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No hay dicha ni desdicha hasta la muerte es una comedia teatral del dramaturgo Antonio Mira de Amescua. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, se articula en torno a un malentendido amoroso que propiciará numerosas situaciones de enredo, todas ellas presentadas bajo un prisma de profunda moral católica, en consonancia con la visión del mundo que tiene su autor.
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Seitenzahl: 77
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Antonio Mira de Amescua
Saga
No hay dicha ni desdicha hasta la muerte
Copyright © 1748, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726660548
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Hablan
Don Diego Porcelos
Don Vela
Rey Don Ordoño
Don García
Dos soldados
Carrasco
Mongana
Violante
Leonor
Don Vela y Porcelos con rodelas, Carrasco y Mongana. Suenan cajas
VELA Pienso que al arma han tocado.
PORCELOS
Las huestes de don García
tocan arma noche y día.
VELA Querrán tener desvelado
5 el real de don Ordoño.
PORCELOS
Bien pertrechados están.
VELA Paces o treguas harán
los rigores del otoño.
PORCELOS
Ya que en Castilla nacimos
10 y ha sido nuestra intención
servir al rey de León,
pues hijos segundos fuimos
en nuestras casas, es bien
que en nuestra grande amistad
15 coronada de lealtad
segundo nombre nos den
de P ílades y de Orestes.
VELA Ya nos vieron semejantes
desde que fuimos infantes;
20 no digas, no manifiestes
con palabras el amor,
que, unido en lazos estrechos,
un alma informa en dos pechos
una vida y un valor.
PORCELOS
25 Pues las estrellas y Dios
–que sin Él, no hay astro alguno–
en amor nos hacen uno
con privilegios de dos,
no nos perdamos, no erremos,
30 don Vela, nuestra venida.
Dividamos esta vida
que con un alma tenemos.
Don Ordoño y don García
hijos legítimos son
35 de Alfonso, rey de León,
y pretenden este día
ambos el reino. Y alegan:
don García, que es mayor;
don Ordoño, que al traidor
40 las cristianas leyes niegan
la corona, y que él lo fue
contra su padre, de modo
que el derecho de ambos todo
puesto en las armas se ve.
45 Y si agora quiere Dios
que muerto quede o vencido
el que hubiéremos servido,
perdidos somos los dos;
porque siendo como digo
50 es cierto que su favor
no ha de dar el vencedor
a quien sirvió a su enemigo.
VELA Ordenad, don Diego, vos,
lo que habéis de hacer de mí.
PORCELOS
55 Mi parecer es que aquí
nos dividamos los dos.
Con arte se ha de ayudar
a la fortuna y la suerte,
que, aun siendo fatal la muerte,
60 tal vez se suele escusar
con el ingenio y discurso.
No nos perdamos los dos:
al un rey serviréis vos
y yo al otro, y ansí el curso
65 de la rueda de fortuna
contrastar y detener
podemos; pues suele hacer
las mudanzas de la luna.
Si venciere vuestro dueño,
70 vos me ayudaréis después.
Mi amigo sois y no es
éste consuelo pequeño.
Si acaso venciere el mío,
para ser vuestro nací;
75 fiaros podéis de mí
como yo de vos me fío.
Y ansí, con ingenio humano,
amor nos ha dividido
porque, estando uno caído,
80 el otro le dé la mano.
VELA Bien decís, que la amistad
para más satisfación
en la misma división
nos da perpetua unidad.
85 Al hombre, naturaleza
los brazos ha dividido,
para que, el uno perdido,
otro ampare la cabeza.
El capitán que es prudente,
90 mezclando fuerzas con artes,
por no arriesgarse, en dos partes
suele dividir su gente
contra la suerte importuna.
En esto hallamos remedio,
95 pues cogeremos en medio
la rueda de la Fortuna:
y a su correr y volar
con el paso presuroso,
como acostumbra, es forzoso
100 que en el uno ha de topar.
PORCELOS
¿A qué rey queréis servir?
Vuestra elección es la mía.
VELA Yo serviré a don García.
PORCELOS
Yo a don Ordoño; y decir
105 pudiera en esta ocasión
que mayor dicha me fuera
que vuestro dueño venciera,
porque más satisfación
tengo de vos que de mí.
110 Y venciendo don García,
pendiera la dicha mía
de vuestra mano, y ansí
más segura la tuviera
que si la adquiriera yo.
115 Aunque ya digo que no,
porque si dichoso fuera
con Ordoño, claro está
que si un alma en los dos vive,
ni es infeliz quien recibe
120 ni es más dichoso quien da.
VELA Ya vuestros brazos espero.
PORCELOS
De la amorosa razón
ha saltado el corazón
a recebillos primero.
MONGANA
125 Pues vemos estas finezas,
¿quiere que los dos seamos
dos monos de nuestros amos?
CARRASCO
¡Y aun monas de las cabezas!
MONGANA
Carrasco, mucho te quiero.
130 Cuanto tuviere, por Dios,
que ha de ser común de dos,
ecepto moza y dinero.
CARRASCO
Al cobrar nuestro salario,
vino y tabaco serán
135 tan de ambos, que no sabrán
cual es dueño propietario.
