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Vuelve Sinués en La vida íntima a trabajar uno de los tipos de escritura que más le gustaba: la ficción epistolar. Pablo y Eufemia de Hinestrosa, que de muy pequeños quedaron huérfanos, le escriben cartas a su abuela, la Marquesa de Valflores. Esta los acompaña en sus tribulaciones de adultos, los caracteriza severamente en correspondencia aparte con una amiga y les revela secretos ocultos de su pasado que podrían iluminar sus circunstancias presentes. En la sucesión de intercambios entre los personajes se va alzando una exaltación de la familia como refugio de todos los infortunios y de la amabilidad como virtud cardinal.
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Seitenzahl: 300
Veröffentlichungsjahr: 2021
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María del Pilar Sinués
Saga
La vida íntima
Copyright © 1876, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726882292
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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La Marquesa de Valflores á Pablo de Hinestrosa.
Castillo de Valflores, Enero de 1865.
¿Que vaya á Madrid, hijo mio? ¿Y para qué deseas al lado tuyo á tu anciana abuela, que sería, para tu vida de soltero un embarazo perpétuo? No quiero ocasionarte esas mil sujeciones que una señora de edad avanzada impone siempre á un jóven gallardo y preferido de las damas como lo eres tú.
Y esto, Pablo mio, no es decirte que no esté bien cierta de tu amor; yo sé que me quieres con todo tu corazon, y que, por esta madre inútil y anciana, darias tu vida sin esfuerzo: ¡oh, hijo mio! ¡No en vano os he edudo y os he amado desde vuestra infancia más tierna á tu hermana y á tí! ¡No en vano os he mirado, pobres huérfanos mios, como un depósito sagrado y querido que Dios confiaba á mi celo y á mi ternura! ¡ Cuán bien habeis pagado mi amor! ¡ Cómo me lo habeis probado siempre! Eufemia, ménos expansiva, ó mejor dicho, más tímida que tú, no era tan cariñosa ni tan vehemente en sus manifestaciones, y mis ojos maternales han tenido que adivinar lo que ella no me expresaba; pero tú no has perdonado medio alguno de hacerme comprender toda tu terneza y gratitud.
Sólo contabas dos años cuando quedaste sin padre, y tu hermana acababa de nacer: vuestra madre le siguió pocos meses despues al sepulcro; y yo os miré y acogí como un legado inestimable que mi infeliz hijo me hacía.
¡ Para vosotros he vivido, y sólo por vosotros! Ya anciana, me sentí rejuvenecer con vuestros gorjeos infantiles: hice de vosotros el único objeto de mi solitaria existencia, y os amé y os cuidé como lo hubieran hecho vuestros padres.
Todo lo que yo sabía os lo enseñé, y vosotros habeis pagado con usura mis desvelos.
¡Qué orgullosa estoy de vosotros, hijos mios!
Las más bellas dotes del alma y del cuerpo os adornan; mi corazon responde á los vuestros con ecos unísonos, y jamas vuestra anciana abuela llamará á ellos en vano.
Pero, Pablo, la tarea de educaros, aunque tan grata, habia agotado mis fuerzas, ya cansadas por grandes dolores: cuando te vi mayor de edad y con tu carrera terminada, confié á tus cuidados á tu hermana y quise gustar la paz del retiro y hallarme sola con Dios y con la naturaleza.
No creas, hijo mio, que aquí vivo aislada y triste, temor que me manifiestas en todas tus cartas, durante el año que hace que me separé de vosotros; aquí me acompañan pocos, pero buenos amigos, algunos de los cuales tú conoces, pues á mi instalacion en este, que Eufemia y tú llamais un nido de águilas, pasaste un mes en mi compañía con tu hermana.
Ya sabes que este castillo se eleva en medio de un pintoresco valle, á cuya falda hay una risueña aldea: el valle y el pueblecillo llevan el mismo nombre de nuestra familia, y todas las tierras que les circundan son de nuestra pertenencia; y bien, ¿crees tú que estoy sola entre nuestros fieles colonos que tanto me aman?
