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Compilación de ensayos de historiadores holguineros presentados en XXIII Congreso Nacional de Historia, 2019. Variedad temática y nuevas visiones sobre el componente aborigen, la fundación del pueblo de Holguín, el pensamiento en sus diversas corrientes en una de las etapas más críticas de la formación nacional cubana. Se expone una dimensión humana de figuras cumbres de nuestro devenir histórico, poco tratadas. En su conjunto los trabajos constituyen un estímulo al estudio y comprensión de la historia patria, y muestran la fuerza transformadora de la Revolución cubana en uno de los territorios de mayor complejidad del país.
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Seitenzahl: 465
Veröffentlichungsjahr: 2025
El presente volumen le propone una muestra del quehacer de la Ciencia Histórica en el territorio holguinero. Su pluralidad temática es, por sí sola, una invitación al conocimiento de las nuevas visiones obtenidas como fruto de estudios exhaustivos. El proceso de formaciones nacionales y el Estado nación, el pensamiento generado por intelectuales y políticos de diversas posiciones, la evolución económica de la sociedad criolla, y las luchas por la independencia y liberación nacional en Cuba, son, entre otros asuntos relevantes, parte de este libro, que enriquece la serie Comprender la historia. Varias firmas, varios temas, pero el objetivo final de cada autor es motivar al lector a participar en cada contenido, valorando los grandes momentos y figuras junto a los aspectos más complejos y menos conocidos de nuestra historia.
Colectivo de autores
Compilación
Mayra San Miguel Aguilar
Holguín, 2024
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Edición: Irela Casañas Hijuelos
Diseño y composición: Rebeca Pantoja Álvarez
Corrección: Moisés Mayán Fernández
Primera edición digital (PDF), 2022
© Colectivo de autores, 2022
© Sobre la presente edición:
Editorial La Mezquita, 2024
ISBN 9789597200758 (ePub)
LA MEZQUITA
calle Maceo no. 108,
entre Agramonte y Arias,
ciudad de Holguín
Holguín (80100) CUBA
E-mail: [email protected]
Teléfono: 24472052
El presente volumen confirma la pertinencia de abrir la serie Comprender la Historia. Visión múltiple desde Holguín, suscrito porel sello editorial La Mezquita, de la Unión de Historiadores de Cuba con sede en Holguín. Esta tercera entrega agrupa los resultados de proyectos investigativos de historiadores holguineros presentados en el XXIII Congreso Nacional de Historia, celebrado en la ciudad de Bayamo, Granma, del 15 al 17 de abril de 2019. La mayor cantidad de ponencias aprobadas a la filial holguinera desde su fundación, para un encuentro de este nivel.
Como parte de las actividades por el Bicentenario del natalicio de Carlos Manuel de Céspedes y el 60 aniversario del triunfo de la Revolución cubana se desarrolló el encuentro científico más importante de este gremio en Cuba. En consecuencia, la convocatoria recogió como líneas temáticas:
• El proceso de formación de los Estados nacionales. El Estado nación. • Las luchas por la independencia y liberación nacional en Cuba entre 1868 y 1958. • Problemas teóricos y metodológicos de la investigación y la enseñanza de la Historia. • Revolución cubana: procesos culturales, relaciones internacionales e internacionalismo.Si bien la selección realizada distingue las fortalezas, también alerta sobre aspectos necesitados de mayor intencionalidad. Pues, la mayoría de los trabajos responden a las dos primeras líneas convocadas. En el conjunto presentado destaca la procedencia predominante del municipio cabecera asentado en dos focos, la Universidad de Holguín y el sector de la Cultura, en particular, de la Oficina de Monumentos y Sitios Históricos. La hondura de las exposiciones y valoraciones se encuentra validada en la adecuada utilización de las fuentes, métodos y perspectivas.
El proceso de formación de los Estados nacionales. El Estado nación es ampliamente tratado, tributan a esta temática estudios sobre el componente aborigen y sus remanentes indios, presentados desde la región de Sagua de Tánamo y la existencia de una familia india en el Holguín colonial. También se expone una polémica tesis sobre la fundación criolla del pueblo holguinero.
Lo económico en el proceso nacional, durante los siglos XVIII y XIX en la isla de Cuba, está presente en la valoración del accionar de las órdenes religiosas en el espacio rural, como consecuencia directa del crecimiento económico y demográfico de la sociedad criolla, lo cual nos permite comprender el grado de participación de la Iglesia en la sociedad colonial. Asimismo se expone desde el desarrollo histórico e historiográfico, la pervivencia y funcionalidad de las estructuras económicas no plantacionistas en la primera mitad del siglo XIX, momento cumbre del proceso de formación nacional cubano, cuando se instauraba la plantación esclavista como modelo de desarrollo socio-económico.
El aporte del pensamiento generado por intelectuales y políticos de diversas posiciones, corrientes filosóficas y dimensiones humanas, durante una de las etapas más críticas de la formación nacional cubana, se aprecia en trabajos enjundiosos como los dedicados a controversiales figuras como Alberto Lamar Schweyer frente al debate nacional y Cosme de la Torriente y Peraza en su labor diplomática por el derecho Internacional, a la larga, representantes del pensamiento oligárquico. Pero además, el destinado a Jesús Castellanos, quien se mostró como heredero e integrador de lo más puro de la tradición de la filosofía electiva, considerado portador de un electivismo crítico, afincado en la realidad nacional. En esta cuerda, se analizan las principales expresiones del pensamiento antinjerencista cubano, a través de la revista Cuba Contemporánea, esencial tribuna literaria hasta la tercera década republicana.
Las luchas por la independencia y liberación nacional en Cuba entre 1868 y 1958, están representadas por estudios que revelan análisis novedosos y sistematizadores sobre temas, algunos de ellos, aparentemente trillados por la historiografía nacional. Tal es el caso de las valoraciones sobre la figura de Carlos Manuel de Céspedes, el contexto, las actuaciones individuales y colectivas que se movieron alrededor de las muchas ascensiones y destituciones del Padre de la Patria. La visión martiana sobre el federalismo, despojada de todo dogmatismo, nos presenta una arista del pensamiento martiano poco explorado, y lo descubre a partir de las reflexiones martianas expuestas en sus escritos tempranos hasta la madurez del análisis de la confederación americana. Otro trabajo devela la especial conexión ideológica que se estableció entre Calixto García Íñiguez y su ayudante Cosme de la Torriente y Peraza, así como la posición de ambos ante cruciales acontecimientos ocurridos en 1898, como la intervención imperialista y los vaivenes del pensamiento republicano cubano dentro del mambisado. La figura de Calixto y la actuación de holguineros en la guerra del 95, aparecen ubicados en la jerarquía histórica que merecen, a partir de la crítica historiográfica a la obra Revolución, hegemonía y poder. Cuba 1895-1898, un ejercicio intelectual poco frecuente en nuestro ámbito.
De la etapa de lucha definitiva por la liberación se muestra una valoración del MR-26-7 en la provincia de Holguín en su integralidad, a través de su proceso fundacional, con sus antecedentes y desarrollo hasta 1958, composición social, características territoriales y principales acciones.
