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«La Mazorca» (1899) es una novela de género folletinesco de Eduardo Gutiérrez que narra las torturas y matanzas llevadas a cabo por la Mazorca, una organización policial a las órdenes del gobernador de la provincia de Buenos Aires que usó el terror como instrumento de gobierno de 1835 a 1851.
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Seitenzahl: 678
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Eduardo Gutiérrez
DRAMÁS DEL TERROR
Saga
La mazorca
Copyright © 1899, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726642063
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Con el espíritu impregnado aún por el horror de esa época tremenda, vamos á exhibir ante nuestros lectores, el cuadro sombrio y sangriento que encierra la época maldecida comprendida entre los años 35 y 51.
El espíritu se conmueve, el corazon se estremece sollozante, y la inteligencia se resiste á creer en los horrores de aquellos tiempos inolvidables.
Es necesario recorrer una á una las pájinas del proceso seguido al asesino Juan Manuel Rosas y sus instrumentos.
Es necesario escuchar de los lábios estremecidos de algun anciano, escapado milagrosamente á la matanza, aquellos crímenes bestiales.
Es necesario, en fin, escuchar la indignacion que brota aún del alma de alguno de aquellos patriotas azotados por la mazorca, para convencerse de todo aquel orror, de toda aquella trajedia de diez y siete años!
El espíritu aterrado, cree asistir á una alucinacion fantástica, porque parece increible que el espiritu humano pueda asimilarse de aquella manera con los instintos bestiales de la fiera.
Y sin embargo, todo lo que se conoce de aquella larga noche de diez y siete años, es pálido y frio al lado de la realidad.
Aquellas cabezas sangrientas adornadas de perejil y exhibidas en los mercados;
Aquellos lábios violados y oprimidos, en que la muerte ha ahogado una maldicion;
Aquellos ojos cristalizados por la muerte, acusando en una mirada suprema la agonía que precedió á la muerte;
Aquellos cuellos sangrientos, destrozados por el serrucho con que se degollaba á la gente decente;
Aquella mirada brillante que parece mirar aún la esposa azotada ó el hijo apuñaleado, son verdades pálidas y débiles, al lado de otros horrores más ignorados, que exhibiremos de manera á no dejar la más remota duda.
El cuchillo desafilado reemplazando al puñal, y el serrucho sustituyendo á aquel, muestran el crescendo monstruoso de aquella turba de asesinos miserables, que se distinguian bajo el nombre de la mazorca.
Vamos á empezar este libro, con una descripcion de aquella asociacion infernal, para que el lector pueda comprender mejor la trajedia de que fué principal actora.
La mazorca, presidida en su primera época por el tremendo Salomon, se reunia en una casa situada frente al paredon de San Miguel, de propiedad de don Lúcas Gonzalez.
Una de sus primeras hazañas habia sido el degüello de este caballero, cuyos bienes fueron confiscados y entregada su casa para que sirviera de punto de reunion á sus asesinos.
Era don Lúcas Gonzalez un rico hacendado del Sud, cuyo único delito consistia en ser persona decente y honrada, delito imperdonable en aquella época nefanda.
Don Lúcas Gonzalez se habia casado en la familia de Borbon, cuyos deudos viven aún á inmediaciones de la Recoleta, en la calle Larga.
Deseando la tranquilidad de espíritu tan difícil entonces, y el bienestar de su esposa é hijos, el señor Gonzalez habia facilitado diversas veces sumas de dinero, á federales encumbrados.
Y creyendo que con ellas compraba su bienestar, compró su muerte terrible y dolorosa.
Creyendo que don Lúcas Gonzalez les cobraria deun momento á otro, las personas á quienes les habia facilitado el dinero, resolvieron deshacerse de él, para chancelar sus créditos de una manera definitiva.
Yla voz de que Gonzalez era un salvaje unitario, empezó á correr entre los altos círculos primero, descendiendo en seguida hasta Salomon y su gavilla.
No se necesitaba más sentencia de muerte.
Aquellas insinuaciones eran órdenes terribles, que la mazorca no tardaba mucho en ejecutar.
Sus miembros eran asesinos feroces que estaban en su elemento al cumplir aquellas órdenes.
Y además tenian el poderoso aliciente del saqueo de las casas á cuyos dueños degollaban.
Así, el calificativo de salvaje unitario, fué una sentencia de muerte que recayó en el desgraciado señor Gonzalez.
Serian las ocho de la noche, cuando este sintió golpear desaforadamente á la puerta.
Era la mazorca que con el cabo de sus puñales llamaba á la víctima anunciándole su próximo fin.
Sobrecojido de espanto el señor Gonzalez, mandó á la puerta un peon que tenia en su casa, para que sin abrirla, preguntara quién era.
Demasiado sabia él que solo la mazorca se anunciaba de aquella manera, pero no queria creer que fuera á él á quien buscaban.
— Abra usted á quien debe!respondieron al peon desde la calle, sinó echamos la puerta abajo y degollamos á todos los que hay adentro!
Y con los cabos de los puñales volvieron á golpear la puerta, produciendo un estrépito infernal.
El peon, sobrecojido de espanto fué á dar cuenta á Gonzalez de lo que sucedia, quien comprendió que era necesario tomar una resolucion estrema.
A las ocho de la noche, la ciudad presentaba entonces un aspecto imponente.
Todas las puertas estaban cerradas á piedra y lodo y por sus rendijas no se veia la menor claridad de luz, ni se escuchaba el más leve rumor.
Bien podia armar la mazorca en plena calle el escándalo más formidable, ninguna ventana se abria, ni se daba en las casas la menor señal de vida.
Es que al primer grito destemplado, las familias huian al fondo de las casas, para no oir los lamentos de la víctima y las imprecaciones de los asesinos.
Las calles silenciosas, no acusaban el rumor de paso alguno, á no ser el tropel de los asesinos que las cruzaban en todas direcciones, ó el paso tranquilo del caballo del sereno, cuyo sereno no era otra cosa que un ayudante ó espectador impasible de los crímenes que en plena calle perpetraba la mazorca.
Cada dos ó más cuadras se veia un resplandor y se apercibia un vocerio atronador.
Era alguna pulpería donde algun grupo de la mazorca se jactaba del último crímen, que narraba con todos sus repugnantes detalles, ó hacia el sangriento programa del que iba á cometer, detallando las prendas y dinero que pensaba obtener en el saqueo.
Aquel grupo se retiraba, pero era reemplazado en el acto por otro que iba á repetir la misma escena.
Y aquella concurrencia terrible se iba renovando á cada momento en las pulperias y almacenes, que permanecian abíertos hasta altas horas de la noche.
La mayor parte de estos grupos no pagaban la bebida consumida.
Pero cuál era el pulpero que se atrevia á exigir el pago?
El calificativo de salvaje unitario y un par de puñaladas habria sido la respuesta inmediata.
De todos modos, cuando el saqueo de alguna casa habia sido grande, casi todo el dinero quedaba en los mostradores de las pulperias y con esto cobraban con morrudos intereses todos los fiados del mes.
Así, pues, miéntras la mazorca llamaba de aquella manera desaforada á la puerta de Gonzalez, no solo no se abrió puerta alguna, sinó que la que por casualidad permanecia abierta se cerró de una manera precipitada.
De la pulpería más próxima acudió una pareja de mazorqueros, que se unió á los que golpeaban, entablando el diálogo siguiente:
— Qué, están de bolada?
— Sí, hemos venido á saludar al salvaje de don Lúcas que anda por volar.
— Y no habrán palomas adentro?
— Creemos que sí porque estos inmundos salvajes estan siempre bien acompañados.
