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La Gatomaquia es un poema satírico de Félix Lope de Vega. Apareció en 1634, al final de la vida de Lope con el seudónimo de Tomé de Burguillos. La obra tiene 2.802 versos y se divide en 7 silvas. Lope de Vega escribió varios poemas épicos, entre ellos Dragontea, Isidro y Jerusalén conquistada. Sin embargo, La Gatomaquia se diferencia del resto por su carácter cómico. Aquí se relata una historia de amor, celos y venganzas entre gatos, provocados por el amor de Marramaquiz a la hermosa Zapaquilda. En cambio Zapaquilda, se siente atraída por los encantos de Micifuf y Marramaquiz, al verse desdeñado, recurre, incluso, al mago Merlín y luego a Garfiñato, un asceta, que le aconseja: Y como Ovidio escribe en su Epistolio, que no me acuerdo el folio, estas heridas del amor protervas no se curan con yerbas; que no hay, para olvidar amor, remedio, como otro nuevo amor o tierra enmedio. Desdichado, Marramaquiz no se rinde. Tras peripecias irónicas, serenatas, desafíos y encantamientos, finalmente Marramaquiz rapta a Zapaquilda el día de su boda con Micifuf. Empieza entonces una guerra épica entre gatos partidarios de Marramaquiz y Micifuf. Al final uno de los amantes muere y el otro encuentra la felicidad junto a la bella Zapaquilda. La Gatomaquia tiene un antecedente cercano en España, en la Loa de la Pulga de Gutierre de Cetina.
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Félix Lope de Vega y Carpio
La Gatomaquia
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La Gatomaquia.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa CM: 978-84-9953-949-2.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-674-1.
ISBN ebook: 978-84-9953-215-8.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
De doña Teresa Verecundia al licenciado Tomé de Burguillo 9
La Gatomaquia A don Lope Félix del Carpio, soldado en la Armada de su Majestad 11
Silva I 13
Silva II 27
Silva III 41
Silva IV 53
Silva V 65
Silva VI 77
Silva VII 91
Libros a la carta 105
Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-Madrid, 1635). España.
Nació en una familia modesta, estudió con los jesuitas y no terminó la universidad en Alcalá de Henares, parece que por asuntos amorosos. Tras su ruptura con Elena Osorio (Filis en sus poemas), su gran amor de juventud, Lope escribió libelos contra la familia de ésta. Por ello fue procesado y desterrado en 1588, año en que se casó con Isabel de Urbina (Belisa).
Pasó los dos primeros años en Valencia, y luego en Alba de Tormes, al servicio del duque de Alba. En 1594, tras fallecer su esposa y su hija, fue perdonado y volvió a Madrid. Allí tuvo una relación amorosa con una actriz, Micaela Luján (Camila Lucinda) con la que tuvo mucha descendencia, hecho que no impidió su segundo matrimonio, con Juana Guardo, del que nacieron dos hijos.
Entonces era uno de los autores más populares y aclamados de la Corte. En 1605 entró al servicio del duque de Sessa como secretario, aunque también actuó como intermediario amoroso de éste. La desgracia marcó sus últimos años: Marta de Nevares una de sus últimas amantes quedó ciega en 1625, perdió la razón y murió en 1632. También murió su hijo Lope Félix. La soledad, el sufrimiento, la enfermedad, o los problemas económicos no le impidieron escribir.
SONETO
Con dulce voz y pluma diligente
y no vestida de confusos caos,
cantáis, Tomé, las bodas, los saraos
de Zapaquilda y Micifuf valientes.
Si a Homero coronó la ilustre frente
cantar las armas de las griegas naos,
a vos de los insignes marramaos
guerras de amor por súbito accidente.
Bien merecéis un gato de doblones,
aunque ni Lope celebréis ni el Taso,
Ricardos o Gofredos de Bullones
Pues que por vos, segundo Gatilaso,
quedarán para siempre de ratones
libres las bibliotecas del Parnaso
Yo, aquel que en los pasados
tiempos canté las selvas y los prados,
éstos vestidos de árboles mayores
y aquéllas de ganados y de flores,
las armas y las leyes,
que conservan los reinos y los reyes,
agora, en instrumento menos grave,
canto de amor suave
las iras y desdenes,
los males y los bienes,
no del todo olvidado
del fiero taratántara, templado
con el silbo del pícaro sonoro.
Vosotras, musas del castalio coro,
dadme favor, en tanto
que, con el genio que me disteis, canto
la guerra, los amores y accidentes
de dos gatos valientes;
que como otros están dados a perros,
o por ajenos o por propios yerros,
también hay hombres que se dan a gatos,
por olvidos de príncipes ingratos,
o porque los persigue la fortuna
desde el columpio de tierna cuna.
Tú, don Lope, si acaso
te deja divertir por el Parnaso
el holandés pirata,
gato de nuestra plata,
que infesta las marinas
por donde con la armada peregrinas,
suspende un rato aquel valiente acero,
con que al asalto llegas el primero,
y escucha mi famosa Gatomaquía,
así desde las Indias a Valaquia
corra tu nombre y fama,
que ya por nuestra patria se derrama,
desde que viste la morisca puerta
de Túnez y Biserta,
armado y niño, en forma de Cupido,
con el marqués famoso
del mejor apellido
como su padre por la mar dichoso.
No siempre has de atender a Marte airado,
desde tu tierna edad ejercitado,
vestido de diamante,
coronado de plumas, arrogante;
que alguna vez el ocio
es de las armas cordial socrocio,
y Venus, en la paz, como Santelmo
con manos de marfil le quita el yelmo.
Estaba sobre un alto caballete
de un tejado sentada
la bella Zapaquilda al fresco viento,
lamiéndose la cola y el copete,
tan fruncida y mirlada
como si fuera gata de convento.
