La vida real - María del Pilar Sinués - E-Book

La vida real E-Book

María del Pilar Sinués

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Beschreibung

Una novela epistolar destinada a "resolver valerosamente uno de los problemas más arduos de la vida: el modo de hallar la dicha en el matrimonio", en palabras de su autora. Roberto y Valentina, hermanos, retoman su correspondencia después de ocho años. Él es soltero, cuarentón, vive en París y está cansado de la vida. Ella tiene veinteseis años, enviudó y está convencida de que las soluciones para su hermano vendrán al formar una familia. Le escribe a su amiga Cecilia, que también está en París, y a su otro hermano, Roberto. Se van agregando más y más personajes. La novela avanza entre recuerdos de los padres, balances de la vida, reflexiones sobre el amor y las diferencias entre mujeres y varones.

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Seitenzahl: 433

Veröffentlichungsjahr: 2021

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María del Pilar Sinués

La vida real

ALEGRÍAS Y TRISTEZAS DE UNA FAMILIA.

ESTUDIO SOCIAL.

Saga

La vida real

 

Copyright © 1884, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726882285

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A MIS LECTORAS.

Cuatro años hará, mis constantes y benévolas amigas, que publiqué en el popular periódico El Imparcial tres artículos que titulé lo mismo que el trabajo que hoy tengo el placer de ofreceros: el éxito fué inmenso, tanto como poco merecido: escribí al acaso mis impresiones, sin esfuerzo alguno, como hago siempre, como cantan los pájaros en las serenas mañanas de la primavera.

Acaso ninguno de mis trabajos ha conseguido tantos beneplácitos: gran número de cartas de muchas señoras, me felicitaron por aquellos modestos artículos, y de todos los ámbitos de España, así como de las dos Américas, de Lóndres, de Berlin y de Roma, me invitaron á que prosiguiera aquel trabajo en Los Lunes de El Imparcial, ó á que los hiciera extensos, y los publicase en forma de un libro, el cual, de todos aquellos países extranjeros me pedian permiso para traducir á sus respectivos idiomas.

Tal éxito, aunque me sorprendió agradablemente al principio, no me extrañó despues de reflexionar un poco: nadie en España se ha ocupado, hasta que yo lo he hecho, del bienestar, de la dicha moral de la mujer; nadie le ha dicho:—«Yo te alumbraré en tu camino para que no caigas.»— Pero cuando cae, todos la culpan, todos se ensañan en su reputacion; todos se creen con derecho, no solo á juzgarla, sino á condenarla sin piedad.

Sin embargo, de todos los libros que para la mujer he escrito, y que constituyen el Curso de educacion moral, que nadie más que yo la ha dedicado; de todos los libros que he escrito, ninguno entraña la importancia moral y social que los tres artículos de que ya dejo hecha mencion: La vida real resuelve valerosamente uno de los más árduos problemas de la vida: el modo de hallar la dicha en el matrimonio, por discordes que sean la edad, el carácter y las inclinaciones de los esposos.

Publiqué algunos artículos más en Los Lunes de El Imparcial, y el éxito fué mayor si cabe: entonces resolví continuar mi trabajo y hacer de él un libro, enviando antes una parte á las columnas de La Moda, por ser la publicacion más leida por las señoras, y en cuyas columnas tiene un grato asilo mi nombre, desde hace ya muchos años.

Estas páginas están escritas tambien para que las lean vuestros esposos, vuestros hermanos, vuestros hijos: con un mimo, con una caricia hacédselas leer tambien á vuestros padres: en la literatura extranjera, hay libros para ambos sexos, para todos los gustos, para todas las edades: yo me he propuesto que este libro pueda dar grato solaz durante algunos momentos, lo mismo al padre, al esposo, al hermano, que á la tierna madre, á la amante esposa, á la cariñosa hermana.

Es sabido que la tertulia familiar y agradable se ha concluido en España, porque las mujeres se ocupan solo de frivolidades, y los hombres, solo de negocios, ya sea bajo la forma política ó comercial. Cuando las damas se ponen á leer las revistas ó los artículos de modas en las publicaciones de este género, los indivíduos del sexo fuerte toman el sombrero, diciendo con la conciencia muy tranquila:

—Están en su terreno favorito: dejémoslas en él.

No, señores mios: nosotras sabremos ataros con cadenas de flores, y hacer que oyéndonos leer ciertas cosas, os halleis mucho mejor que en el café ó en el casino: oireis embelesados nuestro dulce acento, descubriendo las terribles verdades de la vida, y acaso en estas páginas aprendereis no solo á conocernos, sino á conoceros, lo que es mucho más difícil.

Contiene este libro una correspondencia entre dos hermanos, uno de ellos, el varon, soltero, egoista é incurable en su mala opinion de las mujeres: casado al fin, surgen mil dificultades en el matrimonio, que el amor y el buen sentido van resolviendo poco á poco.

Esto es La vida real, es decir la vida práctica, la vida de cada dia, la vida de la prosa y de la verdad: porque las ilusiones, no tienen ni deben tener gran parte en la existencia, que se ve cada dia más rodeada de terribles realidades, muy difíciles de resolver, y algunas de casi imposible solucion, si no ayudan el talento y el corazon.

La mision del arte es embellecer la naturaleza: bajo este punto de vista, puedo estar persuadida y persuadiros á vosotras de que he llevado á cabo un trabajo verdaderamente artístico, porque todo es en él verdad, y ante ninguna cuestion por grave y prosáica que sea, he retrocedido, teniendo á la vez la conviccion de que he tratado con altura de pensamiento y de raciocinio todos los extremos que encierra mi tarea.

Si ésta os agrada, creo que será para vosotras, uno de esos libros amigos que escritos con el alma, conmueven dulcemente la del lector, y la enlazan á la mia con las dulces cadenas de esa misteriosa y eterna simpatía del pensamiento.

Mi idea principal ha sido que estas páginas no sirvan solamente para vosotras: no hay preceptora más dulce, más segura para el hombre que la mujer: el varon más sábio, el más grave; el galan más aguerrido, el pecador elegante más empeñado en la senda de los vicios cultos—tan dulces y tan peligrosos;—todo hombre, en fin, que tenga una dósis nada más que regular de inteligencia, se deja llevar sin saberlo siquiera de la grata, de la suave, de la adorable influencia de la mujer que ama: todo hombre tiene mucho de niño: el sexo fuerte está hecho de una pasta dócil, que obedece á la débil presion de la mujer, cuando ésta sabe hacerse amar y estimar á la vez.