El señor cura de Valflores, el médico y el alcalde, cada uno de estos dos con su respectiva esposa, vienen á hacerme la tertulia por la noche, y jugamos al tresillo hasta las diez, hora en que todosse van ábuscar la cena: ademas, hijo mio, he abierto en el piso bajo del castillo una especie de escuela para los niños de la aldea, pues no la habia, y he traido para regentarla á una pobre jóven, hija de uno de mis mayordomos, que quedó huérfana y sin recursos por efecto de la honradez con que su difunto padre cuidó de mis intereses: la pobre Modesta vive á mi lado, y le doy un gabinete cuya ventana cae sobre el valle, un cubierto en mi mesa y doce duros cada mes, para que enseñe á mis queridas niñas á coser en blanco, á hacer calceta y á escribir: yo les enseño á leer el catecismo y las cuatro reglas simples, para que puedan, cuando se casen, echar sus cuentas en su casa.
El señor cura ha querido tomar parte en esta buena obra, y las tardes de los juéves viene á la escuela y explica á las niñas durante una hora algun punto de religion, con la sencillez y ternura que estas inteligencias infantiles necesitan.
Ya ves, hijo mio, cómo tengo en qué entretenerme: ademas, soy la camarera de la Vírgen que está en el altar mayor de laiglesia, y yo misma hago los mantos yyvestidos de la señora y tengo elinestimable honor de vestirla y cuidar su guardaropa.
A pesar de mis sesenta y cinco años, áun veo á bordar y á hacer encajes de aguja para los paños de altar.
No pases, pues, pena por mí, hijo mio: yo iria á veros durante un mes; pero, te lo repito, una señora de mi edad, y ya achacosa, os embarazaria bastante á Eufemia y á tí; porque yo necesito acostarme temprano, comer á ciertas horas y no dejar mi regla para nada.
Ya sé yo que vosotros os sujetaríais en todo á mi gusto; pero yo no quiero violentaros; y ademas, te lo confieso, á pesar de mis deseos de veros, me costaria mucho trabajo dejar mi querida soledad.
El alma, que es siempre jóven y entusiasta, se halla aquí más cerca de su Dios que en las grandes poblaciones: estos inmensos campos; este cielo sin límites, que se despliega á misojos como el pabellon que corona al trono del Señor; estos árboles centenarios que han visto deslizar á su sombra los pasos de mis padres, los mios y los del vuestro; este rio, á cuyasorillas soñé tantas veces con el amor y la felicidad; la humilde iglesia de la aldea, donde hice mi primera comunion y donde os traje á Eufemia y á tí para que hicierais la vuestra; este risueño cementerio, donde duermen mi esposo y vuestros padres, es decir, todo lo que amé en la tierra, y donde tengo preparado mi último lecho; todo esto, hijo mio, habla á mi corazon, todo esto me acompaña y á la vez me acerca al cielo.
Deja, hijo mio, á la caduca encina que viva lo que pueda al abrigo de los antiguos torreones, sus compañeros y amigos: tú eres el jóven arbolillo, áun cubierto de flores y de aromas; cuida de tu hermana y da tu sombra á esa tierna y delicada planta; si quieres probarme tu cariño, sé para ella á la vez padre y hermano, y hazque la cerquen el amor, la paz y la felicidad.
No terminaré esta carta sin encargarte mucho me hables extensamente del carácter de vuestra tia, de la que he oido hablar bastante; pero á la cual no conozco: vuestra madre era un ángel; pero su hermana, en otro tiempo, no se le parecia: sin ser mala, era coqueta, frívola y algo dominante: así lo decian las personas que la habian tratado en Italia, donde residió durante algunos años con su marido.
He aprobado de todas véras el que haya ido á vivir con vosotros: escasa de bienes de fortuna, tú has debido tenderla una mano protectora, y recibiéndola á vuestro lado, das á Eufemia una compañera digna y muy precisa á su edad: con vuestra tia, podrá tu hermana ir al teatro, visitar y salir siempre que le sea necesario, dejándote á tí la conveniente libertad.
Así, pues, te lo repito: has hecho una accion noble acogiendo á esa pobre baronesa, tan romántica y tan desgraciada positiva é idealmente; pero vigila con cuidado á tu hermana, y observa si su carácter y maneras sufren alguna variacion, debida al ejemplo é ideas de su tia; y si algo te choca ó te lastima, comunícamelo al instante.
Creo que tu tia se llamaba Agueda; pero ella quiso idealizar su nombre para escribir versos, y empezó á firmarse Galatea en los pésimos que hacía: ¿ cómo se llama hoy? Ha sido muy bonita y muy coqueta: yo deseo que no sea ya ni lo uno ni lo otro y que ahora sea lo que sus años exigen.
