Clepsidra roja - José María Vargas Vilas - E-Book

Clepsidra roja E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«Clepsidra roja» (1916) es un ensayo político de José María Vargas Vila en el que repasa los antecedentes que hicieron estallar la guerra en Europa y se refiere, sobre todo, al primer año de contienda entre Alemania y Francia durante el conflicto mundial que más tarde se conocería como la Primera Guerra Mundial.

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

Clepsidra roja

EDICIÓN DEFINITIVA

Saga

Clepsidra roja

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1916, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680843

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Si Dios no se conoce sino por el Dolor, según el decir del Salmista, es la hora de que el Mundo conozca a Dios, porque nunca como en esta hora, el Dolor imperó como Soberano en el corazón sin consuelo de los hombres...

vargas vila

PREFACIO PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA

Vuelvo los ojos al Pasado con un terror de alucinación;

en las perspectivas movedizas del tiempo me parece que aquel miraje de sangre tiembla aún ante mi vista como un espejismo de fiebre...

sus lontananzas imprecisas parecen circuirme aún en su cerco de llamas;

el rumor de los hombres marchando hacia la Muerte, parece perdurar aún, como los gritos escapados a una Hecatombe de Pueblos...

fueron días de Heroísmo Universal, aquellos en que escribí este libro;

la vibración del Alma Heroica del Mundo, hacía vibrar la mía;

mi corazón palpitaba al unísono con el corazón de la Humanidad trémula de coraje...;

por todas partes, sobre todas las latitudes de la Tierra, las diversas razas de los hombres, estaban en pie, vestidas en veste guerrera, marchando en largas teorías a los combates, como en las estrofas de un Poema Homérida;

y, yo tremaba de emoción, ante el espectáculo de aquella procesión de pueblos marchando al Sacrificio;

de todos esos pueblos, había uno que podría decirse que llevaba mi corazón en sus manos: era Francia;

mi alma iba en pos de ella, temblorosa ante sus desastres, en perpetua imploración de sus victorias;

el Himnario de aquellos días de Angustia, es este libro...

yo, tuve Fe en Francia;

yo, puse mi Esperanza en Francia;

yo, tuve Caridad por los dolores de la Francia;

todas las virtudes teologales de mi Espíritu, se pusieron de rodillas ante ella; sí;

yo, deseé el Triunfo de la Francia;

yo, combatí mentalmente, por la Victoria de Francia;

yo, canté con estrépito, la Gloria de la Francia;

¿a qué negarlo?...

si la Francia Vencedora, engañó mi Fe y la Fe del Mundo Liberal;

si burló nuestra Esperanza;

si mostró no merecer la Caridad que tuvimos por sus dolores...;

culpa es de la Francia Vencedora, que traicionó la Libertad, y no de nosotros los hombres de la Libertad, que amamos locamente la Francia, y, pedimos al Destino, a grandes gritos, su Victoria 1;

¿por qué culparnos, si cuando el Mundo era una hoguera, nosotros, los idealistas, nos postramos de rodillas ante esa hoguera, esperando ver surgir de ella la Libertad del Mundo, incombustible, como un Fénix, cuyas alas fueran hechas de los fragmentos de un Sol?...

fueron cinco años de angustiosa expectativa...

cinco años de trepidante y cándida Ilusión;

súbitamente...

se rompió el miraje;

la llama vaciló;

se extinguió la hoguera;

y, del rescoldo de esa llama mal extinta, surgió la parásita de la Paz;

una Paz, trémula y enferma, como el paralítico medio idiota 2, que vino desde Wáshington a dictarla al Mundo;

y, tras el rostro pálido, de esa Paz perlética y precaria, asomó su rostro nefando la Traición;

los vencedores traicionaron la Victoria;

los vencedores traicionaron la Justicia;

los vencedores traicionaron la Libertad;

y, los que esperábamos que la Victoria de la Francia, fuera la victoria de la Justicia y de la Libertad, vimos con espanto, cómo nuestra Esperanza era traicionada por los centuriones del Triunfo;

sobre la hoguera extinta de aquella guerra hecha para defender todos los ideales, la Victoria no supo sino decapitarlos uno a uno sobre las tumbas de los que habían muerto por realizarlos;

y, el Mundo, que había caído con los brazos en cruz, para detener el carro de la Conquista y las hordas de los genízaros en marcha, vió con asombro surgir de entre las ruinas una Europa conquistadora y despótica, más opresora y más rapaz que aquellos que acababan de ser vencidos;

una Europa conquistadora;

una Europa opresora.

