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Esta pieza teatral de Antonio Mira de Amescua cuenta La vida y la muerte de la monja de Portugal. También citada por Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles: "Por los años de 1586 gozaba fama grande de santidad en Lisboa sor María de la Visitación, priora del convento de la Anunziada. Tenía largos éxtasis, decía haber recibido especiales favores de la divinidad y mostraba, en pies, manos y costado, siete llagas o marcas rojas, que todos los viernes se abrían y manaban sangre; las cuales llagas le había impreso con rayos de fuego Cristo crucificado. Todos los jueves, al Ave María, sentía en su cabeza los dolores de la corona de espinas. Veíanse en torno de la dicha monja extraños resplandores y claridades. A veces, como arrebatada por sobrenatural poder, se levantaba del suelo durante la oración y quedaba suspensa en el aire. Y otras cien maravillas a este tenor. No era alumbrada, sino embustera; las llagas eran simuladas, y la santidad fingida; pero casi todos le dieron crédito".
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Seitenzahl: 72
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Antonio Mira de Amescua
La vida y muerte de la monja de PortugalEdición de Vern Williamsen
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La vida y muerte de la monja de Portugal.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-102-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-579-6.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 45
Jornada tercera 79
Libros a la carta 115
Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.
De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.
Don Juan de Almeida
Don Diego de Castro
Don Luis
Don Pedro
Alberto, viejo, padre de don Juan
El duque de Viseo
La duquesa
El duque de Medina Sidonia
El duque de Berganza
Tabaco, criado
Vallejo, criado
Doña María
Doña Juana, monja dominicana
Teresa, criada
Luzbel
La Lisonja
La Vanagloria
La Adulación
El Deleite
El Desengaño
Tres pescadores
Músicos
Un niño Jesús
[Salen don Juan, don Diego, don Luis y don Pedro, con espadas desnudas.]
Diego La suerte fue bien juzgada.
Juan Miente quien lo dice.
Diego ¡Muera!
¡Apartaos! ¡Dejadme!
Juan ¡Fuera!
Y si punta de mi espada
no quieren que pase el pecho
al primero que llegare,
téngase afuera, y repare
en mi razón.
(Salen acuchillándose.)
Luis Fue mal hecho,
y bastaba estar aquí
dos caballeros diciendo
la verdad.
Pedro Y yo me ofendo
de que se pierdan así
el respeto; que en mi casa
ha sido poca prudencia
por el juego esta pendencia,
y ya los límites pasa
de desvergüenza, ¡por Dios!
Luis Ha sido muy mal mirado.
Pedro Vuelvo a decir que han andado
muy descorteses los dos.
Luis Señor don Pedro, ya he visto
que se pudiera excusar
daros aqueste pesar.
[Salen don Diego y don Juan.]
Diego ¡Mal el enojo resisto!
¡Vive Dios, que de afrentado
apenas a hablar acierto!
Juan Áspid no verá encubierto
entre la hierba pisado
el cazador más furioso
que yo para la venganza.
Diego Lograr pienso mi esperanza
aunque aquí será forzoso
disimular.
Luis Las espadas,
caballeros, no están bien
desnudas.
Juan (Aparte.) (Solo un desdén
en razones mal fundadas
parte ha sido y, ¡por los cielos!,
que tomé por ocasión
el juego; que el corazón
es el que [s]e abrasa en celos.
¿Cuándo tan dichoso día
veré que de mi esperanza
coja el fruto? ¿Hay tal mudanza
que me dé doña María
favores y que a don Diego
trate con tanto rigor?)
Diego (Aparte.) (No el juego, celos y amor
causan mi desasosiego.)
([Sale] Alberto, viejo.)
Alberto Caballeros, por mi vida,
se me diga la ocasión
de este disgusto. Pasión
de padre os lo pide. Impida
este silencio mi ruego,
que don Juan, me ha parecido
que tiene el color perdido.
Luis Disgustóse con don Diego
y las espadas sacaron.
Alberto Saber la ocasión gustara.
Pedro Sobre el juego.
Alberto Cosa es clara
que entre pechos que se hallaron
términos de cortesía,
el juego viniera a ser
quien les hiciese perder.
Don Diego, por vida mía,
me dad la mano de amigo.
Mirad que os lo ruego yo.
Diego Aunque descortés habló,
señor, vuestro gusto sigo.
Alberto Sus mocedades livianas
aquí perdonar podréis.
Esto os suplico pues veis
a vuestras plantas mis canas.
Diego (Aparte.) (Vive el cielo, que ha venido
mi padre en esta ocasión
para más indignación.)
Alberto Aquesto os suplico y pido.
Diego No solamente la mano
pero los brazos os doy.
Alberto Digo que obligado estoy
a es[te hi]jo tan cortesano.
Diego Quédese vuestra merced
con Dios.
Alberto Él vaya con vos.
Acompañadle los dos.
Pedro Señor Alberto, creed
que le somos muy amigos
a don Juan.
Alberto Créolo así.
(Vanse don Pedro, don Luis y don Diego.)
