La buena guarda - Félix Lope de Vega y Carpio - E-Book

La buena guarda E-Book

Félix Lope de Vega y Carpio

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Beschreibung

La buena guarda des una comedia religiosa escrita por Félix Lope de Vega, en 1610. Se inspira en la historia de doña Clara, abadesa del convento de Ciudad-Rodrigo que colgó los hábitos y se fugó con su amante. Sin embargo, al poco de haber terminado La buena guarda, Lope modificó algunos aspectos bastante significativos de esta obra. En primer lugar, borró las referencias explícitas a la localización de la acción en Ciudad-Rodrigo, situando la trama en un lugar de Italia. En segundo, eliminó las menciones a la condición monacal de doña Clara, en un intento de desacralizar su obra, convirtiendo a la protagonista en una doncella que vive en recogimiento.

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Félix Lope de Vega y Carpio

La buena guarda

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La buena guarda.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-230-9.

ISBN rústica: 978-84-9816-186-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-717-2.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Dirigida a don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla 9

Personajes 10

Jornada primera 13

Jornada segunda 53

Jornada tercera 93

Libros a la carta 135

Brevísima presentación

La vida

Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-Madrid, 1635). España.

Nació en una familia modesta, estudió con los jesuitas y no terminó la universidad en Alcalá de Henares, parece que por asuntos amorosos. Tras su ruptura con Elena Osorio (Filis en sus poemas), su gran amor de juventud, Lope escribió libelos contra la familia de ésta. Por ello fue procesado y desterrado en 1588, año en que se casó con Isabel de Urbina (Belisa).

Pasó los dos primeros años en Valencia, y luego en Alba de Tormes, al servicio del duque de Alba. En 1594, tras fallecer su esposa y su hija, fue perdonado y volvió a Madrid.

Entonces era uno de los autores más populares y aclamados de la Corte. La desgracia marcó sus últimos años: Marta de Nevares una de sus últimas amantes quedó ciega en 1625, perdió la razón y murió en 1632. También murió su hijo Lope Félix. La soledad, el sufrimiento, la enfermedad, o los problemas económicos no le impidieron escribir.

Dirigida a don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla

Habiendo leído este prodigioso caso en un libro de devoción de una señora destos reinos, me mandó que escribiese una comedia, dilatándole con lo verosímil a sus tres actos; representóla Riquelme, y después de algunos años llegó a mis manos, y he querido darla a luz, para que sea más común a todos tan raro ejemplo. Las virtudes de vuesamerced me obligaron a dedicársela; cosa a que tenía tan hecha la mano, que luego me llevó tras la imaginación la pluma. A sombra de su valor tuvo vida mi Angélica, resucitó mi Dragontea y se leyeron mis Rimas; y si vuesamerced, por modestia, no me hubiera mandado que no pasara adelante en esta resolución tan justa, mi Jerusalén tuviera el mismo dueño; y así le di a nuestro gran Monarca, Rey de dos mundos; porque, en mi opinión, desde la excelencia de los ingenios solo se puede pasar a la majestad de los príncipes, y aun esto por seguir la opinión del Filósofo en sus Éticas: «que el arte del gobernar tiene el principado en todos los demás artes». Amo a vuesamerced tan aficionadamente, y tienen desta verdad tanta satisfacción los que han leído mis escritos, que, o sería decir lo dicho tratar aquí sus alabanzas, o gastar vanamente las palabras, como los que aconsejan a los que están persuadidos; que, aunque sea bueno lo que tratan, como casa sin efecto, no se escucha: solo esto diré con Platón, que la dificultad que puso en hallar «un hombre varonil, ingenioso y humilde» (así lo refiere en el Diálogo de ciencia, hablando Teateto con Sócrates), no se lo pareciera si hubiera conocido las partes que admiran cuantos conocen su raro ingenio, magnánimo corazón y profunda mansedumbre; antes creo que le hubiera dado el lugar que en el mismo diálogo a Teodoro Tarsio o Euclides. Vuesamerced no admita esta memoria con lo que el nombre suena; sino con la definición de Aristóteles; que si ella lo es de las cosas pasadas, la opinión es fe de las porvenir, donde aun espero que vuesamerced me conozca más agradecido, y siempre firme en aquella primera verdad con que supe estimalle, y estimé conocelle. Dios guarde a vuesamerced.

