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Cantos de mi lira se inscribe en la serie de libros que Pilar Sinués le dedicó al tratamiento literario de episodios y leyendas históricas, con la particularidad de que en este caso el género elegido para hacerlo es la poesía, incluidos algunos extensos diálogos teatrales que también aparecen en verso. Los temas tratados en estas leyendas van desde las escaramuzas en la Toledo de tiempos de Pedro I hasta un cuento cortesano en Estambul ("Las dos sultanas").
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Seitenzahl: 152
Veröffentlichungsjahr: 2021
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María del Pilar Sinués
COLECCION DE LEYENDAS EN VERSO
Saga
Cantos de mi lira
Copyright © 1857, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726882001
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
(LEYENDA HISTORICA)
Duerme la imperial Toledo
En densas nubes envuelta;
Con furor el viento brama;
La lluvia á caer empieza,
Y del trueno el estampido
Allá á lo lejos resuena.
Es una noche del año
De mil trescientos sesenta,
Y reina Pedro el Primero,
Terror de Castilla entera:
El bastardo don Enrique
A poner cerco se apresta
A la ciudad imperial
Jurando á su hermano guerra;
Mas mientras llegan los males
Que fratricida pelea
Hará sentir á Toledo,
Tranquila al sueño se entrega.
Todo duerme: solo se oye
El rumor de la tormenta,
Sin verse mas resplandores
Que en una ventana estrecha
Débil luz, que temblorosa
En los vidrios se refleja.
Es un gótico edificio
En cuya fachada inmensa
Se ven, formando un escudo,
Pesadas armas de piedra;
Palacio rico, si triste,
De los Lunas pertenencia,
Y del conde don Garcia
La preferida vivienda,
Que á la sombra de sus torres,
De sus castillos y almenas
Vió la luz su hijo Guzman
A quien ama tan de veras,
Que el anciano enternecido
Y entusiasmado contempla
Los sitios en que pasaron
Sus dulces horas primeras.
Es ademas don Garcia
El tutor de una doncella
De portentosa hermosura,
Aunque desdichada y huérfana.
Y entre aquellos dos amores
Dichoso se considera,
Pues poco menos que al hijo
Ama el conde á su Luz bella,
Y acrecienta su ternura
El pensar no hay en la tierra
Quien por ella se interese
Ni quien cariño la tenga.
Así vivia el buen conde
Sin conocer otra pena
Que la que dejó en su pecho
La dura y sentida pérdida
De la madre de Guzman,
Que este lloró en edad tierna.
Mas el sereno horizonte
De su dicha, con tristeza
Vió nublarse, pues Guzman
Un infortunio lamenta,
Que el anciano desconoce
Por mas que su vida diera
Por aliviar solamente
Su desgarradora pena.
Y en la noche tormentosa
En que se escucha sin tregua
El rumor sordo del viento,
Y la lumbre centellea
De relámpagos horribles
Que el firmamento atraviesan,
Sentado está don Garcia
Junto á la ventana estrecha
En que la luz temblorosa
En los vidrios se refleja.
El jóven Guzman le mira
A su lado con tristeza,
Y al fin rompiendo el silencio,
Que há rato en la estancia reina,
A su hijo el padre dirije
La voz amorosa y tierna.
El conde.
Conque al fin, mi buen Guzman,
Resuelto estás á partir?
Guzman.
No desisto de mi plan;
Mas cese, padre, tu afan,
que no me importa morir.
El conde.
¿Y no me es dado saber
Quién labra tu desventura
Y tu acerbo padecer?
¿Quién hace palidecer
Tu frente tan noble y pura?
¿Quién te hizo sordo á mi ruego
¿Quién mata sin compasion
De tus miradas el fuego?
¿Quién ha turbado el sosiego
De tu pobre corazon?
No dudes en confiarme
La causa de tu tormento:
Escucha, Guzman, mi acento,
Y no partas sin dejarme
Ese alivio en mi aislamiento.
Guzman.
Perdona si te he ofendido
Con mi silencio menguado,
Y escucha, padre querido,
El secreto que he tenido
Dentro del pecho guardado.
Hubo un tiempo, señor, en que mi vida
Pasaba tan feliz como ligera
Sin sentir del dolor el alma herida.
¡Horas dichosas de mi edad primera!