Francia, la dulce Francia de los Derechos del Hombre, se alzó contra todos los hombres y todos los derechos;

la Francia, que había entrado en la guerra liberal y libertadora, salía de ella, clerical y conservadora;

una Francia, imperialista y militarista, bélica y católica, orientada violentamente hacia el Pasado y hacia el Papado; inclinándose reverente ante el fantasma del Emperador ausente y el cayado del Papa infidente que había sido su enemigo;

una Francia reaccionaria pidiendo ser violada por todas las reacciones;

de rodillas ante el penacho de sus granaderos, y besando las sandalias de sus monjes;

esperando la espada del pretoriano afortunado que venga a cortar la carótida de la República expirante;

un Imperio aún sin amo, esperando encontrar uno para coronarlo;

una Francia traicionada, sobre la cual el Arco Iris de la Paz parece apoyar su semidisco lívido, de un lado en la tumba del hijo de Hortensia Beauharnais, y del otro en la del General Boulanger: los dos polos de la Aventura; la coronada por la Traición, y la traicionada por el Éxito;

lúgubre fantasma de República, marchando hacia un 18 de Brumario con la punta de una espada en los ríñones, bajo la sombra fatídica de las alas de los últimos buitres que en lentos vuelos olfatean los cadáveres de los últimos soldados muertos por la Libertad;

… … … … … … … … … … … … …

¿fué por esta Francia imperialista, pretoriana y clerical que los hombres libres del Mundo, combatimos con la pluma, secundando los combates de la espada?...

no... no...

ésa no fué la Francia que yo defendí, la Francia que yo canté, la Francia que coroné con los laureles de mi Entusiasmo y las rosas opulentas de mi Admiración...

no;

mi Francia, la Francia de mis amores, de mis entusiasmos, de mis admiraciones, quedó sepultada en la catástrofe, bajo la selva de laureles que crece sobre la tumba de los Héroes muertos a la sombra de las banderas de la República Radical, la República de Hugo, de Baudin, de Blanc, de Combes, a la cual los reaccionarios de la Victoria han vuelto tan miserablemente la espalda;

esa Francia ha muerto...

dejadme llevar su duelo...

… … … … … … … … … … … … …

… … … … … … … … … … … … …

Vosotros, los que no habíais leído este libro mío, y lo leéis ahora...

no me culpéis, de haber dejado crecer tanto el perímetro de las alas de mi Entusiasmo;

yo, creí en Francia;

y, Francia me engañó...

me estaba reservado este último vencimiento;

¿será ésta la última de mis derrotas?...

hago a mi Orgullo el sacrificio doloroso de incorporar este libro a la Colección Definitiva de mis Obras Completas , porque no podía faltar en ellas...

quede ahí como un estandarte vencido, pisoteado por la Victoria.

 

Vargas Vila.

 

1921.

PRÓLOGO

Estas páginas parecen guardar aún el estremecimiento de angustia que agitaba el Mundo, en las horas trágicas en que ellas fueron escritas;

son como un eco del clamor sin esperanza, que se alzaba del corazón de los hombres, ante las alas abiertas de la Muerte, que empezaba a aparecer victoriosa, surgiendo del corazón de las tinieblas, violadas por la mano del Destino;

abyssus abyssum invocat;

el abismo llamaba al abismo, y los bárbaros despertados a esa voz, aparecían en el horizonte, en masas compactas, dispuestos a exterminar la Civilización que so había alzado hasta entonces, como un muro, entre ellos y sus sueños imposibles;

