Los carboneros de Francia y reina Sevilla - Antonio Mira de Amescua - E-Book

Los carboneros de Francia y reina Sevilla E-Book

Antonio Mira de Amescua

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Beschreibung

En Los carboneros de Francia y reina Sevilla Antonio Mira de Amescua pone en escena del siglo XVII una leyenda carolingia de las chansons de geste francesas: el Noble cuento del emperador Carlos Maynes, de Rrotna, y de la buena emperatriz Sevilla, su mujer. La trama de la obra es la siguiente: Durante el viaje en que el noble Arnesto lleva a la reina Sevilla ante su esposo, el emperador Carlomagno, le pide su amor. Tras ser rechazado, le dice al emperador que Sevilla lo engaña con un criado, a quien Arnesto mata en los aposentos de la Emperatriz, adonde lo hace ir con un pretexto falso. En castigo Carlomagno envía a Sevilla, preñada, de vuelta a Grecia, su patria y todos creen que su navío ha naufragado. Sin embargo, Sevilla aparece quince años después, con Luis, su hijo, y trata de vengarse de Arnesto. El emperador Carlomagno tiene que defenderse contra una invasión griega, destinada a vengar a Sevilla y esta ejerce sus oficios diplomáticos, impidiendo una guerra inminente. Al final de Los carboneros de Francia y reina Sevilla, Sevilla y Luis hieren de muerte a Arnesto, quien confiesa su traición a Carlomagno.

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Seitenzahl: 75

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Antonio Mira de Amescua

Los carboneros de FranciaEdición de Vern Williamsen

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Los carboneros de Francia.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-108-3.

ISBN ebook: 978-84-9897-585-7.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 49

Jornada tercera 85

Libros a la carta 121

Brevísima presentación

La vida

Antonio Mira de Amescua (Guadix, Granada, c. 1574-1644). España.

De familia noble, estudió teología en Guadix y Granada, mezclando su sacerdocio con su dedicación a la literatura. Estuvo en Nápoles al servicio del conde de Lemos y luego vivió en Madrid, donde participó en justas poéticas y fiestas cortesanas.

Personajes

Carlos Magno

Conde de Maganza

Almirantede Francia

Ricardo, emperador

Baruquel

Zumaque

Lauro

Luis, infante

Aurelio

Florante

Teodoro

La reina Sevilla

Gila

Blancaflor

Soldados

Música

Jornada primera

(Suenan clarines y atabales y salen el almirante y Blancaflor, su hermana, con mascarilla pendiente de un lado del rostro.)

Almirante Blancaflor, ¿qué novedad

es ésta? Cuando venimos

a París, la que compite

en majestad y edificios

con Roma y Nápoles, vemos

en públicos regocijos

la gran ciudad, y la causa

ni la entiendo ni adivino.

Varios instrumentos suenan,

galas no ordinarias miro,

y no hay monsiur que no lleve

un fénix gallardo y rico

por penacho en su cabeza.

En los balcones y nichos

se previenen luminarias

para que dé el artificio

competencia a la noche

con el día.

Blancaflor No imagino

la ocasión de tantas fiestas.

Almirante ¿Si es admirable prodigio,

con que el cielo corresponde

a la intención que has traído

de ver a Carlos?

Blancaflor No soy

tan dichosa yo.

Almirante En los signos

celestes, cuando naciste

—si la ciencia y el juicio

de los hombres no se engañan—

matemáticas peritos

hallaron que has de ser

reina de Francia. Sobrinos

somos de Carlos. ¡Qué mucho!

Hijos no tiene. En el hijo

castigó, como Trajano,

la muerte de Valdovinos,

y ya en madejas de nieve,

haciendo el tiempo su oficio,

mira pendiente la barba

compitiendo con un siglo

su dichosa edad. Pudiera,

aplicando los sentidos

y afectos de tu hermosura,

querer casarse contigo.