Adios, hijo mio; dí á Eufemia que espero con impaciencia carta suya; dale un abrazo por mí y recibe otro para tí de tu madre.
Ana.
Eufemia de Hinestrosa á la Marquesa de Valflores.
Madrid, Enero de 1865.
De muchas cosas tengo que hablarte, mi querida abuelita, y si he tardado algunos diasen escribirte ha sido porque queria hacerlo largamente y no me dejaban sosiego para ello el cuidado de la casa y los nuevos quehaceres que me ha ocasionado la instalacion de mi tia á nuestro lado.
¡ Mi tia! ¡Cualquiera diria que me cuesta trabajo el mirar como cosa mia á esta señora que tiene ideas tan extrañas y tan extraño modo de ver todas las cosas!
La Baronesa es amable, casi con exceso; me colma de caricias y de halagos; pero ¡ ay, abuelita mia, estas caricias dejan frio mi corazon! Son tan afectadas, tan repetidas (atendido á que nunca hasta ahora me ha tratado) son, por decirlo así, tan rebuscadas, que yo no sé corresponder á ellas, y permanezco confusa, callada y como atónita en presencia de sus extremos.
Voy á ver si puedo retratarle á la pluma, y aunque sea á grandes rasgos, á mi tia Galatea, segun quiere que se la llame.
Figúrate una mujer de maneras distinguidas naturalmente, pero más que un poco teatrales por la afectacion que les impone.
Su estatura alta y delgada parece sostenida con trabajo por dos piés muy pequeños y muy bonitos, que ella, á pesar de las exageradas colas de sus vestidos, tiene muy buen cuidado de lucir.
Mi hermano dice que la Baronesa está muy cerca de los cincuenta años, segun lo que ha oido asegurar á algunos amigos de la familia; pero yo le he oido afirmar á ella dos ó tres veces, con una serenidad pasmosa, que acaba de cumplir treinta y cinco: y, á la verdad, vestida, pintada como ella sabe hacerlo, empolvada y recurriendo á todos los engaños del arte del tocador, en el que me parece muy maestra, no aparenta ni siquiera la edad que confiesa.
Su nariz es un tanto larga, pero afilada; sus ojos negros y lánguidos no son hermosos, pero ella los maneja con tal arte y se pinta tan bien en sus ángulos una rayita negra, que parecen llenos de la luz de la juventud y del talento; lleva asimismo pintado el cútis de blanco y rosa, los labios de encarnado, y tiene una dentadura preciosa y blanca, que completan tres dientes postizos; éstos los vi ayer sobre su mesa de tocador, pues tuve la imprudencia de entrar cuando se estaba lavando, sin llamar ántes á la puerta.
Su cabello negro y escaso se halla adicionado con algunos añadidos perfectamente dispuestos, y ademas se lo riza todas las noches con una paciencia que yo no podria tener.
Su guardaropa es muy reducido, pero está dispuesto con tal arte é inteligencia que mi tia parece la mujer más elegante del mundo, y, en efecto, lo es; tanto que dos veces que hemos salido juntas ha llamado la atencion de todos.
Un dia fuimos á paseo.
Anoche asistimos al teatro.
Para la primera de estas dos salidas se puso un traje negro, ya usado, pero cortado y hecho con la más perfecta elegancia.
Anoche llevaba un vestido de gro de color claro, un cuellecito de encaje con puños iguales y un aderezo muy sencillo de oro y perlas, compuesto de alfiler y pendientes.
Pero ¿cómo explicarte, abuelita mia, lo que aparenta este modesto atavío puesto en mi tia?
Imposible es: sólo viéndola se comprende la suprema elegancia que puede encerrar tan sencillo equipo; esa elegancia que consiste sobre todo en los detalles, en la postura, en el aire del cuerpo, en la distincion de los movimientos, en la calidad exquisita y la frescura del guante, en el suave perfume del pañuelo, en el córte del vestido y en la disposicion de los cabellos.
Todos los gemelos se dirigian á la Baronesa, y yo oi á algunas personas preguntar á otras:
—¿Quién es esa encantadora mujer?
La Duquesa de B..., que se hallaba con sus hijas en el palco inmediato al nuestro, dijo que era un modelo de elegancia y distincion; la Duquesa es amiga tuya y sabes lo que vale su parecer en esta parte.