Amar y ser amada: esta es la suprema dicha, y á la vez el bello ideal de nuestro sexo: amando tiernamente para tener paciencia y abnegacion en su árdua tarea de sostener la dicha de su familia: siendo amada para ser alentada, estimada y hasta admirada en el desempeño de su gloriosa y bella mision, la mujer es y será siempre el ser más bello, más atractivo, más sublime de la creacion.

María del Pilar Sinués.

PARTE PRIMERA.

EL SOLTERON.

I.

Roberto á Valentina.

París, Enero de 1876.

 

Casi tengo por seguro, mi querida hermana, el que esta carta quedará sin contestacion. Hace más de ocho años que nada sabes de mí, como nadie ha sabido tampoco: mientras vivió nuestra madre, la escribia todas las semanas; y cada domingo al volver de la iglesia, donde permanecia dos horas, se encontraba con una larga carta mía.

¡Pobre madre! Su recuerdo es la sola flor que aun vive en las ruinas de mi corazon! ¡Qué sencilla era, qué piadosa y qué buena! Si su inteligencia no era ni muy profunda ni muy elevada, en cambio su corazon era un manantial inagotable de ternura: no fué nunca mi amiga, porque su carácter tímido reconocia demasiado lo que llamaba bondadosamente mi superioridad; pero en cambio, yo la adoraba y era dichoso protegiéndola, enviándole cuanto dinero podia, comprando en este gran París todo lo que pensaba podia serle agradable! Muerta ya nuestra madre, y tú casada de esa manera que el mundo llama brillante, creí que ya no me necesitabas, y persuadido del egoismo humano, pensé que ya no te acordarias de mí para nada, y que hasta te molestarian mis cartas; en lo primero me he engañado, pues en todas las épocas que el corazon señala, en el dia de mi cumpleaños, en el del santo de nuestra madre y en todas las fiestas que se celebran en familia, jamás me ha faltado carta tuya.

Al pensar en esto, me siento avergonzado; tampoco te habia olvidado yo, pero no te lo decia, ya porque estaba ocupado con estudios sérios y cuidados de ambicion, ya porque mi vida era agitada por otro estilo.

Pero hoy siento una laxitud, un cansancio del alma, que jamás habia experimentado: imagínate lo que sentiria un hombre que hubiese andado durante todo un dia sin alimento alguno: la fatiga física que agobiaria á ose desdichado, la siento yo en el ánimo.

Hace dos dias cumplí cuarenta años: tú cuentas solo veintiseis, y ya eres viuda: vives sola como yo, y segun me escriben, eres bella más que nunca, y lo que vale más, eres tan buena como cuando eras niña; acaso por este motivo, acaso porque conozco la bondad y ternura de tu corazon, lo penetrante y elevado de tu inteligencia y las gracias de tu ingenio, acudo á tí con preferencia á todos nuestros hermanos: los tres son varoniles como yo, aunque de carácter ménos excéntrico; los tres están casados y son felices á su manera; solo yo, Valentina, solo tu viejo Roberto está triste y es desgraciado: por eso acude á tí, y te suplica olvides sus culpas y que le escribas con frecuencia; lo necesita, porque está solo, y yo espero que no desatenderás su ruego: ¿verdad que no me engaño? No es esta la primera vez que te pido amparo y consuelo, yo, hombre fuerte, á tí, jóven delicada, y que solo tienes por escudo tus gracias y tu debilidad: acúerdate que hará nueve años ocurrió en mi vida una catástrofe espantosa, y que, agobiado bajo el peso de la pena y del terror, te escribí y debí á tus dulces consuelos una tranquilidad que ya no pensaba volver á hallar nunca.

Una mujer murió por mí, tomando un tósigo, porque no quise enlazar su vida á la mia, huyendo con ella á país extranjero, y su sombra afligida me perseguia por todas partes, no dejándome ni sueño ni reposo.

Pero ¡ah hermana mia! Yo temo haberme vuelto malo! El suicidio de aquella mujer, que antes miraba como una gran desgracia, hoy me parece solamente un rasgo de exagerado romanticismo, que llegó á donde su desgraciada autora no esperaba; pienso en aquella infeliz con la piedad de toda alma creyente, y pido al Cielo su eterno descanso, cuando me acuerdo de hacerlo, que son pocas veces: pero aquel dolor ardiente y profundo que he visto sentir á otros hombres por una causa semejante, aquella desesperacion incurable de que alguna vez he sido testigo en catástrofes parecidas, te lo aseguro, no las he sentido un solo instante.

Explícame este misterio, Valentina, y si tú le comprendes, dí á las mujeres á quienes trates, dí á tus amigas, que esperen pacientemente á que Dios señale el fin de sus dias, y que no se quiten una vida que pueden hacer útil para los que sufren.

Hay en mí como una especie de menosprecio hácia tu sexo, que no ha podido modificar ni aun el espantoso drama de que te hablo; y sin embargo, yo he amado á aquella mujer, he amado á otras varias; ¿por qué no he podido estimar jamás á ninguna? Enigmas son estos que espero como te he dicho me aclare tu inteligencia, porque tú eres lo mejor que de tu sexo conozco.

Yo me hubiera casado ya, y me casaria al instante, si hallase una mujer de gran virtud, una mujer intachable, una mujer que á nadie hubiera amado más que á mí; pero ¿dónde hallarla? Si existe en el mundo, estoy seguro de que no es para mí, pues no solo la he buscado entre las familias de la buena sociedad que trato, sino en esfera más humilde, en la esfera del arte y aun en la del trabajo. La mujer es siempre y en todas partes, coqueta, superficial, necia, interesada, seca y árida de corazon: es temible para la intimidad del hogar; la mujer es solamente un objeto bonito que debe mirarse de lejos como un delicado adorno, que para nada sirve más que para recrear la vista.