Por esto, hermana, por esto

a la corte te he traído

a que la mano le beses;

porque los cielos divinos

no en balde te dan belleza,

poca edad y airoso brío.

Y cuando ellos te negasen

sucesión, aumentos míos,

te llevarán el cuidado,

dando a mi dicha principio;

que pudieras persuadir

a Carlos Magno mi tío

me nombrase sucesor

del cristiano y del antiguo

reino de Francia, de quien

soy Almirante. Designios

son los nuestros bien fundados;

no son vanos ni exquisitos

pensamientos, que en los aires

trepan a su principio.

Aplica al uso francés

en el rostro, que a Narciso

más que su imagen matara,

la mascarilla, que he visto

venir los Pares de Francia

hacia acá.

(Pónese la mascarilla.)

Blancaflor Y aun imagino

que Carlos viene con ellos.

Almirante Fortuna, si bien me quiso

tu condición inconstante,

agora, agora te pido

que al Amor hurtes las flechas

si no te las presta él mismo.

(Salen Carlos Magno, emperador, y caballeros todos galanes.)

Déme vuestra majestad

su mano.

Carlos Almirante, amigo,

en alas de mi deseo

puedo decir que has venido,

pus cuando darte quería

de mis intentos aviso,

o mi fortuna o tu amor

el cuidado me previno.

¿Quién es aquella madama

que acompañáis?

Almirante Señor mío,

Blancaflor, mi hermana. Llega

al rendimiento debido

al supremo emperador

del mundo.

(Derriba la mascarilla.)

Blancaflor Turbada miro

la cesárea majestad

a quien humilde suplico

me dé la mano.

Carlos Sobrina,

aunque viejo, no me olvido

de ser galán, y bien sé

que han de ser los brazos míos

lo que yo os tengo de dar;

y de la vejez recibo

esta licencia. No fuera

tan descortés y atrevido

siendo joven, claro está.

(Abrázala.)

Almirante (Amor, gallardo principio

das a mi industria. Prosigue,

y flechas de fuego vivo

enciendan la riza nieve

de su pecho.)

Carlos Cuando admiro

la singular hermosura

que el cielo pródigo y rico

dio a Blancaflor, mi silencio

es retórico artificio.

Mudo alabo esta belleza,

mudo esta deidad estimo.

Mas, ¿qué elocuencia bastara?

Sobrina, callando digo

mucho más.

Blancaflor Soy vuestra esclava.

Carlos El secreto regocijo

de París y de mi pecho

agora pienso deciros.

Escuchad, parientes.

Blancaflor (Aparte.) (Si es

el corazón adivino,

reina de Francia soy ya.

Rayo mi hermosura ha sido.)

Carlos Por la muerte de Carloto...

(¡Ay, qué funesta principio!

(Aparte.) Pero habiendo sido justa,

mal me enternezco. Prosigo.)

...quedando sin heredero,

pasé a mi edad que por siglos

puede numerarse agora,

cuando tanta nieve miro

en esta barba pendiente,

si bien el heroico brío

de mi juventud lozana

y el generoso y altivo

vigor permanecen siempre,

murieron, que así lo quiso

el cielo, mis doce pares,

por quien los franceses fuimos

asombro de los humanos,

famosos desde los rizos

cabellos del alba hermosa,

hasta el sepulcro más frío

del Sol en el occidente.

Bien es que testando vivos

sus hijos, dirá la fama

de los franceses lo mismo.

Yo, pues, que a los largos años

con el ánimo resisto,

viéndome sin heredero,

que es natural apetito

de los reyes, he tratado

—¡Oh, cuán alegre lo digo!—

de casarme con Sevilla,

más que humano ángel divino,

hija del grande Ricardo,

el poderoso y el rico

emperador del oriente.

Por embajador envió

al hijo de Galalón,

mi cuñado, y solicito

con dicha mi casamiento,

pues fácilmente consigo

mis deseos, porque el conde

de Maganza también hizo

su embajada, que a Marsella

con la desposada vino.