No ha de haber cosa partida
entre los dos, de tal suerte
que engañemos a la muerte
140 cuando se engulla una vida.
MONGANA
¡Voto a los rayos de Apolo!
Que, si pendencia tenemos,
tan uno los dos seremos
que has de reñillas tú solo;
145 y mientras riñes, bebiendo
estaré, para que asombre
que esté en dos partes un hombre
bebiendo a un tiempo y riñendo.
CARRASCO
Serás gallina desde hoy.
MONGANA
150 Si el valiente por guardar
su pellejo ha de matar,
Carrasco, valiente soy,
pues cuando guardo la vida,
mato la sed.
PORCELOS Bien está.
155 Camino el tiempo abrirá;
cada ejército convida
a que mostremos los dos
nuestra sangre ilustre en ellos.
VELA Adiós, don Diego Porcelos.
PORCELOS
160 Amigo don Vela, adiós.
MONGANA
Sin cumplimientos ni ruegos
nos haremos dos mosquitos.
CARRASCO
Adiós, honra de coritos.
MONGANA
Adiós, honra de gallegos.
Vanse los dos
CARRASCO
165 Pienso, señor, que has errado
en haber hecho elección
de Ordoño. Rey de León
es García; desterrado
Ordoño estaba en Galicia.
170 A quitarle el reino viene:
difícil es, porque tiene,
el mayor, mayor justicia.
PORCELOS
Carrasco, de mí nació
el dividirnos; no fuera
175 puesto en razón que eligiera
lo que es más seguro yo.
Cuanto más, que nunca sabe
el hombre el mejor camino
de la dicha, porque vino
180 siempre acaso. No se alabe
de que el camino eligió
dichoso persona alguna,
que está la buena fortuna
donde menos se pensó.
CARRASCO
Aquí viene Ordoño.
185 PORCELOS Quiero
ofrecelle mi persona,
y dele Dios la corona
de un católico hemisfero.
Cajas, Rey, soldados
REY ¿Qué me aconsejas?
PRIMERO Señor,
190 que la batalla no des,
porque su ejército es
en las fuerzas superior.
Más gente y mejor armada
es la suya. Mi consejo
es retirarte.
195 REY Eres viejo.
Tienes ya la sangre helada.
PRIMERO
No me culpes si perdieres
tu gente en esa maleza.
PORCELOS
Deme los pies Vuestra Alteza.
200 REY Dime, soldado, ¿quién eres?
PORCELOS
Don Diego Porcelos soy,
un hidalgo de Castilla
que a tu servicio real
viene ofreciendo su vida.
205 Cuando es razón que en campaña
los castellanos te sirvan,
no era bien que se escusase
mi generosa familia.
Este nombre, este apellido
210 de española sangre antigua,
Fénis es en mí. Yo solo,
sin que nadie me compita,
soy Porcelos, y ansí quiero
que nazca de mis cenizas
215 segunda vez este nombre,
y en España eterno viva.
A tan altos pensamientos,
a tan heroica osadía,
a tan bizarros deseos,
220 sólo tu nombre me anima.
Si yo en tu servicio mancho
esta acerada cuchilla
mezclando púrpura humana
en las ondas cristalinas
225 del Órbigo, si a tus pies
dichosamente derriba,
como un halcón bien templado,
la varia plumajería
de su hueste y los leones
230 coronados que iluminan
con los rayos de sus ojos
las banderas enemigas,
¿qué más gloria para mí?
Vive el cielo, que me inclinan
235 sus estrellas a servirte;
y aunque es elección la mía,
parece que la arrebatan
con una fuerza divina.
Ya en las guerras de Navarra,
240 ya en las fronteras moriscas,
negué al ocio y di esperiencia
a mi hidalga bizarría.
Si a quien soy correspondí,
ajenas lenguas lo digan,
245 aunque no se alaba aquel
que informa de su justicia.
Esto he dicho porque alegre
Vuestra Majestad reciba
los deseos que mi alma
250 le consagra y le dedica;
y también porque he mirado
el real de don García
con atención. Y aunque agora
tiene gente más lucida,
255 como el nuestro, aunque menor,
dentro de un hora le embista,
segura está la vitoria
si va la caballería
en frente del escuadrón
260 y allí el bagaje camina.
Es la razón, porque el aire
nuestra ayuda solicita,
que en las espaldas nos da
tan fuerte que las encinas
265 de esas montañas arranca;
y siendo razón precisa
que en los ojos les dé el polvo,
¿quién duda, quién desconfía
del vencimiento? Pues, ciegos,
270 no ha de haber quien nos resista,
y en laberintos de polvo
pensarán que las altivas
escuadras de Jerjes son
las que gobierna tu dicha.
275 Demás de que siendo agora,
como vemos, mediodía,
ganamos el sol, pues queda
sobre las más altas líneas
del auge a nuestras espaldas;
280 y es fuerza que, si declina,
crezca el viento, y los caballos,
partos de la Andalucía,
como son estas campañas
tierra blanda y arenisca
285 y las lluvias le han faltado,
formarán nubes que impidan
al ejército contrario
ánimo, fuerzas y vista.
Y si en esto, o gran señor,