Yo no sé que estómago tienen estas mujeres!
— Pues entonces y por si acaso les echaremos una manita.
Siempre serán dos facones más.
Y aquellos dos forajidos sacaron sus puñales y unieron sus golpes á los de los primeros.
Don Lúcas Gonzalez era un hombre bravo en toda la estension de la palabra.
Era mendocino y habia hecho su fortuna en el comercio, guiando él mismo sus primeras árrias.
Los peligros personales no lo espantaban pero no podia conformarse ante la idea de que su familia pudiera ser víctima de aquellos asesinos feroces.
Al momento se dió cuenta de su situacion, resolviéndose á abrir la puerta.
— Yo no tengo enemigos entre esa jente, dijo; por el contrario los federales mejor colocados me deben servicios y no debo tener nada que temer.
Pero, si me niego á abrir, me hago sospechoso, y poco es lo que adelanto, pues de todos modos concluirán por echar la puerta abajo.
Resuelto á todo, se echó un par de pistolas al bolsillo y mandó abrir la puerta.
Apénas se hubieron corrido los pasadores, la mazorca dió un empujon á la puerta y se lanzó dentro de la casa blandiendo los puñales y dando terribles gritos de viva la federacion! mueran los inmundos salvajes unitarios!
La primera víctima tué el péon que habia abierto la puerta.
Dos manos hercúleas lo tomaron de los cabellos, antes que el paisano intentara defenderse, echándole la cabeza hácia atrás.
Por un movimiento istintivo, se llevó ambas manos al cuello como única defensa, pues ya los asesinos le habian arrebatado el puñal de la cintura y se le habian prendido de las piernas.
Poca defensa fué aquella para las filosas cuchillas que se disputaron su garganta.
Los dedos cayeron primero, y momentos despues su cabeza destilando sangre, era levantada como un trofeo por el que le tenia agarrado de los caballos.
Una estrepitosa carcajada saludó aquella cabeza.
El cuerpo fué arrojado á un lado del zaguan, despues de sacarle el tirador de la cintura, y la turba siguiendo el que llevaba la cabeza, penetró en la casa.
El señor Gonzalez, estaba en el comedor, que cuadraba el primer pátio, de pié delante de la mesa y completamente dominado por el terror.
Hacia pocos momentos que acababa de comer la família, y aún estaban sobre la mesa los últimos platos.
El comedor estaba alumbrado por la luz de un quinqué, que bañaba de lleno la persona del dueño de casa.
Aunque solo él estaba en el comedor, por los asientos de la mesa se comprendia que allí habian comido más personas.
Era la desgraciada familia de Gonzalez que éste acababa de mandar esconderse en el interior de la casa.
Aunque no habia podido ver lo que pasó en el zaguan, por la oscuridad del pátio, don Lúcas, por el rumor de la lucha y el estertor del peon comprendió lo sucedido.
De modo que, mudo y aterrado, de pié en el comedor, y sin atinar á sacar las pistolas del bolsillo, contempló con mirada estraviada la invasion de aquellos asesinos.
Estos penetraron al comedor mostrando sus cuchillos empapados en la sangre del peon.
Uno de ellos tomó una copa de vino que se hallaba servida y se la echó al coleto despues de dirijir á la cabeza del peon estas palabras:
— A tu salú, cara de maiz frito! frase que fué saludada con un trueno de risas y dicterios.
— Viva Rosas!
— Viva la federacion!
— Mueran los salvajes unitarios! gritó la turba, arrojando á la cara de Gonzalez la cabeza de su peon.
— Yo no soy un salvaje unitario, balbuceó Gonzalez.
Soy bastante conocido como buen federal y mañana entablaré la queja de este atropello.
— Mañana será tarde, repuso el que encabezaba la turba, porque ahora mismo te vamos á tocar el violin.
— Y cuál es la causa? preguntó Gonzalez, que ante la realidad del peligro empezaba á serenarse.
— De que sós un salvaje unitario!
— Mentira! soy federal, insistió Gonzalez.
— Ya te daremos federal! replicó el mismo bandido y se le fué encima dándole en la cabeza con el cabo de la daga.
Gonzalez vió que no habia más remedio que morir matando, y sacó sus pistolas.
Pero demasiado tarde ya.
Los asesinos se le fueron encima y lo desarmaron en medio de sangrientas burlas.
Y miéntras unos vaciaban el vino que habia quedado en las botellas y otros empezaban por el saqueo de los cubiertos de plata que habia sobre la mesa, los demás sacaron á Gonzalez á empujones hasta el pátio.
Don Lúcas trataba de defenderse de todos modos pero miéntras más desesperada era la defensa, más récios eran los empujones y más terribles los insultos.
Aquellos miserables trataban de divertirse con la víctima, haciéndole apurar todo género de humillaciones ántes de degollarlo.
— Primero con vos! le gritaban, primero con vos y despues con la asquerosa de tu mujer, que es muy buena moza, la muy puerca y muy salvajona.
Hemos de bailar un federal, rodeando tu cabeza.
— Por Dios gritó Gonzalez, sintiendo que su razon empezaba á turbarse.
Yo les daré toda mi fortuna, les entrego mi casa para que se lleven todo lo que hay en ella, les regalo cuanto poseo, pero no me maten!
— No señor, porque todo eso lo vamos á tener aunque no querás, y en ancas tu cabeza y la de tu mujer.
— Todo cuanto tengo, inclusive mi misma cabeza! gritó Gonzalez, vencido por el horror de aquella amenaza.
— Ni los gatos van á quedar aquí con vida!
Gonzalez, por ir en auxilio de su esposa, ya con la razon perdida, quiso abrirse paso por entre los asesinos y dió un bofe on al que tenia más cerca.
Esta fue la señal de muerte.
Los asesinos, miéntras unos concluian de arrojar, al pátio, con infernal estrépito, la loza y cristales que habia en el comedor, empezaron á empujar á Gonzalez en direccion á la calle, pinchandole con la punta de los puñales.
En el zaguan resbaló en la sangre de su peon que había formado un chargo, y cayó sobre su cuerpo.
De allí fué levantado del pelo, á golpes y punta-piés y sacado á la calle.
— Socorro! socorro que me asesinan! gritó entonces Gonzalez aferrándose al cuello de uno de los asesinos.
Pero sus voces no tuvieron más contestacion que las risotadas de estos.
Un sereno ocurrió al laberinto que se habia armado,y el secorro que prestó á Gonzalez, fueron las siguientes palabras:
— Maten de una vez á ese chancho que con sus gritos no deja dormir á los buenos federales!
— Querés una mojada, tuerto? le preguntó uno.
— No porque hace mucho frio y tengo pereza de sacar las manos.
Los serenos, como las demás autoridades análogas, reclutados entre los bandidos más feroces, sabian que aquellos degüellos se hacian por órden del patron, y lejos de impedirlos, los aplaudian, cuando no tomaban parte en ellos.
Gonzalez fué puesto contra la pared, y aunque opuso toda la resistencia de que es capaz un hombre bravo en tan amargo trance, sintió en su cuello el filo de dos ó más puñales que se disputaban por dividirlo.
Un momento despues su cabeza pasaba de mano en mano, miéntras su cuerpo, dejando escapar un grueso chorro de sangre, por el cuello destrozado, daba algunos pasos aún y caia al medio de la calle.
— Ya cantó esa maula! gritaron entonces los asesinos, y volvieron á penetrar á la casa para entregarse al saqueo.
Este fué tan completo como lo podia hacer la mazorca.
Los muebles fueron despedazados y vaciados de cuanto contenian.
Dinero, alhajas, ropas, todo lo que representaba un valor fácil de realizar, fué atado entre los ponchos y repartido entre los asesinos por propia adjudicacion.