Los aportes referidos a los problemas teóricos y metodológicos de la investigación histórica y la enseñanza de la Historia, tienen su expresión en propuestas metodológicas que buscan estimular el interés por la historia Patria, con ello elevar la comprensión de procesos y hechos por parte de estudiantes de la educación superior. En esta dirección aparecen trabajos sobre el acercamiento a la lucha insurreccional en el Cuarto Frente Oriental a través de la producción historiográfica local. Una selección de documentos históricos sobre la diplomacia cubana republicana entre 1902 y 1958, busca despojar la parcialidad en su tratamiento. De particular interés resulta la propuesta de una alternativa holística en la educación superior, frente al desmontaje de la Historia de Cuba, que contribuye a esclarecer las premisas de esta estrategia imperialista y reforzar valores identitarios en los educandos.
Por último, en la temática la Revolución cubana: procesos culturales, relaciones internacionales e internacionalismo, aparece reflejada la labor de los museólogos holguineros en la consolidación del sistema de museos de la provincia, a partir de testimonios de un grupo de especialistas que han realizado aportes sustanciales a la ciencia museológica, desde la misma formación de los museos municipales hasta la segunda década del siglo XXI.
Sin duda, estamos frente a un conjunto revelador del quehacer de la Ciencia Histórica en el territorio, expresivos de innegables aportes a la historiografía local y nacional. Por ello, es acertado servir de vehículo socializador de los presentes resultados de investigación, siempre, con el respeto a los criterios expuestos por los autores, y la legítima intención de comprender y hacer comprender la historia.
LA MEZQUITA, 2021
Gerardo Muñoz Aguirre
El tema “Evidencias de las culturas aborígenes en Sagua de Tánamo”, tiene como punto de partida la búsqueda documental en los fondos de la parroquia de la Santísima Trinidad y en el Registro Civil del municipio. Con la idea inicial del tema “Remanentes aborígenes en la población de Sagua de Tánamo”, el avance de la investigación nos permitió un mayor nivel de información y el acopio de otras fuentes bibliográficas y orales, considerando la idea de un trabajo más amplio, que permitiera mostrar las evidencias de la población indocubana en la historia y la cultura de Sagua de Tánamo,con la expectativa patrimonial de despertar la sensibilidad de especialistas para una investigación arqueológica en este espacio del nordeste holguinero.
Los cronistas de Indias legaron significativas páginas a la historia y la cultura de los pueblos de América. Para Cuba el Diario de navegación de Cristóbal Colón continúa haciendo aportes necesarios. Detenidos en el primer viaje de navegación en el nordeste holguinero, apreciamos que el contacto de los europeos con los aborígenes dejó un grupo de evidencias muy necesarias a estimar, porque marcan el momento de choque e intercambio entre las dos culturas y el inicio del largo proceso de colonización.
El jueves 15 de noviembre de 1492, segundo día de Colón en la bahía de Tánamo, o Mar de Nuestra Señora —como él la bautizara—, sale en las barcas a explorar las islas existentes, percatándose de que “[...] algunas dellas eran labradas de las raices de que hacen su pan los indios [...]”.1 Con independencia de que es la primera vez que Colón hace referencia a la yuca en su diario, lo más interesante es que se refiere a su cultivo, dando a conocer la existencia de aborígenes agricultores en el territorio, una de las categorías en que el doctor José Manuel Guarch del Monte subdividió culturalmente a nuestros primeros pobladores. Con ello Colón da una visión preliminar de dichos habitantes primitivos, ubicándolos entre los más desarrollados (agricultores). Y le da una mayor dimensión a la imagen, al decir que “[...] y halló haber encendido fuego en algunos lugares: […] gente había alguna y huyeron [...]”.2
Es decir, además de la yuca que cultivaban para su alimentación los nativos, el fuego visto indica que lo usaban para cocer su pan, (el casabe), a pesar de que huyeran los moradores ante la presencia de los europeos. El miércoles 14 en elogio de la naturaleza del lugar, se había referido Colón a la fertilidad de sus tierras, corroborándolo el sábado 17 de noviembre de la forma siguiente “[...] y fue a ver las islas que no había visto por la banda del Sudueste: y vido muchas otras y muy fértiles”. 3
Tan apreciadas fueron las condiciones para la existencia de la población aborigen en los predios formados por los cayos de la bahía, que el propio sábado 17 de noviembre, dos de los indios, que traía consigo desde Gibara, se dieron a la fuga, hecho reflejado en la crónica de aquel momento de la siguiente manera: “Este dia, de seis mancebos que tomó en río de Mares que mandó que fuesen en la carabela Niña, se huyeron los dos más viejos”,4 lo que constituye la primera manifestación de rebeldía que encontrara Colón en Cuba y que simboliza un punto de vista diferente, el rechazo al encuentro y la colonización, que, por supuesto, marcaba el inicio de la extinción de sus congéneres. De tal manera, en dichas crónicas quedan registradas las primeras huellas prehispánicas en Sagua de Tánamo, corroboradas con la osamenta de un cuerpo presumiblemente aborigen encontrado por el médico devenido historiador y arqueólogo Ghiraldo Jiménez Rivery, en la década de 1930, en las arenas de playa de Mejías, en el propio litoral norte.
La búsqueda constante de posibles evidencias aborígenes en distintas fuentes nos permitió acceder al mapa de José María de la Torre, fechado en 1841, fundamentado por diferentes autores, y publicado, entre otros, por Fernando Portuondo en su Historia de Cuba (1975). En este vemos que Baracoa y Maisí aparecen en el nordeste, y corrido al Oeste, aparece el cacicazgo de Sagua, limitando en su extremo izquierdo con otro cacicazgo, el de Barajagua, que topa al Sur con el de Bayaquitirí, el cual asume los territorios de Santiago de Cuba y Guantánamo.5
El citado mapa es una reconstrucción del criterio que asumen diferentes autores, donde aparece Sagua de Tánamo como cacicazgo o provincia aborigen, corroborado con la información que ofrece el licenciado Juan Rodríguez Obregón en 1533, existente en los fondos del Archivo Provincial de Santiago de Cuba y que Hortensia Pichardo saca a la luz en Documentos para la Historia de Cuba (1965) refiriendo “Que ha más de diez años que en la provincia de Cagua (Sagua) andaba alzado el indio principal Guamá […]”,6 considero que ello señala la existencia de una población aborigen en este territorio del nordeste holguinero, no explotada desde el punto de vista arqueológico y con la necesidad de un estudio profundo.
La búsqueda en los fondos de la parroquia de la Santísima Trinidad y en el Registro Civil de Sagua de Tánamo nos dio resultados alentadores sobre el período entre 1836 y 1860, donde aparecen familias tales como: la Pérez, Torres, Marrero, Brito, Rodríguez, Hernández, Cárdena, Garlobo y la Ortiz, con raíces aborígenes que constituyen aportes considerables al componente poblacional del territorio.
El 26 de enero de 1836 aparece el español José del Rosario Pérez, natural de Murcia, contrayendo matrimonio en Sagua de Tánamo con Paula María de la Caridad Ávila. Resulta interesante que el padre de este José del Rosario era Damián Pérez, también de Murcia, casado con la india legítima no mestiza Juana Pérez, quien era natural de Baracoa, originándose la genealogía mestiza Pérez Pérez, con el componente étnico aborigen e hispánico.7 Esto no quiere decir que sea el primer caso de cruzamiento con tales componentes étnicos, pero sí el primero registrado hasta el momento. Téngase en cuenta que en este municipio el primer colono asentado es don Pedro Pérez, en 1727, natural de Burgos, Castilla la Vieja, aunque no casado con una descendiente de aborígenes.