Benditas sean, sí, pues aunque impío
E insufrible el pesar que me tortura,
No basta á separar del pecho mio
Vuestros gratos recuerdos de ventura.
Yo era niño y vivia en los jardines
Persiguiendo pintadas mariposas
Que dejaban su lecho de jazmines
Por sentir el perfume de las rosas.
En dos séres no mas mi amor tenia:
En tí, que me adorabas con anhelo,
Y en mi madre, señor, á quien veia
Gozando entre los ángeles del cielo.
¡Oh! ¡Cuán feliz sentia yo en el pecho
Latir lleno de vida el corazon!
¡Cuán tranquilo dormia yo en mi lecho
Mis ensueños de cándida ilusion!
Pero ¡ay! al ver á Luz, á esa doncella,
Cuya hermosura me sedujo el alma,
Creíla yo de mi existencia estrella,
Y de entonces perdí toda mi calma.
Mientras niña la amé como un hermano;
Despues, señor, con ciego desvario;
Llegando á tanto mi delirio insano,
Que mas que á ti la amaba, padre mio!
El conde.
¿Y de eso solo nace tu tristura?
¿Has podido pensar me irritaria
El tesoro sublime de ternura
Que has ocultado con tenaz porfia?
¿No sabes tú que colmas los deseos
Que siempre alimenté dentro del alma?
Olvida ya tus tristes devaneos
Y torna al pecho tu perdida calma.
Yo te uniré á tu Luz...
Guzman.
Es imposible:
La dicha para mí se huyó del suelo,
Que el pesar que me aflije es tan terrible
Que no hay para él alivio ni consuelo.
Luz ama al rey, señor... la desdichada
Lleva en su frente la deshonra escrita:
¡La vírgen de pureza inmaculada
Manchó por siempre su virtud bendita!
El conde.
¡Mientes, Guzman! ¿Quién el villano ha sido
Que así ultraja el honor del soberano?
¿Do se oculta el infame que ha escupido
A los blancos cabellos de un anciano?
¿Quién la honra de mi Luz ha desgarrado?
¿Quién en ella cebó la lengua impía?
¡Respóndeme, Guzman! ¿do está el menguado?
¡Mas que tu afrenta ya, la afrenta es mia!
Guzman.
¡Temblais, señor, é inunda vuestra frente
El helado sudor de la congoja!...
¿Y qué haré yo, que la adoré ferviente
Y en un infierno de dolor me arroja?
¿Y qué haré yo, decid, que miré en ella
Mi solo amor, mi dicha y mi ventura?
¡Qué haré, decid, si Luz era mi estrella
Y la vida bebia en su hermosura!
¡Plugiera al cielo, que mentira fuese
Este secreto, que escapó del labio!
¡Plugiese á Dios, señor, que yo mintiese,
Y que mentido fuese nuestro agravio!
Mas ¡ay! que inexorable ante mis ojos
La terrible verdad viene desnuda,
Y en vano al cielo le pedí de hinojos
Me dejase el consuelo de la duda.
Escucha, padre mio, el hondo arcano,
Porque es el seno á contenerle estrecho,
Y hunde después, con generosa mano,
Tu acerado puñal en este pecho.
Era una noche, cual ninguna hermosa:
Noche tranquila, plácida, estrellada,
En que la blanca luna silenciosa,
Parecia mas pura y plateada.
La suave brisa al columpiar las flores
Grato perfume trasmitia al alma:
Todo en la tierra murmuraba amores;
Todo en el cielo prometia calma.
Sentado yo, junto al balcon de piedra,
Contemplaba el espléndido jardin,
Todo alfombrado de verdosa yedra,
Perfumado de rosa y de jazmin.
Yo no sé si velaba, ó si soñando,
Distinguí, padre, una infernal vision;
Una horrible vision, que destrozando
Las alas de mi pobre corazon,
Vino tal vez á deslumbrar mis ojos,
Vino á robarme mi tranquila calma,
Vino á trocar mi dicha por abrojos,
Y á destrozar ¡ay Dios! vino mi alma.
El conde.
Prosigue, mi Guzman; tal vez dormido
Un ensueño infernal hirió tu mente;
Tal vez una ilusion, hijo querido,
Marchitó de dolor tu noble frente.
Guzman.