Ríete si quieres con aquella melodiosa y argentina risa que alegraba el alma de nuestro excelente padre: ríete, Valentina, pero yo me canso de estar solo: quisiera casarme y no hallo con quién: no conozco una sola mujer á quien fiar el honor de mi nombre, ni la he conocido jamás, ni espero conocerla.

Cuando pienso en la triste suerte de nuestro padre, me estremezco de pavura: ¡qué soledad moral tan grande soportó toda su vida! Yo solo fuí su único amigo: yo, desde los diez años de edad, compartia sus horas de tristeza, le acompañaba en sus largos paseos, y hablaba con él de botánica, de historia, de todo aquello que permitian los estudios de un niño de mi edad: ¡pobre padre! Su compañera, la madre de sus hijos estaba tan distante de él en nivel intelectual, que no podia hablarle de nada sério, de nada profundo: no podia compartir con ella ni una alegría ni un dolor, y siendo de carácter demasiado recto y elevado para buscar culpables devaneos fuera de su hogar, se resignó á morir de tristeza al lado de aquella estátua de alabastro que habia elegido su corazon de fuego para esposa!

Cuando andando el tiempo he comprendido el terrible drama de familia que se desarrolló ante mi vista, no he podido mirar á nuestra madre sin un sentimiento involuntario de desden, mezclado con lástima! Con otro temple de alma, con otra inteligencia en ella, con más elevacion de sentimientos, el amigo de mi infancia, mi adorado padre aún viviría!

Si me alcanzase semejante suerte, yo no esperaria á morirme de tédio y de melancolía; no, Valentina: el cañon de un rewolver me salvaria de la angustia de vivir.

Y sin embargo, nuestra madre era buena, piadosa, inofensiva: su dulzura de carácter era inalterable; pero la bondad sin inteligencia no sirve para nada, y la inteligencia, por el contrario, sirve para todo: lo mismo para las cosas más altas, que para las más pequeñas y triviales.

No tenemos todos los hombres las mismas condiciones de carácter, y yo estoy persuadido de que necesito una mujer especial; cerca de tí vive uno de nuestros hermanos. Diego es más jóven que yo, y sin embargo, pasa muy bien su vida al lado de su mujer, que le sirve exactamente para los cuidados de una ama de gobierno. Mariana es hermosa, alta, gruesa, buena moza, alegre, hacendosa... sin embargo, pide al Cielo que me libre de otra Mariana!

Dime lo que me sucede, Valentina: ven en mi ayuda: lee en mi corazon con tus hermosos ojos, con tu luminoso talento, y envíame alguna dulce palabra que calme el ánimo de tu hermano, que te abraza,

 

Roberto.

II.

Valentina á Roberto.

Madrid, Enero de 1876.

 

Mi siempre querido é inolvidable hermano: Recibí ayer la tuya de París, y ha sido tan grande mi alegría al ver tu letra, que no sé cómo expresártela: veo no solo que te acuerdas de mí, sino que me quieres como cuando era niña, y que pides consejo á mi corazon para fijar tu destino, y dar condiciones de sosiego y de dicha á tu porvenir.

Gracias, hermano mio: ya es hora de que dejes las locuras de la juventud: pero yo no quiero que cambies la soledad del corazon por una vida monótona y amarga, sino por las dulzuras del hogar, por la paz, por la dulce compañía de una mujer buena y amante.

Has llegado sin casarte á los cuarenta años, segun dices, porque no has hallado todavía una mujer á la que estimes verdaderamente, aunque has amado á muchas. ¡Qué deplorable engaño! Tú no has amado aún á ninguna, pues el verdadero amor es inseparable de la profunda estimacion, y tu hermana, tu Valentina, tu mejor amiga, te acusa de egoismo y de frialdad de corazon.

Pienso que, como nunca has pensado verdaderamente en casarte, has acusado siempre á las mujeres de faltas imaginarias ó poco ménos, y en esto eres la imágen perfecta de tu sexo, que hasta que ama de veras, nunca sabe lo que quiere.

El carácter superficial os parece á los hombres una garantía de sumision, porque demuestra inferioridad de espíritu; pero á la vez os molesta y os parece insufrible para la intimidad del hogar: y ese es el motivo de que muchos como tú, despues de haber mirado á la mujer como á un bonito juguete, mueran solteros por no hallar una sola que les parezca digna de ser la compañera de su vida.

Desde niño te he oido afirmar que soy lo mejor que de mi sexo conoces, y mi marido debia pensar como tú, puesto que en los seis años que he vivido á su lado, ni un solo dia se han desmentido sus atenciones y su ternura; y sin embargo, yo no me tengo por una mujer de gran virtud, de una virtud intachable y rígida, como la que tú deseas hallar para decidirte al matrimonio; para saber hacer la dicha de su hogar, para ser amante esposa y tierna madre, no necesita una mujer ser heróica, ni poseer esa virtud severa é intolerable que la hace en vez de amada temible, y temida de todos, empezando por su propia familia.

Á mi parecer, no hay nada más amable, más risueño, más agradable que la virtud; si nos la pintasen tal cual es, todas las mujeres la adoraríamos; pero todos se complacen en desfigurarla, en presentarla severa é intolerante, y los hombres sois los primeros en exigir á la mujer toda suerte de sacrificios.

¿Sabes lo que causó la desgracia de nuestro padre, lo que mató sus ilusiones, lo que lo arrojó en la sima helada y sin fondo del hastío?

Pues es que nuestra madre era tan buena, que se cuidaba muy poco de ser agradable; como dices muy bien, tenia mucho más corazon que cabeza, y se decia cándidamente:

—Yo adoro á mi marido y le soy fiel: este es el primero de mis deberes: no importa que descuide mi persona, que deje las relaciones, porque no tengo tiempo de visitas; que no le acompañe al teatro ni á paseo, que no me vista bien: dejo de hacer todo esto, por el cuidado de mi casa y de mis hijos; pero en realidad yo le amo con pasion, yo soy la madre más tierna, y nada más me pedirá.

¡Pobre y candorosa madre! Verdaderamente, nuestro padre nada la exigió nunca, de nada se quejó, por nada la reconvino: pero su corazon fué separándose de ella insensiblemente, y sus ilusiones fueron cayendo como las hojas de los árboles en el otoño! ¡No sabia ella que los hombres son niños siempre, y como niños aman mucho más lo agradable que lo bueno!

