La devoción del rosario - Félix Lope de Vega y Carpio - E-Book

La devoción del rosario E-Book

Félix Lope de Vega y Carpio

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Beschreibung

La devoción del rosario es un auto sacramental de Lope Vega. Fragmento de la obra Jornada primera (Sale Pedro Germán, monje, solo.) Pedro Germán: ¡Dios sin principio y sin fin, cuyos soberanos pies pisa el mayor serafín! ¡Dios uno y Personas tres, que entender quiso Agustín, y en el ejemplo del mar, que el niño encerrar quería en tan pequeño lugar, vio que ninguno podía tan gran piélago aplacar! ¡Dios, de quien solo creer es más justa reverencia que no intentaros ver, cuál impulso, qué violencia aquí me pudo traer! Señor, en mi celda estuve: ¿cómo me traéis aquí? Mas… ¿qué prometida nube de oro y Sol se acerca así que sobre mis hombros sube? Como si en una linterna su cuerpo el Sol se encerrara, le alumbra la luz interna y la superficie clara, bañada en su lumbre eterna; juntos caminan los dos al monte de vuestro cielo. ¿Qué es esto, divino Dios? O es que Vos bajáis al suelo o sube algún santo a Vos. (Suspéndese el monje, y con música sube por una canal una figura de papa, con capa y tiara.) ¡Válgame el cielo!, podré decir por este varón que por las nubes se ve: ¿Quién es éste, que de Edón sube, puesto que no fue con vestidura vestida? Sí, que es el alba ceñida, y la capa y la tiara vencen del Sol la luz clara por el oriente esparcida. ¿Quién serás, confesor santo, con ese precioso manto, tú que por corona tienes tres esferas en las sienes que tus canas honran tanto? Tu luz apenas resisto; más bien muestras, verde cedro, ya sobre el Líbano visto, que eres sucesor de Pedro, aquel Vicario de Cristo.

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Félix Lope de Vega y Carpio

La devoción del rosario

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La devoción del rosario.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-188-5.

ISBN ebook: 978-84-9897-719-6.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 51

Jornada tercera 95

Libros a la carta 131

Brevísima presentación

La vida

Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-Madrid, 1635). España.

Nació en una familia modesta, estudió con los jesuitas y no terminó la universidad en Alcalá de Henares, parece que por asuntos amorosos. Tras su ruptura con Elena Osorio (Filis en sus poemas), su gran amor de juventud, Lope escribió libelos contra la familia de ésta. Por ello fue procesado y desterrado en 1588, año en que se casó con Isabel de Urbina (Belisa).

Pasó los dos primeros años en Valencia, y luego en Alba de Tormes, al servicio del duque de Alba. En 1594, tras fallecer su esposa y su hija, fue perdonado y volvió a Madrid.

Entonces era uno de los autores más populares y aclamados de la Corte. La desgracia marcó sus últimos años: Marta de Nevares una de sus últimas amantes quedó ciega en 1625, perdió la razón y murió en 1632. También murió su hijo Lope Félix. La soledad, el sufrimiento, la enfermedad, o los problemas económicos no le impidieron escribir.

Personajes

Aja, mora

Alberto, cautivo

Alesio, cautivo

Antonio

Archima Amet

Beceba, alcaide moro

Camilo, pasajero

Celimo, moro

Cosme

El Auxilio Divino

El rey de Túnez

Filipo, soldado

Fray Antonino, prior

Lucifer

Marcela, cautiva

Nicolo, cautivo

Pedro Germán, monje. Una figura de papa con capa y tiara

Rosa, mora

Rosio, soldado

Satanás

Sultán

Un Ángel

Un Capitán

Un Mercader

Vivaldo, cautivo

Jornada primera

(Sale Pedro Germán, monje, solo.)

Pedro Germán ¡Dios sin principio y sin fin,

cuyos soberanos pies

pisa el mayor serafín!

¡Dios uno y Personas tres,

que entender quiso Agustín,

y en el ejemplo del mar,

que el niño encerrar quería

en tan pequeño lugar,

vio que ninguno podía

tan gran piélago aplacar!

¡Dios, de quien solo creer

es más justa reverencia

que no intentaros ver,

cuál impulso, qué violencia

aquí me pudo traer!

Señor, en mi celda estuve:

¿cómo me traéis aquí?

Mas... ¿qué prometida nube

de oro y Sol se acerca así

que sobre mis hombros sube?

Como si en una linterna

su cuerpo el Sol se encerrara,

le alumbra la luz interna

y la superficie clara,

bañada en su lumbre eterna;

juntos caminan los dos

al monte de vuestro cielo.