El 11 de junio de 1847 fue bautizada Narcisa de la Caridad, nacida el 28 de octubre de 1846, hija natural de la india Agustina Torres.8 En la misma fecha, Manuela Marrero, también india, inscribió y bautizó a María Victoriana Bembenuta, hija natural nacida el 28 de marzo de 1847.9
En el mismo tomo de la parroquia local encontramos al indio nativo Jonás Rodríguez, casado con Dolores Basulto, quienes comparecen en el bautizo de su hija María Josefa Bonifacia, nacida el 14 de mayo de 1848, y originan la genealogía Rodríguez Basulto. Cinco días después se presentaron de nuevo en dicha parroquia para el bautizo de otra hija de ambos, nombrada María Gregoria.10 En la actualidad una parte de sus descendientes presenta rasgos aborígenes fisonómicamente considerables.
Según el folio 90 y vuelta del tomo 1 de bautismos para blancos, en el año 1850 se registra el bautizo de Tomasa de Aquino, hija de la india nativa María Manuela Hernández, caso simbólico por el papel evangelizador de la Iglesia a partir de la población aborigen nativa.
También se reporta el fallecimiento de Rosa Brito, de la raza india, natural de Holguín, casada con Juan Muñoz, (originando la genealogía Muñoz Brito), fallecida el 20 de diciembre de 1852, como resultado de la fuerte epidemia de cólera que azotó el territorio.11
Desde El Cobre, en Santiago de Cuba, el 2 de abril de 1853 se registra, la emigración a Sagua de Tánamo del indio libre Juan Francisco Cárdena, hijo natural de María Magdalena. Aparece contrayendo matrimonio con Rosa María Oquendo, natural de Baracoa,12 ambos con la categoría de inmigrantes internos, creyendo que Rosa María fuera también de la raza india, pues Baracoa ha enriquecido mucho la población de Sagua de Tánamo.
Otra de las genealogías de interés es la Ortiz, apareciendo por primera vez el 4 de agosto de 1855 la india nativa Teófila Ortiz, esposa del catalán Francisco Estol, en el bautizo de su hija legítima Lucila María Bonifacia, nacida el 4 de mayo del mismo año.13 En 1855 se bautiza la niña María Dorotea, nacida el 6 de febrero, hija legítima de don Juan Bautista Ortiz, natural de Bayamo, y de la india María Dolores Garlobo, natural de Jiguaní. José María y Candelaria Benítez fueron sus abuelos por vía paterna; mientras que por la materna lo eran José y Antonia.14
Otro momento fue el 15 de julio de 1860, cuando Antonia Ortiz y su esposo Juan Nepomuceno Pérez, bautizaron a Alejandrina de la Caridad, hija legítima de ambos, participando como padrinos la india Teófila Ortiz y su esposo Francisco Estol,15 acto reforzado por el parentesco de madre a hija entre Antonia y Teófila; información, que permite visibilizar pobladores de la raza india entre los años 1836 y 1855 en Sagua de Tánamo, lo que continuamos estudiando.
Baracoa, Holguín, El Cobre, Jiguaní y Bayamo, son cinco direcciones de indocubanos inmigrantes en Sagua de Tánamo registradas en el siglo XIX, las que muestran un intercambio migratorio interno de la población nativa. En 1836 se registra a la india legítima no mestiza Juana Pérez nativa de Baracoa; en 1852 Rosa Brito de la raza india, natural de Holguín; en 1853 el indio libre Francisco Cárdena, de El Cobre; en 1855 la india María Dolores Garlobo, de Jiguaní, y la india nativa Teófila Ortiz de Bayamo.
Apoyado en las fuentes orales y el análisis de la información disponible, se ha podido ahondar en la genealogía Ortiz, manifestada en tres direcciones principales. Una, la establecida por la india nativa Teófila Ortiz, casada con Francisco Estol, formando la familia Estol Ortiz, de raíces étnicas aborigen e hispánica. La otra se define por la unión de don Juan Bautista Ortiz y la india María Dolores Garlobo, dando origen a la familia Ortiz Garlobo, de cruzamiento aborigen. Y la tercera se da en el matrimonio de Antonia Ortiz y Juan Nepomuceno Pérez, originando la familia Pérez Ortiz, de raíz africana y aborigen.
Los tres casos dan continuidad a sus características étnicas en la población del territorio a través de sus descendientes. El primero se verifica en María Bonifacia; el segundo en María Dorotea y el tercero en Antonia de la Caridad, todos con la condición de hijos legítimos. Comparados con la descendencia de la población esclava, constituye un privilegio, por la limitación en la generalidad de descendientes de esclavos, preferentemente africanos, a llevar la condición de hijos naturales.
El punto de enlace entre la generación de Teófila Ortiz y la generación actual en Sagua de Tánamo, lo constituye Esmeraldo Estol Ortiz, primo en primer grado de Antonia Ortiz, abuela de pobladores actuales con más de ochenta años de edad, que han venido a conformar la familia Prego Ortiz, de tez mestiza, particularidad que en la población actual de Sagua de Tánamo tiene diferentes direcciones genealógicas que enriquecen su población. De ellas la Muñoz Brito, las Torres y Moreno, condicionadas por hijos naturales; también las Cárdena Oquendo, Pérez Pérez, Pérez Ortiz, Ortiz Garlobo, dirección de estudio en la que continuamos profundizando.
Sergio Valdés Bernal en Lengua nacional e identidad cultural del cubano (1984), nos ayuda a conocer que “[…] los indocubanos que entraron en contacto con los conquistadores ibéricos hablaban una misma lengua identificada como aruaca, la que hoy denominamos aruaco insular […]”. 16 A pesar de su extinción ello no impidió que en el habla haya quedado generacionalmente durante seis siglos una persistente huella aborigen. En tal sentido, es de interés continuar prestándole atención a Valdés Bernal, quien apunta que si “[…] la población autóctona desapareció como entidad lingüístico-cultural independiente […] no quiere decir que el aborigen, como tal, se extinguiera rápidamente […]” 17 y acota que “[…] existen evidencias arqueológicas e históricas, documentadas por escrito, respecto de la sobrevivencia hasta mediados del siglo XIX, de indocubanos en regiones aisladas […] o en pueblos creados por los españoles […]” 18 y entonces señala a Guanabacoa y El Caney, pero hay que añadir a Cerros de Yaguajay, en Banes, donde las evidencias encontradas en Chorro de Maíta constituyen un testimonio fidedigno de población nativa junto a elementos europeo, africano, y al hombre mesoamericano, en interesante y complejo proceso de transculturación. En ello es necesario sumar a Sagua de Tánamo, donde junto a su toponimia, las evidencias documentales, etnolingüísticas y materiales visibles denotan la existencia de una población aborigen necesitada de ser estudiada.
