La rueda de la fortuna - Antonio Mira de Amescua - E-Book

La rueda de la fortuna E-Book

Antonio Mira de Amescua

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Beschreibung

La rueda de la fortuna es una comedia teatral de corte histórico del autor Antonio Mira de Amestua. Se articula en torno al enfrentamiento entre la nación persa y Mauricio, el Emperador de Bizancio. Una deliciosa mezcla de sucesos históricos, políticos y amorosos.

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Seitenzahl: 102

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Antonio Mira de Amescua

La rueda de la fortuna

 

Saga

La rueda de la fortuna

 

Copyright © 1760, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726660760

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

LOA FAMOSA

(Hala de echar mujer y en hábito de labradora)

 

Perdióse en un monte un rey,

andando a caza una tarde,

con la mejor de su gente:

duques, príncipes y grandes.

5 El Sol hasta mediodía

abrasó con rayos tales

que el mundo, a Faetón, su hijo,

temió otra vez, arrogante;

pero revolviendo el tiempo

10 y levantándose el aire,

se cubrió el cielo de nieblas

y amenazó tempestades.

Huyó a la choza el pastor;

a la venta, el caminante;

15 y amainaron los pilotos

todo el lienzo de las naves.

Díjole al rey un montero

que al pie de aquellos pinares

estaba una casería,

20 en tal ocasión, bastante.

Bajaron por unas peñas,

entre mirtos y arrayanes,

guiándoles el rumor

que remolinaba el aire;

25 vieron que, en un manso arroyo,

se bañaban los umbrales

de un mal labrado cortijo,

con unos olmos delante;

apeóse el rey y, entrando,

30 primero que se sentase,

quiso ver el dueño y huésped

y, como en su casa, honrarle.

Supo el labrador apenas

que las personas reales

35 ocupaban su aposento

cuando en hielo se deshace.

Entró su pobre familia

a decirle que no aguarde

–pues le quiere ver el rey–

40 a que el mismo rey le hable.

Tiembla el labrador de nuevo,

mira el sayo miserable,

las abarcas y las pieles,

y de vergüenza no sale;

45 el pobre cortijo mira

como vigüela sin trastes,

hecho de pajas el techo,

sobre unos viejos pilares;

llamó a su mujer, y dice:

50 « Mujer, a huéspedes tales,

si no es el alma, no tengo

casi ni mesa que darles;

salid y decirle al rey

que no es mucho me acobarde

55 ver su persona real

en mis pajizos portales;

que coma en la voluntad,

que es mesa que a Dios aplace,

y duerma en el buen deseo,

60 que no tengo más que darle;

que vos, como sois mujer,

pues no hay cosa que no alcancen,

hallaréis gracia en sus ojos,

y al fin podréis disculparme» .

65 Dicen que entró la mujer,

muy temblorosa, a hablarle,

por la obligación que tienen

de cuanto el marido mande;

y el rey, muy agradecido

70 a su vergüenza notable,

cenó y durmió más contento

que entre holandas y cambrayes.

Yo pienso, senado ilustre,

que es esto muy semejante

75 de lo que hoy pasa a Riquelme

con este humilde hospedaje.

En cada cual miro un rey,

un césar, un alejandre;

su pobre familia mira,

80 que es la que a serviros trae.

Si no salió el labrador,

teniendo a su rey delante,

quien ve tantos, ¿ qué ha de hacer

sino lo que veis que hace..?

85 Mandóme, como mujer,

que saliese a disculpalle;

fue la obediencia forzosa,

aunque rústico el lenguaje.

No os ofrece grandes salas

90 llenas de pinturas graves

de celebradas comedias

por autores arrogantes;

no os ofrece ricas mesas

llenas de gusto y donaire,

95 sino voluntad humilde,

que es la que con reyes vale.

Perdonad al labrador,

pues hoy en su casa entrastes,

porque me agradezca a mí

100 las mercedes que hoy alcance.

Oíd la pobre familia

–ya los labradores salen–

mientras que vuelvo a la Corte.

Bésoos los pies, Dios os guarde.

Personas que hablan en ella:

el emperador mauricio la emperatriz aureliana, su mujer filipo, Capitán General leoncio, Capitán General teodolinda, infanta teodosio, príncipe músicos gente de milicia y acompañamiento mitilene, dama heracliano, viejo heraclio cósroes un limosnero focas, villano robusto dos capitanes villanos

Acto Primero

Salen en orden los que pudieren, con algunos despojos y banderas, y a la postre, Filipo

 

filipo Invicto césar famoso,

cuya mano poderosa

temen la blanca Alemania

y la abrasada Etiopia;

5 tú, que en los hombros sustentas

el África, Asia, Europa,

volando tu nombre eterno

en las águilas de Roma;

tú, que ceñiste la frente

10 con esa inmortal corona

y al polo del otro mundo

quieres llegar con tus obras.