¿Qué es esto, divino Dios?

O es que Vos bajáis al suelo

o sube algún santo a Vos.

(Suspéndese el monje, y con música sube por una canal una figura de papa, con capa y tiara.)

¡Válgame el cielo!, podré

decir por este varón

que por las nubes se ve:

¿Quién es éste, que de Edón

sube, puesto que no fue

con vestidura vestida?

Sí, que es el alba ceñida,

y la capa y la tiara

vencen del Sol la luz clara

por el oriente esparcida.

¿Quién serás, confesor santo,

con ese precioso manto,

tú que por corona tienes

tres esferas en las sienes

que tus canas honran tanto?

Tu luz apenas resisto;

más bien muestras, verde cedro,

ya sobre el Líbano visto,

que eres sucesor de Pedro,

aquel Vicario de Cristo.

(Tocan cajas destempladas; sale un Capitán y cuatro soldados, que son Vivaldo, Nicolo, Alesio y Antonio, con cruces en los pechos.)

Capitán Ya no hay que hacer aquí; cubrid de luto

las cajas, las trompetas y las armas.

El general murió; cesó la guerra.

Vivaldo Desdicha general de Italia ha sido,

de España y Francia y las naciones todas

que del nombre católico se precian.

Nicolo Descanse el fiero turco, crezca el número

de mamelucos y de zapas fieros;

discurra el mar de Ebrón, ya con sus naves,

pues faltó ya quien le pusiese freno.

Vivaldo Ya el otomano, casa prodigiosa,

su nombre ensalce y su corona aumente.

Antonio Duerme en Constantinopla, turco fiero,

del acero católico seguro,

pues el nuevo Godofre parte al cielo.

Pedro Germán Soldados generosos, caballeros

ilustres, que mostráis en la cruz roja

serlo de Cristo, ¿dónde vais tan tristes?

¿Quién es el capitán que lloráis muerto?

Capitán El muerto general que nos preguntas,

que, como en soledad estás, lo ignoras,

es el Sumo Pontífice, el gran Pío.

Pío segundo es muerto, y el primero,

que, después de las armas celestiales,

con las humanas quiso echar del mundo

el fiero turco, destrucción de Hungría,

llevósele la muerte; el pastor muerto,

las ovejas se esparcen.

Pedro Germán ¡Triste caso,

aunque para el bendito Padre alegre,

pues ya sus obras y deseo santo

el ciclo premia con laurel eterno!

Vivaldo Bendícenos y ruega por nosotros.

Pedro Germán El cielo os dé su bendición.

(Vase.)

Capitán Vivaldo,

aquí no hay más que hacer, que ya de Ancona

quieren sacar el cuerpo.

Vivaldo Yo querría

acompañarle.

Capitán Vamos.

Alesio Pues concede

tantas gracias el cielo a quien a Roma

llegare con el cuerpo, ¿qué soldado

dejará de ganarlas? ¡Cuerpo santo,

a vuestro lado iré deshecho en llanto!

(Vanse; quedan solos Antonio y Nicolo.)

Nicolo ¿De qué tan suspenso estás,

Antonio, en esta ocasión?

Antonio De que mi buena intención

llegó hasta serlo, y no más.

Mi estudio dejado había

por las armas de la fe,

que en naciendo profesé,

que es ciencia que a Dios me guía.

El Pontífice supremo,

como sabes, me había dado

de esta facultad el grado,

para el alma honor extremo.

Porque de esta borla roja,

cruz santa que traigo al pecho,

fue de aquel gran sabio hecho

que los infiernos despoja.

Llegamos todos a Ancona,

muere el santo general,

que en mejor carro triunfal

divino laurel corona,

y vuelvo con tal tristeza

de ver que me he de quitar

la cruz sin pasar el mar

que con tanta fortaleza

mártir pensaba yo ser

a manos del turco fiero,

que temo como primero

a mi estudio no volver.

Porque si otra vez el mundo

me vuelve a su confusión,

¿qué más cierta perdición

que entrar en su mar profundo?

Nicolo Todos habemos venido

a ser de Cristo soldados,

por ver, de tantos llamados,

quién llega a ser escogido;

pero pues la santa empresa

que hacía contra el impío

turco el Pontífice Pío

aquí con su muerte cesa

y no hay príncipe cristiano

que la quiera proseguir,

con su cuerpo quiero ir

ansí, Antonio, porque gano

tan grandes indulgencias

como por tener que hacer

en Roma.

