin escucharse y cada uno absorbido por sus reflexiones, el gefe y él oficial siguieron marchando, al tranquito de los caballos, durante muchas horas.

El reato de la division que aún seguía al coronel Reyna y que debia ser disuelta en Paso de los Libres, era sumamente reducido.

El se componia de dos compañiass de infanteria y un peloton de caballeria, de unos cien hombres.

Toda esta fuerza sacada de Libres tenia allí sus hogares y allí queria dejarla libre de todo peligro el Coronel Reyna.

Reyna, que tenia un gran aprecio por este jóven y una buena idea de su criterio, conversaba con él frecuentemente, matando el tiempo y consultando ciertas medidas que pensaba tomar, para la seguridad de aquella gente que cón tanto cariño lo habia acompañado á la patriada de que iba á soportar las duras consecuencias si se entronizaba en Corrientes el partido que ellos llamaban de la mazorca.

Derqui no olvidaria nunca las humillaciones que ellos le habian hecho sufrir, y si volvía al poder, seria para vengarse de una manera terrible.

Los correntinos de recursos, pensaba el noble Reyna, tienen siempre el medio de escapar á toda venganza contra sus personas.

Les robarán las vacas, talarán los campos y embargarán y destruirán tal vez sus propiedades.

Pero no correrán mayor peligro porque tienen el recurso de poder emigrar y salvar así á toda mortificacion de su persona.

Es preciso atender á los que no tienen recursos, á los que no pueden imigrar porque tienen que sostener á sus familias con el trabajo diario y no pueden abandonar éstas á la miseria mas desamparada y al ódio de los enemigos.

Es preciso atender á estos ante todo y licenciarlos antes que el enemigo se apodere de todo, para que puedan disimular, ocultar que han formado con nosotros y escapar asr á toda venganza y persecusion.

Monges escuchaba atentamente estas nobles razones del bravo coronel y sonreía al ver el interés paternal que tomaba por sus compañeros de armas.

—A nosotros, añadia, no nos queda mas remedio que pasar al Brasil, eterna puerta abierta á nuestras desventuras, pero antes es preciso salvar á esta gente y dejarla á cubierto de toda ndfeeria.

Es preciso apurarse, amigo mio.

Un comisionado Nacional no tardará en venir á Corrientes: quien sabe en qué manos caeremos, y es necesario que cuando esto suceda nuestra gente esté á cubierto de todo peligro.

De esta nobleza de proceder, de esta elevacion de sentimientos nacia el prestigio que tenia el Coronel Reyna en toda la Provincia de Corrientes.

Los paisanos sabian que no los habia de abandonar nunca en el peligro, así es que siempre se apresuraban á partirlo con él acudiendo á su primer llamado.

Siempre habia sido él el último en retirarse á cuarteles de invierno, siempre era él la última persona en quien él pensaba y los correntinos formaban á su lado llenos de entusiasmo, sabiendo que habia una persona que miraba por ellos, mas allá del peligro inmediato y que se pensaba hasta en su seguriad personal para el futuro.

Por esto es que Reyna no queria pasar á Libres, últitimo departamento que habia de recorrer, sin haber dejado en completa seguridad á los paisanos que pertenecían á los demás departamentos.

El pensaba pasar al Brasil y entonces, si no miraba antes por ellos, ¿quién pensaria en la proteccion de sus bravos yleales soldados?

En el camino, el Coronel Reyna supo que habia llegado á Corrientes el Comisionado Nacional doctor Goyena y entonces creció su apuro en licenciar sus tropas.

Miguel Goyena es un espíritu noble y recto: tiene esta condicion de todos los Goyena.

Su carácter elevado los ponía por el momento á cubierto de toda venganza y de toda persecucion cobarde que un hombre de sus condiciones no podria nunca autorizar.

¿Pero quién los pondria á cubierto de las persecuciones y rapiñas que pudiera ejercer el gobernador que Goyena les dejara por indicacion del fatal gobierno de Avellaneda?

¿Quién los libraria de las venganzas cobardes de un Derqui ú otro por el estilo?

No era, pues, el Comisionado Nacional lo que preocupaba á Reyna, sinó la personalidad que detrás de éste se levantára, y que quedaría dueño y señor de los destinos de Corrientes y de la vida de sus habitantes.

El Coronel Reyna debia apresurarse á licenciar su gente y pasar en seguida al Brasil, pero nunca sin saber que quedaban libres de toda venganza y de toda persecucion.

Y se apresuró á hacerlo, disolviéndola en medio de los mas saludables consejos.

—Ninguno debe mostrarse hostil á la autoridad que quede, les habia dicho; preséntense al primer llamado del Gobierno y obedézcalo en todo.

Es preciso evitar que las filas del ejército de línea seengrosen con ciudadanos de Corrientes, y para esto no hay mas que obedecer á la autoridad que nos depare la suerte.

Dias mejores han de brillar para nuestra valiente provincia, y entonces tendremos tiempo de tomar desquite.