el suplicio del mundo civilizado, comenzaba con las tristezas de una lenta agonía, y las imprecaciones del Dolor tenían la magnificencia de gritos divinos, escapados al corazón de los dioses vencidos;

la hora era de la Barbarie, que exterminando la Piedad, ordenaba al corazón de los hombres la renunciación absoluta a toda forma del Amor humano;

ella aparecía, armipotente y solitaria, con su aureola de Brutalidad Vencedora, sobre el cúmulo de cenizas que sembraba, y entre el rebaño aterrorizado de pueblos que mutilaba o que vencía;

las entrañas del Tetragrámmaton, que desde los tiempos de Moisés parecía sepultado bajo las ruinas del Templo, se habían abierto, y de ellas habían saltado los siete tigres de la Visión, famélicos y caracoleantes, dispuestos a lanzarse sobre el Mundo y devorarlo;

la hora de la Abominación había llegado, y los pueblos se preparaban a apurarla, desgarrando los pezones mismos que le brindaban esa leche de sacrificio y de lamentaciones;

el Sinaí, no humeaba ya en los horizontes remotos de la Tradición, porque toda Ley, divina o humana, había dejado de existir;

no había sino la Fuerza;

la Fuerza, que subía y subía, en una marea devastadora, ante la Soledad que parecía apartarse para decirle:

adveniat regnum tuum...

tu Reino ha llegado...

la cima de la Esperanza había desaparecido en la tempestad, con sus celajes puros y tiernos, tan queridos a los ojos soñadores de los contemplativos;

la Tierra había bebido sangre, y parecía que temblaba ebria de ella;

la caricia de esa Tierra ya no era maternal, era una caricia de brutalidad salvaje, como de leona hambrienta que devora sus cachorros;

las fauces de los valles y de las montañas, se abrían esplinéticas y desmesuradas, para devorar su cosecha de cadáveres;

la tristeza cuasi paradojal de los paisajes, era un reflejo de la consternación trágica de las almas, en esa hora en que la dulce y bella Francia, alma parens de la Civilización, se sentía profanada por las hordas de Arminio, que venían enloquecidas sobre ella, no habiendo perdido de su antigua barbarie sino sus cabelleras lujuriantes, prendidas en las selvas de la Historia;

yo sentía el rumor de la ola infecta llegar hasta mi soledad, y escuchaba el relincho de los caballos de Atila, impacientes de apagar su sed en las linfas del Sena, que empezaban a hacerse rojas, como las mejillas de una virgen abofeteada;

fué en esas horas de angustia y de desolación, privadas de toda serenidad, que escribí las primeras de estas páginas, cuando la sombra de los bárbaros se alzaba tan poderosa, que hacía casi la Noche sobre los pueblos que cubría, y es natural, que ellas tengan la palpitación de cólera y de horror, que agitó la hora incierta y trágica en que fueron escritas;

lejos está de ellas, toda serenidad clásica, que habría sido una complicidad traidora con las fuerzas devastatrices que asolaban y deshonraban la Tierra;

continuadas fueron luego, casi día a día, como un Memorándum, febricitante, bajo la avalancha de hechos luctuosos o triunfales que hacían temblar el Mundo;

los millones de almas habituadas a leerme más allá del Mar, me pedían orientaciones en esa hora definitiva;

su voz, llegaba hasta mí como un reclamo imperativo;

y, yo sentía que tenía el deber de orientar muchas almas, y de que mis palabras fueran como las Abejas nómadas de Tesalia, que vuelan de cara al sol, felices de colgar sus colmenas a la sombra de un laurel;

y, entonces, como siempre, en las horas significativas de mi vida, embracé mi escudo, Némesis, mi Revista Personal, aquella desde la cual digo al Mundo mis acres decires de Justicia y de Verdad;

la hora era caliginosa, y el calor de la borrasca fundió el escudo;

la atmósfera apagó el meteoro.