Esto, amigos, hasta agora

de mis labios no ha salido;

que a veces el pecho humano

es oscuro laberinto.

Fui secreto a recibirla;

las manos allí nos dimos.

Y una quinta de un jardín

—dije jardín, paraíso—

fue de mis alegres bodas

tálamo verde y florido.

Diez días en ella estuve,

y a la santa que es asilo

de pecadores, aquella

que lavó a los pies de Cristo

sus culpas, humildemente

un sucesor he pedido.

Víneme a París a donde

solemnidades previno

mi cuidado, porque sea

día famoso y festivo

el de su entrada. Ya llega.

Ya mis secretos publico;

ya soy fénix remozado,

y ya pienso que eternizo

mi imperio. No os espantéis,

vasallos, deudos y amigos,

de que en la vejez me case;

que esto de muchos se ha visto

y tal vez vimos un hombre

a la palma parecido,

que en arrugadas cortezas,

cargada de años y siglos,

si en la juventud estéril,

da los pálidos racimos

de su fruto. En la vejez

forma el águila su nido

y sus hijuelos alienta

con más calor, con más brío.

Y no siempre la consorte

del que es anciano marido

imita a la verde hiedra

que derriba el edificio.

No siempre parece al mar

que el movimiento continuo

de las olas va venciendo

la eternidad de los riscos.

Aguila, mar, hiedra, palma

en lazos de amor tejidos,

imitan hoy maridajes

de diamantes y jacintos.

Hoy a la reina Sevilla

en la corte recibimos.

Hoy llega el Sol del oriente

hasta el polo de Calisto.

Hoy Carlos, el que de magno

el renombre ha merecido,

de nuevo se ve triunfando

en dichoso regocijo.

Almirante (Aparte.) (Desvaneció nuestro intento.)

Blancaflor (Aparte.) (Tarde, Almirante, venimos.)

Almirante Gran señor, la enhorabuena

te doy alegre, aunque envidio

al hijo de Galalón,

conde de Maganza. Mío

pudiera ser el favor

de haber a Francia traído

al Sol de Constantinopla.

Mucho la estimáis. No fío

en hijos de Galalón.

¡Quiera Dios...!

Carlos Basta, sobrino.

¿Cómo murmuráis así

del hombre que más estimo?

Almirante Dije mal, señor, perdone.

Carlos No me espanto; que enemigos

fueron vuestros padres. Ya,

salgamos a recibirlos.

(Tocan. Vanse y salen el conde de Maganza, la reina Sevilla, Teodoro, de camino, y criados.)

Conde Mi señora, cerca estamos

de la ciudad de París,

donde eres ya flor de lis

que con respeto adoramos.

Esta flores, estos ramos

que ponen treguas amenas

entre las rubias melenas

del Sol, y esta clara fuente

cuyo cristal transparente

da silvestres azucenas,

serán rústica floresta,

mientras al mar español

se va despeñando el Sol,

y pasa la ardiente siesta.

Vecina montaña es ésta

a la metrópoli y corte,

donde a tu regio consorte

has de coronar la frente

cuando vienes del oriente

a las provincias del norte.

Reina Conde, aunque llegar deseo,

y quiere mi honesto amor

ver a Carlos, mi señor,

que es el último trofeo

de mi esperanza, ya veo

que con los rayos que tiende

el Sol, abrasa y ofende,

teniendo, aunque es verde mayo,

una flecha en cada rayo

con que los montes enciende.

Pasemos en hora buena

la siesta aquí.

Conde (Aparte.) (Dame, Amor

atrevimiento y valor

para declarar mi pena;

ya que mi desdicha ordena

que esta griega bizarría

confunda en el alma mía

el discurso y la razón.

Hablemos, que en la ocasión

el respeto es cobardía.)

Vosotros podéis bajar

a ese valle a coger flores

que los celestes colores