Ya que del Ártico helado

hasta la tórrida zona

15 pagan tributo a tu imperio,

sal a ver nuestras victorias.

Triunfando, señor, venimos

a la gran Constantinopla

de los fieros esclavonios

20 que, de Misia huyendo, tornan.

Restaurado queda el reino.

Tus empresas prodigiosas,

que son espanto del mundo,

piden guirnaldas de gloria.

25 Sube a los muros soberbios,

que de estrellas se coronan,

porque su altas almenas

la triforme luna tocan.

Verás tu ejército ufano

30 con la gente victoriosa,

que, con bárbaros despojos,

los gallardos brazos honran.

Verás la región del aire,

que la entapizan y adornan

35 las enemigas banderas

que tus soldados tremolan.

Verás que, en cadenas de oro,

cuatro mil cautivos lloran

la pérdida desdichada

40 de su libertad preciosa.

Treinta mil hombres me diste,

treinta y tres mil traigo ahora,

que, a precio de mil cristianos

sólo, he comprado esta pompa.

45 Veinte mil dejo sin almas

y otros con vida tan poca,

que está esperando la muerte

a sólo que abran las bocas.

Ya la fama bachillera

50 tocó en el aire la trompa,

ya publicando en el mundo

esta jornada famosa.

Temblando están de tu imperio

los Alpes, Nervia, Borgoña,

55 Galia, Germania, Bretaña,

la Tropobania y Moscovia,

la fiera invencible Scitia,

la Tartalia belicosa,

la inculta y áspera Armenia,

60 la celebrada Polonia.

Ya de todas las naciones

más bárbaras y remotas,

tributo te ofrecen unas

y treguas te piden otras.

65 Los indios vienen con oro,

los samios vienen con rosas,

los tirios, con carmesí;

los alarbes, con aromas;

los citas, con algodones;

70 los egipcios, con aljófar;

los corintos, con sus vasos;

los fenicios, con sus conchas.

Cada nación en tributo

te da las riquezas propias,

75 porque las crezca el valor

en tu mano poderosa.

Todos repiten tu nombre,

todos tu fama pregonan,

con más lenguas que tenía

80 la confusa Babilonia.

Sírvete de ver la entrada

de tu gente victoriosa;

porque los ojos del rey,

con mirar sólo, dan honra.

85 Remunera con palabras

sus hazañas victoriosas,

que aun en boca de los reyes

son necesarias lisonjas.

Mostrándote agradecido,

90 podrá una palabra sola

más que el tesoro guardado

en tus doradas alcobas.

Descubre en público el rostro

que a las gentes aficiona,

95 porque será ver tu cara

el triunfo de mi victoria.

No me premian majestades

ni plata me galardona;

sólo quiero la presencia

100 que tantos reyes adoran.

Solamente con tocar

la púrpura de tu bola

dejaré de todo punto

a mi Fortuna envidiosa.

105 Mi inclinación es servirte,

premios no me correspondan,

porque la virtud se mueve

con el precio de sí sola.

¡Deja besarte los pies,

110 y tus sumilleres corran

esa cortina que cubre

tu majestad grandïosa!

 

Corren una cortina y está, en un tribunal, en la grada alta, Mauricio, Emperador,

y en otra, baja, Teodosio y Teodolinda, sus hijos; y dos criados en pie

 

mauricio

Hoy, capitán vencedor,

corona en tus sienes vea;

115 el sol dé su resplandor;

tu misma victoria sea

el premio de tu valor.

Hacerte inmortal procuro,

y harán tu nombre seguro

120 desde el Betis al Hidaspes

columnas de varios jaspes

y estatuas de bronce duro.

Todas tus empresas ricas

pondré en aceradas planchas

125 pues que mi fama publicas,

mi temido imperio ensanchas,

mis tesoros multiplicas.

Si a los bárbaros enojas,

y tu espada en sangre mojas,

130 un laurel he de ponerte

que ni el tiempo ni la muerte

pueden marchitar sus hojas.

filipo Sólo, señor, me aficiona

besar tus pies, que ellos solos

135 enriquecen mi persona.

 

Llega a besar el pie al Emperador

 

mauricio

Cuanto abarcan los dos polos

te diera, con mi corona.

teodolinda

¡Capitán gallardo y bravo!

