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La desgraciada Raquel y el Rey don Alfonso el Octavo es una comedia teatral del dramaturgo Antonio Mira de Amescua. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, se articula en torno a un malentendido amoroso que propiciará numerosas situaciones de enredo, todas ellas presentadas bajo un prisma de profunda moral católica, en consonancia con la visión del mundo que tiene su autor.
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Seitenzahl: 97
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Antonio Mira de Amescua
Edición de Rafael González Cañal
Saga
La desgraciada Raquel y el Rey don Alfonso el Octavo
Copyright © 2009, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726660913
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Hablan en ella las personas siguientes
Salen Raquel y David, su padre
raquel Suspende de tus ojos,
padre y señor, el repetido llanto,
que te ha causado enojos,
y si mi amor puede contigo tanto
5 como mi confianza,
alcance amor lo que el dolor alcanza.
La causa que tuviste
para tanto pesar me comunica;
y si tu llanto triste
10 en mudas quejas su dolor explica,
para que no sea tanto,
dígamelo tu voz, mas no tu llanto.
¿Por qué tu pena escondes?
Mira que dando estás tormento al alma.
15 En fin, ¿no me respondes?
Mira que ya con tan penosa calma
el dolor engañamos:
o sintamos los dos, o no sintamos.
david Eres, hija importuna,
20 enemiga de ti, cuando engañosa
buscas que tu fortuna
te haga más infeliz por más hermosa,
apurando el veneno
que oculta el pecho, de recelos lleno.
25 raquel Si el mal, comunicado,
halla alivio en la pena que mantiene,
reparte tu cuidado
y el dolor harás menos que te tiene
en tan duro tormento
30 ya, de puro sentir, sin sentimiento;
comunica tus males
y templaré, al oírlos, el tenerlos;
que, si los hizo iguales
el amor, no se aumentan con saberlos
35 y quizás, al oírlos,
descansará tu pecho con decirlos.
david Raquel, este cuidado,
que así en líquido aljófar desperdicio,
no sólo en mí ha empleado
40 el duro golpe que me priva el juicio;
que a muchos toca siento,
mas no por eso es menos mi tormento.
Toda mi ley padece
el golpe de fortuna más airado;
45 que el dolor ennoblece,
siendo el honor, Raquel, el injuriado,
triste y común afrenta.
raquel ¿No me dirás la causa?
david Escucha atenta:
Después que Alfonso el Octavo,
50 rey de Castilla feliz,
entre rebeldes tinieblas
triunfante empezó a lucir,
brillando el acero armado
siempre al combate civil
55 de opuestos afectos, ciegas
luces de mentido ardid;
después que a sus plantas nobles
rindió la altiva cerviz,
que descollaba a horizontes
60 presuntuoso cenit,
y después que victorioso
vio a Fernando desistir,
ceñido el sacro laurel
que usurpaba para sí;
65 después que fijó el imperio
y con pecho varonil
al colorido del alma
dio el valor otro matiz,
después, en fin, que engañada
70 envidia nueva, mentir
hizo a la edad el ardor
de experiencia juvenil,
entre diversos combates
que pudieran oprimir
75 mayores fuerzas, el yugo
supo al cuello sacudir,
y en repetidas campañas
contra la morisma lid
de mil victorias cargado
80 le vio su campo embestir.
Fuera el repetir sus glorias
toda la luz reducir
del sol a número, y todo
ese estrellado zafir
85 con la vista registrar
y en la memoria escribir.
Desta postrera lo digan
las Navas, donde le vi,
siendo de sus huestes todas
90 presumptuosa adalid,
competir con lo bizarro
y triunfar de lo gentil.
Pero ¿para qué te canso
en contar ni repetir
95 victorias, que han de parar
en tragedias para mí?
Vamos al caso, Raquel,
que ya no puede encubrir
el silencio tanto tiempo
100 la llama dentro de sí.
A Toledo llegó Alfonso,
y agradecido al feliz
triunfo que a su Dios le debe,
promulgó, en oprobio vil
105 de la mosaica y hebrea
ley, que para dividir
de sus cristianos vasallos
nuestra religión, salir
nos mandaba de Toledo.