Sirven de ejemplos las comunidades denominadas: Los Indios del Sitio, La Caridad del Sitio, El Sitio, Los Indios de Cananova —relacionados geográficamente—, y El Salto del Indio, algo más distante. Además de la localización de cinco asentamientos en las zonas rurales de: San Andrés, La Cruzada, Cayo Grande, Topí y Naranjo Agrio, que constituyen un convite a su estudio arqueológico, y han permitido encontrar a ras del suelo, sin excavación alguna, varias piezas que constituyen evidencias materiales considerables. En Cayo Grande, punto situado en dirección sur a quince kilómetros del centro urbano, fue encontrada la mayor cantidad de piezas. Río abajo, aproximadamente a un kilómetro, está el lugar conocido como El Salto del Indio, separado de La Cruzada por otro lugar de interés: Los Canarreos. De ellos el Museo Municipal atesora hachas petaloides, sumergidores, plomadas, gubias de concha, un mortero, majaderos, esferas líticas, y una macana o destral, además de otra de mayores dimensiones encontrada en El Jobo, producto de la explotación de los bancos de arena en las márgenes del río Sagua, y que fue trasladada al Departamento Provincial de Arqueología de Holguín, también se cuenta con una pieza de cerámica fragmentada que no se ha identificado.
En un acercamiento más amplio a la toponimia encontramos un grupo significativo de vocablos que contribuye a identificar la flora del territorio. Por Aguacate se nombra una comunidad rural ubicada al noreste del municipio, convertida a principios del siglo XX en un asentamiento de inmigrantes hispánicos; La Ayúa, se traduce en La Ayuíta, también asentamiento en la misma dirección. Se incluye la pequeña comunidad Bejuco, asentamiento rural a unos quince kilómetros al sur, próximo al antiguo Camino Real de Guantánamo, voz indígena procedente del aruaco insular, que nos retribuye con la Tumba Francesa de Bejuco, único bien cultural de Sagua de Tánamo y de la provincia Holguín devenido Patrimonio de la Humanidad.
En el mismo sentido lo aborigen sigue apareciendo designando otros asentamientos como: Los Cacao, Canoa, La Caoba, Loma del Cuncuní, aunque su escritura en el aruaco insular es “conconí”, El Copal, y Cojatal, una comunidad suburbana del municipio Frank País, denominada así por la población local, a pesar de que en ciertos medios se le dice Caojetal, pero en realidad su pronunciación y escritura correcta es Cojatal, procedente de la voz indígena cojate, que nombra la planta silvestre en cuyas hojas son muy apetecidas por el ganado en tiempos de sequía. Empleándose además sus semillas para condimentar alimentos, con el uso medicinal de sus raíces.19
En el tránsito por la serranía sagüera continúa apareciendo un grupo de voces del aruaco, convertidas en fitónimos, como: guárano y guácima, plantas muy comunes que a la vez nombran asentamientos rurales. La primera muy usada como cujes para casas de campo o bohíos, ranchos, etcétera. De la segunda, en la artesanía popular se emplea su fibra interior a la corteza para la construcción de finos sombreros y el tejido de cuerdas para diferentes usos, sus semillas se emplean como alimento animal.
Por otra parte, Guagüí es un asentamiento del barrio Miguel, un recodo por donde corre el arroyo del mismo nombre, con un fondo de lomas, que, visto someramente, es un perfecto sitio aborigen. Entre los vocablos que continúan proliferando en la toponimia local tenemos: jobo, planta común que denomina a El Jobo, (dos comunidades) y una tercera, El Jobal. De la majagua, está La Demajagua y Majagual; también El Manajú y Manaca, plantas y comunidades del municipio. El vocablo Majayara, término compuesto por dos voces, también aborígenes: (majá, que además de constituir una especie de la fauna aborigen, nombra un asentamiento rural, mientras que Yara, como se sabe, tiene su historia aborigen). Dos lugares se nombran Majayara, uno en Baracoa y el otro en Sagua de Tánamo.
En cuanto a la ortografía de algunas voces aborígenes, Esteban Pichardo, con su Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, nos introduce en un campo muy interesante, que nos ayuda a entender lo cubano desde su raíz aborigen, camino por el cual ganamos en identidad. En la posible distancia entre lo aborigen y lo cubano media lo hispánico, que inmediatamente al contacto entre las dos culturas, empezó a ejercer presión sobre zonas tan disímiles y susceptibles como el aruaco insular; distancia relativa, al aseverar Esteban Pichardo que las voces “[…] indígenas no se pronuncian ni deben escribirse jamás con: Z, Ce, Ci, ni V, y que si algunos autores peninsulares dijeron CEIBA, CIGUAPA, ZAPOTE, LLAGRUMA, VIVIJAGUA, no fueron exactos en la versión representativa de la Prosodia Americana, confundiéndola con la nativa suya”.20 Entonces, Pichardo pone como ejemplo, en su forma original, el río Sasá, nombrado en los tiempos que corren: Zaza. Y señala, además, la escritura moderna de: seiba, siguapa, sapote, con (s) en vez de (z) y yagruma, bibijagua, con (y) y (b), sustituyendo la doble ele (ll) y la (v), en confirmación de las normas dichas antes. Lo que nos ayuda a entender los cambios que el español o castellano de la conquista empezó a efectuar en el aruaco insular, viéndose todavía en algunos documentos de la época.
Hace referencia Pichardo a otras direcciones y señala la (x) en función de (j) o (s), esclareciéndonos determinadas zonas de interés. Y por su importancia reproducimos lo que expresó: “¿[…] no es presumible que nuestros ríos Saguas de la costa septentrional fuesen Jagua como el magnífico puerto al Sur, lo mismo que el vegetal indígena que se escribían con (x), Xagua?”,21 mostrando con suficientes evidencias, la ambigüedad en el uso de letras como la (x) y la (j), corrompida por mucho tiempo, usándose como (h), en los términos jalar, por halar; hutía, por jutía. Pero véase que terminamos aceptando las formas jutía; jigüe por higüe; jicotea por hicotea, etcétera. Dichos términos del habla nos ayudan a entender nuestro antepasado indígena reciente, que late todavía y anda por muchos parajes de los campos, del nordeste holguinero y en pueblos, como Sagua de Tánamo. Basta con motivar algunas voces longevas y podrán recogerse suficientes ejemplos más.
Otro caso de interés resulta “[…] la sílaba guá […] escrita diversamente en varias vozes con las letras oa, ua, hua, oua […]”.22 Y nos interesa sobremanera, porque dicha sílaba (gua), como la anterior (xa) aparecen contenidas en el topónimo Sagua, proporcionándole inobjetablemente el carácter aborigen, que hace buen tiempo venimos dando a conocer. Y no solamente se pone de manifiesto aquí, sino también en la planta silvestre guao, muy común en los campos y breñas.
En Sagua de Tánamo, penúltimo municipio del nordeste holguinero, las huellas de lo aborigen coexisten con su población actual como expresión de apego cultural. Téngase en cuenta en la agricultura: hacer una tumba, quemar y luego sembrar con una coa, ese palo aguzado en uno de sus extremos; además del uso de la coa para cosechar boniatos y otros cultivos. En la dieta: comer el fruto conocido como chayote; hacer atol —preferentemente de maíz, o de sagú, ambas plantas aborígenes—, etcétera; el ajiaco, con su equivalente actual, la caldosa; comer maíz asado, costumbre también presente en África; así como el calalú de hojas de boniato, calabaza, yuca, yerba mora, etcétera. En el ajuar empleado para vestir téngase en cuenta la enagua, esa prenda hasta hace pocos años fue usada por las mujeres debajo de las sayuelas, nagua, según Fernando Ortiz. Y qué decir de la hamaca, indiscutiblemente voz indígena, esa cama colgante al decir de Esteban Pichardo, o cama colgadiza, de procedencia taína según Ortiz.23
Por último, sin caer en digresiones, menciono algunos vocablos que constituyen evidencias de los indios caribes en Sagua: catauro, ese medio del ajuar campesino con diferentes usos, incluso como batea para lavar ropas; macuto, especie de mochila armada de un saco amarrado por la boca y dos puntos más, en Guantánamo: managüí. La arepa, fritura de maíz, tradicional en la dieta del sagüero; totuma,24 en Sagua, tatuma —cocimiento o tisana con diferentes plantas para combatir el catarro—.