Capellán y aficionadísimo servidor,

Lope de Vega Carpio.

Personajes

Argüello, Luis.

Basurto

Benito

Callenueva

Carrizo, fingido

Catalina Valcacer

Coronel

Don Carlos

Don Juan

Don Luis

Don Pedro

Doña Clara

Doña Elena

Doña Luisa

Dos damas

Dos galanes

Dos músicos

Dos nadadores

El hermano Carrizo, sacristán

España

Luis

Félix, mayordomo

Ginés

Jerónima

La Hortelana

La Portera

Leonarda

Liseno y Cosme, villanos

Los músicos

Luis

María de Argüello

Mariana

Olmedo

Portera

Quiñones

Ricardo, viejo

Riquelme

Tres bandoleros

Un Ángel

Un Escudero

Un Huésped

Un Pastor

Un Platero

Una Voz

Vivar

Jornada primera

(Entren dos damas, con mantos, y sus escuderos.)

Leonarda Tarde pienso que venimos.

Doña Luisa Sin misa nos quedaremos.

Escudero La intención ofreceremos.

Leonarda Culpa de tardar tuvimos;

aunque yo, por aguardaros,

la tengo mucho mayor.

(Dos galanes entren por la otra parte.)

Don Juan Ayer me dijo Leonor

que esto viniese a avisaros;

y pienso que recibís

justamente estos favores,

pues tan honestos amores

a casaros dirigís;

que yo culpo grandemente

los mancebos atrevidos,

no solo que divertidos

están mirando la gente,

mas que quiten del altar

por un instante los ojos.

Don Luis Desta guerra los despojos

a su templo se han de dar.

En sus gradas nos veremos

yo y Leonarda, si Dios quiere;

y pues es bien que espere,

no es mucho que a verla entremos.

El matrimonio, don Juan,

es sacramento; ese intento,

y a fin deste sacramento,

licencia a los ojos dan.

Miro una honesta mujer,

que la miro para mía.

Don Juan Traigan los cielos el día

en que ya lo venga a ser.

Don Luis ¿Podré en el agua bendita,

donde la mano metió,

ponerla yo?

Don Juan Nunca yo

supe más de que nos quita

pecados y tentaciones,

porque es arma que defiende

contra el demonio, que emprende

encender nuestras pasiones.

Para templar las de amor

no fuera mal instrumento,

si fuera bueno el intento.

(Entre el hermano Carrizo, sacristán, con su sobrepelliz.)

Carrizo ¡Alabado sea el Señor!

Doña Luisa Dígame, hermano Carrizo,

¿habrá misa?

Carrizo Misa habrá,

aunque por milagro ya,

que un extranjero le hizo;

que si agora no viniera

de camino, como digo,

no había con Ciudad-Rodrigo

quien decírsela pudiera.

¿Por qué se levantan tarde?

¡Que las valga Dios, amén!

Digan, hermanas, ¿es bien

que la misa las aguarde?

Lo primero que el cristiano,

luego que el alba le avisa,

ha de hacer, es oír misa,

por pedirle a Dios temprano

que los pasos de aquel día

en su servicio se den,

y por librarse también

de aquel traidor que porfía,

como sangriento león,

devorar nuestra inocencia.

Leonarda ¡Qué santidad!

Doña Luisa ¡Qué advertencia

tan digna de estimación!