En fin, abuelita mia, tu pobre Eufemia parecia una señora mayor, y su tia la diosa de la hermosura.
Al salir del teatro habia en el peristilo varios jóvenes viendo pasar á las damas que iban á buscar sus carruajes; pasamos nosotras, y uno de ellos dijo, cuando ya creyó que no le podríamos oir:
—Ya no le faltaba á la pobre Eufemia, que es tan desgarbada, otra cosa que la vecindad de esa adorable mujer: ¡vaya un talento que ha tenido Pablo Hinestrosa al elegir para su hermana esa dama de compañía! ¡ Ahora sí que es peregrino el contraste!
—Debe ser extranjera, dijo otro delos presentes; sólo las francesas saben vestirse así.
—Y pintarse así, añadió un tercero.
—¡Eh! ¿qué importa que vaya pintada? observó el primero que habia hablado; ¿no nos gusta que una mujer se ponga un lazo de cinta y se rice el cabello? Pues la pintura es tambien una parte de adorno, y á la mujer debe perdonársele con tal que se presente bella; ése es su deber.
Pasamos y no oí más.
Pero quiero confesarte, abuelita de mi alma, que casi lloré al oir que se burlaban de mí tan descaradamente y que tanto ponderaban las gracias de mi tia.
Esta me parece que sólo posee las perfecciones del tocador, porque su conversacion no puede ser más superficial ni más tonta; sólo me habla de los países que ha recorrido y de lo feliz que fué en su matrimonio, pues aseguran que su marido la adoró siempre con locura; no lo dudo, si tenía la cabeza tan vacía como ella. Por lo demas, parece activa, servicial y dispuesta á agradecer y á recompensar, con mil pequeños servicios, la hospitalidad que Pablo le ha concedido; se levanta algo tarde, es verdad, pero en seguida ella misma arregla su cuarto con tanta prontitud, que no sé como lo deja tan bonito y adornado con tal coquetería.
Despues da vuelta por toda la casa, y ya quita el polvo á una mesa, ya arregla los pliegues de una cortina, ya entorna las maderas de un balcon; todo tiene ahora otro aire que ántes y parece que hay en la casa más limpieza, más elegancia, más comfort, en una palabra.
Ademas de sus dos vestidos de seda, uno negro y otro de color claro, de que ya te hehablado, he visto que tiene otro de lana gris, con el que se viste en casa, y una bata para levantarse; á esto debe estar reducido todo su guardaropa.
Lo que me admira es ese constante deseo de ocuparse de sí misma, ese alto aprecio y culto que dedica á su persona: yo, á los diez y ocho años, no hallo ninguna noche un momento propicio para rizarme el cabello, y voy peinada lo mismo que nuestra cocinera; tengo frio con un vestido ajustado y paso el dia envuelta en una bata de lana y ademas en un pañolon: ¿qué haré cuando tenga su edad? Me pondré un hábito de estameña y no me lo quitaré, no sólo por devocion, sino por comodidad.
¿Con qué no quieres venir á pasar algun tiempo con nosotros? ¡si vieras cuánto he llorado al leerme Pablo la carta que contiene tu negativa! ¡dices que le quitarás á él su libertad! ¡Vaya una excusa! ¿y yo, y yo, abuelita mia, que tanto te amo, que daria un año de mi vida por vivir á tu lado un mes? pues bien; ¡ si no vienes, me iré yo contigo! sólo tú comprendes lo que vale tu hija... aquí mi hermano no me halla tal como desearia que fuese... él me quisiera coqueta, alegre, elegante... él me quisiera como es la Baronesa... y es imposible que se le asemeje tu
Eufemia.
Pablo de Hinestrosa á la Marquesa de Valflores.
Madrid, Enero de 1865.
A la verdad, abuelita de mi alma, ó mejor dicho, mi adorada madre, que me encuentro más inquieto y más intranquilo que nunca, sí; tu nieto con su gran estatura, sus grandes bigotes y su partido con las damas, se halla tan perplejo y casi tan afligido como un niño de diez años.
Señora, madre y bienhechora mia, yo te llamaba y te llamo aún para poder depositar en tu noble pecho amargura que va invadiendo el mio en locas y precipitadas olas: ¿por qué no vienes á nuestro lado? negras sombras empiezan á envolver el horizonte de mi vida y necesito de tu bondad, de tu talento, de tu fe cristiana, como el arbolillo, sacudido por el huracan necesita el arrimo de la robusta encina.