Némesis, no pudo vivir;

yo no sé escribir a la sombra de una espada;

entonces me refugié en el Silencio, y escribí en sus lentas horas de angustia las otras páginas de este libro;

en ellas, está mi alma entera, crucificada como el alma del Mundo, bajo el pálido cielo de la angustia;

los hechos de la Política y los de la Diplomacia, ocupan todo este libro;

los hechos y las narraciones de la guerra, están ausentes de él;

escritor político, pensador solitario, dado al estudio asiduo de los problemas de la Diplomacia y de la Historia, yo no podía escribir, y no he escrito, sino sobre las cosas que conozco;

yo no soy un cronista militar;

en la epopeya portentosa del momento, sólo a Francia le ha sido dado ostentar ante el mundo el orgullo de tener una Legión de Voluntarios extranjeros;

sólo Francia, tiene voluntarios que vienen a combatir por ella, y a morir por ella;

ningún otro país los tiene;

¡realidad turbadora y desconcertante!...

Inglaterra, tiene mercenarios.

Rusia, tiene siervos.

Alemania, tiene esclavos;

sólo Francia, tiene voluntarios;

porque Francia es: la Libertad;

por eso soy yo un Voluntario de la Francia; un Voluntario que combate armado con su pluma;

¿qué otra cosa podría yo ofrecerle, si es la sola cosa que poseo?

el acero de una pluma, vale tanto como el acero de una espada;

pero, sus victorias, son más sonoras, van más lejos, ellas rompen el silencio expectante y degüellan la Mentira en presencia de sus coribantes vencidos, que aspiraban a hacer de esas alas membranosas abiertas sobre el Mundo, un palio de tinieblas caóticas, que impidieran para siempre al Sol de la Verdad llegar hasta él;

yo soy el Voluntario Idealista, que combate libre y solo, sin gajes y sin consigna;

soy el Voluntario de la Libertad, que puede decir a la Francia, mostrándole las manos que la defienden: «estas manos que combaten por ti, puras están de tus dádivas; estas manos no sólo no han solicitado tus mercedes, sino que las habrían rechazado»;

a las causas que defiendo, yo puedo sacrificarles hasta mi Vida, no les sacrifico nunca mi Honor;

mi pluma no es sobornable por nada, ni siquiera por la Gloria;

comienzo a envejecer en los limbos de una austeridad sin compensaciones y sin mancillas;

desciendo la colina crepuscular que lleva hacia la tumba, no llevando en mi soledad sino el orgullo de mis manos incontaminadas, vírgenes de toda venalidad, unas manos tan puras, que cuando las extiendo para sostener mi cabeza fatigada y solitaria, siento que hacen sobre ella un halo de pureza, semejante a un resplandor de aurora;

estas manos, que cuarenta años de combates no han manchado con el oro del soborno, defienden hoy la Francia, con el mismo desinterés con que durante cuarenta años han defendido la Libertad;

contra todos, y contra todo;

sin pedirle nada;

sin aceptarle nada;

mi libro, es el óbolo que yo doy a la gloria de la Francia; es decir, a la Gloria del Mundo;

la Francia, no puede darme nada, ni siquiera el Óbolo de la Gloria...;

llegaría tarde para eso;

otros mundos y otros pueblos me lo han dado.

*

 

Cuanto en este libro dije, cumplido fué;

yo anuncié en Profética, la venida de la Guerra, y la Guerra vino;

yo hablé de Las Frágiles Victorias, cuando la Francia temblaba bajo los cascos de los caballos teutones que venían vencedores sobre París, y frágiles fueron esas victorias, y las hordas de bárbaros empenachados se rompieron en las riberas del Marne;

yo escribí Las Águilas de Dios, y las águilas retrocedieron con las alas exangües, sin que un soplo de Victoria les permitiera remontar el vuelo;

yo dije en Rule Britannia, el peripleo que el Egoísmo británico había recorrido en el Mundo, y las últimas etapas de ese peripleo cruel, fueron la retirada de los Dardanelos, y la aventura de Macedonia, que removió en su tumba los huesos de Jenofonte, y puso otra vez en pie el fantasma de los Diez Mil, fugitivos hacia el Mar;