Paciencia pues, hasta entonces y suframos con brava resignacion las amarguras con que por el momento nos obsequia el destino.

Un velo de tristeza cubría el semblante de aquella noble paisanada al escuchar la palabra cariñosa del jefe y pensar que pasarian muchos años sin volverlo á ver.

Muchos le tendían la mano silenciosamente sin acertar á pronunciar una frase de despedida, mientras otros daban vuelta la cabeza altiva para ocultar las lágrimas que aquella despedida arrancaba.

Qué seria de ellos sin el amparo de Reyna y con el delito de haberlo acompañado en aquella desventurada intentona?

Esta fuerza era la mejor armada, pues los infantes tenian fusiles de fulminante, dotados de algunos tiros, muchos de ellos, y la caballería llevaba chuzas, que aunque improvisadas con hojas de tijeras de esquilar, cuchillos ó pedazos de bayoneta, en momentos de peligro podrian muy bien dragonear de lanzas.

Todos iban silenciosos y como contaminados por a tristeza que mostraba su gefe, tristeza que éste no habia tratado de disimular.

Todos ellos sabían que iban al hogar á reposar de sus fatigas.

Y sin embargo aquella marcha se hacia con ademan tan triste, que parecia mas bien un destacamento convencido que marcha al sacrificio estéril.

Pocas leguas antes de llegar á Libres, el Coronel Reyna fué sorprendido por un chasque que le traía una noticia desagradable y que iba á entorpecer todos sus proyectos de seguridad para su gente.

¿Cuál era aquella noticia que lo habia hecho palidecer, á pesar de su entereza de ánimo?

Monges vió la impresión que lo dicho por el chasque le habia causado una impresión de inmensa angustia y se retiró mas de lo que lo hiciera al principio, tratando de dejarlo contestar libremente al chasque ó escuchar cualquier otra cosa que aquel quisiera decirle.

El Coronel, viendo la accion delicada de Monges, lo llamó, comunicándole en seguida lo que sucedia.

—No se retire amigo, le dijo, que no tengo nada reservado: al contrario, necesito que escuche la noticia que me traen para que consultemos.

Dice el amigo, añadió señalando al chasque, que el pueblo de Libres ha sido tomado por una columna de infanteria y caballería que manda el Comandante Maidana.

La columna es fuerte y muy bien armada, agrega este amigo, y Maidana parece que viene precisamente á cortarme el paso.

—Maidana es un flojo, dijo Monges, y no ha de salir á cortarle el paso al Coronel Reyna.

—Es que si sabe de qué número se compone mi gente y la clase de armas que tenemos, puede venírsenos encima, y francamente no vamos á poder resistir.

—Es que Maidana, si sabe esto, contestó Monges, debe saber tambien que el Coronel Reyna es quien manda este grupo de inservibles y no se ha de esponer á que le demos una corrida.

Lo mas que hará será atrincherarse en el pueblo, fiado en su superioridad numérica y en la calidad de sus armas, y ya se dará por muy feliz con que usted no le caiga encima.

Reyna trató de tomar datos sobre la fuerza de Maidana, pero el chasque no pudo dárselos como él deseaba.

Solo sabia que la infanteria traía armamento del que usaba el Ejército Nacional, y que la caballeria venia muy bien montada.

Agregaba que Maidana se habia apoderado del gran cuartel del pueblo con sus infantes, que nadie se habia atrevido á intentar una defensa que hubiese sido un sacrificio estéril, y que la caballeria habia campado en las afueras del pueblo, al estremo opuesto al por donde ellos venian.

Reyna despachó al chasque con encargo de hacerle saber cualquier novedad que pudiera ocurrir, y empezó á conferenciar con Monges.

—Por lo pronto, dijo Reyna, estamos impedidos de entrar al pueblo, lo que es un grave inconveniente, porque no podré dejar á esta gente segura en sus hogares, y porque nuestro pase al Brasil será mas espuesto y mas difícil.

Esto, en el mejor de los casos.

Ahora si á Maidana se le ocurre salir á batirnos, por la inmensa superioridad de su tropa, temo que haria gran destrozo entre estos valientes desarmados y sin salvacion, pues á los destrozos de una infanteria armada á remington se seguirá la persecucion que puede hacer una caballeria de linea bien montada.

La situacion es dura, mi amigo, y merece pensarse.

—El cuidado de los muchachos no lo deja pensar con libertad, mi Coronel, respondió Monges, sonriente siempre y animándose á medida que hablaba.

Maidana es flojo por naturaleza, y se limitará á defenderse simplemente.

Por mas aporreada que fuera nuestra tropa, ella está mandada por el Coronel Reyna que él conoce muy bien, y nunca se espondrá á jugar un choque peligroso.

—Pero aún suponiendo esto, puede tener gente suficiente para mandarnos dar un golpe y para quedarse en el cuartel seguro de que no podemos hacerle nada.

Es que aún así, él conoce el prestigio que usted tiene en todo el departamento, y sabe que á su voz tendria dos mil hombres y que armados de rebenque serian capaces de doblarlo. Luego, lajente de pelea vale segun el valor del que la manda, y el pobre Maidana no vale cuatro reales, mientras que usted Reyna, concluyó Monges haciendo un epigrama, seguirá reinando.