¡Oh! soñaba en verdad; que ver creia
Ante mis ojos á mi Luz hermosa,
Que tranquila y feliz me sonreia
Con espresion sencilla y candorosa.
Mas de pronto, salvando el alto muro,
Saltó al jardin, señor, un embozado
Que á andar echó con paso muy seguro
Aunque algo misterioso y recatado.
Aun le observaba de estupor herido,
Cuando al fijarse al pié de la ventana
Donde reposa Luz, llegó á mi oido
El eco de una trova no lejana.
Era el doncel que oculte en la espesura
Pulsó el laud, con sin igual destreza,
Entonando su voz vibrante y pura
Una cancion de amor y de tristeza.
El conde.
Mas ¿quién dijo, Guzman, que el atrevido
Fuese el rey? di: ¿no es público á Castilla
Que de su torpe vida arrepentido,
Se ha enlazado á María de Padilla?
Guzman.
¿Y quién de ese monarca la arrogancia
Ha podido humillar? ¿quién sigue el rastro,
De su voluble amor? á la de Francia,
¿No repudió, inconstante, por la Castro?
¡Ay! ¡cuántas como Luz, palomas puras,
Escucharon su falso juramento
Y acabaron su vida y desventuras
A fuerza de sufrir en un convento!
Mas ¡guai de Pedro el Cruel! si á la nobleza
Osa llegar su asolador denuedo!
Que no está muy segura su cabeza,
De los limpios aceros de Toledo!
El conde.
Cálmate por piedad! sigue el relato
De la terrible y misteriosa historia
De esa noche fatal, que en vano trato
Su origen de encontrar en mi memoria.
Guzman.
Apenas la cancion hubo cesado
Se abrió con precaucion una ventana
Que escaló sin temor el embozado
Con una lijereza sobrehumana.
No debió ser así para la hermosa
Que aguardaba al galan desconocido
Pues salió á la ventana presurosa
Sin darle tiempo para haber subido.
Por fin salió el doncel y ella anhelante
Los brazos de marfil echó á su cuello,
En tanto que él clavaba en su semblante
Una mirada de su amor destello.
Ya no pude ver mas: desvanecido
En mi sitial, como una masa inerte,
Caí, señor, cual si me hubiese herido
El estupor amargo de la muerte.
Ál volver del letargo, vi al amante
De nuevo aparecer en la ventana,
Y abrazando á la dama delirante
¡Adios, dijo, mi Luz!... ¡hasta mañana!
Lanceme entonces, cual la fieraherida
En pos de aquel infame seductor,
Para hacer que pagase con su vida
La negra mancha que imprimió á mi honor.
Mas cuando al fin llegué, ya allí no estaba;
Y el lejano galope de un corcél
¡Oh rabia! me hizo ver que se alejaba
Sin que cebase mi venganza en él.
El conde.
¿Por qué no le seguiste?
Guzman.
¡Padre mio!
No aumentes con tal duda mi agonía.
Yo le seguí con furibundo brio,
Y ya la capa del mancebo asía:
Cuando el rostro volvió, y estremecido,
Cayó mi mano, temblorosa, inerte,
Que habia ¡ay Dios! al rey reconocido
Al tiempo mismo que iba á darle muerte.
El conde.
¡Gran Dios! al punto averiguar yo quiero
Si oculta Luz un corazon malvado;
Sigueme, que á dudar, saber prefiero
Si es cierto nuestro ultraje ó es soñado.
Guzman.
Vamos pues, padre mio, y no dilates
El conocer nuestra infelice suerte:
Despues me alejaré y en los combates
Pronto hallaré mi deseada muerte.
__ __
Y mas dispuestos á obrar
Que á razonar y gemir,
Echaron los dos á andar;
El conde ansiando matar,
Guzman ansiando morir;
Mientras que furioso el viento
Gemia en la noche oscura
Y relámpagos sin cuente
Alumbraban la espesura
Al rasgar el firmamento.
La huérfana hermosa y noble
Que amparaba don García
En su palacio tenia
Espléndida habitacion;
Que solícito el buen conde
Como á su Guzman la amaba,
Y cual padre la adoraba
Con todo su corazon.
Esos fantásticos sueños,
De imponderable riqueza,
De caprichosa belleza,
Y de hermosura ideal;
Habíanse realizado
En la estancia portentosa
De aquella doncella hermosa
Con un gusto sin igual.