Lo que no podian llevar consigo, por demasiado pesado, ó porque no sabian que hacer de ello, era despedazado ó quemado.
Los marcos de los espejos sirvieron para hacer una fogata, donde los asesinos calentaron agua y terminaron la jarana con un cimarron.
Concluido el saqueo, que los habia embargado por completo más de dos horas recordaron recien que aún les faltaba algo que hacer.
— Y qué se habrá hecho la compañera? preguntó el más harapiento de todos ellos.
— Es verdad, con todos los diablos! ahulló el que tenia atada á la cintura, por los cabellos, la cabeza de Gonzalez.
Ha de estar por ahí escondida.
Vamos á hacerla que le dé un beso á su marido.
Que lo bese!
— Y despues la castigamos!
— Viva Rosas! vociferaron los demás.
Y aquella turba feroz, enardecida por el olor de la sangre que habia derramado, se desparramó por la casa buscando á la señora de Gonzalez.
Miéntras efectuaban la pesquisa, cada uno de ellos proponia en medio de estruendosas carcajadas la iniquidad que con ella habian de cometer.
Pero felizmente no pudieron dar con ella.
La señora se habia salvado por los fondos de la casa y pasado á la vecindad, forzada por otros criados que habian obedecido la última órden de Gonzalez.
La pobre señora huia creyendo que su marido habia logrado hacer lo mismo por la puerta de calle.
Así se lo habian hecho creer los servidores que la acompañaban, para decidirla á abondonar la casa.
No hallando á la señora, el furor de los asesinos no reconoció límites y empezaron á despedazar lo poco que quedaba en pié.
En esta tarea estaban, cuando descubrieron dos barriles de vino que habia en una pieza.
Era vino de la tierra del señor Gonzalez que recibia con frecuencia para su uso.
Los asesinos rodearon los dos barriles y se pusieron á beber con comodidad.
Estaban en lo más grato de la ocupacion, cuando se apareció un nuevo tertuliano que venia á tomar parte en el beberaje.
— Hijos de mala madre! les gritó desde la puerta del cuarto ¿qué todavia no han cosuido?
Venga un trago que tengo el guarguero entumido, de tanto tiempo que no tomo ni agua.
La presencia del sereno, que era el mismo que habia presenciado el degüello, renovó la algazara de los bandidos.
Quien le dió un empellon, como prueba del placer que esperimentaba al verlo allí, quien le tiró una canchada, y quien por fin le hizo subir á caballo sobre uno de los barriles.
Las cabezas de Gonzalez y su peon fueron colgadas por los cabellos, de los pasadores para que presenciaran la fiesta mientras los asesinos se prendian del vino con un entusiasmo febril.
De cuando en cuando se dirijian á las cabezas elogiando el licor y cruzándoles el rostro lívido con algun golpe de lomo de facon.
Aquello tocaba ya el límite del horror si es que para esa canalla el horror tenia algun límite.
De pronto el sereno bajó del barril y levantó las manos como pidiendo silencio.
— Voy á darles una noticia de lo fino! chilló, pero me van á dar mi parte.
— Concedido! concedido! ahulló la turba, pero si no es de lo fino, te echamos á la calle y no te damos más vino.
— Pero si es como digo me dan la parte que voy á pedir.
— Concedido! concedido!
— Que cante! que cante pronto!
El vino deMendoza habia comenzado á hacer su efecto y la escena tomaba su aspecto más nauseabundo.
— Yo conozco una moza, gritó el sereno, pero una moza como no se ha visto otra.
— Vaya una noticia! si no tenés otra mejor, á la calle.
— Es que la moza que yo conozco, añadió el sereno, es nada ménos que la querida del aparcero.
Y señaló con una guiñada la cabeza ensangrentada del señor Gonzalez, colgada del pasador como hemos dicho.
— Tiene la casa hecha un chiche, y debe haber allí un platal, como que el aparcero la tenia á lo decente.
Y volvió á señalar la cabeza de Gonzalez.
— Y dónde vive?
Dónde vive? preguntaron los asesinos, cuya mayor parte estaban ya completamente borrachos.
— Alto ahí — replicó el sereno.
Yo digo donde vive, pero quiero mi parte.
― Y cuál es tu parte, condenado?
— Mi parte ha de ser una mulatilla muy donosita que hay y un poco de platita.
Si no, cierro la de beber vino y no hay señas.
— Se te concede la plata, tuerto trompudo!
— Se te dará la mulatilla, pero no la has de ahogar con la trompa.
Todos festejaron esta farsa hecha á la enorme boca y gruesisimos lábios del tuerto.
— Entonces en marcha que yo guio.
Las cabezas fueron descolgadas de los pasadores, y atadas á la cintura.
Y los que podian tenerse en pié, siguieron al tuerto, dando desaforados vivas á la federacion y al ilustre Restaurador de las leyes.
Como á las cuatro ó cinco cuadras de San Miguel hácia el campo, el tuerto se detuvo ante una casa pequeña, pero cuyo aspecto esterior indicaba que se vivia allí, sinó con lujo, con gran comodidad.
Segun se decia entonces y lo que aseguró el tuerto, allí vivia una dama con quién el señor Gonzalez tenia estrecha relacion.
Esta dama, bastante hermosa, y cuyo lujo habia llamado alguna vez la atencion del barrio, vivia allí desde hacia algunos meses, en compañia de una pardita, cuya hermosura habia levantado furiosa algarabia entre los compadritos de todo el barrio.
— Aquí es, dijo el tuerto desmontando, pero ya saben mi comision.
— No te apurés, dijo uno — bien dicen que no hay tuerto que no sea desconfiado.
Apénas el sereno habia indicado la puerta, los bandidos sacaron las dagas y empezaron á golpear con la empuñadura.
Los que llevaban las cabezas no se tomaban tanto trabajo, y golpeaban con ellas, tomándolas de las orejas.
Al poco rato se sintieron carreras en el interior de la casa y un rumor como llanto de mujeres.
Convencidos de que no les abririan, los bandídos forzaron la puerta, ayudados de sus facones y del sable del tuerto, que habia dicho:
— Yo garanto que adentro no hay ningun hombre.
Forzada la puerta, los mazorqueros penetraron á la casa, forzando las de las habitaciones para penetrar á las piezas.
En el dormitorio de la señora, se hallaba esta, envuelta con las ropas de la cama, acurrucada contra una paraita sonrosada y bella.
Las dos mujeres se hallaban dominadas por el más hondo y conmovedor espanto.
La vista de aquellos hombres visiblemente borrachos, blandiendo enormes cuchillos ensangrentados, ostentando como trofeos dos cabezas humanas, concluyó de aterrar á aquellas infelices.
— Buena noche salvajona, dijo el de la cabeza, aquí traemos á tu gaucho para que le dés un beso.
Y acercó al bello semblante de la jóven dama aquella ensangrentada cabeza.
La señora lanzó un grito estridente, abrió los ojos de una manera vaga y se cubrió el sembante sin poder articular una palabra.
Los asesinos, con sus manos esangrentadas separaron las de la jóven de su bello semblante y le acercaron la cabeza lívida de Gonzalez.
El espanto devolvió la palabra á aquella desventurada, que empezó á dar voces de socorro, miéntras la pardita se prendia de su cuello llorando amargamente.
El tuerto se aproximó á ella y tomándola de un brazo la arrancó del lado de su ama.
— Vamos prenda, le dijo, vamos que yo la voy á sacar para que no le suceda una desgracia.
La pardita empezó á dar terribles gritos, que se mezclaban á las voces de auxilio de la señora y á los juramentos y ternos de los bandidos.