El Coronel sonrió y guardó silencio, pensando en lo que debía hacerse para salvar á aquella gente ante todo.

¿Quién era aquel comandante Maidana, á quien el llamante Gobierno de Corrientes, sostenido por el de la Nacion enviaba nada menos que al Paso de los Libres el departamento mas libre y mas bravio de todo Corrientes?

Maidana, segun la opinion general, era un gefe de gran arrojo y de asombroso brio en la pelea.

El Gobernador Madariaga, entre otros, decia que era el gefe mas notable y valiente que habia tenido en su gobierno y otrps muchos gefes sostenian que el valor de Maidana era de aquellos valores que no pueden discutirse porque se imponen solos.

Sin embargo Ignacio Monges sostenia que Maidana era flojo, sumamente flojo y Reyna no podia combatir esta creencia con hecho alguno y solo se limitaba á observar:

—Pero piense amigo que ningun flojo puede llegar á ser gefe en el Ejército correntino.

— Esto seria exacto, respondia á Reyna Ignacio Monges, si los ascensos se dieran como es debido, pero recuerde usted que el favoritismo de los Gobiernos que han necesitado sostenerse á fuerza de dádivas, ha sido capaz de elevar á la categoria de generales á los más mándrias, creyendo que con uniformes vistosos podian meternos miedo.

Yo sé quien es Maidana, mi Coronel, y le aseguro que el hombre no vale la pena.

Sea —como sea concluyó á su vez Reyna, la cosa merece pensarse, porque no es bueno fiar á cálculo la seguridad de estos valientes.

Es preciso meditar un momento antes de resolver lo que ha de hacerse.

Entre tanto, veamos lo que pasaba en Libres.

El Gobierno que la política nacional triunfante por las armas imponia á Corrientes, necesitaba ante todo asegurarse contra todo golpe de mano y toda tentativa de acogotamiento.

Sabiendo que todo Corrientes estaba no en armas porque no las tenia, pero si alzado y en contra de todo Gobierno que no naciera del partido liberal, su primer cuidado habia sido acogotar los departamentos donde la exaltacion liberal era mas exaltada y mandar á reprimirlos y castigar los rebeldes á los gefes mas valientes de los que le fueran adictos, apoyados en buenas tropas.

Sabiendo que por el departamento de Libres andaba el Coronel Reyna, gefe influyente y de imponderable bravura, mandó allí al Comandante Maidana, fiado en su reputacion de valiente, y en sus conocimientos militares.

Consultado Maidana aseguró que se comeria al mismo Reyna si Reyna se le ponia por delante y se le dió una columna de infanteria y caballeria, bien armada y municionada.

Maidana se encargaria de montar su caballeria lo mejor que pudiese, como se encargó de tomar preso y remitir á Corrientes á todo el que le alzara el gallo.

Maidana marchó con su columna sobre el Paso de los Libres, lleno de precauciones, porque el Coronel Reyna podia estar en el pueblo y no era cuento de irse á meter entre la boca del lobo.

Poco antes de llegar hizo bombear el pueblo y supo que podia entrar libremente, porque todo se hallaba abandonado.

La gente de pelea que tenia armas, andaba en campaña con el Coronel Reyna cuyo paradero no se conocia. En el pueblo no habia quien se resistiera ni quien tuviera tampoco los medios de hacerlo.

El cuartel estaba abandonado de tropas, y solo habia allí un par de soldados enfermos por toda guarnicion.

El Comandante Maidana, á pesar de estas seguridades formó su tropa en orden de pelea y penetró al pueblo, donde léjos de resistirse cada cual cerró su puerta al saber que venia fuerza del gobierno, y esperó hasta ver la forma en que empezaba á llover.

Maidana entró al pueblo y se fué directamente al cuartel, del que tomó posesion, no encontrando en él, como le habian dicho, mas que aquella yunta de habitantes enfermos, los que sonrieron amistosamente queriendo echarla de amigos, pues ya se sospechaban lo que les podría pasar si mostraban otra disposicion de espíritu.

Maidana envió un parte dando cuenta de haber tornado el pueblo de Libres, y empezó sus pesquisas para averiguar el paradero del Coronel Reyna, y los elementos de que éste podia disponer.

Se quedó con la infanteria en el cuartel, compuesta de dos buenas compañías y envió á su caballeria á campar en las orillas del pueblo.

Las prisiones de los vecinos mas conocidos como liberales empezaron, para que estos le suministraran todas las noticias que sobre Reyna tenian.

Pero los que algo sabian guardaron silencio, pues nada en este mundo les hubiera hecho vender al benemérito Coronel. Y los que nada sabian, aunque quisieran, nada podian decir.

Y fué entonces que un amigo á quien Reyna habia escrito anunciando su vuelta, le hizo el chasque que le llevó la noticia que tanta impresión causó en el ánimo del Coronel.