¡Oh, mi venerada abuela! ¡oh, madre mia! ¿por qué no son tus cabellos siempre rubios y hermosos como áun los conocí yo de niño? ¿por qué en lugar de envejecer tú, no envejecemos Eufemia y yo? ¡débiles é inútiles criaturas! ¡Yo quisiera, al besar tus venerables canas, trasladarlas á mi soñadora y calenturienta cabeza! ¡ La tuya, donde reside tan augusta inteligencia, debia llevar eternamente la corona de la juventud!
¡ Desde que te alejaste mi valor huyó contigo, y en este año de fatal ausencia, las fuerzas de mi alma me han ido abandonando y cada dia se ha ido nublando el sol de mi porvenir! ¡ Yo quisiera que tú fueras á la vez mi madre, mi hermana, mi esposa! ¡ Yo quisiera resumir en tí todos los santos amores de la existencia, porque tú eres lo más noble, lo más digno, lo más bueno que conozco!
El hielo del hastío invade todo mi sér; el paladar está cansado y tambien el corazon lo está de fáciles intrigas; no hay amistad ni hay amor; mi mejor amigo me ha vendido robándome el corazon de la mujer á quien amaba, ¡y esta mujer me ha abandonado porque mi amigo era más rico que yo! el juego me tiene casi arruinado: ¿por qué ocultártelo á tí? ¡á tí, mi madre y mi único amor en la tierra! Abuela mia, sólo queda en mi alma un rinconcito sereno, como en el cielo tempestuoso, sólo queda á veces un pedacito azul donde riela una estrella única; pues bien, madre mia, tu recuerdo es la estrella que habita el pedacito azul de mi alma.
Algunas veces pienso en casarme y me pregunto en seguida:
—¿Pero con quién? no conozco á una sola mujer á quien pueda ó quiera dar mi corazon y mi nombre: yo no amo ya, y veo personificada á la mujer en los dos tipos que tengo á la vista y que viven ó, más bien, vegetan á mi lado.
Mi tia, la extravagante baronesa Galatea, es la personificacion de esas mujeres del gran mundo que trato y que, segun dicen mis amigos, me adoran; pero ¡qué mujeres! todas, te lo repito, todas están cortadas por el mismo patron que lo está mi tia: frívolas, coquetas, entregadas completamente á los cuidados del tocador, á pintarse, á hacerse cuerpo y rostro artificiales; ¡así pudieran tambien hacerse artificial el alma que se ve en toda su espantosa pobreza!
Esas mujeres que empiezan pintándose á los diez y seis años, llegan, pintándose cada dia más, á los cincuenta ó sesenta, y á esta edad áun se coronan de flores, y se llenan de arrebol, y se visten de gasa, y van á danzar á los salones! ¡horror! ¿Hay algo más repugnante que la vejez disfrazada de juventud y de belleza?
Esta ha sido la vida de mi tia, y hoy existe esclava de sus dientes, de sus cabellos postizos, de su corsé y de su colorete; así existirá aún algunos años, y cuando llegue para ella la última hora, se hundirá en la tumba sin dejar tras de sí ni una sola afeccion grave y tierna, ni una lágrima, ni una plegaria!
Pero si me repugnan estas mujeres todas engaño, tan insoportables ó más me son las que se asemejan á Eufemia: ¡oh madre mia! uno de mis mayores dolores es ver á mi hermana tan descuidada de su persona, tan casera, tan entregada á la prosa de la vida; está visto, la mujer ha de ser antipática ó disipada; no puede reunir la virtud á la belleza; la elegancia á la modestia y al decoro; la instruccion á la bondad; la gracia al candor: es preciso que sea insolentemente coqueta ó completamente insociable; que gaste un caudal ó que viva para no presentarse delante de nadie.
Tú sola, mi buena madre, eres el ideal sublime de la mujer; mi sér rebelde echa de ménos el dulce yugo de tu presencia, de tu ternura... ¿y me dices que serás para mí un embarazo perpétuo? ¡ á mí, que miraria como la más grande de las dichas pasarme la velada sentado á tus piés, viendo como trabajan tus venerables manos las gruesas medias que dedicas á los pobres!