— Si no caminás roñosa, te hago yo caminar pronto, vociferó el que parecia desde un principio que tenia más ascendiente sobre los otros.
Y dió un puñetazo terrible sobre la espalda de la mulatilla.
— Me van á degollar! gritó esta entonces — socorro!
El tuerto tiró de ella con fuerza, miéntras sus compañeros le descargaban una andanada de puñetazos y trompadas.
La negrilla al ser arrancada de su ama, llevó con ella las cobijas que la cubrian, dejándola en la situacion más desesperante que pueda hallarse una mujer.
El tuerto salió con su presa, que una vez en la puerta de calle volvió á prorrumpir en gritos desaforados.
— Te callás ó te deslomo, dijo el tuerto echando mano á su sable.
La mulatílla para no peorar su triste sítuacion guardó silencio.
El sereno entonces la acomodó sobre su caballo, saltó en seguida con sin igual limpieza y salió al galope en direccion al hueco de Lorea, hoy la plaza del mismo nombre.
Ignoramos cual fué la suerte de aquella desgraciada.
Volvamos á donde quedaba su ama en trance tan amargo.
Al ver sus carnes blancas, los bandidos prorrumpieron en su más insolente carcajada.
— Bese á su gaucho maula! gritó de nuevo el bandido que tenia la cabeza de Gonzalez, acercándosela al semblante.
Despues nos besará á nosotros y sabrá lo que vale una boca federal.
Y como la dama retrocedia aterrada, aquel bandido cobarde envolvió su hermoso cuerpo con la lonja de su rebenque.
La señora lanzó un ¡ay! prolongado y quiso correr para las otras piezas, pero los asesinos le cerraron el paso.
— Bese á su gaucho, salvajona unitaria! replicó el bandido, acercándole aún la cabeza ensangrentada.
Y el segundo rebencazo vino á formar una larga y cárdena lista sobre aquella espalda mórbida y bella.
Los otros no quisieron ser ménos y los que tenian rebenque imitaron la accion del primero, á las voces de bese ásugaucho!
Aquello era monstruoso y bestial,
La dama vencida por el dolor y el espanto, creyendo salvar la vida por este medio, besó aquella cabeza pálida y helada y aquella boca violada y entreabierta.
Pero con esto no hizo sinó escitar más la ferocidad de aquellos bárbaros.
Las lonjas de los rebenques empezaron á caer implacables sobre su cuerpo, al compás de las risotadas más infernales y de las palabrotas más nauseabundas.
Y siguieron castigando hasta que la jóven dama estenuada y moribunda cayó al suelo privada del sentido.
De todo su cuerpo, convertido en un tejido de costurones, brotaba la sangre negruzca y coagulada por la misma fuerza de los golpes.
Una patada tremenda fué el punto final de aquella escena salvaje.
Los asesinos se desparramaron en seguida por la casa, despedazando los muebles y rastreando todos los objetos y prendas de algun valor.
Aquella desventurada poseia en realidad, gran cantidad dealhajas ricas y bastante dinero, que el que lo hallaba trataba de ocultarlo apresuradamente, para no tener que partirlo entre los demás compañeros.
Como lo habian hecho en lo de Gonzalez, destrozaron todo aquello que por su peso y volúmen no pudieron llevar.
Los muebles y espejos fueron despedazados y la loza y cristales arrojados al pátio con un estrépito infernal.
Antes de retirarse de la casa, cargados del producto del robo, pasaron por delante de la jóven que permanecia aún en el suelo sin conocimiento.
Ypara ver si finjia algun desmayo ó lo estaba realmente, todavia le pegaron algunos golpes de lonja, como yapa de la infamia.
Aquel cuerpo presentaba en toda su estension una gran mancha que variaba desde el violado hasta el verde y el negro.
Aquellos miserables, despues de apartarlo con el pié, se retiraron á los gritos de ¡mueran los salvajes unitarios!
Viva la federacion!
De allí se dirijieron en pandilla al mercado, con los primeros resplandores del dia.
El mercado era el foco de los bandidos, sobre todo el gremio de los carniceros.
Allí habia un tal don Ramon, que más tarde, en 1848, sostenia que en muchas mañanas habia vendido trozos de carne humana, á los que le parecia que tenian caras de salvajes unitarios.
Cuántas veces en aquella época tremenda salió don Ramon de su puesto á dar una puñalada, delante de todos, y volver con el mismo cuchillo ensangrentado á cortar cinco pesos de puchero para el marchante que los habia pedido!
Y desgraciado del que se hubiera resistido á tomar la carne! hubiera sido calificado de salvaje unitario y tal vez muerto á puñaladas allí mismo.
Don Ramon era un tipo especial como bandido, que más tarde hemos de ver figurar en las escenas más terribles.
Fué al puesto de don Ramon donde se dirijieron los asesinos de Gonzalez.
Y allí, despues de relatar todo lo sucedido, colgaron al lado de las tiras de asado aquellas cabezas lívidas, adornándolas con perejil y toda clase de verdura.
Allí estuvieron todo el dia espuestas al escarnio federal, hasta la tarde, que fueron arrojadas al carro de los desperdicios.
La Policía recojió al dia siguiente los dos cuerpos de las víctimas, sin tomarse siquiera el trabajo de averigüar qué grúpo de la mazorca los habia degollado.
La casa de don Lúcas Gonzalez fué declarada oficialmente el recinto donde la mazorca habia de celebrar sus sesiones.
La autoridad léjos de perseguir el crímen infame, trató de ocultarlo.
El cuerpo de Gonzalez fué llevado al cuartel de serenos, en la calle de las Piedras, donde se simuló fusilarlo por salvaje unitario.
El cuerpo de serenos era una asociacion tan terrible como la misma mazorca.
Más tarde nos ocuparemos de ella detalladamente.
El cuerpo de Gonzalez fué colocado, para hacer el simulacro de fusilamiento, al lado del doctor Saráchaga, á quien iban á fusilar realmente aquella noche.
Más adelante nos hemos de ocupar tambien de este asesinato, por los detalles terribles que lo precedieron.
El cadáver y Saráchaga fueron así fusilados bajo nna misma descarga, en medio de las sátiras más miserables, pretendiendo hacer creer á la poblacion que Lúcas Gonzalez habia sido fusilado por delitos políticos incalificables.
Al dia siguiente el mercado era teatro de una nueva escena, tan imponente y conmovedora como las que acabamos de narrar.
Moreira, el terrible Moreira á quien el mismo Rosas hizo fusilar, para librarse de tan feroz asesino, era el héroe de este nuevo horror.
Yendo al mercado á hacer sus compras aquella madrugada, vió las dos cabezas que adornadas de verdura y cintas celestes, exhibia D. Ramon al lado de las tiras de carne.
El tremendo Moreira se acercó á las cabezas, y palmeando impíamente á la de Gonzalez, preguntó á D. Ramon quien habia hecho la hombraba y quienes eran los dos salvajes.
Cuando estuvo al cabo de todos los detalles del crímen, soltó una maldicion esclamando:
— Pues por Dios que yo no he ser ménos que nadie!
Con tu permiso, Ramon.
Y sacando su filosa cuchilla, arrancó, con inimitable maestria y formando una peluca, la cabellera de Gonzalez.
Moreira arrancó aquella cabeza y la arrojó á un rincon del puesto, como cosa inservible.
En seguida ató aquella peluca á la cola de su caballo, y salió á darse un corte por aquellos barrios, con el sangriento despojo.
Toda aquella mañana y parte dela tarde, el asesino Moreira paseó á la cola de su caballo, la cabellera de Gonzalez, adornada con profusion de cintas celestes.