El cuartel donde Maidána se habia encastillado con su infanteria, era ó mejor dicho es, un edificio espacioso y cómodo, edificado con aquel objeto.

Está rodeado de una pared baja y sólida por cuya’ cornisa puede asomar la infanteria que lo guarnezca y defenderse ventajosamente de una fuerza diez veces superior, mas, si como la que tenia Maidana es una fuerza brava, bien armada y con abundantes municiones.

Por esto es que Maidana se habia apoderado del cuartel, en la seguridad de que allí estaría como en una fortaleza.

Además, y en caso de apuro, su caballería podia prestarle un auxilio eficaz en caso de ser atacado por Reyna.

Esta era la situacion de Libres cuando Reyna por medio del chasque tuvo noticia de lo que pasaba.

Así es que para él no habia nada mas cuerdo y prudente que retirarse de allí con sus hombres.

Pero, entónces, ¿qué porvenir esperaria á aquellos desventurados? ¿cómo escaparían á las persecuciones del Gobierno, ó que en nombre del Gobierno les haría Maidana, cuando supiera que andaban con Reyna?

Sus hogares serian asolados, saqueados sus intereses, y destinados ellos mismos á ser otros tantos Juan Sin Patria el dia que cayeran en sus manos.

Ya sabia Reyna cómo trataban los gobernantes á sus enemigos del pueblo, ó mejor dicho cómo los trataban los comisionados de los gobiernos.

No pudiendo ejercer entre ellos la menor venganza, por que andaban espatriados ó huyendo entre montes y yerbales, era la familia de estos infelices el blanco de todas sus venganzas, odiosidades y malos instintos.

Condenada á la miseria mas espantosa, porque lo primero era saquear sus intereses y cortar sus recursos, se veian forzadas á vivir entre el hambre y las lágrimas; dándose por felices si en esto solamente paraban sus desventuras.

Porque si la mujer de alguno de estos infelices, ó sus hijas eran hermosas, tenian que soportar las persecuciones amorosas de los vencedores, quienes para lograr sus afanes llegaban hasta ponerles un sitio de miserias y de dolores.

La que era fuerte para resistir, sufria todo género de desventuras, hasta que veia venir la muerte como final de todas ellas.

Y la que sucumbía á su debilidad ó al hambre de sus hijos, rodaba á otro género de abismos mueho mas espantoso que la muerte misma.

Así el pobre que para escapar á la muerte ó á las filas del ejército de línea huia ó emigraba, sabia de antemano la suerte que correría su hogar y sus intereses.

Cuando volviese se encontraria con sus intereses saqueados, sus vacas cuereadas y su esposa muerta de hambre y de miseria ó alegrando con su presencia el hogar del vencedor.

Sus hijos, diseminados por la miseria en toda la provincia, y teniendo que vivir de sus propios recursos se habrian lanzado en el camino del vicio y de la degradacion mas abyecta, cuyo fin para ellas seria la cárcel correccional y para ellos la cárcel del crimen.

Si en Buenos Aires solemos ver aun estas cosas, qué seria en Corrientes, donde la familia del vencido era considerada como un botin de guerra!

Muchas veces el Gobierno ignoraba todas estas iniquidades, porque el comisionado nombrado por él en cada departamento estaba investido con toda la suma del poder público y daba cuenta de los hechos segun le convenia ó adornándolos de todos aquellos antecedentes que debian asegurar su impunidad.

Y como generalmente estos comisionados se ele jian entre los partidarios mas seguros, sus nombramientos recaían en gefes bárbaros que habian llegado á tales por su servilismo y sus “entrañas” para ejecutar toda orden que emanara de los gobiernos que los nombraban.

Así aunque el gobierno conociera mil hechos monstruosos por ellos ejecutados, hacia la vista gorda, porque no habia crimen ni monstruosidad capaz de hacer destituir un comisionado que á todo se prestaba.

Y como estos puestos eran siempre una mina de dinero y de amores, los comisionados á pacificar departamentos eran muchos y el gobierno tenia donde elejir á su paladar.

La vida de un liberal no merecía la pena de averiguar como habia sucedido su muerte, y en cuanto al honor de su familia no tenia el derecho de conservarlo, porque un liberal estaba, fuera de las leyes del honor, de la política y de la humanidad.

Era un liberal enemigo del gobierno, y entonces no tenia ni siquiera el derecho de quejarse.

Asi otra vez no se opondría á los actos del gobierno, y si se esponia á su venganza, que soportara sus consecuencias.

Así el árbitro de los destinos de cada departamento, era el comisionado del gobierno, gobierno que no conocia de sus actos y rapiñas, mas que lo que aquel queria dejarle conocer, ni recibia mas coima que la que éste queria pagarle.

El derecho de queja estaba suprimido y el comisionado hacia lo que le daba la gana, porque si;

Todas estas reflexiones pasaron por la mente del digno Coronel Reyna en un momento.