Pues bien, si no quieres venir, yo iré contigo: ¡madre mia, yo te necesito! En el desaliento que invade mi alma yo quiero orar algunas veces, y la oracion no acude á mis labios; yo hallo el vacío al derredor de mí; he agotado en tres años todos los placeres que una crecida fortuna y un nombre ilustre brindan á un jóven de mi edad; el hastío conduce al desprecio de la vida, y la mia me cansa.
Como ciervo jóven y bravío he corrido en las florestas de la vida y he agotado todos sus perfumes; pero detras de las pomposas ramas hallé las punzantes espinas; bajo la azulada superficie de los manantiales hallé mucho cieno, y ahora me pregunto:
«¿Qué es verdad? ¿qué es mentira?»
Preciso es, pues, ó que tú vengas á derramar un poco de bálsamo sobre las heridas de mi alma, ó que yo vaya á respirar el aire embalsamado de ese valle, á sentarme á la orilla de ese caudaloso rio, á oir el canto de las palomas á la falda del monte y el tañido de la campana que llama á la oracion; preciso es que vaya á arrodillarme á los piés del altar donde tomé por la primera vez el sagrado pan; preciso es que tu bendicion refresque esta frente enardecida por el torbellino del mundo y que pidas al cielo por mí!.
Madre mia, ¿me parezco á mi padre? yo no sé qué triste y negra historia es la suya; tú no me la has contado jamas, pero yo he oido palabras terribles, rumores sordos y siniestros, sobre todo desde que mi tia ha llegado.
Ayer mismo Eufemia le preguntaba si nuestra madre era hermosa.
—¡Como la luz del dia! respondió en su lenguaje enfático: sin embargo, mi pobre hermana fué muy desgraciada con suesposo; valia más que éste hubiera hecho ántes lo que hizo despues.
—¿Y qué hizo? exclamó Eufemia en tanto que yo escuchaba mudo y aterrado.
—¿Qué hizo? ¡ se mató!...
—¡Mi padre! ¡se mató mi padre!... grité yo.
—¡Ah! ¿no lo sabiais? repuso mi tia: entónces será que yo estoy mal informada: me hallaba en el extranjero... ¿pero cómo habiais vosotros de ignorarlo si fuera verdad?... ¡no lo creo... no lo creo ni lo creais tampoco!
Era tarde: ya sabemos que nuestro padre fué un suicida; yo estoy seguro de ello, y sólo dejaré de creerlo cuando tú, madre mia, me digas que no es verdad.
¿Estaré yo tambien predestinado para ese fin fatal? No, no: ¡es imposible! ¡yo te amo más que te amó mi padre, porque él tenía esposa é hijos y yo no tengo más que á tí!... ¡y tú moririas de pena si yo muriera!
Vamos, es, pues, necesario que yo te vea, que te oiga, que te hable; tu Pablo quiere arrodillarse delante de tí y confesarte todas sus locuras, y que le absuelvas y le dejes besar esas manos que se ocupan en enseñar á leer á las pobres niñas de la aldea.
El mejor de mis amigos me dijo anoche:
—Estás malo y no lo sabes: véte al campo y pasa allí un mes al lado de esa santa señora que es dos veces tu madre.
Sólo aguarda que le quites la esperanza de tu venida para ir á abrazarte tu hijo
Pablo.
La Marquesa de Valflores á la Condesa de Wallesttein, canonesa del capítulo de damas nobles de Francfort.
Madrid, Enero de 1865.
Al recibir tu última carta, mi inolvidable amiga, si no dichosa, vivia yo tranquila, porque creia dichosos tambien á mis hijos, único amor que me liga á la tierra, así como es la tuya mi única amistad; pero ¡ay de mí! el pesar me abruma y preciso será que, segun mi costumbre, te dé una parte de él como te la he dado siempre de mis escasas alegrías.
¡ Oh, mi Gertrúdis! en vano me he afanado por sembrar en el alma de mis huérfanos las semillas que, segun yo creia, habian de producirles la tranquilidad y la dicha! ¡Esa tierra fértil parece destinada sólo á producir dolores, y, te lo repito, en vano quiero separar de ellos el fatal destino que presidió á la vida de mi pobre hijo, de su desventurado padre!
Pablo tiene un talento tan extraordinario, una imaginacion tan fogosa, un corazon tan grande, que la superabundancia misma de estas dotes le extravia y le hace andar errante por los ásperos senderos de una juventud disipada é inútil.