110 Escucha que desde aquí
empiezan, Raquel, mis penas,
que en el secreto escondí
de mi dolor, porque el tuyo
en su noticia temí.
115 Diez días ha ya que estamos
desterrados, y de mí
ha diez días que no sé
con tan nuevo frenesí.
En este aprieto los nobles,
120 los ricos, que de Rabí
descendientes, a sus tribus
firmes siempre han de seguir,
hicieron junta, y Rubén,
descendiente de Leví,
125 nuestro pontífice sumo,
acordó que era bien ir
alguna hermosa judía
a hablar al Rey, y decir
de parte de su ley toda,
130 que el miserable infeliz
estado de su rüina
no aumentase introducir
tan nueva mudanza al pueblo,
que, olvidado del motín,
135 entre los hebreos vivía
quieto, seguro y feliz.
La causa que le movió
a aquesto fue el presumir
que, como el Rey es tan mozo,
140 en quien el ardor pueril
aún está espirando humos,
del fuego inquieto aprendiz,
puede ser que no tan firme
quiera el voto proseguir
145 con que a su ley sacrifica
despojos de Sinaí;
y más, si es que la hermosura
pone con mano sutil
en la tabla de sus ojos
150 de su veneno el buril,
que es tan retórico el labio
si sabe bello fingir,
que trueca distante unión
entre el mirar y el oír.
155 Persuade la hermosura
con otras voces, y así,
lo que lo atento callar
hace lo hermoso decir.
Pareció bien este arbitrio,
160 y acordándose de ti,
quieren que tú misma seas
la que vayas a pedir
al Rey por tu pueblo; todos
unánimes, hija, aquí
165 dicen que esperan tu amparo
por más hermosa; sufrir
debes tan nuevo cuidado.
Acuérdate de Judit,
que por libertar su pueblo
170 quiso arriesgarse a morir.
Por el miedo de Nabal
la prudente Abigail
el ímpetu resistió
de los campos de David.
175 No has menester pelear
pues aunque vas a rendir,
tú en tus ojos aseguras,
triunfante victorias mil.
Yo no he podido escusarte;
180 sabe el gran Adonaí
cuánto intenté defenderlo,
mas ¿cómo podré encubrir
los rayos de tu hermosura,
pasmo de Senacherib?
185 Esto fue lo que confuso
me tuvo, y aquesto, en fin,
lo que mi llanto ocasiona,
pues aunque es justo cumplir
el precepto de Rubén,
190 también es justo advertir
que hacer cebo tu hermosura,
y de su temprano abril
querer ya experimentar
la flor que empieza a salir,
195 es querer que se malogre
el fruto con la raíz.
¡Ay Raquel, cuánto lo lloro!;
mejor que de Isaac, allí
el sacrificio presumo
200 que yo te le labro aquí,
pues si en el fuego de amor,
materia haciendo de ti,
aplico la leña yo,
causa de su llama fui.
205 Hoy a la cumbre de Alfonso
te subo, mas, ¡ay de mí!,
que hay incendio al abrasar
y no hay cordero al herir.
Ya te lo he dicho, Raquel;
210 mis miedos no hagan huir
el valor que te acompaña;
y pues sabes resistir
las orejas a las vanas
lisonjas, por desmentir
215 mis temores, arma el pecho
de encantos, Circe gentil.
El árbol de Ulises lleve
tu nave, que, surta, oír
pueda las voces, y el sueño
220 burle encantos a su ardid.
Escúchete él más atento
sollozar, mas no gemir;
tus dos labios purifique
nuevo alado serafín
225 para bien del pueblo hebreo,
y de la fama el clarín
tu nombre eterno publique
en uno y otro confín.
raquel Aparte
(¡No sé qué espíritu ardiente
230 tiranamente me ciega,
que a su voluntad me entrega!)
A tu gusto está obediente
Raquel, la embajada aceto;
y si en mí libra el favor
235 del Rey el pueblo, señor,
desde luego le prometo.
No así hagáis con fe perjura
concepto que desvanezca
en lo que el valor merezca
240 lo que debo a mi hermosura.
¿Ves de mí tal presunción?
