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La moza de cántaro es una obra de teatro del dramaturgo español Félix Lope de Vega escrita en 1618. Se trata de un drama de honor que desemboca en una comedia romántica. La obra, llena de equívocos narrados en tono cómico, se centra en la peripecia de la bella Doña María, quien es testigo de una ofensa hecha a su padre por un tal Don Diego. Ella para vengar la humillación reta a duelo al infame y lo mata.
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Félix Lope de Vega y Carpio
La moza del cántaro
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La moza del cántaro.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard
ISBN rústica: 978-84-9816-196-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-727-1.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 87
Libros a la carta 121
La vida
Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-Madrid, 1635). España.
Nació en una familia modesta, estudió con los jesuitas y no terminó la universidad en Alcalá de Henares, parece que por asuntos amorosos. Tras su ruptura con Elena Osorio (Filis en sus poemas), su gran amor de juventud, Lope escribió libelos contra la familia de ésta. Por ello fue procesado y desterrado en 1588, año en que se casó con Isabel de Urbina (Belisa).
Pasó los dos primeros años en Valencia, y luego en Alba de Tormes, al servicio del duque de Alba. En 1594, tras fallecer su esposa y su hija, fue perdonado y volvió a Madrid.
Entonces era uno de los autores más populares y aclamados de la Corte. La desgracia marcó sus últimos años: Marta de Nevares una de sus últimas amantes quedó ciega en 1625, perdió la razón y murió en 1632. También murió su hijo Lope Félix. La soledad, el sufrimiento, la enfermedad, o los problemas económicos no le impidieron escribir.
El Conde, galán
Don Juan, galán
Don Diego, galán
Fulgencio, galán
Don Bernardo, viejo
Pedro, lacayo
Martín, lacayo
Lorenzo, lacayo
Bernal, lacayo
Doña María, dama
Doña Ana, viuda
Luisa, criada
Leonor, criada
Juana, criada
Alcaide
Indiano
Mesonero
Mozo de mulas
Músicos
Lacayos
Acompañamiento
(Salen doña María y Luisa, con unos papeles.)
Luisa Es cosa lo que ha pasado
para morirse de risa.
María ¿Tantos papeles, Luisa,
esos Narcisos te han dado?
Luisa ¿Lo que miras dificultas?
María ¡Bravo amor, brava fineza!
Luisa No sé si te llame alteza
para darte estas consultas.
María A señoría te inclina,
pues entre otras partes graves,
tengo deudo, como sabes,
con el duque de Medina.
Luisa Es título la belleza
tan alto, que te podría
llamar muy bien señoría,
y aspirar, señora, a alteza.
María ¡Lindamente me conoces!
Dasme por la vanidad.
Luisa No es lisonja la verdad,
ni las digo, así te goces.
No hay en Ronda ni en Sevilla
dama como tú.
María Yo creo,
Luisa, tu buen deseo.
Luisa Tu gusto me maravilla.
A ninguno quieres bien.
María Todos me parecen mal.
Luisa Arrogancia natural
te obliga a tanto desdén.
Éste es de don Luis.
María Lo leo
solo por cumplir contigo.
Luisa Yo soy de su amor testigo.
María Y yo de que es necio y feo.
(Lee.) «Considerando conmigo a solas, señora
doña María...»
No leo.
(Rompe el papel.)
Luisa ¿Por qué?
María ¿No ves
que comienza alguna historia,
o que quiere en la memoria
de la muerte hablar después?
Luisa Éste es de don Pedro.
María Muestra.
Luisa Yo te aseguro que es tal,
que no te parezca mal.
María ¡Bravos rasgos! ¡Pluma diestra!
(Lee.) «Con hermoso, si bien severo, no dulce,
apacible sí rostro, señora mía, mentida
vista me miró vuestro desdén, absorto de
toda humanidad, rígido empero, y no con
lo brillante solícito, que de candor
celeste clarifica vuestra faz, la
hebdómada pasada.»
(Rómpele.) ¿Qué receta es ésta, di?
¿Qué médico te la dio?
Luisa Pues ¿no entiendes culto?
María ¿Yo?
¿Habla de «aciértame aquí»?
Luisa Hazte boba, por tu vida.
¿Puede nadie ser discreto
sin que envuelva su conceto
en invención tan lucida?
María ¿Ésta es lucida invención?
Ahora bien, ¿hay más papel?
Luisa El de don Diego, que en él
se cifra la discreción.
(Lee.)
María «Si yo fuera tan dichoso como vuestra
merced hermosa, hecho estaba el partido.»
(Rómpele.) ¿Qué es partido? No prosigo.
Luisa ¿Que nada te ha de agradar?
María Pienso que quiere jugar
a la pelota conmigo.
Luisa, en resolución,
yo no tengo de querer
hombre humano.
Luisa ¿Qué has de hacer,
si todos como éstos son?
María Estarme sola en mi casa.
Venga de Flandes mi hermano,
pues siendo tan rico, en vano
penas inútiles pasa.
