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La historia de la judía Raquel había tenido ya amplio tratamiento en el teatro español precedente. Desde Lope de Vega, iniciador de la tradición dramática, como en tantas otras ocasiones, en su obra Las Paces de los Reyes y Judía de Toledo, de 1617. El asunto fue retomado por - Antonio Mira de Amescua en su obra La desgraciada Raquel, de 1625; - por Juan Bautista Diamante en La Judía de Toledo, publicada en 1667 (según algunos críticos la obra de Diamante no es sino la pieza de Mira de Amescua, cambiada de título); - por Pedro Francisco Lanini Sagredo en El rey don Alfonso el Bueno, de 1675, - y en La batalla de las Navas y rey don Alfonso el Bueno, de 1701.Incluso escritores posteriores a García de la Huerta, continuaron abordando la misma historia en piezas como: - La Judía de Toledo o Alfonso VIII, de Eusebio Asquerino (1842); - Raquel, o los amores de Alfonso VIII rey de Castilla, de Pedro Pardo de la Casta (1859); - Raquel, de Ángel Lasso de la Vega y Argüelles (1891); - Raquel, de Mariano Capdebón.La intriga de La desgraciada Raquel se centra en la relación amorosa entre el rey Alfonso VIII de Castilla y una judía oriunda de la ciudad de Toledo. Raquel va a la corte como emisaria de la comunidad judía para que interceda ante el rey por el decreto de expulsión que se efectuó. El rey Alfonso se enamora de Raquel y de este modo comienza el conflicto. Las relaciones amorosas entre ambos personajes no están permitidas, teniendo en cuenta: que el rey se encuentra casado y que su amante es judía, es decir, enemiga directa de la corona. Sin embargo, aunque Raquel logre que el monarca anule el decreto, luego lo traiciona y asesinada como castigo por su ansia de poder.
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Seitenzahl: 83
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Antonio Mira de Amescua
La desgraciada Raquel Edición de Vern Williamsen
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La desgraciada Raquel.
© 2024, Red ediciones S.L.
email: [email protected]
Diseño de la colección: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-615-6.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-655-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-573-4.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La historia 7
La judía de Toledo 9
Personajes 10
Jornada primera 11
Jornada segunda 49
Jornada tercera 95
Libros a la carta 139
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
Una familia judía de la España de Alfonso VIII es desterrada por éste de la ciudad de Toledo. Hacia 1270, la Crónica General de Alfonso X el Sabio alude por primera vez a un episodio de la vida de Alfonso VIII (1155-1214): en 1170, recién casado con Leonor de Aquitania, se enamoró de una judía de Toledo, Raquel, la «Fermosa», y se encerró con ella durante casi siete años olvidando a su legítima mujer y su reino.
Los nobles de la Corte decidieron matar a la judía.
Este argumento ha sido tratado, con diferentes variantes, entre otros por Lorenzo de Sepúlveda en la Romanza (1551), Lope de Vega, Luis de Ulloa y Pereyra, Juan Bautista Diamante y García de la Huerta (1772).
Álvar Núñez, viejo
Calvo, gracioso
Dalila, criada judía
David, padre de Raquel
Don Fernando Illán
Garci López, viejo
Música
Raquel, dama judía
Rey don Alfonso VIII
Soldados
Un criado
Un viejo
Una mujer
Zara, criada judía
(Salen Raquel dama, y David, su padre.)
Raquel Suspende de tus ojos,
padre y señor, el repetido llanto,
que te ha causado enojos,
y si mi amor puede contigo tanto
como mi confianza,
alcance amor lo que el dolor no alcanza.
La causa que tuviste
para tanto pesar me comunica;
y si tu llanto triste
en mudas quejas su dolor explica,
pues que no sea tanto,
dígamela tu voz, mas no tu llanto.
¿Por qué tu pena escondes?
Mira que dando estás tormento al alma.
En fin, ¿no me respondes?
Mira que ya con tan penosa calma
el dolor engañamos.
¡O sintamos los dos o no sintamos!
