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Las bizarrías de Belisa es una comedia del célebre dramaturgo español del Siglo de Oro, Félix Lope de Vega y Carpio. Escrita y fechada en 1634, esta obra es conocida por ser la última comedia datada de este prolífico autor. La trama se centra en las peripecias de Belisa, una joven caracterizada por su gallardía, presunción y elegancia, atributos encapsulados en el término "bizarra". Belisa se encuentra en una lucha encarnizada con la hermosa Lucinda por el amor de don Juan de Cardona. El conflicto entre las dos damas se desarrolla con sutileza e ingenio, y se disimula de manera hábil en el contexto lujoso y elegante de la vida cortesana de Madrid durante el reinado de Felipe IV. A través de las astucias y las estrategias empleadas en esta guerra amorosa, la obra revela los matices y las complejidades de la vida y las relaciones sociales en la corte del Siglo de Oro español.
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Félix Lope de Vega
Las bizarrías de Belisa
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Las bizarrías de Belisa.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-186-9.
ISBN rústica: 978-84-9816-201-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-732-5.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 87
Libros a la carta 125
La vida
Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-Madrid, 1635). España.
Nació en una familia modesta, estudió con los jesuitas y no terminó la universidad en Alcalá de Henares, parece que por asuntos amorosos. Tras su ruptura con Elena Osorio (Filis en sus poemas), su gran amor de juventud, Lope escribió libelos contra la familia de ésta. Por ello fue procesado y desterrado en 1588, año en que se casó con Isabel de Urbina (Belisa).
Pasó los dos primeros años en Valencia, y luego en Alba de Tormes, al servicio del duque de Alba. En 1594, tras fallecer su esposa y su hija, fue perdonado y volvió a Madrid. Allí tuvo una relación amorosa con una actriz, Micaela Luján (Camila Lucinda) con la que tuvo mucha descendencia, hecho que no impidió su segundo matrimonio, con Juana Guardo, del que nacieron dos hijos.
Entonces era uno de los autores más populares y aclamados de la Corte. En 1605 entró al servicio del duque de Sessa como secretario, aunque también actuó como intermediario amoroso de éste. La desgracia marcó sus últimos años: Marta de Nevares una de sus últimas amantes quedó ciega en 1625, perdió la razón y murió en 1632. También murió su hijo Lope Félix. La soledad, el sufrimiento, la enfermedad, o los problemas económicos no le impidieron escribir.
Belisa, dama
Finea, su criada
Celia, dama
Lucinda, dama
Fabia, criada
Don Juan de Cardona
Tello, su criado
Octavio, galán
Julio
El conde Enrique
Fernando, criado del conde
Criados
Músicos
Dos hombres
(Salen Belisa con vestido entero de luto galán, flores negras en el cabello, guantes de seda negra y valona, y Finea.)
Finea ¿Así rasgas el papel?
Belisa Cánsame el conde, Finea.
Finea ¡Qué ingratitud!
Belisa Que lo sea
me manda Amor.
Finea Fuego en él,
que pienso que no es tan vario
en sus mudanzas el viento.
Belisa Navega mi pensamiento
por otro rumbo contrario.
Castigó mi voluntad
el cielo.
Finea No sé si diga
que justamente castiga,
señora, tu libertad.
Tanto despreciar amantes,
tanto desechar maridos,
tanto hacer de los oídos
arracadas de diamantes,
claro está, que habían de dar
[esa] ocasión al Amor
para vengar tu rigor.
Belisa Bien se ha sabido vengar.
Finea ¡Oh qué bien los has vengado
con querer agora bien
a quien, ni aun sabes a quién,
ni él tampoco tu cuidado!
Tus desdenes con razón
agora diciendo están:
«Qué se hizo del rey don Juan?
Los infantes de Aragón,
¿qué se hicieron?»
Belisa No presumas
que de esta mudanza estoy
arrepentida, aunque doy
agua al mar, al viento plumas;
porque tengo la memoria
de este necio amor tan llena,
que juzgo poco la pena
para tan inmensa gloria.
¿Llaman?
Finea Sí.
Belisa Pues quiero hablarte
con más espacio después;
mira quién es.
Finea Celia es,
que ha venido a visitarte.
(Vase. [Sale Celia].)
Celia Prospere tu vida el cielo.
Belisa No sé, Celia, si querrá
tener ese gusto ya.
Celia Ya la novedad recelo;
dijéronme que te habían
visto con luto en la Calle
Mayor aunque gala y talle
la causa contradecían.
Y hallo que todo es verdad
pero tanta bizarría
no es tristeza.
Belisa Celia mía,
murió.
Celia ¿Quién?
Belisa Mi libertad.
Celia Es imposible que en ti
haya faltado el desdén.
Belisa ¿No es faltarme querer bien?
Celia ¿Tú quieres bien?
Belisa Yo.
Celia ¿Tú?
Belisa Sí.
Ya cesaron mis rigores.
Celia Veré primero sembrado
de estrellas del cielo el prado,
y el cielo de hierba y flores,
y trocado el natural
efeto veré también
a la envidia decir bien,
y a la virtud hablar mal;
veré la ciencia premiada
y a la ignorancia abatida
que es la verdad bien oída
y que la lisonja enfada,
y el imposible mayor
dar honra al que está sin ella,
que crea, Belisa bella,
que puedes tener amor.
