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El desdén con el desdén es una comedia teatral del autor Agustín Moreto. Se la considera una de las obras cumbres del autor, con una historia que se desarrolla en torno a la obsesión de un caballero por conquistar a una dama de alta alcurnia que lo desprecia.
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Seitenzahl: 85
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Agustín Moreto
Saga
El desdén con el desdénOriginal titleEl desdén con el desdénCover image: Shutterstock Copyright © 1654, 2020 Agustín Moreto and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726597660
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
CARLOS, conde de Urgel.
POLILLA, gracioso.
EL CONDE DE BARCELONA.
EL PRÍNCIPE DE BEARNE.
DON GASTÓN, conde de Fox.
DIANA.
CINTIA.
LAURA.
FENISA.
Músicos.
Salen CARLOS y POLILLA.
CARLOS Yo he de perder el sentido
con tan estraña mujer.
POLILLA Dame tu pena a entender,
señor, por recién venido.
Cuando te hallo en Barcelona 5
lleno de aplauso y honor,
donde tu heroico valor
todo su pueblo pregona;
cuando sobra a tus vitorias
ser Carlos, conde de Urgel, 10
y en el mundo no hay papel
donde se escriban tus glorias,
¿qué causa ha podido haber
de que estés tan mal guisado,
que por más que la he pensado 15
no la puedo compreender?
CARLOS Polilla, mi desazón
tiene más naturaleza:
este pesar no es tristeza,
sino desesperación. 20
POLILLA ¿Desesperación? Señor,
que te enfrenes te aconsejo,
que tiras algo a bermejo.
CARLOS No burles de mi dolor.
POLILLA ¿Yo burlar? Esto es templarte; 25
mas tu desesperación,
¿qué tanta es a esta sazón?
CARLOS La mayor.
POLILLA ¿Cosa de ahorcarte?
Que, si no, poco te ahoga.
CARLOS No te burles, que me enfado. 30
POLILLA Pues si estás desesperado,
¿hago mal en darte soga?
CARLOS Si dejaras tu locura,
mi mal te comunicara;
porque la agudeza rara 35
de tu ingenio me asegura
que algún medio discurriera,
como otras veces me has dado,
con que alivie mi cuidado.
POLILLA Pues, señor, ¡polilla fuera! 40
Desembucha tu pasión;
y no tenga tu cuidado,
teniéndola en el criado,
polilla en el corazón.
CARLOS Ya sabes que a Barcelona, 45
del ocio de mis estados,
me trajeron los cuidados
de la fama que pregona
de Diana la hermosura,
desta corona heredera, 50
en quien la dicha que espera
tanto príncipe procura,
compitiendo en su deseo
gala, brío y discreción.
POLILLA Ya sé que sin pretensión 55
veniste a este galanteo,
por lucir la bizarría
de tus heroicos blasones,
y que en todas las acciones
siempre te has llevado el día. 60
CARLOS Pues oye mi sentimiento.
POLILLA Ello ¿estás enamorado?
CARLOS Sí estoy.
POLILLA Gran susto me has dado.
CARLOS Pues escucha.
POLILLA Va de cuento.
CARLOS Ya sabes cómo en Urgel 65
tuve, antes de mi partida,
del amor del de Bearne
y el de Fox larga noticia.
De Diana pretendientes,
dieron con sus bizarrías 70
voz a la fama, y asombro
a todas estas provincias.
El ver de amor tan rendidos
como la fama publica
dos príncipes tan bizarros, 75
que aun los alaba la envidia,
me llevó a ver si esto en ellos
era por galantería,
gusto, opinión o violencia
de su hermosura divina. 80
Entré, pues, en Barcelona;
vila en su palacio un día,
sin susto del corazón
ni admiración de la vista:
una hermosura modesta, 85
con muchas señas de tibia,
mas sin defecto común
ni perfección peregrina;
de aquellas en quien el juicio,
cuando las vemos queridas, 90
por la admiración apela
al no sé qué o a la dicha.
La ocasión de verme entre ellos
cuando al valor desafían
en públicas competencias, 95
con que el favor solicitan,
ya que no pudo a mi amor,
empeñó mi bizarría,
ya en fiestas y ya en torneos
y otras empresas debidas 100
al culto de una deidad,
a cuya soberanía
-sin el empeño de amor-
la obligación sacrifica.
Tuve en todas tal fortuna, 105
que, dejando deslucidas
sus acciones, salí siempre
coronado con las mías.
Y el vulgo, con el suceso,
la corona merecida 110
con la suerte dio a mi frente
por mérito, siendo dicha,
que cualquiera de los dos
que en ella me competía
la mereció más que yo. 115
Pero para conseguirla
tuve yo el faltar mi amor
y no tener la codicia
con que ellos la deseaban,
con que por fuerza fue mía; 120
que en los casos de la suerte,
por tema de su malicia,
se van siempre las venturas
a quien no las solicita.
Siendo, pues, mis alabanzas 125
de todos tan repetidas,
sólo en Diana hallé siempre
una entereza, tan hija
de su esquiva condición,
que, siendo mis bizarrías 130
dedicadas a su aplauso,
nunca me dejó noticia,
ya que no de favorable,
siquiera de agradecida.
Y esto con tanta esquivez, 135
que en todos dejó la misma
admiración que en mis ojos,
pues la estraña demasía
de su entereza pasaba
del decoro la medida 140
y, excediendo de recato,
tocaba ya en grosería.