Valdés Bernal dice con claridad que “[…] el mestizaje biológico […] generó el mestizaje cultural, en el cual la cultura y la lengua españolas tuvieron una significativa y avasalladora influencia en todos los órdenes de la vida socioeconómica del país”.25 De ello se desprende que las evidencias expuestas de la toponimia, el habla, el ajuar y las evidencias materiales, denotan en Sagua de Tánamo la presencia indocubana y constituyen parte de su identidad y cultura.
Las cinco direcciones de la población inmigrante interna que confluyen en Sagua de Tánamo; las muestras de los aportes etnolinguísticos al habla popular del territorio, procedentes del aruaco insular y el náhuatl, apoyados en la toponimia local, los fondos documentales y las fuentes orales, han hecho posible el presente resultado, que en tránsito por su primera prueba corrobora que la población aborigen en el territorio no se extinguió realmente de forma violenta y rápida, dejando en el transcurrir del siglo XIX, más acá de la segunda mitad, notables evidencias que ameritan un estudio arqueológico.
1 Cristóbal Colón: Diario de navegación, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1961, p. 93. (En todos los casos se ha mantenido la ortografía original de la fuente citada).
2 Ídem.
3 Ibíd, p. 95.
4 Ídem.
5 Fernando Portuondo: Historia de Cuba, 1492-1898, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1975, p. 65.
6 Hortensia Pichardo: «Rebeldías indias: Guamá», en Documentos para la Historia de Cuba, (Época colonial), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1961, p. 97.
7 Fondo Parroquia de la Santísima Trinidad de Sagua de Tánamo, Libro primero de matrimonios, f. 85.
8 Ibíd, t.1 de bautismos para blancos, f. 4, núm. 9.
9 Ibíd, f. 4, núm. 10.
10 Ibíd, f. 20.
11 Ibíd, t. 1, f. 30.
12 Libro de matrimonios para pardos y morenos (1847 - 1881), F. v. del 40.
13 Ibíd, t. 1.
14 Ibíd, t. 1, f. 135.
15 Ibíd, t. 2, f. 13.
16 Sergio Valdés Bernal: Lengua nacional e identidad cultural del cubano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1998, p. 42.
17 Ibíd, p. 49.
18 Ibíd, pp. 49-50.
19 Esteban Pichardo: Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 172.
20 Esteban Pichardo: ob. cit., p. 19.
21 Ídem.
22 Sergio Valdés Bernal: ob. cit., p. 61.
23 Fernando Ortiz: «Cuba primitiva. Las razas indias», en Cuadernos de historia habanera, Ediciones Boloña, La Habana, 2017, p. 287.
24 Sergio Valdés Bernal: ob. cit., p. 58.
25 Ibíd, pp. 142-143.
Yadira Rojas Espinosa
El tema del indio y su inserción en un ambiente colonial se ha estado debatiendo desde el siglo XIX con los muy puntuales trabajos antropológicos del español Miguel Rodríguez Ferrer, y luego, los estudios de Luis Montané, figura principal de la Sociedad Antropológica, quienes recorrieron la zona occidental y oriental del país, descubriendo huellas del indocubano. Pero, fue en la primera mitad del siglo xx que la presencia del indio y sus remanentes en nuestras tierras luego de la colonización, comenzó a investigarse desde diversos enfoques.
Podemos mencionar las importantes publicaciones en la Revista de Arqueología y Etnología, en la década del cincuenta, que, con los trabajos: “El interesantísimo período de transculturación indo hispánica en Cuba”, y “Los indios en los primeros municipios cubanos”,26los que, junto a los artículosde José Agustín García Castañeda, abrieron el debate sobre la importante etapa de interacción. El trabajo de Felipe Pichardo Moya “Los Indios de Cuba en sus tiempos históricos”,27 destaca entre otros porque se acerca con una visión histórica documental a la existencia de estos grupos humanos en las villas de Cuba, y reclama a los que escribían la historia la invisibilidad del indio para estos, hasta ese momento.
Ya desde la década del treinta del siglo pasado la historiografía regional viene elaborando un acucioso estudio de los sitios holguineros donde ambas partes, indios y españoles, conviven de forma pacífica, consideraciones que se divulgan en los distintos boletines del Museo García Feria.28
En 1987 el historiador José Vega Suñol publica un estudio cuantitativo29 de las personas asentadas en los archivos parroquiales de esta ciudad. Utilizando las actas de bautizos, matrimonios y entierros, el investigador logra definir la filiación étnica de estos residentes en Holguín, incluso su procedencia. La estadística que resultó de esta investigación sirvió para ahondar en la participación de estos individuos en condición de indios, en la conformación del pueblo. A pesar de su importancia la temática continúa cargando con dificultades en cuanto a la terminología: los vocablos aborigen e indio se utilizan de igual modo para referirse al individuo que vive en la isla luego de la colonización. En la actualidad se esclarece que el término “indio” es una categoría colonial y estaba bien reconocido en la época, designaba a los descendientes de indígenas, particularmente a los de la población original de Cuba, pero también a los que entraron en las nuevas dinámicas de manejo poblacional colonial.30
Los intentos para explicar la presencia de los indios en la parte norte de la villa bayamesa durante los siglos XVII y XVIII, llegando hasta el XIX, han llevado a los historiadores31 a elaborar una cronología o fases que tienen como inicio la aldea aborigen, establecida en El Yayal, le sigue un pueblo de indios, herencia de una encomienda en el lugar, propia de la colonización. Pasando por el establecimiento de un pueblo criollo, luego del traslado en 1545 del hato. Este período lo delimitan en dos momentos que incluyen una población mestiza y más tarde un pueblo español. Resulta un acercamiento que hemos querido tomar en cuenta porque describe un proceso natural en el desarrollo colonial de la región, en el que la parte india se inserta en el devenir económico social y cultural, contribuyendo desde su espacio a la conformación de la nacionalidad.
Una decena de sitios arqueológicos estudiados reportan la presencia de cerámicas de barro, este tipo de evidencia arqueológica temprana se caracteriza por tener una manufactura criolla. Cientos de fragmentos de vasijas y materiales de barro, ubicados en espacios vinculados con haciendas ganaderas del siglo XVII, se encuentran ligados a individuos mestizos. La aparición de una cerámica de barro oscura con muestras de haber sido confeccionadas con la técnica del acordelado, y otras piezas de mayor tamaño, conocidas como las “botijas de la tierra”, ocurre en cada excavación, lo que determina dos tipos de manufacturas, que, aunque criollas, son distintas en su técnica por la ausencia, o presencia del torno.32
El estudio del sitio arqueológico Las Guazumas confirmó la ubicación de un espacio que fungió como enclave productivo y eclesiástico, poblado donde se inserta el indio como trabajador, además brindó la interpretación y lectura de un espacio rural, en estrecha relación con la historia del pueblo de Holguín.