David Eres, hija, importuna
enemiga de ti, cuando engañosa
buscas que tu fortuna
te haga más infeliz por más hermosa,
apurando el veneno
que oculta el pecho de recelos lleno
Raquel Si el mal comunicado
halla alivio en la pena que mantiene,
reparte tu cuidado,
y el dolor hará menos, que te tiene
en tan duro tormento,
ya, de puro sentir, sin sentimiento.
Comunica tus males
y templaré al oírlos el tenerlos;
que si los hizo iguales
el amor, no se aumentan con saberlos;
y quizás al oírlos,
descansará tu pecho con decirlos.
David Raquel, este cuidado,
que así es líquido aljófar desperdicio,
no solo en mí ha empleado
el duro golpe que me priva el juicio;
que a muchos toca siento
mas no por eso es menos mi tormento.
Toda mi ley padece
el golpe de fortuna más airado;
que el dolor ennoblece,
siendo el honor, Raquel, el injuriado
triste y común afrenta.
Raquel ¿No me dirás la causa?
David Escucha atento.
Después que Alfonso el VIII,
Rey de Castilla feliz,
entre rebeldes tinieblas
triunfante empezó a lucir,
brillando el acero armado
siempre en combate civil
de opuestos afectos, ciegas
luces de mentido ardid;
después que a sus plantas nobles
rindió la altiva cerviz
que descollaba a horizontes
presuntuoso cenit,
y después que victorioso
vio a Fernando desistir,
ceñido el sacro laurel
que usurpaba para sí;
después que fijó el imperio
y con pecho varonil
al colorido del alma
dio el valor oro matiz;
después, en fin, que engañada
envidia nueva, mentir
hizo a la edad el ardor
de experiencia juvenil;
entre diversos combates
que pudiera oprimir
mayores fuerzas, el yugo
supo al cuello sacudir,
y en repetidas campañas
contra la morisma lid
de mil victorias cargado
le vio su campo embestir,
fuera el repetir sus glorias
toda la luz reducir
del Sol a número, y todo
ese estrellado zafir
con la vista registrar
y en la memoria escribir.
De esta postrera lo digan
las Navas, donde le vi,
siendo de sus huestes todas
presuntuoso adalid,
competir con lo bizarro
y triunfar de lo gentil.
Pero, ¿para qué te canso
en contar ni repetir
victorias que han de parar
en tragedias para mí?
Vamos al caso, Raquel,
que ya no puede encubrir
el silencio tanto tiempo
la llama dentro de sí.
A Toledo llegó Alfonso,
y agradecido al feliz
triunfo que a su Dios le debe,
promulgó, en oprobio vil
de la mosaica y hebrea
ley, que para dividir
de sus cristianos vasallos
nuestra religión, salir
nos mandaba de Toledo.
Escucha; que desde aquí
empiezan, Raquel, mis penas
que en el secreto escondí
de mi dolor, porque el tuyo
en su noticia temí.
Diez días ha ya que estamos
desterrados, y de mí
ha diez días que no sé
con tan nuevo frenesí.
En este aprieto los nobles,
los ricos, que, de rabí
descendientes, a sus tribus
firmes siempre han de seguir,
hicieron junta, y Rubén,
descendiente de Leví,
nuestro pontífice sumo,
acordó que era bien ir
alguna hermosa judía
a hablar al Rey, y decir
de parte de su ley toda
que el miserable infeliz
estado de su ruina
no aumentase introducir
tan nueva mudanza al pueblo
que, olvidado del motín,
entre los hebreos vivía
quieto, seguro y feliz.
La causa que le movió
a aquesto fue el presumir
que, como el Rey es tan mozo,
en quien el ardor pueril
aun está expirando humos,
del fuego inquieto aprendiz,
puede ser que no tan firme
quiera el voto proseguir
con que a su ley sacrifica
despojos de Sinaí.
Y más, si es que la hermosura
pone con mano sutil
en la tabla de sus ojos
de su veneno el buril,
que es tan retórico el labio
si sabe bello fingir
que trueca distante unión
entre el mirar y el oír.