Antonio No puede ser,

por algunas diferencias

que traigo conmigo en mí

en materia de mi Estado,

acompañarte, que he dado

en lo que nunca creí.

Vete, Nicolo, en buen hora.

Nicolo Prospere tu vida el cielo,

(Vase.)

Antonio ¡Adiós, peligros del suelo,

bien que el cielo vulgo adora!

¡Adiós, locas pretensiones!

¡Adiós, esperanzas vanas,

pues no os desengañan canas

ni os obligan sinrazones!

¡Adiós, servir y no ver

para siempre el galardón!

¡Adiós, hermosa opinión,

vanaglorioso placer!

¡Adiós, amistad fingida!

¡Adiós, verdad despreciada,

que quiero en breve jornada

poner en salvo mi vida!

Servir a Dios es seguro;

todo lo demás, dudoso.

(Sale Cosme, camarada de Antonio, soldado roto con cruz al pecho.)

Cosme ¡Adiós, celada! ¡Adiós, coso!

¡Adiós, berberisco moro!

¡Adiós, morillos, pues ya

Murió Pío y yo quedé

de defensor de la fe.

Antonio ¡Cosme!

Cosme Cóseme tú a mí,

que tú harto cosido estás.

¡Ah, guerra de Satanás,

medrado vuelvo de ti!

De donde pensé sacar

fama eterna y un tesoro,

dándome el alarbe moro

ocasión de pelear,

Pío, por estarse holgando,

allá en el ciclo se fue

a descansar; yo quedé,

pollo aterido, piando.

Antonio Cosme, criado y amigo

de aqueste Antonio, que ya

huyendo del mundo va

como de un grande enemigo.

Pues ya la santa jornada

que hacía el segundo Pío

contra el turco poderío

para que dio la cruzada,

cuya divina señal

nuestros pechos ilustraba,

se acabó por lo que acaba

todo aquello que es mortal,

yo no pienso dar la vuelta

a la patria sin vencer

otro enemigo.

Cosme Si el ver

que tu voluntad resuelta

quiere la guerra seguir

no me pone inclinación,

¿bajos mis intentos son?

¿No te merezco servir?

¿Tan mal camarada he sido?

¿No te he dado en las posadas

las gallinas encerradas,

el cabritillo escondido?

¿Qué Pollo se me escapó,

como yo de ojo le viese,

que a tu plato no trujese?

¿Quién te sirvió, como yo?

Y como tú te inclinaras,

¿quedar hermosa doncella

que no durmieras con ella?

Antonio Calla, Cosme. ¿No reparas

que de aquesas sinrazones,

hechas contra voluntad,

de sus sueños se ha de dar

cuenta? En confusión me pones.

Cosme ¿Ya predicas? ¡Pesía a tal!

Vamos y el pesar destierra.

Antonio No, Cosme; no es esta guerra

la que tú piensas.

Cosme Pues ¿cuál?

Antonio Es contra el mundo.

Cosme Que sea

contra mil mundos.

Antonio Tu celo

conozco; pero es el cielo

por lo que aquí se pelea.

Cosme ¿El cielo?

Antonio Sí, que dél son

el mundo, carne y demonio

contrarios.

Cosme Sospecho, Antonio,

que tratas de religión.

Mas dime claro tu intento.

Tu hechura soy, ¿qué reparas?

Antonio Pues el tuyo me declaras,

escucha mi pensamiento.

El ilustre y noble Cosme

de Médicis, que a Florencia

dio el más rico ciudadano

que las historias celebran;

aquel de quien pronostican

todos los hombres de letras

que dél han de suceder

pontífices a la Iglesia,

reyes en Francia y España;

aquel que en virtud y hacienda

sobrepujó a cuantos hombres

sin título el mundo cuenta;

aquel que cuando murió

Pedro, que su hacienda hereda,

mirando la que tenía,

halló en sus libros de cuenta

que ningún hombre, alto o bajo,

de cuantos hay en Florencia

le dejaba de deber

dineros, que fue grandeza

que de ninguno se escribe;

entre muchas excelencias,

tuvo la mayor de todas,

que fue conocer la deuda

en que estaba a Dios, y así

propuso satisfacerla,

porque solía decir,

lleno de risa y modestia:

«Aunque más a Dios le pago,

cuando a las cuentas se llega,

hallo que siempre me alcanza,

siempre quiere que le deba.»

En los montes Pesulanos,

por ser tan propias las peñas

de aquel santo que solía

buscar el cielo por ellas,

aquel jerónimo insigne

que, por ser tan dura puerta