La integración de varias fuentes, entre las que se destacan las investigaciones arqueológicas, los protocolos notariales, el censo de 1735 y el padrón de 1775. Este último contabiliza la existencia de 137 indios en la jurisdicción,33 dentro de su contribución nos ofrece nombres y apellidos de estas personas. Elementos que hemos utilizado como guía para contrastar otras fuentes, y realizar un estudio de caso, donde la familia india Diéguez, aunque protagonista, enlaza dentro de su organización social otras familias en igual condición, como los Sánchez, Cabrera, Escalona, y Ramírez.
La experimentación de entornos naturales ubicados geográficamente en zonas que, aún quedaban libres al otro lado del Cauto, y ofrecieron mejores tierras para la explotación ganadera como actividad económica en auge durante el siglo XVII, marcó el inicio del proceso de apropiación de la extensa parte norte de la villa bayamesa.
En 1709 la fundación de un curato, a petición de María de las Nieves Leyte Rodríguez, se proyecta principalmente por su importancia eclesiástica para la integración de los indios a los preceptos cristianos, y como fuerza laboral, pero además es un modo, de quizás comenzar a oficializar una comarca que ya se venía estableciendo, pues según informes de la época:
[…] últimamente solo en varios despachos de los alcaldes y a pedimento de los párrocos, se nombran comisionados que entrasen a sacar para el cumplimiento de la iglesia a los indios que introducidos en los expresados terrenos del norte, que se le había asignado y no llevaban tal obligación. Esta providencia anual de los alcaldes cesó con motivo de haber fundado María de Las Nieves Leyte Rodríguez de Aldana en su hato, una iglesia que erigida en curato y donde ocurrían los indios de aquella parte norte a cumplir con sus deberes cristianos, haciendo allí sus paraje, primer cimiento de lo que es hoy la ciudad.34
Existe una imprescindible realidad colonial, que instituía la oficialidad de un pueblo, en instituciones puramente jurídicas y eclesiásticas, o sea, la creación de una iglesia o la instauración de un cabildo. En este caso, el documento habla de la necesidad cristiana de instruir a los indios en los caminos de la fe católica, para así ejercer mayor control en un área donde el número de ellos era significativo. Por tanto, comenzaban a formar parte de una maniobra colonial, como camuflaje para una actitud ideológica.
Los estudios más recientes en diferentes sitios arqueológicos, vinculados a espacios de ocupación colonial, centrados en la hacienda ganadera como enclave productivo, confirman la presencia del indio como protagonista dentro del universo laboral. Tal es el caso de Francisco Javier Sánchez, mayoral en la hacienda Ingenio Viejo, también en la hacienda Algodones, donde residía con su familia, y tenía a cargo alrededor de cuatrocientas reses. Eugenio Sánchez, propietario de la hacienda Santa Ana, con cinco vacas de leche y otras que las han sacado a pastar a otro sitio. María Jumo propietaria de una estancia en el ejido, ubicada en las márgenes del río Matamoros, paraje de referencia en el plano de 1752. León Cabrera que en su pedazo de tierra, dentro del ejido, tenía una siembra de doscientas cepas de plátanos y ocho mil plantas de yuca de comer.35
En 1790 visita la ciudad Joaquín de Osés y Alzua, Arzobispo de los Reales Consejos y Vicario General, entre sus recomendaciones plantea que en lo sucesivo se nombre a los abuelos maternos y paternos en los actos de bautizo. La disposición anterior demuestra que, de una parte, desconocida aún, de la ascendencia de los pobladores de San Isidoro de Holguín no se conoce su filiación étnica, como tampoco su procedencia. Entonces cabe la interrogante; ¿cuántos abuelos indios quedaron en el olvido?
Para el año 1791 los curas auxiliares de las iglesias San Juan Evangelista y la parroquial Mayor de Bayamo, comienzan a recibir solicitudes, se pedían las actas de nacimiento de indios que habían sido bautizados en ellas: “Iglesia San Juan Evangelista, cura Diego Cedeño, año 1746, acta de nacimiento de María del Rosario, hija de los indios Mateo Suárez y Catalina Labrada, padrinos Úrsula Labrada y Manuel Sánchez, Bayamo 1791”.36
Habitantes estos, con algunos privilegios que someramente los amparaban, eran afectados por las constantes usurpaciones en sus tierras, utilizaron, en desesperado esfuerzo por legitimar su origen, el documento que avala su ascendencia india o reafirma su naturalidad indígena. Es sabido que el Decreto de las Cortes Generales sobre el buen tratamiento a los indios, del año 1811, vino a ser, quizás, una excusa a las reclamaciones que durante más de un siglo habían enviado a la Audiencia de Santo Domingo los indios de los pueblos de Jiguaní y El Caney.
En el decreto se manifiesta:
[…] que por ninguna persona se les aflija ni ocasione el más leve prejuicio a su propiedad, so pena de un severísimo castigo al que contraviniera a esta soberana disposición […] hágase saber al Protector, de los abusos que se observan e innumerables vejaciones que se ejecutan contra los primitivos naturales en América.37
En el año 1736, a solo quince años de la oficialidad de pueblo para la comarca de San Isidoro, aparece un informe que caracteriza el desenvolvimiento de este, sus 673 vecinos son catalogados como: “gente doméstica de buena índole e inclinación, hombres de trabajo y buen aspecto, mas son blancos y de buen color […]”.38
Es un hecho lo discreto de tal documento, pues con el objetivo de encubrir una población con rasgos de mestizaje, se registra y subraya, con toda intención, una población significativamente blanca, ausente de indios. Manejo o rejuego político para obtener el reconocimiento de ciudad colonial ante la metrópolis.
En el padrón de las casas y familias de este pueblo de San Isidoro de Holguín, de 1735,39 se cuentan 114 familias, en este caso se vuelve a obviar la presencia india en la naciente población, blanqueando a sus habitantes.
Fueron Juan Antonio Diéguez Gordiana junto a su esposa María del Rosario Hernández de Campos, ambos indios procedentes de Jiguaní, los primeros de la prole Diéguez en residir en el entramado urbano que se estableció entre los ríos Jigüe y Marañón. Su descendencia fue protagonista de momentos claves en el desarrollo de la ciudad.