Que a las damas de tal nombre
puso el respeto dos líneas:
una es la desatención, 145
y otra, el favor; mas la avisa
que ponga entre ellas la planta
tan ajustada y medida,
que en una ni en otra toque:
porque si, de agradecida, 150
adelanta mucho el pie,
la raya del favor pisa,
y es ligereza; y si, entera,
mucho la planta retira,
por no tocar el favor 155
pisa en la descortesía.
Este error hallé en Diana,
que empeñó mi bizarría
a moverla por lo menos
a atención, si no a caricia; 160
y este deseo en las fiestas
me obligaba a repetirlas,
a buscar nuevos empeños
al valor y a la osadía.
Mas nunca pude sacar 165
de su condición esquiva
más que más causa a la queja
y más culpa a la malicia.
Desto nació el inquirir
si ella conmigo tenía 170
alguna aversión o queja,
mal fundada o presumida.
Y averigüé que Diana,
del discurso las primicias,
con las luces de su ingenio, 175
le dio a la filosofía.
Deste estudio y la lición
de las fábulas antiguas,
resultó un común desprecio
de los hombres, unas iras 180
contra el orden natural
del Amor (con quien fabrica
el mundo a su duración
alcázares en que viva),
tan estable en su opinión, 185
que da con sentencia fija
el querer bien por pasión
de las mujeres indigna.
Tanto, que siendo heredera
desta corona, y precisa 190
la obligación de casarse,
la renuncia y desestima
por no ver que haya quien triunfe
de su condición altiva.
A su cuarto hace la selva 195
de Diana, y son las ninfas
sus damas, y en este estudio
las emplea todo el día.
Sólo adornan sus paredes
de las ninfas fugitivas 200
pinturas que persüaden
al desdén. Allí se mira
a Dafne huyendo de Apolo;
Anaxarte, convertida
en piedra por no querer; 205
Aretusa, en fuentecilla,
que al tierno llanto de Alfeo
paga en lágrimas esquivas.
Y viendo el Conde, su padre,
que en este error se confirma 210
cada día con más fuerza;
que la razón no la obliga,
que su riesgo no la ablanda
y con tal furia se irrita,
en hablándola de amor, 215
que teme que la encamina
a un furor desesperado,
que el medio más blando elija
le aconseja su prudencia,
y a los príncipes convida 220
para que, haciendo por ella
fiestas y galanterías,
sin la persuasión ni el ruego,
la naturaleza misma
sea quien lidie con ella, 225
por si, teniendo a la vista
aplausos y rendimientos,
ansias, lisonjas, caricias,
su propio interés la vence
o la obligación la inclina; 230
que en quien la razón no labra
endurece la porfía
del persuadir, y no hay cosa
como dejar a quien lidia
con su misma sinrazón, 235
pues si ella misma le guía
al error, en dando en él,
es fuerza quedar vencida:
porque no hay, con el que a escuras
por un mal paso camina, 240
para que vea su engaño,
mejor luz que la caída.
Habiendo ya averiguado
que esto en su opinión esquiva
era desprecio común 245
y no repugnancia mía,
claro está que yo debiera
sosegarme en mi porfía;
y, considerando bien
opinión tan exquisita, 250
primero que a sentimiento
pudiera moverme a risa.
Pues, para que se conozca
la vileza más indigna
de nuestra naturaleza, 255
aquella hermosura misma
que yo antes libre miraba
con tantas partes de tibia,
cuando la vi desdeñosa,
por lo imposible, a la vista, 260
la que miraba común
me pareció peregrina.
¡Oh, bajeza del deseo!
Que aunque sea la codicia
de más precio lo que alcanza 265
que lo que se le retira,
sólo por la privación
de más valor lo imagina,
y da el precio a lo difícil,
que su mismo ser le quita. 270
Cada vez que la miraba,
más bella me parecía;
y iba creciendo en mi pecho
este fuego tan aprisa,
que, absorto de ver la llama, 275
a ver la causa volvía
y hallaba que aquella nieve
de su desdén, muda y tibia,
producía en mí este incendio.
¡Qué ejemplo para el que olvida! 280
Seguro piensa que está
el que en la ceniza fría
tiene ya su amor difunto:
¡qué engañado lo imagina!
Si amor se enciende de nieve, 285
¿quién se fía en la ceniza?
Corrido yo de mis ansias,
preguntaba a mis fatigas:
«¡Traidor corazón!, ¿qué es esto?
¿Qué es esto?, ¡aleves caricias! 290
La que neutral no os agrada
¿os parece bien esquiva?
La que vista no os suspende
¿cuando es ingrata os admira?
¿Qué le añade a la hermosura 295
el rigor que la ilumina?
¿Con el desdén es hermosa
la que sin desdén fue tibia?
El desprecio ¿no es injuria?
La que desprecia ¿no irrita? 300
Pues la que no pudo afable,
¿por qué os arrastra enemiga?
La crueldad, a la hermosura,
¿el ser de deidad le quita?
Pues ¿qué, para mí la ensalza 305
lo que para sí la humilla?
Lo tirano, ¿se aborrece?
Pues a mí ¿cómo me obliga?
¿Qué es esto? ¿Amor? ¿Es acaso
hermosa la tiranía? 310
No es posible, no, esto es falso;
no es esto amor, ni hay quien diga
que arrastrar pudo inhumana
la que no movió divina.
Pues ¿qué es esto? ¿Esto no es fuego? 315
Sí, que mi ardor lo acredita;
no, que el hielo no le causa;
sí, que el pecho lo publica.
No puede ser, no es posible;
no, que a la razón implica. 320
Pues ¿qué será? Esto es deseo.