Antiguo y fiel servidor del partido liberal, él conocia los medios de venganza á que recurría siempre el enemigo vencedor y se aterraba entonces ante la suerte que esperaba á aquellos hombres que lo habian seguido sin mirar las consecuencias á que se esponian una vez que fueran vencidos.

El los habia llamado y ellos habian acudido por que era Reyna quien los habia llamado y sin preguntarle qué género de sacrificios les exigia el partido de la libertad.

Por esto Reyna no queria abandonarlos sin tentar el último esfuerzo y si éste salía fallido, entónces los acompañaría en el destierro hasta el último acto de aquella campaña, compartiendo con ellos todas sus miserias. No era posible abandonarlos así y hacerse para con ellos reo de tan inicua ingratitud.

Ellos lo habian seguido porque sabian que no los abandonaria ni en la derrota ni en la fuga ni en el destierro.

Entonces no habia que pensar en lo que no podria hacerse.

Reyna al resolver tentar un medio estremo para salvar á su gente y salvarse él en seguida, llamó á Monges y le comunicó todo este cúmulo de reflexiones que habia cruzado su pensamiento.

Conocia toda la hombría de bien, toda la nobleza que caracterizaba su espíritu y entónces á nadie mejor que á él podia confiarse.

Además, para cualquier golpe-audaz que intentara, para cualquier resolucion que adoptase, Monges le era tan necesario como sus propias manos.

—Es preciso entonces no permanecer inermes, le dijo siguiendo el hilo de su rápido pensamiento, porque pueden salir á batirnos y entonces no nos queda mas remedio que huir y rendirse á discrecion á los azares del destino y como esto es lo último que debemos tentar, es preciso resolver algo para salvar esta gente.

—Yo no veo mas quedos caminos, contestó Monges sonriente y con su espresion mansa y bondadosa, y creo que estos dos caminos serán los mismos que usted verá, porque no hay otros.

Estos dos caminos son huir y perderse entre los montes para ir cayendo al hogar así que se pueda y gradualmente, ó atacar reciamente y abrimos el camino que nos cierra el enemigo atemorizándolo con un golpe temerario.

Así verán que no estamos vencidos y que todavía hay que respetarnos.

Al ver comprendido su pensamiento y compartido por un hombre como Monges, un rayo de alegria iluminó la valiente mirada del Coronel Reyna.

Sin embargo se contuvo en su movimiento de arrojo y exclamó:

—Pero un ataque en nuestras condiciones, es llevar este puñado de valientes á una muerte estéril, á una carnicería segura.

La infanteria de Maidana está armada á remington y bien municionada, encontrándose además parapetada en el cuartel, que es una fortaleza.

Su caballería está bien montada y mejor armada.

Nosotros sin siquiera conocer el número de ese enemigo que esta apoderado de todo, no tenemos mas que chuzas para nuestra caballeria y unos malos fusiles para los infantes, fusiles que no tienen ni cartuchos ni bayoneta.

—Pero tenemos un corazon que ellos no tienen, contestó Monges animándose por momentos, y combatimos por la causa de la libertad y por nuestros hogares.

Además, ya le he dicho la opinion que yo tengo de ese famoso Maidana: es un hombre flojo y que no tiene además el menor prestigio de la gente que manda, un golpe de audacia nuestro lo sorprenderia y quien sabe, quien sabe si no lo ponia en fuga.

El no conoce además la clase de armas que tenemos, aunque todo Corrientes sabe que estamos desarmados y puede ser facil crea que nosotros somos simplemente la vanguardia del Coronel Reyna.

Reyna no pudo por menos que mirar con asombro tanta bravura y tanta decision.

Pareció reflexionar un momento y sonriendo en seguida como si hubiera adoptado su resolucion, dijo á Monges, que esperaba sus palabras con ansiedad creciente.

—Bueno, tal vez tenga usted razon, aunque esto es temerario: pero antes de resolverse á obrar, es preciso conocer el número del enemigo y los elementos que tiene bajo la mano.

Y sonriendo cariñosamente agregó:

—Se animaria usted á ir con un grupito á reconocer al enemigo? es el único hombre capaz de hacerlo, por eso le propongo.

Monges sonrió á su vez y con infinita soberbia repuso:

—A mi no me consulte nunca, mi Coronel, mándeme que yo seré feliz solo con poder obedecerle.

Aquellos dos corazones valientes se entendieron en el acto; sonrieron de nuevo y se tendieron la mano, no como gefe y subalterno, sinó como dos buenos y viejos amigos.

Reyna estaba orgulloso de tener bajosus ordenes á un oficial semejante y Monges de tener por gefe á un hombre de espíritu tan soberbiamente templado.

El Coronel dejó de sonreir entónces y pasando del tono cariñoso del amigo á la voz breve y firme del gefe, le dijo:

—Bueno; elija usted de entre las filas los hombres que le inspiren mas confianza, en el número que usted los necesite y prepárese á marchar al reconocimiento.

—Con seis hombres tengo bastante, mi Coronel

—Pues elíjalos y vuelva á tomar instrucciones, concluyó Reyna que quena tomarse aún tiempo para reflexionar.