No es casual que el primer registro matrimonial que inscribe nuestra iglesia parroquial San Isidoro, en junio de 1730, sea justamente el casamiento en segundas nupcias del indio Juan Antonio Diéguez con Juana Pupo de Góngora. Dice mucho de una inclinación hacia los sacramentos cristianos que imponía la normalidad hispana, además de significar el valor que tenían para la autoridad eclesiástica los efectos espirituales del sacramento de Matrimonio. Ya para 1776 contaba con una mayor distinción ante el contrato civil para la autoridad real.40
En la calle San Miguel (actual Maceo), habitaba la pareja formada por Diego Galindo y Montoya, natural de El Caney, de treinta y nueve años, y Micaela Diéguez Hernández, de veinte años, casados en 1730. Ella era hija de Juan Antonio Diéguez Gordiana, nacida en Jiguaní41. Es de suponer que estemos hablando de un indio natural de los Montoya del pueblo de San Luis de los Caneyes, casado con una india de Jiguaní, que, al asegurar un terruño en la región, se integraba y enriquecía la formación de una personalidad holguinera. La casa era amparo en 1735, de cuatro hijos del matrimonio, además, en categoría de familiar convivían el matrimonio indio formado por Jacinto Sánchez Velázquez y Juana Diéguez Hernández, ambos nacidos en Jiguaní, padres de diez hijos.42
En la propia vivienda cohabitaban el padre, Juan Antonio Diéguez Gordiana, figura que representaba el tronco del lazo de parentesco, y su esposa Juana Pupo de Góngora, inscrita en el primer libro de matrimonios, folio I, núm. 1. Al morir Juan Antonio Diéguez, su yerno viudo Jacinto Sánchez lo sustituye al cuidado de los hijos casándose con Juana Pupo de Góngora. Momento este en el que logramos observar cómo las relaciones parentales asociadas a la endogamia parecen ser un patrón no distante de las costumbres aborígenes, pues, al fallecer el miembro masculino, ascendiente representativo en la familia, era sustituido por otro que diera sostenimiento, seguridad, enseñanza, y claro, debía pertenecer a ella.
Alrededor de catorce personas conviven y se integran a grupos sociales a través de vínculos personales. Uniones intrafamiliares de personas con una ascendencia común conforman familias como unidades básicas de la organización social, dentro de una dinámica colonial.
En 1739, Micaela ya era viuda y matriarca de la familia, y había decidido casarse por segunda vez con José Dionicio Paredes, siendo ella la que aportó los bienes al matrimonio: una casilla de dieciséis pesos, una yegua, dos perros, y la ropa de su uso. Era madre de catorce hijos entre indios y mestizos. Tal era la fuerza de su carácter y la confianza que inspiraba, que, al morir repentinamente José Dionicio en 1774, es declarada albacea universal de sus bienes. Que a una mujer, además india, se le diera la oportunidad de disponer propiedades, como una estancia en el ejido, en esta época, es poco usual, asunto este refrendado por figuras de prestigio en la ciudad.43
En otra casa no lejana residía, en el año 1735, el matrimonio indio formado por Ana María Diéguez Hernández, de dieciocho años, y Pedro Sánchez Velázquez, de veintitrés años —otra pareja concertada dentro del propio núcleo familiar—.44 Estos vivían en categoría de familiares, en la casa del blanco Luis Ricardo, de veintiséis años, esposo de la india Juana Manuela Sánchez Velázquez, de veinticinco años. Allí habitaban alrededor de once menores y el padre de los Sánchez: Pedro Sánchez de la Gambra junto a su mujer, Juana Velázquez, indios naturales de Jiguaní.
Todo parece indicar que, durante un primer momento, transcurrido en las cuatro primeras décadas del siglo XVIII, estas familias mantuvieron las relaciones de parentesco, con una costumbre endogámica, y los apellidos se repetían con frecuencia. Dada su vasta prole, luego de la segunda mitad del mencionado siglo fueron enlazándose con blancos, pardos y mulatos.
Las calles San Diego, Santa María del Rosario, Magdalena, San Miguel y calle Nueva, principales en el tejido de la ciudad, es donde encontramos inmuebles de las familias Sánchez y Diéguez, en el siglo XVIII.45 Es un ejemplo más de cómo la ausencia física del aborigen no implica que sus formas de aproximación a la realidad estén ausentes del inconsciente colectivo.46
Hay sangre india en las venas cubanas. De vez en vez la sombra del indio se refleja al margen de algún suceso. Hoy la voz del indio se escucha a ratos.47 Los protocolos notariales de la ciudad entre los años 1783 y 1786 describen un pleito judicial que, aunque común, constituye un documento que reafirma la participación de las familias estudiadas en este trabajo, en la fundación del pueblo. El regidor Antonio Serrano da la negativa que le impide a su hijo, de igual nombre, casarse con la joven María Rosa Diéguez, hija de Gabriel Diéguez Estacio y Manuela Ricardo Sánchez. Se apela a la disparidad de clases por ser reconocido como pardo, el padre de la novia. La familia demandante, en este caso la madre María Manuela Ricardo, recurre a un interesante derecho de ascendencia, en virtud de protesta ante el que disiente del matrimonio. Los Ricardo Sánchez, justifican la procedencia de la familia, alegan un recorrido genealógico por la parte paterna hasta Juan Manuel de la Torre y María de Las Nieves Leyte Rodríguez, y por el materno: Pedro Sánchez de la Gambra, indio natural de Jiguaní y Juana Velázquez.48 Aclarando que:
[...] estos últimos valorizados de naturales, sin que ellos, ni los demás de mis descendientes, ni ascendientes y colaterales, tuviesen mezcla de la mala raza de mono judío, hereje, ni los nuevamente convertidos, antes bien fueron tenidos por cristianos viejos, observando cumplidamente los preceptos cristianos, de nuestra religión católica.49
Apuntan notarialmente que todos sus ascendientes han sido maridos, tenidos por reputados blancos y limpios de sangre. Consta que todas las demás familias de la ciudad son descendientes de la cepa fundadora de sus abuelos y por tal razón se haya emparentada con los más condecorados de ella.50 Menciona que su madre Juana Sánchez era prima segunda de Antonio Serrano su contrapuesto. Luis Ricardo, su padre, era hermano de Juana Ricardo, y ella, madre del teniente de caballería Luis Antonio Batista. Este estaba casado con Juana Serrano, hija de Antonio Serrano, y hermana del novio. Con esto concluye que entre los contrapuestos no existe ningún tipo de disparidad, y pide se cumpla la palabra de matrimonio.
El aparatoso juicio se dilató tres años, se interrogaron varias personas, una de ellas, el teniente de caballería Luis Antonio Batista, quien reclamó disparidad conociendo la baja esfera social de Gabriel Diéguez, reconocido con el nombre de Ortuño, y como pardo. Niega que María Manuela Ricardo Sánchez sea su sobrina, porque se degeneró al casarse con un mulato, contra la voluntad de sus parientes. Durante la comprobación de nacimiento del padre, supuesto mulato, se conoce que era natural de Bayamo, hijo legítimo de Gabriel Joseph Diéguez y María Jacinta Estacio y García, su abuelo Manuel Diéguez era presbítero, y su abuela María de Quesada una india de la villa, a quien el presbítero le había dado un colgadizo y dinero en la ciudad de San Salvador de Bayamo.51 Su madre María Estacio era hija de Fernando Estacio, natural de San Lucas de Borromeo, y Ramona García, de la Isla de Jamaica, blancos pero pobres, razón por la que fue criado por el mulato Ortuño. Por tanto, en su ascendencia solo existía la mezcla de sangre india y española.