Es tambien cierto, que al parecer, el nivel intelectual de nuestra madre estaba muy por bajo del de su esposo. Pero ¿quién sabe si aquella alma noble y pura no comprendia toda su desgracia? Era tan tierna y tan profundamente piadosa, que no sabia quejarse, y quizá llevó el secreto de su gran dolor á las regiones celestiales.

Busca para compañera de tu vida una amable jóven que te estime tanto como te ame, y á la que tú estimes tambien por las buenas cualidades de su corazon y de su carácter; que esta jóven tenga una educacion moral sólida y una regular cultura intelectual; que tenga prudencia y dominio sobre sí misma; que sepa callar y hablar á tiempo; que sea tolerante, benévola, dulce, deferente para su marido; que sea á la vez tu amiga y tu amada; y cuando la encuentres, cásate con ella sin titubear.

Sal ya, sal por tu bien de la profundidad de tus disquisiciones filosóficas; ¿de qué os sirve el contínuo estudio, á vosotros los eruditos y pensadores? No lo sé. ¡Decís que vais en busca de la verdad, y la verdad huye de vuestros ojos! ¡A fuerza de querer investigar, dudais y negais todo lo que no podeis comprender; ansiais lo que es grande, y despreciais las bellezas que encierra la medianía; pasais la vida persiguiendo un ideal, y os hallais al borde de la tumba, solos, tristes y abandonados!

¡Oh, hermano mio, no imites tú á tantos otros! ¡Aún es tiempo; como los animosos pajarillos que buscan sin cesar yerbecitas para formar su nido, forma el tuyo, y lleva tu buen deseo y tu necesidad de amar al nido conyugal! ¡Créate un hogar, una familia; á fuerza de conocerlo todo, de todo has llegado á dudar, y te veo sentado, desalentado y triste, al borde del camino! Permite á tu hermana, ya que la has llamado, que te alargue su débil mano, y recorramos juntos los senderos que has cruzado solo.

¡La familia, he aquí tu salvacion: la familia, santa palabra que encierra un mundo de pensamientos consoladores! ¡La familia, oasis de palmas y de verdor, que convida al descanso y al sueño!

Mas no creas, Roberto, que la familia la forma solo la mujer: la imágen del pajarillo que lleva raices y yerbas para que su compañera forme el blando nido de sus hijuelos, es la imágen fiel de la vida conyugal: lleva al hogar que formes el firme deseo de ser el protector, el apoyo, el amigo fiel é indulgente de tu mujer; no es justo, no es noble el echar sobre nuestros débiles hombros el peso entero de la vida; no es justo que solo nos exijais deberes, sin darnos ningun derecho; no es justo el que nos mireis como cosas, y no como almas: porque en el alma de la mujer más vulgar, reside un noble y delicado orgullo que es peligroso herir; porque la mujer desestimada, falta á sus deberes de esposa fiel, por un sentimiento de venganza; porque la esposa que es maltratada en su hogar, le aborrece, le mira como á su cárcel, huye de él y le abandona si puede hacerlo, como el esclavo abandona sus cadenas.

¡Prudencia, justicia, fortaleza, templanza! augustas virtudes que la religion cristiana y la más alta moral nos mandan respetar como primeras; sobre vosotras debe descansar la dulce autoridad del esposo; porque si el esposo no os posee, no hay familia, no hay paz, ni reposo, ni decoro.

Amor muy profundo necesitan sentir tanto el hombre como la mujer para llegar al ara santa donde han de ceñirles ese lazo temible que solo se rompe con la muerte. Si no sientes ese amor grande, profundo, reflexivo, no te cases, Roberto; al mirar á tu prometida, cuando la hayas elegido bien, piensa en que una enfermedad puede afearla, y oye á la voz de tu corazon para ver si te dice:

—Aun así la amaré: aun así estimaré más que todas su compañía.

Y si oyes esa voz en el fondo de tu alma, si percibes esas palabras, une sin titubear tu destino al de la mujer de quien pienses así.

En otra carta mia, te hablaré de Diego y de Mariana, á los que veo con frecuencia.

Adios, mi amado Roberto: recibe toda mi gratitud por tu carta: ¡tu soledad en ese gran París me causa pena! porque los bailes, las diversiones, los banquetes, fatigan, y tú no tienes el dulce hogar propio, donde se busca y se halla únicamente la dicha y el reposo; el dulce hogar que ama tanto tu hermana, que te abraza,

Valentina.

III.

Cecilia á Valentina.

París, Enero de 1876.

 

He recibido tu carta, mi amada Valentina, con el más grande placer: hay en mi corazon tan escasas alegrías, llevo una vida tan triste y tan retirada, que tu dulce recuerdo es un acontecimiento en ella, y de los más agradables que yo pudiera desear.

Voy á informarte de todo lo que me preguntas, y antes déjame que te dé gracias por tu amable interés hácia mí y hácia todos los mios; interés tanto más de estimar, cuanto que vivimos bastante solos y retraidos de la sociedad.

En París, amiga mia, no es fácil intimar con nadie: la vida es aqui puramente exterior, y el egoismo y el interés personal absorben el pensamiento y todos los instantes del dia: apenas hay hogar, y la familia misma se constituye en sociedad, para ganar todos dinero, poner una parte para los gastos comunes, y guardarse cada uno todo lo que le sobra para formar su peculio particular.

Hay empleados con muy buen sueldo, cuyas hijas van á ganar otro sueldo diario, que varía de un franco á tres, á los talleres en donde se pintan abanicos y cajas para dulces, porcelanas ó vagillas de uso diario: la esposa misma, no se queda al cuidado de la casa, sino que sale tambien á llevar las cuentas de una tienda de modas ó lencería: á una hora convenida, se reunen en un modesto restaurant y allí come toda la familia; dándose el oaso tambien de comer cada uno en restaurant distinto por tener alguno cerca de donde trabaja; no lo dudes, Valentina; en París, se sacrifican á la necesidad ó al placer de ganar dinero, todos los afectos, todas las alegrías más santas y más adheridas al corazon humano.