Monges se alejó orgulloso y feliz, mientras aquel quedaba entregado á sus últimas dudas.

Cuáles podrían ser estas dudas, despues de lo que habia conversado y convenido?

Sus dudas eran simplemente sobre si tenia ó no derecho de llevar á aquellos leales á un combate y á un sacrificio tal vez, dadas las superiosísimas ventajas que tenia el enemigo.

Pero pensando en las miserias y peligros que correrian sus soldados huyendo, se convenció que aquel combate no solo no era estéril sino que se hacia necesario.

Ahora, ¿podria librarlo con probabilidades de éxito?

Esto era por el momento lo interesante y lo que sabria despues que Monges hubiera practicado su reconocimiento: pero aquí mismo lo asaltaba una duda cruel.

Podria Monges llevarlo á cabo con felicidad?

Solo aquel ofical pundonoroso y bravísimo era capaz de llevarlo á cabo, y por esto Reyna lo habia elejido entre sus tropas, como lo habría elejido entre todo el Ejército.

Era preciso solamente darle instrucciones severas para que no fuera á esponerse demasiado, comprometiendo su vida y el éxito de todo el plan que se habian formado.

Monges se metió entre las filas del pequeño ejército que se habia detenido á reposar cerca de donde ellos habian hablado, y entresacó seis hombres, á quienes dijo que el Coronel los llamaba.

Aquellos seis hombres eran seis correntinos valerosos, capaces de cometer todas las hazañas de este mundo y á quienes conocia por haberlos visto en otras patriadas donde habian peleados como leones.

Uno de ellos sobre todo, llamado Pedro Sosa, habia sido conocido par él en el siguiente acto de bravura infinita.

Era un dia en que se habia peleado de una manera imponderable bajo las ordenes del heróico é inolvidable Plácido Martinez.

Los choques habian sido tan sangrientos y récios que aquella tropa magnífica se hallaba postrada de fatiga, y el combate continuaba con igual entusiasmo por ambas partes.

El polvo levantado por las cargas de caballeria, al pegarse en el sudor copioso que arrojaban todos los semblantes, se habia convertido en un barro finisísimo que los cubria en una máscara negra, zureada por rayas blancas que formaban las nuevas gotas de sudor al brotar de la frente para ir á perderse entre las espesas barbas.

Al mirarse, aquellos valientes no podian contener una carcajada arrancada por el aspecto de bandidos que les daba aquel barrito cruzado por aquellos surcos blancos y aquel cabello pegado á la frente por el sudor.

Y el combate continuaba cada vez con mayor encarnizamiento y los brios que á ambos ejércitos daba el deseo de triunfar.

No es un fenómeno ver en nuestros ejércitos las mujeres y amantes de los soldados seguirles para aliviar las miserias de la campaña.

Y en los ejércitos correntinos esto es mas general, porque sus mujeres son mas bravas y abnegadas, porque están habituadas al combate y familiarizadas con su fragor al estremo de no abandonar á su hombre en la batalla mas dura.

Ellas son las que asisten al Correntino en todas las penurias de la campaña, cuidándoles la ropa, dándoles mate en medio de la marcha mas precipitada, y fabricando sobre las caronas las famosas tortas fritas cuando el hambre empieza á chupar los estómagos.

Y asisten á su hombre en medio de la batalla mas sangrienta, reanimándolo cuando desfallece, con el trago de caña que llevan de reserva en un frasco que ocultan en el seno con aquel objeto desde el principio de la campaña y cerrando sus ojos con mano amorosa y tierna cuando la muerte ha apagado en ellos todo brillo de vida.

Y se les vé guardar aquel cadáver con un recogimiento místico, hasta que despues de la batalla vienen los compañeros que le han de dar sepultura.

Asi no es estraño ver en aquellos campos de batalla, las mujeres corriendo de un lado al otro en busca del agua que ha de mitigar la sed de su hombre ó de su oficial, ó jadeantes y llorosas detras del peloton que lleva una terrible carga.

Y magníficas de bravura y de belleza, no es tampoco estraño verlas levantar un sable ó un fusil, para defender la vida de su hombre que acaba de caer herido mortalmente y que no podria defender por sí aquel pucho de vida que queda.

Y el soldado la respeta y la quiere, porque ella representa la única asistencia ó el único consuelo áque puede aspirar una vez tendido en el campo de batalla.

Pedro Sosa, sargento de la compañía del teniente Monges entonces, asistia á la batalla, seguido de su valiente y espléndida amante Sofia, que no lo habia abandonado desde que empezó la campaña.

En los momentos de trégua era ella quien limpiaba amorosamente el sudor que bañaba su rostro varonil y espresivo y sin perderle pisada para poder asistirlo en el acto en el momento que fuera herido.

Y reia como una loca ante los actos de bravura que se sucedian unos tras otros en aquel sangriento campo de batalla queriendo adivinar en los ojos de Sosa cualquier necesidad que éste pudiera sentir.

Y mostrando en su risa sus blanquísimos dientes, trataba de animarlo con sus frases mas cariñosas pronunciadas en guaraní.