Carrizo Si ellas salen a las nueve

con un manteo bordado

de entre el cambray delicado,

como unos copos de nieve;

y puestos en sus chapines

los pies, aun no se persinan,

que como grullas caminan

al estrado y los cojines;

y sentadas en damasco,

piden con grande mesura

el cofre de la hermosura,

que abierto puede dar asco

a un enfermero de sala

de cámaras, ni hay pintor

que tan diverso color

ponga en la tabla o la pala,

porque puede en este almario,

de ver por varias recetas

tantos botes y cajetas,

confundirse un boticario;

y la primera oración

es consultar el espejo,

con notable sobrecejo

de ver su misma visión;

y luego, abriendo la boca,

hacer tres o cuatro gestos

más locos y descompuestos

que una mona cuando coca;

y con un paño de dientes

acicalar las espadas

que el sueño tuvo envainadas,

en manjares diferentes;

dalle con polvos al hueso

y con la sangre de drago

o aceite de azufre, en pago

de algún hurtado suceso;

y si tras esto limpiáis

la cera y la palomina

que hizo el labio clavellina,

mientras vos os engañáis;

y si luego hay lavatorio,

y la redoma enjuagáis

para que aljófar hagáis

lo que Dios hizo abalorio;

y tras esto, echáis encima

dos capas de solimán,

que los ciegos las verán,

aunque os preciéis de más prima;

si luego (y no es maravilla),

como veis que es carne falsa,

porque se coma con salsa,

calentáis la salserilla,

y os ponéis, con más primor

que una gata que se afeita,

ese color que deleita,

aunque fingido color;

y en tierra como ceniza

sembráis claveles, y luego

sacáis cabellos que el fuego

o el cordel quiebra y enriza,

hebras por fuerza doradas,

de que es el Sol buen juez,

y que pueden ser tal vez

canas mal disimuladas;

y gastáis en la cabeza

otras dos horas, tejiendo

lazos en que va cayendo

la ignorancia y la simpleza;

y por uno y otro lado

andáis tomando consejo

tan prolijas, que el espejo

da bostezos de cansado;

si luego viene el vestido,

y encima os ponéis el dote,

aunque el pueblo se alborote

y no se alegre el marido;

si luego hacéis con el oro

vuestro pecho aparador,

y luego el quemado olor

os inciensa el bajo coro,

y salís que parecéis

el pabellón de Holofernes,

y como el domingo, el viernes

en esto os entretenéis,

¿qué misa a buscar venís

a las dos, pues no a mirar

salís el divino altar;

que a ser miradas salís?

Y aunque tanta pepitoria

os cuesta cuidado eterno,

considerad que hay infierno,

muerte y vida, pena y gloria.

Leonarda Basta, hermano, que se ha hecho

satírico.

Doña Luisa No creyera

que contra mujeres era

de tan riguroso pecho.

¡Jesús! ¡Qué cosas nos dice!

Carrizo Menos he dicho que siento.

No tardé en el monumento

que el año pasado hice,

lo que ellas hoy se han tardado

en componer para ser

vistas.

Leonarda Ya de bachiller

se nos hace licenciado.

Carrizo ¿Ésta es licencia?

Doña Luisa ¡Pues no!

Carrizo Y si ellas vienen ansí,

esos ¿miraránme a mí?

Doña Luisa ¿No sabré cubrirme yo?

Carrizo ¿Qué importa, si con el manto

están haciendo caireles

y mostrando por canceles

eso que encarecen tanto?

El paño que el mercader

pone, y que la tienda cubre,

es el manto con que encubre

sus defectos la mujer;

que hay mil que en el día claro

demonios parecerían.

¡Ay de los que en ellas fían!

Doña Luisa Pare, que es necio.

Carrizo Y reparo.

Pues ¡mira el otro babera,

cómo se la está mirando,

el manto brujuleando,

para ver si hace primera!

¡Entrense a misa, en mal hora!

Don Juan Ya nos vamos.

Carrizo Vayan ellas.

Leonarda Ya vamos.

Carrizo ¡Lindas doncellas!

¿Piensan que, porque es agora

carnestolendas, no hay más?

Doña Luisa Sufre, que es santo, Leonarda.

Don Juan Acá en la puerta la aguarda,

y hablarla, don Luis, podrás;

que éste hará grande misterio

de cualquier cosa que impida.

Don Luis No he de venir en mi vida

a misa a este monasterio.

Carrizo Vayan, y estén apartados

y con mucha devoción.

(Entranse en la iglesia los galanes y damas, quedando solo Carrizo.)

Siempre de ignorantes son