La mayor corona - Félix Lope de Vega y Carpio - E-Book

La mayor corona E-Book

Félix Lope de Vega y Carpio

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Beschreibung

La mayor corona. Félix Lope de Vega Fragmento de la obra Jornada primera (Salen Ormindo y Teosindo y Rodulfo, galanes.) Teosindo: ¿En qué vendrá a parar esta locura? Ormindo: En elegir mujer que le castigue. Teosindo: ¡Bárbara sumisión! Rodulfo: No halla hermosura en tantas que le agrade y que le obligue. Ormindo: Pues ¿qué procura el padre? Rodulfo: El rey procura, en el discreto intento que apercibe, que venga a ser, Ormindo, alguna de ellas recíproca elección de las estrellas. Teosindo: Princesas de naciones diferentes admira el Betis en su sacra orilla; algunas tan perfectas y excelentes, que por alta deidad las ve Sevilla. Ormindo: ¡Bravo rigor! Rodulfo: Del príncipe, ¿qué sientes? Teosindo: Que su tibieza al mundo maravilla; que si a tantas bellezas se resiste en defecto del ánimo consiste. Ormindo: Doce son con las dos que entran agora las que a España han venido. Rodulfo: ¡Cosa extraña! ¡Cómo a mujer un hombre se enamora! Teosindo: Es el glorioso sucesor de España, el Sol que nace en su rosada aurora cuando el padre en el mar se asombra y baña. Rodulfo: Si a las mujeres tiene tanto miedo, deje el reino en su hermano Recaredo. Ormindo: Dicen, si habla verdad la astrología, que ha de causarle una mujer la muerte, quitándole la sacra monarquía; y no es mucho que tema de esa suerte. Teosindo: ¡No hay estrellas sin Dios! Rodulfo: Son armonía por quien el hombre su grandeza advierte, que canta el cielo, en cláusulas de estrellas, la eterna potestad que puso en ellas. Teosindo: Ya debe de llegar Lísipa hermosa, pues el príncipe sale al regio trono. Rodulfo: Si esta deidad elige por esposa las pasadas locuras le perdono. Teosindo: La música en los aires sonorosa se pierde al Sol en lisonjero trono.

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Félix Lope de Vega y Carpio

La mayor corona

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La mayor corona.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-307-8.

ISBN rústica: 978-84-9816-195-3.

ISBN ebook: 978-84-9897-726-4.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 53

Jornada tercera 103

Libros a la carta 155

Brevísima presentación

La vida

Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-Madrid, 1635). España.

Nació en una familia modesta, estudió con los jesuitas y no terminó la universidad en Alcalá de Henares, parece que por asuntos amorosos. Tras su ruptura con Elena Osorio (Filis en sus poemas), su gran amor de juventud, Lope escribió libelos contra la familia de ésta. Por ello fue procesado y desterrado en 1588, año en que se casó con Isabel de Urbina (Belisa).

Pasó los dos primeros años en Valencia, y luego en Alba de Tormes, al servicio del duque de Alba. En 1594, tras fallecer su esposa y su hija, fue perdonado y volvió a Madrid. Allí tuvo una relación amorosa con una actriz, Micaela Luján (Camila Lucinda) con la que tuvo mucha descendencia, hecho que no impidió su segundo matrimonio, con Juana Guardo, del que nacieron dos hijos.

Entonces era uno de los autores más populares y aclamados de la Corte. En 1605 entró al servicio del duque de Sessa como secretario, aunque también actuó como intermediario amoroso de éste. La desgracia marcó sus últimos años: Marta de Nevares una de sus últimas amantes quedó ciega en 1625, perdió la razón y murió en 1632. También murió su hijo Lope Félix. La soledad, el sufrimiento, la enfermedad, o los problemas económicos no le impidieron escribir.

Personajes

Américo

Bada, dama

Cardillo, lacayo

Hermenegildo y Recaredo, sus hijos

Ingunda, dama

Leovigildo, rey

Lísipa

Músicos

Ofrido

Ormindo

Orosio, obispo hereje

Recaredo

Rodulfo

Teosindo

Un Ángel

Un Niño

Jornada primera

(Salen Ormindo y Teosindo y Rodulfo, galanes.)

Teosindo ¿En qué vendrá a parar esta locura?

Ormindo En elegir mujer que le castigue.

Teosindo ¡Bárbara sumisión!

Rodulfo No halla hermosura

en tantas que le agrade y que le obligue.

Ormindo Pues ¿qué procura el padre?

Rodulfo El rey procura,

en el discreto intento que apercibe,

que venga a ser, Ormindo, alguna de ellas

recíproca elección de las estrellas.

Teosindo Princesas de naciones diferentes

admira el Betis en su sacra orilla;

algunas tan perfectas y excelentes,

que por alta deidad las ve Sevilla.

Ormindo ¡Bravo rigor!

Rodulfo Del príncipe, ¿qué sientes?

Teosindo Que su tibieza al mundo maravilla;

que si a tantas bellezas se resiste

en defecto del ánimo consiste.

Ormindo Doce son con las dos que entran agora

las que a España han venido.