¡Todavía no tiene veinticinco años y ya es un hombre gastado que va siendo escéptico á pasos de gigante! su colosal inteligencia (que, no obstante, es tan pequeña ante la eterna sabiduría), su orgullo, herencia en los hombres de su temple del ángel caido, se rebelan contra los misterios de la religion: duda, y bien pronto negará lo que no puede comprender; hé aquí al ateo, y, en mi hijo, al ateo seguirá el suicida!
¡Tal fué la fatal carrera de su padre; viuda yo desde muy jóven, no me fué posible dulcificar y sostener aquella ardorosa y demasiado exuberante naturaleza; la sociedad, con su impuro aliento, deshacia mi obra de cada dia, y cada noche dejaba Leon en el gran mundo los jirones del sagrado velo de la fe, con que yo pretendia envolver delicadamente su alma!
Mis cuidados fueron inútiles; el hielo del hastío, la duda acerca de cuanto hay santo y grande, los desengaños, los malos ejemplos, todo esto disgustó á mi infeliz hijo de una existencia que ya no podia estimar, y muchas veces le oia exclamar con amargura:
—¡ Qué penoso es vivir!
Cuando tomaba un periódico, en el que se veian partes de defuncion, señalaba las cruces negras y me decia:
—¡ Madre mia, mira los que ya descansan!
El amor hubiera podido salvarle, pero él no conoció el amor noble; toda la ternura de su alma la agotó en una pasion fatal: amó á una mujer indigna de élé indigna de los homenajes que le rendia la sociedad: era una de esas criaturas que tienen rostro de ángel y corazon de cieno; por olvidarla, mi pobre hijo se casó; hizo á su esposa muy desgraciada y se mató á los siete años de su matrimonio.
¿Qué hará Pablo, rama enferma de un tronco herido? ¡ Ah, Gertrúdis, tú tan buena, tan santa, tan irreprensible; tú que reunes el augusto carácter de la madre al sagrado de la religiosa; tú que has llegado á una dilatada ancianidad llevando aún en los labios una sonrisa de paz y de dicha, ofrécele á Dios el sacrificio de mi vida en cambio de la de mi Pablo! ¡ Pídele que me envie los más terribles dolores físicos, los sufrimientos más agudos, y que libre á mi hijo del desastroso fin que temo!
En cuanto á Eufemia, si no preveo para ella el negro destino que amenaza á su hermano, tampoco espero que tenga una suerte más dichosa esta niña carece tan por completo de talento, de poesía y de las gracias que cautivan, que, á pesar de su belleza, es imposible que pueda llegar á inspirar jamas un amor profundo y verdadero: porque la belleza del rostro supone poco en la vida íntima y son otras las cualidades que afianzan la dicha conyugal.
Su olvido de toda coquetería es extremado, y en este siglo una mujer necesita ante todo ser agradable: cuando nosotras éramos jóvenes, querida Gertrúdis, nos bastaba ser humildes, modestas y aseadas: no se nos enseñaba la música, ni el frances, ni el dibujo, ni debiamos desplegar los labios cuando se nos llamaba á una visita:hoy la civilizacion exige más, y la educacion de las jóvenes ha variado á medida que han crecido las aspiraciones de los padres: hoy una jóven necesita ser, más que bonita, agraciada, y tener ante todo el talento de la vida, que es el que falta por completo á mi pobre nieta: hoy no basta con saber coser, planchar y asear la casa: y aunque esto es acaso más necesario que ántes, la pobre esposa de la clase media debe hacerlo á hurtadillas de su esposo, para que éste no pierda todas sus ilusiones al verla con el plumero en la mano, cuando ántes el mejor galardon que alcanzaba la mujer puramente casera eran las alabanzas y la aprobacion de su esposo.
Pero ¿acaso podemos quejarnos de esto? á falta del siglo de oro, tenemos el siglo de doublé; y sólo debemos aspirar á que no se vuelva esta época la edad de hierro para nuestros hijos.
En vano me he afanado por inspirar á mi nieta las ideas de nuestros dias: ella ha nacido con cincuenta años de atraso y prefiere á todo la economía y su comodidad propia: su belleza, que es muy notable, apénas se apercibe con su peinado liso y antiguo, cuando todas las jóvenes de su edad y todas las mujeres con pretensiones de juventud le llevan rizado y batido: jamas permite que se reforme la hechura de un traje, aunque sea antigua; jamas gasta nada en lo superfluo; riñe á su hermano, á los criados y todas las personas que viven á su lado porque no imitan su rígido sistema, y esta virtud se hace insoportable por estar revestida de tan ásperas y poco agradables formas.