Belisa Una tarde, cuando el Sol
dicen que en el mar se esconde
y se le ponen delante
las cabezas de los montes
cuando por aquella raya
que con varios tornasoles
divide el cielo y la tierra
y los días y las noches
nubes de púrpura y oro
van usurpando colores
a la plumas de los aires
y a las ramas de los bosques,
iba sola con Finea,
amiga Celia, en mi coche,
tan Sol de mi libertad
cuanto luego fui Faetonte;
que nunca verán tan altas
las soberbias presunciones
que no las fulminen rayos
como a las soberbias torres.
Era en la parte del Prado
que igualmente corresponde
a esa Fuente Castellana
por la claridad del nombre;
que también hay fuentes cultas
que, aunque oscuras, al fin corren
como versos y abanillos,
¡quiera el cielo que se logren!
Ibas Finea cantando
en gracia de mis blasones
finezas del conde Enrique,
que ya conoces al conde
y a sus papeles escritos
para que, cuando me toque
como papel de alfileres
tenga papeles de amores,
y a mis locas bizarrías
desprecios y disfavores
como si hubiera nacido
de las entrañas de un roble,
cuando veo un caballero
con el semblante conforme
al suceso que esperaba.
Volvió la cara y paróse
a escuchar quién le seguía;
pero con pocas razones
desnudando las espadas
los ferreruelos descogen.
El que digo, el pie delante,
con el contrario afirmóse,
gala y valor que en mi vida
vi hombre tan gentilhombre.
No era el otro menos diestro.
No te parezca desorden
que siendo mujer te cuente
lo que es bien que ellas ignoren;
que, aunque aguja y almohadilla
son nuestras mallas y estoques,
mujeres celebra el mundo
que han gobernado escuadrones.
Semíramis y Cleopatra,
poetas e historiadores
celebran, y fue Tomiris
famosa por todo el orbe.
¿No has visto cuando dos juegan
que sin conocerse escoge
uno de los dos quien mira,
sin que el provecho le importe,
y quiere que el otro pierda
sin saber que esto se obre
por conformidad de estrellas
que infunden inclinaciones?
Pues de esa suerte mi alma
súbitamente se pone
al lado del que juzgaba
por más galán y más noble.
Alzó el contrario de tajo
a quien mi ahijado embebióle
una punta con que dio
en tierra mas levantóse
presto porque después supe
que traía un peto doble
de Milán, labrado a prueba
del plomo, que muros rompe.
Acudieron a este punto,
tirándole varios golpes
tres hombres a mi galán,
cosa indigna de españoles.
Pero dicen entre amigos
que el enemigo perdone,
que solo es vil el que huye,
y valiente el que socorre.
Con razón o sin razón
salto de mi coche entonces,
quito la espada al cochero
que arrimado a los frisones
miraba a pie la pendencia,
todo tabaco y bigotes
como si estuviera el necio
de la plaza en los balcones
y el conde de Cantillana
acuchillando leones;
y partiendo al caballero
me pongo de Rodamonte
a su lado. ¡Cosa extraña!
En fin, hombres de la corte,
pues se volvieron humildes
los que llegaron feroces.
Agradecido el galán
de dos tan nuevas acciones
comenzó a hablarme y no pudo
porque de lejos dan voces
que la justicia venía;
que no hay Santelmo en el tope
después de la tempestad
que como una vara asome.
Díjele, En mi coche entrad
que si los caballos corren,
porque éstos no son de aquellos
que repiten para cofres:
«Presto estaremos en salvo».
Entró el galán y sentóse
en la proa y yo en la popa
como campos fronte a fronte.
Viendo que nadie venía
templó el cochero el galope
y en la Fuente Castellana
para descansar paróse.
Yo siempre que voy al Prado
llevo un búcaro. Tomóle
el cochero y diónos agua.
Dile yo una alcorza y dióme
las gracias en un requiebro
que la mano agradecióle.
Con esto le persuadí
a que dejando favores
me contase la ocasión
de la pendencia; que sobre
cosas de amor sospechaba
que hay profetas corazones,
pues antes que le dijese
celos me daban temores;
que el que ha de matarla sabe
la garza entre mil halcones.
En fin, dijo de esta suerte:
«Agora a escucharme ponte,
para que como él a mí,
de mi desdicha te informe.»
«Yo soy don Juan de Cardona,
hijo del señor don Jorge
de Cardona, aragonés,
y doña Juana de Aponte.
Nací segundo en mi casa
y así mi padre envióme
a Flandes donde he servido
desde los años catorce
hasta la edad en que estoy.
Volvieron informaciones
de mis servicios y cartas
de aquel ángel que coronen
los cielos, Infanta de Austria
de divinos resplandores,
tía del rey que Dios guarde.
Pretendí luego en la corte
a guisa de otros soldados;
pero entre otras pretensiones
de un hábito, vi una tarde
con otro de chamelote,
un serafín de marfil
con toda el alma de bronce.
Quedé sin ella, seguíla,
servíla, y agradecióme
la voluntad, retirando
todo lo que no es amores.
Gasté, empobrecí. Mi padre,
enojado, descuidóse
de mi socorro, y Lucinda,
que éste es de esta dama el hombre,
desdeñosa, a puros celos
me mata viéndome pobre;
que no hay finezas que obliguen
ni lágrimas que enamoren.»