Rodulfo ¡Cosa extraña!

¡Cómo a mujer un hombre se enamora!

Teosindo Es el glorioso sucesor de España,

el Sol que nace en su rosada aurora

cuando el padre en el mar se asombra y baña.

Rodulfo Si a las mujeres tiene tanto miedo,

deje el reino en su hermano Recaredo.

Ormindo Dicen, si habla verdad la astrología,

que ha de causarle una mujer la muerte,

quitándole la sacra monarquía;

y no es mucho que tema de esa suerte.

Teosindo ¡No hay estrellas sin Dios!

Rodulfo Son armonía

por quien el hombre su grandeza advierte,

que canta el cielo, en cláusulas de estrellas,

la eterna potestad que puso en ellas.

Teosindo Ya debe de llegar Lísipa hermosa,

pues el príncipe sale al regio trono.

Rodulfo Si esta deidad elige por esposa

las pasadas locuras le perdono.

Teosindo La música en los aires sonorosa

se pierde al Sol en lisonjero trono.

Rodulfo ¡Bizarro está el príncipe!

Ormindo ¡Es gallardo!

Rodulfo El fin de las demás de éstas aguardo.

(Vanse. Tocan. Salen Leovigildo, rey, de barba, bizarro. Hermenegildo, príncipe, su hijo, y siéntanse en un sitial. Con ellos sale Recaredo.)

Leovigildo Los claros e invencibles ostrogodos

la griega y la romana monarquía

tradujeron a España, dando todos

renombre eterno a la grandeza mía.

Desde el peñasco, que en soberbios codos

el Sol entre sus llamas desafía,

hasta el monte del egipcio Alcides

mi majestad con sacro imperio mides.

Todos feudos me dan, todos me llaman

el magno sucesor de Atanarico;

todos me reverencian, quieren y aman

después que de Arrio la verdad publico.

Los suevios y romanos ya me aclaman

el monarca mayor y rey más rico

de cuantos gozan luz del Sol agora,

ya en su decrepitud y ya en su aurora.

En veinte mil estados dilatada

es España en dos estados dividida:

la citerior y la ulterior llamada,

del vándalo y fenicio poseída.

Esta, de plata y de zafir calzada

y de plantas fructíferas ceñida,

siempre verde lisonja del verano,

su príncipe te nombra soberano.

Esta te llama dueño, ésta te pide

sucesor generoso que propague

la goda majestad que en ti reside,

que no turbe la edad ni el tiempo estrague.

Alba es tu juventud, donde preside

el ardor juvenil y donde halague

lascivo amor angélica belleza,

que es bárbara sin él Naturaleza.

Estas cosas me mueven a que elijas

esposa, Hermenegildo, que dé a España,

que en santidad, eternidad erijas,

sucesor que me imite en tanta hazaña.

Ya todas dilaciones son prolijas,

ya es toda remisión necia y extraña.

Princesas, varias reinas te previenen,

pues en Sevilla hay diez, sin dos que vienen.

(Sale Cardillo, lacayo.)

Cardillo Ya honrando vienen diferentes trajes

las princesas divinas, matizadas

como el cielo de auroras y celajes

y de escuadra de gente acompañadas;

y entre perlas, diamantes y balajes,

estrellas de sus soles fulminadas,

dan en sus ojos con valor profundo,

si al día más beldad más bien al mundo.

Llegué a las Cortes, y diciendo que era

tus ratos de placer y tus cosquillas

y una grave y gentil y otra severa,

brotaron en sus rostros maravillas.

La griega a uno mandó que ésta te diera,

que otra lámpara vi con cadenillas,

y la francesa fulminó un diamante

de un rayo de cristal que eclipsó un guante.

Riqueza es ser bufón; no hay tal oficio;

todos nos dan, por miedo o por locura,

que si en nosotros ya se premia el vicio,

cuando está la virtud pobre y oscura,

todos los que cursáis este ejercicio

conmigo celebrad vuestra ventura,

que aquel que loco os llama y tiene en poco,

dándoos y sujetándoos es más loco.

(Tocan música y pase, acompañada, Ingunda, y con ella damas; ella, al pasar, hace una reverencia al rey y éntrase.)

Recaredo ¿Qué te parece la francesa hermosa?

Hermenegildo Otro espíritu nuevo me ha infundido.

Leovigildo Si te parece bien, será tu esposa.

Cardillo ¡Gracias a Dios que esposa has elegido!

Hermenegildo Señor, obedecer es ley forzosa,

puesto que el casamiento así es tenido;

en vos con más razón, y como es justo,

la voluntad resigno con mi gusto.

Vos la esposa me dad de vuestra mano,

de ella penda mi bien o mi mal penda;

ora del cielo el astrologio vano

ejecute la ley o la suspenda;

ora por ella el bárbaro o tirano

me deje sin imperio y sin hacienda,

y mientan entre tantos imposibles

los astros que se fingen infalibles.

De las doce elegid una, que aquella

que me diérades vos elegir quiero;

vos la suerte seréis y vos la estrella

que influye amor del alma lisonjero.