Monges, como otros muchos miraban de cuando en cuando á la hermosa Sofia, entusiasmados por su propio entusiasmo y observando la felicidad suprema que espresaba el bravio semblante del sargento Sosa.

A cada tregua que les daba el enemigo, Sosa descansaba en la plácida mirada de su amante que le daba á beber un traguito de caña de la que llevaba en el seno y de reserva para remedio, en el caso que Sosa pudiera ser herido.

Porque un trago de caña en caso de herida, es un bálsamo que fortalece y que consuela, de una manera que solo puede apreciar el que se ha hallado en el caso de necesitarlo y de obtenerlo.

De pronto la compañía de Monges fué sériaménte cargada por un peloton de caballeria que parecia los iba á arrollar de una manera inevitable.

La compañía se sostuvo con una bravura inmensa, soportó la carga con todo su empuje y el entrevero se produjo.

En las cargas de caballeria cede siempre el que ha de recibirla y que permanece firme, ó el que la trae, rechazado por el violento choque del que espera.

Cuando ninguno de los dos cede en el primer momento, el entrevero se produce de una manera sangrienta.

Los ojos chocan sus relámpagos, el golpear de los sables se mezcla al maldecir de las bocas, el lamento de que cae se confunde con la injuria del que fuga y el revolver de los caballos y las voces de los hombres y el golpe seco de las armas forman un conjunto indescriptible.

Y se vé al ginete que cae entre los vasos de los caballos, mientras el suyo, libre de todo gobierno sale de aquel campo de muerte, á la carrera lanzando ese relincho sordo y especial que le ha arrancado el asombro.

De pronto un inmenso clamoreo lo domina todo, gritos alegres reemplazan el fragor de las armas que ha cesado y un alegre movimiento se produce allí donde poco antes se hadado y recibido la muerte.

Es el clamoreo inmenso con que el grupo que queda despide al grupo que se retira vencido y estenuado.

Así la caballería que cargaba á Monges habia chocado con su tropa que permanecia impasible, y el entrevero se había producido.

El sargento Sosa, seguido siempre por su amante en la confusion del combate, hacia proezas de valor.

En todos los instantes se veia alzarse su brazo armado del luciente sable y sembrar á su lado la muerte y el espanto.

Y era magnífico ver aquel hombre jóven y hermoso atender á todos los puntos del combate, sin abandonar de su mirada á la bella Sofia que no se separaba de la grupa de su caballo.

Aquello tenia que terminar pronto.

El enemigo comprendió que estaba vencido y empezó á remolinear preparándose á la huida.

Entonces sucedió una cosa inesperada.

El jóven oficial que mandaba la tropa enemiga y que combatia cerca de Sosa, asombrado ante el valor y la espléndida hermosura de Sofia, mientras los suyos cargaban, al sargento la levantó en un descuido y poniéndosela por delante de su caballo, salió de entre la confusion del combate acompañado de cuatro ó seis hombres.

—Sosa! me llevan! gritó Sofía luchando por desprenderse de los brazos que la aprisionaban.

Pero aquel oficial, jóven y sonriente por el placer de contemplar su presa, tenia mas fuerzas de las que hubiera sido posible calcular en su aspecto delicado.

El sargento al sentir aquella voz de “Sosa, me llevan se estremeció poderosamente y miró al grupo que rodeando á su oficial y á su amante se ponian en fuga.

Y sintiendo un vértigo de muerte salió de entre las tilas rápido y magnífico y se lanzó en persecucion del grupo aquel, que trataba de alejarse á toda la velocidad de sus fatigados caballos.

Felizmente Sosa estaba muy bien montado, de modo que apenas habian tenido tiempo de correr dos cuadras, cuando el sargento Sosa hundia de un sablazo la cabeza del soldado que guardaba las espaldas á un oficial.

Y vió entonces á Sofia prendida de la cara del oficial, á falta de barba, que luchaba por libertarse de entre sus brazos.

Todos se volvian á contener al sargento facilitando la huida del oficial y se trabó entonces una lucha tan desigual como sangrienta.

Sosa, temiendo que el oficial pudiera llevar su presa peleaba como un leon para abrirse paso, habiendo postrado á otro enemigo y recibido él una herida séria.

Sin perder la serenidad y el valor, Sofia, luchando desesperadamente se habia prendido de las riendas del caballo de su raptor, para impedirle adelantar camino.

Y tales habian sido los esfuerzos hechos, que ésta y él habian caído del caballo, y forcejeaban, él por arrastrarla hácia su campo y ella para aproximarse á Sosa, quo peleaba de una manera desesperada.

—Mátenlo de una vez! gritó en guaraní el oficial á los suyos.

Y éstos cargaron contra Sosa tratando de cumplir la orden.

Pero Sosa, recogiendo todas sus fuerzas y limpiando con la mano la sangre que salia de la herida y lo ennegrecia, cargó de una manera decisiva.