yo predije en Pro Alma Mater, la actitud equívoca y falaz de Bulgaria y de Grecia, y estos sultanatos semibárbaros, me dieron la razón;

en Borgia-Lutero, denuncié al Mundo la Duplicidad papal, innoblemente enmascarada de Piedad, y esta abyecta Duplicidad, encarnada en la paloma pérfida de la Paz, que no fué sino un milano disfrazado, escapándose todos los días del Vaticano hacia Berlín, en un vuelo de aleve complicidad, sin volver a mirar siquiera hacia las tierras de Armenia, en donde morían los cristianos bajo el alfanje musulmán, sobre el cual la equívoca sonrisa pontifical se extendía como un Arco Iris de Perfidia;

en Vencidos-Humillados, dije lo que nadie dudar podía: que los mercaderes de Wáshington, venderían al peso y cobrarían en oro, los muertos del Lusitania;

y, los descendientes de Shylock, me dieron la razón;

con la voladura del Ancona, ¿no presenciamos el mismo repugnante espectáculo?

los mercaderes de cadáveres vendieron sus muertos en pública subasta, intimidando a Austria, para hacer subir el precio de su lúgubre mercancía;

cantó, Libera Italia Gloriosa, y las águilas sabaudas, revolcaron las águilas austríacas, maculando con su sangre las nieves vírgenes del Isonzo;

cuando dije el Surge et Ambula, sobre el lecho del Rey Constantino de Grecia restablecido, anuncié el golpe de Estado, que el Pretorianismo Real iba a ensayar sobre las ruinas del Gran Cretense, momentáneamente vuelto al Poder;

y, el golpe de Estado, fué dado; y, los genízaros epirotas, en sus trajes de bailarinas, saludaron la disolución de la Cámara, besaron la espada real que hacía pedazos la Constitución, y celebraron las victorias búlgaras sobre un pueblo hermano, al cual los ligaba un Tratado de Honor; refugiados en los sofismas de la Cobardía, ya no supieron sino temblar, felices de ser de nuevo una Satrapía Bizantina, bajo el azote de un amo absoluto, feudatario a su vez de otro amo que lo hacia palidecer de miedo, al solo fruncir de sus cejas imperiales;

las predicciones de mi Panlatinismo, fueron todas cumplidas y superadas, en el bochornoso espectáculo de la Conferencia Financiera Panamericana de Wáshington, donde un coro de financistas, de rodillas, fatigaron la elocuencia del cohecho, haciendo la apología de la Doctrina de Monroe, agitando aquel harapo de piratas, como una bandera de pacíficas conquistas, sobre el Continente Meridional, que, al oírlos, vaciló entre la cólera y el desdén, no sabiendo qué hacer, si sonreír o indignarse, ante el entusiasmo estipendiado, de aquellos áulicos del Despojo;

uno por uno, todos los capítulos de mi libro, recibieron su confirmación de las manos equitativas del tiempo, y de los labios incorruptibles de los acontecimientos.

*

 

Me he limitado en este volumen, a publicar el Itinerario de mi Pensamiento en ese primer año de la Guerra, muy triste de que mi pluma haya tenido que escribir después de ese año, muchas páginas más;

la Barbarie Teutona, continúa en trazar su vergonzosa Odisea en caracteres inenarrables, sobre los muros de las ciudades que reduce a cenizas, y sobre los campos yermos, que el brazo de sus asesinos convierte en un cementerio ilimitado;

y, es necesario escribir esta Odisea de la Devastación;

el éxodo de los bárbaros hacia el Oriente, abre nuevos horizontes a sus depredaciones, y las hordas de los hunos reviven sus victorias, sobre los mismos campos donde la espada de Aétius las cortó en pedazos;

la Civilización y la Libertad, vencidas en la península trágica, de donde partió Alejandro a la Conquista del Mundo, tardarán en reponerse de la herida que la espada del siniestro Apóstata de Bulgaria, hizo en el cráneo de la Diplomacia Occidental, vetusta y testaruda;