Este género de hazañas eran las que habian dado una triste celebridad á aquel bandido tan terrible y cruel.
Este fué el fin dramático de Lúcas Gonzalez, cuya casa habia de pasar á ser propiedad del asesino Salomon, y centro de las reuniones de la mazorca.
Sus bienes fueron confiscados y repartidos, en remate público, entre los buenos federales, como se hacia entonces.
En cuanto á su pobre amiga privada de todo socorro, pues nadie se atrevió á prestárselo, no volvió más de su desmayo. Cuando fueron á confiscarse sus bienes como de Gonzalez, se la encontró cadáver en el mismo sitio que habia caido.
La muerte habia seguido al desmayo.
Esta trajedia terrible no concluyó aquí.
Veamos su sangrienta terminacion.
Desde el dia siguiente á los degüellos de que hemos narrado, un grupo de la mazorca, bajo la presidencia del fatídico Salomon, declaró la casa de Gonzalez su alojamiento.
Allí, sin siquiera limpiar la sangre que se veia en charcos por todas partes, se recojió á dormir la siesta y la mona, como quien dice sobre sus laureles.
Aquella casa, tan tranquila habitualmente, fué ese dia el teatro de las más clásicas borracheras, con todo el aspecto original y repugnante de una crujia.
En la casa del Sr. D. Lúcas Gonzalez vivia un dependiente del Sr. Borbon, suegro y sócio de aquel.
Este dependiente era un jóven Gamboa, persona de irreprochable conducta y de distinguida educacion.
Gamboa se habia hecho acreedor á toda la confianza de Gonzalez, como de Borbon por su noble espíritu y su honradez acrisolada.
Vivia en la casa y tenia á su cargo no solo la llave de la casa, sinó la administracíon de los valores más fuertes.
Se recibian continuamente crecidas remesas de las provincias, que se liquidaban prontamente, á lo que debia D. Lúcas su cuantiosa fortuna.
Gamboa no se habia mezclado á ninguna de las fracciones políticas.
Los federales lo repugnaban de una manera invencible, y ser unitario en Buenos Aíres, era lo mismo que decretarse la muerte.
Queria vivir tranquilo y aparentaba la mayor indiferencia por todo lo que no era el comercio á quien pertenecia.
Pero esto mismo era un delito de que no se habia apercibido.
Rosas no queria indiferentes sinó federales, y federales entregados en cuerpo y alma á la adoracion de su persona y al aplauso de sus maldades.
El indíferente era para él lo mismo quel el unitario ó el lomo negro.
No pasaba mucho tiempo sin que lo señalara á la mazorca, con su dedo nervioso, y entonces su cabeza no quedaba más segura sobre sus hombros, que un billete de banco en la crujia de una cárcel.
Pero Gamboa no tenia ni siquiera el coraje de finjirse federal y aplaudir las maldades de aquellos facinerosos.
Sencillo y arreglado en sus costumbres, asistia díariamente al escritorio, donde trabajaba sin descanso hasta la caida de la tarde.
Comia en la casa de Gonzalez y á la noche salia á dar un poco de espansion á su espíritu.
Gamboa, á sus bellas condiciones morales reunía un fisico fuertementc simpático.
Aunque no bello, su semblante vigorosamente varonil era gentil y bien modelado.
Todas su facciones estaban en perfecta armonia y á sus espresivos ojos negros, asomaban los destellos de un alma viril y bien templada.
Gamboa estaba en sus veinte y cinco años, á esa edad en que todo sonrie y en que no hay pena que alcance á durar un par de horas, á esa edad donde la desventura más grande es una calabaza recibida de la mujer que se ama.
Gamboa tenia sus amores, á los que dedicaba la mayor parte de sus noches.
La prenda por quien suspiraba, era una graciosa morena de la calle de Cuyo, que se sentia feliz ante el cariño tranquilo de Gamboa.
Cuando concluia de comer, se acicalaba de la mejor manera que le era posible, é iba de visita á casade su novia, que vivia en compañía de la madre, hermosa y jóven señora todavia y una hermanita de corta edad.
Allí pasaba la noche de una manera grata é inocente,
Se tomaba mate y se charlaba en grande de todo ménos depolítica, porqué las paredes oían y delataban.
De rato en rato Gamboa y María, volcaban su corazon en una mirada, y se decian aquellas ternezas que se incrustan en la memoria para no borrars jamás.
Gamboa, como María, tocaban la guitarra, lo que contribuia á hacer más amena la reunion.
La guitarra era el pretesto, además, para que los amantes se dedicaran en supremas miradas, las frases más tiernas de la cancion.
Entre diez y diez y media de la noche, Gamboa se retiraba á la casa de Gonzalez, llevando sobre sus lábios la flor que adornaban las trenzas de su María y sobre el corazon el recuerdo de su imájen purísima y risueña.
Una vez en su cuarto, depositaba la flor en la cajita que guardaba las otras, despues de besarla íntimamente, sonreia ante el porvenir feliz que le esperaba y despues de pensar en su buena madre, de cuyas caricias se hallaba privado desde hacia cuatro años, se entregaba al descanso hasta el dia siguiente, á la hora de almorzar y asistir al escritorio.
Así pasaba Gamboa una existencia feliz y tranquila, sin que la más remota nube la hubiera jamás oscurecido.
Cuando se retiraba de noche, lo hacia siempre acompañado de un rico par de pistolas, regalo de Gonzalez, únicos amigos á quienes confiaba la defensa de su vida.
Con aquellas dos pistolas y su corazon viril y sereno, Gamboa se creia seguro de impedir cualquier asalto que sobre él hubieran intentado.
No tenia por otra parte enemigos personales, ni creia que jamás tendria la menor dificultad por causas políticas á las que como hemos dicho, no se mezclaba.
Muchas veces María le hacia retirar más temprano, cuando los asesinatos se aumentaban.
Pero él, golpeando los bolsillos donde guardaba sus pistolas, le respondia.
— No teman ustedes.
Nadie tiene por qué meterse conmigo, porqué yo no me mezclo en lo que hace el Gobierno.
De todos modos, si alguien tuviera la mala ventura de venírseme al cuello, no le arriendo las ganancias.
— Es que yo tengo miedo, decia entonces la gentil María, con toda la dulzura de su melódico acento.
Tengo miedo por usted, Gamboa.
A esta hora no andan en la calle sinó grupos de bandidos yyo moriria si por nosotras sucediese á Vd. una desgracia.
— Si se trata de la tranquilidad de ustedes, no digo nada, replicaba entonces Gamboa, pero pierdan todo recelo que nada puede sucederme.
Efectivamente nunca le habia sucedido el menor contratiempo.
Muchas veces se habia encontrado con grupos de malhechores, que venian ó iban á cometer algun crímen.
Pero jamás le habian dicho nada.
O lo creian un buen federal, ó se engañaban ante la enorme divisa que usaba á pedido de su Mo.
La noche que degollaron á Gonzalez y mataron á golpes á su amiga, Gamboa no estaba en la ciudad.
Habia pedido permiso por la mañana y se habia ido á pasear á San Fernando, en compañía de la familia de su novia.
Habia pasado un dia y una noche deliciosa.
Cuando degollaban á don Lúcas, tal vez se hallaba entregado á su idilio más encantador.
Al dia siguiente se pusieron en marcha de regreso, calculando estar en la ciudad al tocar oraciones.
Cuán ageno estaba Gamboa de lo que habia sucedido!
Entonces no habia en Buenos Aires sinó muy pocas volantas y estas eran de propíedad de las familias más pudientes y destinadas para pasear hasta Palermo, cuando más lejos.