Persuade la hermosura
con otras voces, y así.
lo que lo atento callar,
hace lo hermoso decir.
Pareció bien este arbitrio,
y acordándose de ti,
quieren que tú misma seas
la que vayas a pedir
al Rey por tu pueblo; todos
unánimes, hija, aquí
dicen que esperan tu amparo
por más hermosa. Sufrir
debes tan nuevo cuidado.
Acuérdate de Judit,
que por libertar su pueblo
quiso arriesgarse a morir.
Por el miedo de Nabal
la prudente Abigaíl
el ímpetu resistió
de los campos de David.
No has menester pelear,
pues aunque vas a rendir,
tú en tus ojos aseguras,
triunfante victorias mil.
Ya no he podido excusarte;
sabe el gran Adonaí
cuánto intenté defenderlo,
mas, ¿cómo podré encubrir
los rayos de tu hermosura,
pasmo de Senacherib?
Esto fue lo que confuso
me tuvo, y aquesto, en fin,
lo que mi llanto ocasiona,
pues aunque es justo cumplir
el precepto de Rubén,
también es justo advertir
que hacer cebo tu hermosura,
y de su temprano abril
querer ya experimentar
la flor que empieza a salir,
es querer que se malogre
el fruto con la raíz.
¡Ay, Raquel! Cuánto lo lloro;
mejor que de Isaac, allí
el sacrificio presumo
que yo te le labro aquí,
pues si en el fuego de amor
materia haciendo de ti,
aplico la leña yo,
causa de su llama fue.
Hoy a la cumbre de Alfonso
tu subo; mas, ¡ay de mí!,
que hay incendio al abrasar
y no hay cordero al herir.
Ya te lo he dicho, Raquel;
mis miedos no hagan huir
el valor que te acompaña.
Y pues sabes resistir
las orejas a las vanas
lisonjas, por desmentir
mis temores, arma el pecho
de encantos, Circe gentil.
El árbol de Ulises lleve
tu nave, que surta oír
pueda las voces, y el sueño
burle encantos a su ardid.
Escúchate el más atento
sollozar, mas no gemir;
tus dos labios purifique
nuevo alado serafín
para bien del pueblo hebreo,
y de la fama el clarín
tu nombre eterno publique
en uno y otro confín.
Raquel (Aparte.) (¡No sé qué espíritu ardiente
tiranamente me ciega,
que a su voluntad me entrega!)
A tu gusto está obediente
Raquel. La embajada aceto;
y si en mí libra el favor
del Rey, el pueblo, señor,
desde luego le prometo.
No así hagáis con fe perjura
concepto, que desvanezca
en lo que el valor merezca
lo que debo a mi hermosura.
¿Vos de mí tal presunción?
¿Vos, sabiendo mi entereza
tenéis miedo a mi belleza?
David No es miedo; que es prevención.
Raquel Yo, que soberbia y altiva
ni aun a la fama consiento
que me alabe, porque intento
que ella muera y que yo viva,
pudiera negarme, avara,
de mis ojos al crisol;
aunque fuera Alfonso el Sol,
sus rayos menospreciara;
y si hago experiencia aquí
de mi soberbia cruel,
sabré yo rendirle a él,
mas él no vencerme a mí;
con que se allana el intento
que me pone vuestra ley,
pues solo vencer a un Rey
tuviera por vencimiento.
David Pues si tanto te dispones,
oye lo que has de decir.
Raquel No he menester persuadir
yo con ajenas razones,
pues si al Rey mover ordeno,
a mi acento persuasivo,
no irá el afecto tan vivo
si fuera el discurso ajeno.
Y cuando mi resistencia
a esta victoria se obliga,
no sufra que nadie diga
que ayudó con su advertencia,
pues si fuere menos sabio
mi discurso en sus enojos,
yo haré que enmienden mis ojos
los errores de mi labio.
Voy a obedecer.
David Detente;
que si estás determinada,
no has de llevar la embajada
con traje tan indecente.