la talla de este Juliano sin genio, es tan baja, que cualquiera que sea la postura que ensaye, quedará siempre por debajo de su Crimen;

la Civilización tiene que enrojecer de haber encontrado en su camino hacia el Oriente, hombres como Fernando de Bulgaria y Constantino de Grecia;

el mundo occidental que los hizo reyes, no los envileció bastante coronándolos, es necesario que un día él se envilezca a su turno, castigándolos; cortándoles de un solo tajo la cabeza y la corona;

no se alcanzan a divisar aún, los horizontes de la Victoria, tras de los altos cerros formados de cadáveres;

pero ella vendrá; ella vendrá para coronar la Libertad, y fundar de nuevo la Civilización destruida por los bárbaros;

envuelto en el Silencio, yo escribo día a día, las etapas de esa aurora;

mi alma ardiente de solitario, que ninguna otra visión perturba, ve ya los lincamientos del Gran Día, diseñarse sobre el esplendor de los horizontes lejanos;

todo el mundo civilizado y libre, se siente iluminado por los rayos de esa Fe, como por los rayos de un mismo sol;

como Juan el solitario de la Tebaida, a quien mensajeros desconocidos anunciaron la victoria de Teodosio, yo envuelto en mi soledad, que ha llegado a hacerse desmesurada, espero el día glorioso en que los ecos de los clarines enloquecidos, vengan a anunciarme la Victoria de la Libertad, que hoy me complazco en prever y en anunciar a un mundo, en donde sólo los cobardes tienen el aire de dudar de ella;

yo veo llegar ya las claridades de aquel día, en que, sobre las ruinas de su Imperio destruído por el rayo, el Emperador Teutón, con la espada del Mundo Vencedor sobre su garganta cancerosa, escupa con su alma su coraje, para decir, parodiando a un gran vencido: ¡ Venciste, Galo !...

¡Salve al Galo Vencedor!

 

Vargas Vila.

Profética 3

Paris, junio 1.° 1914.

 

Uno como soplo de pavor pasa sobre la tierra estremecida, y bajo los altos cielos, que parecen palidecer en una mortal angustia;

de los cuatro puntos del horizonte, el simbolismo profético de todas las anunciaciones, avanza cargado de presagios siniestros...

murmullos confusos, prontos a convertirse en grandes alaridos, llegan, como si se oyesen en la noche gritos de una mar muy lejana, donde lloraran todos los naufragios...

la hora es del Pavor...

hora obsesionante, llena de presentimientos obscuros, que dicen cosas muy tristes al corazón azorado de los hombres...

hay en la atmósfera asfixiante, una opresión malsana que viene de la adivinación confusa de las catástrofes, de su inevitable presencia, a cada hora más cercana y más terrible;

se diría, que se siente caminar en las tinieblas, agitadas ellas también de un insondable espanto—el dios del Exterminio que avanza sobre la Tierra...

hay una quietud expectante, símil a la que envuelve la selva antes de estallar la tempestad...

esa hora en que parece que el corazón de la Montaña deja de palpitar;

que los arroyos moderan su ruido, como temerosos de provocar las cóleras del gran cielo irascible, que hace visajes huraños, sobre el cristal de sus aguas vírgenes;

que los torrentes, parecen como detenidos sobre las peñas, por manos invisibles;

y, los grandes ríos, ocultan en la niebla, el caudal de sus aguas, como temerosos de denunciarse a las alas de la Tormenta que empieza ya a azotar la sagrada desnudez de las cimas pensativas...

hora en que el ruido leve de una hoja, basta para hacer alzar al tigre la cabeza somnolienta, y hacer al pájaro, plegar las alas medrosas dentro del nido...

hora en que las grandes serpientes, se ocultan miedosas entre el follaje, como si temiesen ser vistas y fulminadas, por el ojo invisible de la Tempestad, que va a asolar la selva;

y, los insectos inmovilizan sus antenas, como temerosos de atraer con ellas el furor del rayo, que caracolea ya, sobre las crestas lejanas, cabalgando en los lomos del Huracán.

… … … … … … … … … … … … … …