Ap. (Bien verá, cuando le alabo,

140 que en amarle me anticipo).

teodosio

Es muy gallardo Filipo.

teodolinda

Es gran varón.

filipo Soy tu esclavo.

teodolinda

Por tan dichosa venida,

en albricias, vuelvo a darte

145 de mi alma y de mi vida

aquella pequeña parte

que me quedó a la partida.

 

Tocan cajas destempladas y trompa ronca; y, arrastrando un estandarte, salenen orden Leoncio (detrás, de luto, armado, y lleva en la cabeza una corona de ciprés y un bastón quebrado), y Mitilene de cautiva

 

leoncio

Ronca la trompa bastarda,

destemplado el atambor,

150 vestido el cuerpo de luto,

y de ánimo el corazón;

arrastrando el estandarte,

que ufano en algo se vio,

con sola aquesta cautiva,

155 aunque de extraño valor,

el pecho lleno de heridas,

porque nunca atrás volvió,

coronado de ciprés,

hecho piezas el bastón.

160 Si son ceremonias tristes

–¡oh famoso Emperador!–

usadas del que es vencido,

ya verás cuál vengo yo.

¡Nunca tu ejército viera

165 el levantado pendón

de los persas victoriosos

tan a costa de mi honor!

¡Nunca yo volviera vivo!

Pluguiera al eterno Dios

170 que, entre mi sangre vertida,

diera el alma a su Criador;

pero quiso mi desdicha

librarme en esta ocasión

de la pena de la muerte

175 para dármela mayor.

Nunca logró sus deseos

quien desdichado nació,

que aun la muerte le aborrece,

si el vivir le da dolor;

180 uno sintiera muriendo

y, viviendo, siento dos:

la pérdida de tu gente

y de mi noble opinión.

Mi vida sólo llorara;

185 mas, ¡ay!, que llorando estoy

un ejército de vida

que el fiero persa quitó.

Llegué un desdichado día,

cuando está el dorado sol

190 entre los cuernos del Toro

cobrando fuerza y calor.

Mil prodigios, mil agüeros

nos causaron confusión:

en un funesto ciprés

195 la corneja nos cantó,

tembló la preñada tierra

de lástima o de temor;

los montes se estremecieron,

sonó en el aire una voz,

200 mostróse el sol encendido

en un encarnado arrebol,

sudaron las naves sangre

y llovieron el sudor.

Antes de dar la batalla,

205 cuyo fin contando voy,

infinitos buitres vimos

cortar el aire veloz.

Acobardóse la gente,

porque la imaginación

210 puede más que la verdad,

cuando tiene aprehensión.

Animéla dando voces,

pero no me aprovechó;

que no hay fuerza en las razones

215 que dé al cobarde valor;

y, aunque puede al desmayado

animar la exhortación

–y el ejemplo puede tanto

que a veces es vencedor–,

220 si el temor es general,

tímida la inclinación,

la Fortuna adversa cierta

y el enemigo mayor,

no animarán las palabras;

225 que, en guerras, jamás suplió

faltas de fuertes Aquiles

un Ulises orador.

Acometimos primero,

porque esta aceleración

230 es parte de la victoria,

si hay igual competidor.

El nuestro fue desigual

en número, nos venció;

cien mil personas juntaron

235 de su bárbara nación.

A los principios fue nuestra

la victoria; mas, señor,

la Fortuna tiene siempre

mudable la condición.

240 Vueltas de ruedas veloces,

humo negro, tierna flor,

blanca sombra, débil caña,

cosas inconstantes son;

no hay cosa firme y estable:

245 lo que cuerpo vivo es hoy,

mañana es cadáver frío;

todo va en declinación.

La melancólica noche,

triste para mí, cubrió

250 los horizontes del mundo

con su negro pabellón;

no descubrió el sol hermoso

su lucido aparador

de estrellas, porque entre nubes

255 la alegre luz se escondió.

Cósroes, el primer persa

que –desde el fuerte español

hasta el antípoda oculto–

eterna fama ganó,

260 sobrevino de repente:

y vimos más confusión

en el ejército nuestro

que en la torre de Nembrot.

Derramada y fugitiva,

265 nuestra gente el alma dio,

de pena y de rabia, al punto

que pronunció esta razón;

digo al fin que, desmayada

nuestra gente del rumor

270 que hicieron nuevo son.

En tropel desordenado

nuestro ejército huyó,

cogiendo los enemigos

del copete la ocasión.

275 ¡Ay, pérdida desdichada!

¡Ay, cielo santo! ¡Ay, rigor

de la mudable Fortuna

y de la Parca feroz!

Infinitas muertes dieron

280 sin engaño ni traición;

que yo alabo al enemigo