Los viajes á Belgrano, Flores ó pueblos más lejanos se hacian en carreta.
Así es que un viaje á San Fernando era cuestion de un dia.
Apénas llegó Gamboa á la ciudad, dejó en la calle de Cuyo á la familia de María y se dirijió á casa de Gonzalez.
Temia haber hecho gran falta y se proponia trabajar en grande al dia siguiente, para resarcir los dos perdidos,
No habia hablado con nadie y por consiguiente ignoraba lo sucedido en la casa á que se dirijia.
La puerta estaba cerrada, sin embargo de no haber todavia tocado ánimas.
Esto llamó la atencion del jóven aunque no mucho, pues casi todas las casas estaban ya lo mismo.
Con lo sucedido la noche ántes, nuchas familias no se atrevian á abrirla ni aún durante el dia.
Pensando que tal vez Gonzalez no estuviera en casa, Gamboa llamó á la puerta con dos golpes rápidos y sonoros, segun su costumbre.
Apénas habia pasado un momento, cuando le pareció sentir adentro el rumor de muchas voces.
— Es estraño, pensó, que don Lúcas esté de reunion!
Ha de ser sin duda en la casa del lado, concluyó y volvió á llamar de la misma manera.
En los momentos que Gamboa llegaba á la casa, esta se hallaba ocupada por los mismos asesinos de la noche anterior, presididos por el terrible Salomon.
Habian llevado allí gran cantidad de bebidas y algunos comestibles, para pasar una noche de trueno.
Ricos, con los robos de la noche anterior, no reparaban en gastos y vivian en plena orgia, desde por la mañana.
Habian cerrado la puerta para evitar la presencia de algun otro grupo que pasase casualmente y se declarara convidado al festin.
Así que sonaron los primeros golpes de Gamboa, lo asesnos prestaron suma atencion, no sabiendo discurrir quien pudiera llamar á aquella puerta despues de lo sucedido.
— Talvez algun salvaje amigo del otro, dijo Salomon.
Curioso seria que fuéramos á tener fiesta hoy tambien.
Los asesinos, borrachos en su mayor parte, soltaron una carcajada bestial y sacaron á relucir sus facones.
— Un momento, dijo Salomon.
Dejemos llamar de nuevo á ver si podemos colejir quien sea.
Este fué el rumor de voces que creyó Gamboa haber sentido, y atribuyó á la casa vecina.
Cuando sus segundos golpes volvieron á sonar, los asesinos se pusieron de pié á la voz do Salomon que decia:
— No hay duda — ese es golpe de algun pariente, ó amigo que ignora lo sucedido.
Tal vez sea algun salvaje unitario que viene á ponerse de acuerdo para realizar algun plan inícuo.
Es preciso entonces que dos se coloquen de cada lado de la puerta, miéntras otro abre y le deja entrar.
Es preciso cazarlos antes que se aperciban que han caido en la trampa.
Así dispuestos, se dirijieron al zaguan, daga en mano y paso cauteloso.
Gamboa sospechó que algo estraordinario sucedia en la casa.
No podian estar recojidos á esa hora y no podia esplicarse por qué no le abrian, cuando debian haber conocido su golpe.
Iba á llamar de nuevo, cuando sintió descorrer el pasador por alguien que habia cuidado de no hacer oir sus pasos al llegar.
Parecia, pues, indudable que algo sucedia en lo de Gonzalez, ó habia sucedido ya.
Lo que más espantó al jóven fué el silencio de muerte de la casa, y de todo el barrio.
La puerta se abrió por fin, y apareció en su dintel un hombre de siniestra catadura.
Prevenido por todas las circunstancias espuestas, en vez de avanzar Gamboa, retrocedió hasta el poste del cordon de la vereda y sacó y amartilló su pistolas.
— Quién es usted? preguntó al que abria.
Pronto, ó le quemo los sesos.
— Y usted hermanito, quien és? preguntó á su vez el bandido con toda sorna.
Y se lanzó á la vereda seguido por los otros cuatro, que gritaron ¡mueran los salvajes unitarios!
— Aquí no hay unitarios, replicó Gamboa, siempre apuntando con sus pistolas.
— Dónde está don Lúcas Gonzales?
— A donde vas á ir tú, en seguida, salvaje.
Está cenando con el diablo!
No quedó ya duda á Gamboa que aquellos cinco hombres eran cinco degolladores que acababan de degollar á don Lúcas y su esposa.
Creyendo que serian solamente aquellos cinco manteniéndolos siempre á distancia con las pistolas, empezó á maniobrar para ganar la puerta y entrar á la casa donde tal vez pudiera prestar algun socorro.
Ya hemos dicho que Gamboa era un jóven valiente y sereno. Aquellos cinco hombres de tan siniestras cataduras y de facon en mano, no habian podido imponerlo.
Conociéndole la intencion, los bandidos se hicieron que temian y bajaron al medio de la calle.
Gamboa entónces, creyéndose triunfante saltó sobre el escalon de la puerta, dándoles siempre el frente.
Esta posicion que creia salvadora, fué la que vino á perderle, sin ningun género de defensa.
En cuanto dió la espalda al zaguan, los que habian quedado allí, silenciosos en acecho, cayeron sobre él y lo sujetaron de los brazos fuertemente.
En vano hizo esfuerzos violentísimos; no pudo soltarse de aquellas manos que, semejantes á esposas, le sujetaban de los antebrazos.
— Mire que facha para hacerse el guapo! rugió la voz de Salomon, á quien el jóven conoció así que se le puso delante.
Ya verás mocoso lo que te vale ser salvaje unitario.
— Pero qué es lo que ustedes quieren? preguntó sin perder aún su aplomo.
— Hacerte una caricia en el cogote, nada más.
Lo que es Gonzalez ya está en eschabeche, pero nos faltabas vos para cortarte las orejas y despues la cabeza.
Aquellas palabras y la presencia de Salomon convencieron á Gamboa de que nada tenia que esperar.
Se resolvió á morir aprovechando los dos firos de sus pistolas, como le fuera posible.
Pero antes quiso tentar un último recurso.
— Pero yo qué les hago? les preguntó.
Ya desconocen hasta los federales!
— Yo te voy á dar federal, salvajon! quítenle las pistolas!
Dos de aquellos bandidos se acercaron á desarmar á Gamboa, á quien otros dos, como hemos dicho, lo habian agarrado de los antebrazos.
El pobre jóven levantó las manos cuanto le fué posihle, é hizo fuego.
— Ah! sabandija maldida! gritó uno de ellos, que me has herido en un pié.
Y como pronto castigo le dió un tajo en la cara.
Con la indignacion y el dolor, Gamboa hizo un esfuerzo supremo, y pudo escapar de las manos que lo sujetaban.
Uno de los asesinos habia sido herido realmente en el empeine del pié.
Las punterias habian sido bajas por no poder levantar los brazos, y era ya un milagro el haber podido causar aquella herida.
Un hombre valiente se impone siempre, por más audaces que sean los que lo atacan, mucho más si estos son asesinos, á quienes el peligro personal es lo único que los contiene.
Al ver á Gamboa libre, y creyendo tal vez que tuviera algun otro par de pistolas, los bandidos retrocedieron visiblemente asustados.
El jóven aprovechó aquel primer momento de temor, comprendiendo que era este el único medio de salvarse.
Golpeólos como pudo con las culatas de las pistolas y ganó nuevamente la puerta.
Un momento más de estupor entre los bandidos y tal vez se hubiera salvado.
El tajo de la cara, dado con un cuchillo súcio de comida y sabe Dios de que más, le ardia horriblemente.