Juan (Aparte.) (Mi padre me ofende a mí.
Los cielos me son testigos.)
Alberto Don Juan, ¿es bueno que andéis
dándome a mí pesadumbres?
Vuestras antiguas costumbres
ya es razón que las dejéis.
¿No hay mil entretenimientos
[par]a un caball[er]o tal?
Noble sois en Portugal.
Levantad los pensamientos.
La espada negra podéis
jugar, ejercicio honrado.
Juan ¿Señor?
Alberto Estoy enojado
de ver lo que vos hacéis.
Alborotáis a Lisboa
a cada instante. Yo quiero
ver, pues que soy caballero,
si dejáis más nombre o loa,
don Juan, en la tierra extraña.
Edad y valor tenéis.
Quiero que a España dejéis.
No habéis de estar en España.
El gran duque de Medina
va con valor inmortal
por capitán general
de esta armada peregrina.
Yo os alcanzaré favor
para que de vos le acuerde.
Reparad en que se pierde
el tiempo, y será mejor
hacer [una heroica] guerra
a devaneos y a vicios
por honrados ejercicios
y servir siempre en la [tierra].
Con mi sangre y con mi espada
me hizo el emperador
capitán, dándome honor.
Juan Si mi disculpa te agrada,
oye...
Alberto La ciudad inquieta.
De cierto sé que améis.
Más en mi casa no entréis
que os tiraré una escopeta.
(Vase [don Alberto].)
Juan Cuando la luz entendí
gozar de aquella hermosura,
la noche triste y oscura
vino. ¿Qué [pasó]? ¡Ay de mí!
Ya, hermosa doña María,
te pierdo por esta ausencia,
pues la forzosa obediencia
de tanto bien me desvía.
([Sale] Luzbel, de galán.)
Luzbel De mi estancia tenebrosa,
pues ya saben lo que valgo,
[a hacer guerra] al cielo salgo,
tan reñida y espantosa
que no esté de mí segura
el alma, pues mi rigor,
pues que no puede al Criador,
ha de coger la criatura.
Y sé que mi diligencia
igualará a mi desgracia;
que aunque he perdido la gracia,
infusa tengo la ciencia.
Y tiemble todo de mí
pues es tan justo te asombre
que no ha de gozar el hombre
la sala que yo perdí.
Pues no, aunque fuerte y bizarro,
es bien si no lo permite
que a un ángel de ella le quite
y ponga un poco de barro.
Juan ¿Pasáis de camino, hidalgo,
que parecéis forastero?
Luzbel A que me mandéis espero,
si os puedo servir en algo
que parece que estáis triste.
Juan Tengo bastante ocasión.
Luzbel Que me digáis la razón
me holgará, y en qué consiste.
Juan Pártome de la ciudad
cuando empezaba a tener
favores de una mujer
que es un ángel en beldad,
y es forzoso hacer ausencia.
Si queréis venir conmigo,
en mí tendréis un amigo;
que vuestro rostro y presencia
dicen que sois principal.
¿Habéis estudiado?
Luzbel Sí.
No hay oculta para mí
cosa alguna natural.
Mi saber comprehende hasta hoy
del mundo el primero ser,
y si queréis entender
lo que puedo, aquesto soy:
De la Alemania más alta
soy, y mi naturaleza
es la más noble que hizo
quien formó cielos y tierra.
De aquesta eminente patria
contarte las excelencias
quisiera, sin ser prolijo,
como allá Agustín lo cuenta
en Civita[s] Dei, don Juan.
Juan Gusto que mi nombre sepas,
donde infiero me conoces.
Luzbel Y sé mucho más que piensas.
Aquesta ilustre ciudad
se ilustra con once puertas,
de labor imprehensible,
que la adornan y hermosean.
En la primera da luz
con cuerpo opaco una densa
antorcha de cera blanca
a las tinieblas opuesta.
En la cuarta otra bizarra,
que doce casas pasea,
y a las plantas con sus rayos
las vivifica y engendra.
En la octava hay tantas luces
que la astronómica ciencia
de mil y veintidós trata,
porque en las demás no hay cuenta.
Después otra de cristal
que a no estar donde está puesta
las once se penetraran,
y el palacio real se viera.
Luego se ve otra movible
y ésta da cada año vuelta,
por un espíritu a todas
por divina providencia.
Aquí, pues, tuve mi ser
y con tan rara belleza
que al que me crió me opuse
y quise en civiles guerras
intentarlo, mas fue en vano;
que a mi arrogante altiveza
cual Faetón desvanecido,
lo derribó la soberbia.
Bandos, disensiones puse,
confusión, discordias, guerras,
y con trémulo rumor
se tocó una arma tremenda.
El Rey a un alférez suyo
da su poder y éste enseña
su valor, diciendo en alto
quien como él y sin fuerzas
los de mi bando quedaron,
y asientos cándidos dejan;
mas si puede haber consuelo,
aunque ninguno me queda,
es ver que el arrepentimiento
no es de mi naturaleza.