¿Vos, sabiendo mi entereza,
tenéis miedo a mi belleza?
david No es miedo, que es prevención.
245 raquel Yo, que soberbia y altiva
ni aun a la fama consiento
que me alabe, porque intento
que ella muera y que yo viva,
pudiera negarme, avara,
250 de mis ojos al crisol;
aunque fuera Alfonso el sol,
sus rayos menospreciara.
Y si hago experiencia aquí
de mi soberbia cruel,
255 sabré yo rendirle a él,
mas él no vencerme a mí;
con que se allana el intento
que me pone vuestra ley,
pues sólo vencer a un rey
260 tuviera por vencimiento.
david Pues si a tanto te dispones,
oye lo que has de decir.
raquel No he menester persuadir
yo con ajenas razones,
265 pues si al Rey mover ordeno
a mi acento persuasivo,
no irá el afecto tan vivo
si fuere el discurso ajeno.
Y cuando mi resistencia
270 a esta victoria se obliga,
no sufre que nadie diga
que ayudó con su advertencia,
pues si fuere menos sabio
mi discurso en sus enojos,
275 yo haré que enmienden mis ojos
los errores de mi labio;
voy a obedecer.
david Detente,
que si estás determinada,
no has de llevar la embajada
280 con traje tan indecente.
Menos alegre el dolor
ostente tu sentimiento,
porque dos veces atento
acometa tu valor;
285 todo está ya prevenido.
¡Zara! ¡Dalida!
Salen Dalida y Zara, con un monjil
zara ¿Señor?
dalida Aquese es mejor color
para adornar tu vestido;
con él representa atenta
290 nuestro mal y nuestro bien,
y diga el color también
lo que el corazón intenta.
raquel Todo a tu obediencia asiste.
Vuelve a mirar el vestido
Mas ¡ay de mí!
david ¿Qué te ha dado?
295 raquel Inquieta el alma ha turbado
este espectáculo triste;
aquesta pompa funesta
que negro aparato traza,
¿contra qué vida amenaza,
300 contra qué muerte se apresta?
¿Qué librea es la que advierte
mi afecto, en dudas deshecho,
si voy a rendir un pecho
con las señas de una muerte?
305 La voz el dolor ataja
que tan triste agüero ofrece,
y hasta el corazón parece
que se viste su mortaja.
Quitad, apartad, que estoy
310 temiendo –¡lance crüel!–,
cuando he de rendirle a él,
que yo a ser rendida voy.
david ¿Qué dices, Raquel? Advierte
que éste es traje prevenido.
315 raquel Ya sé, señor, que es vestido,
mas es vestido de muerte.
david Antes ese adorno vi
que ajena muerte traslada.
zara Y si tú fueras casada,
320 no le temieras así.
david Igual pronóstico ha sido
de que triunfante has quedado,
pues de la muerte has sacado
despojos en el vestido;
325 mas si te ha causado enojos...
raquel No prosigas, que quisiera
que la misma muerte fuera,
por beberla con los ojos.
Venga ese adorno, que así
330 burlarme quiero del hado:
venceré al fin mi cuidado.
david Mientras te vistes aquí,
aplaudiendo tu dolor,
la gente voy a juntar
335 que te ha de ir a acompañar.
Vase
raquel ¡Guárdete el cielo, señor!
Y pues es preciso hacer,
obediente a su precepto,
ley su mandato, ¡ay de mí!,
340 daca, Dalida, el espejo,
y tú, Zara, harás que cante
Délbora entre tanto, ¡ay cielos!,
por ver si de aquesta suerte
mi estraño pesar divierto.
345 zara Tú has hecho como judía
en haber tenido miedo.
Pónese Dalida con un espejo delante, empieza a desnudarse y tocan dentro
raquel No mal mi mal acredito
si por despojos empiezo,
pues me quita lo que gozo
350 el logro de lo que temo;
desnude el pecho el vestido,
y vista el alma el afecto;
mas ¿quién no teme en aquél
alegre y éste funesto?
355 zara Si tu hermosura es beldad,
mejor es dejalla en cueros.
raquel ¿No cantan, Zara?
zara