Se nota que la concepción jurídica que evitaba los matrimonios desiguales, era ya bastante utilizada en esta ciudad de ultramar, pues la familia demandada se vale de este recurso o ley nombrada “Pragmática” de matrimonios desiguales. Los ascendientes de los aspirantes al matrimonio podían negar su consentimiento siempre y cuando, se expusiera una causa justa y racional. Por tanto, si con la unión se ofendía el honor de la familia o salía perjudicado el Estado, ello sería considerado como una causa racional y justa para el disenso. Aprovechado por el regidor Antonio Serrano, perteneciente a la élite oligárquica holguinera, para salir de una relación legal, que, según su criterio no cumplía con el orden impuesto por la sociedad de mantener distinción en las castas sociales.52
El juicio holguinero que implicaba dos familias fundadoras de su población nos muestra cómo se fue entrelazando el origen legítimo de las personas. Aunque estas denunciaran por la parte materna o paterna, incluso por ambas, una ascendencia india, siempre se discriminaba la condición de mulatos, pardos y negros. Sería pertinente aún, conocer si el litigio logró llegar al Juzgado de la Real Audiencia de Santo Domingo, donde la tramitación sumaria tendría otras miradas interesantes. Nada más complejo que el alma de un mestizo. Su rasgo típico es lo cambiante de su color. Es rara la familia donde falte mezcla de sangre en el siglo XVIII, tendencia a desigualdad social, el color es asociado a modo de vida licenciosa de los mestizos.53 Cierto es que María Manuela Ricardo Sánchez, parte india, sangre criolla, cabeza en alto atestigua y exige el reconocimiento de su naturaleza fundadora, cualidad que le aportaba prestigio y privilegio, para reclamar un matrimonio que socialmente era justo.
Según el lingüista Sergio Valdés, el impuesto y sangriento proceso de transculturación, de mestizaje biológico cultural, generó una población criolla de origen indígena, que constituyó el primer sustrato de nuestra nación.54
La repercusión del indio en los distintos espacios y momentos funda las bases para comprender la realidad colonial, y se convierte en una verdad; nuestro ancestro indio aportó un importante contenido a nuestra formación como cubanos. Lograron mezclarse y su sangre se conservó más criolla, menos española. La contemporaneidad nos acerca a proyectos de análisis genéticos que muestran, evidencias de ADN de origen amerindio en la población cubana. Los datos de 1020 personas examinadas, confirman que un 12 % de ellos cuenta con ADN de origen nativo americano asiático.55
Al integrar los estudios históricos y la interpretación de contextos arqueológicos tempranos, apoyan la mirada desde otra perspectiva de los procesos coloniales acontecidos, donde la presencia india viene a ser referencia en la cosmovisión de nuestra historia como nación. Su participación dentro de la cotidianidad pueblerina se fue proyectando de manera natural, aunque entre sus interioridades se encontraran costumbres que los acercaban a sus ascendientes nativos. El encontrar en el siglo XVIII al menos seis referencias de casas dentro de la proyección del pueblo holguinero, donde convivían familias completas de personas en categoría de indios, con una composición social bien organizada, habla de una asimilación en dos sentidos: del indio que adoptó los preceptos que le imponía la vida en una sociedad colonial, y de una comarca en formación que aceptó la integración e inserción de ellos para el desenvolvimiento del pueblo. Es así que en 1769 se dice de la ciudad: “de ser un pie en el altar tan grande como digno de la más seria atención, para la capital departamental Santiago de Cuba”.56
Es distintivo que al menos hasta 1750 los comportamientos en cuanto a enlaces matrimoniales de las familias en estudio, sean hacia la endogamia, y estén regidos por las formas de parentesco y lo que ello implicaba. La familia india de los Diéguez, una de las tantas en el ámbito colonial, describe algunos patrones característicos de la vida social de los aborígenes, en la forma de convivencia de los remanentes indígenas, destacando principalmente la comunidad endogámica en la primera mitad del siglo XVIII. A su vez, defienden el reconocimiento de su naturaleza fundadora en la evolución citadina.
26 Oswaldo Morales Patiño y Roberto Acebedo: «El interesantísimo período de transculturación indo hispánica en Cuba», en Revista de Arqueología y Etnología, La Habana, enero, 1946, p. 59. «Los indígenas en los primeros municipios cubanos», en Revista de Arqueología y Etnología, publicada por la Junta de Arqueología y Etnología, segunda época, núms.13-14, enero-diciembre, 1951, La Habana, pp. 368-387.
27 Felipe Pichardo Moya: «Los indios de Cuba en sus tiempos históricos», en Visiones Pretéritas, encuentro arqueológico I, Ediciones El Lugareño, Camagüey, 2013, pp. 150-176.
28 Cuadernos o boletines de historia y Arqueología publicados por Eduardo García Feria y su hijo José Agustín García Castañeda, entre los años 1943 y 1947, con el nombre de «Notas del Museo García Feria», artículos cuya vigencia son un referente para iniciar, en la actualidad, cualquier investigación histórica sobre la región.
29 José Vega Suñol, René Navarro y Joaquín Ferreiro: «Presencia aborigen en los archivos parroquiales de Holguín», Revista de Historia, Holguín, núm. 4, año II, octubre-diciembre, 1987, pp. 56-65.
30 Roberto Valcárcel Rojas: «Blancos y de buen color, indios en la fundación de Holguín», en Honda, Revista de la Sociedad Cultural José Martí, La Habana, núm. 46, 2016, pp. 9-12.
31 Ver Mayra San Miguel y Hernel Pérez Concepción: «Revisitando los orígenes de Holguín», Comprender la historia. Visión múltiple desde Holguín, Editorial La Mezquita, Holguín, 2016, pp. 39-49.
32 Yadira Rojas Espinosa: «Arqueología e historia en Hatos fundadores de Holguín», ponencia presentada al V Coloquio Internacional de Arqueología, 2018.
33 José Novoa Betancourt: «Descendientes de indios en el Holguín 1775», Indios en Holguín, Editorial La Mezquita, Holguín, 2014, pp. 97-105.
34 Manuel Estrada: Bayamo, los tres primeros historiadores de la Isla de Cuba, t. II, Imprenta de A. Pego, La Habana, 1877, p. 505.
35 AHMP: Fondo 1700-1867, documento 587. Visita a las estancias 26 de septiembre de 1793.
36 «Yo Joseph Jesús Tamayo, cura rector de la Iglesia Mayor de Bayamo, año 1791, ratifico el acta de nacimiento del domingo 20 de diciembre de 1767, niño Joseph Nicolás, hijo de María Luca, india natural, padrinos Nicolás Alarcón y María Gutiérrez, emitido en la Iglesia Auxiliar San Juan Evangelista», AHMP: fondo 1700-1867, documentos 147 y 148.
37 AHMP: Fondo 1700- 1867, documento 145, Real Cédula de 10 de febrero de 1811. Real Decreto sobre el buen tratamiento a los indios.
38 Ver Roberto Valcárcel Rojas: «Blancos y de buen color. Indios en la fundación de Holguín», Honda, La Habana, núm. 46, año 2016, p. 9-13.
39 Ver William Navarrete: Genealogía cubana. San Isidoro de Holguín, Editorial Aduana Vieja, Valencia, 2015. El texto comete el clásico error de reproducir la documentación. Se refiere aún la supuesta presencia de solo diecisiete familias fundadoras. Entre ellas no encontramos apellidos, tratados como indios, ignorados los Sánchez, Diéguez y otros, que luego aparecen en el padrón de 1775, y cuya presencia en la fundación de Holguín ha sido confirmada en estudios recientes, como se verá adelante.
40 Pragmática del matrimonio de los hijos de familias, Real Cédula de Carlos III, 1776. Ver Rodrigo Andreucci Aguilera: