El ángel del hogar. Tomo I - María del Pilar Sinués - E-Book

El ángel del hogar. Tomo I E-Book

María del Pilar Sinués

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Beschreibung

El ángel del hogar –título que también llevaría una revista dirigida por ella– reúne una serie de ensayos e historias ejemplares que sintetizan la visión que María del Pilar Sinués tenía sobre la vida de las mujeres (al menos en esta etapa). En el primer tomo se explaya desenvueltamente en recomendaciones sobre el mejor modo de criar a una niña para que sepa que es querida y se corresponda a las características esperables de su género según los parámetros de una educación católica centrada en la familia. Como nota curiosa, Sinués comenta que parte de estos artículos, escritos en su temprana juventud para un diario de Cádiz, habían sido alterados e impresos sin su permiso junto con otros a nombre del director de esa publicación. Sobre el final del libro se da una transición de la escritura hacia una novela afín a las ideas expresadas, que continuará en el segundo tomo.

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Seitenzahl: 334

Veröffentlichungsjahr: 2021

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María del Pilar Sinués

El ángel del hogar. Tomo I

TOMO PRIMEEO

Saga

El ángel del hogar. Tomo I

 

Copyright © 1859, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726882100

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

INTRODUCCION.

Recien venida á Madrid desde el fondo de una provincia, casi niña, é ignorante de la ciencia de la vida, como que apénas tocaba á su umbral mi débil pié, empecé á escribir estos estudios y á enviarlos á La Moda, periódico que se publicaba en Cádiz, y que hoy ve la luz en Madrid con el título de La Moda Elegante.

Les dí por título La Mujer, y apénas habian visto la luz dos ó tres capítulos en Cádiz, apareció en Madrid, y en el periódico El Estado, otro trabajo del mismo género, titulado tambien La Mujer y firmado con las iniciales S. C.

Leí con gran cuidado este trabajo, y noté que nada habia en él—á no ser el pensamiento—que coincidiera con mi obra; aquellos artículos eran de la correcta é ilustrada pluma del Sr. D. Severo Catalina, que ya disfruta de una vida mejor.

Convertidos luégo en un libro, conservaron su primer título de La Mujer, y yo, por deferencia al autor, al reunir tambien en coleccion mis artículos, les cambié el nombre, confirmándolos con el de El Ángel del Hogar .

Como ya he dicho, ninguna analogía hay entre el libro del Sr. Catalina y estas páginas, que tan afectuosa acogida han obtenido del público; aquél, á pesar de la excesiva modestia de su autor, que le calificó de Apuntes para un libro, es, en mi concepto, demasiado profundo en razon á la débil comprension de la mujer: los capítulos que forman la mia son sencillos como mis creencias, cariñosos como mi corazon.

En el libro del Sr. Catalina se ve al hombre pensador, filósofo y erudito: en el mio se descubre á la mujer que no sabe más que sentir.

Ninguna pretension encierra este trabajo tan agradable para mí; no he recogido, para formarle, prolijos apuntes, ni es tampoco el fruto de maduras y graves reflexiones; una cabeza juvenil y entusiasta, como era la mia, no podia sujetarse á un estudio hostil y detenido de las costumbres: y digo hostil, porque todo sér analítico y observador, lo es con aquello que procura profundizar.

Mi deseo, en este como en todos mis escritos, está reducido á inspirar á mi sexo amor á sus deberes y á procurarle el interes del sexo fuerte: si alguna cosa censuro en la mujer, puede perdonárseme en gracia del dolor que la correccion me inspira.

Mi aficion á la literatura me ha proporcionado muchos ratos de felicidad, y entre ellos, lectoras mias, son los más preciosos y los que más gratos recuerdos encierran para mí, los que he dedicado á estas páginas, que confio os han de entretener y aprovechar.

¿Y cómo no, si las escribe una cariñosa amiga vuestra? ¿Cómo no, si va guiada su pluma por el corazon, y no por la ciencia?

He procurado en ellas poneros á la vista las virtudes que más embellecen el hogar doméstico y que son la base de la verdadera felicidad de la familia.

¡Ojalá, mis jóvenes lectoras, que este estudio contribuya á formar vuestros corazones para la virtud! ¡Ojalá que, al leerlos junto á vuestros padres en las largas y dulces veladas que paseis á su lado, encontreis algun solaz, si os abruma la tristeza! ¡Ojalá que os den alguna conformidad si padeceis, algun consejo si fluctuais con las pasiones, tan vivas en vuestra edad!

Para vosotras es este libro, jóvenes que aún reposais bajo el techo paterno; para vosotras lo he escrito; y plegue á Dios que, cuando le tomeis, digais al abrirle: aquí se encierran los consejos amorosos de una amiga.

No os impondré la virtud con preceptos rígidos ó descarnados: os ofreceré á la vista los riesgos que trae el no practicarla, y los bienes que nos proporciona su ejercicio.

Os la presentaré tal cual es, hermosa y llena de encantos y atractivos: los que la pintan uraña, rodeada del rigorismo y de la intolerancia y acompañada de martirios sin cuento y de penosos sacrificios, ésos la despojan de sus preciosos, naturales y sencillos atavíos: ésos la desconocen y la confunden con el error y la supersticion.

Yo os la enseñaré, no para que os asuste, sino para que la ameis como á una amiga, y ella vivirá entre vosotras y os hará felices.

Casi siempre nuestros males son nuestra propia obra; y si escudriñásemos detenidamente nuestra conciencia, encontraríamos en ella el orígen de las desventuras que lamentamos.

Yo os haré ver que la mujer buena es siempre dichosa, que la Providencia no la desampara nunca, y que si le niega toda felicidad aparente, por sus inexcrutables designios, le deja en cambio el más inestimable de todos los bienes; el que jamás se acaba; el que nada, ni nadie, puede arrebatarle: la paz de la conciencia .

Mi único propósito es consolaros, y mi más constante deseo se cifra en que, cuando sintais alguna afliccion, abrais estas páginas y halleis en ellas vuestro alivio: si lo consigo, ¡benditas sean las dulces horas que empleé en este trabajo, pues ellas os habrán procurado un bien que pocos han pensado en proporcionaros!

______________

CAPÍTULO I.

De la primera edad de la mujer.

I.

En los dias de angustiosa alegría en que se espera un alumbramiento en una familia, lo que más preocupa el ánimo de todos es la esperanza de que sea varon la criatura que va á nacer, y el temor de que sea hembra: todos, sin excepcion, anhelan lo primero, á no ser que la madre, por una razon de egoismo, desee una hija, que más tarde ha de ayudarla en los quehaceres domésticos.

El destino de la mujer es, en verdad, tan desgraciado, que la tristeza que acompaña á su nacimiento no deja de ser fundada y hasta excusable: débil é inofensiva en su niñez, está amenazada de enfermedades sin cuento, excediendo la fragilidad de su organismo á la de todo sér humano: en su adolescencia está tambien rodeada de un sinnúmero de males físicos, y, segun la naturaleza de cada una, de algunos morales de difícil ó imposible curacion, aunque, lo que pocas veces sucede, no eche de ménos un cuidado previsor y tierno: en la edad madura y la ancianidad, sus dolores crecen en proporcion de los años, y no pocas bajan á la tumba llevando en las sienes la invisible, pero sangrienta corona de un ignorado martirio.

Yo creo, sin embargo, que una acertada educacion podria aliviar los males de mi sexo, y esto es lo que pretendo hacer ver á las madres de familia, sin abrigar empero la ridícula pretension de regenerar la sociedad porque soy la primera en reconocer mi insuficiencia para ello: yo mostraré las llagas; quédese para manos más experimentadas que las mias el aplicar el remedio: descubriré hondos y silenciosos dolores; evítenlos aquellos seres á quienes Dios ha impuesto tan sagrado y dulce deber.

Llega, por fin, el instante del alumbramiento.

—¡Niña! grita el facultativo desde el interior de la alcoba.

—¡Niña! dice la madre con tristeza.

—¡Niña! repite el padre con desaliento.

Y la pobre criatura con un lastimero vagido pide compasion para su debilidad y perdon por haber venido al mundo.

Al escucharle se conmueve el corazon de sus padres: la madre se muestra un tanto resignada, y el padre, cuyo dolor nace, principalmente si es noble y rico, de haber perdido un heredero que perpetúe su nombre, se aproxima al lecho en busca de su hija: al verla en los brazos de su esposa, que se la presenta sonriendo, sonrie tambien y cubre de besos el semblante de la pobre niña, á quien pocos momentos ántes estuvo cerca de rechazar.

Reconciliados ya los padres con su hija, la trasmiten á los brazos de una nodriza, porque la jóven y elegante madre no puede renunciar á los saraos, paseos y teatros, por el gusto harto plebeyo de criarla. ¿Qué se diria en el círculo en que vive? ¿Cómo mirarian sus aristocráticas amigas tal capricho? Quizá como una miserable mezquindad, ó como una manía, que está en contradiccion directa con los hábitos del buen tono.

Si, por otra parte, el esposo está enamorado de su esposa, lo cual, aunque no es muy frecuente, sucede algunas veces, teme que la belleza de ésta se destruya: marido hay que ha dicho delante de mí que no consentia que su mujer criase á sus hijos porque corria el riesgo de perder los cabellos.

Una vez en poder de la nodriza, apénas la ve su madre: con aquélla duerme y en sus brazos permanece todo el dia, siendo esta mujer mercenaria y grosera la que recoge su primera sonrisa y el acento primero, que con puro gorjeo se escapa de sus labios, expresando siempre los dulces nombres de papá y mamá.

No parece sino que la Providencia cuida ante todo de poner en la inocente boca de la criatura estas dos palabras, cuya significacion es lo primero que ha de echar de ménos al pisar los umbrales del mundo. Pero los padres sólo oyen la voz de su hija cuando ha perdido ya su inocente y primitivo eco; cuando ya la ha modulado la nodriza á su placer y en relacion con la delicadeza de su tímpano; y la criatura, cuyos angélicos ojos debian ver continuamente la sombra protectora de su madre, llega á desconocer á la que le dió el sér, y llora, si por casualidad la toma en sus brazos durante algunos instantes.

Es una cosa sabida que generalmente el padre y la madre salen y entran en casa sin imprimir un beso en la frente de su hija: ningun aprecio les merece esa dulce y santa expansion, que anuncia al pedazo de sus entrañas una separacion, que debe ser sentida quizás como un dolor eterno. ¿Quién os ha dicho, padres de helado y egoista corazon, que no puede poner fin á vuestra vida un accidente ántes de volver á casa, ántes de tornar á ver á vuestra hija?

Con la misma indiferencia sabeis que se acuesta y se levanta: ni recogeis, al dormirse, su aliento con un beso; ni absorbeis en vuestros ojos el rayo postrero de luz, que en aquel dia lanzan sus inocentes pupilas; ni asistís á su despertar para recibir su primer abrazo, su primer acento.

¡La nodriza es quien os roba todos esos tesoros!

Y la nodriza, para conservar por más tiempo su lucrativo puesto, niega á vuestra hija el alimento cuando lo apetece, y obliga á la pobre niña á que se nutra con el oro de su padre, en vez de alimentarse con la savia del seno materno.

Madres jóvenes y hermosas, ya os escucho declamar contra mí y calificar de inhumano sacrificio, de martirio insoportable lo que os exijo. ¡Pero si supiérais cuánto ganaríais en belleza, si os adornase la solicitud materna!... ¡Cuánto más interesantes pareceríais á vuestros esposos dando el pecho á vuestros hijos! ¡Cómo conquistaríais su corazon, y cuán ópimos frutos recogeríais de tan santo y hermoso sacrificio!

Yo conozco á un hombre que se apresuró á cumplir los deseos de su jóven y bella esposa, buscando una nodriza al heredero de sus títulos, y que pasa largas horas en una buhardilla, contemplando embelesado á una pobre muchacha, la cual amamanta á un niño que de él tuvo.

La madre desnaturalizada tiene la culpa de que ese hombre haya buscado, en una falta, el goce inestimable de contemplar el amor materno.

II.

Al concluir la lactancia, se despide á la nodriza y la niña pasa á poder de una aya, que ha de reunir precisamente las cualidades de fea, vieja y santurrona; cuanto más estirada y ridícula aparezca, cuanto más enfáticas sean sus palabras, tanto más suele agradar generalmente; y sin embargo, la niñez ama la belleza y la ternura, como las flores al sol; la infancia se desvía, por instinto, de la vejez adusta é intolerante, y adivina dónde hay bondad de corazon, dulzura de carácter y poesía de alma; preguntad á una niña de tres años quién quiere que la vista para ir á paseo; si su abuela, ó la doncella de su madre, muchacha risueña, coqueta y abispada; de seguro se decidirá por la segunda, porque la juventud y la niñez han sido unidas por el Criador con un lazo de flores.

Así, pues, la criatura que sale del dominio de su nodriza, sufre un martirio más cruel bajo el de su aya; á lo ménos la nodriza era jóven, cantaba y reia, enseñando una blanca é igual dentadura, y entónces la niña olvidaba los pellizcos y golpes que recibia, y se reia tambien y gorjeaba alegre. Pero ahora... ¡ay! El aya no rie nunca; le enseña séria y tiesa á leer y rezar, pero no como debe hacerlo una madre.

¿Sabeis cómo debe enseñar á leer y á rezar una madre? Oid: la mia ponia mi cartilla en su falda, y luégo me decia:

—Vamos, amor mio, vamos á ver si te aprendes una letra, y luégo te llevaré á paseo; empieza; A, como hace el borriquito; B, como te pide pan tu cordero; C, acuérdate del cedacito; D, piensa en tu dedito; y en seguida volvia á nombrarme cada letra por el apodo que ella misma le habia dado; todas tenian el suyo; habia sillita, pastel, gatito, y cuando conseguia, á fuerza de dulzura y paciencia algun adelanto, me llenaba de caricias y me llevaba á paseo, poniéndome mi sombrero de paja, que me tenía enamorada por su tamaño y por sus hermosas y flotantes cintas.

¿Quereis saber ahora cómo aprendí yo á rezar? Mis padres tenian el cuidado, conforme me iban enseñando la oracion dominical y la del ángel, de hacerme comprender la que rezaba; yo sabía que nuestro eterno Padre estaba en los cielos, y le pedia de todo corazon se hiciese su voluntad en mí, y en todo cuanto me pertenecia.

Sabía que María, madre de Dios, era la más hermosa y bendita entre todas las mujeres, y que aquel niño Jesus que me sonreia en los altares era el fruto bendito de su vientre: pedíale con efusion que rogase por mí miéntras viviese y en la hora de mi muerte, y esperaba de Dios y de su santa Madre el consuelo de todas mis amarguras, y en ellos veia á mis celestiales bienhechores.

Mi padre me enseñaba ademas oraciones adecuadas á todas las situaciones y dolores de mi vida: cuando yo era niña padecia del accidente llamado alferecía, y me enseñó la siguiente oracion:

¡Virgen Santísima, hazme buena y líbramę de todo mal!

¡Santa Elena gloriosa, librame de alferecía!

Estas tiernas y sencillas palabras, unidas á las oraciones tan elocuentes y dulces que la Iglesia nos enseña, las han repetido mis labios todos los dias de mi vida: hoy las repiten tambien, y cuando mis cabellos se maticen de plata, creo que ni uno sólo las habré olvidado.

¡Plegue á Dios que al helar mis labios el soplo de la muerte las repitan todavía, como un último suspiro de amor dirigido al Dios de las misericordias y á la Reina del cielo, como un acento de gratitud á la memoria de mis nobles y cariñosos padres!

III.

Preciso será dar ya un nombre á la recien nacida. ¿Quereis, lectoras amadas, que le ponga el mio? Esta niña, tipo viviente de la hija, esposa y madre de nuestra actual sociedad, me interesa y compadece tanto, que quiero partir con ella el hermoso y envidiable privilegio de llevar el nombre de la Madre de Dios.

Llamémosla, pues, María, y sigámosla en los primeros años de su niñez.

El aya tiene una paciencia suma hasta que llega á cobrar confianza en la casa; pero no bien la adquiere, se queja de todo exageradamente. Como el aya es casi siempre solterona, no comprende el amor ni el dulce sentimiento de la maternidad; por lo tanto, su intolerancia para con la pobre María es tan rigurosa como inhumana; la obliga á levantarse á una hora dada, tenga ó no más gana de dormir; luégo la hace rezar cierto número de oraciones, sin detenerse, siquiera sea brevemente, á explicarle lo que sus sublimes palabras significan; ha de tomar todos los dias exacta cantidad de desayuno, no ha de mirar al gato, no ha de correr, no ha de cantar, se ha de saber las letras sin tropiezo; ¡pobre María si se distrae! La estirada dueña va corriendo á dar parte á la mamá, con una cara capaz de infundir miedo á un veterano.

—Diga V. á la niña que venga, contesta la madre á la queja.

Y la reverenda señora trasmite la órden con el rostro iluminado de una perversa alegría.

Pero la madre siente desvanecerse su enojo ante la mirada diáfana y azul de los ojos de su hija y á la vista de sus copiosos rizos: la sociedad embota el amor de una madre, empero no alcanza á destruirlo; la dama toma en brazos á la niña, le da dulces y le regala un precioso juguete de porcelana, que escoge de entre los que se ven encima de la consola; nada de enterarse de la dificultad de la leccion, nada de correccion maternal y solícita, nada de hacer repetir á la niña los renglones; ésta asiste al tocador de su madre, quien al bajar la escalera para subir al carruaje pone en su manecita una moneda de plata y le dice:

—Encarga á Juana que vaya á buscarte pasteles.

Pero lo que hay que ver es el gesto del aya al oir á su educanda mandar á la cocinera por pasteles: la rabia trastorna por un momento sus grotescas facciones; mas despues, excitada por el ejemplo de la cocinera, que saborea uno de los pasteles, come tambien, con gran contento de María, quien le da á manos llenas, olvidándose de su delacion.

Desde este dia el aya toma su partido: condesciende con todos los caprichos de la niña, y á pesar de las correcciones y gran celo que aquélla aparenta delante de los padres, pásanse meses y años cobrando sus honorarios, y sin que María sepa leer ni mucho ménos escribir; en cambio, la niña se ha vuelto soberbia y voluntariosa con los mimos de su madre y el descuido de su aya; odia á ésta instintivamente, y anhela separarse de su lado por cuantos medios le son posibles.

De esta manera llega á los doce años, en cuya época, advirtiendo sus padres que nada sabe, resuelven hablar claro al aya y exigirle que mire más por los adelantos de la niña y por su educacion , sin hacerse cargo de que las primeras impresiones son las que jamás se borran, pudiéndose comparar, si son malas, á las ortigas, que por más que se arranquen de la tierra renacen siempre, amargas, desoladoras y punzantes como el remordimiento, sombrías y hoscas como la maldad.

IV.

He comenzado á pintar la educacion de la mujer en nuestra actual sociedad por la clase más elevada, porque es la única clase que educa á sus hijas.

En la clase pobre se crian éstas hasta los ocho años en un completo abandono, como el trigo en los campos de la Mancha. Al cumplirlos, los padres, obligados por la imperiosa ley de la necesidad, sólo estudian la manera de que sus hijas se ganen el necesario alimento, ya que no les sea dado cooperar al sosten de su familia, que siempre suele ser más numerosa de lo conveniente; empero la miseria que aflige al pueblo excusa en parte su descuido, por más sensible que nos sea el punible abandono en que viven sus hijas.

En la clase media, ó vegeta la mujer en la más completa ignorancia, ó se le da una educacion por la que adquiere hábitos de opulencia, á los cuales no alcanzan sus bienes de fortuna, y que por lo tanto son las más veces ridículos y siempre perjudiciales.

La clase media se divide en dos opiniones enteramente opuestas: los padres que tienen orgullo en confesarse chapados á la antigua enseñan á lo sumo á sus hijas á leer, á escribir y las cuatro reglas de la Aritmética para que tomen la cuenta á su criada; pero no les permiten más libros que el Ejercicio cuotidiano, ni les consienten escribir más que lo necesario para apuntar la ropa á la lavandera; nada de correspondencia, aunque se ausente una amiga de la infancia, si es que le consienten tener amigas; las pobres niñas tienen que renunciar á su cariño, y la amistad llega á ser para ellas una quimera, que rompe la tiranía de sus padres; tiranía que quizás maldicen y detestan en su interior.

Estos padres no llevan jamás á sus hijas al teatro ni á los paseos concurridos; se evita pronunciar delante de ellas la palabra amor con el mismo cuidado que si fuese una blasfemia, como si el amor no fuese la base de todas las felicidades de la vida; no se les consiente hablar delante de sus padres, á quienes dan el estirado y poco simpático usted; no se les enseña á hacerse plato en la mesa, ni á trinchar, ni á comer con desembarazo; á una hora dada de la tarde se les hace rezar el rosario, aunque se duerman; la velada la han de ocupar precisamente en hacer calceta, y á las ocho se han de meter en el lecho, donde, léjos de dormir, pasan la noche inquietas, siéndoles imposible conciliar un sueño que no es llamado por el dulce cansancio de la niñez, y perdiendo en su insomnio el rosado matiz de sus mejillas y el brillo de sus risueños ojos.

Por el contrario, los padres de la clase media que hacen gala de ostentar el moderno barniz francés, ponen á sus hijas desde los seis años en el colegio de Mme. A….. ó Mme. G….., pagando unos honorarios que, por crecidos, suelen quedar insolventes durante algunos meses; se encarga muy particularmente que se les enseñe con cuidado el dibujo, el baile, la música y el francés; en cuanto á la costura, zurcido, planchado, confeccion de vestidos y bordado, por más que el saberlo hacer puede ahorrar grandes sumas de dinero en una casa, son materias muy secundarias; en esos colegios no se enseña á las niñas á peinarse solas, ni á mullir su lecho, ni á zurcir su ropa, ni á pegar una cinta en un zapato ó un boton en un brodequin; el peinado lo hace una doncella, el lecho lo arregla una criada, y el calzado... el calzado se tira cuando se rompe; así una hija de un empleado que tiene doce ó diez y seis mil reales de sueldo al año se educa con hábitos de duquesa millonaria, y ¡pobre del marido á quien toque en suerte despues! Esa niña, que no tiene más dote que su educacion francesa, le llevará un caudal de exigencias y caprichos de muy difícil, si no imposible liquidacion.

Las niñas, de que ahora trato, están al corriente de todas las modas y de todas las ocurrencias de la poblacion; como algunas veces las directoras las llevan al teatro—á palco principal se supone—como las dejan estar en el balcon durante algunas horas, es cosa muy natural que un pollo fije la atencion en la más medrada y esbelta, y que la enamore, primero con gestos y luégo con epístolas, que traen y llevan las criadas, mediante algunos reales que el pollo toma de la gaveta de su papá.

Entónces empieza la emulacion y la envidia entre las pensionistas.

—¡Cómo! exclaman: ¿Eloisa—los padres elegantes de la clase media dan nombres románticos á sus hijos,—Eloisa tiene novio y nosotras no?

Y todas se afanan por el balcon más que nunca; en el teatro creen que cuantos fijan por casualidad los gemelos en el lado en que está situado su palco, son adoradores de sus gracias y pasan el dia ensayando cien peinados, estudiando el modo de reir y anhelando llevar vestidos largos y recoger sus abundantes y hermosas trenzas.

Este es el estado de la actual educacion de la mujer, dividida en tres distintos métodos.

Educacion de la aristocracia, encomendada al aya; es decir, abandonada: educacion de la clase media, que se llama recta y sana; entiéndase educacion grosera é hipócrita: educacion de la misma clase, nominada culta y elegante; quiere decir inmoral, anti-religiosa, anti-social é inconveniente.

Decidme, severos detractores de mi sexo; ¿qué puede ser la mujer con cualquiera de estas tres educaciones? Con la primera, disipada y sin corazon y mala madre, porque apénas conoció á la suya. Con la segunda, tosca, devota sin fe, intolerante y grosera, porque no conoce la sociedad y la han llenado de absurdas preocupaciones. Con la tercera, mala esposa, mala madre y culpable quizas de faltas imposibles de reparar.

Ahora vuelvo á vosotras, lectoras mias; no creais, os lo ruego, que en la educacion de la mujer niego yo honrosas excepciones; tal vez vosotras, que leeis las amargas verdades que dejo consignadas, sois buenas y tiernas madres, hijas sumisas y cariñosas, esposas irreprensibles; si por acaso vacila vuestra fe, yo os probaré en otro capítulo que hay mujeres que reunen las cualidades más bellas, y sobre todo que hay un método de educacion infalible para hacer la felicidad de vuestras hijas, de esas niñas, encanto de vuestros ojos y orgullo de vuestro corazon.

_____________

CAPÍTULO II.

De la mujer en su juventud y ancianidad.

I.

Volvamos á ocuparnos de María, á quien hace rato dejamos presenciando la reprimenda que su madre dirigia al aya, y en la cual, segun indicamos, le encargaba que mirase más por la educacion y los adelantos de la niña.

Como ya he dicho, ésta tiene buen corazon; compadecida de ver á su aya reconvenida con acritud por una culpa, que se achaca á sí propia, aunque en realidad no es suya, se propone estudiar y aprovechar las lecciones de los maestros de todas clases que hace cuatro años la dirigen, y que, sin embargo, de nada le han servido; se aplica, pues, un tanto al dibujo y á la música, y fija algo más la atencion en las lecciones de bordado, que le da el aya, preciso es confesarlo, con suma maestría; de donde resulta que en breve puede bordar á su mamá un pañuelo, que el aya compra á hurtadillas, y que se borda del mismo modo, entre la maestra y la discípula, ejecutando aquélla toda la parte dificultosa de él.

El dia que María presenta á su madre el pañuelo, la alegría de ésta no tiene límites; el regalo es inesperado, bonito en verdad, y seduce la vista, colocado en una linda y perfumada caja, y teniendo para viso un rosado papel de seda.

Para colmo de sorpresa, María lleva despues á sus padres al salon, canta una romanza francesa, acompañándose con el piano, y cuando han cesado los aplausos y las caricias de los autores de sus dias, les conduce á su cuarto y saca de su cartera de dibujo una cabeza original y hecha á lápiz, que quiere colocar en el álbum de su mamá.

El bordado, la melodía y el dibujo dicen bien claro que la niña tiene talento, que su imaginacion es poética y apasionada; ha cantado con ternura y sentimiento, y en el dibujo se nota esa celeste expresion que sólo puede prestar un alma bella; pero los padres, léjos de aprovechar tan hermosas dotes, creen ya casi terminada la educacion de su hija, y al dia siguiente la llevan al baile que da una dama de la aristocracia, amiga de la madre.

Esta imprudente recompensa tiene una influencia fatal en todo el resto de la vida de María; su vestido de baile, lleno de perlas y blondas, la deslumbra; aquella noche sabe por primera vez que es belia, y cree, como se lo dicen, que sus grandes ojos son los más hermosos del mundo, que sus espesos rizos son red de corazones, que su risa enloquece, y que su figura es adorable.

Sí, muchos hombres de nuestra sociedad cuentan en el número de sus placeres el de despertar la vanidad en el corazon de una niña inocente. ¡Y luégo se quejan de la coquetería de las mujeres y aborrecen el matrimonio!

Desde este dia empieza á robustecerse el orgullo de María, que nació primero que su razon, por los contínuos y perniciosos ejemplos que ha tenido á la vista: presentada en el mundo ántes de tiempo, gracias á su desarrollada estatura y á su talento precoz, el mundo la nutre con el veneno mortal de su lisonja y de su falsedad, y ántes de curarse de los defectos de la infancia, adquiere el más refinado coquetismo y el orgullo más insoportable.

A ejemplo de sus amigas, pide á su madre una doncella para su servicio particular, que le es otorgada en seguida; quiere que, cuando va á la iglesia con su aya, la siga un lacayo con un almohadon y una bolsa de terciopelo, que contiene sus devocionarios, y sale por las tardes en el carruaje de su madre, con su aya tambien; pero como ésta se duerme, María queda sola y en libertad de hacer cuantos gestos quiera, y de tomar cuantas posturas le acomoden.

II.

Desde que la niña ha entrado en el mundo, ha concluido de hacer caso de sus maestros; con lo que sabía se quedó: es decir, con acompañarse una cancion en el piano, dibujar muy medianamente y bordar á medias una flor.

Las visitas—porque ya es admitida en el salon de su madre—el paseo y las tertulias ocupan casi todo su tiempo, robándole las horas que le restan, el cuidado de elegir tres ó cuatro trajes cada dia en su numeroso guardaropa.

Los maestros y el aya se conservan, sin embargo, cuatro años más en la casa, con el mismo fruto que si no estuvieran. Mas ¡oh, cuán bella se presenta á María el dia en que cumple la décimasexta primavera de su edad! ¡Aquel dia en que, dándose su educacion por terminada, va á quedar en una libertad completa é ilimitada! ¡Aquel dia que se ha fijado para despedir á los maestros, y en el cual se va á ver para siempre exenta del molesto trabajo, no de dar leccion, sino de inventar disculpas para no darla!

Llega, por fin, el suspirado momento de que se cumplan sus deseos.

¡No más música, no más dibujo, no más frances é italiano! ¡No mis aya, que coarte el coquetismo y charla de sus amigas!.¡Ya podrá entregarse á la meditacion, á que hace algun tiempo se muestra tan aficionada! ¡Ya podrá hacer versos á solas! Porque habeis de saber, lectoras mias, que á casi todas las mujeres que se educan como María, les da á los diez y seis años por escribir versos, que, por lo regular, suelen ser pasto de las llamas.

La causa de las meditaciones y de los versos de María es el amor; ha encontrado en un baile á un hermoso jóven, espiritual y simpático como ninguno; la ternura y la poesía de su lenguaje han cautivado su corazon, vírgen, hasta que le vió, de todo amor; es el marquesito D….. que acaba de llegar de sus viajes y pertenece á una opulenta y nobilísima familia.

Cuando María sale en carruaje, el Marqués sigue á caballo su coche, sin que la familia de aquélla vea en esto nada de particular, porque todo el mundo sabe que María asiste á las soirées de la madre del noblejóven; y entiéndase que el mundo, para algunas personas de la aristocracia, está reducido al círculo en que viven; el resto de la sociedad no significa nada á sus ojos, y dicen de él lo que Cleopatra decia de sus eunucos, al desnudarse delante de ellos para meterse en el baño: Un esclavo no es hombre.

Como la madre de María no ha establecido entre ella y su hija esa dulce intimidad que comienza en la cuna y acaba en el sepulcro, ó quizás, segun mis creencias, ni áun acaba allí; como vive la jóven casi emancipada, no confia á la que le dio el sér el secreto de su amor. Y ¿para qué? Ella sabe muy bien que su casamiento está ya tratado desde hace tiempo con otro, y como ha vivido sin el amor de su madre, ni comprende tan dulce sentimiento ni tiene confianza en él. Así, pues, la doncella es quien trae y lleva las cartas, y quien da las citas para el paseo, las soirées y los teatros.

Durante tres meses, la jóven vive mecida por halagüeñas ilusiones; su dicha, su único bien se cifran en encontrar al Marques en las tertulias, bailar con él un rigodon ó una polka, verle constantemente á caballo junto á su carruaje, descubrirle en misa apoyado en una columna del templo; pero un dia deja el Marquesito de pasar por debajo de sus balcones á la hora que acostumbraba hacerlo, por la noche no le ve María en el teatro: el domingo siguiente falta á la iglesia, y la jóven llora sin cesar, y oculta con cuidado á sus padres un pesar que devora el color de sus mejillas, y apaga el brillo de sus ojos.

Una tarde se presenta en su casa la marquesa D….. y el corazon de María late de gozo; pero la anciana señora viene á participar á la madre de la jóven el enlace muy próximo de su hijo con una rica heredera inglesa.

Al oir estas palabras pierde enteramente el color la pobre jóven y sale vacilante del salon.

Un mes despues, y quince dias ántes de verificarse la boda del hombre que fué su amor primero, se casa ella con el esposo que le habian destinado, sólo por tener el placer de asistir con el título de señora al enlace de aquél.

¿Puede amar María á su marido? Creo inútil decir que no.

¿Puede haberse apagado el amor que alimentó su corazon, en el breve espacio de un mes? Es imposible.

¿Hay peligro de que vuelvan á reanudarse la relaciones interrumpidas por ambos casamientos El peligro es tan inminente, como el que corre di quemarse un brazo una persona, que tiene ardiendo la manga de su vestido.

III.

Poco hablaré ya de María, una vez colocada en la condicion de esposa, en esa condicion en la que puede convertirse una mujer en ángel ó demonio del hogar doméstico, y en la que muchas, sin embargo, no son ni uno ni otro, lo cual es mil veces peor.

María es pronto madre, pero sigue las mismas huellas de la suya; sus hijos van desde el seno materno á los brazos de las nodrizas, y luégo á poder del ayo ó aya, miéntras ella pasa la vida en el tocador, en el carruaje y en los bailes, ó hundida en una cómoda butaca, dormitando ó leyendo, con esa indolencia tan encantadora en una dama del gran tono, cuando se abandona á ella despues de cumplir con sus deberes de esposa y madre; pero tan culpable cuando es su única ocupacion.

Mas ¿quién es el responsable de que María abandone todos sus deberes, por una vida llena de molicie? Su madre, que le dió el ejemplo.

¿Qué sabe ella de cultivar el talento de sus hijas? ¿Qué sabe de formar su sensibilidad y su corazon?

¿Acaso se tomaron con ella esos cuidados? ¿No la dejaron crecer á su albedrío, del mismo modo que se abandona un precioso y aromado arbusto en un jardin, sin que una mano protectora se tome el trabajo de arrancar las ortigas que nacen en su derredor?

¡Ay! su inteligencia, á manera del arbusto, se ha viciado con creencias falsas que han invadido su luz virginal, del mismo modo que las zarzas rodean á la planta, la sepultan bajo su maleza, y sofocan su precioso aroma!

IV.

Vengamos á la edad en que la nieve de los años cambia el color de los cabellos de María.

Miéntras sólo algunas hebras de plata matizaron sus rubios rizos, las aguas olorosas, los cosméticos, las pomadas, y todos los productos de la química ocultaron aquel estrago.

¡Cuántos afanes ha costado á la noble dama el conseguir este fin!. ¡Cuántas horas de eterna inmovilidad delante de su tocador! ¡Cuántos dolores é incomodidades en la cabeza!

Madres que ostentais con santo orgullo vuestros cabellos de plata, bien podeis compadecer con toda la sinceridad de vuestros amantes corazones, el cruel martirio que el gran mundo impone á algunas de las mujeres que viven en su seno.

Vosotras, al recoger sencillamente en trenzas vuestras canas, al cubrirlas con la blanca toquilla con cintas grises, que tan bien sienta á la ancianidad serena, digna y virtuosa, os ahorrais infinitos dolores, de los cuales ni siquiera teneis una idea aproximada.

María se hace murmuradora por pasatiempo.

Ella, que vengó su primer desengaño con un incesante y refinado coquetismo, goza ahora, que ya no puede ejercerle, con que la imiten sus hijas.

En su salon se saben todas las novedades del dia. En él se refieren y comentan las intrigas amorosas de sus amigos, y de los que no lo son. En una palabra, María es la primera que se burla de las mujeres de buenas costumbres, de las que guardan en público y en su vida privada el decoro de su nombre; porque en la alta sociedad no escasean, por fortuna, los modelos de virtud.

Quizás María, en el último tercio de su vida, y por distraccion, se hace devota ó mujer política, ó ambas cosas á la vez.

En este caso, pasa el dia en leer los periódicos, en asistir á las sesiones de Córtes y en visitar las iglesias, llamando la atencion con su elegante carruaje y con su fastuoso tren, cuyo gasto, supérfluo en su mayor parte, podria redimir de la miseria á algunas familias necesitadas.

¿Y á qué va María al templo? ¿A orar? No me atreveria yo á asegurarlo, porque sé que su madre no la enseñó á elevar su corazon á Dios con esas tiernas y poéticas oraciones que la madre más prosáica no descuida, si tiene algun conocimiento de sus sagrados deberes.

¿A qué va, pues, á la casa de Dios? ¡Ay! ¡A lo que van tantas otras mujeres! A distraerse, y á lucir á los ojos de los ignorantes y de los necios su lujo y su riqueza.

V.

Para concluir los desoladores, pero verídicos cuadros que estoy poniendo ante vuestra vista, amadas lectoras mias, tengo que volver á la clase media, á fin de bosquejar el resto de su existencia con rasgos breves, por más que sean demasiado duros y enérgicos.

Muy pocas palabras dedicaré ya á la educacion que da á sus hijas desde los doce años, la fraccion de la clase media que se llama chapada á la antigua.

Muchas de estas niñas se casan á los catorce años, porque, como en su casa reina la más severa economía, por lo regular no carecen de bienes de fortuna.

Danles generalmente por esposos, amigos antiguos de sus padres, que pueden ser muy bien sus abuelos, porque los autores de sus dias temen á los jóvenes del mismo modo que al fuego, como si ellos hubieran nacido viejos ya.

Sucede algunas veces, que si la muchacha tiene el valor suficiente, se verifica en el seno de la casa una representacion á lo vivo de la célebre comedia de Moratin, La Mogigata; nunca falta un estudiante en la vecindad que le preste libros y que le dé conversacion, miéntras sus padres duermen la siesta: y de más de una sé yo, que ha huido con el amante ignorado el dia mismo señalado para la boda con el candidato presentado por los padres, quienes encontraron á su hija, despues de mucho tiempo, casada con un hombre indigno ó perdida para siempre.

Si la índole de la jóven es dulce, tímida y paciente, se representa El Sí de las niñas;