Pero no era una herida que tuviese otro carácter que el de dolorosa, ni pudiese entorpecer sus movimientos.
— Ah! hijos de mala madre! gritó Salomon, al ver que Gamboa huia.
No vén, cochinos, que está desarmado?
A ver si los agarro yo á golpes para que aprendan á dejar escapar un salvaje!
A la voz de Salomon, que ejercia sobre ellos un dominio absoluto, los asesinos se rehicieron y todos á una cayeron sobre Gamboa.
Desde aquel momento toda resistencia era inútil.
Qué podia un hombre desarmado, por fuerte y bravo que fuese contra ocho ó diez bandidos, armados de cuchillo decididos á degollarlo?
Sin embargo Gamboa se defendió como un héroe.
De un puñetazo en la cabeza puso fuera de combate á uno de los asesinos, miéntras con ambas manos se prendia al cuello del que más se le acercó.
Esto no hizo más que irritar doblemente á los restantes, que se le fueron encima y lo sujetaron fuertemente.
Una vez en el suelo y sobre el mismo charco de sangre de la noche anterior, uno lo tomó de los cabellos y le alzó la cabeza.
Otro, despues de acariciarle el cuello, iba á pasar por él el filoso cuchillo, cuando fué detenido por Salomon.
— Un momento! un momento! gritó este.
Yo le voy á enseñar á este salvaje lo que vale hacer armas á la federacion.
Y saliendo á la vereda, pasó sobre las piedras el filo de su propio puñal, para que éste cortara ménos y el suplicio fuera más largo.
— Con este cuchillo, gritó entrando — con este cuchillo me van á degollar á este maldito, para hacerlo gritar en regla.
Con qué querias escaparte, no? ya verás lo que es bueno.
Y alcanzó el puñal mallado al que aún permanecia acariciando el cuello de la víctima.
Gamboa escuchó todo el horror que le esperaba y se estremeció poderosamente.
— Cobardes! gritó — ya rendirán de todo esto cuenta á Dios, tanto ustedes como el cobarde de su amo.
— Trata de cobarde al Restaurador, dijo uno de ellos.
Ah! indino! si tendrás madre viva!
Y de un solo tajo le separó la oreja derecha que levantó en su mano.
Otro no quiso ser ménos y acercándose á Gamboa le cortó la otra oreja,
El martirio comenzaba de una manera espantosa.
Gamboa se estremeció de nuevo, pero no se le oyó la más leve queja.
Esto irritaba de una manera terrible á los bandidos, cuyo mayor gozo era escuchar los lamentos y súplicas de sus víctimas.
— Vamos á ver que tal corta ese cuchillo.
Carpincho, que era el nombre de guerra de aquel bandido, pasó varias veces por el cuello de Gamboa el cuchillo que le habia dado Salomon sin que produjera la menor herida.
— Esto no corta ni manteca, dijo, va á ser preciso despacharle con otro.
— Con ese, con ese, animal! apretá fuerte y verás si corta.
Aquellos bandidos aplaudieron con un estrépito infernal la órden de Salomon.
Era un martirio nuevo con que se aumentaba su larga coleccion.
El Carpincho empezó á hacer fuerza y el puñal principió á penetrar lentamente destrozando el cuello.
Gamboa no se quejaba; un solo éco de dolor no habia escapado á sus lábios.
Pero su cuerpo se estremecia á pesar de las manos que le sujetaban, haciendo comprender lo terrible del dolor que esperimentaba.
Todos aquellos hombres seguian en sus ojos, en sus láb os, en la palidez de su semblante, todas las graduaciones de aquel martirio inmenso.
Donde más se fijaban sus miradas feroces, era en el cuello de la víctima, como si esperaran el paso e alguna fortuna por aquella ancha y sangrienta herida.
Cuando el cuchillo habia andado la mitad del camino, los estremecimientos del jóven empezaron á ser más poderosos.
Carpincho tuvo entonces que pedir relevo, porque ya estaba tan fatigado, que el cuchillo se movia entre la herida sin adelantar camino.
Aquel debia ser un martirio superior á todo sufrimiento.
Se necesitaba un valor moral estupendo, para resistirlo sin lanzar una sola queja una sola maldicion siquiera.
— Quejate, pues, trompeta! gritó el Carpincho, ya que tanto me has hecho sudar.
Pero por los lábios del jóven cruzó algo como una sonrisa tan suave y sublime, que hubiera conmovido á cualquier corazon que no fuera el de un mazorquero.
Quando el cuchillo llegó al hueso, se cambíó de táctica.
Como era mucho trabajo buscar la articulacion, el bandido empezó á servirse del mellado cuchillo como de una hacha. Fué necesario dar más de diez fuertes golpes, para desprender del tronco aquella noble cabeza.
Concluida la tarea, los que sujetaban el cuerpo se separaron de él dejándole hacer libremente sus últimos movimientos y convulsiones.
— Ya nos ha dado trabajo el muy deslenguado, dijo uno.
Lástima que un mozo tan guapo no sea federal.
Y miraron con algun respeto aquella cabeza livida que la muerte habia puesto realmente hermosa.
— Y murió sin quejarse el trompeta!
Lástima que no tenga alguna gaucha como el otro, para irla á saludar!
— Como que no tiene! y una muy hermosa, esclamó una voz chillona.
Estos malditos no pueden vivir sin su pareja.
Dieron vuelta los mazorqueros y se hallaron frente á un mulato, dueño de la pulperia situada donde hoy está una muebleria, dos cuadras mas adelante.
El mulato habia acudido en compañia de dos ó tres, al rumor del degüello y á ver si le tocaba alguna mojada.
— Dónde vive? preguntó Salomon con la mirada brillante á la idea de nuevas victimas.
— Vive con la madre y la hermana aquí á la vuelta, en la calle de Cuyo.
— Pues vamos allá, gritó el Carpincho desaforadamente.
Vamos allá á darles un bromazo!
Y los asesinos salieron, llevándose la cabeza de Gamboa, al furioso clamoreo de ¡mueran los salvajes unitarios!
Al doblar la calle de Cuyo guardaron silencio, para no poner sobre aviso á la familia que iban á sorprender.
Carpincho fué el primero que llegó á la puerta, acompañado del mulato, que parecia muy complacido de la escena que iba á presenciar.
— Es preciso golpear despacio para que no se alarmen, dijo el mulato.
La puerta parece muy fuerte y muy bien cerrada y no la vamos á poder forzar si no la abren.
— Bueno, contestó el Carpincho, llamá vos miéntras yo voy á prevenir á los otros.
Y retrocedió silenciosamente al encuentro de los otros, que avanzaban tratando de producir el menor rumor que les fuese posible.
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Miéntras los otros asesinos se aproximaban guiados por el Carpincho, el mulato llamó á la puerta con cierta delicadeza para mejor representar el papel que se proponia.
Parecia que este bandido tuviera algun resentimiento con la familia que tan interesado se mostraba en su desgracia.
Al primer llamado nadie contestó.
Al segundo, que fué un poco más fuerte y precipitado, acudió nna sirvienta que preguntó quien llamaba.
— Soy Gamboa, dijo el pérfido mulato apagando la voz para no ser conocido.
Decíle á tu señora que me haga abrir por favor, que vengo huyendo de la mazorca.
El ruido precipitado de los talones, indicó que la sirvienta se apuraba á llevar la demanda.
En aquel momento llegaron todos á la puerta, sacudiendo de los cabellos la cabeza de Gamboa, cuyo nombre se invocaba para cometer un crímen.
Como á los dos minutos de espera, se volvieron á sentir los mismos pasos de un pié sin calzar.
— Voy á abrirle, niño, dijo — espérese un momento que ya se están levantando.