Cásese, y déjeme a mí
mi padre; que yo no veo
dónde aplique mi deseo
de cuantos andan aquí,
codiciosos de su hacienda;
que, si va a decir verdad,
no quiere mi vanidad
que cosa indigna le ofenda.
Nací con esta arrogancia.
No me puedo sujetar,
si es sujetarse el casar.
Luisa Hombres de mucha importancia
te pretenden.
María Ya te digo
que ninguno es para mí.
Luisa Pues ¿has de vivir ansí?
María ¿Tan mal estaré conmigo?
Joyas y galas ¿no son
los polos de las mujeres?
Si a mí me sobran, ¿qué quieres?
Luisa ¡Qué terrible condición!
María Necia estás. No he de casarme.
Luisa Si tu padre ha dado el sí,
¿qué piensas hacer de ti?
María ¿Puede mi padre obligarme
a casar sin voluntad?
Luisa Ni tú tomarte licencia
para tanta inobediencia.
María La primera necedad
dicen que no es de temer,
sino las que van tras ella,
pretendiendo deshacella.
Luisa Los padres obedecer
es mandamiento de Dios.
María ¿Ya llegas a predicarme?
Luisa Nuño acaba de avisarme
que estaban juntos los dos...
María ¿Quién?
Luisa Mi señor y don Diego.
María ¿Qué importa que hablando estén,
si no me parece bien,
y le desengaño luego?
Luisa Y don Luis ¿no es muy galán?
María Tal salud tengas, Luisa.
Muchas se casan aprisa,
que a llorar despacio van.
Luisa Ésa es dicha y no elección;
que mirado y escogido
salió malo algún marido,
y otros sin ver, no lo son.
Que si son por condiciones
los hombres buenos o malos,
muchas que esperan regalos
encuentran malas razones.
Pero en don Pedro no creo
que haya más que desear.
María Sí hay, Luisa...
Luisa ¿Qué?
María No hallar
a mi lado hombre tan feo.
Luisa Mil bienes me dicen dél,
y tú sola dél te ríes.
María Luisa, no me porfíes;
Que éste es don Pedro el Cruel.
Luisa Tu desdén me maravilla.
María Pues ten por cierta verdad
que es rey de la necedad,
como el otro de Castilla.
Luisa Don Diego está confiado;
joyas te ha hecho famosas.
María ¿Joyas?
Luisa Y galas costosas;
hasta coche te ha comprado.
María Don Diego de noche y coche.
Luisa ¡De noche un gran caballero!
María Mas ¡ay Dios! que no le quiero
para don Diego de noche.
Otra le goce, Luisa,
no yo. ¡De noche visiones!
Luisa Oigo unas tristes razones.
María Volvióse en llanto la risa.
¿No es éste mi padre?
Luisa Él es.
(Don Bernardo, de hábito de Santiago, con un lienzo en los ojos. Dichas.)
Bernardo ¡Ay de mí!
María Señor, ¿qué es esto?
¿Vos llorando y descompuesto,
y yo no estoy a esos pies?
¿Qué tenéis, padre y señor,
mi solo y único bien?
Bernardo Vergüenza de que me ven
venir vivo y sin honor.
María ¿Cómo sin honor?
Bernardo No sé.
Déjame, por Dios, María.
María Siendo vos vida en la mía,
¿cómo dejaros podré?
¿Habéis acaso caído?
Que los años muchos son.
Bernardo Cayó toda la opinión
y nobleza que he tenido.
No es de los hombres llorar;
pero lloro un hijo mío
que está en Flandes, de quien fío
que me supiera vengar.
Siendo hombre, llorar me agrada;
porque los viejos, María,
somos niños desde el día
que no quitamos la espada.
María Sin color, y el alma en calma
os oigo, padre y señor;
mas ¿qué mucho sin color,
si ya me tenéis sin alma?
¿Qué había de hacer mi hermano?
¿De quién os ha de vengar?
Bernardo Hija, ¿quiéresme dejar?
María Porfías, señor, en vano.
Antes de llorar se causa
la excusa, pero no agora;
que siempre quiere el que llora
que le pregunten la causa.
Bernardo Don Diego me habló, María...
Contigo casarse intenta...
Respondíle que tu gusto
era la primer licencia,
y la segunda del Duque.
Escribí, fue la respuesta
no como yo la esperaba;
que darte dueño quisieran
estas canas, que me avisan
de que ya mi fin se cerca.
Puse la carta en el pecho,
lugar que es bien que le deba;
que llamarme deudo el Duque
fue de esta cruz encomienda.
Vino a buscarme don Diego
a la Plaza (¡nunca fuera
esta mañana a la Plaza!),
y con humilde apariencia
me preguntó si tenía
(aunque con alguna pena)
carta de Sanlúcar. Yo
le respondí que tuviera
a dicha poder servirle:
breve y bastante respuesta.
Dijo que el Duque sabía
su calidad y nobleza;
que le enseñase la carta,
o que era mía la afrenta
de la disculpa engañosa.
Yo, por quitar la sospecha,
saqué la carta del pecho,
y turbado leyó en ella
estas razones, María.
Quien tal mostró, que tal tenga.
«Muy honrado caballero
es don Diego; pero sea