Su mesmo pensamiento
de espejo le servía,
puesto que un roto casco le traía
cierta urraca burlona
que no dejaba toca ni valona
que no escondía por aquel tejado,
confín del corredor de un licenciado.
Ya que lavada estuvo,
y con las manos que lamidas tuvo,
de su ropa de martas aliñada,
cantó un soneto en voz medio formada
en la arteria vocal con tanta gracia
como pudiera el músico de Tracia;
de suerte que cualquiera que la oyera,
que era solfa gatuna conociera,
con algunos cromáticos disones,
que se daban al diablo los ratones.
Asomábase ya la Primavera
por un balcón de rosas y alhelíes,
y Flora, con dorados borceguíes,
alegraba risueña la ribera;
tiestos de Talavera
prevenía el verano,
cuando Marramaquiz, gato romano,
aviso tuvo cierto de Maulero,
un gato de la Mancha, su escudero,
que al Sol salía Zapaquilda hermosa,
cual suele amanecer purpúrea rosa
entre las hojas de la verde cama,
rubí tan vivo, que parece llama,
y que con una dulce cantilena
en el arte mayor de Juan de Mena,
enamoraba el viento.
Marramaquiz, atento
a las nuevas del paje,
que la fama enamora desde lejos,
que fuera de las naguas de pellejos
del campanudo traje,
introducción de sastres y roperos,
doctos maestros de sacar dineros,
alababa su gracia y hermosura,
con tanta melindrífera mesura,
pidió caballo, y luego fue traída
una mona vestida
al uso de su tierra,
cautiva en una guerra
que tuvieron las monas y los gatos;
púsose borceguíes y zapatos
de dos dediles de segar abiertos,
que con pena calzó por estar tuertos;
una cuchara de plata por espada;
la capa colorada,
a la francesa, de una calza vieja,
tan igual, tan lucida y tan pareja,
que no será lisonja
decir que Adonis en limpieza y gala,
aunque perdone Venus, no le iguala:
por gorra de Milán, media toronja,
con un penacho rojo, verde y bayo,
de un muerto por sus uñas papagayo,
que diciendo: ¿Quién pasa? cierto día,
pensó que el rey venía,
y era Marramaquiz, que andaba a caza,
y halló para romper la jaula traza;
por cuera, dos mitades que de un guante
le ataron por detrás y por delante,
y un puño de una niña por valona.
Era el gatazo de gentil persona
y no menos galán que enamorado;
bigote blanco y rostro despejado,
ojos alegres, niñas mesuradas,
de color de esmeraldas diamantadas,
y a caballo en la mona parecía
el paladín Orlando, que venía
a visitar a Angélica la bella.
La recatada ninfa, la doncella,
en viendo al gato se mirló de forma
que en una grave dama se transforma,
lamiéndose, a manera de manteca,
la superficie de los labios seca,
y con temor de alguna carambola,
tapó las indecencias con la cola,
y bajando los ojos hasta el suelo,
su mirlo propio le sirvió de velo;
que ha de ser la doncella virtuosa
más recatada mientras más hermosa.
Marramaquiz entonces, con ligeras
plantas batiendo el tetuán caballo,
que no era pie de hierro o pie de gallo
le dio cuatro carreras,
con otras gentilezas y escarceos,
alta demostración de sus deseos;
y, la gorra en la mano,
acercóse galán y cortesano
donde le dijo amores.
Ella, con las colores
que imprime la vergüenza,
le dio de sus guedejas una trenza;
y al tiempo que los dos marramizaban
y con tiernos singultos relamidos
alternaban sentidos,
desde unas claraboyas que adornaban
la azutea de un clérigo vecino,
un bodocazo vino,
disparado de súbita ballesta
más que la vista de los ojos presta,
que, dándole a la mona en la almohada,
por de dentro morada,
por de fuera pelosa,
dejó caer la carga, y presurosa
corrió por los tejados,
sin poder los lacayos y criados
detener el furor con que corría.
No de otra suerte que en sereno día
balas de nieve escupe, y de los senos
de las nubes, relámpagos y truenos
súbita tempestad en monte o prado,
obligando que el tímido ganado
atónito se esparza,
ya dejando en la zarza
de sus pungentes laberintos, vana
la blanca o negra lana,
que alguna vez la lana ha de ser negra,
y hasta que el Sol en arco verde alegra
los campos que reduce a sus colores,
no vuelven a los prados ni a las flores,
así los gatos iban alterados
por corredores, puertas y terrados,
con trágicos maullos,
no dando, como tórtolas, arrullos,
y la mona, la mano en la almohada,
la parte occidental descalabrada,
y los húmidos polos circunstantes
bañados de medio ámbar, como guantes
En tanto que pasaban estas cosas,
y el gato en sus amores discurría
con ansias amorosas
(porque no hay alma tan helada y fría
que Amor no agarre, prenda y engarrafe),
y el más alto tejado enternecía,
aunque fuesen las tejas de Getafe,
y ella, con ñifi ñafe,
se defendía con semblante airado,
aquel de cielo y tierra monstruo alado,
que, vestido de lenguas y de ojos
ya decrépito viejo con antojos,
ya lince penetrante,
por los tres elementos se pasea
sin que nadie le vea,
con la forma elegante
de Zapaquilda discurrió ligero
uno y otro hemisfero,
aunque con las verdades lisonjera,
y en cuanto baña en la terrestre esfera,
sin excepción de promontorio alguno,
el cerúleo Neptuno,
plasmante universal de toda fuente,
desde Bootes a la Austral Corona
y de la zona frígida a la ardiente
Esto dijo la Fama, que pregona