Leovigildo Será la más gentil y la más bella

mujer.

Hermenegildo Aquesto solamente quiero,

que la unión más conforme y más segura

consiste en la virtud, no en la hermosura.

Leovigildo Suertes tienen de echar, pues llego a verte

con tal resolución.

Hermenegildo Prenda es del cielo

la mujer que al marido se da en suerte,

y ansí vendré a perder todo el recelo;

que una mujer me ha de causar la muerte,

dice la astrología; mas yo apelo

a la causa primera, que Dios solo

brazo es que doma el mar y oprime el polo.

Leovigildo Ahora eres mi hijo; ahora puedo

reengendrarte en mis brazos nuevamente;

ahora la corona te concedo

que carga España en mi cesárea frente.

Vamos a echar las suertes, Recaredo,

a Hermenegildo, el rey.

Hermenegildo Soy obediente.

¿Vos la esposa me dais?

Leovigildo Casarte es justo.

Hermenegildo Quejaos a vos si no saliera a gusto.

Recaredo (Como Ingunda no sea, venturoso,

amor, me he de llamar.)

(Vanse Leovigildo y Recaredo.)

Cardillo ¡Gracias al cielo

que ya, menos cansado y enfadoso,

quieres a España dar común consuelo!

¡Gracias a Dios que fuiste para esposo!

Ya, señor, se acabó todo el recelo

que al casarte tenías, aunque un sabio

al casarse llamó el mayor agravio.

Hermenegildo ¿Al casarse?

Cardillo Al casarse.

Hermenegildo Calla, necio.

Cardillo ¿Pues no es mentís una mujer si sabe

a disgusto con ira y con desprecio?

Y dime, ¿hay bofetón que se le iguale

a una necia si cela Y habla recio,

aunque el hombre la halague y la regale?

Si al mayor regalo esto se deja,

¿hay palos como ser la mujer vieja?

Luego bien dice el sabio, y más si es pobre

el casamiento, que éste es todo afrentas.

Renombre de animoso el nombre cobre,

que se engolfa a expugnar tantas tormentas.

Sóbreme paz y libertad me sobre.

¡Oh tú, que altivo de esta ley te exentas,

joven gentil, que es, mira, en sus regalos

la mujer bofetón, mentís y palos!

(Sale Recaredo.)

Recaredo Llegué con mi padre, hermano,

al cuarto do amor encierra

las bellezas peregrinas

por peregrinas bellezas,

los extranjeros milagros

en quien con mayor soberbia

junta marfil para rayos,

guarda cristal para flechas,

que tan valiente en sus rostros

se excedió naturaleza,

que, admirada en ellas, juzga

soberana omnipotencia.

Salieron a recibirnos,

por epiciclos de puertas

doce estrellas, por que el cuarto

el firmamento parezca.

Vi en ella un Zodíaco hermoso

con doce imágenes bellas,

tórrida zona en que el Sol

abrasaría con más fuerza,

aunque pienso que bañaran

con más templanza la tierra,

porque todas parecían

signos de la primavera.

Lo extraño de los vestidos,

lo diverso de las lenguas

otra Babilonia forman,

siendo amor gigante en ella.

Salió Tilene divina

en sí trasladando a Persia,

vestida de nácar y oro,

tan gentil y tan honesta,

que a la rosa parecía

que a la aurora se desflueca;

para ser del Sol pastilla

ardía en sus conchas tiernas.

Lausinia, de azul, hacía

a los cielos competencia,

siendo entre estrellas de plata

cielo del mayor planeta.

Quedé en su vista abrasado,

quedé ciego en su presencia;

mas no es mucho si me vi

entre el Sol y las estrellas

de plata y de naranjado,

que laberintos se mezclan.

Salió el fénix de Alemania,

si en nieve el fénix se quema,

el naranjado color

entre la plata y las perlas

una naranja la hacía

de escarcha y de flor cubierta,

que por el rostro mostraba

lo dulce de su belleza,

que amor para el apetito

cortó naranja tan bella

de verde laudomia egipcia.

Fue un jardín en quien pudiera

perderse mejor que en Chipre

amor sin arco y sin venda.

De verdes plumas también

dilataba en su cabeza

una selva por penacho.

¡Quién se perdiera en tal selva!

De pardo rosado y oro

Clotilde salió, y Nerca

de verde mar, por que el mar

manso y templado parezca,

aunque nadie ve sus ojos

que se escape de tormenta,

Porque son almas de vidrio

donde las almas se anegan.

Leonora, de amor milagro,

vestida de blanca tela,

Sol pareció que, anublado,

en el invierno despierta

en la nieve de los montes,

que sacudir puede apenas

del cabello que el aurora

con dedos de oro le peina.

Posidonia de pajizo,

con mil asientos y piezas,

pirámide parecía

hecha de preciosas perlas.

Teodora gentil, sembrando

su buen gusto en copia siembra

lentejas de plata y oro

en campo de rosa seca.

Estaban tan bien guisadas,

que mil Esaúles pudieran

despreciar su mayorazgo

por tal plato de lentejas.

Camila, gloria de Italia,

de negro espolín cubierta,