Mi padre, que en España era una persona aristocrática y de hábitos indolentes, segun dice mi madre, se ha convertido al soplo helado del positivismo que aquí reina, en un negociante que trabaja mucho y que no gana la mitad de lo que desearia y hoy necesita: mi familia es muy numerosa, pues somos siete hermanos, y nuestros padres, con dos criadas que no alcanzan á la mitad de los quehaceres de la casa; así es que yo trabajo mucho, y mamá tambien, puesto que ninguna de mis dos hermanas mayores, educadas en el seno del lujo, quieren hacer nada: cuando ellas nacieron, y durante su infancia, lucian dias más prósperos para mi familia.

A mí me han tocado los dias tristes: ¿y qué remedio? Hágase la voluntad de Dios; no podemos ser felices á medida de nuestro deseo; pero podemos ser buenos, y debemos serlo, porque el serlo es un gran contento, un gran descanso para el alma.

Mi padre, que, como sabes, vino aquí para adelantar un negocio, se metió en tantos otros, que ya hace diez años vive en París: y sin embargo, la nostalgia de la patria le agobia, y todos sufrimos de esa misma enfermedad. Mamá está muy triste, y yo tambien.

¡La patria! dulce palabra, que resuena siempre en el alma! no creo que haya en el mundo país alguno que pueda hacer olvidarla!

Yo tenia nueve años cuando llegué aquí, porque ya he cumplido diez y nueve. ¡Ay Valentina! hace ya tres ó cuatro que he dejado de ser niña y no conozco ninguno de los goces de la juventud! Papá y mi hermano mayor, lo mismo que mis otros dos hermanos, tienen los caractéres fuertes y muy opuestos; todos creen tener razon, y te aseguro que pasan la vida muy amarga, y que no existe entre ellos ninguna simpatía; esto da una frialdad indefinible á la atmósfera de este hogar, donde nadie es dichoso.

La desgracia madura temprano la razon: yo me sorprendo muchas veces, sumergida en pensamientos que no son de mi edad: pues aunque ya no soy una niña, soy sin embargo bastante jóven para no pensar con tan honda amargura en las personas y en las cosas.

Ya sé verdades muy duras de aprender, Valentina mia; ya sé que cuando en la familia no hay otros lazos que los de la sangre, cuando no median las simpatías del alma, la mútua consideracion y la cortesía, la familia es un nombre, y no un símbolo; la familia es un tormento, y no un refugio; el tenerla es una desgracia, y no una felicidad.

Sin embargo, conmigo nadie se enfada ni yo riño con nadie; mis hermanas mayores no hacen caso de mí y me llaman la Cenicienta; mis hermanos me cuentan sus mútuas quejas, y yo procuro conciliarios é inclinarlos á la benevolencia: solo mi hermana pequeña, solo mi dulce Lolita, es mi verdadera amiga: aún no tiene ocho años, pero ya sabe quererme tierna y profundamente: conmigo duerme, yo cuido de su ropa, la visto, la educo, y cada noche se duerme con su rosada mejilla apoyada en la mia: casi me quiere más que á nuestra madre, porque yo juego con ella y mamá está continuamente triste.

El más grande dolor de esta madre infeliz es la profunda disidencia que existe entre su esposo y su hijo mayor: nada ven del mismo modo: y siendo los dos del más recto modo de pensar, difieren siempre en sus opiniones, y ni uno ni otro quieren ceder.

Cuando en una casa no hay paz ni armonía, parece como que lo conocen las personas extrañas, y huyen con terror del lugar minado por los dolores de la vida: nada es tan atrayente como la paz y la armonía; una familia bien unida, ofrece en la casa en que habita, un delicioso lugar de descanso; pero une en tu pensamiento la escasa aficion y el poco tiempo que hay en París para visitar, al aspecto desolado de una casa en la que sus habitantes se hallan lo peor posible unos con otros, y te convencerás fácilmente de que nadie llama á la puerta de esta casa.

Pero me engaño: hay una persona que alguna vez se acuerda de nosotros, y esa persona, por la cual me preguntas, es justamente tu hermano Roberto: ya sabes que fué compañero de colegio de mi hermano mayor Isidoro, y que se han guardado mútua amistad: más amable que mi hermano, y con más mundo, Roberto ha guardado el recuerdo del afecto de la infancia, y algunas veces sentado al lado de mi madre, trae á la memoria de esta infeliz señora las veces que en Madrid, él, acompañado de Isidoro, se apoderaba de la llave de la despensa y daban fin á todas las golosinas. Solo Roberto con su talento y agradables ocurrencias, hace asomar alguna débil sonrisa á los lábios de mi pobre madre... por eso anhelo que venga á casa: por eso cuando oigo su voz, late mi corazon apresurado; y cuando se va, me pongo triste como si quedara un inmenso vacío al derredor de mí.

Hace pocos dias, me hallaba yo poniendo en órden la habitacion de mamá, y pasaron por delante de la puerta que estaba abierta, Roberto y mi segundo hermano Fernando.

—Nos vamos, dijo éste. Isidoro nos espera en el Café Inglés, y Roberto ha venido á buscarme: ¿quieres que venga luego á buscarte, y te llevaré á dar un paseo?

—No puedo dejar hoy sola á mamá ni á Lolita que está mala, le contesté.

—Que se queden las otras, observó mi hermano, que designa siempre así á mis hermanas mayores: siempre eres tú la víctima: ¿no te parece, Roberto, dijo volviéndose á su amigo, que mi pobre Cecilia es demasiado bonita para estar siempre en un rincon?

—Es más que bonita, respondió Roberto mirándome fijamente: es simpática y atrayente, tanto como dulce y buena.

—Es un ángel! añadió Fernando: el ángel bueno de esta casa; y si no fuera por ella, la guerra seria aquí mucho mayor: ella es la que calma á nuestro padre y á Isidoro, la que consuela á nuestra madre, la que cuida de todos, la que lleva el peso material y moral de esta Babel! ¡pobre hermana, adios!

—Adios, Cecilia, me dijo Roberto, que me tutea como cuando era niña; te enviaré flores mañana.

—Gracias, contesté: divertíos mucho.

Roberto dejó pasar á mi hermano, y me envió una mirada profunda y triste: ya hace algun tiempo que le sorprendo contemplándome, y que viene con más frecuencia, y hace pocos dias me dijo á media voz:

—Cuando te cases, Cecilia, harás aquí mucha falta.