Uno de los soldados rodó por el suelo bajo el filo de su sable, mientras otro recibía una herida de hacha, y él mismo era herido de nuevo.

Pero pasó por entré ellos y jadeante y magnífico cayó sobre el grupo que formaban su amante y el oficial.

Este no tuvo mas remedid que soltar la presa para sacar el sable y defenderse de aquel hombre que, como una fiera, se le venia encima.

Sosa realmente, despues de mirar á su amante con toda la pasion de su alma, cayó sobre el jóven.

En el choque, la espada de éste saltó hecha pedazos y Sosa levantó su brazo poderoso armado del sable y fué á descargarlo sobre el jóven cuyo semblante estaba despedazado por las uñas de Sofia.

—No lo mates Pedro mio, gritó ésta deteniendo el brazo del sargento, mira que tal vez tenga madre.

El sargento miró á su amante y se contentó con dar un puntapié al jóven, mientras le decia picarezcamente: que Dios te ayude! te dejo vivo pa que te acordés de mí toda la vida, y porque la Reyna lo quiere así.

El oficial quedó allí avergonzado é indeciso, mientras el sargento y Sofia se alejaban á reunirse con los suyos.

No habian andado dos varas, cuando tres compañeros del jóven les cerraron el paso, mientras aquel, vuelto en sí, lo acometia por la espalda.

Y ni siquiera le dieron tiempo para saltar á caballo.

Sosa dió un salto prodigioso de costado, puso á Sofia á la espalda asegurándola por la cintura consu brazo izquierdo y empezó á batirse nuevamente de una manera desesperada.

Estaba tan cansado, que él mismo desconfiaba que sus fuerzas le alcanzaran para luchar con ventaja mucho tiempo.

Y pretendia abrirse paso, descargando sablazos tremendos, mientras Sofía le suplicaba la dejase libre para poder ayudarle.

Entretanto la victoria se habia acentuado en las filas de Plácido Martinez y el enemigo empezaba á ponerse en fuga.

El grupito que combatia contra el sargento Sosa habia sido aumentado con otros soldados, que luchaban desesperadamente por arrebatarle la mujer, incitados por la voz del oficial.

Sosa habia logrado matar á uno de los soldados y herir á dos.

Pero él mismo habia recibido un par de heridas que, contribuyendo á debilitarlo cada vez mas, le hacian temer un mal resultado.

Así es que Sosa peleaba ya con verdadera desesperacion, pues si aquel combate se postergaba, seria vencido, indudablemente, por su propia fatiga y heridas.

En aquel momento, el mas dificil de todos y cuando ya Sosa empezaba á perder terreno, fué visto por los suyos.

—Allí está el sargento Sosa peleando solo para que no le lleven la moza! gritó un soldado que habia mirado al grupo lejano parándose sobre los estribos.

Fué entonces que Monges vió á su sargento, comprendió lo que habia pasado y lo que pasaba, y se lanzó en su socorro seguido de sus soldados.

El sargento, aturdido por otros dos golpes que recibiera y debilitado por la pérdida de sangre, habia doblado una rodilla para estar en posicion mas cómoda, y así seguia combatiendo de una manera heróica.

Sofía lloraba aterrada, cerrando con sus manos una ancha herida que su amante habia recibido en la frente y sin perder de vista el puñal que éste tenia en la cintura.

No se le escapaba que Sosa tendria que sucumbir de un momento á otro y pensaba ya en hacerle compañia, herida por su propia mano.

Por esto no perdía de vista el puñal de su amante, para poder darse la muerte antes que nadie pensara en impedírselo.

Fué entonces que llegó Monges seguido de los suyos, decidiendo rápidamente aquel combate tremendo.

Como si Sosa se hubiera estado sosteniendo con los segundos contados, en cuanto vió llegar aquel alivio inesperado se desplomó en medio de los tres cadáveres que lo rodeaban.

Y Sofía, con voz sollozante narró todo lo que habia pasado en aquellos cortos momentos, mientras se desgarraba la ropa para vendar las heridas de su hombre.

Monges acometió al oficial que en aquel momento trataba de saltar á caballo para huir.

Pero Sofía lo detuvo como habia detenido á Sosa, gritándole:

—Dejálo ché mi oficial! ya Sosa lo perdonó dándole una patada, porque tal vez tenga madre.

Y Monges, sonriendo ante aquel acto de suprema nobleza volvió al lado de Sosa á quien hizo envolver en una manta y llevar entre los suyos.

Así conoció Monges el valor de Sosa, siendo por esto que lo eligió el primero de todos.

El sargento por su parte guardaba un feconocimiento prafundo para aquel oficial que no solo le habia salvado la vida, sinó que, lo que para él importaba mucho mas, habia impedido que su Sofia fuera tratada como un botin de guerra.

Monges eligió otros cinco hombres, entre los cuales había uno de quien conocía el siguiente rasgo.

Sabiendo que esa misma noche debian asesinar al Coronel Reyna, Cárlos Luna, que así se llamaba este soldado, habia espiado á los asesinos que eran cinco, decidido á evitar el crimen á toda costa.