Dime, si es que lo sabes, Gertrùdis, ¿de qué modo quitaré yo á Pablo un poco de su poesía para dársela á Eufemia? ¿De qué modo podrá un poco del positivismo de ésta pasar á su hermano? ¿ De qué modo las humildes creencias de mi nieta podrian vivir en el alma rebelde de Pablo? Tú, que has sido madre feliz de dos hermosas hijas y de un hijo modelo, dime, ¿cómo podré corregir á estos dos jóvenes, demasiado superior el uno, demasiado vulgar la otra?
Tú has sido siempre para mí madre y amiga á la vez: algunos años mayor que yo, y dotada ademas de un talento y de un juicio que no han tenido igual, tú has sido siempre mi hermana, mi consejera, y mi apoyo: .¿por qué no lo serás ahora tambien? Más envejecida que tú por las penas, mi corazon está falto de fuerzas para sufrir de nuevo: la pérdida de mi hijo es la herida que sangra siempre en mi alma, y hubiera pedido á Dios la muerte como un beneficio, á no desear vivir para mis dos pobres huérfanos que tanto me aman, y á los que áun puedo servir de apoyo y de consuelo.
¡Oh, funesta riqueza! ¿por qué has sido dada á mi nieto por herencia? Si hubiera nacido pobre, el trabajo hubiera llenado su vida, y sus portentosas facultades le hubieran abierto un porvenir de gloria en las ciencias y en las artes; pero la fortuna que se ha encontrado al nacer le ha arrojado en los brazos de la ociosidad y del desórden! La carrera, que ha seguído y terminado, ha sido para él un juego y para nada le sirve, porque no tiene necesidad de ejercerla.
Adios, Gertrúdis: en esos extensos jardines de tu vieja Alemania eleva al cielo los ojos y el corazon, y pide al Supremo Consolador algun alivio para tu desgraciada amiga
Ana.
La Marquesa á Eufemia.
Castillo de Valflores, Enero de 1865.
Casi al mismo tiempo, hija mia, he recibido tu carta y otra de tu hermano: su espíritu está en peor estado que el tuyo: pero tú eres la parte más débil y á tí acude mi corazon de madre con justa preferencia.
Tu carta me ha hecho reir y no te negaré que tambien me ha entristecido: la descripcion de tu tia es animada y verdadera: la reconozco; reconozco á la baronesa Galatea, sin haberla visto jamas, por el retrato que de ella me hizo años há un amigo mio de gran talento.
Sí, Galatea debe ser esclava de sus cabellos y de sus dientes postizos, de su colorete y de su corsé: pero, hija mia, estas son debilidades y no crímenes que provoquen tu ódio, ni siquiera faltas que deban despertar tu antipatía.
Seamos indulgentes como aconseja el dulce y benigno San Francisco de Sales: busquemos el grano de oro, por pequeño que sea, bajo la corteza áspera, y muchas veces podrida, de nuestros semejantes, porque el talento y la superioridad deben emplearse, ante todo, en compadecer á los que nos son inferiores.
Mucho dolor me ha causado el segundo párrafo de tu carta.—¡Mi tia! — escribes: — cualquiera diria que me cuesta trabajo el mirar como mia á esta señora que tiene ideas tan extrañas! —
Y bien, Eufemia, tuya es, y, como tuya, debes mirar á la hermana de tu madre; tuya es por los lazos de la sangre: tuya es por lo que os ama á Pablo y á tí: á los dos, cuando era rica, os colmaba de juguetes y regalos, que os enviaba del extranjero y que yo he admirado muchas veces: tuya es, pues, por la sangre, por el cariño, y, sobre todo, es tuya, porque le das asilo y mesa en tu casa; la caridad nos obliga á las almas cristianas á considerar y á amar á los desgraciados á quienes favorecemos.
Esa mujer, ligera áun, coqueta y frívola, si tú quieres que hasta eso te conceda; esa mujer, cuyo carácter choca con el tuyo, grave y serio, te cuidaria como la mejor de las madres si te postrase una enfermedad; te velaria y olvidaria por tí hasta sus adornos y sus postizos encantos; no lo dudes, no se tiene á medias un corazon amante y un carácter bondadoso y lleno de abnegacion, como los posee la Baronesa.