Los asesinos se miraron sonrientes.
Pronto iban á entrar en danza.
La sirvienta empezó á descorrer los pasadores y cerrojos, franqueando la puerta, quedándose ella detrás de la hoja, sin duda para ocultar la lijereza de su traje.
El mulato fué el primero que entró, seguido de cerca por el Carpincho y comparsa.
Fué la pobre morena la primera que pagó el terrible engaño.
Miéntras uno de los asesinos le echaba las manos al cuello para impedir que gritara, el mulato le enterraba en el cuerpo toda la hoja de su daga.
La desgraciada cayó como herida por un rayo.
La puñalada, admirablemente dirijida, le habia partido el corazon.
Como si la impiedad fuese una pasion en aquellos bandidos, el Carpincho no pudo prescinder de hacer una caricia al cadáver.
En seguida se dirijieron á buscar la puerta por donde debia haber salido la sirvienta.
Esta no podia ser otra que la del comedor pues era la única que se veia entreabierta.
Por ella penetraron los bandidos, siempre con sigilo y cuidando de no producir ningun ruido que acusara su número.
Cansada la señora sin duda, de esperar la cotestacion de la sirvienta, y ya vestida apareció en el comedor en compañía de María, la bella novia de Gamboa.
Esta última traia en la mano una vela encendida, única luz que se veia en el resto de las habitaciones.
Al ver aquella cantidad de hombres, de tan siniestro aspecto, las mujeres se detuvíeron aterradas.
— Quiénes son ustedes y cómo han entrado aquí? preguntó la, señora sobreponiéndose á la situacion terrible y cubriendo con su cuerpo á su espantada hija.
— Hemos entrado porqué se nos ha abierto la puerta, replicó descaradamente el mulato.
Si no nos hubiera abierto, es claro que no habriamos entrudo.
— Y Tomasa!
Tomasa! Tomasa! gritó la señora llamando á la sirvienta.
Los asesinos soltaron una carcajada imposible de describir, y se miraron entre ellos.
— No chille tanto, patrona, dijo entonces el Carpincho, que nadie ha de acudir.
Su Tomasa está durmiendo una broma que le hemos dado y ha de tardar mucho en despertar.
La señora se sintió ahogada por el llanto que le inspiraba el terror.
Semejante gente, en aquella época terrible y á aquella hora no podia presajiar sinó la muerte.
— Y Gamboa? En dónde está Gamboa que no le veo? preguntó la señora, en quien el pavor habia hecho hacer una duda terrible.
— Gamboa esta charlando con Tomasita, replicó el Carpincho, siempre riendo.
Le estará haciendo el amor.
— Tú mientes, canalla, dijo la señora no pudiendo contenerse y olvidando el peligro que corria.
Se han valído de su nombre para hacerse abrir.
Está bueno, lleven todo lo que hay en la casa, pero váyanse de una vez.
— Gamboa está aquí, volvió á asegurar el impávido mulato: lo que hay es que no quiere mostrarse.
La misma duda volvió á asaltar, pero más fuertemente, el corazon de la señora.
Seria posible que un joven que parecia tan noble y bueno hubiera finjido una amistad tan íntima y pura para entregarlas luego á la mazorca?
Esto no admitia réplica pues que no se atrevia á presentarse.
La jóven María, más pálida que un cadáver, si es posible, y venciendo su angustia suprema, salió trás de su madre, y dijo con voz temblorosa y sollozante:
— Si Gamboa está aquí, díganle que yo le llamo, que quiero convencerme que esto no es un sueño.
— Si la moza se empeña, no habra más que hacerle el gusto, gritó el Carpincho.
A ver, pues, á llamar al Gamboa.
El que llevaba la cabeza, levantó el poncho bajo el cual la ocultaba, y la arrojó sobre la mesa, de donde rodó hasta los piés de María.
Un grito tremendo, imposible de describir, desgarrador y sollozante, lanzó la pobre jóven y dobló la rodilla ante aquel despojo sangriento y querido.
La fuerza del dolor le embargó todo sentimiento á él estraño, y rompió á llorar con una desesperacion aterradora.
La señora, muda y estática, decaido todo su valor, tuvo que agarrarse del contra-marco de la puerta, para no rodar al lado de la cabeza.
María se levantó de pronto, terrible y amenazadora.
El llanto se habia secado de sus ojos y el dolor habia desaparecido de su semblante purísimo.
— Asesinos! gritó, asesinos miserables! por qué lo han muerto?
Y avanzó sobre ellos de tal manera, que el mulato que era el más audaz, retrocedió sin poderlo remediar.
— Miren qué monada! gritó el Carpincho — le hacen el favor de traerle á su gaucho para que se despida, y todavia se queja!
No digo yo! si no hay como contentar á estas salvajes!
— Bandido! tú has de haber sido el asesino!
— Y si nó?
Basta, pues, de milongas y á besarle la jeta porqué lo vamos á llevar al mercado.
Con la razón estraviada por el dolor, hasta el punto de desconocer todo peligro, la jóven avanzó hácia los asesinos, cada vez más amenazadora.
Gamboa era su único y primer amor, y sabido es que esta es la pasion más fuerte que puede dominar el corazon de una mujer.
La madre, llorando amargamente, vino á tomar á su hija que se mezclaba á los asesinos, para impedir cualquier violencia.
Pero tarde ya.
Apénas llegaba á su hija, esta retrocedia por un golpe violento.
Era el Carpincho, que le habia dado un puñetazo sobre el pecho.
La joven jimió y se apoyó en la mesa para no caer, en momentos que llegaba su hermanita á medio vestir, atraida por las voces y las risotadas.
— Mueran los salvajes unitarios! gritó el mulato con toda la fuerza de sus pulmones.
Mueran los salvajes unitarios! repitieron los otros, y un nuevo golpe fué á herir nuevamente el rostro de María.
— Huyamos! huyamos! gritó la madre aterrada tratando de huir con sus dos hijas.
Pero la mazorca les cerró el paso golpeando á las tres furiosamente.
En vano trataron de huir, en vano disparaban al rededor de la mesa.
Los asesinos las alcanzaban á cada momento y nuevos golpes iban á herir sus cuerpos.
Los vestidos habian sido arrancados á girones, al estremo de que los planazos de los facones iban á herir la carne desnuda.
Aquello era una repeticion exacta de lo sucedido en casa de laamiga de don Lúcas Gonzalez.
María, acosada por los golpes de daga y de rebenque, tropezó en la cabeza de Gamboa y cayó.
Y miéntras los otros azotaban sin compasion y furiosamente á la madre y la hermanita, el Carpincho se fué sobre ella y despues de cortarle las dos trenzas, que ató á su cintura como trofeos, la azotó hasta que la fatiga lo hubo inutilizado.
Las otras dos mujeres fueron azotadas hasta que cayeron tambien privadas de sentido.
En seguida empezó el saqueo y la destruccion.
Miéntras hubo que robar y que romper, los asesinos trabajaron con ardor.
Los muebles fueron hechos pedazos para sacar lo que contenian.
El aceite de las lámparas y otros residuos súcios fueron volcados sobre las camas, y las botellas con bebidas que hallaron en los armarios, se las bebieron á la salud de sus víctimas.
El mulato fué el que sacó mejor parte, pues miéntras los demás se hallaban entregados á la diversion de azotar las señoras, él habia ganado los aposentos, donde se apoderó de las alhajas y de todo aquello que representara algun valor.
Este era el interés que aquel miserable habia tenido al delatar á la familia.
Cuando hubieron dado la última mano al cuadro de destruccion y saqueo, los asesinos se prepararon á retirarse.