Los mas preciados tapices
Vestian allí los muros,
Y los perfumes mas puros
Humeaban por do quier.
Veíanse en áureos vasos
Lozanos ramos de rosas,
Que altivas, frescas y hermosas,
Al alma daban placer,
Y el sol al verter su lumbre
En las góticas ventanas,
En las templadas mañanas
Del hermoso mes de abril,
Quebraba sus rayos puros
En los vidrios de colores
Iluminando las flores,
Dibujando formas mil.
Alli todo era riqueza,
Todo era bello y preciado:
Desde el lecho de brocado,
Hasta el gótico sillon.
Hasta la imágen hermosa
Que al pié del lecho velaba,
Y á doña Luz escudaba
En su opulenta mansion.
¿Qué mucho que el conde ansíoso
Sus ensueños realizase?
¿Qué mucho que la buscase
Mil placeres con afan?
¿Qué mucho si el buen anciano
Como á su hija la adoraba?
¿Qué mucho, si la guardaba
Para su noble Guzman?
Quedó la niña infelice
Huérfana apenas nacida:
Por la desgracia mecida
En la cuna se durmió.
Sin mas amparo en el mundo
Mas consuelo y alegría,
Que el amor de don García
Que en sus brazos la acogió.
Viendo su padre que sola
Quedaba, al perder la vida
Rogó al conde que la egida
Fuese de la niña Luz:
Y besándole las manos
Con las ansias de la muerte
«Velad, dijo, por su suerte
»Por el que murió en la cruz.
»Triste la dejo en el mundo,
»Mísera y abandonada,
»Y huérfana, desdichada,
»La infeliz sucumbirá.
»Dejad que lleve á la tumba
»Este rayo de consuelo:
»Decidme que vuestro anhelo
»De padre la servirá.»
El conde juró al anciano
Cuidar de la niña hermosa,
Que crecia cual la rosa
En el ameno vergel.
Y era tal la gentileza
De aquel virginal capullo,
Que miraba con orgullo
El conde su dicha en él.
Pues al verla en los jardines
Con su blanca vestidura
Cándida, inocente y pura,
Como el ángel del señor;
Creyérasela una vírgen
Descendida de los cielos,
O el ángel de los consuelos
O el arcángel del amor.
Y allí encerrada en los muros
Del espléndido palacio
Donde mármol y topacio
Se veian por do quier,
Era doña Luz dichosa,
Y en sus deliciosos sueños,
Tal vez miraba risueños
Sus delirios de mujer.
Mas de repente, tornose
Su humor de alegre en sombrio,
Y allá á la márgen del rio
Iba á buscar soledad.
¿Qué tenia? ¿no era acaso
Siempre cariñoso el conde?
¿Por qué su dolor esconde
A su paternal bondad?
¿Por qué sufria? ¿en su mente
Qué triste vision vagaba?
¿Por qué sin cesar lloraba
En su apartada mansion?
¡Ay! que doña Luz herida
Lamenta su triste suerte,
Que un dardo lleva de muerte
Clavado en el corazon!
Y nadie la pena insana
Alivia, que la atormenta:
Pues Luz á ninguno cuenta
La causa de su pesar;
Y ninguno compadece
Los dolores resignados
Que suelen, por ser callados,
Nuestras penas aumentar.
Está la noche
Triste y sombría:
Lanzan los pájaros
Ayes de horror
Y entre el ramaje
De la espesura
Se ocultan trémulos
Con su terror.
El noble conde
Tiene en su diestra,
La mano trémula
De su Guzman:
Turbios sus ojos
Llanto no vierten,
Mas está pálido
De intenso afan.
¡Oh cómo anhela
Aquel misterio
Lleno de crímines
Desentrañar!
¡Oh cuánto diera
Por hallar pura,
Su Luz angélica
De albo brillar!
¿Quién sabe? acaso
un triste ensueño
Surgió en el ánima
De aquel doncel.
Y disipado
El cruel beleño
Tal vez el vértigo
Se huya con él.
Fijos los ojos
En la ventana
En la que trémula
Brilla una luz,
Prosigue inmóvil:
Que allí le eseuda
De noche lóbrega
Negro capuz.
Y en tanto el jóven
Desventurado
Rasgado y trémulo,
Su corazon,
Mira por siempre
Para él perdido
Sus sueños plácidos
De honda pasion...