—¿Quién piensa en eso? exclamó yo alegremente: tiempo tengo!

Tu hermano me miró de ese modo profundo y melancólico que le es propio, y guardó silencio: pero miró despues á mi madre, y mi madre á él de una manera singular.

Hasta otro dia, te abraza tu amiga de corazon,

 

Cecilia.

IV.

Valentina á Cecilia.

Madrid, Enero de 1876.

 

No te llames infeliz, mi querida niña, mientras tengas á quién amar, mientras tu existencia pueda ser un consuelo para otra alma que padece; no, no te quejes de tu suerte, y sufre con paciencia los vaivenes del destino, que te presenta una copa amarga ya, aunque no has pasado de la primera juventud: el tierno arbolillo, gime con las sacudidas que el viento le imprime, pero no se resiste, sino que se doblega, contento con evitar en lo posible la furia que le amenaza; pero si opusiera una inflexible rigidez, el viento airado le troncharia, arrancaria su verde plumero de esmeraldas, ó le desgajaria de raiz, arrojándole sin vida, al medio del seco y polvoroso camino.

Imita esta bella leccion de la naturaleza, mi amada Cecilia: no luches contra las amarguras de la vida, ni pretendas evitarlas, irritándote contra ellas: acéptalas con paciencia, y el cáliz, por amargo que sea, se endulzará con el bálsamo exquisito de la resignacion que viertas en él.

Tú sufres, pero eres amada de todos: lloras por las disensiones de tu familia, y lloras y sufres porque la amas. ¡Querer y ser querida! ¿Dónde hay mayor ventura en este valle de lágrimas? La abnegacion, el valor, el sacrificio, todo nace, todo procede de poder amar con pasion, y esta ventura es aun superior á la de ser amada.

Nunca dés entrada en tu corazon al odio ó al resentimiento: excúsalo todo y perdónalo todo; tras de cada falta de los humanos, hay tanto dolor, tan amargas lágrimas, y á veces tanta lucha!.. Sí, Cecilia: apenas nace un sér tan infelizmente dotado que solo abrigue malos instintos; y cuando el demonio de la maldad enciende su fuego en el corazon humano, aquel corazon llora y se subleva antes de dejarse invadir por la funesta hoguera.

¿Crees acaso que tus dos hermanas mayores, que nada quieren hacer, que pasan el dia ante el espejo, y las veladas en los teatros, son más dichosas que tú, que pasas el dia dedicada á los quehaceres de la casa y á las labores de aguja? No lo creas: el trabajo es el más fiel, el más noble, el más generoso amigo: cuando cumplimos con nuestro deber, sentimos una satisfaccion íntima, completa, incomparable; y esta es la más grande de las venturas: podemos engañarnos á nosotros mismos durante breve tiempo: podemos engañar al mundo, al que seducen las apariencias brillantes; pero á Dios, que ha formado nuestro corazon, que lee en él, que sumerge en sus abismos su mirada soberana, es imposible que le engañemos; nuestros sueños pasan: nuestra ceguedad, voluntaria ó no, tiene un fin inevitable: pero la verdad, la razon, la justicia, se esculpen en el libro de nuestra conciencia; y como el Mané Thecél, Pharés del sacrílego festin del rey de Babilonia, está siempre escrita ante nuestros ojos con caractéres de luz.

No está en nuestra mano el ser dichosas; pero sí lo está el ser buenas; y siéndolo, llevamos en el alma un gran elemento de ventura: cuando tu dulce influencia calma las disensiones de tu padre y de tu hermano mayor, yo adivino que sientes un inexplicable contento interior; cuando lees al lado de tu madre y la distraes, yo sé que estás más satisfecha de tí misma que tus hermanas paseándose ó visitando á sus amigas de pension. Tú cumples con tus más sagrados deberes, ellas faltan á todos los suyos.

La inmensa bondad de Dios, hará brillar para tí el dia de las compensaciones; por cada pena sufrida con paciencia, hay dos flores para nuestra frente: una en el paraíso: otra en la tierra; porque aparte de la terrible cuenta que tenemos que rendir á nuestro soberano Juez, créelo, Cecilia, todo se paga, y todo tiene su recompensa acá abajo.

No te puedo expresar cuánto me alegra lo que me dices de mi pobre hermano Roberto: sé que en su carrera de ingeniero se ha abierto un brillante porvenir; que ha emprendido negocios afortunados, y que está de contínuo empleado en comisiones y en servicios que le dan honra y provecho; pero mi angustia, al pensar que estaba solo en ese gran París, era grande: ahora estoy más tranquila, porque estoy segura de que en la casa de tus padres halla algun rato de sosiego, de confianza y de expansion: tú no sabes, Cecilia, lo necesario que es esto al hombre, y cómo lo anhela durante toda su vida: muchos hay que buscan la intimidad moral de una manera inconsciente; nada hay más cierto; pero conforme van adelantando en años, van definiendo el ánsia vaga que les atormenta, y ven claramente dentro de su alma, que lo que ansian es una afeccion moral que les anime á soportar las rudas pruebas de la vida, que les sostenga en el camino de la misma: el hombre es mucho más débil, moralmente, que la mujer.

De esto nacen las grandes pasiones que algunas mujeres feas despiertan en el sexo fuerte: pasiones durables, algunas veces eternas, porque nacen de las más altas cualidades del alma: el amor que solo se apoya en la belleza exterior, no tiene condiciones de vida, y yo hallo alguna cosa de bestial en la pasion á una persona perfectamente bella: diríase que los que quieren de esa suerte, se dejan llevar únicamente de los sentidos; y en el amor verdadero hay algo de divino, que está sobre la materia.

Por eso vemos algunas veces hombres casados con mujeres de rara, de esplendente belleza, que se dejan llevar por extravíos inexplicables, siendo el objeto de escaso valor físico y ajeno totalmente á toda condicion de belleza; pero solo ellos pudieran explicar la brillantez del ingénio, la ternura del corazon, la amable igualdad del carácter, las gracias de la inteligencia que los han seducido, ó más bien, atraido y luego cautivado.

Yo alimento la dulce esperanza de que Roberto vaya aficionándose á tí, si no con la pasion de la primera juventud, con el convencimiento y seriedad del hombre de mundo: y entonces, si esto sucediese, esperaria tambien y anhelaria con todo mi corazon que tú correspondieses á su amor, y que mirases en él un amigo fiel y seguro, un protector, un guia para tu juventud solitaria y triste, un alma con la cual la tuya viviria en perpétua y dulce intimidad.

Yo creo que tus mejillas se visten de un lindo sonrosado al leer esto: ¿por qué? En mi vida he gustado de inútiles rodeos, y la verdad creo que es digna de todos los corazones honrados: para que la sepas entera, te diré que conozco una familia que desea á mi hermano para esposo de una niña idealmente hermosa que hay en ella, y que Cármen, este es su nombre, está violentamente apasionada de Roberto: éste no me ha dicho una palabra, pero yo tengo informes muy verdaderos de lo que te digo, por amigos de mi esposo que residen en esa gran capital.

Roberto está hoy como deslumbrado: esa jovencita tan linda, le atrae como la llama á las mariposas; pero hácia tí le lleva un dulce é irresistible sentimiento, y acaso el Cielo ha decidido unir vuestros destinos con los dulces lazos del amor verdadero y correspondido.

Mi amada Cecilia, si algun dia puedo llamarte hermana, mi contento no tendrá límites: porque eres buena é inteligente; porque eres sufrida, y estás amaestrada en la escuela de la desgracia: ten paciencia, trabaja en hacerte mejor cada dia, que acaso llegue el de las compensaciones; y aunque tarden ó no lleguen las indemnizaciones humanas, ya las hallarás en el fondo de tu conciencia, juez severo, pero nobilísimo que nos advierte siempre, y siempre nos consuela en las mayores penas.

 

Valentina.

V.

Valentina á Roberto.

Madrid, Enero de 1876.

 

Mi querido Roberto: En la soledad de mi cuarto, y á la hora en que todos duermen, tomo la pluma para hablar un rato contigo; casi aislada en la vida, mi pensamiento te sigue siempre, como pajarillo que ha perdido el nido, y se reposa en el dulce recuerdo del hermano de mi alma.

Si; nosotros, además de estar unidos por los lazos de la sangre, lo estamos por la más dulce y profunda simpatía, por la armonía de nuestros gustos y de nuestros pensamientos; y estos lazos del corazon son más fuertes, y tan indestructibles como los que forma la naturaleza. Hay padres é hijos que se miran con el solo afecto que el deber impone, y otros que se adoran con fe inquebrantable; hay hermanos que se tratan con la frialdad más perfecta; y los hay tambien unidos, además de estarlo por el vínculo de la familia, por la más tierna y perfecta amistad, como lo estamos nosotros, nosotros solos, entre diez hermanos que hemos hallado vida en el mismo seno.

Quizá es por eso, Roberto, por lo que te hablo á tí con una franqueza algo ruda, y que con ninguno de nuestros demás hermanos me hubiera atrevido á usar; quizá por eso te quiero llamar, además de egoista, desleal; desleal, sí, porque usas argucias conmigo, á quien no puedes engañar.

„Estoy orgulloso, me dices, de que escribas, y de lo que escribes; mas para mujer propia, pienso que la más corta de entendimiento, la de menor imaginacion, es la mejor."

Veo, mi querido hermano, que como muchos hombres que han atravesado la vida considerándola á la fria luz de la razon, lo ves todo al revés en las cuestiones de sentimiento, y que tus apreciaciones son siempre cándidas, y alguna vez, como ésta, son vulgares tambien.

¡Líbreme Dios de desear á la mujer sabia! La prefiero muy ignorante, y creo que la amable humildad de su condicion se aviene mejor con el segundo extremo que con el primero; pero la mujer que posee una instruccion regular, la mujer que piensa y siente, sabe honrar todas las condiciones de la vida, y es la más fiel y más dulce compañera del hombre.

Todo lo trivial que adviertas en las mujeres y que te disgusta, es como una confirmacion de lo que te digo, y como una negacion de la opinion que me expones. Si la mujer más tonta es la que te parece mejor, ¿por qué te confiesas aburrido de la frivolidad de su carácter y de sus tonterías?

Se equivoca (y los hombres de mundo son los que las equivocan más) á las mujeres pedantes y marisabidillas con las mujeres de talento. ¡Qué profundo, qué lamentable error! La pedantería es odiosa, es ridícula; el talento, Roberto, el talento es amable y sirve para todo; el talento es el copito de algodon que iguala todas las sinuosidades de la vida de familia; una mujer de talento, es á la vez buena y activa, ama de su casa, dama elegante en los salones, excelente madre, tierna é indulgente esposa, tolerante amiga y ejemplo de las más altas virtudes; pero de una nécia, ¿qué puedes esperar? Que todo lo vea por el prisma de su vanidad; que para todos sea intolerante; que maltrate en vez de corregir, á sus criados; que pase el dia en visitas sin fin ni objeto, porque las nécias no aman á nadie; que te aburra con su compañía; que se canse de la tuya; el abandono de sus hijos; el desórden de la casa; el infierno doméstico en fin, que yo creo que es peor que el eterno y perdurable.

Mi pobre Roberto, antes quisiera verte acostado en el ataud; antes quisiera besar tu mano helada con el soplo de la muerte; antes quisiera sentir mudo y frio el sitio donde ahora late tu corazon, que verte entrar en el matrimonio por una de esas puertas, que luego se convierten en la losa de hielo de que habla el Dante; porque en esas puertas ha grabado la fatalidad el terrible lema: "¡Aquí muere la esperanza!"

La mujer pedante, habladora, persuadida de talento, me es tan odiosa como á tí, créelo; y hasta no me agrada para la mujer un talento luminoso en demasía, un talento que deslumbre como la luz de los diamantes; prefiero para ella, y le conviene más, el modesto brillo de la perla, como prefiero el plácido fulgor de la luna á los ardientes rayos del sol; y creo que á ningun español, incluso tú, le agradaria para esposa una mujer sabia y científica, que para ir á explicar á una cátedra, dejase su casa y sus hijos á disposicion de los criados; pero tampoco defiendo su ignorancia, y pienso, por el contrario, que debe cultivar su espíritu y que debe ser la suave luz que ilumine á su familia y que comunique á su casa un dulce y grato resplandor.

Tú y todos los hombres que te se parecen, buscais la mujer de cortos alcances, con la sana intencion de usar la ley vulgarmente llamada del embudo, y con el firme propósito de quedaros con el lado grande, dejando el otro para vuestras compañeras. Así, os decís, hacemos lo que nos parece, y si se atreven á quejarse, que no es de suponer, las engañamos con cuatro argumentos inventados en el instante.

¡Pobres hombres! Más que en nadie se verifica en vosotros aquello de que „¡En el pecado va la penitencia!„ Sí; podreis dominar y hasta engañar á las compañeras que habeis elegido; pero, ¡cuán cara pagais su inferioridad, que solo os sirve para alguna ocasion dada, y que os abruma en todos los instantes de vuestra vida!

¿Qué compañía hallan tus semejantes, ya casados, en sus pobres mujeres? ¿Qué consuelo? ¿Qué simpatía? ¿Qué estimacion? ¿Pueden partir con ellas una pena? ¿Pueden ellas participar de su alegría? ¿Pueden pedirlas parecer ó consejo acerca de alguna de las graves cuestiones de la vida? ¿Sabrán dar á sus hijos la primera educacion? ¿Sabrán despues vigilar la instruccion que les den personas extrañas? ¡Ah, Roberto mio! ¿Has pensado en lo que serias tú, casado con un maniquí, por bonito que fuera, por dóciles que tuviera los resortes?

Con todo el fervor de mi alma ruego á Dios que te libre igualmente de una mujer pedante, de una mujer espíritu fuerte, y de una mujer tonta; porque en la especie femenil hay grandes variantes, y la culpa del descrédito en que rápidamente cae el matrimonio, la tiene el hombre, que no quiere estudiar la variedad de la especie.

El talento, el verdadero talento, es el preciso en la mujer propia; el talento acompañado de la modestia y de la sensibilidad del corazon; ¿y sabes lo que es este talento? Pues lee desde aquí con más cuidado, hermano mio, porque te lo voy á decir.

El talento enseña á la mujer á hablar á tiempo y á callar á tiempo tambien; la enseña á nover lo que no debe ni la conviene; á perdonar siempre; á sufrir y á esperar, dos cosas que son muy difíciles en la vida; la enseña á ser tan agradable á su marido, que éste prefiere su compañía á todas las otras, y lo que ella hace y dice, á todo lo que dicen y hacen los demás; la enseña á no corregir jamás dura ó cruelmente á sus hijos; á corregir y educar, pero no á insultar y maltratar á sus criados; la enseña que la paciencia y la dignidad lo alcanzan todo, y que la cólera y el escándalo nada consiguen; la enseñan que las armas de nuestro sexo son la debilidad y hasta el alarde de la misma; y la enseñan, en fin, á enlazar al hombre con cadenas de flores al carro triunfal de su voluntad, pero de tal suerte, que siempre se crea libre, que siempre se crea él dominador.

Este es el talento que ha de tener la mujer propia, Roberto; y este talento no ha de ostentarlo nunca, sino que lo ha de demostrar en todas ocasiones, y se ha de servir de él, como escudo, en todas las situaciones de la vida.

Y si posee este verdadero, este encantador, este admirable talento, lo mismo da que escriba libros ó que los lea, ó que haga las dos cosas; está seguro de que en ese caso la literatura será una ocupacion más, que añada á sus otras ocupaciones; una salida á la llama de su imaginacion; pero nunca hablará de sus trabajos y de sus estudios con esa insoportable pedantería, signo seguro de necedad; con esas frases rebuscadas y altisonantes que provocan la hilaridad de todas las personas sensatas, ni dará salida á la variedad de conceptos ajenos que guardan las marisabidillas en el arsenal de su memoria.

Ya ves, Roberto, como solo con bosquejarlo tú, he dibujado yo el retrato de las mujeres literatas que has conocido en ese bello y gran París, donde tantas temporadas he pasado, que amo tanto y al cual espero volver en breve para abrazarte. Créeme; y ya elijas en él ó ya en España á la compañera de tu destino, no busques los extremos, sino la mujer modesta y á la vez regularmente ilustrada, que es la bella hija del progreso y de la civilizacion.

Recuerda, hermano mio, aquella afirmacion mia que tanta gracia te hace: “En todo hay figurines atrasados.„ Sí; te lo repito; los hay en el mal, sobre todo. La mujer pedante, la de escasos alcances, la prosáica y vulgar y la excesivamente instruida, con alardes de sério, son ya de otra época; el mundo marcha, como dice un eminente pensador. La ley del progreso es inevitable. El pensamiento va iluminando las almas; lo nuevo llega; lo viejo se hunde; deja ya la senda del egoismo, hermano mio, y sé el protector noble y amado de una mujer digna de tí, que es lo quo desea con el alma tu amante hermana

 

Valentina.

VI.

Roberto á Valentina.

París, Febrero de 1876.

 

La más dulce aspiracion de mi vida era llegar á la vejez sin doblar el cuello al yugo del matrimonio: la presion de la familia ha sido siempre refractaria á mi carácter orgulloso é independiente.

Todo lo que es obligatorio me ha sido siempre antipático.—¡Una mujer para toda la vida, y esa mujer adherida á la existencia para siempre, jamás!—Eso me ha parecido siempre horrible y me lo parece todavía, y eso aun concediendo que fuera la más bella y la más buena de las mujeres.

Y sin embargo, Valentina, creo que tú, con tu manía de abnegacion, con tu amor á la esclavitud, y siendo una débil mujer, ves más claro que yo en mi corazon y adivinas la enfermedad de hastío que me devora: mi corazon está dolorido y como sediento: el Club me fastidia, lejos de entretenerme; la comida del Café Inglés me hace daño, y cuando como en casa, mi criado me la pone mil veces peor.

Y lo que es más doloroso, mi querida hermana, es que ya no coquetean conmigo las mujeres ni hacen caso de que las mire; solo alguna señorita que se acerca á los treinta años me dirige miradas dulces, como reflexionando en que debo tener á mi edad la posicion y la madurez de juicio indispensables para un marido.

Esto es triste, porque nunca habia pensado en que llegase un dia que las mujeres me mirasen con indiferencia, y antes bien creia que así las miraria yo toda la vida, y cada dia más.