¡Si con su sangre
Lavar pudiera
El antes límpido
Puro fanal!
Mas ¡imposible!
Porque esas manchas
Llagas mortíferas
Son por su mal.
¡Oh, desdichada
Pobre paloma
De arrullo cándido
Que inspira amor!
¿Dónde están, dónde
Tus blancas alas?
¿Se han roto mísera
Con tu dolor?
¡Ay de la triste
Que sin consuelo
Siempre halla pábulo
A su pesar!
Nada en el mundo
La da alegria...
¡Nada su vértigo
Puede calmar!
¡Nada! ¿qué importa
Que el fiel amante
Sumido en éxtasis,
La adore mas?
Si la voz fuerte
De la conciencia
Grita terrífica
¡Culpada estás!
¡Desventurada!
Ya no sonrie
Al ver la límpida
Mansion azul;
Ya no contempla
Las blancas nubes
Cual velos cándidos
De leve tul.
Ni de la luna
El claro broehe
Ni estrellas vividas
Con su brillar,
Ni de la aurora
La luz rosada
¡Ya nada su ánima
Puede alegrar!
Y el ave hermosa
Que en la enramada
Entona timida
Canto de amor,
Mas acrecienta
Su amarga pena,
Y hace mas lúgubre
Su cruel dolor.
¿Visteis la rosa
Bella y temprana,
Que en dia plácido
Del mes de abril,
Se ostenta erguida
Fragante y pura
En el espléndido
Rico pensil?
¿La visteis, luego
Que ruda mano
Del tierno vástago
La fué á arrancar,
Mustia, abatida
Ya sin aroma
Sus hojas débiles
Triste doblar?
Asi la jóven
Desventurada
Llora la pérdida
De su virtud;
Y solo espera
Cobrar la calma
Allá en el cóncavo
Triste atahud.
Y cual la rosa
Que desfallece
Marchita y pálida
Ya sin color;
La pobre niña
Tambien fenece
Al peso bárbaro
De su dolor.
¿Pero qué importa?
Todo lo olvida
La noche lóbrega
Viendo venir,
Remordimientos
Amarga pena...
¡Solo amor mágico
Sabe sentir!
Y no se acuerda
Que al noble conde
Engañó pérfida
Con vil traicion.
Que solo siente
El fuego inmenso
Que abrasa vívido
Su corazon.
Porque las horas
De noche oscura
Pasan espléndidas
Para su afan,
Que el régio amante
Hasta ella llega
Cual astro fúlgido
De dicha imán.
Por eso olvida
Sus penas todas:
Por eso trémula
De honda emocion,
Escucha ansiosa
La trova amante,
Que sube, y piérdese
En su balcon.
Y aquella noche
Tambien espera
Oir el cántico
De su doncel.
Y muda, inmóvil,
Tras los tapices
Yace la huérfana
Pensando en él.
Oyóse al fin un ruido no lejano
De un corcel, que venia lentamente,
Y la cortina vaga y transparente
De nubes un relámpago rasgó.
Brilló un instante, iluminando tétrico
El muro y la ventana, en que apoyada
Estaba doña Luz, que amedrentada,
El rostro con las manos se cubrió.
Rugía en tanto bramador el trueno
Sus ecos sordamente retumbando,
Y de pronto las nubes rebentando,
Agua sin tasa comenzó á caer.
Y un relámpago horrible sucedia
Al trueno aquel que airado se alejaba;
Y en el rostro de Luz se retrataba
Su indómito y amargo padecer.
Y apesar de la lluvia, silenciosos
Seguian don Guzman y don García,
Que á distraerles de su pena impía
No bastaba la fiera tempestad.
Y sus ojos clavados en el muro
Estaban siempre con tenaz empeño
Pues aun dudaban si seria un sueño
La fria y espantosa realidad.
Entretanto, los pasos se acercaban
Del corcél que trotaba en la espesura
Y en medio de su lúgubre tristura
Vino á herir de Guzman el corazon.
Que aquel rumor, le recordó el odioso
Detestable rival, que ya llegaba:
Aquel rival que doña Luz amaba
Con tan ardiente y vívida pasion.
Anhelante escuchó: rumor estraño
Enbreve pudo oir, y el alto muro,